Isabel II niña. Cruz y Ríos. Academia de San Fernando. |
A las
4 de la tarde del día 24 de octubre de 1830 se reunieron en sesión
extraordinaria los individuos del Ayuntamiento de Quesada. Habían sido
convocados por el alcalde mayor, don José Alcalde Martínez, al objeto de dar
lectura de una carta del Rey fechada en Palacio a 15 de octubre de 1830. En
ella S.M. comunicaba con el protocolo habitual al “Concejo, Justicia,
Regidores, Caballeros, Escuderos, Oficiales y hombres buenos de la villa de
Quesada” que el día 10 la Reina había dado a luz a “una robusta infanta”. Decía
el Rey que este nacimiento colmaba “los ardientes deseos de todos mis vasallos
que suspiraban por la sucesión directa de la corona”. La ansiedad por la
sucesión no parece que afectara mucho a los vecinos, siempre afanados en las
cosas del comer, pero sí y mucho a la Corte. El Rey estaba ya al final de sus
días, en su cuarto matrimonio, sin haber conseguido un heredero. El
Ayuntamiento recibió la noticia con la mayor
satisfacción y placer y ordenó que de inmediato hubiese repique general de
campanas y que por la noche se encendieran luminarias.
Que la infanta María Isabel Luisa fuera heredera y no
heredero no debía suponer problema alguno, porque en la tradición castellana
las mujeres podían ser reinas, como lo fue Isabel I la Católica. Pero los Borbón
eran franceses y a su llegada habían impuesto en 1713 la Ley Sálica que regía
allí y que impedía la sucesión femenina. Fernando VII derogó esta ley en 1830,
tras el nacimiento de su hija, con la llamada Pragmática Sanción. No procede
aquí extenderse mucho en las conspiraciones y enfrentamientos que originó la
Pragmática. Baste con decir que el infante Carlos María Isidro, hermano de
Fernando VII, nunca aceptó la sucesión de su sobrina Isabel. Los partidarios
más extremos del Absolutismo apoyaron a Carlos y de ahí el nombre de carlistas
con el que se les conoció en adelante. Los partidarios de Isabel, encabezados
por su madre la reina consorte María Cristina, consiguieron que, con poco más
de dos años, en junio de 1833 fuese jurada Princesa de Asturias.
El por entonces alcalde mayor, don Francisco Tercero
Luengo, y el Ayuntamiento, quisieron “solemnizar con públicas demostraciones el
memorable acto de la Jura que la Nación ha prestado a la excelsa Princesa Doña
Maña Isabel Luisa”. Al efecto abrieron “una suscripción voluntaria” para
costear tres días de festejos, el 24, 25 y 26 de julio. Principiaron los actos
con una iluminación general: luminarias en la Plaza y luces (velas, candiles, etc.)
en fachadas y calles del pueblo. Destacó la fachada del ayuntamiento, adornada
con “más de mil luces” —parece mucho—, aunque dice la crónica que todos los
vecinos se esmeraron en las suyas. Esta crónica se publicó en el recién creado Boletín
Oficial de la Provincia de Jaén del día 8 de agosto.Añade la noticia del Boletín
que el día 24 hubo “una magnifica función de iglesia y Te Deum”, predicando
el sermón, “un elocuente discurso análogo a las circunstancias”, el párroco don
Cesáreo Aguilera. Terminado el acto religioso desfiló “una comparsa de romanos
elegantemente vestida”, la cual “ejecutó difíciles y preciosas evoluciones
militares” dirigidas por los oficiales retirados D. Domingo Díaz y D. Lorenzo
Vela. Estos “romanos” llevaban sin duda los viejos cascos, alabardas y corazas
del siglo XVI, restauradas en los últimos años por el Ayuntamiento, que usaron
tradicionalmente los “romanos” en las procesiones de Semana Santa. Hubo aquella
segunda noche fuegos artificiales y “un lucido convite”. Amenizaron todos los
actos la orquesta del batallón de Voluntarios Realistas de Úbeda y la capilla
de música de la iglesia parroquial. La crónica, que firman el alcalde mayor y
el párroco, dice que acudieron muchos vecinos de los pueblos cercanos, atraídos
por la noticia “de que esta Villa iba a hacer unos festejos superiores a sus
facultades”. En todo momento reinó “el orden y unión más completa”.
