Quesada a principios del siglo XIX. Plano de elaboración propia. |
1.-
Introducción. Quesada a principios del siglo XIX.
En
abril de 1814 el Ejército aliado (españoles, ingleses y portugueses), comandado
por el general Wellington, habían expulsado a las tropas imperiales más allá de
los Pirineos llegando hasta Burdeos y Toulouse. Napoleón había abdicado y fue
desterrado a la isla de Elba. En Quesada, de orden del jefe político de la
provincia (gobernador), se celebró un tedeum, regocijos públicos y luminarias, celebrando
que Fernando VII se dirigía a Perpiñán para cruzar la frontera. Había acabado
la guerra, pero no había llegado la paz, había llegado o regresado Fernando VII, que no dio tregua y que años después recurrió a una nueva invasión francesa
para mantener su poder absoluto (Los Cien Mil Hijos de San Luis). Con el país
jubiloso celebrando la victoria y el regreso del Rey, Fernando VII publicó en
Valencia el decreto de 4 de mayo que abolía la Constitución de Cádiz y
restauraba el Absolutismo. En Quesada los realistas asaltaron el ayuntamiento,
destrozaron la placa que conmemoraba la Constitución y rompieron los
repartimientos de contribuciones y otros documentos del archivo municipal. En
el papel timbrado que se usaba para las actas, y mientras se recibían nuevos
impresos, se tachó de los sellos la mención a Rey Constitucional.
Todo
había empezado seis años antes, con la revuelta popular del 2 de mayo en Madrid
y su salvaje represión. Por aquellos días los dos reyes, el emérito y recién
abdicado Carlos IV y su hijo Fernando VII, renunciaron a los derechos
dinásticos y se los entregaron a Bonaparte. El emperador, en uso de ellos,
proclamó rey a su hermano José I. No es lugar para extenderse contando el
desarrollo de la Guerra de la Independencia. Por eso, y salvo alguna pincelada
para entender el contexto general, me limitaré a lo sucedido en Quesada, en la
comarca y en las cercanas. Quesada
estaba en guerra, algo que no había sucedido desde que se tomó Granada en 1942,
con la corta excepción de la rebelión de los moriscos (1568-1571). Se vieron violencias
que muchas generaciones de quesadeños no habían conocido desde aquellos remotos
tiempos. La documentación y fuentes utilizadas para este artículo las he
recogido en un anexo final al objeto de no cansar con largas consideraciones
que puedan disuadir al lector. Que las lean los interesados.
A
principios del siglo XIX, a las puertas de la invasión francesa, Quesada era
una villa de unos 4.500 habitantes (1.127 vecinos) según el padrón que se formó en enero de 1805. En
el pueblo propiamente dicho vivían algo menos de 3.000 personas. El resto lo hacía
en las aldeas, lugares y cortijos de la jurisdicción, que por entonces todavía incluía
los actuales términos municipales de Huesa y Larva. El casco urbano era bastante menor que la
actual. Acababa en la calle Don Pedro por un lado y por otro en las tapias del
cementerio de entonces, anejo a la
iglesia de la Madre de Dios de la Soledad (donde luego se hizo un grupo
escolar). La calle del Bache estaba a medio edificar y la del Ángel solo
existía en sus primeros metros. El pueblo, de calles de tierra o mal
empedradas, estaba formado por casas bajas y sobre el caserío solo destacaban
las iglesias (parroquia, convento, Hospital, Madre de Dios, Santa Catalina). La
vida se centraba en la Plaza, donde se celebraban el mercado, los actos y
funciones públicas y muchas de las religiosas.
Las
comunicaciones resultaban muy deficientes. Solo un camino, el de Úbeda y Baeza,
que salía del final de la calle Nueva frente a la Puerta de Granada (Manquita
de Utrera), permitía el paso de pequeñas carretas. Los otros, como el de
Poyatos por Puerto Ausín, Cazorla o el que desde el puente del Vadillo
(Pernías) iba en dirección a Villacarrillo, solo eran aptos para arrieros con
sus caballerías y caminantes. Tan malas comunicaciones ocasionaban que las
noticias, incluso las oficiales, fueran escasas, lentas y a menudo tardías. Dos
veces en semana el conductor de la correspondencia hacía el viaje a Úbeda para
traer y llevar cartas. Tardaba en la ida un día o día y medio, otro tanto en la
vuelta, y eso con buen tiempo, pues en las invernadas el barro y las crecidas
de los ríos dificultaban mucho el camino.
El
paisaje del pueblo y alrededores era bastante diferente al actual. Los árboles,
entre los que todavía eran numerosas las moreras, solo se veían en las lindes
de las huertas o en pequeñas parcelas donde se ponían sin orden, sin formar
hileras. No existía para nada el actual mar de olivos, apenas algunos pequeños
olivares sueltos. Las relativamente abundantes viñas estaban plantadas en las
partes más altas y cercanas a la sierra, especialmente en la zona conocida como
Puerto Rubio. El resto del campo, a excepción de los montes, era tierra calma
dedicada a cereales y casi desprovista de árboles, con apenas alguno junto a
los cortijos. La desnudez del paisaje tuvo importancia estratégica, pues
facilitaba mucho la vigilancia. Desde las alturas, especialmente desde Puerto
Ausín y Magdalena, se podían detectar a gran distancia los grupos de soldados en
movimiento, a pie o a caballo.
La
composición social de Quesada era la propia del Antiguo Régimen: una sociedad
estamental encabezada por nobles (15 hidalgos había en 1805) y eclesiásticos
(18 seculares y 7 regulares del convento de dominicos en la misma fecha). El
resto, la inmensa mayoría de los vecinos, formaba el estado general, que se
componía de pegujaleros (pequeños propietarios o arrendatarios, conocidos en
Quesada como “peujareros”), jornaleros, artesanos y algunos profesionales
(médicos, boticarios, procuradores). A los vecinos del estado general se les
llamaba también pecheros, porque eran los únicos que se incluían en el
repartimiento de contribuciones. Tanto nobles como clérigos estaban exentos de
pagar, a pesar de que solían ser los más adinerados. Lógicamente quedaban al
margen de cualquier pago los numerosos pobres de solemnidad, que bastante
tenían con comer de cuando en cuando. Eran muy numerosas las viudas mayores, a
menudo con hijas o con hijos menores, que quedaban a expensas de la caridad de
los vecinos.
Políticamente
el pueblo era un desastre. Lo había sido al menos desde que en 1564 se
constituyera como villa independiente de Úbeda y lo seguía siendo ahora cuando
se presentó el invasor. Desde aquella independencia o exención, dos facciones o
partidos se enfrentaban y luchaban por el control del concejo con una saña y
ferocidad extremas. Unos eran partidarios del gobierno por juez de letras,
corregidores y alcaldes mayores, funcionarios reales nombrados por la Corte que
ejercían durante un tiempo antes de ser relevados. Los otros preferían el
gobierno por alcaldes ordinarios, que eran dos: uno por el estado noble y otro
por el general. Eran vecinos del pueblo que cada año se elegían por sorteo
utilizando un procedimiento llamado insaculación. Los partidarios del gobierno
por corregidor o alcalde mayor defendían que, al ser funcionarios forasteros,
no tenían particulares intereses en la vida del pueblo y podían ejercer con
imparcialidad, mientras que los alcaldes ordinarios estaban apegados a la
defensa de sus intereses de familia o grupo. Los partidarios de alcaldes
ordinarios alegaban por su parte que el “autogobierno” era un privilegio
inmemorial de la villa al que tenían derecho. Hay que evitar lecturas actuales,
pues la elección de alcaldes no tenía nada de democrática. Podría decirse
incluso que por lo general eran partidarios de estos alcaldes los nobles y los
poderosos, que se sabían beneficiados por el sistema. Me estoy refiriendo al
hablar de estas disputas a las familias y personas más principales, las más
condecoradas y de representación que se decía entonces, que eran las únicas que
tenían acceso a los cargos del Ayuntamiento.
El
siglo XIX empezó con gobierno de alcaldes mayores, siéndolo don Armengol Dalmau
(que desde Quesada pasó a Barcelona como alcalde mayor) y don Mariano Rufino
González, personaje que se hizo célebre por ser luego el primer jefe de una
policía política en España, en 1824. En abril 1807 se volvió a la insaculación
de alcaldes ordinarios, al fallar el Consejo de Castilla a su favor en el largo
pleito que sobre el asunto habían entablado los partidarios del sorteo de
alcaldes. Cuando Napoleón desencadenó la guerra, nuestros paisanos gobernantes
estaban en estas cuitas, conduciéndose con una ferocidad pocas veces conocida.
Los primeros tiros que se escucharon en Quesada, en la Plaza, no fueron los del
invasor, sino los del atentado que sufrió uno de los alcaldes ordinarios.
2.-
1808 y 1809. La guerra lejana.
Tras
los sucesos de mayo de 1808 en Madrid, el general Dupont avanzó hacia el sur y
entró en los reinos de Córdoba y Jaén. Los franceses llegaron a tomar esta
última ciudad causando grandes estragos. Pero duró poco la primera incursión
de los imperiales, porque en el mes de julio fueron derrotados en Bailén y se
retiraron hasta la línea del río Ebro. En 1809 la guerra se limitó al norte del
país, donde se afianzaba el gobierno de José I con la pasividad y complicidad
de buena parte de las viejas clases dirigentes. Puede decirse que, quitando la
corta incursión de Dupont hasta su derrota en Bailén, durante el primer año y
medio de guerra Andalucía se mantuvo en la retaguardia, sin sufrir directamente desastres militares. Eso permitió que se instalara en Sevilla la Junta Central Suprema
y Gubernativa del Reino, reunión de las múltiples juntas provinciales
que se creó para oponerse a la ocupación.
En
Quesada había tocado la suerte de alcaldes para 1808 a D. Cristóbal de Bustos,
por el estado noble, y al escribano Juan de Jila Rivera, por el general. El
primero era el cabeza de una familia que remanecía de Granada y que poseía
grandes propiedades en Bruñel y en Collejares, donde además Bustos era dueño
del barco (pequeña barca sujeta a un cable) con el que se cruzaba el torrencial
Guadiana Menor. Fue un personaje muy peculiar que protagonizó las dos primeras
décadas del siglo y cuya vida daría para un artículo aparte. Baste decir que,
además de estar implicado en el robo de las tercias decimales y de ser moroso
de toda clase de deudas, su mujer, María Serrano, lo denunció por malos tratos
en la Chancillería de Granada. Padecía sífilis (en Quesada se llamaba
aciconque), lo que al decir de la gente explicaba, en parte, su mala cabeza. Su
compañero en la alcaldía, Juan de Jila, era otro importante personaje, escribano
del número (notario) y secretario municipal. Como gran conocedor de la política
municipal y de los procedimientos legales del momento, estuvo en medio de todas
las conspiraciones e intrigas de su tiempo.
