Esta descripción de Quesada alrededor del año 1800 pertenece a la introducción de una obra mayor. Será una historia o calendario de efemérides de Quesada en el siglo XIX, que verá la luz si no faltan las fuerzas, las ganas o el tiempo.
Quesada
era en 1800 un pueblo perdido y bastante incomunicado. Pocos y malos eran los
caminos que llegaban al pueblo. El más principal era el de Baeza y Úbeda, que
subía paralelo al río de la Vega hasta llegar al puente de Palo[1], donde tras cruzarlo iniciaba
la subida al pueblo. Era el único camino que permitía el tránsito de pequeños
carros y carretas, como el que conducía dos
veces en semana la valija de la correspondencia. Tardaba el conductor del
correo hasta Úbeda un día o día y medio, otro tanto en la vuelta, y eso con
buen tiempo, pues en las invernadas el barro y las crecidas de los ríos
dificultaban mucho el camino. Al empezar a subir las cuestas por debajo del
actual Paseo de Santa María, al camino de Úbeda se juntaba el que venía de
Villacarrillo y cruzaba el río por el puente del Vadillo, actualmente conocido
como Pernías.[2]
Este camino era el que se utilizaba habitualmente en las, muy escasas,
comunicaciones con Madrid. Como el resto de caminos, salvo el de Úbeda, este era
poco más que una vereda, solo apto para arrieros y peatones. Tras pasar por la
casa de la Tercia[3]
estos caminos, ya reunidos en uno, entraban en el pueblo por el principio de la
calle Nueva, frente al arco o puerta de Granada.
El pueblo tenía una apariencia muy distinta a la actual. Si
pudiéramos verlo apenas reconoceríamos más que la silueta de la sierra. Y no
solo por los muchos edificios, puertas y murallas que hoy ya no existen. Las
calles eran de tierra y solo las más principales estaban malamente empedradas.
El piso de tierra hacía que en verano fuesen polvorientas y en invierno auténticos
barrizales. Estaban cubiertas del estiércol de las caballerías y demás ganados
que transitaban y de las inmundicias que arrojaban los vecinos, todo ello
mezclado con las aguas residuales, pues no había ningún tipo de cloacas y
desagües, apenas alguna atarjea para encharcamientos donde las aguas no podían
correr libres. La suciedad de las calles fue algo que se mantuvo casi durante
todo el siglo XIX. Llama la atención en este sentido que una de las primeras
medidas preventivas que se tomaban en caso de amenaza de epidemia fuese sacar hasta
las afueras el estiércol acumulado en las vías públicas.
La gente vivía hacinada en casas muy pequeñas y malas.[4] Eran por
lo común de dos alturas, bajo y alto, siendo pocas las que tenían una tercera planta
con cámaras debajo del tejado. De las declaraciones que hicieron los vecinos
para el catastro de 1752 se desprende que una casa normal tenía en la planta baja
una cuadra y a veces un portal o una bodega; en el piso alto cocina, una o dos
habitaciones y cámaras. En este espacio vivía y dormía la familia, entendida
esta en un sentido bastante amplio, pues era frecuente que acogieran a sobrinos
huérfanos, a las hijas viudas con sus críos pequeños y a los alnados o
hijastros. Algunos ejemplos de estas familias y sus viviendas: Simón Marín, de 40 años, vivía en la calle Adentro
con su mujer, cinco hijos y una hija. Su casa se componía de portal y una
cuadra en el bajo, cocina, un aposento y dos cámaras en el alto. Santiago de
Atencia tenía su casa en el Cinto, donde vivía con su mujer y dos hijas. Se
componía de portal y cuadra en el bajo y cocina, dos aposentos y dos cámaras en
el alto. La casa de Juan Bayona, en las Cuestas (por debajo de la parroquia,
entre el Pozairón y la parroquia de Santa María), donde vía con Pabla, su
mujer, un hijo menor y una hija, era todavía más pequeña: portal y aposento en
el bajo y por alto cocina y cámara.
Además
de por el pequeño tamaño de las casas, el problema del hacinamiento aumentaba porque
era frecuente que se arrendasen dependencias sueltas, habitaciones, donde tenían
que apañarse los vecinos de menos recursos, entre los que abundaban las viudas
pobres. Este hacinamiento de la población se mantuvo, incluso aumentó, durante
todo el siglo XIX y hasta mediados del XX, lo que explica que la población más
que se triplicó en el mismo periodo, mientras que la superficie del pueblo
apenas se dobló.
Como
es imaginable las casas de los más pudientes eran mayores, mucho mayores. Se
concentraban en la Plaza y alrededores, pero la mayor de todas no estaba allí,
sino en la calle Alcaraz (de los Arcos), haciendo esquina con la Cuesta de San
Juan. Pertenecía al muy poderoso y acaudalado D. Atanasio de Alcalá y Gámez, que en 1752 tenía 17 años y
estaba casado con Dª Francisca de Lígar, de 15. No tenían todavía hijos, pero
vivían con diferentes mozos y mozas sirvientes que se ocupaban de las faenas
domésticas, de las caballerías, etc. Era una casa muy distinta a las
anteriores:
Por bajo pajar, dos tinados, corral,
caballeriza, bodeguilla, portal, zaguán, cuatro bodegas, cuatro
dormitorios, sala baja y segundo zaguán.
Por alto cocina, fregadero, dormitorio, sala, tres dormitorios corridos, una
sala, sala honda, seis cámaras y cuarto del reloj con dos campanas. Casa
accesoria unida a la anterior con portal, cocina, cuatro dormitorios, tres
salas, dos cámaras y palomar.
Que el reloj estuviera instalado en su
casa da una idea de la excepcionalidad del edificio.
Los materiales usados en la construcción eran variables,
pero lo común era usar tapial y adobe. Las ventanas pocas y pequeñas, los
balcones, de palo, solo se veían en casas de cierto nivel. Apenas en algunos
edificios se utilizaba la piedra, normalmente en los más antiguos y cercanos a muralla, pero también en otros, como el
ayuntamiento “nuevo” en la Plaza. El aspecto de las calles y casas puede
adivinarse en algunas fotografías bastante conocidas y hechas a principios del
siglo XX,[5] pues no
cambió mucho su aspecto desde 1800. Pero regresemos a la entrada en el pueblo del
camino de Úbeda y Baeza, a la altura del actual semáforo. Lo primero que hay
que decir es que la carretera no se había construido y por lo tanto los muretes
que hoy la separan del inicio del Paseo de Santa María, el del arranque de la
calle del Ángel y el del principio de la calle Nueva, no existían. Hay que
imaginar una zona abierta, con pocas casas alrededor y de menor altura que las
actuales, en la que desembocaban la calle Nueva y la de Alcaraz.
Iglesia y casa rectoral antes de las reformas del siglo XX. Se aprecian los restos de la cárcel o torre de la alcaidía, junto a la torre de la iglesia (inferior izquierda) |
Puerta de Granada, Adentro y Alcaraz
La calle Alcaraz era la que actualmente se llama de los
Arcos. El nombre, procede seguramente de alguna propiedad eclesiástica
originaria de aquel pueblo.[6] Esta
calle se formó por delante de la antigua muralla del arrabal medieval —algunas
veces se le llamaba la Cava— y en 1800 era bastante principal. La muralla, el
lateral izquierdo según se baja, prácticamente había desaparecido, pero sus piedras se habían aprovechado en la
construcción de casas, como se puede ver en la fotografía de Cerdá y Rico de
principios del siglo XX. De la muralla solo quedaban dos puertas: la de abajo,
pequeña, que es el Arco de los Santos, y la de arriba, frente a la calle Nueva,
llamada puerta o arco de Granada.
