Rafael Zabaleta. “Paisaje de Zújar” (68x89), 1937. |
Nota. Este artículo se publicó originalmente en el nº 2 de la revista "Sueños de Quesada" de la Asociación “Amigos de Rafael Zabaleta”.
Enero de 1939, año de la Victoria. La República se apaga. Se
ha hundido el frente de Cataluña. Mientras los primeros refugiados llegan a la
frontera francesa, Rafael Zabaleta sobrevive en Baza como delineante del Servicio
de Caminos del republicano Ejército de Andalucía. Ha conseguido este puesto, que es un un
premio de la lotería, un seguro de vida lejos del frente, tras una serie de
peripecias que en tiempos normales serían tomadas por novelescas pero que en
tiempos de guerra son sencillamente normales.[1] Baza
es la capital de la provincia de Granada porque la ciudad cayó en manos de los
rebeldes en los primeros días del golpe militar.
Los franquistas han tomado Barcelona y la República agoniza.
Todos, Zabaleta el primero, dedican su tiempo a pensar en el día después del
final. A imaginar, adivinar, cómo será para ellos y preparar ardides y
coartadas. Una buena historia bien contada a tiempo puede significar la
salvación. Por eso Zabaleta ha vuelto a
ser el "señorito propietario perseguido por los rojos que tuvo que huir de
su pueblo". Anda por Baza contándoselo a todo el mundo. Bueno, a los que
sabe que son de los otros, de los inminentes vencedores.[2]
En un cajón de su memoria cerrado con llave ha guardado
Valencia, capital y rompeolas de las Españas republicanas: calle de la Paz,
Ideal Room, refugio del ambiente artístico republicano. En Valencia Zabaleta
alternó, pintó y disfrutó un poco ajeno a la guerra, como casi todo el mundo
aquel año en aquella ciudad.[3] En
algún lugar perdido ha olvidado su nombramiento por Timoteo Pérez Rubio,
diciembre de 1937, como delegado de la Junta del Tesoro Artístico para salvar
el patrimonio de Guadix. Fue aquello un año antes, en la primera mitad de 1938.
Rafael tenía mando allí, ordenaba y era obedecido. Mandaba guardar, mudar,
tapiar el coro de la Catedral, recoger y ordenar papeles del archivo
catedralicio. Salvó bastantes cosas. Quizás fue su primer contacto con los
paisajes capadócicos de Purullena que luego tantas veces reprodujo.
A mediados de 1938 cambia su suerte. Los comunistas, a los
que había frecuentado en Valencia, pierden el ministerio de Instrucción y el
control de la Junta del Tesoro. En abril se moviliza el reemplazo de 1928, el
suyo. Para evitar ir al frente se inventa una historia falsa sobre su vida en
los años de guerra. La va contando para conseguir el favor y recomendación de
gente como el teniente González y el
delegado de Tabacalera, nacionalistas camuflados pero cada vez más crecidos.
Para finales de febrero de 1939 las noticias que llegan a Baza son cada
vez peores. Inglaterra y Francia han reconocido al gobierno de Burgos, el
presidente Azaña ha dimitido y la playa de Argelès-sur-Mer
está repleta de refugiados. La
República ha quedado reducida al rincón sureste de la Península. Cada vez está
mas cerca el día después.
En marzo los frentes de Extremadura y Pozoblanco se desmoronan
y la 25 Brigada Mixta, repleta de soldados y de oficiales quesadeños, se
desintegra. El 28 del mismo mes los franquistas entran en Madrid. Muere la
República y empieza la Posguerra. Esa noche, como en casi todos los pueblos de
la comarca, desaparece el Ayuntamiento republicano de Quesada.[4] Un
convoy de camiones atraviesa la noche quesadeña hacia el puerto de Tíscar, estrépito completamente inusual de motores en la madrugada que desvela a los vecinos. Van
huyendo camino de algún puerto mediterráneo desde donde aún se pueda escapar.[5]
También aquella misma noche se ha deshecho en Baza la
provincia republicana de Granada. Cada uno tira para donde puede. Rafael
Zabaleta se despide de los compañeros y echa a andar carretera adelante. Se
cruza con los camiones que habían pasado por Quesada y atraviesa el puente de
Zújar.[6] En la
construcción de ese puente, que había pintado meses antes y que por fin
comunicaba Quesada con Baza y Guadix, se había empeñado el cuerpo de carreteras
al que teóricamente él pertenecía. De Baza a Quesada son unos setenta
kilómetros; son días malos para andar por ahí, por esas carreteras caóticas repletas
de soldados vencidos que vuelven a sus pueblos.
