Ángel Alcalá Menezo, autor de "Pedro Hidalgo o el castillo de Tíscar" y principal impulsor de la secundaria en Quesada durante el s. XIX. |
En una entrada anterior de este blog se trató de la enseñanza en Quesada a propósito de los artículos del periodista Luis Bello en el diario El Sol. En el publicado el 21 de agosto de 1928 denunciaba el estado calamitoso de la enseñanza primaria en Quesada y en toda la comarca. Si poca atención prestaban los gobiernos a las escuelas hasta que la II República comenzó a revertir la situación, el escenario era especialmente malo en el mundo rural y, como consecuencia, el analfabetismo era un mal endémico. En Quesada rondó el 80% de la población hasta los años treinta del pasado siglo. (1928. Luis Bello y la instrucción pública en Quesada)
Durante el siglo XIX y primeras décadas del XX había
pocas escuelas en Quesada, con poca capacidad y destinadas principalmente a los
niños pertenecientes a las familias más acomodadas. Los escasos niños pobres
escolarizados asistían apenas unos o dos años y con irregularidad, pues
faltaban durante la aceituna y en cualquier momento que lo hicieran necesario
las faenas del campo. Si esta era la pésima situación de la enseñanza primaria,
la secundaria era simplemente inexistente. Los escasísimos niños que cursaban
bachiller lo hacían por libre en el pueblo y alguno que otro, los más
adinerados, fuera del pueblo, en internados o con su familia si esta se podía
permitir residir fuera durante los estudios.
No obstante, existieron varios intentos de crear
colegios privados de segunda enseñanza durante la segunda mitad del siglo XIX.
Fueron todos intentos fallidos, duraron poco y tuvieron un carácter muy
minoritario. Su repercusión en el nivel educativo fue anecdótica, de manera que
interesan más por lo que dicen de algunos destacados personajes locales y del
ambiente social del pueblo en aquellos años que por su importancia pedagógica.
Primer intento. 1869.
Corría el mes de abril de 1869 y en Quesada había
tifus; los grandes temporales del invierno habían provocado una grave crisis de
trabajo y, ante la falta de jornales, el Ayuntamiento se había visto obligado a
repartir trigo entre los vecinos. Pocos meses antes la Revolución de 1868, la
Gloriosa, en la que había tenido gran protagonismo el general Serrano Bedoya, había
acabado con el reinado de Isabel II. Los familiares de Serrano y sus
partidarios controlaban ahora el Ayuntamiento. En este contexto se produce la
primera noticia conocida sobre el intento de crear un centro de segunda
enseñanza en Quesada.
Según
el libro de actas de plenos municipales, el día 30 de abril el alcalde, Hilario
Serrano del Águila, propuso a los concejales la creación de un instituto de segunda
enseñanza. Para financiar el proyecto se suprimiría la escuela de niños de
Belerda, pues la aldea no llegaba a las 500 almas y "ningún resultado se
obtiene" de ella por la
inasistencia generalizada de los niños a causa de “las dificultes de la
topografía” y los “hábitos tradicionales e instinto de la población”. La
escuela se refundiría con la de niñas,
creando una escuela mixta a cargo de la maestra. También se suprimiría la
segunda escuela de niños de Quesada; quedarían todos a cargo del maestro de la
primera. Según el alcalde, esto no afectaría al progreso de la instrucción
primaria “porque ambas escuelas están en un mismo edificio y son contiguas y las
puede llevar una sola persona” (se refiere a la primera planta del antiguo
convento, donde estuvieron hasta los años cuarenta del siglo XX). Tampoco se
perjudicaría con esta medida a nadie, porque de todas formas el puesto de
maestro de la segunda escuela estaba vacante. Calculaba el alcalde un ahorro de
823,500 escudos, cantidad suficiente para dotar un catedrático de instituto.
El pleno municipal aprobó la propuesta y acordó enviar una solitud al Ministerio de Fomento, responsable entonces de la enseñanza, para proceder al cierre de las escuelas. Poco después, en septiembre, el gobernador civil comunicó que el Ministerio desautorizaba el cierre, pues Quesada ya estaba en el mínimo que la ley exigía para el número de habitantes (algo menos de 6.000). En nada acabó este primer intento, pero vale para mostrar el nulo interés por extender la enseñanza primaria y alfabetizar a la población, algo que pervivió casi hasta el final del reinado de Alfonso XIII. Se cambiaba enseñar a leer y escribir a muchos por facilitar el bachillerato a unos pocos. Aunque hijos de la revolución y de la constitución democrática de 1869, los “serranistas” no destacaban por su conciencia social; eran contrarios a los partidarios de los Borbones y poco más.
