Sitio de Sebastopol por los aliados (B.N.) |
Las trágicas circunstancias actuales que
ha originado la invasión rusa de Ucrania son una buena excusa para recordar a
un singular personaje quesadeño del siglo XIX, hoy completamente olvidado. Al
mismo tiempo esta invasión nos trae la desagradable sorpresa de que cosas que
pensábamos que estaban superadas, que pertenecían a un pasado lejano, vuelven a
presentarse y a cambiar nuestra vida diaria. Ha ocurrido con la epidemia del
COVID y ahora con esta guerra de aires antiguos en la que las potencias, los
imperios, disputan partidas de ajedrez en las que los peones que se sacrifican son
los pueblos afectados, nunca los jugadores. Es la primera vez que un artículo
de este blog se escribe al hilo de la actualidad. Ojalá no se repita porque las
ocasiones de la historia normalmente no han sido agradables.
El personaje al que me refiero es don
Santiago Vicente García, natural y vecino de Quesada y el episodio que le
afecta la llamada Guerra de Crimea. En 1853 el Imperio Ruso se enfrentó al
decadente Imperio Turco con la excusa de la custodia de los Santos Lugares de
Jerusalén. Las potencias occidentales, Inglaterra y Francia pero también
Austria-Hungría, recelaban del crecimiento y expansión del Imperio Ruso, lo que
les hizo intervenir en apoyo de los turcos. La guerra duró tres años y se
desarrolló fundamentalmente en la península de Crimea, donde desembarcaron
ingleses y franceses poniendo largo asedio a Sebastopol. Fue guerra muy cruenta
y repleta de episodios tremendos como la batalla de Balaclava y la carga de la brigada
de caballería ligera, décadas después llevada al cine. Fue la primera guerra en
la que se utilizó la fotografía.
España, que no pintaba nada en el
panorama internacional, fue muy seguida. El corte de las exportaciones rusas
(ucranianas) de cereales produjo un fuerte aumento en el precio del trigo, lo
que benefició a los grandes productores españoles pero encareció la vida de la
gente humilde. En 1856 se firmó la paz y las potencias se repartieron las
piezas del tablero con la vista puesta en las siguientes partidas. Es lo que se
ha hecho desde el principio de los tiempos y lo que se seguirá haciendo. Hasta
la completa extinción de la especie seguirán jugando al ajedrez.
En 1854 Quesada era una villa pobre,
perdida y aislada en un rincón de una provincia de segundo orden. No existían
carreteras, malos caminos conducían a Peal, Cazorla y, por la recien
independizada Huesa, a Guadix y Granada. El jardín no existía, la plaza era un
espacio abierto, sin árboles, donde se celebraba el mercado. El cementerio
estaba junto a la ruinosa ermita de Madre de Dios, hasta el año siguiente no se
inauguró el “nuevo” (en donde hoy día está el colegio Virgen de Tíscar). La
situación política, como siempre en el siglo XIX, estaba muy animada. En junio,
la Vicalvarada (rebelión del general O´Donnell) da paso al llamado Bienio
Progresista que acabará, como la Guerra de Crimea, en 1856. De resultas de la
revolución, en Quesada se proclama la antigua constitución liberal de 1837 el
día 24 de julio. El general Serrano Bedoya, que estaba encarcelado, es liberado
y nombrado gobernador militar de Zaragoza. Pero las cosas no andaban bien por
el pueblo. La cosecha de aceite había sido muy mala y fue preciso importarlo,
para el consumo diario, de los pueblos de la Loma. Las noticias sobre la
epidemia de cólera morbo eran cada vez más alarmantes. A final de agosto se
formó una Junta de Sanidad para prevenir la epidemia, en noviembre los
concejales se negaron a ir a Jaén para negociar con el gobernador los cupos de
impuestos, porque en la capital el cólera ya hacía estragos. Apenas había agua
en la (única) fuente pública del pueblo, a final de año fue necesario iniciar
las obras para traer agua desde el Chorradero y Melgar.
Santiago Vicente García pertenecía a una
familia establecida en Quesada en 1823 cuando su padre, Manuel Vicente Moreno,
fue nombrado alcalde mayor por la Chancillería de Granada. La familia se
integró rápidamente en la vida del pueblo. Su hermana Ángela se casó con el
rico propietario Juan Antonio Conde. Su hermano Manuel ejerció de abogado y fue
comisionado de la Diputación en los expedientes de separación y división de
términos de Huesa (de Quesada) y Peal (de Cazorla). Santiago Vicente fue
afrancesado en su juventud y más tarde liberal. En 1831, viviendo en Sevilla,
se vio implicado en uno de los terribles episodios represivos de Fernando VII.
Detenido e interrogado por la policía, delató al coronel Bernardo Márquez,
liberal y héroe de la guerra contra los franceses en Jaén. Márquez fue fusilado
y Santiago, convertido en traidor, se refugió en Quesada. Este episodio cambia
completamente su ideología y militancia política. A la muerte de Fernando VII
empieza a simpatizar con los carlistas. Cuando en 1838 el Ayuntamiento evacuó
el pueblo ante la inminente entrada de las facciones carlistas, Santiago fue
nombrado, junto al párroco, para la comisión que debía recibirlos y mediar con
los rebeldes como próximo a ellos.