Pero
no podía quedar en esto la cosa. En el Boletín de 7 de septiembre se
publicaron otros actos de los que “por premura” no se había informado antes.
Como no podía ser menos en Quesada, el día 25 se dedicó a una procesión de la
Virgen de Tíscar, “a cuya soberana Imagen acuden estos naturales en sus apuros
y necesidades”. Se pidió a la Virgen que protegiera al Rey y a su descendencia
y que hiciera “vanos los esfuerzos de los que con temeraria osadía intenten
oponerse a sus justas y prudentes determinaciones”. Están evidentemente
hablando de Carlos y de sus seguidores, que rechazaban a Isabel como heredera.
Se había olvidado también mencionar que en los tres días hubo una “decente
limosna” a 36 pobres para “aliviar su indigencia” y que les quedase grato
recuerdo de la ocasión. Finalmente se tuvo la misma “beneficencia” con los
“desgraciados” presos de la cárcel, a los que se sirvió una “espléndida comida”
costeada por el alcalde mayor y el párroco.
Aquella
política de hechos consumados, jurar con tanta premura a Isabel como Princesa
de Asturias, no andaba descaminada, porque Fernando VII estaba en las últimas.
Murió apenas dos meses después de esta celebración, el 29 de septiembre. En las
actas municipales los nacimientos, bodas, defunciones y demás noticias de la
Casa Real se recogían con expresiones solemnes, de alegría o tristeza, y
grandes protestas de lealtad y sumisión al poder real. Por eso llama la
atención que a la muerte de Fernando se le dediquen apenas cinco líneas, que ni
siquiera encabezan el acta del día 10 de octubre, y que estén mezcladas con
asuntos administrativos absolutamente rutinarios.Y es que aquella sucesión fue
especial y no estaba claro si finalmente Isabel alcanzaba el Trono o si un
golpe palaciego conseguía convertir en Rey al pretendiente, el infante Carlos.En
la Corte había mucha prisa por resolver la sucesión, como se comprueba en la
carta de la regente María Cristina, viuda de Fernando y madre de Isabel, que se
leyó por el Ayuntamiento de Quesada, apenas un mes después, el día 31 de
octubre. Mandaba la Reina Gobernadora que se proclamase a Isabel II “levantando pendones en su nombre”. Se debía de
hacer “a la mayor brevedad, aunque no se hayan hecho las exequias de Don
Fernando”. Es decir, sin respetar el luto oficial ya que no había tiempo que perder.
Alzar pendones al inicio de cada reinado era una
ceremonia muy antigua, de origen medieval. No era exclusiva de la Corona de
Castilla pues también se hacía en Granada, donde se levantaban en la puerta de
Bibalbonud o de los Estandartes al inicio de cada reinado. Siendo una ceremonia
tan antigua y tradicional, se regía por un protocolo en consonancia. En Quesada
el encargado de levantar el pendón real era el alférez mayor de la villa. Era
este un cargo hereditario que equivalía al de jefe militar del pueblo. En 1833
había perdido todo contenido, pero se mantenía a estos efectos protocolarios.
Lo era en este tiempo don Hilario del Águila Cano. El Ayuntamiento le pasó
recado, por ser a él “a quien
corresponde levantar el Real pendón”, para que contestase si aceptaba o
rechazaba el encargo. La posibilidad de rechazar el honor venía de que quien
levantaba el pendón debía costear todos los gastos aparejados a la celebración.