La puerta de Granada, así se la conoce constantemente en
los documentos de época, era la entrada principal a la calle Adentro y el
acceso casi único desde la Plaza al Alcázar y a la Parroquia, pues no existía
todavía la calle de la Virgen. Era una puerta medieval, defensiva, acodada en
forma de L para evitar que se pudiera entrar por ella a la carrera.[7] Sin embargo lo que en tiempos medievales suponía
una ventaja defensiva ahora resultaba un inconveniente. Porque por este arco
pasaban las procesiones, religiosas y cívicas, y su angostura y estrechez
provocaba situaciones incómodas. Por eso se decidió derribarla y sustituirla
por un arco ancho y alto que ya solo tenía función ornamental. Es desde
entonces conocido como arco de la Manquita de Utrera, por la imagen de la
Virgen de la Consolación de Utrera que allí se puso.
Junto a la puerta de Granada había dos locales de propiedad
municipal. El primero un horno de pan, cuyo arriendo se subastaba todos los
años. El otro local municipal pegado a la puerta de Granada era el mesón, una
especie de alhóndiga en la que paraban los arrieros con sus mercancías y
cualquier transeúnte forastero que llegase al pueblo sin tener alojamiento. Se
componía (Ensenada) de “portal descargador, aposento, cocina, tres cuadras y un
corral y por alto tres dormitorios, un corredor y dos cámaras”. Tenía una
planta de unos 150 m². El mesón era el puerto de entrada de todo lo que venía
de fuera, también de las epidemias, razón por la que se vigilaba especialmente
cuando había amenaza de enfermedad. Era también lugar de abusos y
especulaciones comerciales, pues a veces algún vecino se enteraba de la llegada
de algún arriero con un producto apetecible y, anticipándose a los demás,
compraba toda la mercancía para revenderla luego a mayor precio. Por eso en
1734 se tuvo que mandar que los forasteros esperasen 24 horas en el mesón antes
de pregonar y vender el género, para que se pudiesen enterar todos los
interesados. Por este mesón, el arco de Granada era a veces conocido como arco
del Mesón.
La callejuela de Enmedio llevaba desde el arco a la calle
Adentro. Adentro era calle principal y
en ella coexistían casas pequeñas con otras bastante mayores en las que vivían
personas de elevada posición social. Como ejemplo de unas y otras se pueden
citar (Ensenada) la del jornalero Gabriel Atencia, dando a Pozairón, que vivía
con su mujer y sus dos hijos en una casa con portal y aposento y por alto
cocina y cámara. En el extremo opuesto la de don Salvador de Zafra, labrador,
que vivía con su mujer y dos hijos, ama,
moza y un mozo en una casa con portal,
zaguán, patio, dos salas, tres bodegas, jaraíz, pajar, cuadra y corral. Por
alto cocina, tres cuartos, dos salas y cinco cámaras. Pero la casa más grande
de la calle pertenecía al caudal de Propios. Era la conocida como casa de los
corregidores y tenía portal, zaguán,
cocina, oratorio, tres bodegas, dos caballerizas y un patio; por alto tres
salas, otras tres cocinas, dos alcobas y seis cámaras. En esta casa, que
todavía no he conseguido identificar con precisión, se reunía el Ayuntamiento
hasta finales del siglo XVIII. Era también la vivienda de los corregidores y de
ahí el nombre por el que era conocida. Contaba con un pequeño oratorio, que
reformó y ornamentó hacia 1706 el corregidor don Tomás de Puga y Rojas, en el
que se podían celebrar misas por autorización especial del vicario visitador.
Fue vendida a mediados del siglo XIX.
La calle Adentro hay que entenderla como la actual y su
continuación llamada Jiménez de Rada, porque al no existir todavía la de la
Virgen no había interrupción en las fachadas de su lado sur. Por sus
estrecheces se accedía a la parroquia y por allí pasaban de mala manera las
procesiones religiosas, las de la Inquisición en la publicación de los edictos
de fe y las cívicas y patrióticas con motivo de la proclamación de los reyes.
Algunos puntos eran, y son, tan angostos que difícilmente pasaban más de dos o
tres personas a la vez. Donde la actual Adentro desemboca en la de la Virgen se
ensanchaba el paso, pero poco más arriba, a la altura de la calle del Cinto,
volvía a estrecharse en la puerta de la muralla medieval que daba paso al
Alcázar, a la Lonja y a la parroquia mayor. No hay datos sobre su disposición,
pero seguramente era también acodada como la de Granada. Esta puerta sobrevivió
al menos hasta mediados del siglo XIX y cuando se derribó quedó el hueco en la
muralla, sin que se hiciese un arco decorativo como ocurrió con el de la
Manquita de Utrera.
Relieves de la antigua iglesia. Foto Carriazo de la casa rectoral, de los años veinte del pasado siglo. |
A un lado y otro del arco de acceso a la Lonja, la calle
del Cinto discurría pegada a la muralla. Era menos principal que Adentro y de
casas más pequeñas. La muralla del Alcázar, aunque caída en algunas partes, se
mantenían bastante entera, con sus cubos y torreones, de los que actualmente
solo queda el demasiado restaurado del Mirador y otro medio camuflado en la
parte posterior de la iglesia. El Alcázar fue en su momento el núcleo del
pueblo, el último y más fortificado reducto defensivo para los vecinos.[8] En su interior
estaban edificios tan principales como la alcaidía y la parroquia mayor, dispuestos
a un lado y otro de la plaza Vieja o de la Lonja. La denominación de vieja, por
oposición a la nueva, la actual Plaza, se utilizó hasta bien entrado el siglo
XIX. El sobrenombre de plaza de la Lonja, que finalmente se impuso, nos indica
que una de sus funciones principales fue la comercial, la de mercado.
Seguramente en algún momento tuvo algún tipo de espacio cubierto o soportal, que
daba refugio al mercadeo los días de lluvia o de calor.[9]
En el Alcázar el edificio más sobresaliente era, como sigue
siendo hoy, la parroquia mayor de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo. En la
publicación de la estela discoidea de Quesada,[10]
Carriazo dice que “era una linda joya de estructura gótica y ornamentación
plateresca, relacionada con el foco artístico de Úbeda” y añade los restos que
en aquel momento, principios del siglo pasado, subsistían: “De lo que era,
podemos juzgar por la maltratada capilla del Santo Sepulcro, bajo la torre, un
escudo del Emperador en la esquina de esta última, una puerta cegada, sobre la
Lonja, y los relieves que adornan la puerta de la casa rectoral”. La capilla de
trazas góticas bajo la torre sigue allí y la puerta cegada de la Lonja debe
estar debajo de la capa de yeso y cal, que sólo en parte se ha retirado.
Publicó Carriazo en este trabajo de la estela discoidea una fotografía de dicha
puerta. Los relieves de la fachada de la casa rectoral, “entre ellos, un grupo
de la Virgen poniendo la casulla a San Ildefonso”, se retiraron cuando se hizo
la nueva casa de la parroquia, en los años sesenta del pasado siglo, e ignoro
su paradero. Solo se conserva un Dios Padre que actualmente está colocado en la
torre. De estos relieves también hizo y publicó Carriazo una interesantísima
fotografía.
