sábado, 28 de septiembre de 2013

La decadencia de la Inquisición a través de una pelea de clérigos en Quesada. 1757.


"Arzipreste de las Yglesias del adelantamiento de Cazorla y partido de Quesada y también es notario deel Santo Oficio"


En la segunda mitad  del siglo XVIII el Santo Oficio ya no era lo que había sido. Ni tenía el poder que tuvo ni inspiraba el terror que inspiró ni sus actividades eran las que fueron. De la persecución de herejes y judaizantes había pasado a dedicarse a la censura de libros y a la defensa de los fueros de sus muchos familiares y colaboradores.

En el portal de archivos PARES, están disponibles dos expedientes relacionados con actuaciones de la Inquisición en Quesada. Ambos están exentos de dramatismo, quizás por esa consideración que se hacía en el párrafo de arriba. Y en ambos se refleja la vida en Quesada y su entorno durante la segunda mitad del siglo XVIII. Una vida pobre y rural,  donde apenas sucedía otra cosa que las continuas disputas entre facciones para conseguir el control  del concejo y de los cargos municipales. Disputas y querellas en una comunidad pequeña y cerrada donde no hay otra forma de progreso y mejora que el uso de las instituciones locales y donde el futuro no está en crear algo sino en apropiarse de las cosas ya creadas.

Queda el segundo caso para próxima ocasión. Ahora toca el primero de ellos que trata de un pleito originado, aparentemente, por la pelea entre un herrero y el arcipreste de la villa de Quesada pero que en realidad tiene como trasfondo la enemistad que a este le tienen el vicario de Cazorla y el párroco de Quesada. Es una pelea entre eclesiásticos, son enemistades  y enfrentamientos entre clérigos. Excepto algunos secundarios, todos los intervinientes son curas. Porque al igual que los civiles se enfrentan y pelean por los cargos municipales, los clérigos hacen lo mismo por los cargos y poderes eclesiásticos. Y de fondo está esa Inquisición que ya apenas asusta, a la defensiva casi,  que tiene que esforzarse para que otros ministros de la Iglesia no pasen por encima de los fueros y derechos de sus miembros.

Los sucesos ocurren en 1757, en los últimos años del rey Fernando VI, recién  caídos Ensenada y Carvajal que son sustituidos en el ministerio por Ricardo Wall. Las incipientes reformas ilustradas no han cambiado en nada la vida de estas  villas rurales. La Iglesia tiene un poder político y económico determinante, con un número elevadísimo de eclesiásticos. En Quesada, cinco 5 años antes de estos sucesos, había según el catastro de Ensenada once clérigos mayores y tres clérigos menores, un convento dominico con ocho frailes sacerdotes y tres legos y otro convento de dominicas con diez monjas. Un pequeño ejército que sumado a los de Cazorla y demás villas de la comarca constituían una numerosa corporación dentro de la que el afán de poder, las enemistades y las conspiraciones eran frecuentes como entre sus vecinos laicos. Su  jerarquía y organización interna era amplia y complicada. El vicario de Cazorla representaba al arzobispo mandando en su representación sobre todos los asuntos que fueran competencia del mismo. A su alrededor tenía una curia de clérigos auxiliares, escribanos etc. Por debajo de él pero con facultades no exactamente delimitadas estaba el arcipreste, nombrado por el arzobispo  y con facultades sobre las iglesias y parroquias del adelantamiento y del partido de Quesada (que no eran la misma cosa). Por debajo de ellos en cada villa había un cura propio y párroco con sus clérigos auxiliares. Esto fue lo que sucedió:



JUAN FRANCISCO ESMENOTA. 1757

Juan Francisco Esmenota era clérigo de menores y "Arzipreste de las Iglesias del adelantamiento de Cazorla y partido de Quesada". Era, además, notario de la Inquisición y tenía "su Casa y avitación en la dicha villa de Quesada". Al parecer Esmenota tuvo unas diferencias con un  albéitar y herrero llamado Pedro Candial que terminaron con un garrotazo de este al primero. A causa del enfrentamiento se abrieron diligencias por la justicia real y posteriormente por el tribunal eclesiástico del vicario de Cazorla. Pero al ser el arcipreste miembro del Santo Oficio tenía condición de aforado y derecho a que su causa se viese por tribunal de la Inquisición y no por otro.  El expediente publicado en el portal de archivos trata del recurso que el arcipreste hace en este sentido al tribunal inquisitorial de Córdoba y de las averiguaciones que se hicieron  sobre el terreno.