Presentado D. Hilario, aceptó el honor y dijo que lo haría “a sus expensas y de
sus propios bienes y caudales como lo han hecho sus antecesores”. Añadió que lo
haría —los regidores sabían por qué preguntaban— a
pesar de tener su capital secuestrado (intervenido judicialmente) por las
deudas que dejó su difunto padre y por el pleito sobre la herencia que había
entablado su hermano D. Patricio. A causa de esta escasez de fondos se
sujetaría a los gastos más esenciales y precisos a la solemnidad del acto. El
Ayuntamiento inmediatamente acordó publicar la noticia y pasar aviso al
“párroco y al prior del convento y a los sacristanes y personas a cargo de las
demás iglesias y ermitas” para que hiciesen repique de campanas. La
proclamación se haría el día 1 de diciembre, previniendo a los vecinos que las
dos noches anteriores pusiesen luminarias y luces en sus casas. El pendón
encabezaría una procesión cívica, estando obligados los vecinos de las calles
por donde pasara a poner colgaduras desde por la mañana hasta la caída del sol,
bajo multa en contrario de 220 reales.
El recorrido por el pueblo es interesante reproducirlo,
porque coincide con el que hoy día siguen las procesiones religiosas —ya no las
hay cívicas— mostrando que su antigüedad es varias veces centenaria:
…las calles por donde ha de pasar el real estandarte, que
son toda la Plaza, calle Nueva hasta la parroquia, San Juan (lateral Coronación), Pedro Sánchez Guerrero (Dr.
Muñoz), Rodrigo de Poyatos (Dr. Carriazo) y desde la salida de ésta
la de Don Pedro de Gámez hasta dar la vuelta a la Plaza.
Isabel II fue proclamada reina, pero la negativa a
reconocerla por su tío Carlos y sus partidarios ocasionó una terrible guerra
civil conocida como Primera Guerra Carlista. En Quesada se vivieron años
convulsos y violentos. En 1835 fue capturado y fusilado en la Plaza el carlista
Luis Moreno (enlace). Poco después las partidas rebeldes de Morillas, Ruiz, Don
Basilio el de Logroño y Tallada trajeron la guerra a la comarca (enlace). Puso
fin al enfrentamiento un armisticio, conocido como Abrazo de Vergara, pactado
entre los generales Espartero y Maroto en el verano de 1839. A pesar del fin de
la guerra, el siglo XIX fue demasiado movido y entretenido como para que
llegasen tiempos de calma. El general Baldomero Espartero alcanzó en 1840 la
presidencia del Gobierno y obligó a que la reina María Cristina renunciase a la
regencia. Espartero, que ostentaba los títulos de príncipe de Vergara y duque
de la Victoria por sus éxitos en la guerra civil, fue nombrado por las Cortes
Regente del Reino. Estuvo en el cargo poco tiempo, porque en 1843 unas
revueltas, que se iniciaron con aires revolucionarios, acabaron dando el poder
al partido Moderado que encabezaba el general Narváez, el Espadón de Loja.
Espartero se exilió en Inglaterra. Le acompañó en su destierro inglés el
quesadeño Francisco Serrano Bedoya, que por entonces era su ayudante de campo.
Tras la salida de Espartero, el reino se quedó sin
regente. Narváez y los moderados decidieron tirar por el camino de en medio y
las Cortes declararon la mayoría de edad de Isabel y acordaron que jurase la
Constitución. La Reina Niña pasaba a ejercer el poder efectivo, todo el que
podía ejercer con solo 13 años, con su madre en el exilio y la muy escasa
formación que había recibido. Pero esa ya es otra historia y volvemos a
Quesada. Isabel II juró la Constitución el 10 de noviembre y dos semanas
después, 24 de noviembre, hacia las 9 de la mañana se reunió el Ayuntamiento en
pleno para dar lectura a la Real Orden por la que la reina ordenaba que el día 1 de diciembre “en todos los
pueblos de la monarquía se verifique según el uso y costumbre” el acto de
proclamación “de Su Majestad como reina constitucional de España”.
