Hubo
en Quesada dos conventos, uno de frailes y otro de monjas, ambos de la Orden de
Predicadores, es decir, dominicos. Del convento de frailes, titulado de San
Juan Evangelista, ha quedado memoria incluso fotográfica, pues no fue derribado
hasta finales de los años cuarenta del pasado siglo. Del convento de dominicas
de Nuestra Señora de los Remedios, desaparecido mucho antes, apenas queda más
recuerdo que la calle conocida como Callejón de las Monjas. Como ocurre en
otros casos del patrimonio urbano perdido, solo es posible reconstruir su
ubicación y estructura partiendo de los datos aportados por los documentos que
se refieren a ellos para después, en una especie de arqueología de callejero,
situarlos en el actual plano del pueblo.
1.-
Los dos conventos de Quesada
El
convento de San Juan se fundó, según Nicolás Navidad que ha estudiado el tema,
por el capitán Juan Negrillo en 1542. El capitán Negrillo participó activamente
en las campañas militares del norte de África tras la conquista de Granada,
destacando en la campaña de Bugía y en el Peñón de Argel.[1] Según el mismo autor es
probable que el convento de las monjas también fuera fundado por el mismo
capitán en torno a esos años. Los dos conventos se instalaron extramuros, en la
entonces zona de expansión que creció tras el final de la guerra de Granada y
el cese de los peligros militares. La ubicación del de los frailes se
correspondía con la actual plaza de la Coronación, y en la manzana entre esta y
el Callejón de las Monjas el de las dominicas. La presencia de los dominicos
tuvo sin duda un impacto grande en el pueblo y su prior gran relieve en la vida
política local. Ya a los pocos años de su fundación, durante la sublevación
morisca de 1568-1571, fray Luis de Prados, superior del convento, fue
comisionado ante las autoridades políticas y militares para defender distintas
peticiones del Ayuntamiento relacionadas con aquella guerra.[2]
En
1752 el convento estaba compuesto, según su prior fray Miguel de Atencia, por
ocho frailes sacerdotes y cuatro legos. A su servicio tenían dos fámulos, un
mozo para el campo y un pastor. Se mantenía el convento del fruto de sus
tierras, en su mayoría arrendadas y repartidas por casi todo el término. Las
rentas anuales ascendían a algo más de 25.000 reales. En estas rentas estaban
incluidos los réditos de censos a su favor (préstamos) y limosnas de memorias
(cargas que los finados dejaban sobre alguna de sus propiedades para que los
herederos destinasen una cantidad a misas y sufragios). Estos 25.000 reales
permitían a los frailes una existencia acomodada, sobre todo porque estaban
exentos de tributos y contribuciones. Pero tampoco era una cantidad exorbitante
pues por ejemplo, el tendero y vendedor de aguardiente Francisco Candial, con
establecimiento en la calle Nueva, conseguía anualmente 4.000 reales. Por su
parte el vecino más rico del pueblo, don Atanasio de Alcalá, se embolsaba más
de 50.000 rr.[3]
No era
un convento especialmente rico, en nada comparable a los grandes conventos de
Úbeda o Baeza. Tanto es así que cuando en 1810 debieron ceder, como todos los vecinos,
la mitad de los objetos de plata que poseían para financiar la guerra contra
Napoleón, entregaron “un copón mediano y otro más chico, como una taza, dos
cálices con sus patenas y cucharas y una lámpara con las cenas falsas”.[4] Aunque seguramente escondieron
parte del inventario, como todos los vecinos, no parece gran cosa. Seguramente
a causa de esa cierta precariedad, cuando en 1835 de decretó la supresión de
los conventos que tuviesen menos doce frailes profesos, el de San Juan Bautista
de Quesada fue uno de los afectados. Los frailes se trasladaron a otros
conventos de la orden y sus propiedades pasaron a formar parte de los Bienes
Nacionales para amortizar deuda pública. Quedó vacío y sin uso el gran caserón,
aunque su iglesia continuó abierta pero dependiendo como ayuda de la parroquia.[5] Muy poco después, mientras
las partidas carlistas de Don Basilio y Tallada acosaban el pueblo, en 1838, la Junta de enajenación
de conventos cedió al Ayuntamiento el piso alto del claustro para la
instalación de las escuelas públicas. En 1843 se autorizó a que en las partes
bajas de dicho claustro se instalasen las paneras (silos de cereal) del Pósito.