Cuando Zabaleta llega a Quesada ya no hay República pero aún
no han entrado las tropas ocupantes. Ese día, a media mañana, había explotado
una bomba que alguien que huía abandonó en el Llano de las Canteras. Dejó un muerto
y un herido grave. Zabaleta es bien recibido en el pueblo. En realidad han
ganado los de su clase, no tiene nada que temer, nadie sabe de los tiempos de
Valencia ni de su nombramiento en Guadix. La gente de orden, triunfante, lo
tiene por uno de los suyos que tuvo que huir en 1936 acosado por los anarquistas,
por su tío político Antonio Toral, cabecilla de la FAI.
El descanso dura poco. El 4 de abril entran las tropas
ocupantes del 6º batallón del regimiento de infantería de Granada, 22 división,
y se ordena que todos los que han servido, voluntarios o forzosos, en el Ejército
Popular de la República marchen al campo de concentración de Higuera y Santiago
de Calatrava. Son dos pueblos destrozados y abandonados por la guerra que se
han rodeado de alambradas para albergar a los cautivos.[7] Allí
los presos son clasificados y los que reciben avales salen rápidamente. Es el
caso de Rafael que, aunque un poco raro de carácter y parco en palabras, un
poco artista, es al fin y al cabo de buena familia y propietario.
Rafael Zabaleta.“Puerto de Valencia” (81x65), 1945. |
Quesada en este abril del 39, tan distinto de aquel del año
31, está repleta de militares. Se detiene gente a mansalva. Son tantos los
presos que ha sido preciso habilitar la iglesia del Hospital para encerrarlos.
En pocos días se abarrota. Como la puerta de la iglesia está frente a la casa y
al balcón de Zabaleta, como es verano y se duerme con las ventanas abiertas, se
escucha todo: los ayes y gritos, los malos tratos y las órdenes secas… De día
no es la cosa mucho mejor. Es imposible poner un pie en la calle sin toparse
con el trasiego de familiares desesperados, o directamente con los presos que
son llevados diariamente a punta de fusil a la Tercia, para evacuen. Es difícil
pintar y concentrarse este verano; las calles están ocupadas por oficiales altivos
y altaneros; los denunciantes denuncian los sufrimientos sufridos y también los
imaginados; fanfarronadas de borrachos vencedores alborotando en las tabernas; el
ejército de los rebeldes inicia los procesos sumarísimos de urgencia por
rebelión militar, o por adhesión y auxilio a la rebelión en los casos más leves
o menos graves.
Aquel verano negro un terrible accidente de camión deja en
el puente de entrada a Peal nueve cadáveres, siete de ellos muchachas jóvenes.
Llevaban a Jaén las pequeñas joyas y medallas con las que los quesadeños
contribuían, imagino que voluntariamente, a reponer las reservas del Banco de
España que los marxistas habían expoliado, el famoso "oro de Moscú".
Ni los que han ganado pueden celebrar su alegría. La Auditoría de Guerra del
Ejército del Sur, en Sevilla, recibe una denuncia sobre Zabaleta y con
parsimonia burocrática la tramita. Son los últimos días de agosto y poca feria
ha habido; no se ha despedido a la Virgen en la Cruz porque no hay Virgen. En
septiembre Zabaleta viaja a Granada y queda sobrecogido cuando le cuentan lo
que allí se ha padecido.[8]
Conforme se van tramitando los procesos militares y los presos
se van trasladando a Jaén, la cárcel de la iglesia del Hospital se va quedando
vacía. Auditoría de Guerra de Sevilla traslada a Jaén la denuncia de un tal
Bergante, que acusa de expoliador y rojo iconoclasta a Rafael. Avanza lenta
pero cierta la premiosa burocracia judicial militar.
Parece que la cosa se va tranquilizando y como al fin y al
cabo él es propietario, gente de orden y se supone que nada debe temer, empieza
a planificar de nuevo su vida de artista. Y como poco se puede hacer en Quesada
donde ya es otoño, apenas hay luz por la noche y está el ambiente de un luto espeso,
decide que es mejor marchar a Madrid. A fines de octubre el Juzgado Militar de
Jaén recibe de la Auditoría de Guerra los papeles con la denuncia del tal Bergante.
