Esta es la segunda parte de la Guerra de la Independencia en Quesada, en la que se hacen numerosas referencias a la primera, que está disponible en el blog o directamente (aquí).
Quesada
había terminado 1810 con la precaria elección de alcaldes ordinarios para el
año siguiente. Precaria porque el asalto de los invasores al ayuntamiento
obligó a improvisar las bolsas y bolas de insaculación para sortear los cargos.
Militarmente la situación estaba estancada y se había convertido en una guerra
de desgaste. Aunque los franceses controlaban la capital y los grandes pueblos
de la provincia, no habían conseguido acabar con la resistencia de las
guerrillas. Como decía en la primera parte, esta igualada situación no dejaba
de ser un fracaso para el ejército más poderoso de Europa. Los conquistadores
del mundo, como les llamó Bielsa, se mostraban incapaces de imponerse a unas
guerrillas formadas por algunos militares desperdigados de las unidades
derrotadas en el mes de enero pasado y por paisanos bastante anárquicos y poco
experimentados.
1.- Un
año de guerra.
La guerra
duraba ya casi dos años y medio desde que comenzó en la primavera de 1808. Pero
en estas tierras la guerra efectiva, con muertos y con tiros, había comenzado apenas un año antes, porque
el primer año y medio se vivió el conflicto desde la retaguardia. Al entrar
1811 en el Reino de Jaén se sucedían las acciones de unos y otros, los ataques y
los contraataques, las represalias sangrientas, sin que ningún bando
consiguiera imponerse con claridad al otro. Los continuos episodios militares afectaron
gravemente la vida de los pueblos. La inestabilidad y la inseguridad dificultaban
que en los campos, llenos de gentes armadas, se pudiera llevar una vida normal y
que los ganaderos, los habitantes de los cortijos, los arrieros y trajinantes
se pudieran dedicar a sus trabajos y producciones con una mínima tranquilidad.
El
cazorleño José Sanjuán describió con crudeza[1] los asesinatos, saqueos,
robos y represión de los ocupantes. La escasez y carestía de toda clase de
géneros, especialmente de trigo y de pan, se dejó sentir con fuerza. Los
pueblos estaban en una situación muy difícil, y muchos de sus vecinos en una
situación de miseria cercana al hambre. La presencia de tantos soldados y
gentes forasteras, a los que había que suministrar alimentos, de grado o por
fuerza, multiplicaba el consumo de grano. Aumentaba el consumo y la demanda,
pero no lo hacía la producción, entre otras causas porque buena parte de la
gente más joven estaba en la cosa militar y no podía trabajar el campo. Esta
circunstancia se observa en todas las guerras, no fue particular de esta.
Como resultado
de la escasez los precios fueron empujados al alza. En la primera parte se vio cómo
a principios del verano de 1808 la fanega de trigo estaba en 40 reales y la
hogaza de pan en 7 cuartos, 0,82 reales. Un año después, en julio de 1811, en
Cazorla se vendía la hogaza en 20 cuartos, es decir, 80 maravedíes o 2,35
reales.[2] En Quesada, aunque no hay
datos para primeros de este año, los precios debían ser muy similares. Siguieron
subiendo y ya en enero de 1812 el Ayuntamiento de Quesada fijó la hogaza en 27
cuartos o 3,2 reales, la de maíz subió a 17 cuartos, igual que la de cebada. Eran
unos precios insólitos, como infrecuente era que se fijase precio al pan de
cebada, señal de que se recurría para comer a cualquier cereal disponible. Para
valorar tan dramática carestía hay que considerar que afectaba muy
especialmente a todos aquellos que no tuvieran tierras propias o arrendadas y que
no dispusieran de trigo propio que panificar y cocer. Este grupo era una
proporción muy considerable de la población, en torno a un 35 o a un 45 por
ciento. Por entonces el jornal estaba en unos 5 reales, de manera que es fácil
deducir que en meses de muchos jornales comerían pan de cebada, y a saber qué en
los meses de poca faena como marzo. Los vecinos, especialmente los menos
pudientes, atravesaban un momento difícil, equiparable, si no peor, al que
vivieron durante las sequías y hambrunas de 1803-1805.
