viernes, 19 de abril de 2019

Juan de Mata Vílchez Sánchez en el recuerdo

Juan de Mata Vilchez en la fiesta del Santo en los años cincuenta


Este artículo se publicó en la "Revista de Información y Cultura- Feria y Fiestas 2018" de Quesada. Nace de la confluencia de los recuerdos de infancia de Luis Garzón, de ahí que esté escrito en primera persona, y de mis primeras investigaciones sobre la República en Quesada.

En mayo de 2018 y una vez que Luis localizó su tumba en el cementerio de Peal -estaba olvidada, sin ningún tipo de identificación- colocamos sobre ella una placa de cerámica obra de Consuelo Hurtado.



Mis primeros recuerdos de infancia se remontan a mediados de los años cincuenta del pasado siglo en el cortijo de Los Propios, donde yo vivía. Centenares de trabajadores de Hornos de Peal, Peal de Becerro y Quesada se ocupaban entonces de las faenas agrícolas y ganaderas.

Recuerdo a un tractorista natural de Quesada, de algo más de 50 años de edad entonces, moreno y pequeño de estatura, que me tenía gran afecto. Me gustaba hablar con él en las cocheras de los tractores, muy próximas a mi casa, o en la fragua donde el herrero y el mecánico forjaban y reparaban las piezas necesarias para los aperos de labranza; siempre que llegaba al cortijo de regreso del pueblo, donde iba a “holgar” cada quince días, se acercaba a mí de forma aparentemente distraída para que yo metiera mi mano infantil en el bolsillo de su pelliza, donde siempre había algún caramelo. Se llamaba Juan de Mata, “Matilla” para mis padres, seguramente por su pequeña estatura.

En sus conversaciones conmigo, y pese a mi corta edad, me hablaba de lo mucho que había que trabajar para salir adelante y me aconsejaba vehementemente: “Luiche, estudia, pero no olvides nunca lo que en el cortijo estás viendo y viviendo”.

En las conversaciones cotidianas que escuchaba a los adultos a menudo se chismorreaba sobre las vidas privadas de los obreros que trabajaban en Los Propios, sobre su historia y sus familias. Siempre me llamó la atención que nadie comentaba nada sobre Juan de Mata, apenas que convivía en Quesada con una mujer que no era la suya. La figura de Juan de Mata estaba rodeada de una extraña sensación de misterio.

Juan de Mata murió trabajando, en un accidente de tractor cerca de Peal, el 19 de agosto de 1959. Allí fue enterrado. Durante los años siguientes, cuando acudía con mi familia al cementerio de Peal para recordar a mis abuelos y adecentar su sepultura, yo no olvidaba reservar algunas flores para la modesta tumba en tierra de Juan de Mata y limpiar su fotografía adherida a la sencilla cruz de hierro. Mis padres miraban atentos y emocionados el gesto, que no les sorprendía porque conocían bien mi cariño hacia él.

A finales de 2017, conversando en Quesada con Vicente Ortiz García, interesado como yo en la historia del pueblo, le comenté ese recuerdo; él me dijo entonces que, entre la documentación que estudiaba, figuraba un tal Juan de Mata Vílchez Sánchez que había tenido una relevante actuación en Quesada durante la República y la Guerra Civil que acabó con ella. Su información despertó inmediatamente mi interés y me propuse confirmar si se trataba de la misma persona que yo conocí hacía tanto tiempo en Los Propios. En el registro civil de Peal conseguí el acta de defunción de mi amigo y efectivamente, era él.

 Comprendí entonces de dónde procedía el silencio que rodeaba la figura del buen Juan de Mata. Había sido un importante miembro de la C.N.T. local, miembro del  Consejo Obrero durante la Guerra Civil y preso en la cárcel de Logroño.

Juan de Mata Vílchez Sánchez, nació en la calle de La Carrasca el 23 de septiembre de 1902. Su padre, Domingo, profesión “del campo”, y su madre Bienvenida, “dedicada a las ocupaciones propias de su sexo”. Es difícil saber algo más de él en sus primeros años. La gente de su condición apenas deja más huella y rastro en el mundo que el trozo de tierra donde yace. Juan de Mata tenía instrucción; no sabemos donde la adquirió, si en  la escuela o por otro medio, pero la tenía. Su firma no está dibujada como suelen hacerlo las de las personas que apenas saben juntar letras; es automática, propia de quien no tiene que “pensar” los trazos, de quien tiene costumbre de escribir. Y de leer. No era esto frecuente entonces. Su padre, como el ochenta por ciento de los quesadeños de entonces, no sabía leer ni escribir.

