martes, 26 de julio de 2011

Quesada hacia 1920

El tiempo lo borra todo menos los recuerdos que se escriben. A veces, cuando están recién escritos, se juzgan y se les da el mismo valor que se otorga a quien los escribe. Con el tiempo se va olvidando al autor y quedan ellos solos, con lo que valen por ellos mismos, sin reparar en quien era y como era el protagonista. Las viejas antipatías y simpatías las diluye el tiempo.

Plano de Quesada en 1896
Instituto Geográfico y Estadístico

 
Este es el caso de la entrada de hoy. Reproduce el capítulo primero de las memorias inéditas que escribió Juan de Mata García Carriazo. Murió el 14 de mayo de 1989 en un tremendo accidente de tráfico. No recuerdo como ni porqué el original a máquina  de sus memorias cayó en mis manos. (Con posterioridad mi hermano Manuel me aclaró que me las dió él tras la muerte del autor después des varios cambios de mano, a nadie parecían interesar).

Las Memorias de Juan de Mata García Carriazo van desde principios del siglo XX hasta su jubilación a primeros de los setenta. En su mayor parte son de carácter personal narrando sus cuitas profesionales  pero en algunos capítulos, los primeros, hay grano. Lo hay porque en ellos recuerda la vida de Quesada en su infancia y juventud. En esas páginas hace un retrato del pueblo según él lo vivió y según lo recordó muchos años después al escribirlo. Al margen del autor y de sus cosas, la descripción tiene un gran valor testimonial y es de los pocos textos escritos, junto a "Villavieja" (sin mayores comparaciones, ni estilísticas ni ideológicas), que han quedado de aquellos años. Al menos que yo conozca.  


Me parece lamentable que no haya existido más afición a dejar por escrito memorias y recuerdos. Imagino que esto ocurre, entre otras razones,  porque casi nadie quiere resultar pretencioso escribiendo cosas que no interesarán a nadie. Y no es verdad. Puede que los asuntos estrictamente personales solo tengan interés para el protagonista y los suyos, pero el entorno descrito, el ambiente, los colores y los olores tienen un interés general que con el tiempo aumenta su valor. Especial, aunque no exclusivamente, en pueblos y lugares donde otros medios de fijar el recuerdo son o eran, más escasos.



Aquí reproduzco el capítulo I. En él se describe el pueblo, su entorno y algunas estampas y costumbres. La narración, escrita con bastante atropello, tiene por eje argumental la carretera de Peal, desde la entrada hasta la Cruz. En ese itinerario ideal  va colocando sus recuerdos con cierto orden. Hay errores fruto del despiste o fruto de los años, como por ejemplo confundir el Arco de la Manquita de Utrera con el Arco de los Santos. Otros no son privativos suyos y aún hoy es fácil oirlos como es el caso de  atribuir el origen del Jardín a un supuesto huerto del convento de San Juan.  

Rezuma todo el texto un clasismo que hoy puede resultar extravagante pero que hasta hace no tantos años estaba muy vivo. Pero por debajo de esa visión estamental del mundo hay escenas coloristas como la descripción de los arrieros y de sus caballerias. Otras que son muy gráficas y evocadoras como la lámpara encendida a mano (imagino que de petroleo o aceite) y a mano colgada todas las tardes en la farola del Jardín. Imagen que por sí sola habla de las penumbras y oscuridades de las calles de la época. Es también curiosa  la descripción de la fonda y posadas, de los forasteros que las utilizaban, de como los cómicos ambulantes usaban por costumbre otros alojamientos. En otras estampas se comprueba lo poco que mudó la vida de Quesada y de toda la España rural durante varios siglos: al hablar del mercado dice que sólo se vendía carne de cabra y bastante dura, excepto la de toro en las ferias. Me vino enseguida a la cabeza la mención que en el Catastro de Ensenada, a mediados del siglo XVIII, se hace sobre el mismo tema: "Y que en la Carniceria se consumirán por lo general anualmente quinientas Cabras y cien Machos de Cabrio por no gastarse en esta Villa ottra Carne". También es interesante comprobar como las fuentes públicas eran un elemento fundamental en la vida del pueblo, en su función de abastecimiento público, de abrevadero de ganado y en su función social de mentidero.