Autógrafo de Alcalá Menezo |
I República. 1873.
Unos años después, el 31 de agosto de 1873, durante la primera República, la creación de un colegio de segunda enseñanza volvió al pleno municipal. Ese día el alcalde en funciones, el ciudadano Federico Jila, comunicó a la corporación que “don Antonio Redondo, asociado de otros dos caballeros de esta localidad, había conseguido que el claustro del Instituto de segunda enseñanza de la ciudad de Baeza, de acuerdo con el de la Universidad de Granada, le concediese la gracia de poner en esta población un colegio dependiente” de dicho instituto. Solicitaba don Antonio al Ayuntamiento que proporcionara un local. El pleno acordó que, en cuanto la petición se formalizase mediante instancia, se proveyese lo necesario para instalar el citado colegio.
Una par de semanas después y tras recibir la petición formal, se acordó que se ubicara el “Instituto de 2ª Enseñanza concedido al Sr. Redondo” en el salón municipal existente en la planta baja del antiguo convento de dominicos. Se accedía a él por la puerta del convento situada al principio de la cuesta de San Juan. En este local se habían celebrado reuniones y asambleas de vecinos y más tarde teatro y cine; allí se vieron las primeras películas en Quesada.
No hay
noticias de lo que pasó con este proyecto, pero sin duda los frenéticos cambios
políticos que siguieron y que culminaron con la restauración de la Monarquía
trajeron otras preocupaciones más inmediatas a concejales y vecinos. Se podría
pensar que la rapidez en la favorable respuesta del Ayuntamiento obedecía a una
preocupación especial por la instrucción pública, que más tarde sí manifestaría
la segunda República. Pero no fue el caso, porque la idea surgió, aunque fuera
secundada por la corporación republicano-federal, de los sectores más
conservadores de la sociedad quesadeña. Quizás porque de nuevo atendía, no a las necesidades de la masa popular, sino a las de una pequeña minoría privilegiada.
El primer firmante de la solicitud, Antonio Redondo Martínez, era un maestro que había llegado a Quesada en abril de 1869 como encargado interino de la segunda escuela de niños tras el fallecimiento de su titular, Ildefonso Malo. Duró poco en el puesto porque el 11 de julio del mismo año fue destituido al negarse a jurar, como era preceptivo para todos los empleados públicos, la constitución democrática promulgada tras la Gloriosa y la expulsión de los Borbones. Redondo pertenecía a la sección local de Juventud Católica, organización en la que participaban otros quesadeños de filiación conservadora y carlista. El rey llegado con la constitución de 1869, Amadeo I, era hijo de Víctor Manuel II de Italia, que poco antes había tomado Roma y acabado con los Estados Pontificios culminando la unidad italiana.El papa Pío IX no reconoció al nuevo gobierno italiano y recomendó a los católicos no participar en política ni colaborar con el nuevo régimen. Esta pugna se trasladó a España, de manera que un apoyo explícito al papa suponía implícitamente un rechazo al gobierno democrático de Amadeo I.
La Juventud Católica se había constituido en Quesada muy poco después de su fundación y así lo recogía el 28 de enero de 1870 el periódico tradicionalista El Pensamiento español. Al año siguiente, el también carlista La Esperanza informaba el 28 de junio que esta asociación había remitido desde Quesada una felicitación, en latín y en castellano, a Su Santidad con motivo del XXV aniversario de su pontificado. Firmaban la carta, además de Antonio Redondo, otros miembros de la asociación como Ángel Alcalá Menezo, Toribio Bello, Agustín y Juan José Segura, todos ellos significados integristas. No fue solo esta asociación la que homenajeó al papa (y afeó al rey Amadeo), también el propio Ayuntamiento “serranista” organizó una “función religiosa que solemnizó este municipio en conmemoración del fausto suceso del 25 aniversario del pontificado de Pío IX en junio último” (Pleno 17-9-1871).
No estaban, como se ve, detrás de la propuesta
personas adictas a la República. Y sin embargo, el Ayuntamiento de 1873,
formado por republicanos federales, el ala izquierda del republicanismo, la
acogió con entusiasmo y en un par de semanas facilitó el local que se le había pedido.