Juan de Mata heredó la profesión del padre, “del campo”. Llegado su tiempo, se casó con Ana María el día 20 de abril de 1929. Proclamada la República en 1931, se afilió a la C.N.T., de la que llegó a ser secretario local.  Quesada, junto a Peal, fue uno de los principales núcleos anarcosindicalistas de la provincia.

Resultando de la sentencia que lo condena 20 años por auxilio a la rebelión.


Toda la información disponible sobre él durante la Guerra Civil procede del procedimiento sumarísimo de urgencia 41.698 que por el delito de rebelión militar se le siguió en 1939 tras el triunfo franquista. (1)

El proceso nace de una primera denuncia que le acusa de incautar “como presidente de la Junta Administrativa” productos existentes en la finca El Salón por valor de más de doscientas mil pesetas. Y es que Juan de Mata fue el administrador de las fincas incautadas y de sus productos. Primero como presidente de la “Junta Administrativa” y desde primeros de octubre de 1936 como tesorero del “Consejo Obrero” que dirigía la “Colectividad Agrícola” en la que se habían integrado las tierras incautadas. (2)

Ante el juez militar reconoció que por este concepto había manejado “grandes cantidades de dinero que seguramente han sobrepasado los dos millones de pesetas”, cuantía que no podía precisar por no haber presenciado la liquidación de la colectividad. En la sentencia se daba por probado que había manejado varios millones de pesetas y que todas las noches se hacía cargo de la recaudación de los comercios que habían sido intervenidos. Además,  como administrador y tesorero, se hizo cargo de “las alhajas de la Virgen de Tíscar” y otros objetos de culto procedentes de las iglesias.

No se le acusó de apropiarse de bienes algunos ni de causar daño personal en aquellos difíciles momentos. Ninguno de los testigos ni de los informantes de su proceso insinúa siquiera que se quedara con algo de lo mucho que administró o que hiciera algún daño a alguien. Su proceso fue exclusivamente político, de los muchos que tras la guerra civil se llevaron a cabo basándose en informes como los que sobre Juan de Mata presentó en 1939 la alcaldía de Quesada: “Juan de Mata Vílchez Sánchez está considerado como muy peligroso, dirigente activísimo de la C.N.T. y de la F.A.I., escopetero, incautador de fincas y de las alhajas de la Virgen de Tíscar, activo sembrador de odios contra las clases consideradas como de derechas, a las que perseguía sañudamente”.

Las alhajas de Virgen se entregaron en Valencia, sede de la administración republicana, “por el conducto reglamentario” y se recuperaron en 1939. Esa es la explicación de por qué, habiendo desaparecido la imagen antigua, las alhajas antiguas sí se conservan. (3)

Fue detenido tras la ocupación de Quesada por las tropas franquistas y permaneció encarcelado en el pueblo hasta su traslado a la prisión provincial de Jaén a principios de 1940. El 20 de mayo de 1940 fue condenado por el delito de “auxilio a la rebelión militar” a veinte años de reclusión temporal, por lo que se le internó en la prisión de Logroño, donde permaneció hasta el 19 de julio de 1943. En esa fecha fue puesto en libertad condicional vigilada, fijando su residencia en Quesada. Mantuvo la condicional hasta que fue indultado el 29 de noviembre de 1951.

En marzo de 2018, con la inestimable ayuda del Ayuntamiento de Peal, localicé de nuevo su modesta tumba, hoy casi desaparecida entre nuevas sepulturas y ya sin identificación alguna. Comprobé que el lugar de su enterramiento figura a nombre de Francisca Plaza González, una persona entonces desconocida. Con la colaboración del  registro civil de Quesada, donde recibí todo tipo de facilidades, con innumerables entrevistas a personas de avanzada edad que pudieran facilitarme alguna pista y finalmente con la definitiva ayuda de los descendientes de su segunda mujer, he conseguido reconstruir el final de su vida.

Durante la prisión de Juan de Mata su mujer lo abandonó para  convivir con otro hombre. No hay que juzgar con criterios actuales estos hechos ni a unas mujeres que quedaban peor que viudas, estigmatizadas por ser mujeres de rojos y a merced de la miseria y del hambre.

Tras su regreso de la cárcel de Logroño, Juan de Mata conoció a Francisca. Efectivamente, esa a cuyo nombre está la tumba de Peal. Había nacido en Lacra en 1905 y fallecido en 1984 en Quesada. Francisca era viuda de guerra y tenía un hijo y una hija de su primer matrimonio, Ramón y Prudencia Molina Plaza.

Tras diversas vicisitudes pude hablar con varios nietos de Francisca Plaza González, que amablemente me facilitaron algunas fotografías y que compartieron conmigo los recuerdos que les había transmitido su madre.