Bustos,
partidario del sistema de alcaldes y Jila, más cercano al de juez de letras y
alcaldes mayores, se profesaban una enemistad irreconciliable. La cosa llegó al
extremo de que una noche del verano de 1808 Bustos, que iba acompañado por un
alguacil, sufrió un atentado cuando terminaba la ronda de vigilancia que como
alcalde le correspondía hacer. Al llegar a la Plaza, donde vivía, unos
embozados le dispararon dos tiros. Fallaron los asaltantes por la oscuridad de la
noche (no existía la iluminación pública), pero consiguieron herirle con una
espada en la pierna. Era voz pública, y así se hizo constar en otro pleito
posterior, que los atacantes se habían reunido en casa de Jila, al que se acusaba
de ser inductor y alentador del atentado.[1]
Aunque
no había franceses en Andalucía, se temía que no tardarían en llegar y las
juntas provinciales, a las órdenes de la Junta Suprema, no cesaron de prevenir
defensas. Se repararon las fortificaciones, como el castillo de Santa Catalina,
se movilizaron soldados a razón de cuatro hombres por cada cien almas, se
crearon en cada pueblo Milicias Honradas (voluntarios armados) y se organizaron
los suministros al ejército que se estaba concentrando en La Carolina.[2] En Jaén se había
constituido tempranamente, 30 de mayo, una Junta patriótica para poner a la
provincia en estado de guerra. Una de sus primeras disposiciones fue mandar que
en cada pueblo se creasen juntas locales que cumplieran las instrucciones
llegadas desde la capital. En Cazorla se constituyó en el mes de junio,[3] pero en Quesada no hay
constancia de si también se formó y cuándo, pues el libro de actas de 1808 está
perdido. Por noticias indirectas parece que sí se hizo y que tomó iniciativas
patrióticas que, por lo enrevesado de la política local, causaron más problemas
y divisiones que ventajas.
En
respuesta a los continuos apremios de la Junta provincial en solicitud de contribuciones
al esfuerzo de guerra, se presentó en Jaén el síndico personero del común de la
villa de Quesada, don Manuel Alcalá y Maldonado. Se podría decir que este cargo
era una especie de defensor de los vecinos. El personero, “llevado de su celo y
patriotismo”, dijo a la Junta que había en Quesada unos fondos producidos por
el arrendamiento de pastos y otros aprovechamientos de la Dehesa de Guadiana y
que se podían usar “en defensa de la Patria”. La información sobre esta
historia está recogida en el largo expediente judicial que se originó, pues la
cosa acabó en un serio conflicto local y en pleito de competencias entre la
Junta de Jaén y la Chancillería de Granada.[4]
Manuel
Alcalá Maldonado, seguramente el abuelo de don Ángel Alcalá y Menezo, autor de
la novela de Tíscar y al que al que ya se ha dedicado un artículo en el blog (enlace), era un rico hidalgo de antigua
familia. En el enfrentamiento entre los alcaldes ordinarios que acabamos de ver,
estaba de parte de don Cristóbal de Bustos, seguramente por pertenecer ambos al
estado noble y no ver con buenos ojos el ascenso social del escribano Jila.
No
queda claro si el personero Alcalá hizo esta oferta en nombre propio, como
defensor de los vecinos, en nombre del Ayuntamiento o en el de la Junta local
de Quesada, si es que llegó a formarse. Lo que sí se sabe es que en paralelo a
la del personero llegaron desde Quesada a la Junta de Jaén otras informaciones.
Advertían de la dificultad de aprovechar y controlar los fondos de la Dehesa si
estaban en manos del alcalde primero, don Cristóbal de Bustos, al que se
acusaba de un largo historial de deudas, líos económicos y enredos. Estas
informaciones negativas procedían al parecer del otro alcalde, Juan de Jila,
apoyado por otros enemigos de Bustos como don Francisco Tribaldos, estanquero y
depositario del Pósito. Así lo declaró el presbítero don Manuel de la Plaza,
antiguo amigo y socio de Bustos en varios asuntos, cuando fue interrogado en
los autos que se formaron en la Chancillería. Dijo el cura Plaza que Jila y sus
partidarios fueron los que influyeron a la Junta sobre “el mal cumplimiento que
corrían a su cuidado (de Bustos) los papeles y caudales de la Dehesa de
Guadiana”. Con estas denuncias Jila consiguió que Bustos fuera llamado a Jaén
para defenderse, y allí estuvo retenido hasta final de año, mientras él quedó
como única autoridad en el pueblo.[5]
Pero
la Junta de Jaén, suponiendo
“dificultades y embarazos” en la tarea, como le habían advertido, tomó una
decisión que apuntaba de lleno al viejo debate que envenenaba la política
quesadeña. Con fecha 23 de diciembre de 1808 decidió mandar a un comisionado,
Manuel Martínez Pérez, para que pasase a Quesada a la averiguación y
recaudación de los bienes de la Dehesa. Pero a la vez le confirió poder para
asumir todas las jurisdicciones de la villa como juez único. Esto es, lo nombró
alcalde mayor. Como consecuencia no se sortearon alcaldes ordinarios para 1809
y a primeros de enero se presentó en Quesada Martínez Pérez. El regidor
perpetuo y alférez mayor de la villa, don Antonio Martínez del Águila, le
entregó sin mayor obstáculo el mando, algo que le fue recriminado más tarde por
la Chancillería. El viejo pleito de más de doscientos cincuenta años, con sus
fieras luchas y divisiones, cayó de nuevo sobre el pueblo.
Martínez
Pérez ejerció como alcalde mayor cometiendo “repetidos abusos de autoridad”,
según el personero Alcalá. Los ánimos se fueron caldeando
y hasta 28 vecinos firmaron un memorial de protesta a la Junta. Como no
obtuvieron respuesta favorable de Jaén, decidieron recurrir en 20 octubre de
1809 a la Chancillería de Granada. La Real Chancillería de
Granada era una importantísima institución del Antiguo Régimen, con poderes
judiciales y ejecutivos sobre toda Andalucía y provincias limítrofes (sólo
existía otra en Valladolid). Sus sentencias y dictámenes se tomaban como palabra
del Rey absoluto, hasta tal punto que en los documentos que se le dirigían
se le daba tratamiento de Su Majestad. Fue la Chancillería la que en 1807
ordenó el cese del alcalde mayor y la insaculación de alcaldes ordinarios. El
nombramiento hecho por la Junta de Jaén contravenía sus disposiciones y fue
visto por los oidores de Granada como una injerencia inadmisible y una
atribución ilegítima de facultades. Por ello acordó nombrar un comisionado que pasase a Quesada, retirase la jurisdicción a
Martínez Pérez y procediese al nombramiento de alcaldes ordinarios según la
insaculación de 1807.
Pero además
elevó una exposición y queja a la Junta Central y Gubernativa del Reino, máxima
autoridad en aquel momento, establecida en Sevilla y que actuaba con poderes de
regencia. Protestaba la Chancillería por “los repetidos choques que cada
día experimentan en el tribunal con la Junta Superior de Jaén”. Según la Sala
4ª de Granada, la Junta se excedía en sus facultades, que se limitaban al
armamento y defensa de la provincia, y
tomaba decisiones sobre el gobierno de los pueblos que solo competían a S.M. y
a la propia Chancillería. El enfrentamiento entre Chancillería y Junta de Jaén
era muestra de cómo en aquel momento, y con independencia de los franceses, un
mundo viejo estaba desapareciendo y se alumbraba otro nuevo y moderno. La
Chancillería representaba al Antiguo Régimen, la monarquía tradicional y
absoluta. La Junta Superior de Jaén, nacida de “la gloriosa revolución del
Reyno”, venía de los sectores que resistían a Napoleón y que acabaron
refugiándose en Cádiz alumbrando la Constitución de 1812.
No
está de más recordar que el país estaba en guerra mientras en Quesada andaban
con estas preocupaciones. Napoleón en persona había ocupado Madrid, Palafox
resistía en Zaragoza y un cuerpo expedicionario inglés internacionalizaba la
guerra enfrentándose a los franceses en Galicia y Portugal. El 19 de noviembre de
1809 los franceses derrotaron a los ejércitos del Centro y La Mancha en Ocaña.
El mariscal Soult tenía expedito el camino de Andalucía.
Carta de la Chancillería de Granada a la Junta Suprema en Sevilla, remitiendo el pleito de Quesada. |
3.- La
invasión de Andalucía.
El 2
de enero de 1810 el Ayuntamiento, todavía presidido por D. Manuel Martínez
Pérez en funciones de alcalde mayor, seguía en sus cosas administrativas
rutinarias y procedió a los nombramientos de cargos y empleos municipales para
aquel año. Se nombraron los pedáneos de Belerda y Don Pedro, Huesa, Ceal, Larva
y Tarahal. También los veedores (peritos conocedores) del campo, alcaide de la
cárcel, repartidores de contribuciones y examinadores de los distintos oficios.
A pesar de que hacía año y medio que Napoleón había puesto en el trono a José
I, se seguía usando en las actas el papel timbrado a nombre de Fernando VII. La
villa vivía en la tranquilidad de la retaguardia, ajena a que el mundo tal como
era se estaba viniendo abajo.
La
tarde noche del día 10 de enero se presentó en Quesada el señor don Juan de la
Torre, corregidor de la ciudad de Baeza y comisionado por la Chancillería de Granada para reasumir la
jurisdicción y cesar al alcalde mayor nombrado por la Junta de Jaén. Cumplida
esta misión, al día siguiente presidió el pleno municipal, en el que se
dio cuenta de importantes órdenes de la Junta Suprema Gubernativa del Reino. Una de ellas mandaba que todos los vecinos entregasen, en concepto
de préstamo para el Ejército, la mitad de la plata que poseyesen, tanto monedas
como objetos y alhajas. El Ayuntamiento acordó que se pregonase y que se
pusieran edictos en los sitios de costumbre. Es de imaginar la reacción de los
vecinos (de los que tuviesen plata). Sin duda sucesos como este y otros semejantes
son en parte el origen de la obsesión que hubo, hasta no hace demasiado tiempo,
por encontrar tesoros escondidos en las casas. También se dio lectura a un
oficio de Jaén que daba cuenta de una importante novedad. A pesar de la
transcendencia que tendría, tras el
susto de la plata pasó muy desapercibida: se informaba que el día 1 de enero la
Junta Suprema Gubernativa había convocado Cortes Generales.
Cinco
días después se celebró un nuevo cabildo en el que las órdenes superiores que
se leyeron reflejaban que la guerra se aproximaba y estaba ya muy cerca. Una mandaba
recoger los fusiles de cualquier clase o condición en manos de los vecinos,
para que “no queden ocultas en poder de los paisanos las armas de que hay tanta
falta”. Otra prohibía sacar “género ni efectos de ninguna clase, con inclusión
del azúcar, cacao y quina”, con destino a pueblos ocupados por el enemigo. Al
finalizar el cabildo don Juan de la Torre mandó que se sacasen del arca de tres
llaves, donde se custodiaban, los sacos de la insaculación de 1807 para sortear
las varas de alcaldes ordinarios como estaba mandado por la Chancillería. A
continuación, y según estaba reglamentado, un niño de corta edad extrajo de
cada uno de ellos una de las bolas de madera con un nombre dentro. Cupo la
suerte de alcaldes ordinarios para 1810 (sería discutible definirla como buena
o mala en un año como este) a don Domingo Lazcano por el estado noble y a don
Ramón Lázaro Avellán por el general.
