EFEMÉRIDES ocurridas en la muy Noble, Leal y Antigua Villa de Quesada en un mes de
Octubre
En octubre del año 1406 el
sultán de Granada Muhamed VII Abenbalba rompió las treguas con Castilla y atacó
Quesada. Los granadinos no pudieron tomar el alcázar, pero incendiaron los
arrabales de la villa.
En octubre de 1569 la
rebelión de los moriscos del reino de Granada entró en una fase aún más dura
y cruel. El día 19 se publicó el “bando de guerra a fuego y sangre”, del que no
hace falta explicar su significado. Quesada estaba en la frontera del conflicto,
con buena parte del término sometido al peligro de ataques monfíes. Los ganados
y los ganaderos, aislados en el monte, eran los más expuestos. Solo en “los
puertos adentro” (Tíscar y Ausín), los alrededores del pueblo, se podía
garantizar, no siempre, alguna seguridad. Se reforzaron las murallas y las
puertas, se reparó el castillo de Tíscar y la Atalaya, rondas nocturnas en las
calles y patrullas en el campo vigilaban continuamente. Los vecinos de la aldea
de Cuenca, que estaban entre los más expuestos, exigieron una guardia
permanente en aquel lugar. La villa no quería que saliesen vecinos a luchar en
frentes lejanos y alegaba que eran todos necesarios para la defensa de la propia
villa y de los cortijos y aldeas de su término. El licenciado Carvajal,
funcionario al servicio de don Juan de Austria, exigió que Quesada aportase 40
peones y 10 caballeros. La villa se
movilizó para evitarlo enviando comisionados a Granada, entre ellos el prior
del convento, fray Luis de Prados, para que no se sacase gente de ella. Al
final consiguieron que estos 50 hombres fueran los últimos en salir. Eso sí, a
cambio los vecinos tuvieron que participar en las escoltas de convoyes de
provisiones que cruzaban el pueblo camino de Guadix, Baza o Huéscar.
En octubre de 1734 se arrastraba
una larga sequía que había acabado casi con la cosecha de cereales de ese año.
La situación era muy mala y los que no eran propietarios, que tuvieran algunas reservas, empezaban
a tener problemas para comer. La cosecha de aceite también se preveía muy
escasa y por eso su precio se había disparado hasta 27 reales la arroba. Aquel
octubre entraba el otoño y seguía sin llover. La Virgen de Tíscar estaba en la
parroquia desde principios de año y el clero pidió que regresara ya a su santuario,
pero el Ayuntamiento se negó y acordó que allí seguiría hasta que no mejorase
la situación. Como medida extrema se mandó, cabildo de 22 de octubre, que no
saliera ningún trigo ni cebada de la villa. Se prohibió también que a los forasteros
se les vendiera pan de trigo y que solo pudieran comprarlo de maíz, de menor
calidad. Y es que gracias a la abundancia de huertas, y a la orden que se dio
de que en todas ellas se plantase maíz, en el pueblo había una buena cantidad
de este cereal. Eso permitió cambiar a Santo Tomé maíz por cebada, de la que
casi nada quedaba en Quesada, a fin de que se pudiera atender la inmediata
sementera.
En octubre de 1794 se
fugó de la cárcel, que estaba entonces en la Lonja, donde la antigua alcaidía,
el preso Manuel Fernández. Las condiciones del local no eran buenas y no era
raro que los detenidos escapasen. Pero en este caso algo tuvo que ver el
alcaide Francisco López, por negligencia o incluso por complicidad, que no se
aclara el motivo. López fue preso por orden del alcalde mayor, don Antonio Basilio
de Acosta que, como juez único que era en la villa, le había abierto causa
criminal. El carcelero acabó encerrado en un calabozo de la cárcel que había estado
a su cuidado. Don Antonio Basilio tenía fama de hombre justo y de buenas
maneras, por lo que seguramente no lo encerró en la mazmorra donde estaban el
resto de presos. Y es que había en la cárcel, además de una sala de
interrogatorios, varias “oficinas” (cuartos o mazmorras) de distinta condición
y estado que era utilizadas según la calidad del detenido.
