jueves, 18 de mayo de 2023

EL AYUNTAMIENTO VIEJO DE QUESADA. 1743.

 

Ayuntamiento viejo en 1919




        Había comenzado el año 1743 y la cofradía del Rosario, que tenía su sede en la iglesia del convento, iba a celebrar la tradicional fiesta que dedicaba a su titular. Consistía en una función pública de “regocijos y fuegos”, música y luminarias, que tenía lugar en la Plaza. Como era costumbre, la Villa (el ayuntamiento) la presidiría desde el balcón de la casa que tenía en ella. Estaba todo dispuesto cuando Jerónimo Sánchez, maestro de alamín (de obras), previno a sus señorías que no lo hicieran “porque la pared principal está amenazando absoluta ruina, y el balcón en la misma forma, por haberse podrido con los temporales”. Tuvo la Villa que rogar a un vecino que les permitiese concurrir desde su balcón.

       La Plaza tenía por entonces un aspecto bastante diferente al que presenta en la actualidad. Por supuesto no tenía árboles, pero tampoco existía el muro que se levantó más de cien años después para nivelar el terreno y construir el jardín. Era un gran espacio de tierra completamente diáfano y con la misma pendiente que hoy conserva el lateral que va desde el rincón hasta la esquina del Marisol. Su función principal era la de mercado, pero también se celebraban allí “todos los actos públicos, así los que ocurren del Real Servicio como cualesquiera otros actos de concurrencia y regocijos”. Es decir, fiestas con motivo de nacimientos y bodas reales, coronaciones, funciones religiosas, etc.

      Era costumbre que las autoridades contemplasen y presidiesen estos actos asomados a un balcón. Pero el caso es que el Concejo no tenía en la Plaza ninguna casa, pues entonces celebraba los cabildos en la calle Adentro, en una de propiedad municipal donde solían vivir los corregidores. Por eso, para tener balcón al que asomarse, unos años antes le habían comprado al vecino Tomás Fernández Enríquez “las casas principales que hoy tiene en la plaza pública del mercado de esta villa”. Se limitaron a comprarla y hacerle un balcón de madera al que poder asomarse, único fin de la compra. No hicieron más arreglos porque la situación económica del ayuntamiento era catastrófica. Pero esta vez no se trataba de la tradicional falta de liquidez de todo buen ayuntamiento; el desastre era completo. A causa de antiguas y enormes deudas, adquiridas a principios del siglo XVII, la mayor parte de los bienes de propios se habían subastado judicialmente y adjudicado a los acreedores. Solo le quedaron al Ayuntamiento algunas casas y las tierras precisas para que sus rentas le permitieran un mínimo funcionamiento. Fue precisamente por este embargo por lo que el convento de Santa Cruz de Granada se hizo con una gran dehesa municipal, que era de uso libre y común para los vecinos. Hoy día sigue conservando como finca privada el nombre de dicho convento.

      Fue grande el disgusto que llevaron los señores del ayuntamiento con este incidente. Tanto que convocaron un pleno el 4 de febrero, el primero que celebraron ese año, cuyo primer y casi único punto del orden del día era debatir y buscar una solución para que no se repitiera semejante chasco. Componían el cabildo de la Villa los siguientes señores:

      Don Manuel Antonio de Herrera, regidor perpetuo y primer voto. Vivía este señor en un enorme caserón de la Plaza, de 29 varas de frente y cuarenta de fondo, que hacía esquina con la calle del Agua. Ocupaba los actuales números 15 y 16 de la Plaza. Allí vivía con su mujer, asistido por tres mozas y con 13 mozos sirvientes para el campo, de cuyas rentas vivía. Además de esta, era propietario de otra casa más pequeña que hacía esquina con la calle Nueva (donde antes estuvo la Inspección y ahora unos servicios).