En este
conjunto de edificaciones que formaban el antiguo convento había dos elementos
singulares: la torre de la esquina suroeste del claustro y un salón en la
planta baja del claustro, dando a la Cuesta de San Juan, que tuvo diferentes
usos. La torre, que hoy estaría casi sobre la carretera, frente a la Explanada,
era conocida como Torre del Reloj pues en ella se instaló el reloj público
hacia mediados de siglo. Este reloj era el único medio que tenía los vecinos que no poseyesen uno propio de
saber la hora en la que vivían. En el extremo de la torre se hizo una pequeña
terraza con un templete, en el que se puso una campana que marcara las
horas. El reloj público estuvo en la torre hasta que fue demolida en 1949,
trasladándose entonces a la fachada del Ayuntamiento.
El
pequeño salón de la parte baja del claustro tuvo distintos usos. En un
principio fue destinado a local municipal para reuniones. Allí se celebró la
asamblea de vecinos convocada en 1869 para debatir y proponer alternativas al
sistema tradicional de leva de soldados conocido como la "Contribución de Sangre".[6] Durante la I República se
cedió al maestro don Antonio Redondo para que instalase en él un colegio de
segunda enseñanza, proyecto fallido tras el cual el salón comenzó a usarse como
teatro. En 1900 se arrendó a la Sociedad Lírico-dramática La Lira, de la que
pocas noticias quedan, y en 1909
salió a subasta, quedando en manos de Manuel Marín, que lo usó como local de
espectáculos. En él se proyectaron las primeras películas en Quesada. Mantuvo
este uso hasta que a principios de los años 20 se inauguró el cine-teatro
Chueca, en el actual número 12 de la Plaza. Tras perder esta utilidad, en 1922
fue cedido a la empresa de transporte que realizaba el servicio con la estación
de Los Propios, de Manuel Marín, que lo utilizó como garaje. En 1928 el
Ayuntamiento le exigió que desalojara el local, lo que no se llevó a cabo hasta
1931 por el primer ayuntamiento republicano. Se adecentó y fue usado desde
entonces como lo que llamaríamos hoy local de usos múltiples, es decir, para cualquier
necesidad municipal, incluida la de colegio electoral.
Fotografía de Juan de Mata Carriazo hacia 1929-1930 Fondo Carriazo. Universidad de Sevilla |
Como
antes se dijo, el primer uso del edificio tras la exclaustración de los
frailes, fue el de escuelas. Se instalaron tres en las galerías de la primera
planta del claustro. Siempre estuvieron en mal estado por estar en un caserón
viejo, bastante insalubre y de
complicado y caro mantenimiento. Ya en 1890 el maestro (y pintor) Isidoro Bello
denunció su mal estado,
especialmente el de la escuela que pegaba a la torre del reloj. En 1894 se
clausuraron temporalmente por el estado ruinoso de las escaleras. En varias
ocasiones se volvieron a cerrar por constituir, especialmente los
retretes, un foco infeccioso. En 1936 el inspector provincial de 1ª Enseñanza amenazó al Ayuntamiento con
su cierre por el pésimo estado que presentaban. Estas escuelas estuvieron en
uso al menos hasta 1945. Desde las ventanas de la escuela que daban al sur
pintó Zabaleta algunas de sus vistas del Jardín. También, en 1928, desde estas
ventanas hizo Juan de Mata Carriazo una preciosa foto del Jardín nevado que
años después llevó al lienzo Zabaleta.