Aparte de los comentarios que de la parroquia hizo Carriazo,
existe en las actas capitulares de distintos años referencias a la iglesia que
permiten afirmar que a finales del siglo XVIII mantenía la estructura gótica y la
decoración plateresca. Seguramente había tenido reformas y ampliaciones —el
caso de la torre es claro, pues hoy en día se puede observar cómo varía en
altura su aparejo—, pero solo se podrá describir con detalle este proceso de
reforma si existiese expediente de obras en el Archivo Diocesano de Toledo,
archivo de difícil acceso, al menos para mí. Una de estas reformas se hizo
imprescindible a causa de los daños que sufrió la estructura por el terremoto
de Lisboa de 1 de noviembre de 1755.[11] Se
resintieron las arquerías interiores, se
hundieron la torre en su parte alta y los techos de “algunas capillas”.
El aspecto exterior, y sobre todo interior, de la iglesia
era bastante diferente en 1800 al que hoy presenta. La entrada principal,
situada en el lado del Evangelio, daba a la plaza Vieja, la Lonja, y era
seguramente esa puerta cegada que fotografió Carriazo. Hay que tener en cuenta
que la zona noble del Alcázar estaba en esta plaza y que en la parte del
mirador seguramente hubo enterramientos y en estos años de finales del XVIII una
escombrera, por no llamarle muladar. Toda la parte norte del Alcázar, conocida
como las Almenas, estaba bastante deshabitada, con casas ruinosas y solares sin
edificar. Además de la puerta principal de la Lonja tenía la iglesia otra
llamada de San Ildefonso, frente al altar y donde hoy está la entrada
principal. El relieve del milagro de San Ildefonso que llegó a conocer Carriazo
debía estar en esta fachada. [12]
El interior de la parroquia mayor se componía de tres naves
que, según el informe de daños que se hizo cuando el terremoto de Lisboa,
estaban separadas por “arcos de piedra de sillería sobre gruesas columnas de lo
mismo”. Estos arcos y pilares de piedra siguen existiendo, al menos en parte,
dentro del recubrimiento de tabiques y yesos de gusto neoclásico que se pueden
ver hoy día. Hace ya años que se hizo una cata junto a la capilla de la torre y
quedó al descubierto un capitel policromado perteneciente a aquella primitiva
estructura de piedra. La cubierta de la nave principal era también distinta a
la actual bóveda de cañón fabricada en yeso. Estaba formada por una armadura de
par y nudillo de madera decorada, situada a mayor altura que la actual.
Sorprendentemente esta armadura sigue existiendo y está en bastante buen
estado. Se puede ver desde el interior de la torre.
La parroquia era una institución fundamental en la vida del
pueblo y tenía un gran poder social. El número de clérigos rondaba la decena,
incluyendo al prior y cura propio, a los tenientes de cura y al teniente de
beneficiado, a los que había que sumar el personal laico: sacristán mayor,
sacristán menor, sochantre y fiscal de vara (alguacil eclesiástico). Su
capacidad económica era grande pues, además de los impuestos eclesiásticos
—diezmos, primicias, minucias—, solo en concepto de memorias[13]
ingresaba en 1752 la no pequeña cantidad de 11.321 reales. En la parroquia
mayor tenían sede varias cofradías principales, la del Santísimo Sacramento,
que era la de más prestigio e importancia y la de las Ánimas. También tenía
sede temporal la cofradía de la Virgen de Tíscar, menos rica que las anteriores,
pero de mucho relieve por ser la patrona y gozar de la “protección” o patronato
del Ayuntamiento.
La parroquia mayor de los Santos Apóstoles llegó al siglo
XIX en un estado muy preocupante. En el cabildo de 19 de julio del año 1800, don
Francisco Lucas Monedero, síndico personero del común,[14]
manifestó a los regidores que corrían rumores por el pueblo de que la iglesia mayor parroquial amenazaba ruina y que así
se lo habían manifestado numerosas personas. Para comprobar si eran ciertas las
noticias y “efectivo el peligro que iba infundiendo en los vecinos de esta
villa”, el personero se asesoró de peritos y personas inteligentes
(conocedoras). Del informe que recibió se desprendía que “por el desplome de
paredes y sentimiento de sus arcos en partes esenciales está todo el edificio
expuesto a ruina si con la mayor brevedad no se ponía remedio”. En consecuencia
pidió don Francisco al Ayuntamiento que “se pasasen los oficios más políticos y
atentos” a la autoridad eclesiástica para que procediese a las obras
necesarias. Los maestros alarifes que envió el Ayuntamiento confirmaron los
temores u lo comunicó inmediatamente al vicario. Toledo no se tomó el asunto
con prisa y la parroquia quedó inutilizada bastantes años. Mientras tanto, las
funciones de parroquia pasaron a la iglesia de Santa Catalina, la del antiguo
convento de las monjas dominicas.
Antigua puerta de la iglesia en la Lonja. Foto Carriazo
Cárcel
El otro edificio importante del Alcázar era la Alcaidía. Fue
torre principal del viejo recinto amurallado y residencia del alcaide o jefe
militar nombrado por la ciudad de Úbeda. Tras la emancipación de 1564 pasó a
ser la sede del Concejo, donde se celebraban las reuniones del cabildo.
Posteriormente el Concejo se mudó a la casa de los corregidores, en Adentro, y
la torre se convirtió en cárcel real, función que mantuvo durante casi todo el
siglo XIX. Aunque ruinosa, todavía seguía en pie en los años veinte del siglo
pasado hasta que fue demolida poco antes
de 1930.[15]
Estaba situada la cárcel en la Lonja, frente a la puerta principal de la
iglesia. Por la parte de atrás daba a la actual calle Alcaidía, donde sigue
siendo visible su cimentación. Tenía dos calabozos no demasiado grandes y
delante, ocupando parte de la actual plaza, hubo hasta 1872 un edificio anejo
que se llamaba sala de Audiencia, con portal de entrada y sala propiamente
dicha. En su origen fue seguramente utilizado para las reuniones de cabildo,
pero desde que se convirtió en cárcel se utilizaba como dependencia para
interrogatorios (del tipo que fueran) y dependencia de los carceleros, donde
custodiaban los libros de registro. Cuando tomaba posesión un corregidor o
alcalde mayor, inmediatamente después de la ceremonia en el ayuntamiento,
visitaba la cárcel y en señal de autoridad mandaba abrir y cerrar los calabozos
así como quitar y poner hierros y prisiones a algún preso.
