Cuaderno de notas de J.M. Carriazo. Fondo Carriazo-Universidad de Sevilla |
La mañana del 11 de agosto de 1924 la tierra de Bruñel, que solo había sido removida por el arado en los últimos mil quinientos años, se abrió por primera vez con fines arqueológicos. Su autor, no podía ser de otra manera, Don Juan de Mata Carriazo. Él mismo lo explica así en su cuaderno de notas bajo el título “BRUÑEL Diario (1924)”:
11 de agosto. Empiezan los trabajos con dos peones. La mañana se emplea en explorar la supuesta torre del S-O de la zona en que afloran restos. Bien pronto se comprueba que sus fuertes muros, de un metro de espesor (sin el revestimiento de sillería que llevó probablemente) se ofrecen revestidos interiormente de una mezcla fuerte.
La historia oficial, la historia publicada, del yacimiento empieza bastantes años después, en 1965, con ocho campañas de excavaciones que se extendieron hasta 1971. El profesor Manuel Sotomayor, en las Jornadas Históricas del Alto Guadalquivir. QUESADA (1992-1995)[1], expuso un completo resumen sobre estas excavaciones, que inició en ese año 65 Rafael del Nido y en las que participaron en los siguientes años importantes arqueólogos, como el propio Sotomayor, Palol o Riu. Sotomayor explica así el origen de las excavaciones:
El descubrimiento casual que dio origen a las excavaciones lo describe así D. Rafael del Nido en su primer borrador, inédito, sobre laprimera campaña: “aunque siempre han aflorado restos de construcciones y fragmentos de cerámica en esta zona, ha sido al abrir hoyos para plantar olivos cuando empezó a encontrarse los primeros fragmentos de mosaicos”.
En enero de 1965, llegada la noticia a Rafael del Nido, inició este unas prospecciones que le llevaron al descubrimiento parcial de los mosaicos. Lo curioso es que Carriazo los había descubierto cuarenta años antes. No tiene nada de particular esta anticipación, porque casi en cualquier cosa que se toque de historia o arqueología quesadeña, de un modo u otro, Carriazo ya estuvo antes.
La explicación de que esta intervención pionera de Carriazo en Bruñel sea casi desconocida es sencilla: no publicó nada sobre su trabajo, apenas alguna escueta referencia en alguno de sus artículos de aquellos años, como el de Don Lope de Sosa (septiembre de 1925) sobre cerámica romana en El Allozar o, pocos años después, en el que dio a conocer la estela discoidea descubierta en el Paseo de Santa María durante el invierno 1931-32.
El propio Carriazo se refiere a su intervención en Bruñel en una curiosa “entrevista” que le hizo Lorenzo Polaino en 1972, con motivo del homenaje tributado por la Universidad de Sevilla en su jubilación:
Mi primera excavación personal quedó inédita. Fue apenas el descubrimiento y una exploración preliminar en las ruinas romanas de Bruñel, en el centro del triángulo Quesada-Cazorla-Peal de Becerro, realizada en agosto de 1924; y en ella puse al descubierto algunas partes de lo que parecía una suntuosa villa, con mosaicos. Siempre he querido volver a este tajo detenidamente, y nunca tuve otra ocasión de hacerlo. (…) Luego, en estos años pasados, otros compañeros han realizado allí trabajos y descubrimientos importantes, que me llenan de satisfacción y me quitan un cargo de conciencia.[2]
En 1924 el Dr. Carriazo —que sigue teniendo a su nombre la calle que en 1931 le dedicó el ayuntamiento, la única de las nombradas por ayuntamientos republicanos que sobrevive— era un joven de apenas 25 años que se había doctorado con sobresaliente un par de años antes. Por entonces iniciaba su andadura pedagógica e investigadora en el Instituto Escuela y en el Centro de Estudios Históricos. En 1927, con apenas 28 años, ganó la cátedra de Prehistoria e Historia de España Antigua y Medieval de la Universidad de Sevilla.
Aunque durante los años veinte solo pasaba en Quesada las vacaciones, aprovechó bien aquellas estancias y son de esa época sus muchas fotografías del pueblo y de Tíscar. Además aprovechaba esos días para explorar rincones del pueblo con interés arqueológico. Para los vecinos debía ser una estampa habitual verlo recorrer los pechos de Santa María y otros lugares “mirando el suelo”. En diciembre de 1924, tras recibir aviso por sus descubridores, excavó el yacimiento argárico del cerro de la Magdalena, que en este caso sí fue publicado[3]. Durante estos años veinte publicó asiduamente sobre temas quesadeños en Don Lope de Sosa, revista que dirigía en Jaén Alfredo Cazabán.
Aunque no han faltado homenajes y reconocimiento, la deuda de Quesada y su historia con Carriazo es impagable, aunque más no fuera que por la monumental Colección Diplomática de Quesada de 1975. Tiempo habrá el año próximo, que se cumplen 125 años de su nacimiento, para extenderse sobre su figura, la más importante en mi opinión, junto a Zabaleta, del siglo XX quesadeño.
