martes, 9 de julio de 2024

FIESTAS que hizo QUESADA por ISABEL II

 

Isabel II niña. Cruz y Ríos. Academia de San Fernando.



A las 4 de la tarde del día 24 de octubre de 1830 se reunieron en sesión extraordinaria los individuos del Ayuntamiento de Quesada. Habían sido convocados por el alcalde mayor, don José Alcalde Martínez, al objeto de dar lectura de una carta del Rey fechada en Palacio a 15 de octubre de 1830. En ella S.M. comunicaba con el protocolo habitual al “Concejo, Justicia, Regidores, Caballeros, Escuderos, Oficiales y hombres buenos de la villa de Quesada” que el día 10 la Reina había dado a luz a “una robusta infanta”. Decía el Rey que este nacimiento colmaba “los ardientes deseos de todos mis vasallos que suspiraban por la sucesión directa de la corona”. La ansiedad por la sucesión no parece que afectara mucho a los vecinos, siempre afanados en las cosas del comer, pero sí y mucho a la Corte. El Rey estaba ya al final de sus días, en su cuarto matrimonio, sin haber conseguido un heredero. El Ayuntamiento recibió la noticia con la mayor satisfacción y placer y ordenó que de inmediato hubiese repique general de campanas y que por la noche se encendieran luminarias.

          Que la infanta María Isabel Luisa fuera heredera y no heredero no debía suponer problema alguno, porque en la tradición castellana las mujeres podían ser reinas, como lo fue Isabel I la Católica. Pero los Borbón eran franceses y a su llegada habían impuesto en 1713 la Ley Sálica que regía allí y que impedía la sucesión femenina. Fernando VII derogó esta ley en 1830, tras el nacimiento de su hija, con la llamada Pragmática Sanción. No procede aquí extenderse mucho en las conspiraciones y enfrentamientos que originó la Pragmática. Baste con decir que el infante Carlos María Isidro, hermano de Fernando VII, nunca aceptó la sucesión de su sobrina Isabel. Los partidarios más extremos del Absolutismo apoyaron a Carlos y de ahí el nombre de carlistas con el que se les conoció en adelante. Los partidarios de Isabel, encabezados por su madre la reina consorte María Cristina, consiguieron que, con poco más de dos años, en junio de 1833 fuese jurada Princesa de Asturias.

          El por entonces alcalde mayor, don Francisco Tercero Luengo, y el Ayuntamiento, quisieron “solemnizar con públicas demostraciones el memorable acto de la Jura que la Nación ha prestado a la excelsa Princesa Doña Maña Isabel Luisa”. Al efecto abrieron “una suscripción voluntaria” para costear tres días de festejos, el 24, 25 y 26 de julio. Principiaron los actos con una iluminación general: luminarias en la Plaza y luces (velas, candiles, etc.) en fachadas y calles del pueblo. Destacó la fachada del ayuntamiento, adornada con “más de mil luces” —parece mucho—, aunque dice la crónica que todos los vecinos se esmeraron en las suyas. Esta crónica se publicó en el recién creado Boletín Oficial de la Provincia de Jaén del día 8 de agosto.Añade la noticia del Boletín que el día 24 hubo “una magnifica función de iglesia y Te Deum”, predicando el sermón, “un elocuente discurso análogo a las circunstancias”, el párroco don Cesáreo Aguilera. Terminado el acto religioso desfiló “una comparsa de romanos elegantemente vestida”, la cual “ejecutó difíciles y preciosas evoluciones militares” dirigidas por los oficiales retirados D. Domingo Díaz y D. Lorenzo Vela. Estos “romanos” llevaban sin duda los viejos cascos, alabardas y corazas del siglo XVI, restauradas en los últimos años por el Ayuntamiento, que usaron tradicionalmente los “romanos” en las procesiones de Semana Santa. Hubo aquella segunda noche fuegos artificiales y “un lucido convite”. Amenizaron todos los actos la orquesta del batallón de Voluntarios Realistas de Úbeda y la capilla de música de la iglesia parroquial. La crónica, que firman el alcalde mayor y el párroco, dice que acudieron muchos vecinos de los pueblos cercanos, atraídos por la noticia “de que esta Villa iba a hacer unos festejos superiores a sus facultades”. En todo momento reinó “el orden y unión más completa”.