La torre de la alcaidía, cárcel, vista desde el arco de los Santos. Foto Marín. |
Arco del Santo Rostro y parroquia de Santa María de Gracia
Junto a la cárcel, donde actualmente están las escaleras de
bajada al salón parroquial, había otro arco llamado del Santo Rostro. Solo daba
servicio a los pocos vecinos del final de las calles del Cinto y Adentro y por
eso era poco transitado. Su escasa utilidad y el terrible hacinamiento de los
presos hizo que se cegase para convertirlo en tercer calabozo. El resto de
casas de este barrio se disponía en el entorno de la actual calle Alcázar. Eran
en su mayoría pequeñas y se entremezclaban con otras ruinosas y solares sin
edificar. Toda la parte al norte del Alcázar, actual paseo de Santa María,
estaba baldía y sin edificar. Sin embargo, por debajo de la muralla en la parte
del actual mirador, era visible la parroquia menor de Santa María de Gracia, que
a estas alturas de 1800 ya estaba abandonada y caída. La rodeaban algunas
casas, también muy deterioradas, que formaban un pequeño barrio. En 1932, según
dice Carriazo en su artículo sobre la estela discoidea, los restos de Santa
María, breves e informes ruinas, eran todavía visibles. La parroquia de menor
de Santa María estaba todavía en uso en 1752, pero ya funcionaba solo como
ayuda de parroquia y sin tener ningún clérigo asignado en propiedad. Esta
decadencia era consecuencia de la del barrio que la rodeaba, llamado de las
Cuestas, que contaba con muy pocas casas, muchas en mal estado o directamente
en el suelo. Sirve de ejemplo una casa, que era propiedad de don Atanasio de
Alcalá, en el “barrio de Santa María, extramuros de esta villa”, con cuadra,
pajar y por alto cocina, dormitorio y dos cámaras. Lindaba por la izquierda con
laderas y solares y por la derecha “lo mismo”. Se le calculaba un valor de
arrendamiento de solo 33 reales al año, “por estar casi toda bastante caída con
los temporales, por no tener resguardo ninguno y hallarse sola”. Algo parecido
ocurría con otra propiedad de Fernando Hernández, que lindaba por un lado “con
la parroquia de Santa María y por el otro con solares”.
A pesar de todo, la parroquia menor seguía contando en 1752
con cofradía propia del Santísimo
Sacramento. Según el manuscrito Memorias,
Santa María dejó de ser parroquia en 1763, año en el que San Sebastián, “que estaba allí”, volvió de regreso a su ermita.
Sea precisa esta fecha o solo aproximada, lo cierto es que, según el informe
que para el geógrafo Tomás López hizo el párroco en 1785,[16] ya
no existía Santa María como parroquia: “tiene (esta villa) una iglesia
parroquial con la advocación de San Pedro y San Pablo y un anejo situado en el
convento de religiosas dominicas con la advocación de Nuestra Señora de los
Remedios” La parroquia de Santa María de Gracia desapareció, no dejando más
rastro que su nombre en el paseo que se construyó bien entrado el siglo XIX.[17]
La
expansión del casco urbano
Lo que
se ha visto hasta aquí es el pueblo medieval, con su Alcázar y su arrabal de
Adentro. Una villa refugiada tras las murallas, temerosa siempre del ataque granadino. Desde el fin de la guerra
de Granada, con la breve e inesperada excepción de la rebelión morisca de
1568-1571, desapareció el peligro militar y en consecuencia aumentó la
población. El pueblo creció al otro lado del barranquillo que, por la actual
calle de los Arcos, corría paralelo a las murallas. Lo hizo de forma
planificada, con una gran plaza pública rectangular rodeada arriba y abajo por manzanas
de la misma forma. Para comunicar la parte antigua y la moderna se trazó una
calle más o menos recta y muy ancha para entonces. Partía de la puerta de
Granada y llegaba a una de las esquinas de la plaza pública. Se le llamó calle
Nueva. La creación de este barrio extramuros, junto a la caída de población en
el siglo XVII, produjo como efecto el despoblamiento parcial del viejo pueblo
medieval. Para el año de 1.800 el Alcázar, Cinto y Adentro estaban salpicados
de casas arruinadas y solares vacíos.
Por eso, cuando la población volvió a crecer entrado el siglo XIX, la
primera zona de expansión fue, paradójicamente, esta parte vieja, que se macizó
construyendo en todos los espacios vacíos que el tiempo y la ruina habían
dejado.
Que la calle Nueva uniera la
parte vieja y moderna del pueblo la hizo muy transitada. Como consecuencia,
desde un primer momento tuvo vocación comercial, que se acentuaría en los
siglos XIX y XX hasta que el tráfico moderno la ha relegado a simple carretera
de paso. Ya en 1752 (Ensenada) los pocos comercios de la villa se concentraban
en ella. Allí estaba establecido Simón de la Barba, que tenía abierta sastrería
y tienda de especiería y
quincalla, por la que se le estimaban unos importantes ingresos de 2.000 reales
al año. Al principio de la calle, junto a la puerta de Granada, tenía su
comercio Antonio de Padua, en el que despachaba aceite y jabón. Por último
Francisco Candeal vendía en su tienda géneros de especia y quincallería, además
de aguardiente, especie de la que era abastecedor público.[18]
Las casas de la calle Nueva eran en general mayores que las de la parte vieja.
Entre sus edificios destacaba el Hospital.
Patio del Hospital. Foto Carriazo.
Hospital.
El Hospital de la Limpia y Pura
Concepción era una antigua fundación benéfica dedicada al socorro de enfermos
pobres y transeúntes. Se financiaba del producto de las tierras, huertas y
casas que había ido recibiendo a lo largo de los años por piadosas donaciones. Suponían
un caudal importante, pues en 1752 se le graduaba un rendimiento anual de casi
8.000 reales: catorce casas y tierras de secano cerealero, huertas, viñas,
moredales y olivares repartidos por todo el término. También contaba con censos
(prestamos) a su favor con un principal de 37.727 reales y unos réditos anuales
de 1.129 reales. El Hospital estaba en la calle de su nombre y tenía aneja una
iglesia, “con su sacristía contigua del altar mayor”, que daba a la calle
Nueva. Inmediatas a la iglesia las “casas principales de dicho hospital”. En
este edificio no estaban solo las dependencias benéficas, sino también la
escuela de gramática y primeras letras. Se componía el edificio de un zaguán
que daba a un patio “con seis columnas de piedra”. En torno a este patio el
“cuarto de la escuela”, una sala baja dividida “en tres separaciones, las dos
para curar los pobres enfermos (con tres camas), la otra sirve de oratorio para
la Santa Escuela de Cristo (cofradía)”. Además una cocina para “pobres
pasajeros” y un corral. Por arriba tenía dos corredores, una cocina, una sala y
“dos alcobas dormitorios”. En ese piso alto es donde vivía el maestro. Junto a
esta casa había otra mucho más pequeña cedida como vivienda a la hospitalera, a
la que se pagaban 100 reales anuales. Era la única empleada a tiempo completo
pues los demás —médico que asiste a los enfermos (132 reales), cirujano (55
reales) y administrador (330 reales)— solo acudían al Hospital cuando era
necesario. La escuela y el maestro, aunque compartían edificio, no se
financiaban del Hospital sino que tenían caudal propio.
Actualmente
solo se conserva la iglesia, a la que en fecha posterior se le añadió una
pequeña nave lateral, seguramente aprovechando el salón de la escuela. El resto
del edificio fue demolido —antigua tradición quesadeña— hace no muchos años.
Ignoro que se hizo de las columnas, basas, capiteles y zapatas de madera, que
seguían en su sitio cuando la demolición, aunque la casa ya estaba en ruinas.
Como recuerdo del patrimonio perdido nos queda la conocida fotografía que hizo
Carriazo en los años veinte del pasado siglo.