Para mediados de siglo, que es el
momento que nos ocupa, don Santiago estaba volcado en la enseñanza y había
alcanzado el cénit de su carrera como autor de libros de texto que fueron
utilizados en colegios e institutos de toda España durante muchos años. En 1852
publicó Gramática latina con cuadros sinópticos para facilitar su estudio,
en 1854 Gramática de la Lengua Española y también Instrucción
religiosa, en 1855 Examen crítico de la nueva gramática castellana de la
Real Academia Española y en 1856 Lecciones preliminares para el estudio
de las ciencias. Los periódicos de aquellos años están llenos de anuncios
de sus obras, figurando en los boletines oficiales como autorizadas
oficialmente para la enseñanza. Seguramente es uno de los quesadeños cuyos
libros más se han vendido y distribuido por todo el país, cosa más que notable
teniendo en cuenta que vivía en ese pueblo remoto y aislado del que ya hemos
hablado.
Una de las obras de Santiago Vicente |
Políticamente, y también en lo religioso,
don Santiago se convirtió en un furibundo integrista. Colaboró asiduamente en
el ultramontano diario La Esperanza, órgano de la extrema derecha carlista que se
había reintegrado a la legalidad tras el Abrazo de Vergara y el fin de la
primera guerra civil. En la Hemeroteca Nacional Digital se dice de este
periódico que con el subtítulo “periódico monárquico”, es la más importante
cabecera de la prensa absolutista española del siglo XIX, como órgano oficioso
del carlismo. Don Santiago Vicente murió en Quesada en mayo de 1856. En su
necrológica La Esperanza dijo:
El 18 del actual
falleció, a la edad de 74 años, en su pueblo, la villa de Quesada, provincia de
Jaén, nuestro apreciable amigo el Sr. D. Santiago Vicente García, escritor
aventajado, humanista y filósofo distinguido.
Don Santiago tuvo calle en Quesada hasta
1931, la histórica calle Rodrigo de Poyatos. El 23 de junio de aquel año el
nuevo ayuntamiento republicano acordó que la calle Santiago Vicente pasase a
llamarse oficialmente Doctor Carriazo y así sigue al día de hoy. Desde entonces
Santiago Vicente García fue completamente olvidado en su pueblo; antigua
costumbre quesadeña esta del olvido de la que hasta ahora solo se han librado
(veremos en el futuro) Zabaleta, San Sebastián y la Virgen de Tíscar.
Anuncio en Diario oficial de avisos de Madrid. 27 de enero de1855. |
Santiago Vicente fue un personaje que se
salía la norma, un mirlo blanco en aquel abandonado pueblo del siglo XIX. No
solamente escribió, en Quesada, libros con los que estudiaron alumnos de todo
el país, sino que en La Esperanza publicó numerosos artículos, todos en
la línea integrista del periódico. Destacan dos sobre actualidad política
internacional (¡En Quesada, en aquel tiempo!): Costumbres de los antiguos
rusos y cambios que han experimentado, de 22 de abril de 1854 y Origen
del Imperio Otomano, de 24 de junio del mismo año. Se refieren ambos a la
Guerra de Crimea, recién iniciada, y eran de rabiosa actualidad. Sorprende el
conocimiento histórico de don Santiago así como la información que manejaba
sobre lo que sucedía a varios miles de kilómetros de Quesada y su comprensión
de la geopolítica europea del momento. Evidentemente se posiciona a favor del
Imperio Ruso, al que ve como paladín de la cristiandad en lucha contra los
musulmanes turcos a los que apoyan las potencias liberales, Inglaterra y
Francia, preocupadas solo por lo material, por el negocio y el poder (en
Francia mandaba Napoleón III que, al menos en lo político, muy liberal no era,
pero bueno).
La Guerra de Crimea en la que España
permaneció neutral (apenas se envió una comisión informativa a Turquía al mando
del general Prim), sí produjo enconados debates entre la prensa conservadora y
la progresista. Los sectores más liberales apoyaban a los aliados (Inglaterra,
Francia y Turquía), los conservadores integristas a Rusia (Sirva esto para que
los desinformados de los unos y los otros se enteren que la Unión Soviética ya
no existe y de que los sueños húmedos de Moscú de nuevo pasan por ser la “Nueva
Roma” que encabece la civilización cristiana y la defienda de la decadencia
occidental, algo que sí sabe toda la extrema derecha europea; aquí somos algo
más catetos). En la presentación del primero de los artículos de don Santiago,
la redacción de la Esperanza lo explica muy bien:
También el Sr. D. Santiago Vicente
García ha querido contribuir con su erudición y talento a dilucidar más, si es
posible, la cuestión turco-rusa, objeto principal, en el día, de nuestras
polémicas con los periódicos liberales. Suyo es el notabilísimo artículo que a
continuación insertamos: artículo en que nuestros lectores verán magistralmente
descritos, no solo el carácter y la situación del pueblo ruso, que la
imparcialidad liberal pinta con colores de antropófago y sepultado en la más
infeliz servidumbre; sino los principios que reglan en Europa la gobernación
musulmana que nuestros humanitarios civilizadores presentan como tipo de
tolerancia; sino el estado en que cuatro siglos ha se encuentran, bajo la
dominación turca, los cristianos que el liberalismo algodonero de Occidente,
por el hecho de haber quedado cautivos ayer, halla justo, según la sentida
expresión del Sr. García, continúe siéndolo hoy, continúen siéndolo siempre!
