¿Y quien
fue Paul Gwynne?
Hace poco en “El
Adelantado de Cazorla”, un libro que se publicó en 1935, encontré una
referencia a otro titulado "The
Guadalquivir. Its personality, its people and its associations", cuyo
autor era un tal Paul Gwynne. La cita estaba en el prólogo del primero, donde el prologuista Alfredo Ramírez Tomé, que había sido redactor jefe del periódico ABC
en los años veinte, dice que entre sus libros conservaba "uno
muy curioso, lujosamente editado en Londres en 1912". Hubiera pasado
de largo sin prestar mayor atención al asunto si el sr. Ramírez Tomé no hubiera
añadido que “por lo que afecta a nuestra
zona, en el sumario existen capítulos como los siguientes: Quesada and the
Sierra de Cazorla", “The cura of Burunchel", “Bujaraiza, Mogon, Santo
Tomé and El Molar..."
¡Un viajero inglés en Quesada a principios del siglo XX!
Jamás había oído hablar de semejante cosa. Seguramente su publicación original,
en inglés y en Londres, hizo que pasara completamente desapercibido por estas
tierras tan monolingües.
Digo publicación original porque existe una traducción
castellana. La hizo en el año 2006 la editorial Renacimiento, de Sevilla. La
introducción de esta traducción es de Antonio Miguel Bernal, y en ella está la
poca información que parece existe sobre el sr. Gwynne: "no hemos podido reunir otros datos personales que los que él
mismo deja constancia en el texto: que era inglés de nacionalidad, de familia
modesta lo que, según él, le condicionó a seguir los estudios de ingeniería en
vez de los de arquitectura como hubiese deseado y que el libro fue escrito a
comienzos del siglo XX y publicado en versión original inglesa por la editorial
Constable and Company de Londres en 1912.” Parece que, además de esta, escribió
otra obra de asunto español titulada “The Bandolero”, de 1905 y cuyo contenido
podemos imaginar.
Analizando los asuntos por los que se interesa Gwynne y los
temas que parece dominar, deduce Bernal que su especialidad como ingeniero no
estaba referida a la minería, sector que acaparaba entonces los intereses
inversores ingleses. Más bien, se relacionaba con las obras hidráulicas y de
riego, también en expansión. No es el típico relato de los viajeros románticos
ingleses del diecinueve por Andalucía; no hay toreros ni flamencos ni
bandoleros, personajes que ya debía de haber tratado en su otro libro. Es la
narración del viaje que hizo por el río, desde su nacimiento a su
desembocadura, con descripciones geológicas, históricas, paisajísticas y culturales.
Entremezcla, como una especie de propina artística, relatos supuestamente
históricos, de carácter romántico y por los que pululan, absolutamente fuera de
lugar, condes y princesas, halconeros y pajes. Cuentos románticos vestidos de
romance morisco, o Ángel Alcalá Menezo en inglés.
Fuera de estas disgresiones, que entonces quedaban bien, la
obra tiene su seriedad . El viaje por el río comienza en su nacimiento,
haciéndose eco de la vieja polémica sobre su orígen, si está aquí enfrente de
Quesada o en la sierra de María, donde las más lejanas fuentes del Guadiana
Menor. Sabe de lo que está hablando y, aunque parece que se decanta por el
Guadiana, no le da demasiada importancia al asunto porque, cuando el río alcanza
las llanuras, es como si dijera “Cualquiera
que sea mi origen (…) todos mis ancestros están aquí representados; al menos
algunas de estas aguas provienen de la verdadera fuente original”.
Gwynne viajó por la comarca durante los primeros años del
siglo XX. Llegó a Quesada en
tren, a la estación o apeadero de Quesada. Hoy el ferrocarril no tiene ninguna
importancia en las comunicaciones de Quesada y sin embargo, en su momento y por
raro que nos parezca, era la puerta de entrada para casi todos los viajeros que
llegaban al pueblo. La historia de esta estación, y de la línea en la que se
encuentra, merecería una entrada aparte que pendiente queda.