Como tantas otras veces, esta aparente incongruencia sería explicable por las
disputas, filias y fobias de la política local, que a menudo contradicen los
esquemas políticos generales. El caso es
que a final de 1873 el golpe de estado del general Pavía acabó con las cortes
republicanas y llevó a la presidencia de la República a Serrano Domínguez, que
ejerció el poder durante un año de manera personalista y dictatorial. A finales
de 1874 otro golpe militar, el del general Martínez Campos, restauró la
monarquía Borbón. De Antonio Redondo y su colegio nada más se supo. Alguno de
sus compañeros, como Ángel Alcalá y Menezo, se apresuraron a renegar del carlismo y jurar
lealtad al nuevo rey Alfonso XII. (Boletín Oficial de la Provincia de Jaén
de 24 de julio de 1875).
Página de "La Ilustración Española y Americana" sobre la Exposición Provincial de 1877, donde hubo una importante participación quesadeña. |
1877-1880
Cuando
en 1923 Juan de Mata Carriazo escribió el folleto del “Colegio Moderno” que
entonces se pretendía fundar, dedicó un recuerdo a los antecedentes de la
enseñanza secundaria en Quesada. No menciona Carriazo estos intentos de los que
se ha hablado hasta ahora, sin duda ya olvidados, y se refiere solo a los dos
posteriores que protagonizó Ángel Alcalá Menezo. Alcalá Menezo fue uno de los
personajes más singulares del siglo XIX quesadeño. Nacido en una de las
familias más pudientes del pueblo, se le recuerda como autor de la “novela de
Tíscar”, Pedro Hidalgo o el castillo de Tíscar, pero además fue uno de
los organizadores de la Exposición Provincial de Jaén en 1877 y gobernador
civil de varias provincias de la entonces colonia española de Filipinas. Su
biblioteca era amplia e incluía títulos en francés y alguno en inglés. Cuando
murió en 1895 se registró como su profesión la de “literato”, lo que no deja de
ser llamativo en la Quesada de entonces.
Manuel
Ciges Aparicio se inspiró en Alcalá Menezo para componer la figura central de Villavieja,
don Luis Obregón. Ciges debió conocer las historias y anécdotas que de
don Ángel se contaran en el pueblo y lo presenta como un personaje algo
excesivo en sus formas y carácter, imaginativo pero inconstante, propietario
acomodado pero que se preocupa por cambiar la triste realidad social y
económica que le rodea. Como Alcalá Menezo, también don Luis Obregón
propone la creación de un colegio de secundaria, propuesta que es acogida con
escepticismo y frialdad por la abúlica Villavieja. Seguramente lo mismo
que le sucedió a don Ángel con sus proyectos.
El
las elecciones de febrero de 1877 Alcalá Menezo fue elegido diputado provincial
por el distrito de Quesada para el siguiente bienio. Ese año participó
activamente en la organización de la Exposición Provincial, en la que Quesada
se distinguió con 130 expositores, “crecida cantidad con relación a su
importancia” (Gaceta Agrícola del Ministerio de Fomento, Tomo VIII pág.
498). Durante este tiempo fue director de la revista La Semana (En la Revista
de Feriasde 1989, Alfonso Sancho Sáez hace una buena semblanza de don
Ángel y de su participación en este evento). Seguramente por su papel e
influencia en la Diputación, este organismo concedió el 2 de abril de 1878 un
donativo de 300 ptas. al Ayuntamiento de Quesada “para adquisición de material
científico para la escuela preparatoria”.
Y
es que ya estaba funcionando en Quesada un colegio incorporado al Instituto
provincial de Jaén, como se puede comprobar en el Boletín Oficial de la
Provincia de Jaén de 14 de noviembre de 1878, pág. 3. Su director era don
Ángel Alcalá Menezo, que se encargaba también de
las asignaturas de Geografía, Historia Universal, Aritmética y Álgebra,
Geometría y Trigonometría.
Profesorado del colegio de Quesada. Boletín Oficial de la provincia de Jaén, 11 de noviembre de 1879. Composición con las páginas 3 y 4. |
El
resto de profesores eran también personajes muy conocidos del pueblo. El
notario José Montiel daba primer curso de latín y castellano. Juan José Segura
Pérez, bachiller en Sagrada Teología, Retórica, Poética y Filosofía. El médico
Juan de Mata Carriazo Gallego, abuelo del historiador Carriazo Arroquia,
Fisiología. El farmacéutico Pedro Segura Mesa, que según Carriazo fue luego
director del Instituto de Baeza, Historia Natural y Física y Química. Por
último, Juan Álvarez del Peral, licenciado en Derecho y secretario del
Ayuntamiento, impartía Historia de España.