Madre
de Dios y cementerio
Por
encima de la calle Nueva el principal edificio era la iglesia de Madre de Dios
de la Soledad, que tenía anejo el cementerio del pueblo. Estaba en la calle que
ha conservado su nombre, en el espacio donde a mediados del siglo XX se
construyó un grupo escolar. Aunque no tenía pila bautismal no era una iglesia
menor, por ser la del cementerio y porque allí tenía sede la cofradía de la
Soledad. Veremos su decadencia a lo largo del siglo XIX y cómo fue demolida
dando lugar a un solar que se terminó dedicando a plaza de toros. Respecto al
cementerio, estuvo en uso hasta que en 1855 se construyó el “nuevo, en la parte
del Humilladero”, actual colegio Virgen de Tíscar. Hay que considerar que el
cementerio no estaba en medio del pueblo, pues entonces el Ángel no era calle y
Monte acababa poco más arriba de Madre de Dios. Por encima había apenas algún
corral de ganado y eras de trilla. Al
principio del Ángel, visto desde la carretera de hoy, estaba el corral o toril
del concejo, de uso municipal para albergar al “caballo padre”, a toros
sementales y cualquier otra necesidad ganadera del concejo. La calle que desde
este corral iba hasta Monte y Patona se llamaba Corral del Concejo, más tarde
solamente Concejo —por quitar lo de corral— y finalmente
Correo.
Convento
de monjas dominicas
Por
debajo del Hospital salía la calle de las Monjas, así conocida porque rodeaba
el convento de monjas hasta la plazuela de Santa Catalina. Del origen del convento
de monjas de N.ª S.ª de los Remedios, orden dominica, hay poca noticia. Según
Nicolás Navidad es probable que se fundara por el capitán Negrillo a mediados
del siglo XVI.[19]
En el año 1752 estaba compuesto por trece monjas de velo negro y otras siete de
velo blanco. Contaba además con un criado para el campo y un pastor. Disfrutaba
de rentas anuales por unos 15.000 reales, que procedían de las tierras de su
propiedad y de los intereses de censos a su favor. Tenía aneja la iglesia de
Santa Catalina de Siena, mística con gran predicamento en la orden dominica. No
se conserva ningún resto del convento ni de la iglesia y solo ha dejado
recuerdo en el nombre de la calle, Callejón de las Monjas. En la iglesia de
Santa Catalina tenía sede la cofradía del Señor de la Columna.
La
situación del convento no debía ser muy boyante ya por estos años y además se
habían producido algunos escándalos que obligaron a intervenir a la Inquisición
de Córdoba, persiguiendo delitos de solicitación y prácticas supersticiosas. Por
todo esto la orden dominica lo renunció y en 1761 pasó a depender de la
jurisdicción eclesiástica ordinaria, es decir, el Arzobispado de Toledo por vía
del vicario de Cazorla. Poco aguantó el arzobispo a las hermanas y en 1786
consiguió licencia de Carlos III para su clausura definitiva.[20] Las monjas que quedaban
fueron trasladadas al convento de agustinas de Cazorla y con ellas marcharon
tierras, casas y censos. Este traspaso de bienes dio origen a un larguísimo
pleito entre las agustinas y el Ayuntamiento de Quesada, que defendía que, una
vez muertas todas las dominicas, el caudal del convento debía pasar al común de
los vecinos.
La
Plaza
La
calle Nueva desembocaba en la Plaza, plaza Pública, de la Villa o del Mercado,
que por todos estos nombres se la conocía. Sus funciones eran similares a las
de las tradicionales plazas mayores castellanas y también lo era su forma,
grande y rectangular, diáfana, sin árboles ni cosa parecida que obstaculizara
su carácter de lugar público por excelencia. A la Plaza se desplazó el antiguo
mercado de la Lonja y en ella se celebraban los actos y fiestas religiosas y
civiles, también las militares como reseñas y alardes. El Ayuntamiento sin
embargo tardó bastante en instalarse en la Plaza, pues hasta la segunda mitad
del siglo XVIII se siguió utilizando como tal la llamada casa de los corregidores,
en la calle Adentro.
La
falta de un edificio público en la Plaza resultaba un problema, pues la Villa —corregidor, regidores, diputados, síndicos— debía
presidir las funciones públicas y hacerlo no en el suelo, sino asomados a un
balcón. Por eso en septiembre de 1732 se compró una casa a don Tomás Fernández
Enríquez para instalar allí las casas capitulares. Sin embargo, “y no habiendo
tenido medios para llevar adelante este ánimo”, se limitaron a poner “un balcón
de madera torneada con su puerta ventana” para que desde él la Villa pudiese
presidir las funciones públicas. En 1743 la ruina del balcón y fachada del
edificio obligó a una importante reforma.[21] Esta obra no le dio
todavía el aspecto que finalmente tuvo y que se mantuvo hasta su demolición a
principios de los años setenta del siglo pasado. Solo se usaba con fines
protocolarios, asomarse al balcón, hasta que en algún momento indeterminado de
finales del XVIII, se pasaron a él las funciones municipales desde la casa de
los corregidores. Entonces se le sometió a nueva reforma y se le añadieron las
molduras y decoraciones de gusto barroco que se puede ver en las fotografías
del antiguo ayuntamiento. Ya no era moda el barroco, que había sido sustituido
por el neoclásico, pero a los pueblos apartados como Quesada las nuevas
tendencias artísticas tardaban en llegar.
La
Plaza tuvo desde época temprana vocación de espacio noble, destinado a que las
familias importantes del pueblo construyeran sus casas, mucho más espaciosas de
lo habitual. En 1752 (Ensenada), aunque había algún que otro vecino humilde,
vivían allí importantes personajes, como Don Manuel Antonio de Herrera, regidor
perpetuo y primer voto del cabildo, que lo hacía en un enorme caserón que hacía
esquina con la calle del Agua y ocupaba los actuales números 15 y 16. En el
edificio del actual bar Marisol lo hacía el escribano Don Joseph Vela del Olmo,
también regidor perpetuo y segundo voto. Se pueden citar a otros importantes
propietarios como don Salvador Cano, actual número
4, o don Manuel de Alcalá, número 11. En el número 13 vivía doña Rosa Román,
que cuidaba de su nieto, hijo de don Rodrigo de Urrutia, capitán de la Compañía
de Guardiamarinas de Cádiz, ciudad en la que acababa de fallecer.[22] Y por
supuesto vivía en la Plaza Don Juan Valeriano Jiménez Serrano, clérigo de
órdenes menores y uno de los más ricos propietarios del pueblo. Su casa era el
actual número 22 y con él que hubo que tratar para la mencionada reforma de
1743.
Entrando en la Plaza desde la calle Nueva, a la derecha,
había un portal de propiedad municipal. Se usaba como puesto público para la
venta de los productos que estaban en régimen de monopolio por el Ayuntamiento,
como el aceite, vinos, aguardientes y en su tiempo nieve. Este local sigue
siendo del municipio, estuvo allí la inspección de municipales y actualmente
unos servicios públicos. Enfrente, en la esquina de la Plaza con el lateral
derecho de Coronación, la fuente pública, única que había en el pueblo, con
caños para que los vecinos se surtieran de gua y pilar para el ganado. Se
recompuso en 1698 y corresponde a esta obra la lápida conmemorativa que
actualmente está en las escaleras del ayuntamiento. El agua por este tiempo se
traía del Chorradero mediante una conducción que era en parte tubería de atanores
de cerámica y en parte caz descubierto. Era frecuente que quedara inutilizada
por el barro que arrastraban temporales y tormentas y también era frecuente que
el venero se secase durante las sequías. Cuando no manaba el agua, los vecinos
que no tuvieran pozos propios —la gran mayoría— debían surtirse en el caz de
riego que rodeaba la parte baja del pueblo. Servía también de aguadero para el
ganado y la convivencia de uno y otro uso generaba problemas de todo tipo, lo
que obligaba a fijar horarios —mañanas para los vecinos y tardes para el
ganado— a fin de evitar turbiedades y preservar la calidad del agua.
