lunes, 13 de septiembre de 2021

El abastecimiento de aguas potables en Quesada. Breve reseña histórica.

 

Plano de la tubería de abastecimiento de agua inaugurada en 1929

Este artículo está escrito para la Revista de Ferias, en cuya edición de 1021 ha sido publicado. Solo cabe añadir que la primera noticia documentada sobre abastecimiento de aguas potables en Quesada es de 1556. El 8 de octubre Felipe II autoriza al concejo de Quesada a un repartimiento de 50.000 maravedíes entre los vecinos para finalizar la traída de aguas desde las fuentes llamadas de las Cuevas y del Olivarejo. Hasta entonces el pueblo se abastecía con agua del río, que la mayor parte del año dicho rrío venía muy turbio y suzio con las abenidas y cresçientes, e demás dello el agua dél no hera del todo buena.

El documento fue publicado por Juan de Mata Carriazo con el n.º 122 de su Colección diplomática de Quesada. Esta es la construcción que fue reformada en 1698 según se trata a continuación.

 

 Siglos XVII – XVIII.

 

Una de las primeras noticias sobre el abastecimiento público aguas en Quesada se conserva en el edificio del actual Ayuntamiento, en su escalera, donde podemos ver una lápida de piedra fechada en 1698 que dice:

 

“Reinando Carlos 2 Nuestro Señor Que Dios Guarde se hizo la cañería y se redificó la fuente de esta Villa siendo su corregidor y capitán a guerra el señor licenciado D. Dionisio Antonio de Peñarroxa abogado de los Reales Consejos y regidor perpetuo de la Ciudad de Alhama y comisarios D. Juan Antonio Serrano y D. Rodrigo Pedro de Urrutia sus regidores perpetuos. Año de MDCLXXXXVIII.”

 

Placa conmemorativa de la inauguración de las obras de 1698

Junto a ella, también en la escalera, hay una fuente de pared, que no es exenta, pensada para pegarla a una fachada. Es un escudo de piedra de cuyo extremo inferior tiene un caño metálico. Según una nota manuscrita de Juan de Mata Carriazo, que cita a Argote de Molina en su obra “Nobleza de Andalucía”, este escudo es el de la familia Serrano, a la que pertenecía uno de los regidores perpetuos citados en la inscripción anterior por ser uno de los dos comisionados (encargados) de la obra de la cañería. Cuando lo conoció Carriazo, el escudo estaba colocado en la fachada de la fonda “La Moderna”, junto al Ayuntamiento.

 

Fuente pública del siglo XVII actualmente en la escalera interior del ayuntamiento.

Por otra parte, según el plano de Quesada que hizo Francisco de Coello para el “Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de ultramar”, que se puede fechar alrededor de 1850, la fuente pública estaba en la Explanada, en la fachada del actual número 17 de la plaza de la Constitución y casi haciendo esquina con la plaza de la Coronación, entonces calle de San Juan o del Convento.

 

A la vista de lo anteriormente dicho se puede concluir que al menos desde 1698 había una conducción de aguas potables, que antes de esa fecha existía una fuente pública que se reconstruyó ese año y que con toda seguridad es la que se conserva en la escalera del Ayuntamiento. El agua no sobraba en el pueblo, que solo se abastecía para el consumo humano de esta fuente, de los pozos que había en algunas casas y, aunque nos sorprenda, directamente del río y de los caces de riego.

 

La cañería que llevaba el agua a la fuente era realmente una especie de pequeña acequia o caz. Las tormentas y los temporales la aterraban y a menudo la rompían en las zonas quebradas por las que atravesaba. El suministro de agua era escaso e irregular; su mantenimiento requería de continuos trabajos y gastos tal como se recoge regularmente en las actas de los plenos municipales.

 

Siglo XIX.

 

Una de las primeras menciones al problema del abastecimiento que he conseguido localizar es la del pleno del 28 de noviembre de 1846, cuando la corporación acordó reparar (nuevamente) la cañería de la fuente, para “remediar en lo posible la escasez de aguas que hay en el pueblo.” Tenía entonces Quesada 3.895 almas y 1.034 vecinos.