Al
año siguiente se renovó la licencia del colegio y hubo algunos cambios en el
claustro. Además de los anteriores, como nuevos profesores aparecen José Ramón
Vives Cotero, relojero, poeta y cronista local, que asume la Poética y la
Geografía; el párroco Luis Vear Ortiz, la Filosofía; el médico Miguel Gámez
Valero, Fisiología e Higiene; Hilario Baras Heredia,
Historia Natural; y por último, el perito
forestal Felipe Carrasco Carrasco, Aritmética y
Álgebra.
La
procedencia ideológica del profesorado era dispar y algo contradictoria,
especialmente en 1879, el segundo año de funcionamiento del colegio. Al
reconocido carlista Juan José Segura se unió el párroco, pero también Hilario
Baras y José Ramón Vives, que luego en 1888 fueron firmantes del “Manifiesto
Democrático-Progresista” promovido por el diario La Discusión. Y sobre
todo Felipe Carrasco, que era Venerable Maestro y Guarda del Templo de la logia
masónica quesadeña La Luz. Su pertenencia a la Masonería, usando el
nombre de Padilla, no la llevaba
en secreto ni fue un arrebato pasajero; la
mantuvo en el tiempo hasta finales del siglo. El párroco Vear sin duda no
ignoraba que compartía claustro con un reconocido masón, lo que tampoco
sorprende en la Quesada de aquel tiempo, pues años después Padilla
denunció a la superioridad que había alguno que era a la vez hermano de La
Luz y de la Cofradía de la Virgen de Tíscar.
Aunque
los anuncios en el Boletín Oficial son de los años 1878 y 1879, el colegio había
empezado a funcionar al menos desde el curso 1877-78. La noticia procede del
propio Alcalá Menezo. Durante los meses anteriores a la Exposición Provincial,
inaugurada en Jaén el 7 de agosto de 1878, don Ángel intercambio
correspondencia con su principal impulsor, Joaquín Ruiz Jiménez. Estas cartas
se conservan en el archivo de la Sociedad de Amigos del País de Jaén y han sido
digitalizadas recientemente por la Diputación. En una de 10 de febrero de 1878,
Alcalá Menezo dice:
Sr. D. Joaquín Ruiz Giménez: Querido
amigo:
Mi cargo de Diputado de un Distrito
desinquieto y revoltoso unido a que explico ¡asignaturas! en el Colegio de 2ª
Enseñanza, me privan del placer de atender cual debía a tiempo a los amigos, y
que amigos como Vd. a quien tanto quiero y aprecio.
Un
par de meses después, el 25 de abril, le escribe, como disculpa por no dedicar
el suficiente tiempo a la Exposición, el mucho que le ocupa la enseñanza: “tengo
cuatro clases diarias en mi querido Colegio de 2ª Enseñanza”. Aunque no
aparezca anuncio en el Boletín, el colegio ya estaba funcionando de forma
oficial, en dependencia del Instituto Provincial de Jaén. Al finalizar el curso
1877-78, los alumnos fueron examinados por una comisión del Instituto que al
efecto se desplazó desde Jaén. Lo cuenta Alcalá Menezo a Ruiz Jiménez en carta
del 12 de junio: “pronto serán los exámenes, pues estoy aguardando la Comisión
de ese Instituto”.
Se
comprueba en esta correspondencia que don Ángel era, además de director, el
alma del colegio. La finalización del curso le permitió dedicarse plenamente a
la preparación de la Exposición Provincial, en la que consiguió que Quesada tuviera
un importante protagonismo como se verá en un próximo artículo. En carta de 24
de junio le dice a Ruiz Jiménez: “Gracias al divino Apolo que he concluido (por
este año) de estudiantes. Ya me sobra tiempo para todo. Estoy desde ayer
exclusivamente dedicado al Certamen provincial”. Don Ángel había quedado muy
satisfecho con los exámenes, tanto que le pedía a Ruiz Jiménez que insertara en
el semanario La Semana una noticia con el “resultado de mi Colegio, que
ha sido brillantísimo, honroso, sobresaliente, magnífico”.