Octubre de 1800. Aunque
en Quesada ya se había conocido adelantos revolucionarios en materia de
enfermedades infecciosas y las primeras vacunas contra la viruela se pusieron
en 1799, (enlace), la mayoría de las enfermedades infecciosas, como el cólera
morbo, apenas tenían tratamiento o prevención. Las epidemias eran cosa normal y
se repetían cada poco tiempo. El 20 de octubre de 1800 se tuvo conocimiento en
Quesada de los casos de cólera morbo ocurridos en Cádiz y Sevilla. El inspector
de epidemias de los cuatro reinos de Andalucía ordenó que se formases juntas de
sanidad en todos los pueblos.
La de Quesada se constituyó el
día 31 presidida por el alcalde mayor, don Armengol Dalmau y Cubells, varios
regidores, el párroco, un teniente de cura y el médico titular don Ramón de
Aranda. Poco podían hacer más que señalar lugares para las cuarentenas
(lazaretos) y controlar la entrada en el término de forasteros que pudieran
proceder de pueblos infectados. Para conseguirlo el concejo acordó poner
guardas encargados de “contener a cualquier trajinante” y avisar inmediatamente a la junta de sanidad de la
presencia de personas sospechosas. Para este efecto se nombraron personas que vigilaran
en Ceal, Huesa, Tíscar y Belerda, Collejares y en el pueblo, donde el alguacil
mayor Francisco Tribaldos debía reconocer diariamente la casa mesón (detrás del
arco de la Manquita) y el hospital de pobres. Dos de los principales accesos
eran los barcos de maroma cruzaban el Guadiana Menor: el de Collejares que
vigilaba el alcalde pedáneo Francisco de la Torre y el del Vado de la Adelfa
(Venta del Barco o del Yeso, poco antes del actual puente de la sierra de las
Cabras), encomendado a su dueño Antonio Corral, “o persona que tenga encargado
en el barco de dicho sitio.”
Siguieron sucediéndose
epidemias, malas cosechas y hambrunas, hasta que en 1810 conocieron los vecinos
una infección que de un tipo que hacía varios siglos no se había dado. Era de
carácter militar y muy invasiva: llegaron los franceses. En octubre de 1810
la comarca era zona de guerra. Los franceses (y españoles partidarios de José
I, afrancesados o josefinos) atacaban continuamente a las partidas guerrilleras,
que entonces mandaba el brigadier Osorio Calvache. Las partidas a su vez
atacaban a los imperiales incomodando a sus patrullas y a los convoyes de
suministros. La base principal de la guerrilla, y en consecuencia el principal
objetivo de los franceses, era Cazorla. Pero las idas y venidas de unos y otros,
los repetidos encontronazos y acciones se
repartían por media provincia y, por supuesto, afectaban a Quesada. Al menos en
tres ocasiones atacaron Cazorla los franceses en este mes de octubre. El día 14
el brigadier Calvache entró por sorpresa en Úbeda, pero tuvo que abandonar porque le parecía que el pueblo,
especialmente sus clases principales, eran bastante afrancesado.
En este contexto de ataques y
contraataques, la noche del 20 de octubre pernoctó en Peal una importante
columna francesa. De madrugada, día 21, avanzaron hasta Quesada, donde sabían
que estaba el brigadier Calvache y las partidas guerrilleras habituales, como
la de Pedro Alcalde y el quesadeño Jerónimo Moreno. Según informó Calvache en
un parte al general Elío, desde Baza y Pozo Alcón llegaron refuerzos imperiales
que entraron por Puerto Ausín y “trataron de envolvernos y flanquearnos por
todas partes”. No lo consiguieron, pues
“se les mantuvo un terrible fuego por todos los puntos, desde las 11 del día
hasta anochecido”. Los franceses tuvieron que abandonar dirigiéndose a Cazorla,
donde tampoco encontraron refugio pues Calvache y sus partidas los siguieron
atacándoles esa misma noche hasta obligarlos a retirarse a Úbeda. El único
pleno del Ayuntamiento de Quesada que se celebró aquel octubre, el día 3, se
suspendió abruptamente nada más iniciado, seguramente ante la noticia de algún
inminente peligro francés.