Hasta que, bien entrado el siglo, se construyó el puente de
la Sierra de las Cabras sobre el Guadiana Menor, ir desde Quesada a su estación
y viceversa era bastante complicado. Más o menos por aquellos años, Ciges
Aparicio también llegó a Quesada en tren para pasar en el pueblo todo el verano de
1909. Del trayecto dejó escrito: “El
viaje en caballería tenía que ser largo al través de un terreno quebrado y en
ocasiones peligroso”. Y entre los peligros destacaba el cruce del río, sin
puente, en una barca sujeta a un cable: “Ahora
he de vadear en barca un ancho río…” [1]
Todavía en los mapas del Instituto Geográfico aparece el topónimo “Venta del Barco”, en algunas ediciones "del Yeso", frente a las
Hermosillas, por donde se cruzaba y vadeaba el Guadiana Menor.
Estación de Quesada. Con "tinta carmín" se reflejó en 1900, sobre la minuta original del s. XIX, la línea férrea y la estación de Quesada. |
Paul Gwynne también llegó en tren, sorprendido porque junto
a la estación no había pueblo, porque no se veía Quesada: “Lo cierto es que, incluso en la actualidad, la naturaleza de la región
sigue dando continuas muestras de
perversidad, y así por ejemplo, las vías de ferrocarril parecen haber
sido construidas con la ayuda del
Maligno. Jamás volveré a hacer el más mínimo caso al nombre de ninguna estación de tren española. Ya la experiencia
me había enseñado que la estación bien puede hallarse a tres o cuatro
kilómetros de la ciudad a la que pertenece, pero cuando escribí a Ángel Pizarro
para decirle que nos encontraríamos en la insignificante y abandonada estación
de Quesada arriba en el monte —él tenía que
llegar desde Huéscar— yo no podía siquiera imaginar d profundo abismo
que habría entre la realidad y lo que prometía el indicador de la estación.” Su
amigo Ángel, que lo acompañará en el viaje, lo está esperando y sonríe
imaginando la sorpresa de Gwynne: “mientras
me veía mirar de un lado a otro en busca de Quesada preguntándome dónde diablos
la habían puesto.”
Minuta del Instituto Geográfico, 1878, con el puente de la Sierra de las Cabras, "en construcción", y una "barca de maroma" en la Venta del Yeso |
El desplazamiento hasta Quesada, como el de Ciges y todos
los viajeros de aquel momento, se hizo en caballería: “Tras esto, salimos de la estación y me llevó hasta tres mulas que
estaban atadas a un eucalipto. Me ayudó a atar con correas mi equipaje a una de
ellas y, cuando me hube recuperado de la sorpresa, avanzábamos por un camino
polvoriento. Ángel tiraba de la mula libre para que avivara el paso y
pudiéramos llegar a Quesada antes de la caída de la noche (…). La carretera de
la estación nos hizo dejar atrás varios montes antes de llegar a Quesada. Unas veces tuvimos que atravesarlos;
otras, la carretera serpenteaba una y otra vez sin cesar para dejarlos a un
lado. Frente a nosotros se erguía el Poyo junto a otras crestas de las Sierras
de Cazorla y Pozo Alcon.” Con el
“Poyo” se refiere al Poyo de Santo Domingo, el monte público justo enfrente
de Quesada, por encima de Majuela.
Gwynne, tomaba notas y referencias geográficas de los
lugares por los que pasaba y que, a veces, eran solo aproximadas. Dice, por
ejemplo, que Burunchel “se halla acurrucada en una ladera de la
sierra de Pozo-Alcón” En alguna ocasión parece que se confunde hasta de continente y, conforme se acerca a Quesada, dice que “el
terreno por el que avanzábamos era difícil y abrupto, a veces cubierto de
pizarra gris, a veces con signos de erosión. El palmito enano, una pequeña
palmera como del tamaño de una mata de grama, se ve con frecuencia en estas
regiones montañosas. El corazón de la raíz, que se desentierra y luego se monda
con una navaja de bolsillo, sabe a nueces.” Bueno está lo de la pizarra,
inexistente en estas sierras calizas, pero el palmito comestible sólo se
encuentra en Quesada en los supermercados.[2]
Pero fuera de estas pifias sus descripciones son bastante
atinadas. Transcribo completo el resto del capítulo:
“Quesada es una
pequeña población rural de unos seis o siete mil habitantes magníficamente situada
y con vistas a los montes de pinos y robles de Cazorla por un lado y a la
Sierra del Pozo por el otro. Un afluente del Guadiana Menor —supongo que se le da el nombre de Quesada— baña la región, que posee numerosos huertos de tentadores
árboles frutales y viejos pozos entre las casas dispersas. La altura es
demasiado elevada como para que los naranjos florezcan en gran número, pero los
olivos son abundantes en las soleadas laderas de los montes circundantes, y
gracias a ellos en la zona se produce aceite. También hay manantiales salinos,
y en otros tiempos allí se acostumbraba a manufacturar sal.