Era
don Domingo miembro de una conocida familia de hidalgos repartida entre Cazorla
y Quesada. De avanzada edad, murió en diciembre de 1814, no fue seguramente el
hombre de acción que necesitaban los tiempos, pero sí tenía experiencia y
prudencia para, al menos, salir él indemne de los acontecimientos. Por su
parte, Ramón Lázaro Avellán era otro destacado personaje local. Su biografía
política es demasiado apretada para ponerla aquí, pero fue de todo: alcalde,
personero del común, regidor, diputado y, sobre todo, responsable de los muchos
pleitos que el Concejo tenía en tribunales de Madrid y Granada. Se puede decir
que participó en todas las intrigas políticas de su tiempo y que era de la
cuerda de Juan de Jila.
Los
nuevos alcaldes se estrenaron el día 19 de enero con una orden del corregidor
de Úbeda, cabeza del partido, que contenía las instrucciones para proceder a la
elección de diputados a Cortes. Se debía citar a todos los vecinos para
celebrar juntas parroquiales el día 21. En ellas elegirían a un vocal por cada parroquia
que tendría que acudir a Úbeda el día 28 a Úbeda. Allí se elegirían a los dos
electores que representarían al partido en la elección de diputados provinciales.
El Ayuntamiento consideró que era imposible convocar las juntas parroquiales
para el día 21, pues había aldeas de la jurisdicción a más de cinco leguas. En consecuencia,
decidió convocarlas para el siguiente festivo, el 23 día de San Ildefonso. Eran
tres las parroquias: Quesada, Tíscar y Huesa, donde había pila bautismal, que era condición necesaria para poder constituir circunscripción. No vuelven las actas
municipales a referirse a este proceso electoral. Es lo probable que el día 23
se hicieran las juntas parroquiales, pero ya no pudo haber ninguna reunión el
día 28 en Úbeda.
El día
20 de enero los franceses rompieron las defensas españolas de Sierra Morena y cruzaron
con facilidad pasos que se creían inexpugnables, como el de Despeñaperros. En
pocas semanas habían ocupado toda Andalucía, a excepción de Cádiz, donde se
refugió la Regencia. El general Horace Sebastiani, al mando de una de las
columnas invasoras, irrumpió por el flanco derecho de Despeñaperros y tomó
Úbeda el día 22, el 23 Jaén, una semana más tarde Granada y la siguiente Málaga.
Fue un paseo militar y las unidades españolas quedaron completamente desarticuladas;
cientos de soldados y oficiales se dispersaron y emprendieron una caótica
huida. Los fugitivos buscaron refugio en
el gran macizo montañoso que componen las sierras de Jaén, Granada y
Albacete. La situación se volvió completamente caótica y desconcertante, los
campos y las sierras se llenaron de soldados en fuga. Muchos oficiales, también
soldados, se dirigieron a Murcia y Alicante, zona libre de franceses, para
reincorporarse al Ejército del Centro que intentaba reorganizarse allí. Quesada
quedaba en su camino.
Según el
vecino de Cazorla José Sanjuán, contemporáneo de los hechos y que más tarde
escribió sus recuerdos, el día 23 un destacamento francés cruzó el Guadalquivir
camino de Cazorla, pero solo reconocieron el terreno y se dieron la vuelta
rápidamente sin ocasionar daños. A Quesada las primeras noticias del desastre y
de la irrupción francesa llegaron por la caótica marea de soldados a la fuga.
Desde la ocupación de Jaén dejaron de existir las autoridades provinciales; no hubo
por tanto instrucciones ni comunicación oficial alguna. El pueblo, como tantos
otros, quedó solo y desconectado de todo gobierno, a su propia iniciativa,
apañándoselas como podía en aquel tremendo desbarajuste.
El 26
de enero el Ayuntamiento de Quesada celebró un pleno en el que los nuevos
alcaldes manifestaron inquietud. Dijeron que era preciso conocer y hacer
inventario de los fondos disponibles por el Ayuntamiento para atender “los
casos que puedan ocurrir en las actuales circunstancias”, que se presumían
difíciles. La situación se había vuelto muy preocupante, pues gente desconocida
y armada transitaba a diario por la villa y su término. El pueblo estaba
indefenso porque la guarnición militar que hubo, la remonta del Regimiento de
caballería ligera del Rey, con una dotación de 18 soldados al mando de un capitán, había
abandonado el pueblo al principio de la guerra. No había más fuerza armada que
las milicias honradas, compuesta por paisanos voluntarios. Las gentes de guerra
que pasaban por el pueblo y su término pedían, exigían, socorros y suministros
(pan, carne, cebada y pienso para las caballerías…) con los que poder continuar
su huida.
El 27
de enero volvió a reunirse el Ayuntamiento, dando ya muestras claras de temor
ante lo que pudiera ocurrir. Los alcaldes dijeron que era público cómo “con
motivo del ataque que hubo con los franceses en los puntos de Sierra Morena se
dispersó todo el Ejército que guarnecía estos y que su retirada la mayor parte
de las tropas la tienen por esta villa para ir a buscar los puntos de reunión”.
Hasta el momento se había conseguido atender sus exigencias, contando a veces
con algunos particulares que habían querido contribuir “por evitar las
contingencias a que estaba expuesta la población con las nominadas tropas de
que cometan excesos de mayor graduación”. Se habían sacado 100 fanegas de trigo
del Pósito para atender los suministros, pero la situación se estaba
desbordando y ya no quedaban fondos con los que atender nuevas peticiones. Por
eso se acordó convocar a las “personas más
desempeñadas que hay en esta población” para que ofrecieran voluntariamente, en
concepto de préstamo, “así maravedíes como granos, vino y aceite” para atender
a las tropas transeúntes. Como vemos, a los que en aquel primer momento se
temía no era a los franceses, que tardarían en presentarse, sino a los soldados
españoles fugitivos, que no se comportaban siempre de la manera esperable. Con
este temor a los soldados propios viene a la memoria aquella célebre frase que
se le atribuye al ministro Pío Cabanillas: ¡Al suelo, que vienen los nuestros!
El 3
de febrero el general Desolle, gobernador general de los reinos de Córdoba y Jaén,
publicó un edicto por el que ordenaba que todos los vecinos declarasen las
armas que tenían y las entregasen. Este desarme no afectó a Quesada, pues
todavía no estaba controlada por los franceses. Un mes después Desolle dictó
otra orden aparentemente contradictoria: que se formasen en villas y ciudades
por los “vecinos honrados y propietarios”, guardias cívicas capaces de “asustar
a todos los que quisieren turbar el orden”. Como es normal en toda ocupación
militar, los “facinerosos y malhechores” que amenazaban la paz pública eran los
rebeldes que se oponían al invasor, la guerrilla.
No
andaba descaminado Desolle en su preocupación por los rebeldes. Desde el primer
momento parte de los soldados en fuga, junto a vecinos de los pueblos, fueron
agrupándose y formando partidas sueltas que hostigaban a los franceses. El día
10 de febrero el general Joaquín Blake, del Ejército del Centro, encomendó al
comandante Hermenegildo Bielsa que reuniera al mayor número de dispersos y que
con ellos organizara guerrillas en el reino de Jaén.[6] Bielsa desplegó una
intensa actividad moviéndose por las zonas libres del control francés, especialmente
en las zonas de sierra. Recorría los pueblos reclutando fugitivos y pidiendo
hombres, suministros y pertrechos. Las partidas guerrilleras empezaron a actuar
rápidamente. Al principio con poco éxito, como cuando el 11 de marzo fueron
dispersadas por los franceses cerca de Torreperogil.[7]
A
estos primeros grupos se sumaron pronto paisanos especialmente decididos,
algunos de los cuales formaron partida propia con la que acosar a los franceses.
Entre ellos estaba Pedro Alcalde, natural de Los Villares y que ya se había
distinguido en 1808 en Bailén. También Juan Uribe, de Villacarrillo y el
quesadeño Jerónimo Moreno. Don Jerónimo Moreno era hijo de Don Juan Moreno, alguacil mayor del campo y sierra, y de Dª María Candeal, una familia
notable relacionada con Baza y que vivían en la Plaza, actual número 21. En
1809 Moreno ya se había integrado como subteniente en la milicia honrada de Quesada.
Aquella primavera levantó una partida que se hizo célebre. Combatió a los
franceses, a menudo haciendo equipo con Alcalde, por toda la provincia y las
próximas de Granada, Málaga y Córdoba.[8] Aunque no se conocen sus
nombres, al menos parte de sus guerrilleros, que según Díaz Torrejón eran unos
cien, debían ser quesadeños. Sí se sabe que sus dos hermanos varones le acompañaron en la aventura: Juan y Luis
Moreno. Luis se hizo años después muy famoso por sus andanzas como realista en
1823. Más tarde, cuando los delirios paranoicos de Fernando VII le llevaron a
perseguir incluso a los suyos, Luis Moreno acabó en la cárcel. En 1834
consiguió escapar y emprendió una fuga, ya como rebelde carlista, que fue
sonada en toda la comarca. Capturado en febrero de 1835, fue fusilado por la
espalda, como traidor, en la Plaza de Quesada. Pero esta es otra historia más
que merece su propio artículo.
Ante
la creciente actividad guerrillera, el general Desolle se vio obligado a crear el
Regimiento de infantería Jaén Nº 8. Estaba formado por españoles, soldados
dispersos derrotados en Sierra Morena y también voluntarios que querían sentar
plaza. Lo mandaba el mayor Paul Marie Rapatel, que por su buen desempeño fue
ascendido a coronel en 1811.[9] Veremos a este regimiento
actuar en Quesada a finales de año. Sirve la noticia para comprobar cómo había
españoles en ambos bandos, tanto en el español rebelde como en el francés o
josefino.
En marzo, aunque los imperiales ya se habían instalado en Úbeda con una guarnición permanente, todavía no se había visto a ningún francés por Quesada.[10] El mayor problema que afrontaba el Ayuntamiento de Quesada seguía siendo el de los suministros que se le exigían y la forma de costear “tan crecidos gastos“. Decían los alcaldes, 4 de marzo, que “no cesan de subir y bajar distintas partidas de guerrilla con sus comandantes y demás jefes que traen, que todos piden socorros”. Para allegar fondos se tomaron medidas tan extremas como el momento que se vivía y que nunca se hubieran considerado en tiempos normales. Lo pudieron hacer aprovechando que habían quedado solos, sin autoridad superior que los pudiese reprender. Se movilizaron algunos “fondos muertos” eclesiásticos, como el del priorato vacante, “para hacer el uso que convenga en tan críticas y actuales circunstancias”. Pero lo que resultó de mayor consecuencia fue el secuestro (intervención) de los fondos pertenecientes al antiguo conventos de dominicas.
