domingo, 27 de febrero de 2022

LA GUERRA DE CRIMEA VISTA DESDE QUESADA

 

Sitio de Sebastopol por los aliados (B.N.)


Las trágicas circunstancias actuales que ha originado la invasión rusa de Ucrania son una buena excusa para recordar a un singular personaje quesadeño del siglo XIX, hoy completamente olvidado. Al mismo tiempo esta invasión nos trae la desagradable sorpresa de que cosas que pensábamos que estaban superadas, que pertenecían a un pasado lejano, vuelven a presentarse y a cambiar nuestra vida diaria. Ha ocurrido con la epidemia del COVID y ahora con esta guerra de aires antiguos en la que las potencias, los imperios, disputan partidas de ajedrez en las que los peones que se sacrifican son los pueblos afectados, nunca los jugadores. Es la primera vez que un artículo de este blog se escribe al hilo de la actualidad. Ojalá no se repita porque las ocasiones de la historia normalmente no han sido agradables.

El personaje al que me refiero es don Santiago Vicente García, natural y vecino de Quesada y el episodio que le afecta la llamada Guerra de Crimea. En 1853 el Imperio Ruso se enfrentó al decadente Imperio Turco con la excusa de la custodia de los Santos Lugares de Jerusalén. Las potencias occidentales, Inglaterra y Francia pero también Austria-Hungría, recelaban del crecimiento y expansión del Imperio Ruso, lo que les hizo intervenir en apoyo de los turcos. La guerra duró tres años y se desarrolló fundamentalmente en la península de Crimea, donde desembarcaron ingleses y franceses poniendo largo asedio a Sebastopol. Fue guerra muy cruenta y repleta de episodios tremendos como la batalla de Balaclava y la carga de la brigada de caballería ligera, décadas después llevada al cine. Fue la primera guerra en la que se utilizó la fotografía.

España, que no pintaba nada en el panorama internacional, fue muy seguida. El corte de las exportaciones rusas (ucranianas) de cereales produjo un fuerte aumento en el precio del trigo, lo que benefició a los grandes productores españoles pero encareció la vida de la gente humilde. En 1856 se firmó la paz y las potencias se repartieron las piezas del tablero con la vista puesta en las siguientes partidas. Es lo que se ha hecho desde el principio de los tiempos y lo que se seguirá haciendo. Hasta la completa extinción de la especie seguirán jugando al ajedrez.

En 1854 Quesada era una villa pobre, perdida y aislada en un rincón de una provincia de segundo orden. No existían carreteras, malos caminos conducían a Peal, Cazorla y, por la recien independizada Huesa, a Guadix y Granada. El jardín no existía, la plaza era un espacio abierto, sin árboles, donde se celebraba el mercado. El cementerio estaba junto a la ruinosa ermita de Madre de Dios, hasta el año siguiente no se inauguró el “nuevo” (en donde hoy día está el colegio Virgen de Tíscar). La situación política, como siempre en el siglo XIX, estaba muy animada. En junio, la Vicalvarada (rebelión del general O´Donnell) da paso al llamado Bienio Progresista que acabará, como la Guerra de Crimea, en 1856. De resultas de la revolución, en Quesada se proclama la antigua constitución liberal de 1837 el día 24 de julio. El general Serrano Bedoya, que estaba encarcelado, es liberado y nombrado gobernador militar de Zaragoza. Pero las cosas no andaban bien por el pueblo. La cosecha de aceite había sido muy mala y fue preciso importarlo, para el consumo diario, de los pueblos de la Loma. Las noticias sobre la epidemia de cólera morbo eran cada vez más alarmantes. A final de agosto se formó una Junta de Sanidad para prevenir la epidemia, en noviembre los concejales se negaron a ir a Jaén para negociar con el gobernador los cupos de impuestos, porque en la capital el cólera ya hacía estragos. Apenas había agua en la (única) fuente pública del pueblo, a final de año fue necesario iniciar las obras para traer agua desde el Chorradero y Melgar.

Santiago Vicente García pertenecía a una familia establecida en Quesada en 1823 cuando su padre, Manuel Vicente Moreno, fue nombrado alcalde mayor por la Chancillería de Granada. La familia se integró rápidamente en la vida del pueblo. Su hermana Ángela se casó con el rico propietario Juan Antonio Conde. Su hermano Manuel ejerció de abogado y fue comisionado de la Diputación en los expedientes de separación y división de términos de Huesa (de Quesada) y Peal (de Cazorla). Santiago Vicente fue afrancesado en su juventud y más tarde liberal. En 1831, viviendo en Sevilla, se vio implicado en uno de los terribles episodios represivos de Fernando VII. Detenido e interrogado por la policía, delató al coronel Bernardo Márquez, liberal y héroe de la guerra contra los franceses en Jaén. Márquez fue fusilado y Santiago, convertido en traidor, se refugió en Quesada. Este episodio cambia completamente su ideología y militancia política. A la muerte de Fernando VII empieza a simpatizar con los carlistas. Cuando en 1838 el Ayuntamiento evacuó el pueblo ante la inminente entrada de las facciones carlistas, Santiago fue nombrado, junto al párroco, para la comisión que debía recibirlos y mediar con los rebeldes como próximo a ellos.