(…)
Por nuestra parte, una sola es la
convicción que nos cumple expresar después de haber leído el artículo del Sr.
García-, a saber: el que tenemos por moralmente imposible que un pueblo tan
morigerado, tan sencillo, tan obediente, tan caritativo, tan religioso como el
pueblo ruso, deje de entrar más tarde o más temprano en el gremio de la
verdadera Iglesia de Jesucristo, en el gremio de la Iglesia católica.
Es el único pero que se le puede poner a
los rusos, que son ortodoxos. Pero La Esperanza defiende la autorizada
opinión de don Santiago: fue liberal, es culto y sabio y como se morirá pronto
no tiene mayores intereses personales en la cuestión:
Como sabemos de antemano que los
liberales no son hombres capaces de reducirse al silencio, a que, en su caso,
nos reduciríamos nosotros de vergüenza, quedamos con viva curiosidad de saber qué
es lo que, a la vista de tan verídico y expresivo cuadro, responden. De todos
modos debemos advertirles que al señor D. Santiago Vicente García no pueden
tacharle, ni de oscurantista, puesto que ha pertenecido a la escuela liberal,
ni de ignorante, puesto que es uno de los hombres más instruidos y más
despejados de España, ni de mal intencionado, puesto que desgraciadamente se
halla en una edad y en una situación en que no puede considerar muy lejano el
momento de dar a Dios cuenta de sus acciones.
En el primero de los artículos, Costumbres
de los antiguos rusos, y cambios que han experimentado, don Santiago repasa
la historia rusa desde la conversión al cristianismo ortodoxo-griego. Hace un
encendido y apasionado elogio de la sencillez y virtud cristianas de las
costumbres rusas (El pueblo ruso, con especialidad en las clases inferiores,
es el más devoto de la Europa). Reproduce la opinión del poeta alemán Paul Fleming (que
participó en embajadas germanas a Rusia), cuyo fondo ideológico no es preciso
comentar:
En una nación, que
llaman bárbara, he hallado verdaderos hombres. El paisano ruso no discurre
sobre la libertad, y es realmente libre en su alma: es rico, porque no
experimenta ninguna necesidad: goza de buena salud, y vive contento en la
pequeña cabaña que ha construido él mismo, y lo pone a cubierto de la lluvia y
del frío: penetrado de confianza en el Ser Supremo, trabaja alegre, y se duerme
al canto del ruiseñor sin miedo a los ladrones: su pobreza le sirve de
garantía: no le causa inquietud el porvenir, porque cree que Dios cuida de sus
hijos: le es inútil la ciencia, y solo necesita conocer a su vecino: la mujer
se considera feliz obedeciendo a su marido, y mira su severidad como una prueba
de amor. Este pueblo inocente y dichoso pertenece a la edad de oro.
Don Santiago no repara en elogios, habla
de las iglesias rusas, de la espectacularidad de sus campanas, de la elevación
mística de sus cantos religiosos, de la práctica de la caridad:
Al recibir los boyardos
sus rentas suministran a los indigentes harina, manteca y otros comestibles, y
los de mediana fortuna dan a proporción de sus haberes. Los comerciantes
distribuyen pan a los pobres que se presentan al abrir sus tiendas.
Es, en definitiva, el ruso ejemplo de
imperio cristiano:
Todos los grandes
duques y Czares se han distinguido por su piedad; más ninguno ha igualado al
Czar Miguel Feodorowitch. Siempre hacia oración de rodillas en la iglesia, e
inclinaba la frente hasta el suelo al dar culto a las imágenes de los Santos.
Por sus virtudes los rusos crecen y se están expandiendo de
forma incontenible. Y esto era lo que se pensaba en aquel momento, el temor de
todas las grandes potencias que hizo intervenir en la guerra a Inglaterra y
Francia:
Antes del último siglo apenas era
conocida en Europa la Rusia. Estaba reservado a Pedro I concebir el proyecto
atrevido de formar un poderoso imperio (…) La influencia de este nuevo imperio
se hizo sentir desde luego en Europa, que se vio forzada a admitirlo en todas
las combinaciones de su sistema político. Los adelantos de esta potencia y el
ascendiente que supo granjearse lo proporcionaron sucesivamente en el Norte la
adquisición de la Livonia, de la Ingria, de la Finlandia y de una parte de la
Pomerania; en el centro, la que le correspondió en la desmembración de la
Polonia; y por el Sur le cedió la Puerta Otomana parte de la Tartaria, la
Crimea, las fortalezas que defendían sus provincias septentrionales, el dominio
del Mar Negro y, el comercio exclusivo de la Persia.