Zabaleta se ha ido a Madrid y está en
una pensión de la calle Caballero de Gracia 34, 3ª. Se ha llevado debajo del
brazo los dibujos que pintó durante la guerra, dibujos que lucen puños, hoces,
martillos y siglas de partidos… ¿Cómo se le ocurriría?
Madrid, de nuevo la capital, tiene este año un otoño casi tan
negro como el de Quesada, con la misma falta de luz, la misma tristeza… Pero como
es más grande y hay más cosas, la Gran Vía se parece y recuerda en algo a la antigua
Gran Vía. El juez militar nº 7 de Jaén
abre proceso sumarísimo de urgencia, dicta prisión preventiva y recaba informes
sobre Zabaleta. El sargento Ciriaco Moya, de la Guardia Civil, hace
averiguaciones y envía un escrito al juez militar comunicándole que Zabaleta no
está en Quesada. El juez manda apresarlo.
Día primero de diciembre. No ha empezado aún el invierno cuando
Zabaleta, ajeno a todo lo que se tramitaba desde agosto, es detenido y
conducido primero a la D.G.S. y luego a la prisión de la calle del Barco. Los
dibujos de Guerra desaparecen (¿en que cajón, carpeta o muladar estarán, si es
que están todavía?). Zabaleta es conducido en tren hasta Jaén, seguramente esposado. Los juzgados militares funcionan a pleno rendimiento. Las cárceles están
a reventar. Son tantos los presos y tan pequeño el espacio que es imposible no
cruzarse con alguno de los muchos paisanos que penan por allí. Algunos de ellos
ya no volverán; por enfermedades “sobrevenidas” durante su encierro algunos y por causa
de arma de fuego otros. Cada día en aquella prisión es un día en el infierno
que se graba a fuego en la memoria.
Como al fin y al cabo, y aunque sea raro de carácter, un "artista"
introvertido, es propietario y de la clase de las personas de orden, en pocos
días lo sueltan y vuelve a Quesada. Es aquel un final de año extraño, negro,
oscuro, triste y espectral. El día primero de 1940 vuelve a Granada y de
inmediato a Guadix, Baza, Madrid, Toledo, Valencia… a pedir avales. Se los pide
a los unos, claro, que a los otros como Timoteo Pérez, que se ha “ido” de
España, ni puede pedírselos ni convendría hacerlo.
El año de 1940 Rafael Zabaleta recita, jura y firma su
adhesión inquebrantable al Glorioso Movimiento Nacional, su arraigada y profunda
fe católica. Repite donde haga falta la historia de sus enormes sufrimientos
durante la dominación roja… No es que valgan para mucho tales confesiones pero,
como efectivamente es propietario y de la clase de los vencedores, le dan la
razón y lo absuelven.
Se ha escapado por la gatera de la magnánima justicia de la
Nueva España, de las trampas y encrucijadas de estos años tremendos que tantas vidas
y cosas han truncado. Y a pesar de todo lo padecido, de los pelos perdidos en
la huida, o quizás por todo eso, sigue pintando.
[1] En el museo se conserva una carta
que en los años ochenta escribió a Cesáreo
Rodríguez Aguilera el teniente Francisco González Jiménez, en la que le informa
sobre las peripecias de Zabaleta en Baza. Luis Garzón la reproduce en su
blog personal, donde también se encuentra toda la información disponible sobre
la vida de Zabaleta en estos años:
[2] Se lo cuenta al teniente González y
al delegado de Tabacalera con quien tenía buena relación y confianza.
[3] El café Ideal Room , en la calle de
la Paz, fue un referente cultural y artístico en la etapa de Valencia como
capital de la República. Consta que lo frecuentó Zabaleta.
[4] Desde la comandancia militar de
Úbeda, el cazorleño Lorenzo Polaino llamó a los ayuntamientos de la zona,
instando a mantener el orden y entregar el poder a improvisadas juntas
franquistas. Expediente del procedimiento judicial digitalizado por el
Instituto de Estudios Giennenses I_243 10132.
[5] Los camiones que atravesaban el
pueblo en el silencio de la noche causaron un fuerte impacto. Véanse las
memorias de Eloy Revuelta, pp. 109-10. El convoy organizado por el diputado
Peris evacuaba a unos doscientos políticos y sindicalistas de Jaén. Fue
interceptado cerca de Baza y la mayoría de sus integrantes fusilados.
[6] Hoy en día está cubierto por el
pantano del Negratín.
[7] Lo cuenta Cesáreo Rodríguez en
"Zabaleta de Quesada".
[8] Ibid.