Para mediados de siglo, que es el momento que nos ocupa, don Santiago estaba volcado en la enseñanza y había alcanzado el cénit de su carrera como autor de libros de texto que fueron utilizados en colegios e institutos de toda España durante muchos años. En 1852 publicó Gramática latina con cuadros sinópticos para facilitar su estudio, en 1854 Gramática de la Lengua Española y también Instrucción religiosa, en 1855 Examen crítico de la nueva gramática castellana de la Real Academia Española y en 1856 Lecciones preliminares para el estudio de las ciencias. Los periódicos de aquellos años están llenos de anuncios de sus obras, figurando en los boletines oficiales como autorizadas oficialmente para la enseñanza. Seguramente es uno de los quesadeños cuyos libros más se han vendido y distribuido por todo el país, cosa más que notable teniendo en cuenta que vivía en ese pueblo remoto y aislado del que ya hemos hablado.


Una de las obras de Santiago Vicente


Políticamente, y también en lo religioso, don Santiago se convirtió en un furibundo integrista. Colaboró asiduamente en el ultramontano diario La Esperanza,  órgano de la extrema derecha carlista que se había reintegrado a la legalidad tras el Abrazo de Vergara y el fin de la primera guerra civil. En la Hemeroteca Nacional Digital se dice de este periódico que con el subtítulo “periódico monárquico”, es la más importante cabecera de la prensa absolutista española del siglo XIX, como órgano oficioso del carlismo. Don Santiago Vicente murió en Quesada en mayo de 1856. En su necrológica La Esperanza dijo:

El 18 del actual falleció, a la edad de 74 años, en su pueblo, la villa de Quesada, provincia de Jaén, nuestro apreciable amigo el Sr. D. Santiago Vicente García, escritor aventajado, humanista y filósofo distinguido.

Don Santiago tuvo calle en Quesada hasta 1931, la histórica calle Rodrigo de Poyatos. El 23 de junio de aquel año el nuevo ayuntamiento republicano acordó que la calle Santiago Vicente pasase a llamarse oficialmente Doctor Carriazo y así sigue al día de hoy. Desde entonces Santiago Vicente García fue completamente olvidado en su pueblo; antigua costumbre quesadeña esta del olvido de la que hasta ahora solo se han librado (veremos en el futuro) Zabaleta, San Sebastián y la Virgen de Tíscar.


Anuncio en Diario oficial de avisos de Madrid. 27 de enero de1855. 


Santiago Vicente fue un personaje que se salía la norma, un mirlo blanco en aquel abandonado pueblo del siglo XIX. No solamente escribió, en Quesada, libros con los que estudiaron alumnos de todo el país, sino que en La Esperanza publicó numerosos artículos, todos en la línea integrista del periódico. Destacan dos sobre actualidad política internacional (¡En Quesada, en aquel tiempo!): Costumbres de los antiguos rusos y cambios que han experimentado, de 22 de abril de 1854 y Origen del Imperio Otomano, de 24 de junio del mismo año. Se refieren ambos a la Guerra de Crimea, recién iniciada, y eran de rabiosa actualidad. Sorprende el conocimiento histórico de don Santiago así como la información que manejaba sobre lo que sucedía a varios miles de kilómetros de Quesada y su comprensión de la geopolítica europea del momento. Evidentemente se posiciona a favor del Imperio Ruso, al que ve como paladín de la cristiandad en lucha contra los musulmanes turcos a los que apoyan las potencias liberales, Inglaterra y Francia, preocupadas solo por lo material, por el negocio y el poder (en Francia mandaba Napoleón III que, al menos en lo político, muy liberal no era, pero bueno).

La Guerra de Crimea en la que España permaneció neutral (apenas se envió una comisión informativa a Turquía al mando del general Prim), sí produjo enconados debates entre la prensa conservadora y la progresista. Los sectores más liberales apoyaban a los aliados (Inglaterra, Francia y Turquía), los conservadores integristas a Rusia (Sirva esto para que los desinformados de los unos y los otros se enteren que la Unión Soviética ya no existe y de que los sueños húmedos de Moscú de nuevo pasan por ser la “Nueva Roma” que encabece la civilización cristiana y la defienda de la decadencia occidental, algo que sí sabe toda la extrema derecha europea; aquí somos algo más catetos). En la presentación del primero de los artículos de don Santiago, la redacción de la Esperanza lo explica muy bien:

También el Sr. D. Santiago Vicente García ha querido contribuir con su erudición y talento a dilucidar más, si es posible, la cuestión turco-rusa, objeto principal, en el día, de nuestras polémicas con los periódicos liberales. Suyo es el notabilísimo artículo que a continuación insertamos: artículo en que nuestros lectores verán magistralmente descritos, no solo el carácter y la situación del pueblo ruso, que la imparcialidad liberal pinta con colores de antropófago y sepultado en la más infeliz servidumbre; sino los principios que reglan en Europa la gobernación musulmana que nuestros humanitarios civilizadores presentan como tipo de tolerancia; sino el estado en que cuatro siglos ha se encuentran, bajo la dominación turca, los cristianos que el liberalismo algodonero de Occidente, por el hecho de haber quedado cautivos ayer, halla justo, según la sentida expresión del Sr. García, continúe siéndolo hoy, continúen siéndolo siempre!