De su lectura lo que me ha parecido más revelador e históricamente descriptivo han sido las referencias a las escuelas y al casino. Para un pueblo de 10.000 habitantes dos escuelas de niños y una de niñas y mentadas de pasada como cosa poco importante. Por el contrario unos cuantos párrafos al "casino de los señoritos", a su salón de baile con bancos forrados de terciopelo rojo, a la sala de juego, al patio con parra donde en el verano "los señores" se sentaban a beber. El autor venía de un mundo y de un entorno social donde  nada de raro tenía atribuir mucha más importancia al lugar de reunión de cuatro ociosos que a los locales de instrucción pública. Hoy no podemos dejar de extrañarnos y de iluminar con este detalle el dato oficial publicado en el censo de 1920. En él se da para nuestro pueblo más de un 80% de analfabetismo (no me he equivocado al escribirlo). No deja de ser esta descripción de escuelas y casino ilustración y ejemplo de esa otra Quesada, terrible y brutal, que unos años antes de la época de la narración pintaba Ciges Aparicio en "Villavieja".

Por todo lo dicho creo que sí conviene leer esta descripción del pueblo. A pesar de su no buena redacción y de esa mentalidad rancia y caduca que a veces asoma entre las demasiado abundantes comas.



Juan de Mata García Carriazo.
MEMORIAS

CAPITULO I
MI PUEBLO

El pueblo en que naciera, Quesada, está enclavado en la Sierra de Cazorla, de ese Partido Judicial y Arciprestazgo, en la Provincia de Jaén, y a la fecho que lo recuerdo y trato de describir, tendría unos 10.000 habitantes.

Su única comunicación con el mundo, lo era y es por una carretera de tercer orden llamada de Torreperogil a Huéscar, aunque por entonces moría poco mas allá del Santuario de Tíscar, siendo a la sazón de tierra con muchos baches.

Por ella circulaba todos los días una tartana que conducía el correo hasta el inmediato pueblo de Peal de Becerro, llevando como viajeros a soldados con permiso, viajantes, que habían de sufrir ese incómodo medio de transporte, y algún que otro enfermo, que acompañado de sus familiares, se trasladaban a Granada, cuyos Médicos por entonces gozaban de gran prestigio. Luego se sustituyó aquella por un viejo autobús y en la Dictadura, por dos magníficos coches mixtos italianos marca Spa, adquiridos por el nuevo concesionario, aunque duraron poco.

Había otra en peor estado aun, mas estrecha y tortuosa que conducía a la Estación de Quesada, distante unos 25 km del pueblo, que estaba cortada por falta del puente, entonces en construcción sobre el Guadiana Menor, que creo fue conseguida en una de las etapas de Diputado de mi tío abuelo D. Laureano Delgado, y que pasaba por uno de sus muchos cortijos, el de las Cuevas, de cereales y monte, por lo que abundaba mucho la caza. Esta solo era frecuentada por los arrieros, que retiraban las mercancía de los comerciantes del Pueblo, porteándolas en recuas de burros grandes, fuertes y mas resabiados aun, ataviados con sus albardas de vistosos flecos de colores, bordados cabezales con cascabeles y al cuello un cuerno de cabrito como amuleto, excepto el guía, que llevaba un gran cencerro para orientarles en la oscuridad.


Mi pueblo tenía y tiene unas vistas preciosas, rodeándolo el Cerro de la Magdalena al este, y al frente, las agrestes sierras de Fique, con el Pico del Rayal al fondo, las de Béjar y el Artesón.

Vivía y vive solo de la agricultura, en especial del olivo, cereales y los productos de las huertas, por su mucho regadío, estando por lo general su propiedad muy dividida, pues aunque existían grandes fincas plantadas de aquel, como El Capellán, Santa Cruz, El Salón, La Casería, y de secano como El Horcajo, Las Cuevas, Los Rosales, etc., el resto del término estaba en manos de acomodados propietarios y labradores modestos que con sus familiares las cultivaban directamente, habiendo también mucho monte bajo en el que abundaba, los conejos, las liebres, las perdices, etc. Que hacían las delicias de los muchos cazadores.


El regadío se centraba en los márgenes de los ríos de Fique, Béjar y El Artesón, que lego se unían circundando el pueblo, fertilizando aquellos los pagos de Fique, Junta de los Ríos, la Vega y el Heredamiento. Estas huertas, muy pequeñas por lo general, eran también casi todas de los señoritos como entonces se llamaban a los propietarios acomodados y en ellas se cultivaban toda clase de hortalizas, verduras y frutales, amén de algo de trigo y maíz, por los hortelanos y aparceros que vivían en ellas desde la primavera hasta bien entrado el otoño, en pequeños cortijillos, acebonando con los sobrantes de aquellos, uno o dos cochinos para sus matanzas, y que adquirían al bajarse a los mismos.