Aunque la guerra duró hasta
1814, los franceses abandonaron Andalucía dos años después de los
acontecimientos que acabamos de ver. El 13 de octubre de 1812, el cabildo de Quesada acordó publicar en los sitios de costumbre la
proclama del general Ballesteros, capitán general de los cuatro reinos de
Andalucía y en jefe del IV Ejército. Estaba firmada en Nívar (Granada) y
dirigida a “los habitantes de Andalucía”. En ella anunciaba la retirada
francesa de todo el territorio bajo su mando y pedía donaciones voluntarias
para el sostenimiento del Ejército. Casi a la vez el Ayuntamiento recibió un
memorial firmado por labradores y vecinos de la villa que decía así:
Los
fieles devotos labradores y vecinos de esta villa que aquí firmarán, con el más
debido respecto hacemos presente que habiéndose dignado la Divina Providencia
por intercesión de la milagrosa Imagen de Nuestra Señora de Tíscar, patrona de
esta villa, librarnos de las manos de los enemigos franceses y del yugo tan
pesado con que hemos estado oprimidos, y hallándonos con alguna libertad para
tributar a dicha Señora y su precioso Hijo con los mayores obsequios en Acción
de Gracias, nos parece ser muy del caso se traslade a dicha soberana Imagen
desde su santuario a la parroquia mayor de esta villa y hacerle uno o más
novenarios de fiestas con toda solemnidad.
La Virgen, vencedora de los
franceses, se trajo al pueblo el 16 de octubre y tras las misas y fiestas
volvió a Tíscar reanudándose al año siguiente, ya con normalidad, el ciclo de
“traslaciones” como se decía entonces. Diez días después de esta Traída
extraordinaria, el 26 de octubre, nacía en la en la Plaza del Mercado, en casa
de sus padres, Francisco Serrano Bedoya, el que llegaría a general, diputado en
Cortes, director general de la Guardia Civil, capitán general de Cataluña y
ministro de la Guerra en la 1ª República.
El 1 de octubre de 1868
se constituyó en Quesada la Junta Revolucionaria de Gobierno de la villa, a quien
el Ayuntamiento entregó pacíficamente el mando. Tan solo dos días antes había
triunfado el movimiento revolucionario encabezado por el general Serrano
Domínguez, Prim, almirante Topete, etc. Francisco Serrano Bedoya era uno de aquellos
“generales libertadores” que consiguieron el poder. Fue la revolución conocida
como La Gloriosa, que envió al exilio a Isabel II y trajo la Constitución de
1869, el corto reinado de Amadeo I y la I República.
La Junta de Quesada estaba
compuesta por los parientes y amigos de Serrano Bedoya, ahora instalado en las
más altas instancias de la política nacional. Fue su presidente Hilario
Serrano, primo hermano del general, vicepresidente Ramón Serrano, su hermano y vocales
sus primos hermanos paternos y maternos: Francisco Serrano Godoy, Manuel Bedoya
y Ramón Valdés Bedoya. El adjetivo de “revolucionaria” que usaba esta Junta (y
todas las otras, locales, provinciales y generales) puede inducir hoy a
equívocos. La Gloriosa era revolucionaria políticamente, de carácter anti
borbónico y democrática (por primera vez se juraban los cargos sometiéndose a
“la Soberanía Nacional”), pero en lo social, y sobre todo en lo económico,
había pocos cambios. De hecho una de sus primeras medidas de la Junta de
Quesada fue nombrar guardas del campo que protegiesen las propiedades y las
cosechas.