(…)

Por nuestra parte, una sola es la convicción que nos cumple expresar después de haber leído el artículo del Sr. García-, a saber: el que tenemos por moralmente imposible que un pueblo tan morigerado, tan sencillo, tan obediente, tan caritativo, tan religioso como el pueblo ruso, deje de entrar más tarde o más temprano en el gremio de la verdadera Iglesia de Jesucristo, en el gremio de la Iglesia católica.

Es el único pero que se le puede poner a los rusos, que son ortodoxos. Pero La Esperanza defiende la autorizada opinión de don Santiago: fue liberal, es culto y sabio y como se morirá pronto no tiene mayores intereses personales en la cuestión:

Como sabemos de antemano que los liberales no son hombres capaces de reducirse al silencio, a que, en su caso, nos reduciríamos nosotros de vergüenza, quedamos con viva curiosidad de saber qué es lo que, a la vista de tan verídico y expresivo cuadro, responden. De todos modos debemos advertirles que al señor D. Santiago Vicente García no pueden tacharle, ni de oscurantista, puesto que ha pertenecido a la escuela liberal, ni de ignorante, puesto que es uno de los hombres más instruidos y más despejados de España, ni de mal intencionado, puesto que desgraciadamente se halla en una edad y en una situación en que no puede considerar muy lejano el momento de dar a Dios cuenta de sus acciones.

En el primero de los artículos, Costumbres de los antiguos rusos, y cambios que han experimentado, don Santiago repasa la historia rusa desde la conversión al cristianismo ortodoxo-griego. Hace un encendido y apasionado elogio de la sencillez y virtud cristianas de las costumbres rusas (El pueblo ruso, con especialidad en las clases inferiores, es el más devoto de la Europa). Reproduce la opinión del poeta alemán Paul Fleming (que participó en embajadas germanas a Rusia), cuyo fondo ideológico no es preciso comentar:

En una nación, que llaman bárbara, he hallado verdaderos hombres. El paisano ruso no discurre sobre la libertad, y es realmente libre en su alma: es rico, porque no experimenta ninguna necesidad: goza de buena salud, y vive contento en la pequeña cabaña que ha construido él mismo, y lo pone a cubierto de la lluvia y del frío: penetrado de confianza en el Ser Supremo, trabaja alegre, y se duerme al canto del ruiseñor sin miedo a los ladrones: su pobreza le sirve de garantía: no le causa inquietud el porvenir, porque cree que Dios cuida de sus hijos: le es inútil la ciencia, y solo necesita conocer a su vecino: la mujer se considera feliz obedeciendo a su marido, y mira su severidad como una prueba de amor. Este pueblo inocente y dichoso pertenece a la edad de oro.

Don Santiago no repara en elogios, habla de las iglesias rusas, de la espectacularidad de sus campanas, de la elevación mística de sus cantos religiosos, de la práctica de la caridad:

Al recibir los boyardos sus rentas suministran a los indigentes harina, manteca y otros comestibles, y los de mediana fortuna dan a proporción de sus haberes. Los comerciantes distribuyen pan a los pobres que se presentan al abrir sus tiendas.

Es, en definitiva, el ruso ejemplo de imperio cristiano:

Todos los grandes duques y Czares se han distinguido por su piedad; más ninguno ha igualado al Czar Miguel Feodorowitch. Siempre hacia oración de rodillas en la iglesia, e inclinaba la frente hasta el suelo al dar culto a las imágenes de los Santos.

            Por sus virtudes los rusos crecen y se están expandiendo de forma incontenible. Y esto era lo que se pensaba en aquel momento, el temor de todas las grandes potencias que hizo intervenir en la guerra a Inglaterra y Francia:

Antes del último siglo apenas era conocida en Europa la Rusia. Estaba reservado a Pedro I concebir el proyecto atrevido de formar un poderoso imperio (…) La influencia de este nuevo imperio se hizo sentir desde luego en Europa, que se vio forzada a admitirlo en todas las combinaciones de su sistema político. Los adelantos de esta potencia y el ascendiente que supo granjearse lo proporcionaron sucesivamente en el Norte la adquisición de la Livonia, de la Ingria, de la Finlandia y de una parte de la Pomerania; en el centro, la que le correspondió en la desmembración de la Polonia; y por el Sur le cedió la Puerta Otomana parte de la Tartaria, la Crimea, las fortalezas que defendían sus provincias septentrionales, el dominio del Mar Negro y, el comercio exclusivo de la Persia.