El término de Quesada a mediados del siglo XVIII
(clic para ampliar)


La denuncia se había presentado contra el herrero y autor de la agresión pero también contra el párroco de Quesada don Lucas Martín del Aguila y contra dos notarios de la curia eclesiástica de Cazorla. El tribunal de Córdoba mandó a Quesada a un tal  Nicolás Tauste que era comisario de la Inquisición. El 31 de agosto tomó declaración a los testigos: Una tal Juana de Atencia, soltera de 53 años y vecina del denunciante, dijo que sólo había oído como "avía este tenido cierta desazón con el Albeytar Candial" pero no añadió mayor precisión.  El médico Joseph Tortosa dijo que se limitó a examinar el brazo izquierdo del arcipreste comprobando "por su oficio que avía señales de compresión estrema". Otros ocho testigos interrogados confirmaron que  hubo "desazón" pero nada dijeron sobre el "palo que este (el herrero) le dio". Nadie se quería comprometer declarando abiertamente contra el herrero lo que no deja de sorprender pues a un  arcipreste se le supone mucho más poder en la vida local que a semejante oficial. La razón era que detrás del herrero había, como  enseguida se confirmará, gente principal.  También es interesante comprobar como los testigos a pesar de toparse con la Inquisición, no muestran espanto,mostrándose poco colaborativos con su comisionado.

El origen de las diferencias se conoce por la declaración de Antonio Cozar, de 18 años natural de Baeza y criado del arcipreste. Pero solo declara sobre el incidente inicial y nada sobre la pelea y estacazo que al parecer no presenció.

Según Cozar, cierto día llevó a herrar el caballo de su amo a casa de Francisco Moreno que era su herrero habitual, pero se encontró con que  no estaba. No obstante y como era preciso el arreglo porque su amo tenía que salir, se acercó a casa del albéitar Pedro Candial quien reconoció al caballo y presupuestó el trabajo necesario en cuatro cuartos. Le preguntó Candial al criado si llevaba el dinero encima contestándole este que no, que no lo llevaba porque no sabía cuanto iba a necesitar. Es entonces cuando el herrero le dice que se vaya y que vuelva con el dinero si quiere que le haga el arreglo. No le fiaba. Al replicarle que su amo era persona de crédito, el albéitar le contestó: "anda que no conozco yo al Rey sino por la moneda". Cozar tuvo que volver a casa del amo, contarle lo sucedido y regresar con el caballo y los cuatro cuartos. Por el momento acabó la cosa.

Era previsible que al arcipreste Esmenota no le sentara bien que el albeitar le exigiera el pago por adelantado, lo que era un desprecio público y más en persona de su cargo y dignidad. En algún momento se encontró con el herrero y debieron discutir.  En la refriega subsiguiente  Candial le asestó un estacazo en el brazo izquierdo.

Terminó la ronda de declaraciones sin que ningún testigo declarase expresamente la agresión. Sin embargo Juana, la vecina soltera, debió darle cosa quedar mal con el arcipreste, de manera que le contó que ella había testificado anteriormente, como todos los demás testigos, al juez civil y que su testimonio había sido "mas cercano a la verdad" por no haberse perjudicado "por el transcurso del tiempo". Tardó poco el arcipreste en dar cuenta al comisario Tauste de la existencia de esas diligencias de la  justicia ordinaria, tomando el comisario dos decisiones. De una parte remitir al Tribunal de  Córdoba las declaraciones que había recogido en Quesada y de otra requerir al Corregidor de Cazorla, Don Andrés Donoso, en quien  paraban dichas diligencias, para que se las entregase bajo pena de excomunión y multa. Además, requería que la justicia ordinaria se inhibiese del caso por afectar a persona aforada del Santo Oficio.

El corregidor Donoso contestó que no le constaba que en la causa hubiera aforado del Santo oficio pero que en cualquier caso estaba dispuesto a que, sin entregar las diligencias,  se sacase copia de los testimonios para que así ninguna jurisdicción se viera mermada. Por el mismo corregidor conoce Tauste que el vicario de Cazorla ha iniciado por la parte eclesiástica otro proceso para el mismo asunto. En consecuencia manda a su ayudante el comisario Oliz para que vaya e inste al notario Joseph Fernández, “de la curia eclesiástica de Cazorla”, que entregue las diligencias que se hubieran abierto. En los clérigos del arzobispo de Toledo ya no encontraron la postura conciliadora del corregidor. El citado Joseph le contestó que sólo las entregaría si se lo mandase su juez y que en cualquier caso él no las tenía por estar en poder del vicario don Antonio Macarulla. El vicario a su vez se niega a entregar las diligencias porque no le constaba que afectasen a ningún  ministro del Santo oficio como  no le constaba que Esmenota fuera tal.