Pero no podía quedar en esto la cosa. En el Boletín de 7 de septiembre se publicaron otros actos de los que “por premura” no se había informado antes. Como no podía ser menos en Quesada, el día 25 se dedicó a una procesión de la Virgen de Tíscar, “a cuya soberana Imagen acuden estos naturales en sus apuros y necesidades”. Se pidió a la Virgen que protegiera al Rey y a su descendencia y que hiciera “vanos los esfuerzos de los que con temeraria osadía intenten oponerse a sus justas y prudentes determinaciones”. Están evidentemente hablando de Carlos y de sus seguidores, que rechazaban a Isabel como heredera. Se había olvidado también mencionar que en los tres días hubo una “decente limosna” a 36 pobres para “aliviar su indigencia” y que les quedase grato recuerdo de la ocasión. Finalmente se tuvo la misma “beneficencia” con los “desgraciados” presos de la cárcel, a los que se sirvió una “espléndida comida” costeada por el alcalde mayor y el párroco.

Aquella política de hechos consumados, jurar con tanta premura a Isabel como Princesa de Asturias, no andaba descaminada, porque Fernando VII estaba en las últimas. Murió apenas dos meses después de esta celebración, el 29 de septiembre. En las actas municipales los nacimientos, bodas, defunciones y demás noticias de la Casa Real se recogían con expresiones solemnes, de alegría o tristeza, y grandes protestas de lealtad y sumisión al poder real. Por eso llama la atención que a la muerte de Fernando se le dediquen apenas cinco líneas, que ni siquiera encabezan el acta del día 10 de octubre, y que estén mezcladas con asuntos administrativos absolutamente rutinarios.Y es que aquella sucesión fue especial y no estaba claro si finalmente Isabel alcanzaba el Trono o si un golpe palaciego conseguía convertir en Rey al pretendiente, el infante Carlos.En la Corte había mucha prisa por resolver la sucesión, como se comprueba en la carta de la regente María Cristina, viuda de Fernando y madre de Isabel, que se leyó por el Ayuntamiento de Quesada, apenas un mes después, el día 31 de octubre. Mandaba la Reina Gobernadora que se proclamase a Isabel II “levantando pendones en su nombre”. Se debía de hacer “a la mayor brevedad, aunque no se hayan hecho las exequias de Don Fernando”. Es decir, sin respetar el luto oficial ya que no había tiempo que perder.

Alzar pendones al inicio de cada reinado era una ceremonia muy antigua, de origen medieval. No era exclusiva de la Corona de Castilla pues también se hacía en Granada, donde se levantaban en la puerta de Bibalbonud o de los Estandartes al inicio de cada reinado. Siendo una ceremonia tan antigua y tradicional, se regía por un protocolo en consonancia. En Quesada el encargado de levantar el pendón real era el alférez mayor de la villa. Era este un cargo hereditario que equivalía al de jefe militar del pueblo. En 1833 había perdido todo contenido, pero se mantenía a estos efectos protocolarios. Lo era en este tiempo don Hilario del Águila Cano. El Ayuntamiento le pasó recado, por ser a él  “a quien corresponde levantar el Real pendón”, para que contestase si aceptaba o rechazaba el encargo. La posibilidad de rechazar el honor venía de que quien levantaba el pendón debía costear todos los gastos aparejados a la celebración. Presentado D. Hilario, aceptó el honor y dijo que lo haría “a sus expensas y de sus propios bienes y caudales como lo han hecho sus antecesores”. Añadió que lo haría los regidores sabían por qué preguntaban— a pesar de tener su capital secuestrado (intervenido judicialmente) por las deudas que dejó su difunto padre y por el pleito sobre la herencia que había entablado su hermano D. Patricio. A causa de esta escasez de fondos se sujetaría a los gastos más esenciales y precisos a la solemnidad del acto. El Ayuntamiento inmediatamente acordó publicar la noticia y pasar aviso al “párroco y al prior del convento y a los sacristanes y personas a cargo de las demás iglesias y ermitas” para que hiciesen repique de campanas. La proclamación se haría el día 1 de diciembre, previniendo a los vecinos que las dos noches anteriores pusiesen luminarias y luces en sus casas. El pendón encabezaría una procesión cívica, estando obligados los vecinos de las calles por donde pasara a poner colgaduras desde por la mañana hasta la caída del sol, bajo multa en contrario de 220 reales.

El recorrido por el pueblo es interesante reproducirlo, porque coincide con el que hoy día siguen las procesiones religiosas —ya no las hay cívicas— mostrando que su antigüedad es varias veces centenaria:

…las calles por donde ha de pasar el real estandarte, que son toda la Plaza, calle Nueva hasta la parroquia, San Juan (lateral Coronación), Pedro Sánchez Guerrero (Dr. Muñoz), Rodrigo de Poyatos (Dr. Carriazo) y desde la salida de ésta la de Don Pedro de Gámez hasta dar la vuelta a la Plaza.

