jueves, 1 de septiembre de 2022

Las epidemias en Quesada (ss. XIX y XX).

 

Noticia de la primera vacuna de viruela en Quesada año de 1799


Este artículo se publicó en la Revista de Ferias de Quesada de 2022.


Las últimas generaciones, prácticamente todos los que estamos vivos a esta fecha, estábamos en la convicción de que las epidemias eran cosa del pasado, de unos tiempos remotos felizmente superados. Por suerte la Humanidad había conseguido dominar este azote y ya solo moría gente en países lejanos y pobres donde la medicina sigue siendo muy precaria. La reciente epidemia de COVID nos ha sacado del error y puesto en nuestro lugar. Los fantasmas del pasado han vuelto.

Las epidemias (también las guerras) han sido el gran azote de la Humanidad. No se conocían sus causas y se interpretaban como un castigo divino. Quesada también vivió sometida a las enfermedades epidémicas. Sirva como ejemplo el año de 1570, cuando el Ayuntamiento mandó poner un alguacil en la Venta de Poyatos (Huesa) para evitar que llegasen al pueblo “los muchos enfermos que vienen de Baza y otras partes de enfermedad contagiosa (que) se ha pegado en esta villa y mueren muchas personas, y no caben (en) los espitales ni tienen con que curallos”. Fue esta una de la últimas epidemias de peste que sufrió Quesada y que estuvo originada por los grandes movimientos de población y tropas consecuencia de la rebelión morisca conocida como Guerra de las Alpujarras.

En este artículo me voy a ocupar de tiempos más recientes, de los siglos XIX y XX cuando la peste fue sustituida por el cólera, la difteria, el tifus, la gripe y sobre todo la viruela, la enfermedad que seguramente más quesadeños ha matado. Pero paradójicamente hay que empezar la historia con una buena noticia relacionada precisamente con la viruela: las primeras vacunas en Quesada.

El 27 de junio de 1800, ahora hace 222 años, El Mercurio de España publicaba la noticia de un novedosísimo método de prevención de la viruela que se había aplicado en Quesada, “Reyno de Jaén”. Según este periódico (la noticia la difundió también el diario oficial La Gaceta) desde febrero a octubre de 1799 “Don Manuel María Gallego, médico en la ciudad de Baeza, y que en el año pasado fue titular de la villa de Quesada”, introdujo en el pueblo la “inoculación” de pus de vaca afectada de viruela (en estos animales se desarrollaba una variante más benigna) según el método del Dr. O´Scanlan. Era este doctor un médico nacido en Inglaterra pero de origen irlandés y católico, que como tantos irlandeses en el siglo XVIII había emigrado a España por motivos religiosos. Timoteo O´Scanlan ejercía como médico militar del Regimiento de Hibernia (irlandeses católicos) en el Ferrol y llevaba años trabajando en el tema. La noticia de la aplicación de esta primitiva vacuna en Quesada resulta sorprendente si consideramos que, según la literatura anglosajona, el inventor de la vacuna de la viruela fue Edward Jenner (que aplicaba el mismo método que venía siguiendo O´Scanlan desde años atrás), que la usó por primera vez en un niño el año 1796, apenas tres antes de que se emplease en Quesada.

Según El Mercurio, Manuel Gallego tomó dos precauciones de partida: hizo que la primera inoculación la efectuase otro médico, el titular de Cazorla Juan Rodríguez Carrillo, y que el primer vacunado fuese su propio hijo, que además lo era único. Esta operación “produjo el acostumbrado feliz efecto” y varios vecinos convencidos hicieron vacunar a sus hijos. Se vacunó en total a 168 niños de ambos sexos “sin haber peligrado ninguno de ellos, y continuado después todos con robusta salud”. En el resto de la población la viruela hizo estragos, por lo que El Mercurio terminaba deseando que la inoculación se extendiese y se “desterrase de una vez la vana preocupación que tienen muchos contra ella”. Hay que recordar la fecha, 1799, cuando en Quesada se aplicó una técnica de absoluta vanguardia mundial.