       Don Joseph Vela del Olmo, también regidor perpetuo y segundo voto. Como su compañero, era vecino de la Plaza y dueño de la casa donde hoy está el bar Marisol. De familia oriunda de Castejón (Cuenca) y 56 años de edad, estaba casado con Dª Juana Cano Tribaldos y tenía un hijo y cuatro hijas. Como servicio disponía de dos criadas para la casa y tres mozos sirvientes para el campo. Su oficio era escribano del número (notario) y lo era también del concejo (secretario del Ayuntamiento). Pertenecía al estado noble. En este mismo año, el 6 de julio, presentó al cabildo una providencia de la sala de Hijosdalgo de la Chancillería de Granada ordenando que, tras los oportunos trámites, se le recibiese como hidalgo por la Villa. Lo que hoy nos puede parecer un simple adorno vanidoso entonces tenía su importancia; concretamente la de quedar exento de la mayoría de impuestos y repartimientos.

       Además de estos dos regidores perpetuos, vitalicios, completaban el cabildo dos jurados. Este era un cargo de menor importancia y poder; representaban al común y eran los precedentes de lo que más tarde, con más atribuciones, fueron los síndicos procurador y personero del común. Uno de los jurados era don Antonio Ramírez de la Plaza, casado con Dª Ana Serrano, con la que vivía en la calle Nueva en la casa que hace esquina enfrente de la que mucho después fue de Rafael Zabaleta. Murió un par de años después de estos sucesos. El otro jurado, Don Juan Mejías, estaba casado con Dª Ana de Atencia. Vivía en la calle Corral del Concejo o Toril del Concejo, actual calle del Correo, haciendo esquina con la calle Zabaleta.

     Sobre todos los anteriores y presidiendo el cabildo estaba el corregidor y “capitán a guerra” don Juan Tamariz y Vargas. Este cargo era de designación real y, simplificando demasiado, una especie de gobernador civil de la localidad. Lo ocupaban forasteros que conseguían el oficio en Madrid y que habitualmente desempeñaban una carrera profesional, pasando de una villa o ciudad a otra según les fuera mejor o peor a ojos de la Corte. Al ser gente forastera y aves de paso, la mayoría de los corregidores dejaron poca huella en el pueblo. Don Juan Tamariz era natural de Sevilla. Según certificado del secretario del claustro de la Insigne e Imperial Universidad de Granada, estudió leyes en ella y se graduó como bachiller en sagrados cánones en marzo de 1724. El documento se conserva en el Archivo General de Indias, por lo que es posible que en su juventud intentara hacer fortuna al otro lado del océano. Pero acabó en Quesada después de ser alcalde mayor de Motril y Loja. En 1748 fue nombrado corregidor de Lorca y poco después alcalde mayor de Toledo y luego de Cádiz. Don Juan vivía, como todos los corregidores, en la casa que tenía el Concejo en la calle Adentro.

      Viendo quiénes eran los importantes señores que componían el Ayuntamiento se comprende mejor la gravedad de la cosa del balcón. Si asomados a él para presidir la solemne función de la Cofradía del Rosario se hubiera venido abajo y sus ocupantes dado con sus huesos en el suelo, lo de menos hubiera sido que resultaran dañados y heridos, pues no tendría demasiada altura. Lo auténticamente hiriente hubiera sido la desairada situación: los señores del Ayuntamiento cubiertos de polvo y cascotes, levantándose penosamente del suelo a la vista de la muchedumbre que ocupaba la Plaza alrededor de las luminarias, músicas y estandartes. Chicos y grandes, hidalgos y pobres de solemnidad hubieran tenido que contener, o no, las risas. Hay por tanto que comprender que encontrar una solución al problema se convirtiese en prioridad absoluta, por pésima que fuera la situación económica municipal. Así fue cómo se llegó al 4 de febrero en que “la Villa junta en su Ayuntamiento como lo ha de uso y costumbre” abordó el asunto.