Cuando
en 1786 se clausuró el convento de dominicas de N.ª S.ª de la Concepción, las
monjas fueron trasladadas al convento de agustinas de Cazorla. Las agustinas
interpretaron que en el paquete de las monjas se incluían los bienes de su
convento y se apropiaron de ellos. El Ayuntamiento de Quesada no lo aceptó,
alegando que estos bienes debían pasar a la villa cuando hubieran muerto todas
las monjas quesadeñas. Se inició así un largo y complicado pleito sobre su
propiedad ante el Consejo Supremo de Castilla. Al poco de comenzar la guerra,
el 7 de julio de 1808, y a causa de las circunstancias y de su escasa voluntad
de resistencia, el Consejo de Castilla dejó en suspenso diferentes recursos y
pleitos, entre los que estaba este sobre los bienes de las dominicas, que quedó en una especie de limbo. La medida que ahora tomaba unilateralmente el
Ayuntamiento tenía una evidente importancia económica y suponía añadir una
fuente de ingresos muy necesaria en las circunstancias del momento. Los bienes
en cuestión no eran despreciables. En 1752 se estimaba que la renta anual que
producían era de unos 15.000 rr.[11] En el inventario se
incluían 10 casas y “como unas veinte viviendas” en el solar del convento (entre el actual Callejón de las
Monjas y plaza de la Coronación). También cuarenta piezas de tierra repartidas
por todas las zonas de riego del pueblo (Real, Llano, Pago, Vega, Bóveda…), a
las que se añadían unas 120 fanegas de secano y una casa cortijo en Bruñel
Bajo. A lo largo de todo el conflicto se pleiteó por estos bienes que,
desentendido de ellos el Consejo, quedaron en manos de las decisiones de jueces
menores y de las autoridades provinciales de uno y otro bando.
Antes
se hizo referencia a la orden de que los vecinos aportasen para el esfuerzo de
guerra la mitad de la plata que poseyeran. No hay noticia sobre la recogida
entre particulares, pero sí la hay de lo que aportó el convento de dominicos de
San Juan Evangelista. El 19 de marzo se presentó en Quesada don Joaquín
Vilches, comandante de una de las partidas dependientes de Bielsa. El
comandante Vilches firmó con los administradores del convento un recibo
detallando las alhajas de plata entregadas.
No eran muchas por ser el convento “muy infeliz” (pobre) y se reducían a los
siguientes objetos: “un copón mediano, otro más chico, como una taza, dos
cálices con sus dos patenas y cucharas” y una lámpara cuyas cadenas eran
falsas. La plata de los frailes fue remitida por Bielsa al general don Joaquín
Blake, jefe del Ejército del Centro en Murcia.[12]
La
primera entrada seria que hicieron los franceses en la comarca fue el 30 y 31
de marzo, en Cazorla. Según José Sanjuán, a su llegada las tropas imperiales exigieron
el pago de una exorbitante multa de 200.000 reales. Era el castigo por haber
acogido y ayudado a los soldados tras el desastre de Despeñaperros y por haber
colaborado con el comandante Bielsa. Se consiguió pagar la cantidad recurriendo
a las aportaciones de los “pudientes” del pueblo, temerosos de lo que pudiera
ocurrir. Esta primera vez, a pesar de la muerte de un francés a manos de un
lugareño, se marcharon sin causar estragos. El papel desempeñado por Cazorla en
esta guerra fue primordial, especialmente en los primeros meses, cuando la resistencia
estaba a cargo de la guerrilla, casi en exclusiva. En mi opinión, y sin querer
jugar a estratega napoleónico, se explica su protagonismo, al menos en parte,
por las circunstancias geográficas.
El
acceso a Cazorla se hace por tierras de campiña más o menos llanas y no
accidentadas en exceso. Sin embargo las espaldas del pueblo están perfectamente
cubiertas por el paredón de la sierra, que se puede decir empieza en el mismo
caserío. Esta posición era inmejorable para Bielsa y sus partidas, pues
permitía salir al campo a combatir al enemigo, acosarlo cuando entraba en la
población y al mismo tiempo escapar con gran rapidez a la sierra, terreno donde
no entraban las fuerzas regulares. Se podría comparar con una calle en la que desde
una acera se podía atacar y desde la otra escapar. La sierra les ofrecía además
otra ventaja, la facilidad la comunicación con el III Ejército, refugiado en
Murcia al abrigo de las montañas de esta zona de Jaén, Granada y Albacete. La
ventajosa posición no se daba en ningún otro lugar de la comarca, tampoco en
otras poblaciones importantes como Villacarrillo y Villanueva del Arzobispo,
situadas en campo abierto y donde le era más difícil a la guerrilla
establecerse. En el caso de Quesada su posición
complicaba mucho que la guerrilla pudiera posicionarse en ella. Situada a unos
tres kilómetros de la sierra, resultaba fácil rodearla como efectivamente
ocurrió, pues una entrada por las huertas de la Torrecilla y el Llano, terreno
accesible a la caballería, dejaba al pueblo separado del monte sin posibilidad de huida.
Lo que
era una gran ventaja para la guerrilla resultaba ser una gran desgracia para
los vecinos y sus familias, que solo con grandes privaciones y por poco tiempo
podían escapar a la sierra. La presencia de Bielsa y sus guerrillas fue casi
continua en Cazorla y como consecuencia a ella se dirigieron los ataques
y castigos de los franceses. Esta circunstancia no pasaba desapercibida a los
regidores de la entonces villa arzobispal. Sirve de ejemplo lo sucedido el 23
de agosto de 1810, cuando se supo de la proximidad de una columna francesa
compuesta por 150 dragones y 400 infantes. Temeroso de las consecuencias, el Ayuntamiento de Cazorla pidió a Bielsa “que se
retirase con su tropa y no comprometiese más el pueblo.”[13]
Hay
que imaginar la dificilísima posición de los habitantes de Cazorla, sabedores
de que, retirados los franceses, Bielsa y “su tropa” volverían y su presencia
los convertiría de nuevo en “héroes a la fuerza”. La alternancia de unos y
otros se daba en toda esta parte de la provincia donde “el frente” era muy
fluido y se alternaba la presencia de unos y otros. En el caso de Quesada
se intuye esta circunstancia en las actas municipales, donde se procuró dejar
poco por escrito, sin proclamas patrióticas
ni de especial sumisión a la administración de José I, con pura “asepsia
administrativa”.
La
caótica situación provocada por el desastre de Despeñaperros dejó, como ya se
ha dicho, huérfanos a estos pueblos de autoridad española que les sirviera de
referente. El hueco fue inmediatamente llenado por las guerrillas irregulares,
más o menos dependientes del comandante Bielsa, y que a menudo actuaron de
forma abusiva. Hay que considerar que no todos los soldados fugitivos de Sierra
Morena se movieron por impulsos “patrióticos”. Ante la situación de río revuelto,
muchos miraron por su propio interés y alternaron el ataque a los franceses con
el abuso, cuando no expolio, de los paisanos. Especialmente en los primeros
meses nunca se podía saber si la gente armada que transitaba eran rebeldes que
combatían a los invasores o simplemente malhechores. Eso sin contar que, ante
la falta de gobierno y control, cuadrillas de auténticos bandoleros se movían a
sus anchas. En la comarca se hizo famosa la de los hermanos Cristóbal Perea, Cara
vaca y Juan Perea, Navidad, que asolaron “los términos de Quesada,
Cabra de Santo Cristo, Pozo Alcón y otros aledaños, donde perpetran asesinatos
y robos con la mayor impunidad”. Dieron importantes golpes, como el conseguido con
asalto al cortijo Cabeza Montosa, próximo a Cabra de Santo Cristo, donde se
hicieron con 30.000 reales en trigo y alhajas. Actuaron durante toda la guerra y
solo al final de ella fueron capturados y ejecutados a garrote vil en Granada,
en el año 1817.[14]
La
intromisión de Bielsa y sus partidas en la política y administración de los
pueblos, actuando como autoridad legítima española, fue constante. En Quesada,
por ejemplo, el 12 de abril se recibió un oficio de “don Hermenegildo Bielsa comandante de las partidas del Reino de Jaén en
que se dice que las partidas deben sostenerse por los pudientes de los pueblos
y no de los fondos públicos”. En vista de la "orden" se acordó cumplirla y repartir
“lo necesario para la manutención de dichas partidas a las personas pudientes y
que más pronto puedan ponerlos en efectivo”. Pero el propio Bielsa era
consciente de que se estaban cometiendo abusos por sus hombres, lo que podían
poner en peligro la colaboración de los pueblos.
En carta que dirigió al general Joaquín Blake en 7 de
abril de 1810 le informaba de las preocupaciones y trabajos que le ocasionaban
“varios comisionados de partidas”. La causa eran sus “desacertados manejos” con
las justicias (ayuntamientos) y la “poca disciplina en la gente que mandan”.
Actuaban por su cuenta “no cumpliendo con mis instrucciones y órdenes (…) practicando
lo que les parece con despotismo y poca subordinación”. Por ello se había visto
obligado a retirarles “los pasaportes” (la licencia que los identificaba como
guerrilleros para recibir socorros de los pueblos) para “verme libre de enredos”.
Le comunicaba también que, “conducido en clase de arrestado”, le mandaba a “don
Joseph Álvarez, estudiante ordenado de Evangelio que se hallaba agregado a las
partidas de mi mando”. Le acusaba de haber cometido “sofocos y vilipendios” con
los vecinos y regidores de Cazorla.[15]
Aquella primavera de 1810 se fijó el escenario bélico que
se mantuvo más o menos hasta la salida de las tropas francesas de Andalucía en
1812. A un lado Úbeda, casi permanentemente en poder de los franceses, y
también Jódar, que el 6 de febrero había sido ocupada por un batallón de
polacos.[16]
Al otro lado del Guadiana Menor, Cazorla y Quesada, más arriba la Sierra de
Segura, con Bielsa y la guerrilla. En medio Villacarrillo, Villanueva e
Iznatoraf, que pasaban del control de uno al de otros con gran rapidez y
fluidez. La situación no fue estática en absoluto. Los franceses cruzaban muy a
menudo el Guadalquivir y el Guadiana atacando Cazorla o realizando desde la
Villas algunas entradas a Beas y otros lugares de la sierra. A su vez la
guerrilla pasaba los mismos ríos para atacar a los franceses en Jódar y en Úbeda,
donde consiguieron algunos éxitos importantes.
Como
ya se ha visto, la primera entrada de los franceses en Cazorla se produjo en
los últimos días de marzo. La guerra se generalizó por toda esta parte de la
provincia y el 25 de abril las partidas al mando de Bielsa atacaron a los
franceses en Jódar.[17] El 7 de mayo una columna
francesa procedente de esta villa cruzó el Guadiana Menor camino de Cazorla. Lo hizo
por Collejares, donde una barca atada a una maroma facilitaba el paso.[18]El Guadiana fue durante
toda la guerra un obstáculo importante porque en invierno se hacía difícil
vadearlo. El 8 atacaron Cazorla, siendo rechazados por Bielsa, que los obligó a
huir y volver a cruzar el Guadiana. El 27 de mayo regresaron los franceses a
Cazorla, siendo también rechazados por Bielsa. Al día siguiente los imperiales
fueron atacados “en las inmediaciones de Quesada”.[19] De esta acción no hay muchos datos, porque el parte de guerra en el que se informa del mismo está incompleto
y no incluye el detalle de la operación. Es lo más probable que en el enfrentamiento participasen las partidas guerrilleras habituales, especialmente
la de Moreno. En este momento ya sería habitual la presencia en el pueblo de guerrilleros
armados, entrando y saliendo con frecuencia, pues la movilidad era la mayor de
sus ventajas. Por entonces las patrullas y columnas francesas, en persecución de
rebeldes guerrilleros, ya era una constante en toda la comarca y se producían continuos incidentes.