Frente a Rusia estaban los turcos otomanos, infieles musulmanes, viejos enemigos de la corona española, que tienen sometidos y esclavizados a los cristianos griegos ortodoxos, supervivientes del Imperio Bizantino. Relata don Santiago con detalle las maldades e injusticias a que los someten sus dominadores turcos, la barbarie e injusticia que sufren. Aquí don Santiago entra en el derecho y el deber que tienen los rusos de defender a los cristianos griegos. No es idea propia de don Santiago; en aquel mundo oriental los zares fueron los campeones de la causa ortodoxa. Por eso en aquella guerra de todos contra Rusia, el único aliado que tuvo Nicolás I fue la pequeña Grecia, entonces recién independizada de Turquía. Es una relación histórica la de Rusia con las minorías ortodoxas de los Balcanes, que ha heredado la actual Rusia y que explica en parte su posicionamiento respecto a los serbios o su especial relación con el estado monástico, cuasi independiente, del Monte Athos. En fin, para don Santiago los tratados dan a la Rusia el derecho de intervención para proteger a los griegos, y la religión le impone también este deber. Se lamenta de que “ciertos gobiernos” no lo comprendan y crean que solo se trata del  “engrandecimiento de la Rusia”. Aquí entra directamente en el momento político europeo.

Don Santiago habla de las presiones de Inglaterra y Austria para que Rusia desaloje los principados de Valaquia y Moldavia (Rumanía), defiende que su guerra con la Turquía es nacional en el sentido religioso, y está justificada por las atrocidades de los musulmanes contra los griegos. Se pregunta si serán los monarcas de Europa y sus ministros extraños a la causa del cristianismo, que defiende Rusia. Sin embargo la política mercantil y preponderancia marítima de la Inglaterra han hecho su partícipe a la Francia, y, por lo que se dice, neutralizado a la Alemania. El zar Nicolás I

ha dado pruebas de prudencia y de moderación, y ninguna de tentativas ambiciosas. (…) Mientras otras potencias defienden la legitimidad de la barbarie, de la peste y del orden social de Constantinopla, el Czar moscovita se propone romper la cadena abrumadora que pesa hace cuatro siglos sobre cristianos esclavizados. Los esfuerzos pertenecen al hombre; el éxito depende del cielo.

Todo esto está escrito en 1854 en Quesada y por un quesadeño. Sorprende la soltura y conocimiento con que habla este hombre, desde su punto de vista integrista, de lo que estaba pasando en aquel momento en la otra parte del mundo. Es inevitable  preguntarse con quién tendría conversación. Quizás solo con el general Serrano, que ya había pasado por el exilio en Londres, en sus cortas estancias en Quesada. Y sería para discutir porque Serrano estaba en sus antípodas ideológicas.


Las defensas de Sebastopol. Por la misión observadora española.


Dos meses después Santiago Vicente escribe un nuevo articulo sobre el tema, cuando ingleses y franceses ya han desembarcado en Crimea e iniciado el cerco a Sebastopol. En Origen del Imperio Otomano hace una larga introducción contando la historia de los turcos desde su salida de la antigua Escitia, llamada por los modernos Tartaria, hasta la conquista de Constantinopla. Repasa lo sucedido en las últimas décadas, la independencia de Grecia, la decadencia de Turquía, la amenaza rusa sosteniendo su antiguo y reconocido protectorado en favor de sus correligionarios del culto griego. Ha llegado a tal grado la postración turca que se ha visto obligado el Sultán á implorar la alianza y auxilios de la Inglaterra y de la Francia. Al final de su artículo defiende que, por el bien de la cristiandad, las potencias deben llegar a un acuerdo repartiéndose la herencia turca. En esta guerra dice don Santiago que Rusia lleva las de ganar, que lo deben comprender los occidentales y deben colaborar sin oponer obstáculos. Porque el fin último no es otro que acabar con Turquía y restaurar el Imperio cristiano de Bizancio, una suerte de nueva cruzada setecientos años después:

Esta guerra, que ha producido una alarma general y comprometido la seguridad y porvenir de los Estados del continente, tiene sobre las armas más de dos millones de combatientes, y su término será la desaparición de la Media-Luna del horizonte europeo. La resolución, al parecer irrevocable, del Czar, de redimir del vergonzoso y pesado yugo otomano a tantos millares de cristianos, víctimas de su fe; la posición inexpugnable de la Rusia; su poder colosal sobre la Turquía; su influencia en Alemania, donde tiene apoyo y simpatías; sus recursos inagotables para prolongar la guerra; la ocupación de Constantinopla y de otros puntos importantes por las tropas de la Inglaterra y de la Francia, auxiliadas por sus escuadras reunidas; la próxima derrota y dispersión del ejército turco, impotente para combatir con las fuerzas superiores y más disciplinadas de la Rusia; la imposibilidad de continuar por mucho tiempo tan numerosos ejércitos en una situación violenta, costosísima y expuesta a grandes azares; la reunión de todas estas causas ha traído al decrépito imperio musulmán al borde de un abismo, qué va a tragarse indefectiblemente su existencia en Europa ¿Cuál será el destino de esta vacante? Inglaterra, la Francia , el Austria y la Prusia están llamadas a ser copartícipes con la Rusia para disponer de esta rica herencia. La paz, la justicia, la prosperidad de la Europa, el honor y el verdadero interés de los príncipes que la gobiernan les imponen el deber de renunciar a pretensiones ambiciosas, y de restablecer el antiguo imperio Bizantino, eligiendo un príncipe cristiano que no inspire recelos a ninguna potencia y que desarrolle y fertilice los elementos de riqueza que hay sepultados en aquellas hermosas provincias. Si el Emperador de Rusia, por un sentimiento de generosidad y de confianza, abandonó casi exclusivamente a la Francia la elección de soberano para la Grecia, es de esperar que se ponga de acuerdo con las otras cuatro potencias para dar un ejemplo de sabiduría y de moderación, y aspirar a los títulos gloriosos de fundador del derecho público, de pacificador del mundo y bienhechor de la humanidad.