Quesada es sumamente
antigua. Fue reconquistada a los árabes en el año 1155, vuelta a recuperar más
tarde, nuevamente reconquistada a continuación y así una y otra vez. En las
manchas de terreno fértil rodeadas de baldíos de la zona también se produce el
esparto y el cáñamo. En época de los árabes, sin embargo, estos parchecillos de
suelo fructífero eran mucho mas productivos, pues también lo eran sus métodos
de irrigación y siembra.
Llegamos a Quesada
cuando el sol se ponía, después de adelantar a un grupo de campesinos que volvían cantando del campo. ¿Que habrá en
la tierra capaz de hacer tan felices a
unos hombres que no comen carne más que los fines de semana y rara vez prueban
siquiera el pan blanco? Imagino que al llegar a casa les esperaba una cena a
base de gazpacho, una especie de sopa de agua y vinagre con trozos de pan, pepino y cebolla. Con suerte, a la hora del
almuerzo habrían tomado un par de trocitos de queso manchego rancio y quizá
incluso unas cuantas buenas aceitunas gruesas seguidas de algo de fruta y agua.
Siguieron caminando alegres hasta el final del camino. Los más circunspectos del
grupo eran un viejo sin dientes y una burra cargada con unas cestas repletas de
herramientas. La burra no parecía prestar atención mas que a un hermoso burrito
que no dejaba de curiosear de un lado a otro del camino desafiando a los
campesinos con sus coces. La vieja burra mostraba una llaga en el lomo y tenía
la piel cuarteada y llena de parches como si volviera de la guerra. Sin
embargo, sus grandes ojos parecían llenos de satisfacción cuando su cría
jugueteaba ante ella, y cada vez que se rezagaba, se hacía ligeramente a un
lado y volvía las orejas.
«¡Buenas tardes,
señores!», saludó Ángel, «¡Buenas tardes!» respondió de inmediato el grupo de
campesinos, que luego nos observó pasar en silencio. Sólo se oían las pisadas
de nuestras mulas y de la burra vieja. Algunos hombres caminaban descalzos y el
resto llevaba alpargatas. El burrito nos adelantó al galope al entrar en el
pueblo, donde los hombres dejaron de cuchichear pues en ese momento sonaban las
«animas» de un campanario cuya pobreza denunciaba la única y monótona nota que
podía ejecutar. El sol se hundía majestuosamente tras la lejana Sierra Morena.
Fue aquella una noche
deliciosa. Nos alojamos en la casa de dos plantas de un amigo de Ángel, una
casa con su propio jardín, situada entre Quesada y Belerda. Antes de irnos a
dormir, volvimos dando un paseo al pueblecito para tomar un café y oír las
discusiones entre los parroquianos de la cafetería y de la barbería adyacente.
El camino estaba tranquilo y sólo se oía de vez en cuando en la distancia el
sonido de las canciones y las risas de unas niñas. Nosotros éramos el
acontecimiento del día.”
Ilustración que acompaña a las páginas dedicadas a Quesada |
Al día siguiente, muy de mañana, salen a pie los dos
viajeros para alcanzar el nacimiento del Guadalquivir. La descripción del
paisaje es somera y ni siquiera parece
que llegaran al nacimiento del río, cuya determinación es cosa convencional y
administrativa que para él poca importancia tiene.[3] Habla
de forma general de la Sierra, de la fauna y de la flora confundiendo, como
buen inglés, las encinas y los quejigos con los robles. Cuando queremos darnos
cuenta ya está en el llano, cerca de Mogón. Entremedias ha metido una de sus disparatadas historias
caballerescas: “Desde Quesada llegaba al
galope una partida de caza con halcón. La Sierra de Cazorla es conocida por la
fama de sus halcones más que ningún otro lugar de Europa” (¡!) Son varias
páginas de batallas medievales bastante improbables, que parecen sacadas de una película yanqui de los años cincuenta
o así. El resto del libro transcurre, como es lógico, aguas abajo.