El 4
de junio las tropas imperiales volvieron a Cazorla, esta vez con mucha mayor
fuerza, 2.000 soldados de infantería y 300 de caballería según Sanjuán, cifras
seguramente exageradas pero que en cualquier caso muestran que no fue una
columna de las habituales. Los invasores se comportaron con la saña y el salvajismo
propio de ocupantes: hubo numerosos muertos civiles entre los que no escaparon
a la sierra, saqueo e incendio de casas, conventos e iglesias. La Iruela fue
arrasada y el eco del desastre se extendió por toda la comarca, provocando pánico
y a la vez indignación. José Sanjuán, que presenció los hechos, describe con
detalle las crueldades y violencias extremas que se vivieron. La terrible
acción fue la represalia por la continua presencia de las guerrillas, que por otra
parte poco daño sufrieron por la ya aludida facilidad que les ofrecía Cazorla
para protegerse en la sierra. Era también esta ferocidad un aviso a todos los
pueblos cercanos para que, paralizados por el terror, se abstuvieran en lo
sucesivo de oponerse a los invasores y colaborar con los rebeldes. Resulta un
clásico de toda invasión y se ha visto numerosas veces en la historia. Pero
también ha sido normal que el invasor consiga exactamente lo contrario y que
gente tranquila, que hasta ese momento solo pensaba en lo suyo, comprendiera
inmediatamente el lugar en el que debían estar y que el invasor no venía a
quitar a Fernando VII, que venía a por ellos.
Edicto del general Desolle, gobernador de Córdoba y Jaén |
4.-
Los franceses en Quesada
El del
12 de abril se había celebrado en Quesada el último pleno municipal sin
franceses. No hubo otro hasta dos meses después, el 12 de junio, a los pocos
días de los sucesos de Cazorla y la Iruela. Lógicamente los atemorizados
alcaldes y regidores no dejaron por escrito ningún rechazo o queja por el
brutal asalto, ni siquiera se mencionan los hechos. Los regidores se refirieron
nuevamente a los “crecidos gastos que se han
presentado y presentan en los suministros de las tropas”, pero esta vez ya no
se trata de las partidas guerrilleras. En esta ocasión las exigencias vienen
del invasor, pues “se han presentado (tropas)
francesas en esta villa”. Para atender sus exigencias de suministros había sido
preciso recurrir a “vecinos particulares” que, “en calidad de reintegro”
(préstamo), habían facilitado “carne, vino, pan y demás
utensilios”.
Se hacía
indispensable nuevamente conseguir fondos para cubrir tantos gastos, “todo con
el objeto de que a este pobre vecindario no se le causen los perjuicios que de
la falta de suministro puedan ocasionarse”. Ya no quedaba efectivo a
disposición del Ayuntamiento y por eso se acordó movilizar 230 fanegas de trigo
del Pósito, las últimas que quedaban en sus paneras. También se dio cuenta en
este pleno de varias órdenes comunicadas por funcionarios “en el actual
gobierno”. Hay que tener en cuenta que del trigo del Pósito se abastecían los
panaderos que vendían el pan a precios fijados por el Ayuntamiento. La
disminución de las existencias del Pósito, o su consumo total como en esta
ocasión, ponía en peligro el abastecimiento público y presionaba al alza los
precios. Estos problemas con el pan no se padecían por todos los vecinos por
igual. Afectaban sobre todo a los que tenían que comprar el pan porque no
tenían trigo propio. Los propietarios podían amasarlo con su propia harina y además
beneficiarse de la subida del trigo vendiendo el propio.
Cinco días después,
en el pleno del 17 de junio, hay un drástico cambio en las actas municipales.
En ellas se mencionan por primera vez y se reconoce a las nuevas autoridades
provinciales afrancesadas. El
reconocimiento fue fruto de su capacidad de imponerse por la fuerza militar.
Hasta que no habían aparecido soldados no se había reconocido a estas
autoridades. Desde el momento en que las tropas francesas llegaron al pueblo
desapareció de las actas cualquier signo de acatamiento a las autoridades
españolas, aunque fuera simbólico, como el papel oficial sellado a nombre de
“Fernando VII Rey de España y las Indias”. Y no hace falta añadir que
desaparece toda mención a las partidas guerrilleras.
Este pleno del día 17 se inicia dando cuenta de una orden
comunicada por “el ilustrísimo señor don Manuel de Echazarreta, su fecha en
Jaén a 9 del corriente mes y año”. En ella se previene que por orden “del
excelentísimo señor mariscal duque de Dalmacia (Soult)”, se proceda al adelanto
del cobro de los arrendamientos de bienes municipales, entregando su importe en
la tesorería de Jaén antes del día 30 de junio. Echazarreta era el prefecto del
departamento Alto Guadalquivir, que coincidía más o menos con el reino de Jaén en
la división territorial creada al modo francés por el gobierno de José I. El
resto del pleno consistió en un aluvión de órdenes de carácter administrativo y
fiscal remitidas por el “ilustrísimo señor prefecto de este
departamento”. Se referían a la obligación de reanudar los pagos a la Tesorería
Provincial de los tributos y contribuciones tradicionales a que estaban sujetos
los pueblos. Especial repercusión en Quesada tuvo la orden dictada por el “excelentísimo
señor mariscal duque de Dalmacia” y transmitida por Echazarreta de que los arrendatarios
de “las fincas pertenecientes a el caudal de Propios de esta villa” (la Dehesa
de Guadiana) adelantasen los pagos que tenían que hacer el día de San Miguel y
que se pusiera inmediatamente en la tesorería la parte correspondiente a la
Hacienda Real.
Las órdenes de Jaén eran entregadas en mano por las tropas, pues el servicio de correspondencia normal había dejado de funcionar. El conductor de la correspondencia desde Úbeda hubiera tenido que atravesar terreno inseguro, donde fácilmente la documentación podía ser interceptada por la guerrilla. El control francés en Quesada, como en el resto de pueblos de la comarca, nunca fue perfecto ni continuo. Las tropas iban y venían y cuando no estaban quedaba el campo libre para la guerrilla. Los componentes del Ayuntamiento y los vecinos estaban sometidos a una enorme tensión, se podría decir que entre dos fuegos. Los regidores eran personas de la antigua época, propietarios acomodados acostumbrados a una vida tranquila alterada solo por sus intrigas y conspiraciones políticas. Seguramente temiendo tiempos revueltos y difíciles, el escribano del Concejo Juan de Jila Rivera, el enemigo de Bustos, pidió que se le relevase del cargo. Justificaba la dimisión por su edad y los achaques de salud habituales. Alegaba también que llevaba 28 años en el cargo y que tenía otras ocupaciones que atender (era también notario). Prueba de que los achaques que alegaba eran excusa para librarse de los peligros del momento fue la activad política que desplegó con posterioridad, tras la marcha de los franceses. Los regidores se opusieron a que alguien se bajara del barco en aquel momento y no aceptaron la renuncia, por ser el “único en quien descansan las confianzas de este cuerpo”. La decisión se tomó “de un acuerdo”, es decir, por unanimidad. Bustos, que en otros tiempos se hubiera alegrado lo indecible de que su enemigo dejase el Ayuntamiento, esta vez votó por su continuidad, para que tuviese su ración alícuota de problemas y peligros. Como es lógico, los regidores no dejaron constancia por escrito de sus simpatías con patriotas o con imperiales. Seguramente y de forma análoga a lo narrado por Sanjuán para Cazorla, su actitud fue cambiante, nadando entre dos aguas para evitar complicaciones personales.
El 19
de julio, avanzada ya la cosecha de granos, el Ayuntamiento fijó los precios
oficiales del trigo. Era costumbre hacerlo en esta época y servía para calcular
pagos pendientes y, sobre todo, para determinar las cantidades que los
labradores debían devolver al Pósito por el grano que habían retirado como
préstamo en la sementera anterior. Este día fijaron unos precios todavía muy
moderados y que veremos cómo más tarde se dispararon. El de la fanega de trigo quedó
en 40 reales, el del pan de dos libras, que dependía del del trigo, en 7
cuartos, algo menos de un real. No eran niveles desconocidos pues en 1807, tras
una sucesión de malas cosechas, la fanega de trigo osciló entre 40 y 50 reales
y el pan entre 7,5 y 9,5 cuartos. Otra cosa es que a 40 reales se pudiera
encontrar alguien dispuesto a vender trigo. Porque este era el precio oficial a
efectos de contratos, no el real de mercado. La escasez provocada por la guerra
hizo que al cabo de unos meses los precios se multiplicaran por tres.
No
tenemos muchas noticias de la vida en el pueblo por aquellos días, pero sí las
hay del guerrillero local, Jerónimo Moreno. La Gaceta de la Regencia de
España e Indias, que se publicaba en Cádiz y era el órgano oficial de la
resistencia a Napoleón, publicó un sonado golpe que protagonizó su partida,
propio de una película de acción:
El día anterior (1 de
julio) 10 hombres de la partida de Moreno que habían entrado disfrazados en
Úbeda, se introdujeron en el cuartel francés de caballería, sorprendieron a los
que cuidaban los caballos, pusieron a 10 de estos las sillas, tomaron 10
espadas, y montando sin detención, salieron a todo escape a presentarse a su
comandante.[20]
En
Úbeda tenían establecida su base los franceses. Les era una plaza muy favorable
por el colaboracionismo de las autoridades, que a finales de mayo habían
constituido una Junta de Seguridad y Quietud Públicas, de la que solo su nombre
da idea de sus fines.[21]Penetrar en la principal
localidad que controlaban los franceses en esta parte de la provincia tuvo una
gran repercusión y por eso los ecos llegaron hasta Cádiz.
Pero
no fue este el único hecho memorable que protagonizó el quesadeño Moreno en
aquel verano. En la Gaceta de la Regencia se da cuenta de otra acción
más importante y de mayor repercusión. En aquella guerra se utilizó la
incipiente prensa para la propaganda, contando cada lado solo las cosas que le favorecían,
y lógicamente magnificando los éxitos. Ahora lo vamos a ver en los papeles
procedentes de Cádiz, en breve lo veremos en los publicados por la parte
afrancesada. La acción sucedió a mediados de julio y comenzó en la otra parte
de la provincia, en Martos.
Según
la Gaceta, a mediados de julio se tuvo noticia de que los franceses
tenían 60 potros en el término de Martos. Por indicación de Bielsa, Jerónimo
Moreno y Pedro Alcalde, al mando de unos doscientos hombres, resolvieron
capturarlos y conducirlos a la retaguardia guerrillera en Segura. Consiguieron
realizar la empresa, “guardando las precauciones convenientes” y marcharon con
ellos por el camino de Valdepeñas de Jaén. Hubo en el camino algún tiroteo sin
mayor consecuencia, hasta que conocieron que el destacamento francés de
Carchelejo les iba a salir al encuentro. Resolvieron Moreno y Alcalde que
continuaran la marcha los potros escoltados por 50 hombres mientras ellos se
apostaban en un cortijo cerca de Pegalajar. Allí esperaron a los franceses.