Inmediatamente el Ayuntamiento acordó tomar las disposiciones oportunas para
que el acto tuviese todo “el lustre y brillantez con que sea susceptible este
vecindario”, dejando constancia de su lealtad y amor a su “adorada Reina”.
Isabel II jurando la Constitución. Obra de José Castelaro en Museo de Historia de Madrid |
Seguía siendo alférez mayor don Hilario del Águila y a él
le correspondía alzar el pendón. Este protocolo ya por entonces resultaba
arcaico y obsoleto, ajeno completamente al constitucionalismo liberal del
momento, pero se respetó y ejecutó por última vez en la forma tradicional. El
problema inmediato que se planteó fue que don Hilario estaba ausente,
convaleciendo de una enfermedad en un
pueblo de “la Mancha de Toledo” y ya no había tiempo material para avisarle y
que volviese a Quesada para el día 1. Por eso se acordó citar a su hermano, don
Patricio del Águila, y a don Manuel Velasco, administrador de los bienes de don
Hilario. Don Patricio aceptó desempeñar
personalmente la ceremonia en nombre de su hermano y Velasco a facilitar los
fondos necesarios —de don Hilario,
claro— para la función. Tras nuevas protestas de lealtad y amor a Isabel II,
“hija de Cien Reyes y dueña de los corazones de sus súbditos”, se formó una
comisión de concejales para que organizasen el programa de actos. El contenido
y desarrollo de estos actos se conoce bien porque el flamante secretario
municipal, Aquilino Sánchez Molero, levantó acta detallada de su desarrollo y
ejecución.
El día 30 de diciembre, como anuncio de la
festividad, hubo repique general de campanas desde las 12 hasta las 2 de la
tarde. A las 7 de la tarde, con el toque de ánimas, se inició la iluminación
general del pueblo con luminarias y luces, “siendo admirable el gusto y
simetría” con el que se esmeraron los vecinos, “aún en las casas más pobres”. Para
comprender la importancia y novedad de esta iluminación hay que considerar que no existía alumbrado
de ningún tipo, que las noches se pasaban en completa oscuridad —si no había
luna llena— y que los escasísimos transeúntes debían llevar su propio farol. En
la fachada del edificio del ayuntamiento se había instalado un dosel con un
retrato de S.M. cubierto por una gasa. Tras el encendido de las luces, don
Manuel Antonio de Alcalá, el alcalde, lo descubrió dando vivas a la Reina y a
la Constitución. La Milicia Nacional —fuerza paramilitar de voluntarios, que
tenía las funciones que muy poco después
asumió la Guardia Civil—[1]disparó
tres descargas de fusil. La música, que estaba en una de las ventanas,
interpretó himnos patrióticos entre los vivas y aclamaciones del público. Pasó
luego la música a un tablado dispuesto frente al ayuntamiento y allí estuvo
tocando “himnos y tocatas muy agradables” hasta las 11, en que concluyeron los
actos de ese día. La Milicia Nacional quedó toda la noche “sobre las armas
guardando el retrato de Su Majestad”. Seguramente no nos podemos hacer cuenta
cabal de la novedad que aquellas celebraciones suponían. Eran acontecimientos
que para la mayoría de vecinos se vivían apenas una vez en sus tristes y pobres
vidas. Las ocasiones de salir de la rutina eran mínimas. Por eso cuando ocho
años antes fue fusilado en la Plaza don Luis Moreno acudieron a ver el
espectáculo gentes de toda la comarca.
Amaneció el día de la proclamación, primero de
diciembre. La Milicia Nacional hizo el toque de diana con tres descargas de
fusilería. A las 9 de la mañana se ofreció en la sala capitular “un convite” a
los concejales, vecinos más hacendados, oficiales del Ejército retirados y
empleados del Ayuntamiento. El pendón real de Castilla se había colocado en el
tablado frente a la casa consistorial, escoltado por la Milicia Nacional.