Como
ya se dijo en la primera parte la tradición, varios siglos antigua, del
Ayuntamiento de Quesada era la división y el enfrentamiento de sus miembros,
absorbidos por interminables querellas. Aunque para este año de 1811 no se
conserva el libro capitular, hay que imaginar que seguirían sin actuar unidos y
que las diferencias entre ellos fueron importantes. Raro sería que personas
criadas en las banderías, divisiones y enfrentamientos hubieran variado su
comportamiento, por mucha necesidad que hubiera en tiempos tan peligrosos de
proteger al común. A los tradicionales bandos de partidarios de gobierno por
alcaldes ordinarios y partidarios de corregidores y alcaldes mayores ahora se
uniría el de los favorables a la resistencia patriótica y el de los más o menos
afrancesados, con todos los puntos intermedios y acomodaticios para salvar la
propia cara. En el caso de Cazorla existen las memorias y recuerdos personales de
José Sanjuán, testigo de los acontecimientos. Narra Sanjuán algunos sucesos
intrigantes, que acreditan cómo entre regidores y vecinos había opiniones
diversas y que actuaron en función de ellas. Aparte de las peculiaridades que
diferenciaban ambas villas, Cazorla arzobispal y Quesada realengo, de la mayor
presencia de las partidas guerrilleras en una que en otra, por cercanía y
similitud económica y social, creo que se pueden establecer paralelismos y que
no debieron ser muy distintas las cosas.
En
diciembre del año anterior se habían elegido en Cazorla, al igual que en
Quesada, alcaldes para el año 1811, que prácticamente no llegaron a tomar
posesión porque renunciaron. Según Sanjuán, el 14 de enero se reunió un amplio
grupo de paisanos en la calle y se constituyeron en una especie de asamblea
vecinal. En ella eligieron alcaldes, sin que hubiera discrepancia entre los
asistentes “por la concordia que tenían formada” (previamente). Tomaron
posesión de las varas sin ningún formulismo verbal o escrito. A continuación un
fraile secularizado dio un discurso desde el balcón de la casa consistorial “exhortando
a la paz, al amor, a la justicia, puesto que donde existe no hay desigualdad,
crueldad ni tiranía”. Resulta muy peculiar y extraña esta asamblea popular que
toma “el mando” de la villa. Más sorprendentes aún son las aclamaciones al
llamamiento a la paz del fraile, que en ese momento solo podían significar una
crítica al uso de las armas contra José I. Y es que las decisiones de esta
asamblea no fueron en contra de los invasores, pues a los pocos días el
prefecto Echazarreta dio el visto bueno y confirmó a los elegidos en la
tumultuosa junta vecinal. Entre las primeras medidas que tomaron las nuevas
autoridades estuvo, según Sanjuán, la de enviar un comisionado al general Blake
para que la guerrilla “no hiciese mansión” en el pueblo, es decir, que se fuera.
No hay
que suponer que en Quesada ocurrieran necesariamente sucesos similares, no lo
sabemos ni no la vamos a llegar a saber nunca. Pero sí es seguro que la
población tampoco formó un bloque monolítico y patriótico opuesto al invasor.
Al igual que en Cazorla, tuvo que haber “partidarios de la paz”. De hecho, y
como más adelante se verá, en Quesada hubo partidarios del invasor que actuaron
directamente como espías del enemigo informando de los movimientos de las
tropas españolas. También hubo movimientos extraños en el nombramiento de
alcaldes, que veremos, y que solo se pueden interpretar en este mismo sentido.
En
octubre de 1810 murió el brigadier Antonio Calvache, jefe de las partidas
guerrilleras de Jaén, en acción de guerra en Villacarrillo. Le sucedió
Francisco Barreda y desde abril Lorenzo Cerezo, que mandaba, además de en las
guerrillas, en el batallón de Voluntarios de Burgos (ya van apareciendo
unidades del ejército regular).[3] Durante aquellos primeros
meses del año la acción se desplazó algo más al norte, pues los franceses
intentaron (sin éxito) penetrar en la Sierra de Segura, corazón de la
resistencia guerrillera. Lo que no significa para nada que la cosa estuviera
tranquila más abajo, por Cazorla y Quesada.