Pero no se cumplieron los deseos del periódico (muchos siguen hoy renegando de las vacunas) y la viruela siguió matando a numerosos quesadeños. El 28 de octubre de 1897 se leía en el Diario de Córdoba: “Va aumentando la epidemia variolosa por las provincias andaluzas. A las de Sevilla y Málaga, que hemos dicho la venían sufriendo, tenemos que añadir hoy la de Jaén, pues nos dicen que se ha presentado en Quesada”. Poco después, 14 de febrero de 1898, en El Popular de Granada, comprobamos los terribles resultados de este brote: “En tres meses han ocurrido en Quesada 400 invasiones de viruela, falleciendo solamente 60; 21 varones y 39 hembras”. Se siguió utilizando la vacuna, pero a menudo no de forma preventiva sino cuando la enfermedad ya se había presentado. Así por ejemplo, en enero de 1900 el pleno municipal acordó comprar una “ternera vacunífera” para utilizar sus pústulas en la “epidemia variolosa que desgraciadamente se ha presentado en la población”.

En el invierno de 1909 hubo que clausurar las escuelas a causa de un nuevo brote, siendo necesario arreglar el retrete de las mismas, “que está en malísimas condiciones”. Este cierre ocasionó que los exámenes se retrasaran al 15 de julio. En 1913 hubo viruela en Collejares y se inició otra campaña de vacunación. En 1918 se repitió la epidemia en Quesada. En una fecha todavía más cercana, invierno de 1940, la viruela hizo estragos por última vez. Afectó especialmente a Belerda y se ordenó la vacunación masiva de toda la población. No obstante en el mes de febrero de aquel año hubo, entre Belerda y Quesada, 17 muertos, la mayoría niños. La Junta local de Sanidad, ante “la realidad del foco epidémico de viruela que estamos padeciendo, seguido de numerosas invasiones y de bastantes casos de fallecimiento”, tomó una serie de acuerdos como encalar interior y exteriormente todas las casas del pueblo, limpiar calles y alcantarillas prohibiendo verter aguas sucias a la vía pública, retirar los estiércoles estancados en el interior y en las salidas del pueblo, etc. Y también otras medidas que nos sonarán bastante más: “En vista de que la epidemia de viruela aconseja como medida de precaución elemental la no aglomeración de personas en locales cerrados” se propone el cierre de las escuelas. Pero la más llamativa fue “poner una tableta o cartón en las puertas de las casas donde existan casos de viruela, con la siguiente inscripción: ¡Precaución! Hay viruela”.

Difteria y tifus.

Además de la viruela otras enfermedades también provocaron estragos en el pueblo. A los pocos meses de La Gloriosa, la revolución de 1868 que acabó con el reinado de Isabel II y en la que tuvo gran protagonismo el general Serrano Bedoya, un brote de tifus asoló Quesada. No hay datos sobre el número total de afectados y muertos, pero sí se sabe que tuvo su punto álgido en abril de 1869. La propagación del tifus está directamente relacionada con las condiciones higiénicas y ya se sabía entonces. Por eso el Ayuntamiento acordó mejorarlas haciendo desaparecer de las calles el estiércol, los escombros y los “materiales fecales que puedan corromper el aire”. Sin embargo el agua de la única fuente pública del pueblo, que era el gran problema, no pudo ver mejorada en parte su calidad hasta que unos diez años después se construyó una nueva traída de aguas.

Como consecuencia del tifus murieron los dos médicos titulares afectados tras su contacto continuo con los enfermos. Al inicio del brote, diciembre de 1868, falleció el segundo titular, Manuel Segura Villalta. Desde ese momento quedó solo ante la epidemia el primero, Epifanio Gutiérrez, que a su vez murió en mayo. Poco después el Ayuntamiento hacía constar en acta su agradecimiento, dando de paso noticias de lo que había sucedido: "el Médico Cirujano Titular de esta Villa, esclavo de su deber, asistió a esta Población en su totalidad desde diciembre último en que falleció el otro facultativo hasta Mayo en que ocurrió el fallecimiento del Gutiérrez a consecuencia del tifus reinante; que a consecuencia de esta enfermedad epidémica que por desgracia hizo muchas víctimas y las circunstancias de estar vacante la otra titular, todo el servicio médico que demandó la humanidad doliente en esa época la prestó el Sr. Gutiérrez con un celo y eficacia dignos de elogio y recompensa”.

 

La difteria también estuvo siempre presente en Quesada. Era conocida como garrotillo, porque sus efectos en el cuello y rostro recordaban a los producidos por el garrote vil, tradicional método de ejecución. La primera noticia de esta plaga es de octubre de 1893 (lo que no significa que no se diera antes). La Junta local de Sanidad acordó proponer “medidas de higiene y limpieza para evitar la propagación y desarrollo de la enfermedad que venimos experimentando, denominada la difteria”. El Ayuntamiento acordó que se pregonara el bando correspondiente ordenando la limpieza de calles, casas y alcantarillas. También que se adquirieran “los cuerpos químicos” para la desinfección de las ropas, casas y cadáveres.