Mientras tanto en Quesada, los acontecimientos se precipitaron. El herrero Candial había estado provocando al arcipreste "poniéndosele delante con risas" y haciéndole “menciones injuriosas” sobre su negativa a trabajarle si no pagaba por adelantado. Pero no sólo él. El prior y párroco de Quesada, don Lucas Martín del Águila junto a los demás clérigos de la villa, también le provocaron haciendo burlas diciéndose entre ellos frases del tipo ¿cuando nos vamos para Córdoba (al Tribunal de la Inquisición)? ¿cuantos sambenitos harán falta?, burlas y gracias “en manifiesto desprecio del Santo Oficio”. El acoso llegó a tal grado que el párroco y sus partidarios corrieron por las calles al arcipreste con ánimo de apresarlo de manera que no tuvo mas remedio que huir a caballo camino de Baeza. Al cruzar Toya todavía lo perseguían los parciales del párroco.  Todo esto sucedió el día primero de septiembre por la tarde. Al otro día, de mañana, el sacristán Agustín Ramírez entregó a una criada del arcipreste la notificación de que había sido excomulgado en virtud del proceso eclesiástico que se seguía contra él en Cazorla. El párroco hizo pública la excomunión comunicándola al pueblo durante la misa.

Cuando llegaron a Córdoba noticias de cómo no se respetaba la jurisdicción del Santo Oficio, “mandaron librar letras” contra el vicario para que antes de veinte días entregase el proceso y se inhibiese del mismo y después absolviese de la excomunión a Esmenota. En caso contrario sería excomulgado y multado con doscientos ducados. Vuelve Tauste a  Cazorla con este encargo. Lo hizo sobre las nueve de la noche del día cuatro de octubre. Nada más llegar preguntó si estaba el vicario en la villa y le contestaron que si.  Pero el vicario, sabedor de esta nueva comisión, al día siguiente muy de mañana se ausentó de la villa dejando como teniente (sustituto) a don Francisco Almansa. El teniente Almansa requerido por el comisario Tauste siguió una táctica dilatoria diciendo que el no era abogado y que necesitaba consultar a uno. Luego que el propio requerimiento del tribunal de Córdoba le daba veinte días de plazo, etc.  Igualmente que él no podía absolver al arcipreste por que según el literal del requerimiento la absolución sería subsiguiente a la inhibición y esta no se daría hasta el citado plazo, etc… Tauste comunicó al tribunal el “desprecio con que el Vicario, su theniente y otros trataban la jurisdicción del Santo Officio” y “que le parecia no tenian allí sujeccion al tribunal por ser gentes indomitas”

En Córdoba, a la vista de estas actitudes volvieron a librar “nuevas letras” para que el vicario en  un nuevo y menor plazo, con multa de cuatrocientos escudos y otras penas “al arbitrio del Tribunal” absolviese a Esmenota y se inhibiese del caso.  Esta vez el encargado de la comunicación fue fray Luis de Molina, trinitario de la ciudad de Baeza,   quien “paso a Cazorla y en 29 de octubre entre 10 y 11 de la mañana hizo saber al Vicario Macarulla el despacho, estando los dos solos y el respondio bastante ayrado” Desobedecer una tercera vez al Santo Oficio hubiera sido demasiado incluso en esos tiempos de manifiesta decadencia.

De manera que el arcipreste de Quesada estaba enfrentado al párroco, supuesto subordinado, que eran también “beneficiado” de los bienes de la parroquia y era el “jefe natural” del resto de clérigos de la villa. Al párroco lo apoyaba el vicario de Cazorla representante máximo del arzobispo de Toledo en todas las villas de la vicaría. Una querella de clérigos en la que no intervienen las autoridades civiles siendo la actitud de la única implicada, el Corregidor, conciliadora y neutral. Las razones de la enemistad no se tratan en el expediente judicial pero es de imaginar que no fueran de índole teológico sino de poder y de bienes.

Por otra parte es destacable el poco respeto que inspira la pertenencia del arcipreste Esmenota al Santo Oficio. El temor reverencial, el terror, que inspiró el Tribunal en su momento en poco había quedado. En su lugar chanzas y dilaciones.


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