Isabel II fue proclamada reina, pero la negativa a reconocerla por su tío Carlos y sus partidarios ocasionó una terrible guerra civil conocida como Primera Guerra Carlista. En Quesada se vivieron años convulsos y violentos. En 1835 fue capturado y fusilado en la Plaza el carlista Luis Moreno (enlace). Poco después las partidas rebeldes de Morillas, Ruiz, Don Basilio el de Logroño y Tallada trajeron la guerra a la comarca (enlace). Puso fin al enfrentamiento un armisticio, conocido como Abrazo de Vergara, pactado entre los generales Espartero y Maroto en el verano de 1839. A pesar del fin de la guerra, el siglo XIX fue demasiado movido y entretenido como para que llegasen tiempos de calma. El general Baldomero Espartero alcanzó en 1840 la presidencia del Gobierno y obligó a que la reina María Cristina renunciase a la regencia. Espartero, que ostentaba los títulos de príncipe de Vergara y duque de la Victoria por sus éxitos en la guerra civil, fue nombrado por las Cortes Regente del Reino. Estuvo en el cargo poco tiempo, porque en 1843 unas revueltas, que se iniciaron con aires revolucionarios, acabaron dando el poder al partido Moderado que encabezaba el general Narváez, el Espadón de Loja. Espartero se exilió en Inglaterra. Le acompañó en su destierro inglés el quesadeño Francisco Serrano Bedoya, que por entonces era su ayudante de campo.

Tras la salida de Espartero, el reino se quedó sin regente. Narváez y los moderados decidieron tirar por el camino de en medio y las Cortes declararon la mayoría de edad de Isabel y acordaron que jurase la Constitución. La Reina Niña pasaba a ejercer el poder efectivo, todo el que podía ejercer con solo 13 años, con su madre en el exilio y la muy escasa formación que había recibido. Pero esa ya es otra historia y volvemos a Quesada. Isabel II juró la Constitución el 10 de noviembre y dos semanas después, 24 de noviembre, hacia las 9 de la mañana se reunió el Ayuntamiento en pleno para dar lectura a la Real Orden por la que la reina ordenaba que el día 1 de diciembre “en todos los pueblos de la monarquía se verifique según el uso y costumbre” el acto de proclamación “de Su Majestad como reina constitucional de España”. Inmediatamente el Ayuntamiento acordó tomar las disposiciones oportunas para que el acto tuviese todo “el lustre y brillantez con que sea susceptible este vecindario”, dejando constancia de su lealtad y amor a su “adorada Reina”.


Isabel II jurando la Constitución. Obra de José Castelaro
en Museo de Historia de Madrid


Seguía siendo alférez mayor don Hilario del Águila y a él le correspondía alzar el pendón. Este protocolo ya por entonces resultaba arcaico y obsoleto, ajeno completamente al constitucionalismo liberal del momento, pero se respetó y ejecutó por última vez en la forma tradicional. El problema inmediato que se planteó fue que don Hilario estaba ausente, convaleciendo de una enfermedad en un pueblo de “la Mancha de Toledo” y ya no había tiempo material para avisarle y que volviese a Quesada para el día 1.  Por eso se acordó citar a su hermano, don Patricio del Águila, y a don Manuel Velasco, administrador de los bienes de don Hilario. Don Patricio aceptó desempeñar personalmente la ceremonia en nombre de su hermano y Velasco a facilitar los fondos necesarios  —de don Hilario, claro— para la función. Tras nuevas protestas de lealtad y amor a Isabel II, “hija de Cien Reyes y dueña de los corazones de sus súbditos”, se formó una comisión de concejales para que organizasen el programa de actos. El contenido y desarrollo de estos actos se conoce bien porque el flamante secretario municipal, Aquilino Sánchez Molero, levantó acta detallada de su desarrollo y ejecución.