Pero en los anteriores párrafos se puede reconocer Quesada.
Las casas dispersas rodeadas de huertos son los cortijillos de la Vega y el
Llano. Las salinas existieron hasta hace muy pocos años. La finca del amigo de
Ángel, donde duermen, es sin duda El Chorradero, propiedad entonces de Laureano
Delgado. Y la cafetería, café en el original inglés, seguramente el viejo
casino o la fonda junto al ayuntamiento. Aquella tarde noche de principios del
siglo XX, efectivamente, serían “la
atracción del día…”
Muy interesantes son los párrafos que dedica a la gente que
vuelve del campo y cuyo contento, a pesar de su extrema pobreza, le llama la atención y
le extraña a la vez: “¿Que habrá en la
tierra capaz de hacer tan felices a unos
hombres que no comen carne más que los fines de semana y rara vez prueban
siquiera el pan blanco?” Lo de carne los fines de semana es un
exceso porque no había fines de semana por aquí en aquellos tiempos, ni la mayoría comía mucha carne aunque fuera domingo.
Pero lo llamativo de este pasaje es su paralelismo con el que escribió Ciges
Aparicio en Villavieja, en su encuentro con el grupo de aceituneros, y que
repitió, a finales de los años veinte en un artículo periodístico.[4] La de
Gwynne es una visión casi turística y lejana. La de Ciges, social y de denuncia:
“Uno de mis compañeros observa:
—Pero los andaluces somos muy
sobrios. El aire y el sol nos alimentan.
Ella no comprende la ironía, y
responde con vivacidad:
—!Ay, señorito de mi alma! Pues crea
usted que estarnos ya hartos de alimentarnos con aire y con sol. Lo que ahora
nos hace mucha falta para ver si echamos otro pelo, es un buen trozo de carne y
tal cual pescadito de añadidura.”
Y finalmente, la prueba definitiva de que Paul Gwynne era
inglés y protestante, seguramente furioso: Ni en sus relatos caballerescos
medievales ni en la descripción del paisaje, en ningún sitio, se menciona a la
Virgen de Tíscar. Debe ser una e las pocas cosas escritas sobre Quesada en la
que no aparece ni Zabaleta ni la Virgen de Tíscar.
[1] “El desamor a la tierra”, Nuevo Mundo, 5 de agosto de 1909
[2] El palmito autóctono peninsular, que
no es comestible, tampoco existe en Quesada porque es una especie costera.
[3] Para él no está claro donde está exactamente dentro
de esta sierra haciéndose eco de las discrepancias entre la Comisión Central
Hidrológica que habla del cañón de “Aguas Frías” y el Instituto Geográfico que
lo sitúa “en concreto en uno de los
montes, llamado Poyo de Santo Domingo y muy próximo a Quesada, cuyos
alrededores se conocen con el nombre de Siete Fuentes.”
Hola, soy Francisco Vilar Perona, maestro de Burunchel. Me está llamando la atención la visión que este escritor inglés tenía de nuestra comarca a pricipios del siglo xx.
ResponderEliminarEn su libro hace varias referencias a mi pueblo, Burunchel.
Hola Francisco. Sí, efectivamente habla de Burunchel, hay un capítulo completo dedicado "al cura de Burunchel". No tengo ahora a mano la obra pero creo recordar que ese capítulo era del grupo de historias un poco fantásticas con las que "amenizaba" el viaje. Ya te digo que no puedo comprobarlo ahora por la cosa del confinamiento pero si hubiera dado algún tipo de dato más o menos real o alguna descripción interesante o recuerdos reales lo hubiera mencionado porque miré expresamente todo lo que hacía referencia a la comarca.
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