El
mercado de Quesada se montaba históricamente en la Plaza, por no remontarnos
tiempos medievales en que se hacía en la Plaza Vieja o de la Lonja. Cuando en
1878 se construyó el jardín, que entonces llamaron paseo, nivelando el suelo y
plantando árboles, se planteó el serio problema de que las mercancías se tenían
que pregonar y vender por las calles, lo que originaba todo tipo de problemas y
molestias. En 1883 se habló de instalar el mercado en la plaza que resultaría
del derribo de la iglesia de Madre de Dios de la Soledad y su cementerio anejo
(sin uso desde 1855).[7] La idea no cuajó y se
puso la vista en el claustro del convento, donde estaban las paneras del Pósito, que ya tenían poco uso
porque este hacía cada vez menos préstamos en grano y más operaciones en efectivo.
Hubo un primer intento de usar el claustro como mercado en agosto de
1873, y fue a propuesta del concejal Manuel Antonio de Alcalá (hermano de Ángel
Alcalá Menezo). Lo impidió la ambigüedad de su propiedad (del Estado o del
Ayuntamiento), algo difícil de aclarar en tiempos tan tumultuosos. Pero
finalmente fue en el claustro del convento donde se instaló la plaza de abastos
y allí se mantuvo hasta los años cuarenta del siglo pasado. Situado en medio
del pueblo, la plaza de abastos se constituyó rápidamente en uno de los centros
de la vida local. En su recinto se dieron también grandes mítines políticos,
como el organizado por la CNT el 11 de noviembre de 1932 y que protagonizó el
famoso anarquista Mauro Bajatierra.[8]
Cuando
se clausuró el convento la iglesia siguió abierta, usándose como ayuda de
parroquia. Tenía una sola nave con pequeñas capillas en sus laterales y con el
altar mayor situado aproximadamente sobre el que luego fue primitivo museo
Zabaleta. En el pie de la nave, dando con el claustro, había un pequeño
campanario. La entrada a la iglesia para los fieles estaba más o menos frente
al actual bar Capri. Estuvo en uso hasta finales de los años veinte, cuando se
abandonó por amenaza de inminente ruina. Hacia 1930 ya había perdido el techo y
estaba reducida a cuatro paredes y al campanario. Se convirtió en una especie
de escombrera, solo usada por los zagales para jugar al fútbol con pelotas de trapo. En varias ocasiones los
vecinos se quejaron de su estado y exigieron al Ayuntamiento que la saneara.[9] La demolición completa de
las ruinas no se produjo hasta 1946.
Sobre
el antiguo museo había unas viejas casas muy deterioradas que habían
pertenecido al convento y que ahora eran de propiedad municipal. Ya en 1878 se
intentaron vender, lo que no se consiguió por la oposición del gobernador. Se
instaló allí una de las escuelas de niñas, que se mantuvo hasta bien entrado el
siglo XX. El solar de estas casas se intentó aprovechar varias veces para que
el Estado construyese nuevas escuelas. Sobre este y sobre el solar de la
iglesia se llegó a aprobar un proyecto de grupo escolar y viviendas de maestros,
que no llegó a ejecutarse por el estallido de la guerra civil.[10]
En 1949 se derribaron el claustro, las escuelas
y la plaza de abastos, con lo cual quedó completamente expedito el espacio en
el que se construyó el jardinillo de la Plaza de la Coronación y más
tarde el primitivo Museo Zabaleta.
Interior de la iglesia del convento de San Juan. 1925 La foto corresponde a la boda de Tomás Malo Marín y Carmen Carriazo Arroquia. La hizo seguramente su hermano Juan de Mata. |
Del
convento de las monjas dominicas de Nª Sª de los Remedios hay mucha menos
información porque desapareció hace más de doscientos años. Como antes se dijo
citando a Nicolás Navidad, probablemente se fundó por el capitán Negrillo a
mediados del siglo XVI. En 1752 esta comunidad era más numerosa que la de los
frailes y estaba compuesta por trece monjas de velo negro y otras siete de velo
blanco (asistentes). Contaban con un criado para la cosa del campo y un pastor.