Interior de la iglesia del convento. Foto Carriazo, 1925. |
Convento dominico de San Juan
Ha quedado para el final la descripción del edificio que,
con mucho, más destacaba en la Plaza. Se trata del enorme, a escala local, caserón
del convento de los frailes dominicos del Señor San Juan. Se componía de torre,
claustro, iglesia, cocina, refectorio y dependencias anejas. Antes de empezar su
descripción hay que referirse a una extendida “leyenda urbana” que dice que en
su origen la Plaza fue la huerta del convento. No hay una sola mención en
ningún tipo de documento ni en ningún tiempo, que yo conozca, a este origen de
la Plaza como huerto. Además no tendría ningún sentido, porque los dominicos
eran la orden de predicadores, predicaban pero no trabajaban, no eran los
benedictinos del ora et labora. Para abastecerse de productos no
necesitaban de huerto, porque eran dueños de numerosas huertas repartidas por
todo el término, además de cortijos en Puerto Rubio, Bruñel Bajo y Guadiana,
rodeados de muchos celemines de riego. Ignoro cómo surgió esta leyenda
inverosímil que ha llegado incluso a algunos documentos municipales. Seguramente
fue la ocurrencia de alguien a quien le cuadró con una huerta la forma
rectangular de la Plaza y lo dio por bueno sin más. [23]
El convento de San Juan se fundó, según Nicolás Navidad que
ha estudiado el tema, por el capitán Juan Negrillo en 1542. El capitán Negrillo
participó activamente en las campañas militares del norte de África tras la
conquista de Granada, destacando en la campaña de Bugía y en el Peñón de Argel.[24] Se
construyó en la entonces zona de expansión crecida tras el cese de los peligros
militares. Su ubicación se correspondía con la actual plaza de la Coronación. La
presencia de los dominicos tuvo un impacto grande en el pueblo siendo su prior figura
de gran relieve en la vida política y social. Ya a los pocos años de su
fundación, durante la sublevación morisca de 1568-1571, fray Luis de Prados, superior
del convento, fue comisionado ante las autoridades políticas y militares de
Granada para defender distintas peticiones del Ayuntamiento relacionadas con
aquella guerra.[25]
En 1752 el convento estaba compuesto, según su prior fray Miguel de Atencia,
por ocho frailes sacerdotes y cuatro legos. A su servicio tenían dos fámulos,
un mozo para el campo y un pastor. Se mantenía el convento del fruto de sus
tierras repartidas por todo el término, en su mayoría arrendadas. Las rentas
anuales ascendían a algo más de 25.000 reales. Estos 25.000 reales permitían a
los frailes una existencia acomodada, sobre todo porque estaban exentos de
tributos y contribuciones, pero no era un convento especialmente rico y en nada
se podía comparar a las grandes fundaciones de Úbeda y Baeza.
El edificio principal del convento estaba delante de la
plaza de la Coronación y era de planta cuadrada. En su esquina suroeste, justo
encima de la actual carretera y paso de vehículos, se alzaba una torre que
dominaba la Plaza. En el lado sur estaba la fachada principal, con la puerta de
acceso pegada a la torre y decorada con un frontón triangular. Encima una
primera planta con ventanas y una segunda con arquería que protegía un
corredor.[26]
Desde el acceso y portería se accedía a la esquina de un claustro con arcos y
columnas de piedra. En torno a él, en el primer piso, las celdas de los
frailes, abajo almacenes y dependencias varias. En el lado este del claustro
había dos puertas. La pegada al lado norte comunicaba con el refectorio y las
cocinas, la otra, pegada al sur, comunicaba con la iglesia.[27]
La iglesia del convento tenía una sola nave, que en el
siglo XX estaba cubierta por una bóveda de cañón hecha de yesería, aunque es
muy posible, dada su fecha de construcción, que en tiempos estuviera cubierta,
como la parroquia, por un artesonado de madera. De hecho todavía en el siglo XX,
según Carriazo, la cabecera de la nave conservaba un “alfarje de ocho paños”,
que se puede ver parcialmente en la fotografía que hizo del altar mayor. Y es
que Carriazo conoció la iglesia en su juventud y fue quien hizo las dos únicas
fotografías conocidas de su interior.[28] La
iglesia se disponía hacia el este, estando su cabecera a la altura del museo
viejo. A su derecha corría la calle de San Juan, también llamada del Convento,
a la que daba la puerta de entrada. Estaba presidida la nave por un retablo
barroco de madera, no demasiado grande, y disponía de pequeñas capillas en los
laterales. En el subsuelo había enterramientos de personas principales debajo
de lápidas de piedra, algunas de las cuales transcribió Carriazo en su cuaderno
de notas. Estos enterramientos eran comunes en los templos hasta que los
prohibió Carlos III en 1787 para prevenir epidemias. En la iglesia del convento
tenía su sede la cofradía del Rosario y la tuvo también, aunque a finales del
siglo XVIII estaba extinguida, la de San Jacinto. De esta iglesia partían
también las tétricas procesiones con las que la Inquisición anunciaba la publicación
de los edictos de fe.
En el lateral contrario de Coronación, el convento de
frailes estaba separado del de las monjas por un estrecho callejón. Era lugar
apartado y poco transitado, muy usado para desahogarse en todos los sentidos. A
él daban las ventanas del refectorio y cocina de los frailes, que se vieron
obligados a pedir licencia al Ayuntamiento para cortar el paso cerrando ambos
extremos. Cuando las monjas fueron trasladadas a Cazorla, las agustinas
inmediatamente quisieron obtener beneficio inmobiliario del convento, para lo
que necesitaban abrir el callejón. Tuvieron sus discusiones y enfrentamientos
hasta que finalmente se llegó al acuerdo de un cierre parcial. Hasta la segunda mitad del siglo XIX no se
abrió definitivamente, pero por su estrechez y poco tránsito tardó en perder el
sobrenombre escatológico por el que se le conocía.
Alrededores de la Plaza
Cuando se hizo la Plaza en el siglo XVI se trazó a su
alrededor un ensanche de manzanas más o menos rectangulares que dejaban calles que,
en comparación con la parte vieja del pueblo, eran anchas y rectas. Por debajo
de la Plaza la primera era la conocida como Rodrigo de Poyatos, actual Dr.
Muñoz. Calle de cierto relieve con algunas buenas casas, a la que se conocía
también como calle Conde, denominación que sobrevivió hasta mediados del siglo
XX. En 1752 tenían casa en ella D. Luis Conde y los herederos de D. Pedro
Conde. Por debajo de Rodrigo de Poyatos la calle Corralazo, nombre por el que
se conocía no solo la actual Fernando III sino toda la zona de su alrededor.
Ambas concurrían a la calle, entonces más bien barranquillo, del Agua, por
donde bajaban los sobrantes de la fuente pública y los días de lluvia la
escorrentía de la Plaza.