Cuando llegó la hora de misa el alcalde entregó el pendón a don Patricio del
Águila, “como representante de su hermano don Hilario, alférez mayor en esta
villa”. Se formó una comitiva encabezada por un cabo y cuatro nacionales a
caballo y los porteros del Ayuntamiento con “las dalmáticas de damasco
encarnado y sus mazas doradas”. Luego el pendón y los invitados a la ceremonia;
tras ellos, la música tocando himnos marciales y un piquete de infantería de la
Milicia Nacional. Dice el acta que formó el secretario que “el pueblo asistía
alborozado a la procesión patriótica”.
Llegados a la parroquia, el pendón fue
recibido por el clero, que lo asperjó e incensó. Bajo palio entró en la iglesia
y fue colocado en un dosel instalado en el lado del Evangelio, a su lado
derecho don Patricio y al izquierdo el alcalde. El presbítero don Francisco
Montijano —que era el maestro de la escuela— fue el encargado de predicar el
sermón. A pesar del poco tiempo que había tenido para prepararlo, resultó muy
elocuente y se refirió a las circunstancias del momento, “demostrando el título legítimo e
incontestable que nuestra Reina tiene para ocupar como felizmente ocupa el
trono de España”. Hay que recordar aquí que se había acabado la guerra civil,
pero que los carlistas mantenían vivas las aspiraciones del infante Carlos a
ocupar el Trono. Tras la misa se cantó un Te Deum y a su final salió el pendón,
de nuevo bajo palio. En la Lonja se efectuó por primera vez la ceremonia de
alzamiento y vítores que inmediatamente veremos. Regresó la comitiva a la Plaza
y el pendón fue colocado en el tablado, dejándolo a la custodia de la Milicia
Nacional mientras todos se iban a comer; cada uno a su casa y por su cuenta.
A las tres de la tarde se reunieron el
Ayuntamiento y los invitados principales en la sala capitular. Llegado el
momento salieron a la Plaza, donde el alcalde y don Patricio subieron al
tablado. El alcalde tomó el pendón y lo entregó a don Patricio, que se colocó
en una de las esquinas de la plataforma, con el alcalde a un lado y el síndico
procurador general al otro. Los maceros anunciaron la ceremonia a la multitud
congregada gritando en altas voces:
—¡Silencio!¡Silencio!¡Silencio!¡Oíd!¡Oíd!¡Oíd!
Don Patricio del Águila, levantando el pendón, dijo con voz alta y clara:
—¡Castilla!¡Castilla!¡Castilla, ¡Por la Reina
nuestra señora doña Isabel Segunda Constitucional!
Y el pueblo, “con la mayor alegría”, contestó:
—¡Que viva!¡Que viva!¡Que viva!
La ceremonia se repitió en las cuatro esquinas
del tablado. A quien conozca el ceremonial con el que se celebra en Granada el
día de la Toma, cuando se tremola el pendón real, inmediatamente le vendrá la
comparación a la cabeza.[2]
Y es que tienen muchas cosas en común, pues siguen la misma costumbre y
tradición. Ceremonia ya por entonces antigua, y por eso la referencia a
Castilla y no a España. El concepto de nación surge con el liberalismo
constitucional durante estos años, pero la ceremonia viene de tiempos
anteriores, tiempos de reinos y de ahí que se pregone a Castilla, como reino
principal de los que formaban la Corona.
Concluido el rito se formó una comitiva que
recorrió las principales calles del pueblo, repitiendo en distintos lugares la
misma operación y ceremonia que se había efectuado en la Plaza. La encabezaban
soldados de caballería de la Milicia Nacional y los dos maceros del Ayuntamiento.