Frente a Rusia estaban los turcos
otomanos, infieles musulmanes, viejos enemigos de la corona española, que
tienen sometidos y esclavizados a los cristianos griegos ortodoxos,
supervivientes del Imperio Bizantino. Relata don Santiago con detalle las
maldades e injusticias a que los someten sus dominadores turcos, la barbarie e
injusticia que sufren. Aquí don Santiago entra en el derecho y el deber que
tienen los rusos de defender a los cristianos griegos. No es idea propia de don
Santiago; en aquel mundo oriental los zares fueron los campeones de la causa
ortodoxa. Por eso en aquella guerra de todos contra Rusia, el único aliado que
tuvo Nicolás I fue la pequeña Grecia, entonces recién independizada de Turquía.
Es una relación histórica la de Rusia con las minorías ortodoxas de los
Balcanes, que ha heredado la actual Rusia y que explica en parte su
posicionamiento respecto a los serbios o su especial relación con el estado
monástico, cuasi independiente, del Monte Athos. En fin, para don Santiago los
tratados dan a la Rusia el derecho de intervención para proteger a los griegos,
y la religión le impone también este deber. Se lamenta de que “ciertos
gobiernos” no lo comprendan y crean que solo se trata del “engrandecimiento de la Rusia”. Aquí entra
directamente en el momento político europeo.
Don Santiago habla de las presiones de
Inglaterra y Austria para que Rusia desaloje los principados de Valaquia y
Moldavia (Rumanía), defiende que su guerra con la Turquía es nacional en el
sentido religioso, y está justificada por las atrocidades de los musulmanes
contra los griegos. Se pregunta si serán los monarcas de Europa y
sus ministros extraños a la causa del cristianismo, que defiende Rusia. Sin
embargo la política mercantil y preponderancia marítima de la Inglaterra han
hecho su partícipe a la Francia, y, por lo que se dice, neutralizado a la
Alemania. El zar Nicolás I
ha dado pruebas de
prudencia y de moderación, y ninguna de tentativas ambiciosas. (…) Mientras
otras potencias defienden la legitimidad de la barbarie, de la peste y del
orden social de Constantinopla, el Czar moscovita se propone romper la cadena
abrumadora que pesa hace cuatro siglos sobre cristianos esclavizados. Los
esfuerzos pertenecen al hombre; el éxito depende del cielo.
Todo esto está escrito en 1854 en
Quesada y por un quesadeño. Sorprende la soltura y conocimiento con que habla
este hombre, desde su punto de vista integrista, de lo que estaba pasando en
aquel momento en la otra parte del mundo. Es inevitable preguntarse con quién tendría conversación.
Quizás solo con el general Serrano, que ya había pasado por el exilio en
Londres, en sus cortas estancias en Quesada. Y sería para discutir porque
Serrano estaba en sus antípodas ideológicas.
Las defensas de Sebastopol. Por la misión observadora española. |
Dos meses después Santiago Vicente
escribe un nuevo articulo sobre el tema, cuando ingleses y franceses ya han
desembarcado en Crimea e iniciado el cerco a Sebastopol. En Origen del
Imperio Otomano hace una larga introducción contando la historia de los
turcos desde su salida de la antigua Escitia, llamada por los modernos
Tartaria, hasta la conquista de Constantinopla. Repasa lo sucedido en las
últimas décadas, la independencia de Grecia, la decadencia de Turquía, la
amenaza rusa sosteniendo su antiguo y reconocido protectorado en favor de
sus correligionarios del culto griego. Ha llegado a tal grado la postración
turca que se ha visto obligado el Sultán á implorar la alianza y auxilios de
la Inglaterra y de la Francia. Al final de su artículo defiende que, por el
bien de la cristiandad, las potencias deben llegar a un acuerdo repartiéndose
la herencia turca. En esta guerra dice don Santiago que Rusia lleva las de
ganar, que lo deben comprender los occidentales y deben colaborar sin oponer
obstáculos. Porque el fin último no es otro que acabar con Turquía y restaurar
el Imperio cristiano de Bizancio, una suerte de nueva cruzada setecientos años
después:
Esta guerra, que ha
producido una alarma general y comprometido la seguridad y porvenir de los
Estados del continente, tiene sobre las armas más de dos millones de
combatientes, y su término será la desaparición de la Media-Luna del horizonte
europeo. La resolución, al parecer irrevocable, del Czar, de redimir del
vergonzoso y pesado yugo otomano a tantos millares de cristianos, víctimas de
su fe; la posición inexpugnable de la Rusia; su poder colosal sobre la Turquía;
su influencia en Alemania, donde tiene apoyo y simpatías; sus recursos
inagotables para prolongar la guerra; la ocupación de Constantinopla y de otros
puntos importantes por las tropas de la Inglaterra y de la Francia, auxiliadas
por sus escuadras reunidas; la próxima derrota y dispersión del ejército turco,
impotente para combatir con las fuerzas superiores y más disciplinadas de la
Rusia; la imposibilidad de continuar por mucho tiempo tan numerosos ejércitos
en una situación violenta, costosísima y expuesta a grandes azares; la reunión
de todas estas causas ha traído al decrépito imperio musulmán al borde de un
abismo, qué va a tragarse indefectiblemente su existencia en Europa ¿Cuál será
el destino de esta vacante? Inglaterra, la Francia , el Austria y la Prusia
están llamadas a ser copartícipes con la Rusia para disponer de esta rica
herencia. La paz, la justicia, la prosperidad de la Europa, el honor y el
verdadero interés de los príncipes que la gobiernan les imponen el deber de
renunciar a pretensiones ambiciosas, y de restablecer el antiguo imperio
Bizantino, eligiendo un príncipe cristiano que no inspire recelos a ninguna
potencia y que desarrolle y fertilice los elementos de riqueza que hay
sepultados en aquellas hermosas provincias. Si el Emperador de Rusia, por un
sentimiento de generosidad y de confianza, abandonó casi exclusivamente a la Francia
la elección de soberano para la Grecia, es de esperar que se ponga de acuerdo
con las otras cuatro potencias para dar un ejemplo de sabiduría y de
moderación, y aspirar a los títulos gloriosos de fundador del derecho público,
de pacificador del mundo y bienhechor de la humanidad.