 

Era evidente que la cañería del siglo XVII no daba más de sí y que se precisaba acometer la construcción de una nueva. En 1854 el problema llegó a ser acuciante y se temía que la falta de agua acarrease problemas “en el caso fácil de ocurrir el verse infestado de una epidemia, por surtirse de agua sucia del rio” (en 1855 hubo efectivamente una terrible epidemia de cólera morbo), sin contar con que la escasez de dicho elemento impedía acudir a los incendios “con un remedio pronto”. Para solucionar el problema el Ayuntamiento (pleno de 4 de diciembre) acordó la construcción de una nueva cañería desde los veneros “del Chorradero y fuente Jorquera” por ser sus aguas de “inmejorable calidad” y las más cercanas al pueblo. Para financiar la obra se procedió a la venta de algunas fincas de propiedad municipal (quiñón de la Tercia y el del Juncar, haza de la Breña y la del Melgar) y se sacaron a subasta los derrames de la fuente pública que resultarían una vez se concluyera la obra.

 

A pesar de las mejoras, la escasez de suministro subsistía. Veinte años después, durante la I República, se hizo necesario volver a tratar el problema. El 16 de noviembre de 1873 el alcalde, ciudadano Francisco Calatrava, expuso al pleno municipal que, como a todos constaba, “la mayor parte del año carece este pueblo de agua a causa de que la cañería de la única fuente pública de esta Villa se encuentra en mal estado de conservación por hacer muchísimo tiempo se formó y haberlo verificado en malas condiciones”.

 

Calatrava propuso que, por persona competente, se reconociera un nuevo venero, “llamado del Nacimiento” (bajo el cerro de Vítar), y que “teniendo en cuenta que el vecindario desea con ansiedad el que se construya una nueva cañería” (la población había aumentado hasta 1.600 vecinos, unos 6.500 habitantes), se solicitara “al arquitecto de esta provincia” que trazase “el camino por donde mejor pueda hacerse la nueva cañería”. Aunque las vicisitudes políticas retrasaron algunos años el inicio de las obras, en el verano de 1879 la conducción estaba a punto de terminarse. No obstante, y como todavía no se había hecho el proyecto de nueva fuente pública, se acordó que el agua llegase hasta la parte baja de la calle Monte, donde se haría una excavación “para poder llenar los cántaros”. Las aguas sobrantes se derivarían por la calle Nueva y Alcaraz (actual de los Arcos) hasta el Pozo Airón.

 

Lo que quedaba de la antigua fuente estaba en un estado ruinoso y se mandó retirar para “evitar su desplome”. Acabaron sus piedras en la fachada de lo que luego fue la fonda de Bonifacio Amador y posteriormente en la escalera del Ayuntamiento, como ya se ha visto. La nueva fuente se retrasó porque por aquellos años se estaba remodelando la plaza, que había dejado de ser una explanada diáfana donde se celebraba el mercado y se estaba plantando un jardín, de que algunos de sus árboles aún sobreviven. Estaban muy orgullosos concejales y vecinos del moderno paseo que le daba al centro del pueblo un aspecto urbano, muy acorde con los gustos del momento. Se quería rematar la reforma con una fuente a tono, “monumental”, de la suficiente prestancia para rematar dignamente la reforma.

 

A los pocos meses, el 20 de junio de 1880, se encargó el proyecto de fuente al arquitecto provincial Jorge Porrúa. Como al parecer el caudal de los manantiales había mermado la fuente tendría solo dos caños, aunque estaba diseñada para cuatro. Tres años después concluían las obras y se procedió a la inauguración en junio de 1883. La fuente monumental se construyó en la Explanada,  en el espacio que hay entre las dos actuales.  Estaba formada por una gran peana de piedra con escaleras de acceso y un cuerpo vertical cuadrado con los caños en lados opuestos. Por la parte de la Explanada había un gran pilar rectangular y por la del jardín otro más decorativo compuesto de tres lóbulos. Los espacios donde se recogía el agua quedaban en alto y estaban protegidos por barandillas de hierro. Los caños no tenían cierre, es decir, manaban continuamente, por lo que se originaban unos derrames casi permanentes (especialmente de noche) que fueron subastados a particulares (casas cercanas y alguna fábrica de aceite como la de Santa Catalina, propiedad de Lázaro Segura).

 

La fuente se convirtió rápidamente en el centro del pueblo, punto de encuentro, lugar de chismorreos y transmisión de noticias reales… Marcó la memoria de los quesadeños de los últimos años del siglo XIX y primer tercio del XX. Quedan algunas fotografías de ella, la de Cerdá Rico de principios de siglo, la publicada en la Esfera por Luis Bello en 1928 y alguna más. Donde se muestra con más claridad es en la que hizo Juan de Mata Carriazo a finales de los años veinte, un día de nevazo, desde las ventanas de las escuelas que había sobre el mercado, en el antiguo convento. Rafael Zabaleta se inspiró en esta foto en un magnífico óleo con la fuente y la nieve cayendo sobre los álamos del jardín.