Volviendo a Bruñel, hace referencia Carriazo a estos primeros trabajos tanto en los artículos ya citados de aquellos años como en el Estudio Preliminar de su Colección Diplomática, donde se refiere a ellos como “pequeño reconocimiento que descubrió las ruinas de una lujosa villa, con diversas habitaciones que tuvieron pavimentos de mosaico y paredes estucadas”. Pero aparte de estas cortas menciones Carriazo dejó otras huellas de su paso por el yacimiento arqueológico. Me refiero a sus papeles personales, guardados en el Fondo Carriazo, que custodia la Universidad de Sevilla por donación de la familia.
Fragmento del Cuaderno de notas de J.M. Carriazo. Fondo Carriazo-Universidad de Sevilla |
Entre estos papeles hay una pequeña libreta, del tamaño de una agenda de bolsillo, en la que Carriazo tomaba, sin mucho orden, apuntes y notas sobre distintos asuntos que en aquel momento despertaban su interés o en los que se estuviera ocupando. Aquel verano de 1924 sus miras estaban puestas en Bruñel y sin duda por eso anota en una página un par de artículos del reglamento de excavaciones vigente en aquel momento; en otra, la bibliografía disponible entonces sobre mosaicos romanos y en una tercera, bajo el epígrafe “Para las excavaciones”, una relación de nombres y el importe en pesetas que cada uno de ellos había aportado para costear el pago de jornales de su excavación.
Es en este cuaderno donde Carriazo apuntó los párrafos del diario de excavaciones con cuya cita se inicia este artículo. Es un documento de un encanto especial, diría incluso que emocionante, porque es un cuaderno de campo de uso personal, notas para su memoria. No solo están relacionadas con Bruñel —o con Lacra, como veremos— sino que también recoge, por ejemplo, una relación de anillos antiguos encontrados en Tíscar, Bruñel, Toya o Belerda, con su correspondiente dibujo y nombre de la persona que en aquel momento lo poseía, la colección de monedas (romanas y de los siglos XIV al XVIII) que poseía Nicolás Carrasco o la moneda romana de oro que tenía el padre de Zabaleta, con su huella estampada en el papel con sombra de lápiz. Por muchos conceptos tanto este cuaderno como el resto del Fondo Carriazo es una auténtica joya para la historia y arqueología de este pueblo.
La excavación de Bruñel, o mejor la prospección o exploración, duró unos pocos días. Carriazo anotó en su cuaderno, con gran detalle y profusión de medidas, lo que se iba encontrando conforme avanzaban los trabajos. La mañana del día 11 descubrieron unas escaleras o repisas que daban a una pieza cuyos muros estaban recubiertos “de un cemento blanco, fuerte y bastante bien conservado” y en cuyo fondo se apreciaba “una capa de 10 cm., con apariencia de ceniza, que resulta ser trigo quemado o ennegrecido por la humedad”.
La tarde del mismo día se dedicó a los restos de mosaico que se observaban a simple vista. Limpiando la tierra que los cubría, comprobó que eran en realidad dos mosaicos correspondientes a diferentes estancias, aunque había desaparecido el muro que las separaba. Interpreta esta falta de muro por la reutilización del material —“sillarejos bien labrados, codiciables por su fácil transporte”— en la construcción de los cortijos inmediatos. De la tierra removida salieron abundantes “trozos de cascote o yesones cubiertos de pintura”, entre los que le llamó la atención uno de color azul intenso.
Plano de Bruñel 1924 Fondo Carriazo-Universidad de Sevilla |
Carriazo acompañó sus anotaciones de pequeños dibujos explicativos que intercalaba en el texto manuscrito. Además, levantó un croquis, a escala 1:10, de los muros que eran visibles. No está este dibujo en el cuaderno, por cuestión de espacio, y seguramente es de fecha posterior y quizás de otra mano —salvo que además fuera un buen dibujante— aunque los datos proceden de aquellos días. En el Fondo Carriazo hay dos versiones del mismo. Una de ellas con la leyenda Apunte de plano de la “Villa” romana de Bruñel. Agosto de 1924.
Aquella primitiva exploración de Bruñel tuvo su anécdota chusca que Carriazo cuenta en la citada entrevista de Lorenzo Polaino. Según don Juan de Mata uno de aquellos días se descubrió una pieza cuyo suelo sonaba a hueco si se pisaba fuerte: “sorprendí miradas de complicidad entre mis cavadores que me alarmaron mucho”. Al volver al pueblo comunicó sus temores a “cierta autoridad para que dispusiera que aquella noche el lugar fuera vigilado especialmente”. Lo autoridad se lo tomó tan en serio que prometió acudir él mismo a la vigilancia y custodia. Cuando al día siguiente volvió Carriazo al yacimiento encontró “que la autoridad se había pasado toda la noche rompiendo el piso y abriendo una enorme fosa, «pues para qué iba él a dejar a otros la oportunidad de descubrir un tesoro»”.