       En ese cabildo la Villa dijo que se había comprado la casa a Tomás Fernández Enríquez para instalar allí las casas capitulares. Sin embargo, “y no habiendo tenido medios para llevar adelante este ánimo”, se limitaron a poner “un balcón de madera torneada con su puerta ventana” para que pudiese concurrir la Villa a las funciones públicas. Así se estuvo hasta que Jerónimo Sánchez les advirtió que no lo hicieran por la amenaza de inminente desplome. En su ayuntamiento la Villa estuvo “discurriendo qué remedio se podría tomar para remediar la ruina de dichas casas y poder concurrir a ella a las funciones que le puedan ocurrir, sin ser necesario de valerse de suplicar para ir a otras que estén en dicha Plaza”. En su mente estaba “la función de toros que se celebra por el mes de octubre”, ocasión para la que debía estar resuelto el problema. Partiendo de una falta casi absoluta de “caudales ningunos de propios ni otros algunos de que poder usar para semejante urgencia”, idearon el plan que sigue.

       Primero había que derribar la fachada, ruinosa y completamente irrecuperable. A continuación bajarían de “la plaza vieja, (de las casas) que dicen que fueron casas capitulares antiguas de esta villa” unas piedras bien labradas que había. Sobre estas piedras se continuaría la pared con sillares de toba, más fáciles de trabajar y transportar y por tanto más baratos. La “plaza vieja” era la actual plaza de la Lonja y el edificio del que se bajarían las piedras, la antigua alcaidía. Esta estaba compuesta de un torreón, que sobrevivió hasta 1925 aproximadamente, y un edificio anejo en el que, cuando dejó de ser ayuntamiento, instalaron la cárcel, que permaneció allí hasta finales del siglo XIX. Para el transporte de las piedras y resto de materiales se pensó que lo mejor era solicitar a los vecinos que voluntaria y gratuitamente prestaran su trabajo y sus caballerías.

       Esto por lo tocante a la seguridad de la fachada. Faltaba el balcón, el auténtico motivo de la obra. Sus señorías eran conscientes de que no podía hacerse de madera como el anterior, pues se pudriría con los temporales. Pero para hacerlo “con alguna decencia” de hierro no había fondos, como ya se sabe. Sin embargo, la casa tenía dos rejas que servían “más de embarazo que de seguridad”, pues su peso vencía la pared. Decidieron quitarlas y emplear su hierro en el balcón. Aceptada la idea, los señores del Concejo rogaron a su merced el corregidor que citase inmediatamente a Jerónimo Sánchez y al herrero Gabriel Carrasco para que dieran su parecer y presupuesto.

     Jerónimo Sánchez era un veterano maestro albañil de 55 años casado con María Pérez, con la que vivía en la calle Adentro. Le iba bien y por eso tenía un mozo sirviente que le servía de ayudante. Dijo a la Villa que, en cuanto a la ruina de la casa, nada tenía que añadir a lo que ya manifestó en su momento y que la pared principal estaba completamente quebrantada y casi desunida del resto del edificio y que, si se derrumbase, la Villa sería responsable del daño que ocasionase en las casas colindantes. A su juicio, la obra costaría unos 3.000 reales y sería preciso retocar las piedras de la vieja alcaidía; además se necesitarían unas 500 varas de toba, así como 30 caíces de cal, 50 de arena y 6 de yeso de cantera y la madera necesaria para los andamios y aleros, que tendrían que rematarse con tejas. En cuanto a las rejas, en su opinión sería bueno quitarlas, sobre todo la que estaba en la antesala por ser de gran altura, y lo mismo la que había junto a la puerta.

      Por su parte Gabriel Carrasco, experimentado herrero establecido en la calle Don Pedro y que por sus habilidades con el metal era también el encargado de regir y mantener el reloj público, dijo que con el hierro de las dos rejas se podría hacer un balcón de 6 varas (5 metros), con sus volantes, soleras y pasamanos y que el trabajo podría valer lo menos 600 reales, aunque faltarían unas 8 arrobas de hierro para las partes más gruesas. En cualquier caso, siendo como era para servicio y decencia de la Villa, se comprometía a mantener ese precio.