A continuación don Patricio del Águila, con su uniforme de caballero maestrante
de la Real Maestranza de Ronda, montando un caballo blanco y portando el pendón
real. Iba escoltado por el alcalde primero y el síndico, ambos vestidos de
negro. Les seguían el Ayuntamiento, presidido por el alcalde segundo don Juan
Alférez, y los vecinos principales. Luego la música, que tocaba himnos
patrióticos y marchas militares, y la Milicia Nacional de infantería. Cerraba
la procesión “una vistosa compañía de vecinos de este pueblo vestidos a lo
musulmán, con caballos ricamente enjaezados”.
Dice el acta que se recorrieron las calles “en
medio de vivas y voces de regocijo”, alternando con descargas de la milicia y
que así volvieron a la Plaza. Subieron al tablado don Patricio, el alcalde y el
síndico, acompañados de don Manuel Velasco, el administrador de los bienes del
alférez mayor don Hilario del Águila, que era quien corría con los gastos.
Desde allí arrojaron a la muchedumbre congregada gran cantidad de monedas y de
calderilla, “como en señal de los beneficios que sobre los españoles derramará
la Reina”. Concluida esta parte pública de la proclamación, se dirigió la
comitiva a la casa de don Patricio, donde fueron “obsequiados con un magnífico
ambigú” en el que se ostentó el lujo, “así en la delicadeza de los dulces y
bebidas, como en la abundancia”. Después de los brindis “más adecuados” se
despidió el Ayuntamiento hasta la noche, en que “las señoras del pueblo” fueron
convidadas a un baile “muy lucido”. Con el baile concluyeron los actos de
proclamación de Isabel II. El pendón quedó en casa de don Patricio, por ser
propiedad de su hermano y familia. El impacto que causó entre los vecinos ya se
ha subrayado. Nos podemos imaginar que para el pueblo llano, para los que solo
se ocupaban de comer, tanto daba la proclamación de Isabel como la de su tío
Carlos. Pero para alguno de los protagonistas no, porque paradójicamente el
señor don Patricio del Águila, que con tanta pompa levantó el pendón por la
Reina Constitucional, era carlista y en la guerra había servido en las filas
del Pretendiente.
Isabel II tuvo un largo, convulso, “castizo” y
disparatado reinado. A su alrededor se formó la conocida como Corte de los
Milagros, que tan ácidamente satirizó Valle Inclán en una novela del mismo
nombre que integra la serie El ruedo ibérico. En 1868 la revolución
conocida como La Gloriosa mandó a la soberana al exilio francés para nunca más
volver. Entre los generales que encabezaron el movimiento estaba el quesadeño
Francisco Serrano Bedoya. El reinado de Isabel II empezó su reinado con las
fiestas anteriores. Lo finalizó de forma mucho más austera: el 1 de octubre de
1868 la junta municipal que “por aclamación popular”[3] fue elegida en sustitución
del Ayuntamiento, destituido también “por la voz de la inmensa mayoría de la
población”, inició la nueva etapa dando “vivas a la libertad y al programa” del
“glorioso alzamiento nacional”. Nunca
más volvió a levantarse el pendón real, porque la siguiente proclamación fue la
de Alfonso XII, treinta años después. Habían pasado tantas cosas que ya no
tenía sentido ninguno una ceremonia tan arcaica como esta.
[1] Esta Milicia Nacional
tenía un carácter político liberal y constitucionalista, como anteriormente lo
tuvieron, pero de signo contrario, los Voluntarios Realistas. La Guardia Civil
se creó en 1844 por el gobierno moderado de Narváez como cuerpo profesional y
“apolítico” en sustitución de la Milicia Nacional.
[2] En la fórmula vigente en la actualidad, el portador del pendón grita tres veces ¡Granada!, siendo respondido cada vez por el público con un ¿Qué? A esto sigue la proclama “Por los ínclitos Reyes Católicos, Don Fernando V el de Aragón y Doña Isabel I de Castilla” y los vítores correspondientes contestados por el público.
[3] Todos parientes o personajes cercanos al triunfante Serrano Bedoya.
Alabarda, coraza y casco de los "romanos", en el Ayto. de Quesada. |