Poco después de publicado este artículo los
franceses e ingleses tomaron Sebastopol. Rusia no ganó la guerra, el Imperio
Otomano sobrevivió hasta la Gran Guerra como aliado de Alemania y Austria. Don
Santiago vivió la suficiente para verlo. Falleció pocos meses después de la
firma del Tratado de Paris. Sus libros de texto siguieron utilizándose durante
muchos años. En Quesada se le puso una calle al mismo tiempo que se le
olvidaba. No sería yo el que disfrutara
de una charla con este personaje ultramontano. Pero cuando aquellas guerras que
creíamos olvidadas y finiquitadas para nuestra sorpresa nos caen de nuevo
encima, por puro conocimiento es bueno recordar la figura de ese quesadeño
singular y extraño que fue Santiago Vicente García.
Este artículo se ha escrito cuando de
nuevo atruenan las bombas, sufren las gentes y una brutal invasión presagia
tiempos amargos. De nuevo caerá un peón, pieza de poca importancia que no
preocupa a ninguno de los jugadores. Y a una nueva partida.
Portada de La Esperanza con artículo de don Santiago |
ANEXO
La Esperanza.
22 de abril de 1854
También el Sr. D. Santiago Vicente García ha querido
contribuir con su erudición y talento a dilucidar más, si es posible, la
cuestión turco-rusa, objeto principal, en el día, de nuestras polémicas con los
periódicos liberales. Suyo es el notabilísimo artículo que a continuación
insertamos: artículo en que nuestros lectores verán magistralmente descritos,
no solo el carácter y la situación del pueblo ruso, que la imparcialidad
liberal pinta con colores de antropófago y sepultado en la más infeliz servidumbre;
sino los principios que reglan en Europa la gobernación musulmana que nuestros
humanitarios civilizadores presentan como tipo de tolerancia; sino el estado en
que cuatro siglos ha se encuentran, bajo la dominación turca, los cristianos
que el liberalismo algodonero de Occidente, por el hecho de haber quedado
cautivos ayer, halla justo, según la sentida expresión del Sr. García, continúe
siéndolo hoy, continúen siéndolo siempre!
Como sabemos de antemano que los liberales no son hombres
capaces de reducirse al silencio, a que, en su caso, nos reduciríamos nosotros
de vergüenza, quedamos con viva curiosidad de saber qué es lo que, a la vista
de tan verídico y expresivo cuadro, responden. De todos modos debemos
advertirles que al señor D. Santiago Vicente García no pueden tacharle, ni de
oscurantista, puesto que ha pertenecido a la escuela liberal, ni de ignorante,
puesto que es uno de los hombres más instruidos y más despejados de España, ni
de mal intencionado, puesto que desgraciadamente se halla en una edad y en una
situación en que no puede considerar muy lejano el momento de dar a Dios cuenta
de sus acciones.
Por nuestra parte, una sola es la convicción que nos cumple
expresar después de haber leído el artículo del Sr. García-, a saber: el que
tenemos por moralmente imposible que un pueblo tan morigerado, tan sencillo,
tan obediente, tan caritativo, tan religioso como el pueblo ruso, deje de
entrar más tarde o más temprano en el gremio de la verdadera Iglesia de
Jesucristo, en el gremio de la Iglesia católica.
COSTUMBRES
DE LOS ANTIGUOS RUSOS, Y CAMBIOS QUE HAN EXPERIMENTADO.
La Rusia es un país tan vasto y lejano en la Europa, que no
es extraño haya conservado sus antiguas costumbres y tardado tanto tiempo en
adquirir otras diferentes. La distancia y las dificultades de viajar por aquel
terreno impidieron reconocerlo. Pero al fin del siglo XV, reinando el gran
duque Iwan Basilowitz, el deseo de ver pueblos desconocidos y la esperanza de
hacer fortuna llevaron algunos alemanes y otros extranjeros a Rusia, donde se
establecieron, entrando también al servicio militar de aquella potencia, muy
débil todavía. Otros fueron después con el objeto de hacer observaciones
filosóficas sobre las costumbres puras de los rusos, suponiéndolas más análogas
a las primitivas del género humano.