La casa que fue de don Juan Serrano en 1919. N.º 22 de la Plaza.



        La casa de la que estamos hablando, y que hoy es ayuntamiento, era vieja y no demasiado grande. Medía 15 varas de frente por 12 de fondo. En el bajo tenía un portal, dos bodegas y corral. Por alto una sala, un aposento, cocina y tres cámaras. Lindando a su derecha, el actual n.º 22, había otra casa bastante mejor que, además de un corral, se componía de veinte cuartos contando cuadra, bodegas, cámaras, jaraíz, cocinas, salas y dormitorios. Era propia de D. Juan Valeriano Jiménez Serrano, clérigo de órdenes menores, que vivía en ella asistido por un ama, Antonia del Carmen, y un mozo, Francisco García. Don Juan era uno de los más ricos propietarios del pueblo, un hombre poderoso que pertenecía a la muy importante familia Serrano o Jiménez Serrano, la de más fuerza y poder en el siglo XVIII quesadeño y de la que más tarde surgiría el célebre general y ministro. Don Juan era administrador de la Cofradía de Varas del Santísimo de la parroquia mayor, la más distinguida de Quesada y a la que pertenecían todos los importantes del momento.

        En la fachada de esta casa lucía el escudo de la familia Serrano y un gran balcón corrido de baranda de hierro. Fue sin duda a este balcón al que se vio obligado la Villa a concurrir cuando la celebración del Rosario. Los dos regidores perpetuos tenían también casa en la Plaza, pero no hubiera sido buena idea asomarse a ellas, porque si elegían la de uno desmerecían al otro. Y no eran estos importantes señores regidores perpetuos gente fácil de atrasar.

        Al otro lado de la casa municipal, a la izquierda, en el espacio del actual n.º 2, había tres pequeñas viviendas. Haciendo pared con el ayuntamiento otra de don Juan Serrano, que la tenía arrendada en 77 reales. A continuación la de Pedro de los Ríos Alcalá, humilde jornalero que no vivía en ella, pues lo hacía cerca del Pozairón en la calle del Hornillo, en compañía de su mujer, su hija, su hermana y su madre, compartiendo todos un portal, una cocina, un dormitorio y dos cámaras. Esta de la Plaza la tenía arrendada en 88 reales. Se completaba este n.º 2 con una casa propia de las monjas dominicas del convento de N.ª S.ª de los Remedios. La tenían arrendada en 110 reales.

        En el resto de Plaza había algún que otro vecino humilde, como este Pedro de los Ríos, pero la mayoría de los vecinos eran importantes propietarios, como don Salvador Cano (actual n.º 4) o don Manuel de Alcalá (n.º 11). En el n.º 13 (donde la farmacia) vivía doña Rosa Román, que cuidaba de su nieto hijo de don Rodrigo de Urrutia, capitán de la Compañía de Guardiamarinas de Cádiz, ciudad en la que acababa de fallecer. Este don Rodrigo participó en la batalla de Cabo Sicié, donde al mando del mercante artillado Poder hizo frente a tres navíos de guerra ingleses, siendo por sus méritos ascendido de capitán de fragata a capitán de navío.

        Volvamos al cabildo en el que sus señorías discutían el asunto del balcón. A espaldas de la casa municipal había un corral cuya propiedad se disputaban el Ayuntamiento y don Juan Serrano, sin que por las escrituras quedase claro a quién pertenecía. Se presentaba la ocasión de resolver ahora la cuestión y sacarle algo de dinero al acaudalado clérigo. Por eso se acordó avisarle para que acudiese a la reunión (que se le haga “recado político” dice el acta). Tras conferenciar ambas partes se llegó rápidamente a un acuerdo. El Ayuntamiento cedería a don Juan Serrano el derecho a edificar unos cuartos altos en ese espacio. El bajo terrizo quedaría para uso de la casa municipal y se haría allí una “oficina para caballeriza o cosa semejante”. A cambio de la cesión de derechos, don Juan contribuiría con 250 reales a la obra que querían emprender sus señorías.