Frente a donde terminaba Rodrigo Poyatos empezaba Pedro
Sánchez Guerrero, actual Dr. Muñoz, nombre que procede de un importante
escribano del número (notario) del siglo XVII. Había en ella alguna casa
importante, como la que habitaba en 1752 D. Luis de Lígar Bolbe, administrador
de las rentas del tabaco y personaje importante del momento. La casa, la que
fue de los escudos, se componía de dos portales, corral, cuadra, pajar, dos
bodegas, sala, tres alcobas y un jaraíz y por alto dos cocinas, dos corredores,
cuatro dormitorios, una sala, dos graneros y cuatro cámaras. Al principio de la
calle, dando a la actual del Agua, estaba uno de los tres hornos de pan del
caudal de Propios. Era conocido como horno de la Plaza y en 1752 lo tenía
arrendado el Ayuntamiento en 1.300 reales anuales.
Por la parte de arriba de la Plaza, además de las ya
mencionadas Madre de Dios y Corral del Concejo, destacaba la calle Monte,
perpendicular a las dos anteriores y de la que partía el camino que se dirigía
a Jódar pasando por el Vado de la Adelfa. Casi al principio salía a mano
izquierda la de la Patona, que arrancaba con una gran casa donde vivía la
familia Cano Padilla. Es la casa que mucho más tarde fue posada y en la que
permanece un escudo que, según Carriazo, era propio de D. Salvador Cano Tribaldos
y Jorquera.[29]
El resto de la calle de la Patona era más humilde y terminaba en la confluencia
con Don Pedro, donde se iniciaba la bajada a Fuente Nueva y camino de Tíscar y
Belerda.
Cerraba el pueblo por el sur la calle de Don Pedro de Gámez,
nombre muy antiguo que se remonta al siglo XVII. Al igual que en el caso de
Rodrigo de Poyatos, no he conseguido identificar al personaje que dio nombre a esta
calle. Es posible que D. Pedro fuese presbítero, escribano o algún otro oficio
importante. Creo que hay que relacionar el apellido con la parte de Jódar,
Bedmar y Albanchez. El único Gámez importante que tengo registrado fue D.
Cristóbal de Gámez Mesía, vecino de Albanchez, que en 1752 mantenía importantes
posesiones en Quesada.[30] El caso
es que para principios del siglo XIX casi se había olvidado el apellido Gámez y
la calle era conocida a secas como la de Don Pedro.[31] La
calle Don Pedro tenía forma de T y empezaba en la esquina de la Plaza, junto al
bar Marisol, para en las Cuatro Esquinas dividirse en dos tramos. El de la
izquierda se correspondía con la actual calle y llegaba hasta el principio de
la Carrasca. El tramo de la derecha, actual calle del Teatro, terminaba en la
confluencia con Patona, de donde partía el camino que por Puerto Ausín iba a
Poyatos (Huesa) y que antiguamente se conocía como camino de Guadix o de
Granada. No existía entonces el concepto de calle como segmento lineal de una
vía. Una calle era un pequeño barrio que incluía las bocacalles e incluso las
casas cercanas, aunque no estuviesen alineadas. Por eso Don Pedro tenía forma
de T.
El acceso llano hasta la Plaza hacía de Don Pedro una calle
importante, con casas grandes donde vivían familias principales, aunque había
de todo. Quizás lo que más llamaría la atención a nuestros ojos es que no
existían las Cuatro Esquinas. La calle cerraba por completo el pueblo en
paralelo al Barranco de los Postigos. En el espacio donde hoy está la curva de
inicio del Muro estaba entonces la carnicería de la villa. El abasto y venta de
carne no era libre, estaba administrado en régimen de monopolio por el
Ayuntamiento. Anualmente se subastaba la carne —de cabra y carnero, la única
que se consumía— de manera que el rematante se comprometía al abasto vendiendo
a precios fijados en el contrato y a recaudar los derechos sobre la venta. A
cambio tenía la exclusiva y el resto de vecinos no podía vender, solo matar
para consumo propio. Este edificio de la carnicería tenía un pequeño corral y
sala de matadero. Cuando a finales del siglo XIX se iniciaron las obras de la
carretera de Tíscar se derribó la carnicería y se construyó el Muro, para que la
nueva vía pudiera pasar entre el barranco y la trasera de las casas. Este es el
origen de las Cuatro Esquinas.
Por debajo de la parte nueva en torno a la Plaza fueron apareciendo
barrios humildes de casas pequeñas, con calles estrechas que se adaptaban en su
trazado a las fuertes pendientes. Eran las calles o zonas conocidas como
Espinillos, Terradillo, Cruz Colorá, Cruz Verde y Bache. Este último nombre
nada tiene que ver con lo que hoy de inmediato nos sugiere. Un bache es el
“sitio donde se encierra el ganado lanar para que sude, antes de esquilarlo”.[32] Las
casas se construían por los propios vecinos, que previamente solicitaban al
Ayuntamiento que les cediese el terreno. Y es que todos los alrededores del
pueblo, las partes no edificadas de lo que llevamos visto, componían el ruedo o
ejido del pueblo, tierras de realengo, no cultivadas y de propiedad municipal.
Eran zonas peladas de vegetación, porque al ser comunales servían para
expansión de los ganados del vecindario, que se comían todo lo que pudiera
crecer. Repartidas por el ejido, formando una especie de cinturón, estaban las
eras de “pan trillar”, que también pertenecían al común. En aquel momento las
costumbre marcaba que quien primero limpiara una era al principio del verano
tenía derecho a trillar su cosecha, cediendo el turno a otro vecino cuando
terminaba.
Fue en este ejido baldío donde, cuando aumentaron los
habitantes en el siglo XIX, se construyeron nuevas casas hasta alcanzar el
actual contorno del pueblo. Formaban parte del ejido zonas que hoy día son
calles, como Ángel y Santa María. Aunque en 1800 apenas había empezado a
desarrollarse, en este ejido estaba una calle o zona de nombre peculiar. Por encima
de la Patona, en una parte donde el Ayuntamiento se preocupó de mantener cierto
orden en las alineaciones, estaban las casas de franco. El nombre hacía
referencia a que era lugar de construcción libre, franca, donde solo era
preciso solicitar licencia para hacerlo. Con los años pasó a ser calle Franco,
lo que dio pie a alguna anécdota curiosa. En uno de los procesos militares en
Jaén, tras la guerra civil, el encartado quesadeño contestó en el
interrogatorio que vivía en la calle Franco. A oírlo el escribiente,
habitualmente un soldado, es de imaginar que poco menos que se cuadró y, para
evitar confianzas improcedentes, escribió que el declarante vivía en la calle del Generalísimo. Podemos
interpretar que esta coincidencia de calle y apellido fue la causante de que un
nombre tradicional y antiguo desapareciese del callejero.
Casa solariega de la calle Dr. Muñoz. Foto Carriazo
[1] Este puente es el que
actualmente algunos conocen como “puente romano”, en la Vega, junto a la
depuradora de aguas.
[2] El nombre de Pernías
por el que hoy se le conoce procede de Pedro Pernías Amorós, que a finales del
siglo XIX era propietario de un molino aceitero y otro harinero en aquel lugar,
tradicionalmente conocido como el Vadillo.
[3] Edificio donde se
entregaban y almacenaban los diezmos, impuesto eclesiástico del 10% sobre las
producciones de los vecinos. Se distribuía por tercias decimales, terceras
partes, entre la diócesis, clero local y la Corona, tercias reales. El nombre
de Tercia se terminó aplicando a toda aquella zona y sigue usándose hoy día.