Al principio del
(roto)
…Pablo Flemming, y hace un gran elogio de las costumbres de
los rusos, de quienes decía : «En una nación, que llaman bárbara, he hallado
verdaderos hombres. El paisano ruso no discurre sobre la libertad, y es realmente
libre en su alma: es rico, porque no experimenta ninguna necesidad: goza de
buena salud, y vive contento en la pequeña cabaña que ha construido él mismo, y
lo pone a cubierto de la lluvia y del frío: penetrado de confianza en el Ser
Supremo, trabaja alegre, y se duerme al canto del ruiseñor sin miedo a los
ladrones: su pobreza le sirve de garantía: no le causa inquietud el porvenir,
porque cree que Dios cuida de sus hijos: le es inútil la ciencia, y solo
necesita conocer a su vecino: la mujer se considera feliz obedeciendo a su
marido, y mira su severidad como una prueba de amor. Este pueblo inocente y
dichoso pertenece a la edad de oro.»
Las repetidas incursiones de los rusos por el imperio
griego, y el comercio recíproco de sus habitantes, fueron atrayendo muchos
rusos al cristianismo; pero la conversión completa a la religión griega, que
hoy profesan, no tuvo efecto hasta Wladimiro I. Diputados del rito latino,
musulmanes y judíos acudieron a ofrecerle sus Dioses y sus templos en homenaje
a sus victorias; pero la religión griega, muy extendida ya entre los rusos,
obtuvo por desgracia la preferencia. La antigua Roma, aun grosera, envió
diputados a Grecia para buscar allí un código de leyes; el orgullo de Vladimiro
desdeñó hacer el papel de suplicante, y no quiso pedir al Emperador griego un
Código de religión y sacerdotes para enseñarla, creyendo más decoroso adoptar
la religión por vía de conquista: y así, con las armas en la mano, fue a buscar
el bautismo, los catecismos y los sacerdotes, con menosprecio de las riquezas y
de las provincias de que se había hecho dueño. Se ajustó la paz con inauditas
condiciones en la diplomacia de los pueblos, y se convino que en cambio de las
conquistas, que restituyó en el acto, recibiría archimandritas (abades de monasterios),
sacerdotes, vasos sagrados, libros de iglesia, imágenes y reliquias. A su
vuelta a Kief ordena Wladimiro a sus pueblos que concurran a las riberas del
Borístenes, cuyas aguas sirvieron para un bautismo general; y una población
inmensa, el día antes idólatra, aunque ignorante y grosera, vuelve a su casa
cristiana.
El pueblo ruso, con especialidad en las clases inferiores,
es el más devoto de la Europa; pero la discordancia en que se halla la Iglesia
griega con la latina, y la notable diferencia de traje de rusos y católicos,
produjeron cierta antipatía, que se aumentó por los falsos Demetrios, y después
con la opresión de la Polonia. Mucho trabajo costó a Pedro el Grande introducir
la tolerancia: los que miraban como actos religiosos conservar una gran barba y
vestidos talares, prefiriendo que les cortasen la cabeza a afeitarse, no podían
estar inclinados a tratar con indulgencia a los otros europeos, afeitados y
ligeramente vestidos, que usaban de sombreros en lugar de gorras, y que daban
culto a Dios con idioma y ritos diferentes de los suyos. Estos obstáculos los allanó
Pedro el Grande, y sus sabias leyes, que han seguido y observado sus sucesores,
han hecho tan general la tolerancia en Rusia, que parece un rasgo
característico de la nación. Los griegos viven en la mejor inteligencia con los
católicos. Esta conducta coloca a la Rusia entre las naciones más civilizadas
de Europa, y hace que sea agradable a los extranjeros su residencia en aquel
país.
En tiempo del Czar Miguel Feodorovitch había en Moscow dos
mil templos, aunque muchos eran particulares, hechos de madera. El Patriarca
Nikere fue el primero que persuadió á los ricos que los construyesen de piedra
para precaver los incendios (roto) … el orden gótico, aunque hay algunos de
arquitectura elegante y moderna. Su forma, generalmente en bóveda o cúpula,
imita la del cielo, como en la más remota antigüedad.
En las iglesias de Rusia no se había introducido la música,
y notando los católicos y los protestantes esta falta, les respondían que «los
instrumentos inanimados no pueden alabar a Dios, y que tampoco se hablaba de
música en el Nuevo Testamento.» No obstante, se han establecido a las
principales iglesias coro, admirables, cuyas voces rivalizan con las de
Alemania e Italia.
Oleario y otros escritores se quejan del número excesivo de
campanas que había en Moscow, y dicen que para soportar el ruido a corta
distancia se necesita tener orejas rusas; pero añaden que a lo lejos produce su
sonido una majestuosa armonía. La gran campana de Godimow pesaba trescientos
cincuenta y seis quintales, y la que hizo fundir la Emperatriz Ana, cuatro mil.
Esta, quizá la más enorme de cuantas han existido, maltratada después en un
incendio, se halla en un foso de Kremt.