Poco después de publicado este artículo los franceses e ingleses tomaron Sebastopol. Rusia no ganó la guerra, el Imperio Otomano sobrevivió hasta la Gran Guerra como aliado de Alemania y Austria. Don Santiago vivió la suficiente para verlo. Falleció pocos meses después de la firma del Tratado de Paris. Sus libros de texto siguieron utilizándose durante muchos años. En Quesada se le puso una calle al mismo tiempo que se le olvidaba.  No sería yo el que disfrutara de una charla con este personaje ultramontano. Pero cuando aquellas guerras que creíamos olvidadas y finiquitadas para nuestra sorpresa nos caen de nuevo encima, por puro conocimiento es bueno recordar la figura de ese quesadeño singular y extraño que fue Santiago Vicente García.

Este artículo se ha escrito cuando de nuevo atruenan las bombas, sufren las gentes y una brutal invasión presagia tiempos amargos. De nuevo caerá un peón, pieza de poca importancia que no preocupa a ninguno de los jugadores. Y a una nueva partida.


Portada de La Esperanza con artículo de don Santiago


 

ANEXO

 

La Esperanza. 22 de abril de 1854

También el Sr. D. Santiago Vicente García ha querido contribuir con su erudición y talento a dilucidar más, si es posible, la cuestión turco-rusa, objeto principal, en el día, de nuestras polémicas con los periódicos liberales. Suyo es el notabilísimo artículo que a continuación insertamos: artículo en que nuestros lectores verán magistralmente descritos, no solo el carácter y la situación del pueblo ruso, que la imparcialidad liberal pinta con colores de antropófago y sepultado en la más infeliz servidumbre; sino los principios que reglan en Europa la gobernación musulmana que nuestros humanitarios civilizadores presentan como tipo de tolerancia; sino el estado en que cuatro siglos ha se encuentran, bajo la dominación turca, los cristianos que el liberalismo algodonero de Occidente, por el hecho de haber quedado cautivos ayer, halla justo, según la sentida expresión del Sr. García, continúe siéndolo hoy, continúen siéndolo siempre!

Como sabemos de antemano que los liberales no son hombres capaces de reducirse al silencio, a que, en su caso, nos reduciríamos nosotros de vergüenza, quedamos con viva curiosidad de saber qué es lo que, a la vista de tan verídico y expresivo cuadro, responden. De todos modos debemos advertirles que al señor D. Santiago Vicente García no pueden tacharle, ni de oscurantista, puesto que ha pertenecido a la escuela liberal, ni de ignorante, puesto que es uno de los hombres más instruidos y más despejados de España, ni de mal intencionado, puesto que desgraciadamente se halla en una edad y en una situación en que no puede considerar muy lejano el momento de dar a Dios cuenta de sus acciones.

Por nuestra parte, una sola es la convicción que nos cumple expresar después de haber leído el artículo del Sr. García-, a saber: el que tenemos por moralmente imposible que un pueblo tan morigerado, tan sencillo, tan obediente, tan caritativo, tan religioso como el pueblo ruso, deje de entrar más tarde o más temprano en el gremio de la verdadera Iglesia de Jesucristo, en el gremio de la Iglesia católica.

 

COSTUMBRES DE LOS ANTIGUOS RUSOS, Y CAMBIOS QUE HAN EXPERIMENTADO.

 

La Rusia es un país tan vasto y lejano en la Europa, que no es extraño haya conservado sus antiguas costumbres y tardado tanto tiempo en adquirir otras diferentes. La distancia y las dificultades de viajar por aquel terreno impidieron reconocerlo. Pero al fin del siglo XV, reinando el gran duque Iwan Basilowitz, el deseo de ver pueblos desconocidos y la esperanza de hacer fortuna llevaron algunos alemanes y otros extranjeros a Rusia, donde se establecieron, entrando también al servicio militar de aquella potencia, muy débil todavía. Otros fueron después con el objeto de hacer observaciones filosóficas sobre las costumbres puras de los rusos, suponiéndolas más análogas a las primitivas del género humano.