[4] En la documentación del catastro de Ensenada del
Archivo Provincial hay dos tomos que contienen las declaraciones individuales
de los vecinos. Cada uno declara su oficio y ocupación, las personas con las
que vive y están a su cargo y las propiedades con las que cuenta, en su caso,
tanto ganado, tierra como casas. Son
casi 1.000 folios de información exhaustiva que permite formarse una
idea de cómo se vivía en el siglo XVIII, porque las viviendas se describen
pieza por pieza.
[5] Una de ellas es de
Cerdá Rico, en la calle Alcaraz, hoy de los Arcos. La otra que puede servir al
efecto es la vista general desde carretera a la altura de lo que fue el Puente
Segundo, de la que ignoro su autoría, que se publicó en la Enciclopedia Espasa.
[6] En 1752 las dominicas de Alcaraz eran propietarias
de una casa y es posible que fueran la matriz del convento de dominicas de
Quesada.
[7] Nicolás Navidad, que llegó a ver sus restos dentro
de una casa de su lateral, confirma esta disposición. Ignoro si esos restos se
siguen conservando. Sería interesante averiguarlo y, en su caso, protegerlos.
[8] En el ataque de 1406 los granadinos consiguieron
asaltar y quemar el arrabal —calle Adentro y alrededores—, pero no pudieron
forzar el Alcázar.
[9] Según la RAE, lonja es
sinónimo de mercado, edificio público donde se reunían comerciantes.
[10] JM Carriazo. Estela discoidea de
Quesada. Archivo español de Arte y Arqueología. Tomo VIII 1932. Centro de
Estudios Históricos. Madrid.
[11] Fernando Rodríguez de
la Torre. Documentos en el Archivo Histórico Nacional (Madrid) sobre el
terremoto del 1 de noviembre de 1755. Ediciones Universidad de Salamanca
2005.
[12] La Virgen se apareció rodeada de ángeles en la
iglesia mayor de Toledo, imponiéndole una casulla al santo, arzobispo y actual
patrón de la ciudad.
[13] Cantidades para pago
de misas que un propietario imponía a todos o partes de sus bienes. Los
herederos o los compradores debían mantener esta carga.
[14] Este cargo, de
elección anual por los vecinos y que tenía voz y voto en los plenos
municipales, era, simplificando mucho, algo parecido a los actuales defensores
del pueblo.
[15] En la famosa
fotografía del arco de los Santos varias veces usada por Carriazo (atribuida a
Marín por la revista Don Lope de Sosa), es visible esta torre a través
del arco. En otra foto, esta de Carriazo, hecha hacia 1930 desde más o menos la
Era Empedrá, ya está derruida la torre, pero se aprecia perfectamente su base
de piedra.
[16] También conocido como Descripciones de Lorenzana, por el entonces
cardenal de Toledo.
[17] En una de las jardineras de la Plaza
está “dejado” el pequeño fragmento de un Cristo de piedra que aparenta ser la
piedra clave de un arco. Ignoro cómo llegó allí y de donde procedía, bien
pudiera proceder de Santa María, porque su aspecto es antiguo y la piedra es
material caro, lo que en principio descarta a las otras iglesias del pueblo,
pero me temo que nunca lo sabremos.
[18] Antes de la implantación del comercio libre a lo largo del XIX, el concejo sacaba a subasta el abasto de productos como la carne, el aguardiente, jabón y aceite, etc. El rematante se quedaba con la venta en exclusiva del producto, obligándose a que no faltara su abasto, a recaudar los derechos fiscales y a vender a un precio fijo marcado por el Ayuntamiento.
[19] Nicolás Navidad Jiménez. Juan Negrillo, un
capitán quesadeño del siglo XVI. En Revista de Ferias 2022.
[20] Vicente Ortiz García. Los CONVENTOS de QUESADA y el callejón que los separaba. HISTORIA DE QUESADA. vortizg.com.
[21] Vicente Ortiz García. El
AYUNTAMIENTO VIEJO DE Quesada. 1743. HISTORIA DE QUESADA. vortizg.com.
[22] Este don Rodrigo participó en la batalla de Cabo Sicié, donde al mando del mercante artillado Poder hizo frente a tres navíos de guerra ingleses, siendo por sus méritos ascendido de capitán de fragata a capitán de navío.
[23] El documento municipal es el Catálogo de bienes y espacios protegidos. Se podría añadir en contra de esta teoría el problema del agua, de dónde la sacaban para regar la huerta, sobre todo en verano, en un pueblo donde el suministro de agua de boca fue un serio problema hasta finales del siglo XX. Pero lo fundamental es que no hay, que conozca, ningún documento que la avale.
[24] N. Navidad. Óp. cit.
[25] Juan de Mata Carriazo Arroquia. La
guerra de los moriscos vista desde una plaza fronteriza (Extractos de las actas
capitulares de Quesada). En REVISTA DE ESTUDIOS DE LA VIDA LOCAL . AÑO VI mayo-junio. 1947. núm. 33.
[26] En las fotografías del
siglo XX que se conservan se comprueba que la fachada fue reformada en la
segunda mitad del siglo XIX, cuando ya no era convento y se utilizaba como
plaza abastos y escuelas. Además del reloj que, con su campana, se instaló en
la torre, se cerró la puerta de entrada y abrió otra más grande y más centrada
en la fachada. El frontón de la puerta antigua, pegado a la torre, se conservó
y se distingue bien en estas fotografías.
[27] Esta puerta se cegó a
mediados del siglo XIX, cuando el edificio ya no era convento, para
independizar el claustro, que el Ayuntamiento dedicaba a diferentes usos y la
iglesia, que siguió siendo usándose como templo y ayuda de parroquia.
[28] Una de las
fotografías, año de 1925, está tomada desde el coro con motivo de la boda de su
hermana Carmen con Tomás Malo. La otra es de la cabecera y altar mayor de la
iglesia, con un retablo barroco e imágenes de escuela granadina.
[29] En el cuaderno de
notas de Juan de Mata Carriazo. Fondo Carriazo. Universidad de Sevilla. Según
Carriazo don Salvador era hijo de don Juan Cano Padilla. Añade que los Cano,
procedentes de Mondoñedo, participaron en la conquista de Quesada de 1231 y en
la fundación de la cofradía para hidalgos del Santísimo Sacramento en 1233.
[30] Aunque no vivía en
Quesada, la relación de D. Cristóbal con el pueblo, con la “buena sociedad
quesadeña”, es evidente. Su hija Dª Teresa de Gámez Carmona se casó con don
Juan de Villaseca, regidor perpetuo e importante personaje de la villa en la
segunda mitad del siglo XVIII.
[31] A principios del siglo
XX se le dio el nombre de Laureano Delgado. Tras la guerra civil se le impuso
el del sanguinario general Queipo de Llano. Tras recuperar el nombre original,
hace no muchos años se le cambió por Pedro Villar (yerno de Laureano Delgado),
con el que se mantiene hoy. No obstante
siempre se la ha conocido, y seguramente así seguirá, como calle Don Pedro.
[32] Segunda acepción en el
diccionario de la RAE.
La antigua cubierta de madera de la parroquia |
detalle de los restos de la decoración del artesonado de la parroquia. |
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