La fuente de la Explanada en una foto de J.M. Carriazo de final de los años veinte.


 

Siglo XX.

 

El pago de las obras al contratista de la conducción de aguas, Manuel Campos Atienza, fue origen de serios litigios y diferencias, en parte porque aquel mismo año de la inauguración ya hubo averías ocasionadas por defectos en la construcción. Para 1900 el Ayuntamiento era consciente de que había que reformar completamente el “viaje de aguas potables” y por eso elaboraron un informe que convenciese de su necesidad a las autoridades provinciales. Aquel mismo año se limpiaron los depósitos que abastecían la fuente, “donde se dice haber visto culebras, lagartos y otros animales muertos”, además de que los pilares de la Explanada, que servían de abrevadero, estaban infectados de sanguijuelas.

 

Las obras de reparación y limpieza fueron constantes durante las tres primeras décadas del siglo XX. Hay que tener en cuenta para valorar la situación que, a pesar de todas sus deficiencias, el suministro de aguas de Quesada no destacaba para mal pues incluso en capitales de provincia había casos de peor suministro. El agua que se consumía en Granada a principios del siglo XX era temida por sus pésimas condiciones higiénicas. El tifus era endémico y, por ejemplo,  Juan de Mata Carriazo lo contrajo durante sus estudios en aquella universidad. De ahí la popularidad de los aguadores que vendían por las calles agua traída en borricos desde fuentes más saludables, como la del Avellano.

 

El problema de Quesada, más que de la calidad, venía de la cantidad disponible. Las sequías, que mermaban el caudal cíclicamente, y las tormentas, que rompían la conducción, provocaban una casi continua escasez. Durante los años veinte otra vez se decidió resolver definitivamente el problema. En el pleno municipal de 10 de noviembre de 1927 se aprobó el “PROYECTO DE MEJORA Y AMPLIACION DEL ABASTECIMIENTO DE AGUAS DE LA CIUDAD DE QUESADA” redactado por el ingeniero José Martínez-Falero Arregui. El presupuesto total, según el anuncio de la subasta en la “Gaceta de Madrid” de 1 de febrero de 1928, alcanzaba un total de 167.909,70 ptas.

 

Martínez-Falero era en realidad un ingeniero forestal que adquirió notoriedad con la repoblación de la cuenca del río Guadalmedina, iniciada para proteger a la ciudad de Málaga de las periódicas inundaciones y avenidas que sufría. Su elección se debió seguramente a que por aquel tiempo residía en Cazorla como jefe de la segunda sección forestal de la sierra. Recientemente he podido conseguir la carpeta del proyecto en un anticuario madrileño. Se compone de planos, memoria, pliego de condiciones técnicas y presupuesto.

 

En la Memoria, y como justificación del proyecto, se exponen los problemas de la conducción existente en aquel momento. Consistía en una atarjea de ladrillo, recubierta de cemento en algunas partes, que por atravesar terrenos quebrados sufría continuas roturas y fugas. La pérdida de agua se podía comprobar por la vegetación que crecía en sus inmediaciones. Parte de la atarjea se había sustituido por una tubería de cemento de 10 centímetros de diámetro y se había desviado para evitar alguna zona de quebradas, pero tampoco era completamente impermeable. En alguno de los manantiales, como el de Melgar, se seguían utilizando atanores de barro, lo que, junto a su mal alumbramiento (trabajos para aflorar el agua), ocasionaba que este nacimiento apenas aportara caudal.

 

Al llegar al pueblo el aforo, medido para el proyecto, era de 4 litros por segundo con una pérdida de más de una cuarte parte del caudal. Tras una pequeña fuentecilla, la del Tesorillo, la conducción bajaba hasta la plaza, donde surtía la fuente de la Explanada, única que abastecía al pueblo. El suministro era insuficiente especialmente en verano y, al estar centralizado en la plaza, resultaba muy penoso para los barrios extremos, sobre todo de la parte baja del pueblo, “padeciendo con esto mucho la higiene”. La calidad del agua que llegaba no era buena porque la escorrentía de las lluvias penetraba en la atarjea arrastrando estiércol y abonos de los terrenos agrícolas circundantes. Sin embargo y según el proyecto, en origen eran “sanas, potables, sin ninguna preparación, frescas, limpias, sin olor ni sabor desagradables (…) cuecen bien las legumbres y disuelven el jabón”.