También poseía el Pueblo una enorme Dehesa de Propios, que llegaba hasta la Estación de Quesada, cuyo esparto, constituía una saneada fuente de ingresos para el Municipio, aunque tenía también, bastante terreno de secano y abundante caza.


Para la molturación de la aceituna existían entonces las siguientes Fábricas, como se les llamaba a las almazaras: a la entrada del pueblo, la de los Bayonas; debajo de esta y junto a las eras de La Tercia, la de D. Carlos, en cuyo principal con estrechas ventanas imitando a un palacete árabe, vivía su dueño; en el centro del Pueblo, la de Santa Catalina, a vapor, propiedad de la familia de los Seguras; detrás del costado de mi casa, la de D. Juan Ramón y mas arriba, la de las Serranas; por último circundando el Pueblo estaban las de Pernías accionada por agua, que también molturaba grano, la de los Sanjuanes y la del abuelo Don Juan de Mata, creo la mas antigua y la que primero instaló la prensa hidráulica. Excepto aquella, todas eran accionadas por caballerías, teniendo además las grandes fincas de olivos citadas fábricas propias donde solo molturaban sus cosechas y las de sus medianeros, como se llamaba los que tomaban trozos de olivos a medias.


El grano, trigo, cebada, maíz, etc era molturado en bellos molinos maquileros accionados por el agua del río, que elevada,  se retenía y embalsaba en el cárcamo, del que salía a gran presión para impulsar las aspas del eje y este ya en el interior dos o tres muelas de piedra que trituraban aquel, recordando los de Juan Francisco, el Maestro Benito, Sabas el Barquero, Mimbreras, Blasico, etc. Con la ya citada de Pernías donde el agua caía a los canjilones de una gran rueda de madera, que nos gustaba mucho verla andar: en todos ellos la vegetación era exuberante, con llorones y nogales en las orillas de los caces donde abundaban los patos domésticos y a los que solían ir las mujeres, en especial en verano, a lavar sus ropas, buscando su fresca sombra.

Pero ¿Cómo era mi pueblo entonces? Yo creo que de los mas bonitos de la provincia según también decían los pocos viajeros que lo visitaban, como los romeros que lo cruzaban de paso para el Santuario de Tíscar. Desde el Llano de las Canteras, viniendo por la carretera de Peal, ya se divisaba asentado sobre una meseta del Cerro de la Magdalena, todo él blanco como una paloma, destacando la airosa silueta de la Torre de la Iglesia Parroquial, entrándose luego en la Vega, llena de árboles frutales, con predominio de higueras, cerezos, perales, etc. Y tras coronar aquella las acentuadas curvas de las Quebradas, cruzaba el centro del Pueblo hasta el final, donde está la Cruz del Humilladero, en la que todos los años se recibía y despedía a nuestra Patrona.


A la entrada, a la izquierda, estaba la yesera de los Mateiches, que cuando ardían sus hornos despedían un humo blanco con fuerte olor a garbanzos tostados, siguiendo el Cuartel de la Guardia Civil y debajo a su espalda las eras de la Tercia, quizá así llamadas por el terrazgo que se cobraba por su uso: en ellas durante el verano se molturaban las gavillas de trigo, cebada, escaña, etc. Con los rulos, que eran plataformas de madera en la que había una silla de esparto, donde se sentaba el trillero y bajo aquel iban bajíos ejes de afilados discos de hierro tirando de ellos un par de mulos, pues los garbanzos, habas, guisantes, etc lo eran con el trillo, tabla que llevaba muchas cuchillas incrustadas debajo, yendo aquel de pie, mientras en otra se tendía la mies para que la secara el sol, se ablentaba la parva con horcas y palas o los hombres o mujeres cribaban con gran habilidad el pez en grandes cedazos, dando todo ello un gran colorido al conjunto: también en ellas las noches del Catorce de Agosto y vísperas de las Ferias se quemaban los castillos de fuegos artificiales, que mas de una vez se corrían a las mieses apiladas y resultaban de verdad.