Algunas de las monjas pertenecían a las familias de más abolengo del pueblo,
como la propia priora sor Leonor Amador, su hermana Mauricia, Dª Isabel Marcela
de Bedoya o Dª Ana Serrano. El convento disfrutaba de unas rentas anuales de
unos 15.000 reales procedentes de sus tierras y de los intereses de censos a su
favor. Pero además, las monjas mantenían capital propio procedente de la dote
con la ingresaban. Había mucha diferencia entre unas y otras, pero algunas disfrutaban de un patrimonio bastante
holgado, como la propia priora, que disfrutaba una renta de 3.000 reales
anuales.[11]
El
convento tenía aneja una pequeña iglesia o ermita dedicada a Santa Catalina,
Santa Catalina de Siena, mística dominica con gran predicamento en la orden.
Estaba situada en la esquina del convento que da a la plazuela que aún hoy
lleva su nombre. Tenía esta iglesia una pequeña dotación de bienes para el
mantenimiento de su fábrica. En 1752 estos bienes rentaban 450 reales anuales y
los administraba D. Bernabé Morata, teniente de cura de la parroquia de Tíscar
y su santuario (que no vivía en Tíscar,
sino en esa plaza de Santa Catalina).
La situación del convento no debía ser muy
boyante ya por estos años y además se habían producido algunos escándalos que
obligaron a intervenir a la Inquisición de Córdoba. Entre ellos, la implicación de
varias monjas en el proceso por solicitación (proposiciones carnales
aprovechando la intimidad de la confesión) que sufrió fray Martín Troyano,
confesor de las monjas, que mantuvo chanzas y conductas indecorosas con varias
de ellas en el locutorio.[12] También tuvo que
intervenir la Inquisición por la denuncia de prácticas supersticiosas y
curanderismo de dos de ellas, sor Julia Serrano y sor Felipa de Lara.[13] Por todo esto la orden
dominica renunció al convento,
que en 1761 pasó a depender de la jurisdicción eclesiástica ordinaria, es
decir, el Arzobispado de Toledo por vía del vicario de Cazorla. Poco
aguantó el arzobispo a las hermanas y en 1786 consiguió licencia de Carlos III
para su clausura definitiva.
Las
monjas dominicas fueron trasladadas al convento de religiosas agustinas de
Cazorla. Con ellas y para su manutención iban los bienes de la comunidad,
tierras, casas y censos. Esto dio origen a un largo pleito sobre su propiedad
entre el Ayuntamiento de Quesada y las agustinas de Cazorla, una vez que a
principios del siglo XIX habían muerto todas las monjas procedentes del
convento de dominicas. Fue un pleito largo y complicado, directamente afectado
por las vicisitudes del momento: invasión francesa, Constitución de Cádiz,
vuelta del absolutismo… Explicado aquí alargaría demasiado la narración y
merece la pena dedicarle más tiempo en mejor ocasión.
2.- El
expediente y pleito por el callejón de los conventos
Como
ya se ha dicho, el convento de frailes ocupaba el espacio de la actual Plaza de
la Coronación y museo viejo. Entre ambos había un pequeño callejón muy estrecho,
de unos dos metros (poco más de dos varas), al que daban las tapias del
convento de monjas y las ventanas de las dependencias de los frailes. Era un
paso inmundo y solitario, apropiado para toda clase de excesos y torpezas,
entre las que no eran menores las escatológicas que podemos imaginar. Esta
situación originaba a los frailes grandes inconvenientes. No así a las monjas,
pues su convento solo daba al callejón por tapias sin puertas ni ventanas. Las
iniciativas que tomaron los dominicos dejaron un abundante testimonio escrito
que sirve, además de para conocer su historia, para aclarar la disposición de
los conventos sobre el espacio urbano. Este callejón del que hablamos se
corresponde con el lateral izquierdo de la plaza de la Coronación.