 

Carpeta del proyecto de nueva conducción de aguas de 1927.



La nueva conducción debía resolver ambos problemas, el de la cantidad y el de la calidad. El proyecto preveía captar 9 manantiales en las zonas de Nacimiento, Jorquera y Melgar, situados entre los 800 y los 975 metros de altitud y con un caudal superior a los 6 litros por segundo, que podría aumentarse con un mejor alumbramiento. La obra se componía de tres partes: tubería de conducción, depósito regulador y red de distribución en el pueblo. Además se reformó el depósito existente en Jorquera (que todavía sigue en pie, aunque sin uso) y junto a la Venta de los Feos se construyó una caseta para la recogida del agua de todas fuentes, desde donde arrancaba la tubería principal hasta el pueblo.

 

El depósito regulador, del que se carecía en el anterior sistema, era una de las claves del proyecto. Tenía como finalidad compensar los excesos de consumo que se producían en determinadas horas, almacenar el agua durante la noche cuando el consumo era reducido, y contener en todo momento la cantidad suficiente para combatir un incendio. El depósito se planeó con una capacidad de 500 metros cúbicos y permitía durante 12 horas el suministro de un caudal doble al de entrada. Se componía de dos compartimentos “de igual capacidad a fin de permitir las limpias o reparaciones, vaciando el uno y conservando lleno el otro”. Para su construcción se eligió el terreno de una de “una de las eras que existen por debajo del camino de Santiago, encima del Matadero Público”, donde sigue estando en la actualidad. Cerca del depósito se construyó un “pequeño lavadero-abrevadero (…) por ser esta zona la más necesitada de ambas cosas”.


Desde el Tesorillo la tubería de distribución bajaba por la calle Sepulcro (actual ONG Quesada Solidaria) y calle Monte hasta la plaza. Se proyectaron 11 fuentes, incluida la ya existente en la Explanada, cada una de ellas con una toma contra incendios,  completándose el sistema con nueve bocas de riego y baldeo de calles. Todas las fuentes tenían grifos automáticos (que se tenían que apretar para que manaran) “con el fin de que en todo momento se disponga en el depósito del mayor caudal de agua posible” sin el desperdicio que suponía el estar continuamente abiertos.


Las dos primeras fuentes se proyectaron en la citada calle Sepulcro. Otra era en realidad una antigua (que se arregló, porque entonces estaba seca) conocida como fuente del Perro, en la calle Ángel esquina con la actual Navas de Tolosa. En la carretera, frente al cuartel de la Guardia Civil, donde poco después se construyó un lavadero y un pequeño abrevadero, se puso la cuarta. El resto eran las siguientes: plaza de la Lonja, calle Espinillos esquina a Escudero de la Torre, plaza de Santa Catalina, calle Bache esquina actual Arte Flamenco, final de la calle del Agua y Don Pedro esquina Fernando III. La undécima la de la Explanada, que se reformó sustituyendo el cuerpo central por una fuente “con dobles caños (…), elegida entre los tipos comerciales, con el fin de que resulte bonita, y no muy cara”.

 

Plano de las conducciones interiores y fuentes públicas del proyecto de 1927.

La entrada en servicio del nuevo abastecimiento de aguas potables en 1929 supuso una auténtica revolución en la vida del pueblo. Con las fuentes distribuidas por todo el pueblo ya no era preciso ir a diario hasta la plaza para coger agua. La vieja fuente monumental dejó ser el punto de reunión y palique de las mujeres y desde entonces la Explanada quedó casi reservada a los hombres. Esta pérdida de importancia se vio subrayada porque el sistema trajo aparejado el suministro de agua a domicilio. Las casas que se beneficiaron fueron las del centro del pueblo, las más cercanas a la Explanada, que ya no tuvieron necesidad de abastecerse allí.

 

El cierre automático de los caños provocó además que los pilares quedaran con poca agua, que ya no corría permanentemente como antes, y que se convirtieran en foco de suciedad y avispas. Fue la sentencia de muerte para la fuente de piedra porque se quedó sin utilidad alguna. En algún momento de los años cuarenta fue completamente eliminada, dejando paso a los aparcamientos junto al muro del jardín (donde las actuales fuentes). También a causa del cierre automático de los grifos desaparecieron los derrames y sobrantes de agua, lo que originó protestas y reclamaciones de los vecinos que tenían derecho a su aprovechamiento.