Este del año 1868 fue uno de
los meses de octubre más movidos de la historia de Quesada. El 17 se constituyó
formalmente un Ayuntamiento, de la misma onda política y familiar que la Junta.
Fue elegido alcalde don Ramón Serrano Bedoya, hermanísimo del general, y
tenientes de alcalde Francisco y Pablo Serrano. No tuvo por tanto nada de particular
que una de sus primeros acuerdos fuese “inmortalizar en esta población el
preclaro nombre de nuestro ilustre Patricio el Excelentísimo Señor General
Serrano Bedoya, uno de los caudillos e iniciador del glorioso alzamiento
nacional”. Para ello se le dio su nombre a “la Plaza de esta Villa”, que lo
conservó (con un breve paréntesis en 1873 en que pasó a llamarse Plaza de la
República Federal) hasta 1931.
Ocurrieron más cosas aquel
acelerado mes como, por ejemplo, la ruptura de la mancomunidad de pastos con
Cabra del Santo Cristo (el eterno pleito por la Dehesa), numerosos ceses y
nombramientos de funcionarios municipales o la adhesión “a la determinación
tomada por la Junta Revolucionaria de Madrid sobre que cumple a la deliberación
de las Cortes Constituyentes decidir la cuestión fundamental de la forma de
Gobierno que ha de regir la Nación para su regeneración social y política”. Pero
quizás lo más sorprendente fue la cosa de la Cofradía de la Virgen de Tíscar, que
ya traté en un artículo publicado en la Revista de Ferias (enlace).
Por entonces la Cofradía, por
tratarse de la patrona de la villa, era de dependencia del Ayuntamiento. Por
eso el 14 de octubre la Junta Revolucionaria citó al mayordomo (presidente), al
tesorero y al secretario de la misma. Se les preguntó la razón de no seguir en
su actuación los estatutos de 1842, de que no hubiera actas desde el año 1846 y
de lo mal que se llevaban los libros de cuentas.
Dos días más la Junta volvió a
reunirse y detalló las acusaciones contra el gobierno de la Cofradía: Se habían incumplido las prescripciones
reglamentarias tercera, séptima, décima y duodécima de los estatutos en el
nombramiento de cofrades, no se habían registrado en acta sus reuniones, era
viciosa la administración de “los píos fondos de nuestra Idolatrada Madre” y se
habían olvidado los estatutos, siguiendo solo “el capricho mercenario del
caciquismo”. Por todo ello andaba la cofradía “gangrenada en sus entrañas” y
“errante como los Israelitas en el desierto”. La Junta por unanimidad y “hecho
cargo de estas verdades y de sus comprobantes” acordó disolver la Cofradía y
volver a crearla “con entera sujeción a los dichos estatutos”. Se encargó a don
Hilario Serrano, don Ramón Valdés y don Ramón Serrano que estudiaran y
reformaran estos estatutos, “presentándolos para la sanción de la corporación
municipal, evacuado que sea su cometido y dándole después el curso que proceda”.
Es evidente que, más allá de las supuestas irregularidades, había un trasfondo
político innegable. La Cofradía disuelta estaba formada por los dirigentes del
pueblo partidarios de Isabel II (incluso algún carlista declarado como don
Patricio del Águila) que acababan de perder el poder.
Los estatutos fueron
efectivamente modificados y aprobados en 1873 por el Ayuntamiento de entonces,
republicano. Estuvieron en vigor hasta la reforma de 1894. No deben sorprender
estas circunstancias ni que el Ayuntamiento republicano se preocupase por la
reforma de la Cofradía. Eran otros tiempos y otras formas de ver las cosas. Por
eso cuando meses antes el Ayuntamiento celebró la proclamación de la República
Federal organizó una serie de actos: colocación de una placa en la Plaza, refresco
ofrecido a las fuerzas vivas y una solemne función de iglesia, fiesta, a la
Virgen que, como era verano, estaba en la parroquia.