En el
cabildo del día 5 de enero de 1736 se tuvo conocimiento de un memorial
presentado por el prior del convento de San Juan al Ayuntamiento. Solicitaban
los frailes que se les cediese “la calle sucia que media y divide el convento
suplicante del de sus religiosas”. Alegaban en su favor que lo excusado y
estrecho del callejón, donde no había vecindario, facilitaba la comisión de
torpezas y era “fermento de algunos escándalos” que atentaban contra el Bien
Cristiano. Atentaba también contra el “bien político”, pues estando tan
próximo a la Plaza se había convertido en un depósito de inmundicias. Las
ventanas de la sacristía, refectorio y cocina daban a este callejón y
cuando se abrían se introducía un “intolerable hedor”. Para solucionar el
problema pidieron que se les cediese el callejón para poder tapiar sus extremos
e impedir el acceso y paso por el mismo. Eran estos extremos por un lado la
cuesta de San Juan y por el otro la esquina de la iglesia de las monjas, Santa
Catalina. No se perjudicaría con ello
el bien público, pues a causa de sus lamentables características no se
utilizaba para el tránsito común. Añadían los frailes que, si se les concedía
este cierre, les fuese permitido coger piedras de la muralla para construir las
tapias.
El
Ayuntamiento, presidido por el entonces corregidor don Miguel Jacinto de Rueda,
acogió como ciertos los argumentos de los frailes, pues el callejón “no es de
uso a la república por lo trasmano y excusado del comercio y antes sí solo
sirve de perjuicio para la salud pública”. Se acordó ceder a perpetuidad su
propiedad al convento de San Juan para que lo cerrase y tapiase. Se conseguiría
además de esta suerte que “quede la calle y plazuela de Santa Catalina en
perfección cuadrada para la hermosura y aseo de la república y que de esta
suerte se eviten los inconvenientes que quedan expuestos de inmundicias en el
centro de la república y ofensas de Dios”.[14] Respecto a las piedras
de la muralla, se les dio
permiso para usar “la piedra que se haya rodada de la muralla en las
cuestas, sin que en ningún caso se use ni toque a la piedra sita en las
murallas que se hallan en pie”.
Como
antes se dijo, la orden dominica renunció al convento de las monjas, que quedó en manos del
Arzobispado de Toledo. Para obtener alguna utilidad de él, pensando ya en
derribarlo y construir casas para alquilar, el arzobispo ordenó al
vicario, marzo de 1762, que procediese inmediatamente a la apertura del
callejón. Los frailes comprendieron lo que se les venía encima. Un convento de
pueblo poco podía hacer frente al inmenso poder de la Sede Primada. La solución
estaba en involucrar al Ayuntamiento, que estaba sujeto a la jurisdicción real
y no a la eclesiástica.
El 23
de enero de 1763 se presentó en el cabildo el muy reverendo padre fray Ángel de
Lucena, prior del convento de San Juan Evangelista. Informó el prior de la
intención del vicario del arzobispo de abrir el callejón. Dijo fray Ángel que
esta decisión no correspondía a la jurisdicción eclesiástica sino a la Real
Justicia, que administraba en nombre de S.M. el Ayuntamiento. Por eso y para
evitar la intromisión del vicario del arzobispo propuso devolver al pueblo la
propiedad del callejón que le había sido cedida en 1736. De esta manera volvería
a ser una vía pública y su apertura o cierre de competencia exclusiva del
Ayuntamiento. El cabildo aceptó sin reservas el ofrecimiento y así se aprobó.
Pocos años después, en 1779, se reforzaron las tapias que cerraban el callejón
por ambos extremos y se escribió en ellas la siguiente frase: “este callejón se ha tapado por providencia de buen
gobierno año de 1779”.