 

Al igual que sucedió con la viruela, también con la difteria se benefició Quesada de los descubrimientos médicos más novedosos. En mayo de 1895 el Ayuntamiento acordó comprar, a propuesta de los médicos, “11 botes del referido suero que tan buen resultado han conocido que ha dado”. Justificaban el gasto en que este novedoso suero llevaría  “el bienestar y la tranquilidad a tantas madres que viven llenas de zozobra”. Se estaban refiriendo a la llamada antitoxina diftérica, que apenas cinco años antes había descubierto Emile Roux, colaborador de Pasteur.

 

Cólera.

 

Pero sin duda en materia de epidemias el cólera, o colera morbo asiático como era conocida, es la que más se identifica con el siglo XIX. Sus periódicos brotes suscitaban terror, especialmente en las ciudades donde el hacinamiento de población favorecía su propagación. Tal era el miedo que provocaba que en 1834 se extendió por Madrid el rumor de que habían sido los frailes, siempre sospechosos de carlismo, los que había contaminado las aguas como arma para favorecer al rebelde pretendiente don Carlos. De resultas se produjo una matanza de frailes que costó bastante controlar.

 

Esta epidemia de 1834 fue especialmente virulenta en Andalucía durante el verano. En Quesada los primeros casos se dieron el 22 de julio. Para el día 24 se contaban 30 invasiones (casos) de los cuales siete estaban graves y uno había muerto. Entre ese día y el 8 de agosto llegaron a 30 los muertos. Quesada fue puesta en aislamiento prohibiéndose la entrada y salida de personas. El 15 de agosto se cantó el Te Deum, ceremonia religiosa que marcaba oficialmente el fin de la epidemia. Desde ese momento se contaban treinta días más de cuarentena durante los cuales los residentes en Quesada seguían sin poder salir del término municipal.

 

En 1854 y 1855 el cólera, aunque con menos intensidad que en otros puntos de la provincia, volvió a castigar Quesada,. En agosto se formó una Junta de Sanidad compuesta por el párroco, alcalde y concejales, dos “vecinos honrados” y los dos médicos titulares para tomar medidas “en atención que el cólera morbo parece se halla en la provincia y por lo tanto el grave peligro que corre el vecindario”. La noticia curiosa de esta epidemia fue que en noviembre había que ir a Jaén para negociar con Hacienda el cupo que por contribuciones correspondía pagar a Quesada. Pero por “cartas particulares” se había conocido que “la capital de la provincia (se haya sufriendo) el azote del cólera morbo” y ningún concejal se prestó al viaje. Por eso el Ayuntamiento tuvo que nombrar como representante, aun a riesgo de que no defendiera los intereses del pueblo con suficiente celo, a un agente que vivía en Jaén.

2020 fue el año sin ferias. Lo que yo todavía no sabía cuando entonces presenté la Revista de Ferias es que no fue la primera vez que por una epidemia hubo que suspenderlas. Ya ocurrió en 1860, año en el que el general O´Donnell (de una de esas familias irlandesas que emigraron a España en el siglo XVIII) se aprestaba a la guerra con Marruecos y a la conquista de Tetuán. Las guerras siempre han estado unidas a las epidemias porque los ejércitos juntaban a muchos hombres y sus movimientos difundían el mal.

El 7 de agosto de aquel año el alcalde Simón Bedoya se dirigió al pleno municipal informando que en Hinojares “estaba haciendo estragos la enfermedad reinante en otros puntos” (parece que daba miedo incluso escribir el nombre, cólera). En pocos días iban a celebrarse los actos religiosos del 15 de agosto “así como también las ferias que deben tener lugar en los días 25, 26 y 27 del corriente”. Temía con razón el alcalde que la concurrencia de forasteros “alterase la salud pública” y propuso la suspensión de procesiones y ferias, “sin perjuicio de que luego que desaparezcan los temores que existen en la actualidad, tengan efecto”. Así se aprobó y se acordó además, para evitar la aglomeración de personas en espacios cerrados, “suspender las funciones teatrales ínterin duran las circunstancias actuales y que se comunique a los actores para su conocimiento”.

 

Tres días después un tal Mario Mojica, “en nombre de la compañía cómica que se halla actualmente en esta villa”, presentó un escrito al Ayuntamiento pidiendo que “no se impida la continuación de las representaciones teatrales, pues de lo contrario se verán en la necesidad de implorar la caridad pública”. El Ayuntamiento contestó que la suspensión de actos tenía como fin “evitar grandes reuniones que puedan perjudicar la salud pública” y que no parecía procedente “suspender las funciones religiosas permitiendo la continuación de las profanas”. Por eso se ratificó la suspensión, aunque se quiso ayudar a los cómicos abriendo una suscripción popular que recaudase el dinero suficiente para que la compañía pudiera trasladarse a otro pueblo.

