"Arzipreste de las Yglesias del adelantamiento de Cazorla y partido de Quesada y también es notario deel Santo Oficio" |
En la segunda mitad del siglo XVIII el Santo Oficio ya no era lo
que había sido. Ni tenía el poder que tuvo ni inspiraba el terror que inspiró
ni sus actividades eran las que fueron. De la persecución de herejes y
judaizantes había pasado a dedicarse a la censura de libros y a la defensa de
los fueros de sus muchos familiares y colaboradores.
En el portal de archivos
PARES, están disponibles dos expedientes relacionados con actuaciones de la
Inquisición en Quesada. Ambos están exentos de dramatismo, quizás por esa
consideración que se hacía en el párrafo de arriba. Y en ambos se refleja la
vida en Quesada y su entorno durante la segunda mitad del siglo XVIII. Una vida
pobre y rural, donde apenas sucedía otra
cosa que las continuas disputas entre facciones para conseguir el control del concejo y de los cargos municipales.
Disputas y querellas en una comunidad pequeña y cerrada donde no hay otra forma
de progreso y mejora que el uso de las instituciones locales y donde el futuro
no está en crear algo sino en apropiarse de las cosas ya creadas.
Queda el segundo caso para
próxima ocasión. Ahora toca el primero de ellos que trata de un pleito originado,
aparentemente, por la pelea entre un herrero y el arcipreste de la villa de
Quesada pero que en realidad tiene como trasfondo la enemistad que a este le
tienen el vicario de Cazorla y el párroco de Quesada. Es una pelea entre
eclesiásticos, son enemistades y
enfrentamientos entre clérigos. Excepto algunos secundarios, todos los
intervinientes son curas. Porque al igual que los civiles se enfrentan y pelean
por los cargos municipales, los clérigos hacen lo mismo por los cargos y poderes
eclesiásticos. Y de fondo está esa Inquisición que ya apenas asusta, a la defensiva
casi, que tiene que esforzarse para que otros
ministros de la Iglesia no pasen por encima de los fueros y derechos de sus miembros.
Los sucesos ocurren en 1757,
en los últimos años del rey Fernando VI, recién caídos Ensenada y Carvajal que son sustituidos
en el ministerio por Ricardo Wall. Las incipientes reformas ilustradas no han
cambiado en nada la vida de estas villas
rurales. La Iglesia tiene un poder político y económico determinante, con un
número elevadísimo de eclesiásticos. En Quesada, cinco 5 años antes de estos
sucesos, había según el catastro de Ensenada once clérigos mayores y tres
clérigos menores, un convento dominico con ocho frailes sacerdotes y tres legos
y otro convento de dominicas con diez monjas. Un pequeño ejército que sumado a
los de Cazorla y demás villas de la comarca constituían una
numerosa corporación dentro de la que el afán de poder, las enemistades y las
conspiraciones eran frecuentes como entre sus vecinos laicos. Su jerarquía y organización interna era amplia y
complicada. El vicario de Cazorla representaba al arzobispo mandando en su
representación sobre todos los asuntos que fueran competencia del mismo. A su
alrededor tenía una curia de clérigos auxiliares, escribanos etc. Por debajo de
él pero con facultades no exactamente delimitadas estaba el arcipreste,
nombrado por el arzobispo y con
facultades sobre las iglesias y parroquias del adelantamiento y del partido de
Quesada (que no eran la misma cosa). Por debajo de ellos en cada villa había un
cura propio y párroco con sus clérigos auxiliares. Esto fue lo que sucedió:
JUAN
FRANCISCO ESMENOTA. 1757
Juan Francisco Esmenota era
clérigo de menores y "Arzipreste de las Iglesias del adelantamiento de
Cazorla y partido de Quesada". Era, además, notario de la Inquisición y tenía "su Casa y avitación en la
dicha villa de Quesada". Al parecer Esmenota tuvo unas diferencias con un albéitar y herrero llamado Pedro Candial que
terminaron con un garrotazo de este al primero. A causa del enfrentamiento se
abrieron diligencias por la justicia real y posteriormente por el tribunal
eclesiástico del vicario de Cazorla. Pero al ser el arcipreste miembro del
Santo Oficio tenía condición de aforado y derecho a que su causa se viese por
tribunal de la Inquisición y no por otro. El expediente publicado en el portal de
archivos trata del recurso que el arcipreste hace en este sentido al tribunal
inquisitorial de Córdoba y de las averiguaciones que se hicieron sobre el terreno.