El día 30 de diciembre, como anuncio de la festividad, hubo repique general de campanas desde las 12 hasta las 2 de la tarde. A las 7 de la tarde, con el toque de ánimas, se inició la iluminación general del pueblo con luminarias y luces, “siendo admirable el gusto y simetría” con el que se esmeraron los vecinos, “aún en las casas más pobres”. Para comprender la importancia y novedad de esta iluminación  hay que considerar que no existía alumbrado de ningún tipo, que las noches se pasaban en completa oscuridad —si no había luna llena— y que los escasísimos transeúntes debían llevar su propio farol. En la fachada del edificio del ayuntamiento se había instalado un dosel con un retrato de S.M. cubierto por una gasa. Tras el encendido de las luces, don Manuel Antonio de Alcalá, el alcalde, lo descubrió dando vivas a la Reina y a la Constitución. La Milicia Nacional —fuerza paramilitar de voluntarios, que tenía las funciones que  muy poco después asumió la Guardia Civil—[1]disparó tres descargas de fusil. La música, que estaba en una de las ventanas, interpretó himnos patrióticos entre los vivas y aclamaciones del público. Pasó luego la música a un tablado dispuesto frente al ayuntamiento y allí estuvo tocando “himnos y tocatas muy agradables” hasta las 11, en que concluyeron los actos de ese día. La Milicia Nacional quedó toda la noche “sobre las armas guardando el retrato de Su Majestad”. Seguramente no nos podemos hacer cuenta cabal de la novedad que aquellas celebraciones suponían. Eran acontecimientos que para la mayoría de vecinos se vivían apenas una vez en sus tristes y pobres vidas. Las ocasiones de salir de la rutina eran mínimas. Por eso cuando ocho años antes fue fusilado en la Plaza don Luis Moreno acudieron a ver el espectáculo gentes de toda la comarca.

Amaneció el día de la proclamación, primero de diciembre. La Milicia Nacional hizo el toque de diana con tres descargas de fusilería. A las 9 de la mañana se ofreció en la sala capitular “un convite” a los concejales, vecinos más hacendados, oficiales del Ejército retirados y empleados del Ayuntamiento. El pendón real de Castilla se había colocado en el tablado frente a la casa consistorial, escoltado por la Milicia Nacional. Cuando llegó la hora de misa el alcalde entregó el pendón a don Patricio del Águila, “como representante de su hermano don Hilario, alférez mayor en esta villa”. Se formó una comitiva encabezada por un cabo y cuatro nacionales a caballo y los porteros del Ayuntamiento con “las dalmáticas de damasco encarnado y sus mazas doradas”. Luego el pendón y los invitados a la ceremonia; tras ellos, la música tocando himnos marciales y un piquete de infantería de la Milicia Nacional. Dice el acta que formó el secretario que “el pueblo asistía alborozado a la procesión patriótica”.

          Llegados a la parroquia, el pendón fue recibido por el clero, que lo asperjó e incensó. Bajo palio entró en la iglesia y fue colocado en un dosel instalado en el lado del Evangelio, a su lado derecho don Patricio y al izquierdo el alcalde. El presbítero don Francisco Montijano —que era el maestro de la escuela— fue el encargado de predicar el sermón. A pesar del poco tiempo que había tenido para prepararlo, resultó muy elocuente y se refirió a las circunstancias del momento,  “demostrando el título legítimo e incontestable que nuestra Reina tiene para ocupar como felizmente ocupa el trono de España”. Hay que recordar aquí que se había acabado la guerra civil, pero que los carlistas mantenían vivas las aspiraciones del infante Carlos a ocupar el Trono. Tras la misa se cantó un Te Deum y a su final salió el pendón, de nuevo bajo palio. En la Lonja se efectuó por primera vez la ceremonia de alzamiento y vítores que inmediatamente veremos. Regresó la comitiva a la Plaza y el pendón fue colocado en el tablado, dejándolo a la custodia de la Milicia Nacional mientras todos se iban a comer; cada uno a su casa y por su cuenta.

          A las tres de la tarde se reunieron el Ayuntamiento y los invitados principales en la sala capitular. Llegado el momento salieron a la Plaza, donde el alcalde y don Patricio subieron al tablado. El alcalde tomó el pendón y lo entregó a don Patricio, que se colocó en una de las esquinas de la plataforma, con el alcalde a un lado y el síndico procurador general al otro. Los maceros anunciaron la ceremonia a la multitud congregada gritando en altas voces:

¡Silencio!¡Silencio!¡Silencio!¡Oíd!¡Oíd!¡Oíd!

Don Patricio del Águila, levantando el pendón,  dijo con voz alta y clara:

—¡Castilla!¡Castilla!¡Castilla, ¡Por la Reina nuestra señora doña Isabel Segunda Constitucional!

Y el pueblo, “con la mayor alegría”, contestó:

—¡Que viva!¡Que viva!¡Que viva!

La ceremonia se repitió en las cuatro esquinas del tablado. A quien conozca el ceremonial con el que se celebra en Granada el día de la Toma, cuando se tremola el pendón real, inmediatamente le vendrá la comparación a la cabeza.[2] Y es que tienen muchas cosas en común, pues siguen la misma costumbre y tradición. Ceremonia ya por entonces antigua, y por eso la referencia a Castilla y no a España. El concepto de nación surge con el liberalismo constitucional durante estos años, pero la ceremonia viene de tiempos anteriores, tiempos de reinos y de ahí que se pregone a Castilla, como reino principal de los que formaban la Corona.