Ya dentro del Pueblo bajaba por la derecha la derecha la calle del Agua y antes a la izquierda había otra, en pendiente, de tierra como todas entonces, llamada de la Virgen que conducía al barrio viejo de la Ciudad, de la que nacían otras estrechas y tortuosas, de rancio sabor morisco y judío, con restos de murallas cristianas y algunos arcos, desembocando en una gran plaza en que están, la Iglesia Parroquial, la Casa Prioral y el Hospital. Aquella toda de piedra, está construida sobre los cimientos de un torreón de la Reconquista, naciendo de su ángulo derecho su alta torre con airoso campanario que cuando volteaban todas sus campanas en las grandes festividades religiosas daba gusto oírlas, alcanzando su sonido grandes distancias. La mayor de ellas o Gorda, llevaba la doble Cruz del Arzobispado de Toledo de  cuya Archidiócesis dependíamos, desde que conquistara el Arciprestazgo el Cardenal Primado Rodrigo Ximénez de Rada, en tiempo del Rey Fernando III el Santo, llevando aquella en su alrededor una inscripción que decía algo así, “Cien Quintales peso, el que no lo crea, que me lleve a un peso, me de la vuelta a la Plaza y me traiga otra vez a mi casa” todas ellas fueron desmontadas y fundidas durante la dominación roja.

En el lateral derecho de la Iglesia había un reloj de Sol y al fondo estaba la Casa Prioral, en cuyo zaguán a la izquierda, existía una gran talla de piedra que representaba a Dios o mas bien a Moisés, con luengas barbas, al que los niños llamábamos el Santo Macarro, no sabiendo que habrá sido de ella.

El interior de aquella, bajo la advocación de S. Pedro y S. Pablo, es de cruz latina con amplia nave central y dos mas estrechas a los lados, sosteniendo su amplio techo abovedado gruesas columnas cuadradas y una gran cúpula en el crucero con claraboyas que daban luz al mismo. Al amplio altar mayor se accedía por tres escalones de mármol negro separándolo aquel una reja de hierro con el escudo de los Austrias en los soportes para leer la epístola y el Evangelio, existiendo en el fondo una hornacina mas alta que el altar, donde se colocaba a la Patrona cuando se la tenía en el Pueblo, del primer Domingo de Mayo al 28 de Agosto, pasando el resto, en su histórico Santuario de Tíscar, y a los lados de aquella dos redondos ventanales, daban luz al altar citado.  A su izquierda había una habitación donde se guardaban tres momias que a los niños nos daba mucho miedo verlas, estando a la derecha del mismo, la Sacristía, desde cuyo balcón como desde la Casa Prioral, se divisaba un bello panorama con la fértil Vega a los pies, por fondo el Heredamiento y en lontananza las sierras de El Artesón y Béjar, que inmortalizara en sus cuadros nuestro paisano el ilustre pintor Zabaleta.


Encima de la puerta principal y dentro de la citada Iglesia había un gran coro y en él un no menos hermoso órgano que cuando se hacía sonar en las grandes solemnidades religiosas daba gloria oírle, también destrozado durante la dominación marxista. Las Imágenes de los altares laterales eran de escaso valor artístico aunque de gran devoción por el entonces pueblo creyente.

Siguiendo la carretera se entraba en realidad en el Pueblo a cuyo trozo se llamaba la calle Nueva donde estaba todo el comercio, con casas de dos o tres plantas con balcones, existiendo en su inicio a la izquierda la Posada de los Moratas y a continuación de la confitería de Martín un arco de entrada a un estrecho callejón en cuya repisa había una estampa de la Virgen siempre con luz y flores, bajándose desde allí a la calle de las Posadas, de aguda pendiente, existiendo en su mitad un arco romano conocido por el de la Manquita de Utrera, y desembocando el camino que corría paralelo al Río de Quesada.

A mitad de la calle Nueva hay otra Iglesia más pequeña que la Parroquia conocida por la de El Hospital, donde se guardaban casi todas las Imágenes de las Cofradías  entonces abundantes y se despedía el clero en los entierros pues el duelo lo hacía en la esquina de mi casa, donde se rezaba un Padrenuestro.