El
curso 1879-80 fue el último del que hay noticia de este colegio. Seguramente
dejó de funcionar cuando Alcalá Menezo, su principal impulsor, marchó a Madrid,
donde desarrolló durante la primera mitad de la década una corta pero
tumultuosa carrera política.
1889.
El segundo intento de Alcalá Menezo.
En
el pleno municipal de 1 de septiembre de 1889 se dio lectura a una exposición
presentada por “los vecinos de esta villa el licenciado D. Leandro Giménez
Pérez, párroco de la misma, D. Ángel Alcalá y D. Salvador Segura”. En ella
manifestaban el deseo y la conveniencia de fundar “un instituto privado de
segunda enseñanza y una preceptoría sucursal del Seminario de Toledo, donde se
cursen con perfecta y legal validez académica todas las asignaturas de
Humanidades y Filosofía”. Habían solicitado y obtenido la autorización del
instituto provincial de Jaén y estaban a la espera de que el arzobispo de
Toledo autorizase la preceptoría. Concluían su escrito solicitando 1.000 ptas.
de subvención para la adecuación del local.
La Corporación valoró “la gran utilidad y conveniencia que la idea
envuelve tanto para la juventud estudiosa de la población como para la de los
pueblos limítrofes” y acordó conceder la cantidad solicitada con cargo al
presupuesto del siguiente año, pero con la condición de que si “el referido colegio
se clausurase por cualquier circunstancia” el Ayuntamiento tendría derecho a recuperar
el dinero con la casa y la venta de “los efectos y mobiliario” del colegio.
En
el Boletín Oficial de la Provincia de Jaén de 5 de noviembre se publicó la
relación de “colegios privados de segunda enseñanza incorporados en el presente
curso académico a este Instituto provincial”. Nuevamente, entre ellos figura el
de Quesada. Como en la ocasión anterior su director era Ángel Alcalá Menezo,
que seguramente retomó la idea una vez finalizada su etapa política en Madrid y
tras haber publicado “Pedro de Hidalgo o el Castillo de Tíscar”, novela que le
dio fama local.
El
párroco Leandro Giménez había sustituido muy poco antes a Luis Vear. La placa
con su nombre continúa en la plaza de la Lonja, pero no hay muchas noticias de
él, fuera de que parece que era del pueblo y que al final de su estancia, hacia
1905-1907, tuvo embargos y líos económicos. Impartía primer curso de Latín y Castellano.
El presbítero Toribio Bello —hermano del maestro y pintor Isidoro Bello López—
se encargaba del segundo curso de ambas asignaturas. José Ramón Vives Cotero
repite en Poética y Geografía. El médico Salvador Segura, que se había
distinguido durante la epidemia de cólera de 1885 y que en 1900 fue uno de los
fundadores de la sociedad lírico-dramática La Lira, Historia Natural. El
también médico Ricardo Moreno Ortiz, entusiasta seguidor del ex presidente del
la República, Emilio Castelar, Física y Química. El joven licenciado Francisco
Malo García, Historia de España. Finalmente, el abogado y cuñado de Alcalá
Menezo, Manuel Segura Fernández, que usaba como nombre masónico Arístides,
pues también era miembro de la logia local La Luz explicaba Física y
Química.
Placa todavía existente en La Lonja, dedicada al párroco Leandro Giménez |
Aunque
la citada petición al Ayuntamiento la encabezara el párroco, el protocolo de la
época, es evidente que el alma del colegio volvía a ser Alcalá Menezo, su
director, que asumía personalmente las asignaturas de Aritmética y Francés. No
debió ser mucho el recorrido de este colegio porque, para cuando en noviembre
se publicó en el Boletín Oficial su autorización, don Ángel ya había salido de
Quesada. Partió en octubre, cuando fue
nombrado gobernador civil de Batangas, en Filipinas, donde pasó varios años. Al
poco de regresar de su agitada y accidentada gobernación, al parecer con la
salud quebrantada, murió de neumonía en mayo de 1895. Con la muerte de este
gran animador de la vida local nadie volverá a intentar la creación de un
colegio hasta 1923.