El término de Quesada a mediados del siglo XVIII (clic para ampliar) |
La denuncia se había presentado contra el herrero y autor de la agresión pero también contra el párroco de Quesada don Lucas Martín del Aguila y contra dos notarios de la curia eclesiástica de Cazorla. El tribunal de Córdoba mandó a Quesada a un tal Nicolás Tauste que era comisario de la Inquisición. El 31 de agosto tomó declaración a los testigos: Una tal Juana de Atencia, soltera de 53 años y vecina del denunciante, dijo que sólo había oído como "avía este tenido cierta desazón con el Albeytar Candial" pero no añadió mayor precisión. El médico Joseph Tortosa dijo que se limitó a examinar el brazo izquierdo del arcipreste comprobando "por su oficio que avía señales de compresión estrema". Otros ocho testigos interrogados confirmaron que hubo "desazón" pero nada dijeron sobre el "palo que este (el herrero) le dio". Nadie se quería comprometer declarando abiertamente contra el herrero lo que no deja de sorprender pues a un arcipreste se le supone mucho más poder en la vida local que a semejante oficial. La razón era que detrás del herrero había, como enseguida se confirmará, gente principal. También es interesante comprobar como los testigos a pesar de toparse con la Inquisición, no muestran espanto,mostrándose poco colaborativos con su comisionado.
El
origen de las diferencias se conoce por la declaración de Antonio Cozar, de 18
años natural de Baeza y criado del arcipreste.
Pero solo declara sobre el incidente inicial y nada sobre la pelea y estacazo
que al parecer no presenció.
Según
Cozar, cierto día llevó a herrar el caballo de su amo a casa de Francisco
Moreno que era su herrero habitual, pero se encontró con que no estaba. No obstante y como era preciso el
arreglo porque su amo tenía que salir, se acercó a casa del albéitar Pedro
Candial quien reconoció al caballo y presupuestó el trabajo necesario en cuatro
cuartos. Le preguntó Candial al criado si llevaba el dinero encima
contestándole este que no, que no lo llevaba porque no sabía cuanto iba a
necesitar. Es entonces cuando el herrero le dice que se vaya y que vuelva con
el dinero si quiere que le haga el arreglo. No le fiaba. Al replicarle que su
amo era persona de crédito, el albéitar le contestó: "anda que no conozco
yo al Rey sino por la moneda". Cozar tuvo que volver a casa del amo,
contarle lo sucedido y regresar con el caballo y los cuatro cuartos. Por el momento acabó la cosa.
Era
previsible que al arcipreste Esmenota no le sentara bien que el albeitar le
exigiera el pago por adelantado, lo que era un desprecio público y más en persona
de su cargo y dignidad. En algún momento se encontró con el herrero y debieron
discutir. En la refriega subsiguiente Candial le asestó un estacazo en el brazo
izquierdo.
Terminó la ronda de declaraciones sin que ningún testigo declarase expresamente
la agresión. Sin embargo Juana, la vecina soltera, debió darle cosa quedar
mal con el arcipreste, de manera que le contó que ella había testificado
anteriormente, como todos los demás testigos, al juez civil y que su testimonio
había sido "mas cercano a la verdad" por no haberse perjudicado
"por el transcurso del tiempo". Tardó poco el arcipreste en dar
cuenta al comisario Tauste de la existencia de esas diligencias de la justicia ordinaria, tomando el comisario dos
decisiones. De una parte remitir al Tribunal de
Córdoba las declaraciones que había recogido en Quesada y de otra
requerir al Corregidor de Cazorla, Don Andrés Donoso, en quien paraban dichas diligencias, para que se las
entregase bajo pena de excomunión y multa. Además, requería que la justicia
ordinaria se inhibiese del caso por afectar a persona aforada del Santo Oficio.
El
corregidor Donoso contestó que no le constaba que en la causa hubiera aforado del
Santo oficio pero que en cualquier caso estaba dispuesto a que, sin entregar
las diligencias, se sacase copia de los
testimonios para que así ninguna jurisdicción se viera mermada. Por el mismo
corregidor conoce Tauste que el vicario de Cazorla ha iniciado por la parte
eclesiástica otro proceso para el mismo asunto. En consecuencia manda a su
ayudante el comisario Oliz para que vaya e inste al notario Joseph Fernández, “de
la curia eclesiástica de Cazorla”, que entregue las diligencias que se hubieran
abierto. En los clérigos del arzobispo de Toledo ya no encontraron la postura
conciliadora del corregidor. El citado Joseph le contestó que sólo las entregaría
si se lo mandase su juez y que en cualquier caso él no las tenía por estar en
poder del vicario don Antonio Macarulla. El vicario a su vez se niega a
entregar las diligencias porque no le constaba que afectasen a ningún ministro del Santo oficio como no le constaba que Esmenota fuera tal.