La calle Nueva moría en la Explanada en cuyo fondo está el jardín, antigua huerta del Convento de los Dominicos pasando al municipio con la desamortización, que es el eje de la vida del pueblo, su orgullo y la envidia de los vecinos. Este es cuadrado circundándolo un muro coronado por pollos de piedra que sirve de sujeción a la mitad del mismo, por estar más alto que la trasera y de asiento a la sencilla gente del pueblo y a la chiquillería, en especial los Domingos y días festivos ya que en él hacíamos la vida. A su alrededor tiene amplios paseos de tierra creciendo en sus filos grandes álamos negros casi centenarios, que le dan fresca sombra en verano y cobijo a infinidad de pájaros que con sus trinos al atardecer alegraban la estancia en el mismo. Dentro de aquellos y protegidos por setos de abónivos recortados, tenía a la sazón cuatro jardinillos donde crecían yucas, rosales y otras plantas como algún árbol; después y ya redonda una rotonda a la que llamábamos el huevo, donde jugaban las niñas, alzándose en su centro el quiosco de la música, donde los Domingos y fiestas, tocaba la Banda Municipal, naciendo de su centro un alto poste de hierro del que colgaba una gran farola de cristal que encendían desde el suelo, izándola después, operación que presenciábamos los críos con curiosidad.

Circundan el jardín edificios de tres o cuatro plantas, todos con balcones corridos, destacando la Casa de la Villa como se llamaba al Ayuntamiento, gracioso edificio del tiempo de Carlos III, según constaba en una inscripción grabada en los paños de las hojas de las puertas de acceso, teniendo una bella portada de piedra labrada y cuadradas ventanas de hierro en los laterales de sus dos plantas y un amplio balcón en forma de arengarlo que coronaba el escudo de aquel Rey de piedra labrada: hoy ha desparecido todo él para construir otro funcional, pecado artístico que pesará sobre los autores de tal felonía.

Colocados de espaldas a aquel había a su izquierda una gran plaza que lindaba con uno de los muros laterales del jardín, y adosada a él, una graciosa fuente de hierro en forma de colmena de cada una de cuyas caras salía un caño de abundante agua de la sierra, de la que se surtía casi todo el pueblo, porteándola las mozas en cántaros de barro con asa, que llenos se colocaban airosamente apoyados en la cadera. Este era l mentidero de las criadas que soñaban cuando iban a ella, recibiendo al regreso la gran reprimenda de sus señoritas. Los sobrantes de aquella vertían la mitad a un estanque de piedra ovalado dentro del jardín y la otra a un abrevadero en la citada plaza, al que llevaban a beber las caballerías al salir y al regresar del campo.

Además de esta, que era la principal, mas ornamental y abundante, existían otras fuentes ubicadas, una a la entrada del pueblo adosada en la pared contigua a la fábrica de aceites de los Bayona, otra al final de la calle de las Posadas, otra ya a la salida del Pueblo debajo de una curva de la carretera, que se conocía por la Fuente Nueva y por último otra en el Tesorillo próxima al Matadero Municipal, en el camino de herradura que conducía a Huesa, todas con pilares para abrevas las caballerías aunque de mas escaso caudal.

Pero sigamos con el Pueblo: frente a la Plaza o Explanada ya descrita y al otro lado de la carretera que cortaba ambas, había otra más pequeña donde por las mañanas u al atardecer, solían reunirse los obreros o peones en espera de ser contratados por los pequeños propietarios o “aperaores”, llamada del General Serrano Bedoya, según rezaba en una plaza de mármol negro con letras doradas, siguiendo a esta el mercado con la torre en la esquina, y en lo alto, el único reloj del pueblo, por el que por las mañanas se regían los obreros para salir al trabajo, no sin antes matar el gusanillo con unas copas de aguardiente carrasqueño tomado en los muchos bares y tabernas inmediatos, acompañadas de unos exquisitos churros que fabricaba La Porrina, debajo de aquella, la que era parte del enorme edificio del antiguo Convento de los Dominicos, cuyo claustro, al que se accedía por dos grande puertas de madera, servía de Mercado, el que por las mañanas tenía gran vida, concurriendo al mismo las criadas pues las señoritas no era costumbre lo visitaran, a comprar el pescado, entonces nada fresco, que lo traían de la estación o de Peal, en caballerías  con corbos de esparto forrados de hojas de palma o palmito, la carne toda de cabra, bastante dura por cierto, o las verduras y hortalizas de los hortelanos que exponían los productos en el suelo. En las ferias se vendía como novedad carne de toro de los que se mataban en las corridas que se hacían en la Plaza de Madre de Dios, y durante todo el verano se hacía en él, acondicionado con asientos escalonados a todo su alrededor y sillas en el patio, cine y Teatro por compañías de tres al cuarto, que todas paraban siempre en la casa de la Tía Gurrinica.