Al principio del  (roto)

…Pablo Flemming, y hace un gran elogio de las costumbres de los rusos, de quienes decía : «En una nación, que llaman bárbara, he hallado verdaderos hombres. El paisano ruso no discurre sobre la libertad, y es realmente libre en su alma: es rico, porque no experimenta ninguna necesidad: goza de buena salud, y vive contento en la pequeña cabaña que ha construido él mismo, y lo pone a cubierto de la lluvia y del frío: penetrado de confianza en el Ser Supremo, trabaja alegre, y se duerme al canto del ruiseñor sin miedo a los ladrones: su pobreza le sirve de garantía: no le causa inquietud el porvenir, porque cree que Dios cuida de sus hijos: le es inútil la ciencia, y solo necesita conocer a su vecino: la mujer se considera feliz obedeciendo a su marido, y mira su severidad como una prueba de amor. Este pueblo inocente y dichoso pertenece a la edad de oro.»

Las repetidas incursiones de los rusos por el imperio griego, y el comercio recíproco de sus habitantes, fueron atrayendo muchos rusos al cristianismo; pero la conversión completa a la religión griega, que hoy profesan, no tuvo efecto hasta Wladimiro I. Diputados del rito latino, musulmanes y judíos acudieron a ofrecerle sus Dioses y sus templos en homenaje a sus victorias; pero la religión griega, muy extendida ya entre los rusos, obtuvo por desgracia la preferencia. La antigua Roma, aun grosera, envió diputados a Grecia para buscar allí un código de leyes; el orgullo de Vladimiro desdeñó hacer el papel de suplicante, y no quiso pedir al Emperador griego un Código de religión y sacerdotes para enseñarla, creyendo más decoroso adoptar la religión por vía de conquista: y así, con las armas en la mano, fue a buscar el bautismo, los catecismos y los sacerdotes, con menosprecio de las riquezas y de las provincias de que se había hecho dueño. Se ajustó la paz con inauditas condiciones en la diplomacia de los pueblos, y se convino que en cambio de las conquistas, que restituyó en el acto, recibiría archimandritas (abades de monasterios), sacerdotes, vasos sagrados, libros de iglesia, imágenes y reliquias. A su vuelta a Kief ordena Wladimiro a sus pueblos que concurran a las riberas del Borístenes, cuyas aguas sirvieron para un bautismo general; y una población inmensa, el día antes idólatra, aunque ignorante y grosera, vuelve a su casa cristiana.

El pueblo ruso, con especialidad en las clases inferiores, es el más devoto de la Europa; pero la discordancia en que se halla la Iglesia griega con la latina, y la notable diferencia de traje de rusos y católicos, produjeron cierta antipatía, que se aumentó por los falsos Demetrios, y después con la opresión de la Polonia. Mucho trabajo costó a Pedro el Grande introducir la tolerancia: los que miraban como actos religiosos conservar una gran barba y vestidos talares, prefiriendo que les cortasen la cabeza a afeitarse, no podían estar inclinados a tratar con indulgencia a los otros europeos, afeitados y ligeramente vestidos, que usaban de sombreros en lugar de gorras, y que daban culto a Dios con idioma y ritos diferentes de los suyos. Estos obstáculos los allanó Pedro el Grande, y sus sabias leyes, que han seguido y observado sus sucesores, han hecho tan general la tolerancia en Rusia, que parece un rasgo característico de la nación. Los griegos viven en la mejor inteligencia con los católicos. Esta conducta coloca a la Rusia entre las naciones más civilizadas de Europa, y hace que sea agradable a los extranjeros su residencia en aquel país.

En tiempo del Czar Miguel Feodorovitch había en Moscow dos mil templos, aunque muchos eran particulares, hechos de madera. El Patriarca Nikere fue el primero que persuadió á los ricos que los construyesen de piedra para precaver los incendios (roto) … el orden gótico, aunque hay algunos de arquitectura elegante y moderna. Su forma, generalmente en bóveda o cúpula, imita la del cielo, como en la más remota antigüedad.

En las iglesias de Rusia no se había introducido la música, y notando los católicos y los protestantes esta falta, les respondían que «los instrumentos inanimados no pueden alabar a Dios, y que tampoco se hablaba de música en el Nuevo Testamento.» No obstante, se han establecido a las principales iglesias coro, admirables, cuyas voces rivalizan con las de Alemania e Italia.

Oleario y otros escritores se quejan del número excesivo de campanas que había en Moscow, y dicen que para soportar el ruido a corta distancia se necesita tener orejas rusas; pero añaden que a lo lejos produce su sonido una majestuosa armonía. La gran campana de Godimow pesaba trescientos cincuenta y seis quintales, y la que hizo fundir la Emperatriz Ana, cuatro mil. Esta, quizá la más enorme de cuantas han existido, maltratada después en un incendio, se halla en un foso de Kremt.