Como
antes dije, Manuel Ciges Aparicio habla en su novela Villavieja de estos
intentos de creación de un colegio de secundaria y se inspira en Alcalá Menezo
para componer a su personaje don Luis Obregón. Como se sabe, Villavieja
es Quesada en un momento indeterminado de finales del s. XIX y primeros años
del XX. Publicada en 1914, tuvo una escasa y accidentada distribución. El
“descanso eterno” que le dieron a Ciges en agosto de 1936, fusilado por los
rebeldes cuando era gobernador civil de Ávila, contribuyó al olvido del autor y
de su obra. En Quesada fue mas criticada que leída. No sentó bien a la buena
sociedad quesadeña ni Villavieja ni mucho menos La Romería. Por
desgracia la novela sigue siendo ampliamente desconocida en Quesada y no sería
muy numerosa la reunión que se podría formar con sus lectores. Sigue siendo muy complicado hacerse con ella,
algo que no se solucionará hasta que se haga una nueva edición —tarea en la que
algunos andamos empeñados—. Por eso creo que conviene reproducir aquí la
escena, incluida en el capítulo IX, en la que se habla de estos intentos de
creación de un colegio de secundaria en Quesada. Y lo hace el propio Alcalá
Menezo, es decir, don Luis Obregón.
La
escena se desarrolla en el jardín de Quesada una mañana de invierno. Don
Federico, el maestro, y monsieur Lairet, Mosiú, ingeniero suizo que
trabaja en las obras de la carretera de la estación —representa en realidad al
propio autor, también forastero— pasean y hablan del pueblo. Lamentan sus
problemas y el escaso interés existente por la cultura y la educación. El
maestro le explica a Mosiú sus dificultades para conseguir que la familia de un
muchacho con buenas aptitudes le permita seguir con sus estudios. En esto les
alcanza don Luis Obregón,
que se une a la conversación:
Colocándose
entre ambos amigos, les invitó a proseguir el paseo. Bastaba mirarle para
comprender que el antiguo gobernador estaba preocupado. El profesor y Mosiú
esperaron a que hablase; pero aún pasaron algunos minutos en silencio.
Al
fin, dijo muy despacioso:
—Venía
detrás de ustedes, y he oído sus últimas palabras, don Federico.
Y
después de una pausa, añadió:
—Hace
usted muy bien ayudando a ese pobre muchacho. Aquí moriría de aburrimiento y
hambre, y nunca dejaría de ser un parásito más. Lo que usted desea hacer con
Julio tendría que imitarse con otros muchos. En eso pensaba desde que le oí
hablar a monsieur Lairet, y ya creo haber encontrado el medio.
El
maestro y Mosiú le miraron esperando la continuación.
—No
es el recurso mejor —prosiguió don Luis—; pero es todo lo que podemos intentar
en Villavieja. Es necesario que empecemos a fomentar la cultura. ¿No les parece
a ustedes? Vamos, pues, a fundar un colegio de segunda enseñanza.
Los
dos compañeros no pudieron ocultar un gesto de sorpresa y desencanto. Obregón
lo notó y dijo:
—Esperaba
ese movimiento de contrariedad, porque a mí tampoco me satisface. Sería más
eficaz perfeccionar a los muchachos en un buen oficio, o prepararlos para otras
labores útiles; pero nos faltan los instrumentos y también nosotros carecemos
de preparación. Además, tendríamos que luchar desesperadamente contra la
resistencia de los padres. Hacer de sus hijos un sobrestante de Obras públicas,
un agrimensor o un capataz de minas, les parecería depresivo. En cambio, todos
desearían verlos convertidos en abogados, médicos o militares. Y en Villavieja solo
hay materia para eso. Claro es que, de veinte que empiecen, apenas terminarán cuatro;
pero eso iremos ganando, y aun a los otros se les sustraerá algunos años a la
holganza, y tal vez las nociones que adquieran no serán perdidas.
Mosiú
se conformó fácilmente; pero el maestro fue más escéptico.
—Se
cansarán pronto —observó—, y aun dudo de que no se cansen antes de empezar el
curso. En Villavieja no hay ambiente cultural, y hasta sospecho que la cultura
todavía no constituye una necesidad. Vean ustedes lo que me ocurre a mí.
Estamos a diez y ocho de diciembre y hace quince días que declaré a la fuerza
las vacaciones de Navidad por falta de alumnos. Los pobres retiraron a sus hijos
hace un mes, cuando empezó la recogida de la aceituna, y al ver las clases
desiertas, los otros fueron dejando de asistir. Entre nosotros todo son
pretextos para no acudir a la escuela. ¿Y aún dicen de la enseñanza
obligatoria? Sí, cuando el Estado disminuya los tributos que el pueblo ha de
pagar con su dinero, cuando fomente la riqueza pública y cuando los Municipios
den de comer a los niños menesterosos.Mientras los padres necesiten de ellos
para ganar algunas monedas más, los hijos faltarán a la escuela.