 

La última gran epidemia de cólera fue la de 1884 y 1885. Aunque no existe un balance oficial de muertos hay bastante documentación sobre este brote. Se conserva en el Archivo Municipal, por ejemplo, el cuaderno de 47 páginas con las medidas que propuso la Junta local de Sanidad para evitar en lo posible que la enfermedad llegase a Quesada y, que si lo hacía, poder paliar sus efectos. Este documento da mucha y buena información sobre la vida cotidiana del pueblo, sobre cómo era el aspecto de las calles, cómo el comercio y los productos que se vendían, las tabernas y tiendas de licores, etc. Tratarlo aquí alargaría en exceso este artículo y merece la pena dedicarle en otra ocasión uno específico pues creo lo merece.

 

De esta epidemia salió el pueblo relativamente bien parado. En la comarca afectó especialmente a las zonas bajas, cercanas al Guadalquivir y al Guadiana Menor (Collejares), a Peal y a Santo Tomé. No obstante, en Quesada también hubo fallecidos y se habilitó un lazareto donde debían guardar cuarentena los sospechosos de estar contagiados antes de entrar en el pueblo. A fin de alejar la enfermedad, los enterramientos de las víctimas no se hicieron en el cementerio, sino en Lacra, en el que pasó a ser conocido como “cortijillo de los muertos”, donde permanecieron hasta 1942. Como en todas las epidemias de cólera, el ánimo de los vecinos se vio muy perjudicado. En el pleno de 23 de noviembre de 1884 se informó que los vecinos de las calles Nueva y San Juan (Coronación) protestaban por el toque de las campanas de las iglesias del Hospital y del Convento, que quedaban muy bajas y a la altura de los tejados colindantes. Se acordó que “por hallarse este vecindario bastante compungido por las noticias que se tienen del cólera”, se suprimiesen los toques de campana “por ahora, por lo menos para los entierros”.

 

Las primeras noticias de la plaga se tuvieron en el verano de 1884 y se cantó el Te Deum de finalización de la epidemia el 6 de octubre de 1885. El momento álgido fue el verano de 1885. Las ferias no se suspendieron, pero se vieron poco concurridas. El arrendatario de la tasa de Pesas y Medidas se quejó al Ayuntamiento de los perjuicios que estaba sufriendo en sus ingresos por “la falta de afluencia de forasteros a esta villa (…) ya por la invasión colérica en toda la comarca y también por los obstáculos que se oponen en la vigilancia o cordón que hay puesto”. La epidemia resultó muy benigna en Belerda, lo que el maestro de allí, Pedro Puerta Martínez, atribuyó en un opúsculo publicado a su costa y titulado “Flores de la Fantasía. Coronación poética dedicada a N.ª S.ª de Tíscar”, a la milagrosa intervención de la Virgen. No dijo nada sobre la epidemia de viruela que por las mismas fechas asoló aquel rincón y que obligó a cerrar la escuela durante varios meses.

 

Gripe

 

Y por último la epidemia de la que tanto hemos oído hablar estos últimos tiempos, la gripe de 1918 llamada gripe española por razones que ya todos conocemos. Nacida y difundida por los movimientos de los ejércitos participantes en la Gran Guerra, favorecida por el hacinamiento de los soldados en cuarteles y trincheras, en pocos meses se extendió por todo el planeta. La primera ola, primavera de 1918, afectó poco a Quesada al igual que la tercera, inicio de 1919. Con más gravedad lo hizo la segunda, en el otoño de 1918. La “grippe”, como entonces se escribía, entró en Andalucía desde Levante por los pueblos del norte de Granada, donde tuvo efectos trágicos. Quesada salió relativamente bien parada, pero su efecto no fue despreciable.

 

La primera noticia conocida es del 5 de octubre de 1918. La Junta provincial de Sanidad había ordenado el blanqueo interior y exterior de todos los edificios del pueblo para desinfectarlos. De poco servía esta medida ante un virus respiratorio, pero algo había que hacer (fue el equivalente al reciente baldeo de calles para su desinfección). El caso es que no había cal suficiente en el pueblo para blanquearlo todo a la vez y el Ayuntamiento se vio obligado a solicitar de urgencia al ingeniero jefe de Montes una calera en los montes del Estado, en la sierra, para fabricar el producto, ya que no se podía traer de otro sitio pues en todas partes había escasez.