Ya con posterioridad, en 1934, pudo registrar el hallazgo en Bruñel de “una tumba infantil, con un sarcófago de plomo y una lápida cintrada, en la que apenas se leía D. M. S. BRAC...”[4]. En el Fondo Carriazo se conservan fotografías de este hallazgo y además un dibujo de su mano en el citado cuaderno de notas, justo antes del inicio del “Diario de Excavaciones”.[5]
Sarcófago de plomo y epígrafe de Bruñel -1934. Fondo Carriazo-Universidad de Sevilla |
Antes de terminar no me resisto a mencionar otro episodio arqueológico de Carriazo en Quesada que ha quedado también inédito. Me refiero a los hallazgos de época romana en Lacra, que él identifica con el topónimo “Laccuris”[6]. Ya en 1925 dio cuenta en un pequeño trabajo, publicado en Don Lope de Sosa, que en Lacra se habían encontrado “vidrios, grandes ánforas, armas y joyas, parte de una necrópolis y repetidos indicios de un suntuoso establecimiento termal, en las inmediaciones de una salina”. En el Estudio Preliminar añade que “allí en Lacra, en las inmediaciones de una hermosa fuente, han estado siempre bien a la vista unos molinos romanos del tipo cónico, que las gentes del país llamaban las mazorcas”. Pero el hallazgo más importante en aquel lugar fue el de un edificio o monumento de época romana de buen porte:
Durante nuestra guerra civil se descubrieron y se destruyeron, del modo que muestran las fotos adjuntas, los restos de un edificio romano de hermoso aparejo, tal vez un sepulcro del tipo de torre que no llegué a tiempo de salvar.
Dice “las fotos adjuntas”, pero estas no están entre las ilustraciones de la Colección diplomática de Quesada; fue sin duda un lapsus. Pero sí están en Fondo Carriazo, junto a las del sepulcro e inscripción epigráfica de Bruñel. Hay además entre sus papeles uno donde están anotadas las dimensiones del hallazgo y el lugar: “Haza del Cañuelo, Lacra”. Arriba anotada una fecha, “enero de 1934” y “desc. Gregorio Caballero López”. La Colección diplomática de Quesada se publicó en 1975, muchos años después del hallazgo y es fácil que fecharlo en los años de guerra fuera otro lapsus y que la fecha buena sea la de 1934. Además Gregorio Caballero era un labrador de Los Rosales que tuvo un tiempo arrendadas tierras en Piedrabuena (posiblemente las propias de Carriazo, propietario allí) y que seguramente en 1934 era arrendatario en Lacra. No era en cualquier caso un jornalero y no creo que estuviera al frente de tierras durante los años tumultuosos de la guerra civil.
Edificio romano hallado en Lacra Fondo Carriazo-Universidad de Sevilla |
Fuera el hallazgo de uno u otro año, el edificio era de buen porte, con grandes sillares bien labrados, como se puede apreciar en la foto, aunque no sea de buena calidad. No pudo impedir Carriazo la destrucción del edificio pero, como él mismo cuenta, sí pudo recuperar, “trabajosamente”, “una bella cabeza de carnero, en ágata, posible adorno de un mueble suntuoso y obra probablemente alejandrina y del siglo I, con la que jugaban unos niños creyéndola el puño de un paraguas”. Esta cabeza forma parte en la actualidad de la colección del Museo Arqueológico Nacional, por donación de Juan de Mata Carriazo en 1959.
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[1]Manuel Sotomayor Muro. Sobre la villa romana de Bruñel. De las sociedades agrícolas a la Hispania Romana. Jornadas Históricas del Alto Guadalquivir. Quesada (1992-1995). Universidad de Jaén 1999.
[2] Lorenzo Polaino Ortega. Don Juan de Mata, examinado. Está recogido en Juan de Mata Carriazo y Arroquia. Perfiles de un centenario (1899-1999). Juan Luis Carriazo Rubio (ed.). Universidad de Sevilla, 2001.
[3]La cultura de El Argar en el Alto Guadalquivir. Estación de Quesada. En Actas y Memorias de la Sociedad Española de Antropología, Etnografía y Prehistoria. Año 4º Tomo IV, 1925.
[4]Estudio Preliminar pág. XXVI
[5] Justo debajo de este dibujo, y como otra muestra más del uso para anotaciones sueltas de uso personal que dio al cuaderno, anotó algo que no tenía nada que ver, pero imprescindible en otros trabajos de épocas más cercanas: la equivalencia entre ducado, real y maravedí. Es algo que yo también necesité en su momento, pero que con los medios que contamos hoy no me fue preciso apuntarlo en cualquier sitio y lo hice en una hoja Excel que me permite cálculos inmediatos. Compartir esta necesidad con D. Juan de Mata es una de las razones por las que digo que acceder a “sus papeles” me ha resultado emocionante.
[6] Esta identificación salpica sus páginas, tanto de este cuaderno de notas como de otros trabajos, y especialmente en Estela discoidea de Quesada. Archivo español de Arte y Arqueología. Tomo VIII 1932. Centro de Estudios Históricos. Madrid.
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