Mosiú
opuso graves reparos a los conceptos del profesor, y discurrió largamente
acerca de la enseñanza en Europa, y con singularidad, de la trascendental labor
de la escuela, preparatoria del alma infantil y del porvenir nacional. Como don
Federico conocía de sobra todos aquellos lugares comunes, se sometió
pacientemente a escuchar una lectura más de tantos artículos periodísticos en
que se repetían las mismas cosas.
(…)
Don
Luis Obregón no oía a sus dos compañeros, ocupado en madurar el proyecto.
También sospechaba él que su plan no prevalecería, o que su existencia sería
efímera; pero conociendo la nerviosa impresionabilidad de los villavejenses,
tampoco dudaba de su momentáneo éxito. Sus convecinos se entusiasmarían de
pronto, y toda la clase media y superior, hasta sus propios adversarios,
querrían enviar a sus hijos al colegio. El caso de su cuñado don Alberto, con
tres gandules sin profesión ni oficio, era el de todos. Durante ese periodo de
novedad y entusiasmo, él recibiría loores por su fecunda iniciativa, y como la
crisis ministerial era inminente, no dejaría de ganar prosélitos. Cuando hubo
meditado su plan, elevó la voz ordenando con resolución:
—Usted,
don Federico, será profesor de latín, geografía y retórica. Nadie como Mosiú
para enseñar el francés...
Monsieur
Lairet le saltó al paso:
—Perdón;
yo solo vengo algunos días a Villavieja, y en cuanto termine la carretera,
regresaré a mi país.
Don
Luis le replicó:
—No
importa. Combinaremos las clases con los días en que usted venga. Después...
¿quién sabe?
—Eso,
¿quién sabe? —asoció el maestro, que no tomaba en serio aquel proyecto de
Obregón.
El
exgobernador pareció no oírle, Mosiú insistió:
—Pero
las obras se terminarán muy pronto...
Don
Luis no se arredró:
—Bueno;
luego veremos quién le sustituye... Mi hermano estudió cuatro años de
ingeniería, y es fuerte matemático. Para las otras ciencias nadie como el
médico don Ambrosio...
El
profesor le preguntó con bien disimulada ironía:
—¿Y
usted?
—Como
yo me doctoré en derecho, seré el director.
—¿Y
qué explicará?
—Retórica,
psicología... ¡lo que sea preciso! Lo que yo ignoro, lo adivino, y si es
necesario estudiar, lo estudiaré... —dijo, y enmudeció algunos instantes para
seguir elaborando su proyecto.
Fuera
del maestro, ningún profesor cobraría. El derecho de inscripción en el colegio sería
mínimo, para que todos los padres de familia lo encontrasen aceptable. Además,
podrían acudir estudiantes de lejos, y don Federico se encargaría de organizar
el internado conservando a los forasteros en su casa. Cuando don Luis Obregón
expuso este final de su proyecto, dando grandes prisas para realizarlo, el
profesor le dijo riendo:
—¿Pero
vamos a empezar en seguida?
—¿Cómo
no? Pasado Año Nuevo.
Don
Federico siguió riendo.
—¿Ha
olvidado usted que para empezar el curso es muy tarde, y que para ingresar en
la segunda enseñanza hay que sufrir un examen previo?
El
antiguo gobernador se golpeó la frente con la mano.
—¡Lo
había olvidado! ¡Ni siquiera pensaba en eso! ¿Qué vamos a hacer?
—Dejarlo
para más adelante —le repuso el maestro creyendo hacerle disuadir.
Pero
eso es lo que no deseaba don Luis, y bien claro lo dio a entender.
—Dejarlo
para después vale tanto como renunciar para siempre. Conozco a mis
compatriotas.
—Y
yo también —murmuró muy quedo el maestro.
La
perplejidad del político duró muy poco.
—Bueno:
aprovecharemos estos meses en preparar a los chiquillos para el examen de
ingreso.
Siempre
escéptico y con el deseo de oponer reparos, don Federico aún le preguntó:
—¿Y
local para las clases?
El
iniciador de la idea le repuso impaciente:
—Mañana
lo verá.
Villavieja. Primera edición de 1914. |