En
1786 se clausuró definitivamente el convento de Nª Sª de los Remedios y sus
monjas fueron trasladadas al de las agustinas de Cazorla. De inmediato las
agustinas por mano de Luis Rodríguez, su representante en Quesada, procedieron
a la demolición del convento, construyendo en su lugar “casas proporcionadas y
habitables” a fin de obtener una renta con su alquiler. Tres de las nuevas
casas tenían sus puertas dando al callejón y mientras este no se abriese no se
podrían habitar. Por eso, el 27 de junio de 1787, se presentó por el
representante de las agustinas de Cazorla un escrito al Ayuntamiento
solicitando la inmediata apertura del callejón. Nada más tener noticia, el
convento de San Juan contestó con otro escrito firmado por el entonces prior,
fray Pedro de Duero y dos frailes, fray Juan González y fray Francisco
Montesinos. En este escrito recordaban las graves causas que originaron el
cierre del callejón y los perjuicios que
se seguirían de su reapertura. La sacristía, refectorio cocina y despensa daban
al callejón y eran de una sola
planta, por lo que no se podían elevar sus ventanas.
Pocos días después, 30 de junio, se
reunió el cabildo para tratar este expediente. El Ayuntamiento no podía
oponerse a que las agustinas edificaran en suelo propio, pero por otra parte eran conscientes de los
perjuicios de la completa apertura del callejón. Por ello adoptaron una
solución que coincidía con la propuesta que habían hecho los frailes. De
un lado concedió “libertad y permiso para
que se haga la apertura del callejón que se expresa por la parte que tiene y da
salida a la plazuela de Santa Catalina de esta población para que por el
referido sitio tengan comercio los vecinos que hayan de transitar las casas
nuevamente construidas”. De otro acordó
que desde la puerta de la tercera y última casa construida por las agustinas,
el callejón siguiese cerrado hasta “el extremo que sale a la cuesta de San
Juan”, quedando para uso y desahogo de los frailes. De esta manera las
agustinas podrían alquilar las casas pero el callejón solo se utilizaría por
sus vecinos y no volvería a ser lugar de paso, escándalo y desahogo de vientres
y vejigas. Como inmediatamente veremos, esta disposición se mantuvo al menos
hasta mediados del siglo XIX.
El callejón tras el acuerdo del Ayuntamiento de 1787 |
3.- Los conventos sobre el plano del pueblo
Como antes se dijo, en 1949 se derribó la torre del reloj
y el claustro del convento, utilizado como plaza de abastos y escuelas. El
aspecto de esta zona central del pueblo cambió para siempre siendo, con algunas
reformas, el que hoy conocemos. Existen
unas cuantas fotografías del edificio que permiten conocer su aspecto exterior.
En el Fondo Carriazo de la Universidad de Sevilla se conserva una fotografía
hecha desde la Explanada una mañana de ferias. Su fecha debe ser 1930 o algún
año inmediato anterior (la bandera de los puestos tiene la banda central doble
de ancha que las exteriores, es decir, no es la republicana). En el centro
destaca la torre del reloj con una placa en la parte baja con el nombre de la plaza, entonces General Serrano
Bedoya. A la izquierda de la fachada que daba a la Cuesta de San Juan se ve un
portón por el que se accedía al local que fue teatro. A la derecha de la torre aparece
el otro portón por el que se accedía a la plaza de abastos, y encima las
ventanas de una de las escuelas. Un poco más a la derecha, el campanario de la
iglesia y a continuación la iglesia, que ya está en ruinas. Solo permanece en
pie el fondo de la nave, sobre el altar mayor. También se aprecia la
puerta de entrada, que daba a la entonces llamada calle de San Juan.
No hay ningún plano del
edificio donde aparezca su distribución interior, que hay que deducir de las
fotografías, de las cortas alusiones en los documentos y de las pocas noticias transmitidas por las personas que lo conocieron. Sin embargo, y muy
curiosamente, sí hay una fotografía aérea. Pertenece a la serie A del llamado
Vuelo Americano. A finales de la Segunda Guerra Mundial Estados Unidos,
exultante vencedor, se dedicó a cartografiar y fotografiar casi toda Europa,
evidentemente con fines de control militar. La fotografía de Quesada es de
mediados de 1946, cuando todavía no se había derribado el claustro. La
fotografía es analógica y de escasa resolución, pero sirve para ver lo que
quedaba del edificio. Se observa con toda claridad el claustro, y se distinguen
(mal) la dos torres, la del reloj y la del campanario. Alineado con el lateral
derecho de Coronación, el solar de la iglesia en el que aún se distingue el
paredón, todavía en pie, que separaba la nave de la iglesia de las dependencias
que daban al famoso callejón (sacristía, refectorio cocina), de las que parece
no quedar nada, apenas el solar. En el extremo que más tarde ocupó el museo hay
otro solar que en su día se correspondería con otras dependencias del convento
(corrales, cuadras…). En este solar es donde se construyó una casa que servía
de escuela de niñas.