Encima de la puerta de las casas están colocadas imágenes de Santos, como objetos de veneración, y se ven con frecuencia personas arrodilladas rezando. Cuando se visitan los rusos, se quitan la gorra en la puerta, y se dirigen, no al dueño de la casa, sino a la imagen del Santo que se custodia en ella; al entrar en la habitación hacen tres veces la señal de la cruz, y prosternados delante de la imagen, dicen: «Señor, tened piedad de mí.» En seguida se vuelven hacia el dueño de la casa, y lo saludan con estas palabras: «Dios conceda la salud a ti y a los tuyos.» Esta costumbra subsiste en el pueblo, y rara vez sucede que pase un paisano por delante de una iglesia o de la imagen de un Santo sin hacer la señal de la cruz. Hay muchas capillas, ricamente adornadas, adonde concurre el pueblo todos los días y a toda hora, y personas distinguidas, a visitar por devoción la imagen de la Santísima Virgen.

Antes de Pedro el Grande no concedían los Patriarcas licencias para predicar a los eclesiásticos, por temor de que resultasen herejías de la interpretación arbitraria de la Santa Escritura. El célebre Platón, metropolitano de Moscow, y otros Obispos a su ejemplo, animaron para que lo hiciesen a los sacerdotes de sus diócesis, y desde entonces se predican muy buenos sermones en San Petersburgo, en Moscow, y hasta en los pueblos más pequeños. El célebre Platón, compuso un excelente compendio de sermones para que los eclesiásticos menos instruidos los leyesen a sus parroquianos.

Todos los grandes duques y Czares se han distinguido por su piedad; más ninguno ha igualado al Czar Miguel Feodorowitch. Siempre hacia oración de rodillas en la iglesia, é inclinaba la frente hasta el suelo al dar culto a las imágenes de los Santos. Anualmente iba al monasterio de Troiza, en el distrito de Moscow, para celebrar la festividad de Pentecostés y la de su Santo. A cierta distancia se bajaba del caballo o carruaje, y caminaba a pie con toda su comitiva hasta llegar al santuario. La Gran Catalina siguió este ejemplo: Pablo I y Alejandro fueron también al mismo monasterio después de su coronación.

Una de las cualidades más recomendables de los antiguos rusos es la caridad, y los modernos han conservado esta virtud de sus padres. Allí no se ve mendigar a los holgazanes que huyen del trabajo, y solamente se da limosna a los inválidos o a los arruinados por incendios o por cualquiera otra desgracia. Cuando muere un rico se reparten a los pobres, durante algunas semanas, abundantes limosnas, y en ciertas ocasiones sumas considerables.

Al recibir los boyardos sus rentas suministran a los indigentes harina, manteca y otros comestibles, y los de mediana fortuna dan a proporción de sus haberes. Los comerciantes distribuyen pan a los pobres que se presentan al abrir sus tiendas, con tal abundancia que les queda sobrado para vender a los viajeros. Los Czares son los primeros en dar el ejemplo de liberalidad. Siguiendo la antigua costumbre, van en la Pascua entre los maitines y misa a visitar a los presos, a quienes dicen: Jesucristo ha resucitado también para vosotros; y después mandan que se les dé ración de carne y un capote forrado con pieles. A los penados con destino a los trabajos públicos se les concede permiso para pedir limosna cuando vuelven a la prisión.

Antes del último siglo apenas era conocida en Europa la Rusia. Estaba reservado a Pedro I concebir el proyecto atrevido de formar un poderoso imperio, civilizando hordas dispersas y medio salvajes, introduciendo en sus Estados las artes, el comercio y la política de Europa, y enseñando la guerra a sus soldados. No se puede negar que, a pesar de haberse precipitado en sus medidas, por la impaciencia de su genio, que deseaba crear y gozar a la vez, consiguió completamente su objeto. La influencia de este nuevo imperio se hizo sentir desde luego en Europa, que se vio forzada a admitirlo en todas las combinaciones de su sistema político. Los adelantos de esta potencia y el ascendiente que supo granjearse lo proporcionaron sucesivamente en el Norte la adquisición de la Livonia, de la Ingria, de la Finlandia y de una parte de la Pomerania; en el centro, la que le correspondió en la desmembración de la Polonia; y por el Sur le cedió la Puerta Otomana parte de la Tartaria, la Crimea, las fortalezas que defendían sus provincias septentrionales, el dominio del Mar Negro y, el comercio exclusivo de la Persia.

La fraternidad religiosa de los rusos con los súbditos del Sultán que profesan el culto griego, y la protección consiguiente del Czar, garantizada por los tratados en favor suyo, forman una estrecha y legitima alianza contra la opresión de los turcos.

Son atroces e innumerables los males que han abrumado a los griegos en el periodo de cuatrocientos años. Considerados como prisioneros y presas del vencedor, y atados con nudos de hierro al árbol del bárbaro despotismo otomano, han sufrido constantemente la monotonía de una ignominiosa y dura esclavitud, y concluyeron por no tener más existencia histórica que la de sus opresores. Para los turcos no son los griegos más que vencidos, y viven porque pagan el derecho de respirar. La capitación, que abraza a todos los varones desde la edad de diez y siete años hasta la de sesenta, es la tasa y el rescate de su vida. El recibo que se les da, dice: «EN VIRTUD DE ESTA CANTIDAD, PRECIO RECIBIDO, SE PERMITE AL QUE LO PAGA CONSERVAR SU CABEZA SOBRE LOS HOMBROS DURANTE UN AÑO». Esta garantía no preserva de malos tratamientos, ni aun de la muerte: en todo se da a conocer la diferencia del señor y del esclavo. Los cristianos no pueden montar a caballo ni vender en algunos parajes sus granos sino por medio de los turcos. Cuando aparece asesinado un musulmán, hacen estragos y matan sin regla ni freno: pagan las cabezas y las presentan en las fiestas. El musulmán es el favorito del cielo y el elegido de la creación: a pesar de todos sus crímenes cree tener todas las virtudes, y lleno de confianza y seguridad, su fe basta para salvarlo. A sus ojos el cristiano ha nacido para andar arrastrado y servir, y el matarle es un acto meritorio para con Dios.