        Pero como en toda reforma de bien, a la idea inicial se le fueron sumando pequeños añadidos. Una fachada para ser auténticamente decorosa requería de unas puertas acordes. Y aquí pensaron en Dª Rafaela de Lillo, madrileña, viuda del vecino que fue de esta don Fernando de Carmona y Varea, que vivía en la calle Rodrigo de Poyatos (actual Dr. Carriazo). De su primer matrimonio con don Juan Joseph de Alcalá tenía un hijo, don Atanasio de Alcalá, por entonces menor de edad y más tarde teniente de capitán del Regimiento de Milicias del Reino de Jaén y el individuo más rico de Quesada en la segunda mitad del siglo XV. Doña Rafaela tenía hechas unas puertas (no se dice para qué fin) que, si se alargaban, resultarían “proporcionadas y decentes” para la nueva fachada. Se acordó comprárselas y gastar en ellas los 250 reales obtenidos en el trato con el vecino don Juan.

      El señor don Juan Tamariz, corregidor de la Villa, asistía en silencio a los debates, pues al fin y al cabo él era político de paso y poco aprovecharía el balcón. Pero como máxima autoridad resultaba indispensable su visto bueno. Por eso al final de la reunión intervino y dijo que el proyecto le parecía conveniente y útil “y de total honrosidad así del común como de los caballeros capitulares, para dejar a la posteridad memoria de su celo y de su interés”. Pero por aquello de las reformas que se complican, su merced añadió que, dado que el edificio se utilizaría como casa pública “para sus funciones y ayuntamientos”, era su sentir que se colocase en la fachada un escudo de armas reales. Por la Villa no había más remedio que aceptar, aunque creciese el presupuesto, y se le dieron “las debidas gracias” expresando que era precisamente “el celo y aplicación de su merced al beneficio de esta república” el que “principalmente ha movido a los caballeros capitulares a inventar dicha obra en el tiempo más estéril y calamitoso”.

     Este artículo va acompañado de dos fotos inéditas: la una de la fachada del ayuntamiento viejo, la otra de la casa n.º 22 de la Plaza, la que era de don Juan Valeriano Serrano. Ambas son, además de desconocidas, las mejores y casi únicas de ambos edificios en su estado original. Una pequeña joya para la historia local. Pertenecen a la colección fotográfica del Archivo de la Alhambra. Quien tenga algo de experiencia en estas investigaciones sabe que a menudo los hallazgos son cuestión de suerte y azar y el cómo se encuentran frecuentemente casi tan interesante como el qué. Ambas estaban completamente perdidas en ese archivo, pues se habían catalogado, ignoro la razón, como pertenecientes a Alcaudete. El caso es que el investigador alcaudetense Enrique López Ríos se interesó por ellas. Son dos negativos estereoscópicos en cristal. En la etiqueta, el autor indicó por error que procedían de Alcaudete y que su año era el 19.

       Cuando Enrique las vio, inmediatamente se dio cuenta de que no pertenecían a su pueblo. Ahí hubiera quedado la cosa y nunca se hubieran encontrado porque, buscando por Quesada, nunca aparecerían. Sin embargo le sonó vagamente a Quesada, pues según me dijo ha estado varias veces en el pueblo. Y con curiosidad y pundonor de investigador se molestó en buscar fotos del ayuntamiento de Quesada. Aunque del viejo hay pocas y malas, concluyó que efectivamente eran de este pueblo. Se lo comentó a su tío, el veterano investigador de la historia de Alcaudete Telesforo Ulierte. Y aquí juega la suerte, o la Virgen de Tíscar, a saber. Telesforo es buen amigo mío y fue compañero en Caja Granada. Es seguidor de este blog y sabe de mi afición por la historia de Quesada. De inmediato me dio el chivatazo, con la no menos feliz coincidencia de que acababa yo de transcribir el libro capitular y me había encontrado con este asunto del balcón y el incidente de la Cofradía del Rosario.