"Vuelo Americano" de 1946 en el que se aprecia el claustro y los restos de la iglesia del convento |
El plano más antiguo de Quesada del que hay conocimiento
es el levantado por Coello a mediados del siglo XIX para el apéndice
cartográfico del Diccionario Geográfico y Estadístico de Madoz. Su fecha, que
no consta en él, es de 1850 aproximadamente. A pesar de lo avanzado que fue
Coello para su época, el plano no guarda una fidelidad estricta a las
proporciones y dimensiones, aunque resulta bastante aproximado. Sirve desde
luego para comprobar la posición de los distintos elementos urbanos. En el
plano está dibujada la iglesia del convento y marcada la manzana con el número
2 de las entradas explicativas. Dice literalmente esta: “exconvento de
dominicos de San Juan Evangelista, ayuda de parroquia, teatro y escuela pública
de niños”. Todavía no hay referencia al mercado que, como se ha visto, se
instaló allí en las últimas décadas del siglo.
Si se observa detalladamente el plano, se ve cómo el callejón a que nos venimos
refiriendo está cerrado en su extremo de la Cuesta de San Juan. Sin embargo,
por la parte de Santa Catalina existe una calle sin salida de escaso recorrido.
Se corresponde esta disposición con el acuerdo salomónico que tomó el
Ayuntamiento en 1787: abrir una parte del callejón para permitir la entrada a
las casas construidas por las agustinas y dejar cerrado el resto para beneficio
del convento de dominicos. Esta situación se mantuvo, a juzgar por este
plano, al menos hasta mediados del siglo XIX.
Detalle del plano de Coello, hacia 1850. |
El
siguiente plano conocido de Quesada es el levantado por el Instituto Geográfico
y Estadístico en 1896. En él aparece el callejón completamente abierto, con el
nombre de Calle de las Escuelas, pues el acceso a estas estaba, desde que se
instaló en el claustro la plaza de abastos, en una puerta lateral que daba a
esa calle. Ni en este ni en el anterior hay rastro alguno del convento de las
monjas, pues ya se ha visto que hace más de doscientos años que se derribó y transformó en viviendas. En un
primer momento se edificaron tres casas en el callejón y seguramente también
otras más que daban a las calles que rodean la manzana y que en el expediente
del pleito no se citan por no estar afectado su acceso por el cierre del callejón.
Cuando en 1813 el administrador de Bienes Nacionales hizo inventario de
los procedentes de las dominicas relaciona “como unas 20 viviendas en el
convento”.
Detalle del plano del Instituto Geográgico, 1896. |
El
convento de las dominicas ya era cosa antigua y casi olvidada para los quesadeños
del siglo XIX. Apenas quedaba el nombre de la plaza de Santa Catalina, que aún
permanece. El de los frailes permaneció en pie hasta hace no demasiadas
décadas. Su estampa, la de la torre del reloj dominando el espacio de la Plaza, forma parte de los recuerdos
de los vecinos y vecinas de más edad. Uno de ellos era mi padre, a quien hace
tiempo convencí para que escribiera sus recuerdos a modo de “gimnasia mental”.
Se crió en una casa de la entonces calle del Convento o de San Juan y en
su infancia jugó entre las ruinas del antiguo convento.