Encima de este claustro con columnas de piedra estaban instaladas dos escuelas de niños, regidas por los maestros D. Manuel y D. Francisco, de los que hablaré en su momento, alzándose a continuación de aquel, la Iglesia del Convento, también con alta torre y campanario. Su interior, de una sola nave de escaso valor, fuera de su precioso techo mudéjar y quizá su altar mayor que ocupaba todo el testero del fondo, de madera tallada forrada de panes de oro con varias hornacinas en las que como en los altares laterales había varias imágenes de escaso valor artístico, soliendo asistir a ella el señorío a la misa de once. A continuación y formando parte de ese enorme edificio había un pequeño patio y en él, dos Escuelas de niñas,  como un gran salón donde ensayaba la banda.

Hoy todo ese enorme conjunto ha desaparecido para hacer en él un gracioso jardín y al fondo el Museo de Zabaleta, donde se guarda gran parte de la obra de ese pintor local.

La carretera seguí cruzando el pueblo por debajo del jardín y haciendo esquina estaba el Casino de los señoritos, hermoso edificio compuesto de bajo y principal, al que se accedía por amplias escaleras de madera que llevaban a las salas de juego , en gran auge entonces por lo que oía referir a los mayores, y al Salón de Baile, alargado con balcones al jardín y suelo de madera. Recuerdo que estaba amueblado entonces con largos bancos forrados de terciopelo rojo al igual que las cortinas, y en él se hacía la vida en invierno alrededor de varias tarimas de madera con braseros, pues en el verano lo era en el fresco salón del bajo  o en la acera de la calle donde como en el extremo del jardín se colocaban veladores y sillas. En el interior de aquel había un patinillo con una parra bajo cuya sombra se sentaban los señores a beber según los veíamos desde las ventanas de mi casa con el que lindaba, constituyendo ambos una sola manzana donde ya casi terminaba el pueblo, no sin nacer de la esquina de casa, dos calles, una que bajaba en pendiente del Tesorillo, donde estaban las fábricas de aceite de aceite de D. Juan Ramón y de las Serranas y la panadería de Bibiano, y la otra a continuación de aquella, luego de cruzar la carretera, llamada de D. Pedro, con buenos edificios y llana hasta la casa de éste o del tío abuelo Laureano, y luego de aguda pendiente que iba a morir en el camino que corría paralelo al río de Quesada, junto a la Fábrica del abuelo Juan de Mata.

A ambos lados de la tan citada carretera que partía el pueblo, nacían otras calles con edificaciones modestas donde vivían los trabajadores, en especial en el Tesorillo y las Chocillas, así como los cortijeros y hortelanos cuando bajaban al pueblo.

Para alojar a los pocos forasteros que lo frecuentaban, había dos posadas; una a la entrada, la ya citada de los Morabas, y la otra en la calle de Adentro, detrás del Ayuntamiento, con bella fachada de piedra bajo cuyo balcón campeaba un escudo heráldico, que ignoro de que familia fuera, aunque se cubría su sobria fachada con una capa de cal, que le hacía perder dignidad. Ambas tenían amplias portadas que permitían pasar cargadas las caballerías de los arrieros, sus habituales inquilinos, con grandes cocinas y mas aun cuadras para aquellas, y una sola fonda, la de Bonifacio, alias Fafo, en el jardín, junto al Ayuntamiento, que en sus bajos tenía un pequeño casino con la única mesa de billar del pueblo, siendo sus habituales clientes viajantes, y de aquellas tratantes de ganados en especial en las ferias, como vendedores de queso manchego vestidos con pantalones de pana y largas blusas negras y alpargatas, ejemplares típicos de esa raza, pequeños, gruesos, de corto cuello, que pregonaban su mercancía a voces, porteándola en sacos que llevaban al hombro y la romana bajo el brazo, y de cuya exquisita mercancía nos proveíamos con abundancia en todas las casas, como vendedores de cobre y bronce de Lucena, con sus piezas también al hombro atadas unas a otras, anunciando su paso por las calles haciendo sonar un raro instrumento parecido a una plancha de hierro abierta por uno de los lados del mango, que al agitarla producía un ruido especial, por lo que los seguíamos los críos para oírlo sonar, y también en las ferias los toreros que más de una vez se iban sin pagar, pues los cómicos, repito paraban por tradición en la casa de la Tía Gurrinica.