Encima de la puerta de las casas están colocadas imágenes
de Santos, como objetos de veneración, y se ven con frecuencia personas
arrodilladas rezando. Cuando se visitan los rusos, se quitan la gorra en la
puerta, y se dirigen, no al dueño de la casa, sino a la imagen del Santo que se
custodia en ella; al entrar en la habitación hacen tres veces la señal de la cruz,
y prosternados delante de la imagen, dicen: «Señor, tened piedad de mí.» En
seguida se vuelven hacia el dueño de la casa, y lo saludan con estas palabras:
«Dios conceda la salud a ti y a los tuyos.» Esta costumbra subsiste en el
pueblo, y rara vez sucede que pase un paisano por delante de una iglesia o de
la imagen de un Santo sin hacer la señal de la cruz. Hay muchas capillas,
ricamente adornadas, adonde concurre el pueblo todos los días y a toda hora, y
personas distinguidas, a visitar por devoción la imagen de la Santísima Virgen.
Antes de Pedro el Grande no concedían los Patriarcas
licencias para predicar a los eclesiásticos, por temor de que resultasen
herejías de la interpretación arbitraria de la Santa Escritura. El célebre
Platón, metropolitano de Moscow, y otros Obispos a su ejemplo, animaron para
que lo hiciesen a los sacerdotes de sus diócesis, y desde entonces se predican
muy buenos sermones en San Petersburgo, en Moscow, y hasta en los pueblos más
pequeños. El célebre Platón, compuso un excelente compendio de sermones para
que los eclesiásticos menos instruidos los leyesen a sus parroquianos.
Todos los grandes duques y Czares se han distinguido por su
piedad; más ninguno ha igualado al Czar Miguel Feodorowitch. Siempre hacia
oración de rodillas en la iglesia, é inclinaba la frente hasta el suelo al dar
culto a las imágenes de los Santos. Anualmente iba al monasterio de Troiza, en
el distrito de Moscow, para celebrar la festividad de Pentecostés y la de su
Santo. A cierta distancia se bajaba del caballo o carruaje, y caminaba a pie
con toda su comitiva hasta llegar al santuario. La Gran Catalina siguió este
ejemplo: Pablo I y Alejandro fueron también al mismo monasterio después de su
coronación.
Una de las cualidades más recomendables de los antiguos
rusos es la caridad, y los modernos han conservado esta virtud de sus padres.
Allí no se ve mendigar a los holgazanes que huyen del trabajo, y solamente se
da limosna a los inválidos o a los arruinados por incendios o por cualquiera
otra desgracia. Cuando muere un rico se reparten a los pobres, durante algunas
semanas, abundantes limosnas, y en ciertas ocasiones sumas considerables.
Al recibir los boyardos sus rentas suministran a los
indigentes harina, manteca y otros comestibles, y los de mediana fortuna dan a
proporción de sus haberes. Los comerciantes distribuyen pan a los pobres que se
presentan al abrir sus tiendas, con tal abundancia que les queda sobrado para
vender a los viajeros. Los Czares son los primeros en dar el ejemplo de
liberalidad. Siguiendo la antigua costumbre, van en la Pascua entre los
maitines y misa a visitar a los presos, a quienes dicen: Jesucristo ha
resucitado también para vosotros; y después mandan que se les dé ración de
carne y un capote forrado con pieles. A los penados con destino a los trabajos
públicos se les concede permiso para pedir limosna cuando vuelven a la prisión.
Antes del último siglo apenas era conocida en Europa la
Rusia. Estaba reservado a Pedro I concebir el proyecto atrevido de formar un
poderoso imperio, civilizando hordas dispersas y medio salvajes, introduciendo
en sus Estados las artes, el comercio y la política de Europa, y enseñando la
guerra a sus soldados. No se puede negar que, a pesar de haberse precipitado en
sus medidas, por la impaciencia de su genio, que deseaba crear y gozar a la
vez, consiguió completamente su objeto. La influencia de este nuevo imperio se
hizo sentir desde luego en Europa, que se vio forzada a admitirlo en todas las
combinaciones de su sistema político. Los adelantos de esta potencia y el
ascendiente que supo granjearse lo proporcionaron sucesivamente en el Norte la
adquisición de la Livonia, de la Ingria, de la Finlandia y de una parte de la
Pomerania; en el centro, la que le correspondió en la desmembración de la Polonia;
y por el Sur le cedió la Puerta Otomana parte de la Tartaria, la Crimea, las
fortalezas que defendían sus provincias septentrionales, el dominio del Mar
Negro y, el comercio exclusivo de la Persia.
La fraternidad religiosa de los rusos con los súbditos del
Sultán que profesan el culto griego, y la protección consiguiente del Czar,
garantizada por los tratados en favor suyo, forman una estrecha y legitima
alianza contra la opresión de los turcos.
Son atroces e innumerables los males que han abrumado a los
griegos en el periodo de cuatrocientos años. Considerados como prisioneros y
presas del vencedor, y atados con nudos de hierro al árbol del bárbaro
despotismo otomano, han sufrido constantemente la monotonía de una ignominiosa
y dura esclavitud, y concluyeron por no tener más existencia histórica que la
de sus opresores. Para los turcos no son los griegos más que vencidos, y viven
porque pagan el derecho de respirar. La capitación, que abraza a todos los
varones desde la edad de diez y siete años hasta la de sesenta, es la tasa y el
rescate de su vida. El recibo que se les da, dice: «EN VIRTUD DE ESTA CANTIDAD,
PRECIO RECIBIDO, SE PERMITE AL QUE LO PAGA CONSERVAR SU CABEZA SOBRE LOS
HOMBROS DURANTE UN AÑO». Esta garantía no preserva de malos tratamientos, ni
aun de la muerte: en todo se da a conocer la diferencia del señor y del
esclavo. Los cristianos no pueden montar a caballo ni vender en algunos parajes
sus granos sino por medio de los turcos. Cuando aparece asesinado un musulmán,
hacen estragos y matan sin regla ni freno: pagan las cabezas y las presentan en
las fiestas. El musulmán es el favorito del cielo y el elegido de la creación: a
pesar de todos sus crímenes cree tener todas las virtudes, y lleno de confianza
y seguridad, su fe basta para salvarlo. A sus ojos el cristiano ha nacido para
andar arrastrado y servir, y el matarle es un acto meritorio para con Dios.