La suerte de los cristianos no puede mejorarse por la voluntad del príncipe otomano: el carácter de la opresión que los aflige es incorregible, y no puede ser modificado por ninguna vía legal, porque esta opresión tiene por base la opinión religiosa, que es al mismo tiempo la política. El musulmán es esencialmente estacionario: hoy es el mismo que el día de su entrada en Europa, y así continuará mientras subsista su raza. El griego siempre esclavo, porque siempre ha sido cristiano. Se abisma y extravía el pensamiento en un mudo asombro al contemplar al turco imbécil reinar con látigo en mano sobre una ciudad que no cabía en el mundo.

La prolongación del cautiverio de los griegos es más bien obra de los gobiernos de Europa. Su política dominante ha sido demostrar una rivalidad de celo por la conservación de la paz. ¿Es el destino de la estabilidad poner el sello a la servidumbre de un pueble oprimido? ¿HAY RAZÓN PARA QUE LOS ESCLAVOS DE AYER LO SEAN HOY, Y LO SEAN SIEMPRE? ¿SERÁ LA ETERNA DURACION DE LA ESCLAVITUD DE LOS GRIEGOS UN PRIVILEGIO DE SU FIDELIDAD A SU RELIGIÓN?  Las sospechas y las miserables desconfianzas de los gabinetes han dado a la política esta dirección desastrosa. Todo ha cambiado menos la barbarie de los turcos y la servidumbre de los griegos. Su retroceso a la existencia política seria un mal para la Turquía, y así deben morir bajo el sable, o consumirse bajo la raza otomana, porque el interés musulmán exige que permanezcan fuera de la ley de las naciones.

Tres títulos sagrados se reúnen en el más alto grado a favor de los griegos: la desgracia, el valor patrio y su adhesión a la fe cristiana. Los tratados dan a la Rusia el derecho de intervención para proteger a los griegos, y la religión le impone también este deber. Es una fatalidad que la idea de su emancipación se presente a ciertos gobiernos como enlazada con el engrandecimiento de la Rusia; pero puede haber combinaciones en que esta potencia no reciba las ventajas exclusivamente. La Rusia tiene un vasto territorio, provincias fértiles, fronteras que la ponen en comunicación con todas las naciones de Europa y de Asia, puertos que le proporcionan acceso en todos los mares, y una población numerosa, aplicada, sobria y sufrida: con todos estos recursos de riqueza y de poder que encierra en su seno, ha llegado a obtener una preponderancia positiva y permanente. Su guerra con la Turquía es nacional en el sentido religioso, y está justificada por las atrocidades de los musulmanes contra los griegos, que son un solemne testimonio de la longanimidad de la Rusia y de su paciencia heroica. Hasta su orgullo se había doblegado por las exigencias de la Inglaterra y del Austria a una humillante abnegación, mirándose como una extravagancia histórica la indulgencia de la Rusia con las injurias de la Puerta. Al cabo se cansó el Emperador Nicolás de tanta condescendencia, y desembarazado ya de las preocupaciones y trabas que detenían sus movimientos, se ha propuesto llenar su gran destino. ¿Serán los monarcas de Europa y sus ministros extraños a la causa del cristianismo, a los sentimientos de humanidad, y no resonarán en su alma los gemidos de las víctimas de su fe? ¿Quién negará una lágrima al cristiano que derrama su sangre por la religión de Jesucristo? ¿Qué se necesita para excitar el interés del hombre y para merecer su compasión?

La política mercantil y preponderancia marítima de la Inglaterra han hecho su participe a la Francia, y, por lo que se dice, neutralizado a la Alemania, obedeciendo al miedo quimérico de un nuevo engrandecimiento de la Rusia, sin conocer que su ilimitada extensión la debilitaría en vez de fortificarla. Por otra parte, el Emperador Nicolás ha dado pruebas de prudencia y de moderación, y ninguna de tentativas ambiciosas. En su conciencia solo han tenido un eco fuerte, al parecer, los clamores de los cristianos y los votos y súplicas de sus pueblos. Mientras otras potencias defienden la legitimidad de la barbarie, de la peste y del orden social de Constantinopla, el Czar moscovita se propone romper la cadena abrumadora que pesa hace cuatro siglos sobre cristianos esclavizados. Los esfuerzos pertenecen al hombre; el éxito depende del cielo.










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