Dice la Gaceta que la acción fue larga y sangrienta y que Moreno “mató
por su mano” al comandante contrario y que se distinguió especialmente el
soldado José Bello (¿el quesadeño José Bello del Ángel, abuelo del maestro y
pintor Isidoro Bello?). Los franceses perdieron
68 hombres, “quedando en poder de los nuestros todas las armas, mochilas,
equipajes de los oficiales y una caja de guerra; por nuestra parte tuvimos un
muerto y 4 heridos” (a esto me refería con la exageración propagandística).
Perseguidos
por refuerzos franceses, que desde Jaén salieron a su encuentro, el día 22 de
julio llegaron a Quesada. Allí fueron alcanzados por sus perseguidores
entablándose un feroz combate que duró seis horas “al cabo de las cuales el enemigo se retiró abandonando el campo, donde
encontramos 5 cadáveres de los suyos (…) un muerto y un herido fueron nuestra
pérdida”. El convoy de potros y la tropa salieron de Quesada alcanzando Segura
de la Sierra sin novedad el día 25. Según La Gaceta se distinguieron en esta
lucha en Quesada Luis Moreno, el sobrino de don Jerónimo, y el belerdeño
Francisco Guerrero (a) Peseta.[22]
No se
quedó quieto don Jerónimo. El 5 de agosto, junto a las partidas de Uribe y
Alcalde, se enfrentó a los franceses en Villanueva del Arzobispo e Iznatoraf.
Su partida estaba compuesta por 70 infantes y 40 caballos. Consiguieron
rechazar a los franceses, noticia que Hermenegildo Bielsa comunicó al general
Freire con gran entusiasmo. Además de destacar la “mucha bizarría” de Moreno,
Bielsa se ufanaba del comportamiento de sus partidas, pues simples vecinos de
aquellos pueblos, sin especial preparación militar, ponían en fuga a “los
conquistadores del mundo”.[23] Y no era para menos, pues
estos pueblerinos habían derrotado a las tropas del dueño de media Europa. Pero
no ocurriría siempre, pues éxitos y fracasos se alternaron para las guerrillas.
Y había además serios problemas de disciplina en las partidas, abandonos y
deserciones.
El 28
de agosto, desde Segura de la Sierra, Bielsa le hizo un balance de situación a
su general, el malagueño Joaquín Blake. Le informaba del saqueo de Beas de
Segura por los franceses, que también habían atacado Villanueva, Villacarrillo, Iznatoraf y “cortijos y casas de campo los han
saqueado como acostumbran, destruyendo lo que no pueden llevar y rompiendo
ventanas, puertas y muebles”. Dijo que entre los imperiales que actuaban en la
zona “hay bastantes juramentados, urbanos y ronda de Jaén” (españoles) y que su
intento era perseguir a las guerrillas haciendo “marchas y contramarchas por
todos los puntos que nosotros ocupamos”. No le ocultó Bielsa que había
problemas en su gente, que se le habían dispersado más de 100 hombres y “toda
la sierra está llena de desertores”.[24]Además
se seguían produciendo incidentes en los pueblos a causa de la indisciplina de
las partidas y el capricho de alguno de sus comandantes, que actuaban por
libre. El 8 de agosto la partida del fraile Juan Rienda, Guardián de Baza,
maltrató a los regidores y vecinos de Cazorla llevándose preso al alcalde
segundo. Al día siguiente el Ayuntamiento cazorleño pidió al prefecto
Echazarreta que impusiera su autoridad y los protegiese de las partidas.[25]
Poco después, según Sanjuán, pidieron a Bielsa que se retirase y no
comprometiera más a la población. Tras el desastre de Ocaña, que a su vez
provocó el de Despeñaperros, quedó el Ejército regular muy maltrecho y la
resistencia en manos de las partidas. En parte por estos incidentes que se
sucedían, y desde luego por la tendencia natural y mentalidad de los generales,
paulatinamente el ejército regular fue recomponiéndose, absorbiendo a las
partidas irregulares, que fueron militarizadas. 1810 fue por estas tierras el año
de las guerrillas, pero en 1811 el protagonismo pasará a las unidades militares
regulares.[26]
En
este contexto bélico, con el trasiego continuo de tropas, la inseguridad era
muy grande, especialmente en el campo, lo que afectó grandemente a la
ganadería. En la soledad del campo era fácil y no tenía mucho compromiso
“requisar” el ganado de un pastor. En Quesada el peligro era mayor en la Dehesa
de Guadiana, zona solitaria y alejada. Tomás Fernández Jaque era uno de los
mayores ganaderos del pueblo. No era un pastor cualquiera. Venía de una familia
de labradores que había llevado en arrendamiento cortijos importantes. Fue
alcalde ordinario y sus descendientes tuvieron gran relevancia a lo largo del
siglo XIX. Era uno de los rematantes de los pastos de la Dehesa de Guadiana,
que el Ayuntamiento sacaba periódicamente a subasta. En 1813, día 17 de mayo,
el Ayuntamiento le reclamó el pago de las cantidades que tenía pendientes por el
arrendamiento de varios años. En su defensa alegó que, como era conocido, en el
verano de 1810 “los enemigos” le quitaron 800 cabezas de ganado lanar, “y que para que no le llevasen el resto abandonó el
cuarto de la Dehesa que ocupaba por estar en camino real, que transitaban de
continuo los enemigos”. No había podido aprovechar los pastos arrendados a
causa de la guerra y por ese motivo solicitaba que se le eximiese del pago de
las cantidades pendientes.
El día 13 de agosto el Ayuntamiento de Quesada estaba
reunido para celebrar cabildo. No había hecho más que empezar la reunión cuando
se presentó Martín de la Torre, uno de los diputados de la Corporación,
informando de algo. De inmediato se suspendió la reunión, anotándolo
lacónicamente en el acta el escribano, que tachó lo poco que llevaba escrito.
No es descabellado pensar que se habían presentado los franceses. Seguramente
permanecieron unos días en el pueblo porque el 27 ordenaron al Ayuntamiento de
Cazorla que entregase 3.000 raciones en Quesada.[27]
Según informó Bielsa a Blake, el 2 de septiembre ya se habían retirado a Jaén
los que había en Quesada.[28]
En septiembre de 1810 los franceses entraron varias veces
en Cazorla provocando graves daños. Cuenta Sanjuán que el día 2 lo hicieron
“dirigidos por un soldado desertor de las guerrillas, natural de Quesada, que
se les había juramentado (cambiado de bando) y dado noticia” de dos compañeros
suyos que se escondían en las casas de sus familias. El día 11 hubo incidentes,
también en Cazorla, entre vecinos, guerrillas y soldados, formándose bandos que
se enfrentaron entre sí en medio de un gran desorden. En Quesada el cabildo
recibió un aluvión de órdenes de carácter fiscal en las que el prefecto apremiaba
el ingreso en la tesorería de Jaén de contribuciones y demás impuestos. También
se recibió un oficio del prefecto sobre “lo que ha pertenecido a esta villa de
víveres para la subsistencia de las tropas imperiales en los cuatro reinos de
Andalucía”, cupo que incluía trigo, legumbres, vino, vinagre, carne, cebada
para los caballos, leña y sal. Para cubrir estos gastos se apartaron otras 200
fanegas de trigo del Pósito, procedente de las devoluciones de préstamos en
especie que habían tomado los labradores para la sementera.
El 25
de septiembre el general Joaquín Blake comunicó a Bielsa que tenía por
conveniente que “por ahora” quedase separado del mando “de las partidas sueltas
del Reino de Jaén” y que debía entregarlo al brigadier Antonio Osorio Calvache.[29] El cese se inscribe en la
tensión entre partidas irregulares (de las que Bielsa era partidario) y unidades
militares regulares, que defendía el mando.
Sable de época napoleónica encontrado en Quesada. Ayuntamiento. Foto Nicolás navidad |
5.- La
guerra en las calles de Quesada.
El
cese de Hermenegildo Bielsa representó el fin de una etapa en esta guerra. Seguirían
actuando las guerrillas y con fuerza, pero poco a poco la guerra se fue
profesionalizando. Cada vez más aparecerá el nombre de cuerpos de ejército,
regimientos y batallones, más nombres de jefes y oficiales y menos de paisanos
guerrilleros. Junto a su nombramiento, el brigadier Calvache recibió unas
precisas instrucciones, la primera de las cuales es terminante:
El mando del brigadier Calvache se ceñirá puramente a lo
militar, esto es, el orden y disciplina de las partidas y a dirigir sus
operaciones continuamente contra los enemigos, sin mezclarse por pretexto
alguno en los negocios políticos o civiles de los pueblos, ni en la
administración de las rentas o fondos públicos.
A esta primera instrucción se le añaden otras sobre la
forma concreta en que deben actuar las partidas: estar continuamente en
movimiento para que no puedan los enemigos dirigirse a atacarlas en un punto
determinado, evitar cualquier acción no ventajosa y actuar con secreto y
rapidez, con superioridad de número para obligar a los enemigos a mantenerse
reunidos. Deberán componerse las partidas de paisanos y no de soldados
dispersos de unidades del Ejército, que deben incorporarse a estas. Por último
se le hace responsable de que las guerrillas observen siempre el orden y
disciplina que impida los excesos.[30]
El
pleno de 26 de septiembre solo lo firmó el regidor Manuel Bedoya, ni siquiera
lo hizo el secretario Jila. Esta falta de firmas es algo extraño que rara vez
he visto en las actas de cualquier año. Se habló en él de los suministros a
“las tropas imperiales” y se acordó cumplir numerosas órdenes recibidas por el prefecto
Echazarreta. Quién sabe si evitaron poner su nombre en un documento que los
pudiese comprometer en el futuro. El caso es que seis días después volvieron a
reunirse y, como sucedió en agosto, el pleno quedó inconcluso. Tras el
encabezamiento habitual y el formulismo correspondiente:
“se trató y acordó lo siguiente”, con distinta tinta, pues seguramente se hizo
posteriormente, el escribano anotó: “Se suspendió este acuerdo”. Por aquellos
días la presencia de tropas francesas era constante; posiblemente esto sucedió
el día 3, y los regidores se vieron obligados a levantar la reunión para
atender sin demora los requerimientos del invasor.