Al quedar viuda, Francisca y sus hijos quedaron en la más completa indigencia. Le había quedado una pollina que tuvo que vender para sobrevivir, con la mala fortuna  de que los billetes de la República emitidos con posterioridad a 1936 dejaron de tener valor legal y sin compensación alguna fueron anulados. Francisca se había quedado sin pollina y sin dinero. Es de imaginar su dramática situación en aquellos trágicos años. Pasó “mucha necesidad” y tuvo graves dificultades para sacar sola a sus hijos; se buscaba el sustento espigando y segando hierba, aunque según recuerdan los nietos haber oído contar, los guardas le solían quitar los sacos que llevaba para su casa.

Juan de Mata y Francisca


Tras la vuelta de Juan de Mata en 1943, en algún momento decidieron Francisca y él vivir juntos. Dos personas solas, un expresidiario en libertad condicional abandonado por su mujer y una viuda de guerra que luchaba sola por sus dos criaturas. Compartían la soledad y la pena propia de dos vidas truncadas, destrozadas por la guerra.

Sus nietos, hijos de Prudencia, siempre oyeron comentar en su casa que Juan de Mata “ayudó en todo” a Francisca y que trató a sus hijos como si fueran de él. Y efectivamente, como hijo suyo recomendó a Ramón para un puesto de trabajo en Los Propios.

Tras aquella unión la vida de ambos mejoró. Juan de Mata facilitaba a Francisca y a sus hijos todo lo necesario dentro de sus modestas posibilidades. Francisca le dio a Juan de Mata la familia que el destino le había quitado. Fueron dos vidas humildes que se apoyaron mutuamente en aquella trágica posguerra. Entendí entonces el motivo de los comentarios que yo escuchaba siendo un niño: Juan de Mata convivía con una mujer que no era la suya.

Nunca se pudieron casar. Por aquello de defender “la familia”, el franquismo había abolido la ley de divorcio de la República. Cuando el divorcio se volvió a legalizar en 1981, Juan de Mata llevaba mucho tiempo enterrado.

Según me indicaron otros informantes consultados, al morir Juan de Mata en aquel dramático accidente laboral de 1959, los dueños del cortijo de Los Propios intentaron que Francisca percibiera la indemnización correspondiente, pero no lo consiguieron al no ser ella legalmente su esposa. La muerte de Juan de Mata volvió a dejar a Francisca en precario. Por suerte, sus hijos ya habían crecido.

La muerte de Juan de Mata en el verano de 1959 fue la primera que yo sentí en mi vida. Lo acompañaban en el tractor aquel día otros dos trabajadores, uno de los cuales también murió. Llevaban a Los Propios una carga de yeso desde la cantera de Pozolobo y volcaron en una curva de los Cerros del Atalayón, a la salida de Peal. Los cadáveres se velaron en una casa particular que alguien ofreció. Todos los trabajadores de Los Propios fueron, andando hasta Peal, a su entierro.

Hoy considero que Juan de Mata Vílchez Sánchez, pequeño de estatura pero grande en honradez y convicciones éticas y políticas, se compartan o no, merece nuestro recuerdo y nuestro homenaje. No olvidemos tampoco a su compañera, Francisca Plaza González, por mujer aún más olvidada. Ambos representan a ese grupo mayoritario de la población que no suele figurar en los libros de historia, pero que la escribe a diario con su trabajo, su esfuerzo y su sufrimiento.

Por eso y para eso, aunque esté escrito en primera persona porque nace del reencuentro con un recuerdo personal de infancia, hemos escrito juntos este artículo Vicente y yo. Y así lo firmamos.    
Luis Jesús Garzón Cobo y Vicente Ortiz García.

(1) Digitalizado por el Instituto de Estudios Giennenses. Memoria Historica de la Provincia de Jaén, a quien pertenece la imagen que se repoduce.

(2) Puede consultarse en la Revista Municipal de Información y Cultura correspondiente a 2014 el artículo que publiqué sobre la reforma agraria de la Segunda República).

(3) Con posterioridad hemos sabido que todas las alhajas y objetos de valor de la Virgen fueron depositadas en una habitación cerrada con llave de la Casa del Pueblo. No fueron llevadas a Valencia sino a Jaén, en enero de 1938. Fueron custodiadas en el almacén al efecto que la Junta Delegada del Tesoro Artístico habilitó en la catedral. En 1939 fueron recuperadas en su totalidad según certificaron el secretario y tesorero de la Cofradía en el proceso sumarísimo contra Emilio Pérez Martos, tesorero de la Junta Administrativa de la que era presidente Juan de Mata.
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Tumba de Juan de Mata en el cementerio de Peal


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