Mientras
tanto en Quesada, los acontecimientos se precipitaron. El herrero Candial había
estado provocando al arcipreste "poniéndosele delante con risas" y
haciéndole “menciones injuriosas” sobre su negativa a trabajarle si no pagaba
por adelantado. Pero no sólo él. El prior y párroco de Quesada, don Lucas
Martín del Águila junto a los demás clérigos de la villa, también le provocaron
haciendo burlas diciéndose entre ellos frases del tipo ¿cuando nos vamos para
Córdoba (al Tribunal de la Inquisición)? ¿cuantos sambenitos harán falta?, burlas
y gracias “en manifiesto desprecio del Santo Oficio”. El acoso llegó a tal
grado que el párroco y sus partidarios corrieron por las calles al arcipreste con
ánimo de apresarlo de manera que no tuvo mas remedio que huir a caballo camino
de Baeza. Al cruzar Toya todavía lo perseguían los parciales del párroco. Todo esto sucedió el día primero de
septiembre por la tarde. Al otro día, de mañana, el sacristán Agustín Ramírez
entregó a una criada del arcipreste la notificación de que había sido
excomulgado en virtud del proceso eclesiástico que se seguía contra él en
Cazorla. El párroco hizo pública la excomunión comunicándola al pueblo durante
la misa.
Cuando
llegaron a Córdoba noticias de cómo no se respetaba la jurisdicción del Santo
Oficio, “mandaron librar letras” contra el vicario para que antes de veinte
días entregase el proceso y se inhibiese del mismo y después absolviese de la
excomunión a Esmenota. En caso contrario sería excomulgado y multado con doscientos
ducados. Vuelve Tauste a Cazorla con
este encargo. Lo hizo sobre las nueve de la noche del día cuatro de octubre. Nada
más llegar preguntó si estaba el vicario en la villa y le contestaron que
si. Pero el vicario, sabedor de esta
nueva comisión, al día siguiente muy de mañana se ausentó de la villa dejando
como teniente (sustituto) a don Francisco Almansa. El teniente Almansa requerido
por el comisario Tauste siguió una táctica dilatoria diciendo que el no era
abogado y que necesitaba consultar a uno.
Luego que el propio requerimiento del tribunal de Córdoba le daba veinte días
de plazo, etc. Igualmente que él no
podía absolver al arcipreste por que según el literal del requerimiento la
absolución sería subsiguiente a la inhibición y esta no se daría hasta el
citado plazo, etc… Tauste comunicó al tribunal el “desprecio con que el
Vicario, su theniente y otros trataban la jurisdicción del Santo Officio” y
“que le parecia no tenian allí sujeccion al tribunal por ser gentes indomitas”
En
Córdoba, a la vista de estas actitudes volvieron a librar “nuevas letras” para
que el vicario en un nuevo y menor
plazo, con multa de cuatrocientos escudos y otras penas “al arbitrio del
Tribunal” absolviese a Esmenota y se inhibiese del caso. Esta vez el encargado de la comunicación fue
fray Luis de Molina, trinitario de la ciudad de Baeza, quien “paso a Cazorla y en 29 de octubre
entre 10 y 11 de la mañana hizo saber al Vicario Macarulla el despacho, estando
los dos solos y el respondio bastante ayrado” Desobedecer una tercera vez al
Santo Oficio hubiera sido demasiado incluso en esos tiempos de manifiesta
decadencia.
De
manera que el arcipreste de Quesada estaba enfrentado al párroco, supuesto
subordinado, que eran también “beneficiado” de los bienes de la parroquia y era
el “jefe natural” del resto de clérigos de la villa. Al párroco lo apoyaba el
vicario de Cazorla representante máximo del arzobispo de Toledo en todas las
villas de la vicaría. Una querella de clérigos en la que no intervienen las
autoridades civiles siendo la actitud de la única implicada, el Corregidor,
conciliadora y neutral. Las razones de la enemistad no se tratan en el expediente
judicial pero es de imaginar que no fueran de índole teológico sino de poder y
de bienes.
Por
otra parte es destacable el poco respeto que inspira la pertenencia del
arcipreste Esmenota al Santo Oficio. El temor reverencial, el terror, que
inspiró el Tribunal en su momento en poco había quedado. En su lugar chanzas y
dilaciones.
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