No se conserva (o no he localizado) el cuaderno de la Junta local de Sanidad, pero por una alusión en el pleno municipal de 24 de octubre se sabe que se tomaron medidas. Ese día se acordó que "en atención a las circunstancias y vistos los estados epidémicos por los que atraviesan los pueblos limítrofes y casi España entera, el Sr. Presidente (alcalde) hizo presente a la Corporación la necesidad urgente de adoptar medidas enérgicas tanto para evitar el contagio cuanto para combatir los casos que pudieran darse (y) que se cumplan «con exactitud» los acuerdos tomados por la Junta de Sanidad”. Se acordó también que “si los desinfectantes no corren por cuenta del Estado, su importe y el de los trabajos de saneamiento se paguen por el Ayuntamiento” con cargo al capítulo de Imprevistos.

 

La multiplicación de casos desbordó a los médicos y se resintió el servicio, especialmente para los pobres (los beneficiarios de la Beneficencia Municipal) y los vecinos de Belerda. El 19 de octubre se leyó en el pleno un escrito presentado por "vecinos de esta ciudad y moradores de la aldea de Belerda" quejándose del abandono en que se encuentra el “servicio benéfico-médico no girándose las visitas a enfermos pobres comprendidos en las listas de Beneficencia residentes tanto en esta ciudad como en la antedicha aldea de Belerda”. El Ayuntamiento se limitó a instruir un expediente informativo “para averiguar la verdad”. Aunque resultaron los más perjudicados, los pobres no fueron los únicos que murieron. El 14 de octubre falleció de gripe Cipriano Ruiz García, histórico oficial 1º y secretario municipal que había iniciado su carrera en el Ayuntamiento en 1869. Su muerte fue muy sonada porque era persona conocida que había sido presidente de la cofradía de la Virgen y autor de la reforma de sus estatutos en 1907.

 

Entre octubre y diciembre de 1918 hubo en Quesada 28 muertos a causa de la gripe según el Registro Civil: 11 en octubre, 9 en noviembre y 8 en diciembre. El primer fallecido se produjo el 1 de octubre y el último el 16 de diciembre. Seguramente fueron más los afectados, porque en bastantes inscripciones de defunción no se especifica la causa de la muerte. Para este cálculo de 28 solo he contado los que están identificados con enfermedades respiratorias (gripe, neumonía y bronquitis). Fue una mortalidad importante, bastante mayor y sucedida en menos tiempo que la que ha producido en el pueblo el COVID, pero no tuvo nada que ver con el cataclismo sufrido en otros lugares. En algunos pueblos de Granada (Albuñol, Cúllar o Guadix, donde murieron 41 personas en un solo día) se multiplicó por 10 la mortalidad. Si hubiera ocurrido en lo mismo en Quesada se contarían más de 400 muertos.[1]

En Quesada seguramente fue vivida la epidemia con más miedo por los menos afectados, las personas acomodadas que sabían leer y que conocían las terribles noticias que publicaba la prensa. Para el resto, acostumbrados a morirse sin saber de qué, no fue nada extraordinario. Durante esos tres meses murieron en el pueblo seis niños de raquitismo,  cuatro de difteria y uno de sarampión. Otros diez menores de cinco años pasaron a mejor vida sin que en el Registro se especifique la causa de su defunción. Para los que no se enteraron de lo que sucedía en Madrid o en el frente francés, aquel fue un otoño más en el que la muerte era la compañera habitual de las gentes en su día a día.

Este artículo está dedicado a la memoria de las quesadeñas y quesadeños que ha perdido la vida con el COVID y a los que lo han padecido en su persona o en sus familias. No está dedicado a los que todavía no se han enterado, o querido enterar, de que la investigación científica, las vacunas, son el invento que, de largo, más vidas ha salvado en toda la historia de la Humanidad. Que al menos sirva esta pequeña historia de las epidemias en Quesada para que recordemos que, a pesar de tantos avances, no dejamos de ser una más de las muchísimas especies animales que habitan la Tierra.



[1] Los datos de Granada proceden del artículo de Gabriel Pozo Felguera La gripe que mató a miles de pobres en pueblos y no llegó a la Gran Vía, publicado el 1-3-2020 en El Independiente de Granada. La epidemia parecía “caprichosa” porque afectó menos a Granada capital. Pero no fue capricho, fue más bien resultado de las diferencias económicas y sanitarias entre la ciudad y los pueblos dejados de la mano de Dios.