       Según la ficha del citado archivo, las fotografías son dos positivos en placa de vidrio de tamaño 107 x 44 mm. Su autor es Vicente León Callejas, fotógrafo granadino de principios del siglo XX, amigo del famoso Cerdá y Rico. Asistió al histórico concurso de cante jondo de 1922 en la Alhambra cuya organización lideró Manuel de Falla. En la conocida caricatura de López Sancho que representa una sesión del concurso aparece dibujado de pie junto a Federico García Lorca. Habría que seguir tirando del hilo a ver si aparecen más fotos quesadeñas suyas, o si alguna de las ya conocidas es de su autoría. El autor las fecha en 1919 y, aunque fuera erróneo el año como la atribución del lugar, no serán las fotos de mucho antes ni de mucho después.

       La foto del ayuntamiento viejo es la mejor que conozco de este desaparecido edificio, la única en la que se ve con detalle la fachada completa. Lo que va dicho del acuerdo de 4 de febrero de 1743 se puede reconocer en ella. En la parte baja se observan tres filas de grandes sillares bien labrados. Son los que se trajeron de la Lonja, de la antigua alcaidía medieval que había sido en tiempos casa de cabildos. En el resto de la fachada se reconocen los sillares de toba, bastante más pequeños y unidos con argamasa que sobresale de ellos y que cuando se blanquea forman una característica retícula de pequeños bordes. Es un tipo de construcción que se ha visto frecuentemente en casas antiguas de Quesada. El famoso balcón, efectivamente de hierro, es lobulado al modo de la época y sobre su puerta ventana hay un escudo. Es el escudo real de S.M. don Felipe V que mandó poner el corregidor y en el que se puede leer “Año 1744”, año siguiente al del acuerdo, pues se haría conforme avanzaban las obras.

     El libro capitular de 1743 no vuelve a referirse a este asunto y el correspondiente a 1744 falta o está traspapelado, que esa es otra. Por eso nos quedamos sin saber, por ahora, si las cuatro ventanas con sus rejas que se pueden ver en la fotografía fueron añadidas al proyecto en este momento o con posterioridad. Lo mismo podemos decir sobre las molduras de yeso que adornan la fachada. En cualquier caso, y por su aspecto de un “gracioso barroco popular” que decía J.M. Carriazo, son del siglo XVIII. Aunque no se ve en esta foto, no había reloj en la fachada, pues el reloj público, que cuidaba el herrero Gabriel Carrasco, por estas fechas cercanas a 1750 no estaba en la Plaza sino en el torreón de una casa en la calle Alcaraz, la actual calle de los Arcos. La casa era propiedad de la familia del antes citado don Atanasio de Alcalá. Durante el siglo XIX y primeras décadas del XX estuvo en la torre del antiguo convento dominico de San Juan. Cuando el edificio, que servía de plaza de abastos y escuelas, fue demolido en 1949 el reloj se colocó en la fachada del Ayuntamiento.

        Este edificio del Ayuntamiento viejo lo hemos conocido todos los de mi edad y mayores. Sufrió asaltos y saqueos del invasor francés, y también de partidas carlistas durante el turbulento primer tercio del siglo XIX, pero aguantó. Lo que no pudo resistir fue a los avances de la “modernidad” y fue demolido a principios de los años setenta del pasado siglo. Salvando la enorme distancia, es lo que se decía en Roma cuando el papa Urbano VIII Barberini arrancó las puertas de bronce del Panteón para llevarlas al Vaticano: “Quod non fecerunt barbari fecerunt Barberini” (lo que no hicieron los barbaros lo hicieron los Barberini). El edificio actual tiene cierta dignidad, pero no es lo mismo, ni tiene la gracia popular barroca a la que aludía Carriazo. Al menos respetaron el escudo de armas reales de Felipe V y lo colocaron en la fachada, entre el reloj y el balcón, al que ya solo se asoman las banderas y los pregoneros de la Feria.