 

A pesar de la enorme inversión realizada, que se financió en buena parte con un préstamo del Banco de Crédito Local, y de la indudable mejora que supuso para el vecindario, el agua siguió dando que hablar en Quesada. Pronto se produjeron averías y roturas, problemas de pago a la constructora, fraudes en el suministro domiciliario y -no podía faltar- sospechas de irregularidades en la ejecución del proyecto.

 

A los pocos meses de la inauguración, 15 de mayo de 1930, se convocó un pleno municipal extraordinario durante el cual el alcalde expuso que “la cañería que parte del Nacimiento estaba rota y brotaba agua en abundancia anegando sembrados”. Según el maestro alarife Bernardo Sánchez y el fontanero Juan Ramón Revueltas, que habían reconocido la avería, la capa interior de brea asfáltica se había desprendido, “a causa sin duda del calor”, taponando el paso y haciendo reventar la tubería. En la sesión, que resultó muy agitada, se escucharon las primeras acusaciones y sospechas y se acordó que el ingeniero provincial elaborase un informe sobre el estado de la obra. Poco después de esta avería, en enero de 1931, se recibieron las primeras reclamaciones de la constructora, la sociedad de Barcelona “Técnica de Construcción S.A.” Durante varios años se sucedieron las quejas de la compañía y la negativa del Ayuntamiento al pago de plazos y certificaciones. La empresa acabó pidiendo al gobernador civil que interviniese como mediador.

 

El proyecto fue tan costoso que lo puso en el punto de mira de proveedores y fabricantes. La “Federación Nacional de Constructores de Material Eléctrico e Hidráulico” denunció al Ayuntamiento ante la Jefatura de Industria de Jaén porque, según esa entidad, se habían adquirido los contadores de los domicilios a “la casa extranjera Aster habiendo habido ofertas nacionales a mejor precio y calidad”. El Ayuntamiento se defendió alegando que los contadores se habían adquirido individualmente por los abonados y no en concurso público. Lo cierto es que alguno de estos “abonados” no necesitaba contador porque se había enganchado por su cuenta a la conducción. Al lado mismo del Ayuntamiento, la propietaria de la fonda La Moderna fue multada en 1934 por tener “un grifo sin contador”.

 

El informe antes citado sobre el estado de la conducción que se encargó al ingeniero provincial se remitió al gobernador para que determinase “posibles responsabilidades”. Sin embargo, la intensidad política de aquellos días haría que el gobernador tuviese la cabeza en otras cosas y el informe quedó en nada. Por eso, el nuevo Ayuntamiento republicano, elegido el 31 de mayo de 1931, tomó el acuerdo unánime de volver a enviar la memoria al gobernador. Aunque fue entregada al secretario municipal por uno de los concejales, para que lo tramitara en el Gobierno Civil, nunca llegó a Jaén. Los cambios políticos se sucedieron y en 1932, ya con nuevo alcalde, el mismo concejal que había entregado el informe al secretario, el cual se había dado poco antes a la fuga acusado de irregularidades, denunció la desaparición del informe “para depuración de responsabilidades que se acordaron sobre la traída de aguas”, exigiendo que se procediese contra el responsable de la pérdida por “infidelidad en la custodia”.

 

Lo cierto es que el proyecto debía estar mal concebido o mal ejecutado porque el agua seguía escaseando. Apenas a tres años de su inauguración, finales de 1932, a la vista del “lamentable estado” en que estaba el abastecimiento de aguas, el Ayuntamiento acordó contratar “al arquitecto de Madrid” Rafael Hidalgo de Caviedes para que hiciese un nuevo informe sobre las posibles mejoras técnica de la obra y “de paso determinar las responsabilidades que hubiere en la ejecución de la obra”. Las vicisitudes políticas que siguieron (guerra civil incluida) ocasionaron que aquello quedase otra vez en nada. En julio de 1940, ya en posguerra, la Corporación acordó “plantearse de una vez y para siempre" la solución a los problemas de agua. A finales de los años cuarenta se acometió un nuevo proyecto de conducción que tampoco solucionó gran cosa.

 

La gente cercana a mi edad recordará que en las casas había depósitos, que el suministro era de pocas horas al día, y del cuidado que había que tener con el consumo para no malgastar el agua del depósito cuando estaba cortado el suministro. No hace tantos años que se dispone en Quesada de agua potable las 24 horas al día.


Los planos del depósito y lavadero público del proyecto de 1927.