El día
14 de octubre el brigadier Calvache se apostó en las inmediaciones de Úbeda. Al
amanecer entró por sorpresa en la población, cuyas calles estaban desiertas, y
atacó a los soldados enemigos en sus cuarteles. Tras varias horas de intensos
tiroteos decidió retirarse, “receloso tanto del pueblo que se halla enteramente
afrancesado cuanto de los refuerzos que venían ya a los enemigos”. En el parte
que transmitió al general Elío, Calvache le explica a lo que se refería con eso de afrancesados: “Son
dignos del mayor castigo los habitantes de Úbeda, es pueblo bastante adicto a
los enemigos; las exclamaciones a Fernando (VII) solo se oían en los barrios
bajos y gente pobre”. Según Calvache, no recibió ningún auxilio de las
autoridades locales ni se le presentaron aunque lo requirió. A pesar del
fracaso de la intentona, se obtuvo un importante botín. La tienda del
comerciante Vidal, “de nación francesa”, fue saqueada. A la tropa se le repartieron
“varias piezas de lienzo y prendas de uso” y lo de más valor como sedas, hilos
y cintas, junto a enseres de plata de la casa del comerciante, se depositaron a
Calvache para su entrega al general Elío. Además se hicieron con 30.000 reales
de la administración de rentas del partido y cuatro caballos, dos yeguas y una
mula de la milicia cívica (voluntarios afrancesados).[31]
Es
interesante este relato porque muestra las diferentes actitudes de la población
ante los invasores. Las personas acomodadas, las autoridades tradicionales,
tuvieron una tendencia ambigua cuando no de abierta simpatía hacia los
imperiales. En esta actitud seguramente influía el temor al carácter popular de
la resistencia, que a veces parecía traer ecos de la reciente Revolución
Francesa.[32]Sea
esto dicho con todas las cautelas, pues las excepciones en todos los sentidos
fueron numerosas. En cualquier caso los ubetenses no eran distintos ni de
calidad diferente a los vecinos de los otros pueblos. Hay que suponer que cosas
muy parecidas sucedían en todos ellos. En Quesada tuvo que ocurrir algo
parecido.
El día
19 de octubre una columna de tropas francesas, que había atacado Cazorla,
pernoctó en Peal. Estaba compuesta por 300 infantes y 100 caballos. De
madrugada avanzaron hacia Quesada, donde les salió al paso Calvache. Iniciado
el combate, los franceses recibieron el auxilio de otra columna procedente de
Jódar y otra que desde Pozo Alcón irrumpió “por la derecha de Quesada”.
Trataron de “envolvernos y flanquearnos por todas
partes, hasta por lo más escabroso y eminente de las sierras, lo que no
pudieron lograr manteniéndoles un terrible fuego por
todos los puntos, desde las 11 del día hasta anochecido”. Calvache tuvo
finalmente que retirarse a la sierra por su clara inferioridad y los pueblos
quedaron en manos francesas, hasta que se retiraron al día siguiente después de
descansar y sin “romper una sola puerta, ni hacer daño alguno”.[33]
Las
acciones, golpes y contragolpes que se están mencionando son solo aquellos de
las que he encontrado referencia documental, pero durante estos meses debieron ser
algo cotidiano. Seguramente irán saliendo poco a poco noticias entres los miles
de partes, informes y cartas que sobre los acontecimientos ocurridos en esta
tierra se custodian en el Archivo Histórico Nacional. No son fáciles de
localizar, pero se irán encontrando con el tiempo y la información disponible
aumentará.
En
Quesada y su término, durante estos
meses, la presencia de franceses estuvo muy relacionada con su carácter de
lugar de paso en el tránsito de los enemigos desde Baza y Pozo Alcón hacia
Cazorla y las Villas y viceversa. Según Sanjuán, el 30 de octubre entraron en
Cazorla 200 dragones franceses procedentes de Baza, que debieron pasar por
Quesada o sus inmediaciones. El 9 de noviembre 2.000 soldados imperiales, que
perseguían a las partidas, salieron de Villacarrillo con dirección a Pozo
Alcón.[34] La posición estratégica
de Quesada en la comunicación norte-sur del borde de la sierra, traerá al
siguiente año, como se verá en la segunda parte de esta historia, importantes sucesos
en el pueblo.
A
mediados de noviembre se produjo un violento choque dentro de Quesada
protagonizado por las partidas de Jerónimo Moreno y la de Pedro Alcalde de un
lado y el regimiento Jaén 8 por parte francesa. Como ya se vio antes, este
regimiento de infantería de línea se había formado en Jaén por el gobernador
militar francés Desolle y tenía como misión la persecución de las partillas
guerrilleras. Estaba formado por voluntarios españoles, aunque lo mandaba el
oficial francés Paul Marie Rapatel.
La
noticia de lo sucedido la dio La Gaceta de Granada con información
procedente del gobierno militar de Córdoba y Jaén. Es información de parte y
por tanto exagerada a efectos propagandísticos, especialmente en cuanto a las
bajas de una y otra parte. A las partidas guerrilleras se refiere como “los
bandidos” o “los insurgentes”, el lenguaje habitual de los ocupantes en toda
invasión y ocupación militar. Según el periódico granadino, el 17 de octubre
Rapatel sorprendió a la gente de Alcalde cerca de Quesada. Los acometió
causándoles 20 muertos y muchos heridos. Los guerrilleros huyeron en desorden,
abandonando en el camino “fusiles, sables y
pistolas, muchos caballos, mulas, borricos, provisiones de harina y cartuchos”.
Alcalde y su gente se refugiaron en Quesada, donde estaba
la partida de Jerónimo Moreno. Rapatel los persiguió hasta dentro del pueblo
entre un fortísimo tiroteo. Sigue diciendo la noticia que Alcalde y Moreno
consiguieron escapar pero dejándose “cinco o seis muertos” en las calles. Al
día siguiente Rapatel dejó Quesada con dirección a Jódar, pero en el camino
tuvo noticia de que, tras su salida, los guerrilleros, “excesivamente
fatigados”, habían vuelto al pueblo. Volvió para expulsarlos pero, al tiempo
que los acometía, dispuso que parte de su fuerza rodeara por Santa Cruz y
Rotalaya para cortarles la retirada a la sierra. Al sentirse de nuevo atacados,
Moreno y Alcalde emprendieron la huida por el camino de Cazorla y cayeron en la
emboscada. Tuvieron más de 40 muertos y perdieron gran cantidad de armas y
caballos. Alcalde y Moreno lograron escapar, pero en Quesada fue capturado “el
que hacía de teniente de la partida de Pedro Alcalde”. Muchos dispersos de
ambas partidas se presentaron a Rapatel “entregado sus armas voluntariamente”.
Concluye La Gaceta de Granada afirmando: Estas ventajas no nos han costado ni
un solo hombre.[35]
La
noticia está evidentemente exagerada; si fueran verdad todos los muertos que
dice, añadiendo los que se les rindieron y entregaron, hubiera supuesto la
práctica desaparición de ambas partidas, lo que por su fama hubiera tenido mucha más repercusión. Es
obligación de la propaganda de guerra exagerar e incluso mentir. En el artículo
sobre la segunda parte de esta guerra veremos que la prensa afrancesada llegó a
anunciar la muerte de Moreno, algo completamente falso porque un par de años
después estaba en Quesada, vivo y participando gustosamente en las
tradicionales querellas políticas locales.
De
estos sucesos se hizo también eco la prensa de Cádiz, Gaceta de la Regencia,
pero de forma escueta y sin referirse al resultado, relacionando solo los
lugares donde habían actuado las guerrillas para acreditar su gran actividad:
Las gacetas de Córdoba del mes de noviembre dan noticias
de las partidas de Pedro Alcalde, Jerónimo Moreno y Mateo Gómez, y de los
reencuentros entre ellas y los franceses junto a Quesada, Jódar, Posadilla
(Córdoba) y Alamillo (Ciudad Real).[36]
En
cualquier caso hay que recordar que estos enfrentamientos se dieron entre
españoles y que solo el mayor Rapatel era francés. Fue una constante durante
toda la guerra, que tuvo también rasgos de guerra civil. Es corriente asociar a
los afrancesados con gente de mentalidad liberal, y es verdad que hubo muchos
“afrancesados ideológicos”, pero no todos lo eran y muchos colaboraron con los
invasores por puro interés personal o por razones ideológicas contrarias: miedo
a que la revuelta popular degenerara en algún tipo de revolución. La mayoría de
los liberales estaban en Cádiz y allí alumbraron la Constitución. Hubo también
realistas ultraconservadores en los dos bandos. Estos sucesos del 17 y 18 de
noviembre en Quesada son también una buena ilustración de cómo tras la marcha
de los franceses la guerrilla ocupaba el hueco que dejaban. La inestabilidad
era total y los vecinos ya sabían que tras la marcha de unos llegarían los
otros y que los primeros volverían para expulsarlos. Unos días había franceses
y otros guerrilleros.
Antes
se hizo referencia al asunto de los fondos de la Dehesa de Guadiana, el
nombramiento de alcalde mayor por la Junta de Jaén y el enfrentamiento de esta
con la Chancillería de Granada. A finales de 1909 La Chancillería había enviado
una consulta-queja a la Junta Suprema Gubernativa, por entonces en Sevilla.
Ahora, fines de 1810, las instituciones que dirigían la lucha contra los
invasores estaban refugiadas en Cádiz. La Regencia había pasado el expediente
quesadeño planteado por la Chancillería al Consejo Supremo. En aquella ciudad,
sometida al cerco y cañoneo de los franceses, el 14 de diciembre decidió el
Consejo no considerar ni pronunciarse sobre el asunto y devolverlo “por ser
procedente de país ocupado por el enemigo”.
A
primera hora de la mañana del día 31 de diciembre de 1810 se juntaron, en las
casas consistoriales de la villa de Quesada,
los señores que componían el Ayuntamiento al efecto de celebrar cabildo. Al
concluir la reunión hicieron presente los señores alcaldes que en ese día se debía
proceder al sorteo de nuevos alcaldes para el año siguiente de 1811. Era este
un acto solemne que debía efectuarse de acuerdo a un protocolo legal muy
estricto, que incluía el reconocimiento de las bolsas utilizadas en la insaculación
de 1807, para comprobar que eran los originales y que contenían el número
correcto de bolas de madera con los nombres correspondientes a sortear. Los
sacos se custodiaban en el arca de tres llaves, cada una de las cuales estaba
en poder de un clavero, que había en la habitación del archivo, cerrada a su
vez con otras tres llaves. Dijeron los alcaldes salientes que, como era público
y notorio, “las tropas” habían ocasionado importantes destrozos en la casa
consistorial y en el archivo. El arca de tres llaves había desaparecido y con
ella los sacos de la insaculación.
Era algo que no había ocurrido nunca, no existían precedentes;
el país estaba en guerra y no había posibilidad de consultar a los tribunales
superiores cómo se debía proceder. Por eso se vieron precisados a buscar una
solución por su cuenta. Decidieron improvisar nuevos sacos y bolas de madera en
las que se pusieron los nombres que debían de quedar de la insaculación de 1807
(dos por cada estado, pues los otros tres ya habían sido sorteados en años
anteriores). Como era preceptivo, se pasó “recado político” (aviso) al cura
párroco para que fuera testigo. Una vez personado don Cristóbal García, cura
propio, en presencia de todos un niño de corta edad procedió a extraer una bola
de cada saco. Correspondió la suerte de alcaldes a don Simón Jiménez Serrano,
por el estado noble y a Tomás Fernández Jaque por el general.