       La otra foto es de la casa de don Juan Valeriano Jiménez Serrano, aunque seguramente ya reformada y ampliada. En ella se puede ver el escudo de la familia Serrano que hoy día está en las escaleras interiores del ayuntamiento. También un gran balcón corrido a lo largo del primer piso. Cuando se demolió el edificio, se llevó la baranda a Tíscar y hoy está en el balcón de su fachada norte, encima del restaurante. Esta casa tenía una larga historia. A principios del siglo XX Bonifacio Amador instaló allí una fonda llamada La Moderna, como en la foto puede apreciarse en el pequeño cartel sobre la puerta. Instaló también un casino que llamó Casino de Quesada y que, por estar bajo la fonda, tenía un público mayoritariamente forastero, de viajantes y gentes de paso, aunque también de locales, pues allí hacían tertulia los que en 1931 constituyeron la candidatura de Derecha Republicana. Muerto Bonifacio en un accidente de tráfico a finales de los años veinte, su viuda Ramona Ceballos continuó con éxito el negocio. Era un lugar intermedio entre el Casino, donde el actual Marisol, en el que hacían vida los más hacendados, y el bar Relámpago, de clientela mucho más popular. En 1934 Ramona Ceballos alquiló los bajos a la recién constituida eléctrica Fuerzas Económicas de Andalucía S.A., FEDA, donde estuvieron sus dependencias hasta tiempos recientes.

     Creo que este artículo debe ayudar a reflexionar sobre la extraña pasión quesadeña por derribar y perder todo lo viejo, aunque no cabe hacerse muchas ilusiones. Y menos a la vista de la “reparación” con cemento marca ACME de las partes bajas del Arco de los Santos.

         NOTA SOBRE LAS FUENTES.

        Las dos fotografías comentadas pertenecen, como ya se ha dicho, al Archivo de la Alhambra y fueron “descubiertas” por Enrique López Ríos. A él y a Telesforo Ulierte les agradezco enormemente esta valiosa aportación a la memoria visual de Quesada.

        Las noticias sobre el proyecto de reedificación de la casa están sacadas del “Libro capitular de esta muy Noble y Antigua Villa de Quesada de este año de 1743” que se conserva en el Archivo Municipal. También de algún otro año como el de 1734.

      Los datos sobre los vecinos de la Plaza y las viviendas que habitaban proceden en buena parte de los memoriales o declaraciones individuales que presentaron los vecinos en febrero y marzo de 1752 para los trabajos preparatorios de la Única Contribución (Catastro de Ensenada). Están recogidas estas declaraciones en dos tomos de legos (laicos) y uno de clérigos. Se conservan en el Archivo Histórico Provincial de Jaén.

        Finalmente algunas informaciones, como la de D. Atanasio de Alcalá y su madre Dª Rafaela de Lillo, proceden del archivo de la Real Chancillería de Granada. Para no sobrecargar este texto divulgativo no se han añadido las notas correspondientes, que están a disposición de cualquier interesado.


Portada del libro capitular de 1743. 


7 comentarios:

  1. Muchísimas gracias por tus comentarios y siempre es un placer poder colaborar con personas que aman su historia local, que es al fin y al cabo el germen de las demás historias. Un abrazo.
    Enrique López Ríos

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  2. ¡ Magnífico trabajo, como todos! Y ACME en las partes bajas a algunos.

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  3. Genial trabajo y descripción, como siempre!!!

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  4. Que Bonita estori de Quesada

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  5. Fantástico trabajo. Enhorabuena.

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