En octubre de 1874 la
Gaceta de Madrid publicó la licitación de las obras de la carretera de Peal a
Quesada, que salieron a un tipo de 303.924 ptas. Estaba entonces de ministro
Serrano Bedoya, que seguramente echó una mano en el asunto. Las obras se
iniciaron al año siguiente y para 1881 ya estaban en el pueblo, de manera que
para edificar en el Cantón del Ángel (entre la calle del Ángel y la carretera)
era preciso contar con el permiso del ingeniero encargado de las obras. En
octubre de 1885 se publicó, para abrir el periodo de alegaciones, el proyecto
del segundo tramo, de Quesada a Tíscar, que no se concluyó hasta casi treinta
años después.
En ese mes de octubre de
1885 se celebró el tedeum que marcaba oficialmente el fin de la grave epidemia
de cólera que causó estragos aquel año. No afectó mucho la enfermedad a Don
Pedro y Belerda, lo que según explicó en unos versos publicados a su costa por el
maestro de aquella escuela, don Pedro Puerta Martínez, (Flores de la
Fantasía, Corona poética dedicada a Nª Sª de Tíscar), se debió a la
protección de la Virgen:
el ochenta y cinco a España,
a Belerda respetó
y a esta Señora debió
acción tan noble y extraña.
Años después, en octubre de
1918, estaba en pleno auge la segunda ola de la epidemia de gripe que se
dio en llamar española. Aquel mes murieron oficialmente de gripe en Quesada
diez personas, entre ellos el histórico funcionario municipal y secretario del
Ayuntamiento hasta su jubilación, Cipriano Ruiz García. Para dificultar los
contagios se tomaron medidas que de poco sirvieron, pero que daban la sensación
de que se hacía algo: blanqueo interior y exterior de las casas y desinfección
de calles con desinfectantes facilitados por el Gobierno Civil. Esta vez la
Virgen no ayudó a Belerda, y tampoco lo hicieron los médicos titulares de
Quesada, que no ponían mucho empeño en atender a los enfermos de Beneficencia
en aquella pedanía. Pero no se debía a que tuvieran antipatía a la aldea pues,
según las numerosas quejas, tampoco lo hacían con los enfermos de Collejares,
Los Rosales e incluso con los de los cortijos cercanos al pueblo.
Lógicamente ocurrieron otras
muchas cosas en los meses de octubre no citados. Aquí he recogido los que me
han parecido más interesantes de entre los que tengo noticia. Sin duda de la
revisión de documentos que hasta ahora no he manejado saldrán nuevos e
interesantes asuntos. Para finalizar sin cansar demasiado algunas notas de los
años veinte del siglo pasado. En octubre de 1923, a los pocos días del
golpe de estado de Primo de Rivera, el gobernador civil nombrado por el
Directorio Militar designó a los concejales y rompió una tradición electoral
que, a pesar de sus muchas corruptelas y cambios de regulación y normativa, se había iniciado más
de cien años antes con la Constitución de Cádiz. Pero también se veían algunas
mejoras: en octubre de 1922 se instalaron en Belerda seis lámparas de
petróleo y en octubre de 1927 se publicó la subasta para sustituir el
viejo empedrado de la Explanada por modernos adoquines.
Vicente me encanta de leer todo lo que escribes en referencia a la Historia de Quesada, que bien lo detallas todo y lo bien presentado que esta,,,Un abrazo.
ResponderEliminarBonito relato chapó
ResponderEliminarMuy interesante todo lo leido
ResponderEliminarMe he quedado sorprendida por la historia de Quesada nunca imaginé que los franceses pudieran estar en nuestra Quesada
EliminarVicente aportas un testimonio crucial En lá desconocida história de Quesada para lá mayoria de nosotros
ResponderEliminarHistorias particulares de Quesada, pero muy similares a las de cualquier otro pueblo, el relato de estos hechos lo meten a uno en el pasado y como vivían sus gentes, un trabajo magnífico
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