Concluido el rito se formó una comitiva que recorrió las principales calles del pueblo, repitiendo en distintos lugares la misma operación y ceremonia que se había efectuado en la Plaza. La encabezaban soldados de caballería de la Milicia Nacional y los dos maceros del Ayuntamiento. A continuación don Patricio del Águila, con su uniforme de caballero maestrante de la Real Maestranza de Ronda, montando un caballo blanco y portando el pendón real. Iba escoltado por el alcalde primero y el síndico, ambos vestidos de negro. Les seguían el Ayuntamiento, presidido por el alcalde segundo don Juan Alférez, y los vecinos principales. Luego la música, que tocaba himnos patrióticos y marchas militares, y la Milicia Nacional de infantería. Cerraba la procesión “una vistosa compañía de vecinos de este pueblo vestidos a lo musulmán, con caballos ricamente enjaezados”.

Dice el acta que se recorrieron las calles “en medio de vivas y voces de regocijo”, alternando con descargas de la milicia y que así volvieron a la Plaza. Subieron al tablado don Patricio, el alcalde y el síndico, acompañados de don Manuel Velasco, el administrador de los bienes del alférez mayor don Hilario del Águila, que era quien corría con los gastos. Desde allí arrojaron a la muchedumbre congregada gran cantidad de monedas y de calderilla, “como en señal de los beneficios que sobre los españoles derramará la Reina”. Concluida esta parte pública de la proclamación, se dirigió la comitiva a la casa de don Patricio, donde fueron “obsequiados con un magnífico ambigú” en el que se ostentó el lujo, “así en la delicadeza de los dulces y bebidas, como en la abundancia”. Después de los brindis “más adecuados” se despidió el Ayuntamiento hasta la noche, en que “las señoras del pueblo” fueron convidadas a un baile “muy lucido”. Con el baile concluyeron los actos de proclamación de Isabel II. El pendón quedó en casa de don Patricio, por ser propiedad de su hermano y familia. El impacto que causó entre los vecinos ya se ha subrayado. Nos podemos imaginar que para el pueblo llano, para los que solo se ocupaban de comer, tanto daba la proclamación de Isabel como la de su tío Carlos. Pero para alguno de los protagonistas no, porque paradójicamente el señor don Patricio del Águila, que con tanta pompa levantó el pendón por la Reina Constitucional, era carlista y en la guerra había servido en las filas del Pretendiente.

Isabel II tuvo un largo, convulso, “castizo” y disparatado reinado. A su alrededor se formó la conocida como Corte de los Milagros, que tan ácidamente satirizó Valle Inclán en una novela del mismo nombre que integra la serie El ruedo ibérico. En 1868 la revolución conocida como La Gloriosa mandó a la soberana al exilio francés para nunca más volver. Entre los generales que encabezaron el movimiento estaba el quesadeño Francisco Serrano Bedoya. El reinado de Isabel II empezó su reinado con las fiestas anteriores. Lo finalizó de forma mucho más austera: el 1 de octubre de 1868 la junta municipal que “por aclamación popular”[3] fue elegida en sustitución del Ayuntamiento, destituido también “por la voz de la inmensa mayoría de la población”, inició la nueva etapa dando “vivas a la libertad y al programa” del “glorioso alzamiento nacional”. Nunca más volvió a levantarse el pendón real, porque la siguiente proclamación fue la de Alfonso XII, treinta años después. Habían pasado tantas cosas que ya no tenía sentido ninguno una ceremonia tan arcaica como esta.

 



[1] Esta Milicia Nacional tenía un carácter político liberal y constitucionalista, como anteriormente lo tuvieron, pero de signo contrario, los Voluntarios Realistas. La Guardia Civil se creó en 1844 por el gobierno moderado de Narváez como cuerpo profesional y “apolítico” en sustitución de la Milicia Nacional.

[2] En la fórmula vigente en la actualidad, el portador del pendón grita tres veces ¡Granada!, siendo respondido cada vez por el público con un ¿Qué? A esto sigue la proclama “Por los ínclitos Reyes Católicos, Don Fernando V el de Aragón y Doña Isabel I de Castilla” y los vítores correspondientes contestados por el público.

 [3] Todos parientes o personajes cercanos al triunfante Serrano Bedoya.


Alabarda, coraza y casco de los "romanos",
en el Ayto. de Quesada.