La suerte de los cristianos no puede mejorarse por la
voluntad del príncipe otomano: el carácter de la opresión que los aflige es
incorregible, y no puede ser modificado por ninguna vía legal, porque esta
opresión tiene por base la opinión religiosa, que es al mismo tiempo la
política. El musulmán es esencialmente estacionario: hoy es el mismo que el día
de su entrada en Europa, y así continuará mientras subsista su raza. El griego
siempre esclavo, porque siempre ha sido cristiano. Se abisma y extravía el
pensamiento en un mudo asombro al contemplar al turco imbécil reinar con látigo
en mano sobre una ciudad que no cabía en el mundo.
La prolongación del cautiverio de los griegos es más bien
obra de los gobiernos de Europa. Su política dominante ha sido demostrar una
rivalidad de celo por la conservación de la paz. ¿Es el destino de la
estabilidad poner el sello a la servidumbre de un pueble oprimido? ¿HAY RAZÓN
PARA QUE LOS ESCLAVOS DE AYER LO SEAN HOY, Y LO SEAN SIEMPRE? ¿SERÁ LA ETERNA
DURACION DE LA ESCLAVITUD DE LOS GRIEGOS UN PRIVILEGIO DE SU FIDELIDAD A SU
RELIGIÓN? Las sospechas y las miserables
desconfianzas de los gabinetes han dado a la política esta dirección
desastrosa. Todo ha cambiado menos la barbarie de los turcos y la servidumbre
de los griegos. Su retroceso a la existencia política seria un mal para la
Turquía, y así deben morir bajo el sable, o consumirse bajo la raza otomana,
porque el interés musulmán exige que permanezcan fuera de la ley de las
naciones.
Tres títulos sagrados se reúnen en el más alto grado a
favor de los griegos: la desgracia, el valor patrio y su adhesión a la fe
cristiana. Los tratados dan a la Rusia el derecho de intervención para proteger
a los griegos, y la religión le impone también este deber. Es una fatalidad que
la idea de su emancipación se presente a ciertos gobiernos como enlazada con el
engrandecimiento de la Rusia; pero puede haber combinaciones en que esta
potencia no reciba las ventajas exclusivamente. La Rusia tiene un vasto
territorio, provincias fértiles, fronteras que la ponen en comunicación con
todas las naciones de Europa y de Asia, puertos que le proporcionan acceso en
todos los mares, y una población numerosa, aplicada, sobria y sufrida: con
todos estos recursos de riqueza y de poder que encierra en su seno, ha llegado
a obtener una preponderancia positiva y permanente. Su guerra con la Turquía es
nacional en el sentido religioso, y está justificada por las atrocidades de los
musulmanes contra los griegos, que son un solemne testimonio de la longanimidad
de la Rusia y de su paciencia heroica. Hasta su orgullo se había doblegado por
las exigencias de la Inglaterra y del Austria a una humillante abnegación,
mirándose como una extravagancia histórica la indulgencia de la Rusia con las
injurias de la Puerta. Al cabo se cansó el Emperador Nicolás de tanta
condescendencia, y desembarazado ya de las preocupaciones y trabas que detenían
sus movimientos, se ha propuesto llenar su gran destino. ¿Serán los monarcas de
Europa y sus ministros extraños a la causa del cristianismo, a los sentimientos
de humanidad, y no resonarán en su alma los gemidos de las víctimas de su fe?
¿Quién negará una lágrima al cristiano que derrama su sangre por la religión de
Jesucristo? ¿Qué se necesita para excitar el interés del hombre y para merecer
su compasión?
La política mercantil y preponderancia marítima de la
Inglaterra han hecho su participe a la Francia, y, por lo que se dice,
neutralizado a la Alemania, obedeciendo al miedo quimérico de un nuevo
engrandecimiento de la Rusia, sin conocer que su ilimitada extensión la
debilitaría en vez de fortificarla. Por otra parte, el Emperador Nicolás ha
dado pruebas de prudencia y de moderación, y ninguna de tentativas ambiciosas.
En su conciencia solo han tenido un eco fuerte, al parecer, los clamores de los
cristianos y los votos y súplicas de sus pueblos. Mientras otras potencias
defienden la legitimidad de la barbarie, de la peste y del orden social de
Constantinopla, el Czar moscovita se propone romper la cadena abrumadora que
pesa hace cuatro siglos sobre cristianos esclavizados. Los esfuerzos pertenecen
al hombre; el éxito depende del cielo.