Según recordaba, en el patio porticado, el claustro, estaba la plaza de abastos como ya sabemos. Encima había tres escuelas. La que daba a la Explanada y carretera era la de D. Rafael Torres, en la que él aprendió a leer y escribir. La que daba a la calle de las Escuelas, de D. Hilario Montiel y la tercera, dando al jardín, la de D. Ángel Cobos. La otra galería servía de pasillo. A continuación estaba el campanario de la antigua iglesia, “que se conservaba bastante bien, solo faltaba la puerta de entrada; aunque parece que se tocaran las campanas desde abajo, por no existir ningún resto de escaleras y ser muy estrecha”. A continuación, frente al bar Capri, “la puerta de entrada en forma de arco y con tres escalinatas de piedra que sobresalían algo en la calle”. Esta pared a la calle de San Juan estaba en pie, pero el tejado estaba hundido, “hecho ripios y tierra en el suelo”. La pared que separaba la iglesia de las dependencias de sacristía, refectorio y cocina (que él confunde con una segunda nave) también estaba en pie y tenía arcos y hornacinas. Entre este paredón y “el callejón de las mierdas” (sic.) quedaba solo un solar, pero recuerda que “había al principio una casa de una planta que la habitaba el Ollero, que hacía churros; supongo que sería, en tiempos, la casa del sacristán o algo así“. No era la casa del sacristán, sino como ya sabemos las dependencias citadas. También recordaba que el final de la nave de la iglesia, la que mira a la sierra, tenía en pie parte de la construcción y que a continuación estaba un solar vacío donde se amontonaban palos, que decían era para postes de la luz y del recién introducido teléfono.
Añade finalmente una curiosidad deportiva: “Los partidos de fútbol entonces
eran en las ruinas de la iglesia del convento, con pelota de trapo y cobro de
la entrada a perra gorda; los equipos eran el Andaluz, que capitaneaba Felipe
Carrasco, y el Invencible, que capitaneaba yo”. No me he resistido a reproducir
el nombre corriente del callejón, de las mierdas, que por entonces se llamaba oficialmente
de las Escuelas o calle Numancia. Muestra este nombre popular el auténtico
problema que tenían los frailes con aquel espacio. Las torpezas, ofensas y
escándalos a los que se referían los priores no debían ser de origen carnal (en
el sentido sexual), cosa entonces improbable, sino más bien referentes a alguna pelea y sobre todo a las
evacuaciones al amparo de la soledad y estrechez del lugar. De ahí el insoportable
hedor cuando abrían las ventanas. Pero hubiera sido inapropiado que los
reverendos padres llegaran a estos detalles escatológicos en sus escritos al
Ilustre Ayuntamiento. Aunque todos sabían de lo que hablaban.
[1] Nicolás Navidad
Jiménez. Juan Negrillo, un capitán quesadeño del siglo XVI. En Revista
de Ferias 2022.
[2] Juan de Mata Carriazo Arroquia. La guerra de los moriscos vista desde una plaza fronteriza (Extractos de las actas capitulares de Quesada). En REVISTA DE ESTUDIOS DE LA VIDA LOCAL . AÑO VI mayo-junio. 1947. núm. 33.
[3] Catastro de Ensenada. Volumen 7886 - Memoriales de eclesiásticos. AHP Jaén.
[4] AHN. DIVERSOS-COLECCIONES,111,N.27
[5] Gaceta de 29 de abril de 1835
[6] Pleno municipal de 18 de abril de 1869
[7] Pleno municipal de 4 de noviembre de 1883
[8] La Tierra 11 de noviembre de 1932
[9] Pleno municipal de 20 de julio de 1935
[10] Gaceta de la República de 11 de julio de 1936
[11] Ensenada, Óp. cit.
[12] AHN.INQUISICIÓN,3723,Exp.24
[14] Hay que advertir aquí que el uso del término república, en su sentido etimológico de “cosa pública”, era bastante común y no tenía las connotaciones que más tarde le añadió la Revolución Francesa.
Muy interesante no sabía que teníamos conventos en quesada , me encanta la todo lo escrito , gracias
ResponderEliminarExcelente información ,gracias .
ResponderEliminar