El
Ayuntamiento que resultó para 1811 estaba formado, como todos los de aquellos
años, por gente mayor y conservadora, económicamente bastante acomodada y muy
experimentados todos en las banderías y enfrentamientos locales. El alcalde
primero, Simón Jiménez Serrano, hijo de don Higinio Serrano, era miembro de la
familia más activa en las intrigas municipales durante el siglo XVIII. Don
Simón tenía formación militar y había sido subteniente en el regimiento de
Guadix. Debía ser persona de genio vivo, pues en 1776 acuchilló a un contrario
durante el sorteo de alcaldes ordinarios de aquel año, lo que le costó prisión en
Granada. Tomás Fernández Jaque, alcalde segundo, fue aquel importante ganadero
al que los franceses incautaron 800 cabezas de ganado en la Dehesa. Los tres
regidores, Antonio del Águila, Manuel Bedoya y Pedro Vela, eran también
personas mayores, sin formación militar pero muy avezados en disputar y pelear
en el Ayuntamiento. El personero del común (una especie de defensor del pueblo)
era Luis Muñoz de Navarrete, realista como Moreno, pero persona de memoriales y
expedientes.
Estos
señores estuvieron al frente del pueblo en esta etapa, pero no sabemos mucho de
su comportamiento, si se enfrentaron a los franceses o fueron sus partidarios,
si apoyaron a Moreno o, lo más probable, se comportaron con neutralidad
procurando salvar el tipo. Es imposible saberlo, salvo que aparezca nueva
documentación. En el caso de Cazorla la narración de Sanjuán, testigo
presencial de los sucesos, permite deducir que regidores y justicias no
opinaban todos lo mismo y que actuaron en determinados momentos con bastante
división. En Quesada algún militar dejó por escrito sus sospechas de que
algunos vecinos actuaban como espías afrancesados, aunque no da los nombres. Lo
que sí se puede suponer es que los regidores de Quesada no actuaron unidos,
porque llevaban la discordia en la masa de la sangre.
Con la
elección de alcaldes terminaba 1810 en Quesada, primer año de guerra en
Andalucía. Ninguno de los bandos se había impuesto con claridad. Los franceses
no consiguieron pacificar y someter estas tierras, ni las partidas habían conseguido
expulsar a los imperiales de las ciudades y grandes pueblos. Bien vista, esta
situación de tablas no dejaba de ser un fracaso para el ejército más poderoso
de Europa. Los conquistadores del mundo, que les llamó Bielsa, se mostraban
incapaces de imponerse a unas guerrillas formadas por paisanos, por cuatro
descalzos bastante anárquicos y poco experimentados.
Continua (aquí)
ANEXO.
Documentación y fuentes documentales.
La
documentación y fuentes locales para el estudio de este periodo en lo que
afecta a Quesada no son muchas. En el Archivo Municipal están los libros
capitulares del Ayuntamiento, serie incompleta pues faltan los correspondientes
a 1808, 1809 y 1811. El de 1810, que sí se conserva, es bastante irregular ya
que no se celebraron demasiados plenos y en sus folios se puede entrever el
desconcierto que produjo la llegada de los franceses y la presencia de la
guerrilla. Más completos son los de 1812 a 1814, tiempo en el que Quesada
volvió a ser retaguardia. También el de 1815, donde se pueden leer referencias
a la prevención y miedo que ocasionó la vuelta de Napoleón desde su destierro
en Elba y su derrota definitiva en Waterloo. La falta de los años referidos
bien pudiera deberse a los destrozos de los franceses en el ayuntamiento y su
archivo. Pero también pudiera ser que los regidores no quisieran dejar firmas
comprometidas, especialmente desde que en 1812 se empezó a ver la derrota
francesa como muy posible. Pero son meras suposiciones seguramente con poca
base, porque la historia del archivo quesadeño es tan triste que no le han
hecho nunca falta invasores extranjeros ni diferencias políticas locales para
ser maltratado y sufrir de un casi permanente abandono.
En el
Archivo Histórico Nacional hay numerosa
documentación de carácter militar sobre esta contienda. Se trata de los
informes y partes que los oficiales al mando de unidades que estaban sobre el
terreno dirigían a sus superiores, explicando las acciones realizadas y
recibiendo órdenes. Están producidos no
solo por militares profesionales sino también por partidas irregulares, por sus
jefes guerrilleros, que asumieron el protagonismo en los primeros momentos de
la guerra. Destacan los informes de Hermenegildo Bielsa, primer comandante de
las partidas del reino de Jaén. Como escritos dirigidos a sus superiores son a
veces exagerados y casi siempre auto justificativos, pero suelen aportar
bastantes detalles, incluso de las calles y lugares en que sucedían las
acciones bélicas.
Siendo
de alguna manera esta guerra el inicio del mundo moderno, no falta la
propaganda, cosa absolutamente incipiente pero en la que se esforzaron ambos
bandos. Se utilizaban al efecto los boletines oficiales y gacetas en las que
cada parte contaba lo que le convenía y de la manera que le convenía. Por parte española resistente está La
Gaceta de la Regencia de España e Indias, publicada en Cádiz donde se había
refugiado el Gobierno, la Regencia del Reino. Por el lado francés o josefino (de
José I), los periódicos publicados en las ciudades ocupadas: Gazetas de
Granada, Sevilla y Madrid.
Contemporáneos de los
acontecimientos hay, de la provincia y comarca, algunos manifiestos y proclamas
como el dirigido por la Junta de Gobierno
del Reyno de Jaén a sus leales moradores.[37]
Pero es el más digno de atención un opúsculo titulado Resumen Histórico de
los acontecimientos ocurridos en Cazorla cuando la Guerra de la Independencia,
de José Sanjuán. Este vecino de Cazorla publicó en 1846 sus recuerdos de lo que
había vivido durante la guerra. No hay demasiadas referencias a Quesada, pero
tiene el gran valor de poner contexto a lo sucedido en la comarca y de hacerlo
en primera persona. Está publicado en edición facsímil por Juan Antonio Bueno
Cuadros en su obra Cazorla: de villa a ciudad, publicado por el
Ayuntamiento en 2012.
No
son pocos los historiadores locales de esta parte de la provincia que han
publicado sus investigaciones como, entre otros, el citado Bueno Cuadros, Ramón
Rubiales, que es de Villacarrillo pero cuyos trabajos no se limitan a ese
pueblo, Rufino Almansa, también de Cazorla, Ildefonso Alcalá, de Jódar, y mi
buen amigo José Manuel Leal, de Pozo Alcón, localidad que tuvo gran
protagonismo, especialmente en 1811. Por último se debe citar a Francisco Luis Díaz
Torrejón y su obra Guerrilla, contraguerrilla y delincuencia en la Andalucía
napoleónica (1810-1812), extensa y profunda investigación en la que da
noticias del guerrillero local de Quesada: D. Jerónimo Moreno.
NOTAS
[1] ARCHGR_C10816_001.
[2] Manifiesto de la Junta
de Jaén de 24 de diciembre de 1808.
[3]Bueno Cuadros. Cazorla
de villa a ciudad. Ayuntamiento de Cazorla 2012. Pág. 61
[4]Consulta solicitada por la Junta Central al
Consejo Supremo sobre el recurso elevado ante la Chancillería de Granada por el
síndico personero de Quesada. AHN
CONSEJOS,11992,Exp.5.
[5] ARCHGR_C10816_001
[6]Ramón Rubiales García del Valle. ACTUACIONES
DE LA GUERRILLA Y EL EJÉRCITO EN LA COMARCA DE LAS VILLAS DURANTE LA GUERRA DE
LA INDEPENDENCIA (1810-1812). ARGENTARIA Revista Histórica, Cultural y
Costrumbrista de las Cuatro Villas. 2013.
[7] Rubiales, op. cit.
[8] Díaz Torrejón. Pág.
110.
[9]
Francisco Luis Díaz Torrejón. GUERRILLA, CONTRAGUERRILLA Y DELINCUENCIA EN
LA ANDALUCÍA NAPOLEÓNICA (1810-1812) Tomo II. Fundación para el desarrollo
de los pueblos de la Ruta del Tempranillo. Lucena 2005. Pág. 27.
[10] El día 10 hubo una
revuelta “popular” contra los franceses y fueron las autoridades de la ciudad
quienes contribuyeron a su sofoco. Manuel Muro. Úbeda en la Guerra de la
Independencia. En la revista Don Lope de Sosa. Julio de 1917.
[11]AHP de Jaén. Catastro
de Ensenada, Personal eclesiástico 7885.
[12] AHN DIVERSOS-COLECCIONES,111,N.27
[13] Carlos Sanjuán, pág.
15.
[14]
Cristóbal Perea, alias Cara vaca, y Juan Perea, alias Navidad. Años
después, en 1817, fueron ajusticiados mediante garrote vil en la cárcel de
Granada. Francisco Luis Díaz Torrejón. GUERRILLA, CONTRAGUERRILLA Y
DELINCUENCIA EN LA ANDALUCÍA NAPOLEÓNICA (1810-1812) Tomo II. Fundación
para el desarrollo de los pueblos de la Ruta del Tempranillo. Lucena 2005. Pág.
165.
[15] ANH
DIVERSOS-COLECCIONES,94,N.90
[16]Ildefonso Alcalá
Moreno. La Guerra de la Independencia en Jódar. saudar.com
[17] AHN DIVERSOS-COLECCIONES,87,N.31
[18] Rubiales, op. cit.
[19] AHN DIVERSOS-COLECCIONES,108,N.30
[20]Gaceta de la Regencia de España e Indias. Viernes 24 de agosto de 1810 N.º 59 pág. 563
[21] Manuel Muro García. Úbeda
en la Guerra de la Independencia. Notas diversas. En la revista Don Lope
de Sosa, julio de 1917.
[22]Ibid.
[23] ANH
DIVERSOS-COLECCIONES,137,N.10
[24] ANH
DIVERSOS-COLECCIONES,94,N.140
[25] Bueno Cuadros. Cazorla
de villa a ciudad. Ayuntamiento de Cazorla 2012.
[26]ANH
DIVERSOS-COLECCIONES,94,N.90. La tensión entre milicias regulares y guerrilla
queda de manifiesto en una carta de Bielsa a Blake del mes de agosto, en la que
acusa recibo de la orden de reducir sus efectivos guerrilleros para que pasasen
a los cuerpos regulares. Bielsa se resiste defendiendo las ventajas que
ofrecían las partidas.
[27] Bueno Cuadros. Op.
cit.
[28] ANH
DIVERSOS-COLECCIONES,137,N.6
[29] ANH
DIVERSOS-COLECCIONES,94,N.90
[30] Ibid.
[31] ANH
DIVERSOS-COLECCIONES,137,N.5
[32] En esta digresión sigo
a Josep Fontana, La crisis del Antiguo régimen 1808-1833. Ed. Crítica Barcelona
1979.
[33] ANH
DIVERSOS-COLECCIONES,108,N.30
[34] ANH
DIVERSOS-COLECCIONES,94,N.141
[35]Gaceta
de Granada. Viernes 30 de noviembre de 1810. N.º 99 pág. 421 y siguiente.
[36]Gaceta de la Regencia de España e Indias. Jueves 3 de enero de 1811 N.º 2 pág. 10
[37]Manifiesto que de sus
operaciones hace la superior Junta de Gobierno del reyno de Jaén a sus leales
moradores.
24 de diciembre de 1808.