Hace
unos años Nicolás Navidad descubrió una carta de mayo de 1811 que hace
referencia a una acción militar en Quesada. La carta se subastaba en internet y
el Ayuntamiento, alertado por Nicolás, se hizo con ella por poco dinero. Con
este motivo publicó en la Revista de Ferias (2015) el primero y hasta ahora
único artículo sobre la Guerra de la Independencia en Quesada. La carta está
fechada en Cádiz el 2 de mayo de 1811. La remite José Heredia y Velarde,
secretario del despacho de Guerra de la Regencia al general Manuel Freire.
Freire había enviado a Cádiz unos partes informando de la acción militar tenida
en Quesada el 4 de marzo del mismo año y en esta carta Heredia daba el acuse de
recibo. Es corta y dice así:
He
dado cuenta al Consejo de Regencia de España e Indias de los partes que V.S. me
remite en 24 de marzo último de la acción que ha tenido en Quesada el capitán
de la 4ª compañía de guerrillas Don Mariano Ximénez el día 4 del mismo, lo que
ha visto S.A. con la mayor satisfacción, y me manda a decir a V.S. que
manifieste al referido capitán Ximénez el aprecio que hace S.A. de sus
servicios.
He
intentado localizar en el Archivo Histórico Nacional los partes de la operación
a que se refiere, pero no lo he conseguido por el momento. No tengo información
sobre lo que sucedió en Quesada ese 4 de
marzo. Sin embargo, no tuvo que ser cosa despreciable y sí lo suficientemente
importante como para que Freire enviara a Cádiz la noticia y desde allí se
mandara felicitar al capitán que la protagonizó. Mariano Jiménez de Baguer era
el segundo de Lorenzo Cerezo. No hay que confundirse con el nombre de la
unidad, 4ª compañía de guerrillas, pues pertenecía al ejército regular, que
también usaba pequeñas formaciones móviles que desplegaban tácticas similares a
las de las partidas. No sabemos lo sucedido el 4 de marzo en Quesada, pero si
podemos conocer el contexto siguiendo la narración de José Sanjuán.
Según
Sanjuán, la madrugada del día 2 de marzo se acercó a Cazorla un contingente
francés formado por 100 dragones montados y 300 infantes. No llegaron a entrar,
sino que acamparon en las inmediaciones, donde robaron y quemaron cortijos
“procediendo a las violencias y demás horrores que la modestia debe ocultar”
(se está refiriendo a violaciones). Estos franceses procedían de Baza, de
manera que tuvieron que pasar por Quesada o por sus inmediaciones. El día 8
entraron en Cazorla, exigieron suministros y robaron “ropas y alhajas”. No se
quedaron allí; volvieron a la campiña, donde se mantuvieron hasta el día 19, en
que regresaron a Baza cargados con el botín. Estaban por tanto los franceses acampados
en las inmediaciones el día 4. La acción del capitán Jiménez debió ser la
defensa de Quesada, si los franceses intentaron entrar en ella como hicieron en
Cazorla, o bien el ataque desde Quesada a algún grupo enemigo acampado por la
zona. A pesar de lo contento que debió quedar Freire de los hechos, de los que
informó al Consejo de Regencia, el éxito no fue completo, pues los franceses permanecieron
y llegaron a entrar en Cazorla. El capitán Jiménez continuó por la comarca y en
verano lo veremos en Quesada con su infantería instalada en la plaza. Mientras
tanto las partidas guerrilleras seguían actuando en la zona. La Gaceta de la
Regencia menciona expresamente a los ya conocidos Pedro Alcalde y Jerónimo
Moreno, el guerrillero quesadeño (ver la primera parte). Según el periódico de
Cádiz, el 30 de marzo hubo una acción en Cazorla entre los franceses y las
partidas de ambos guerrilleros en las que perdió el enemigo “12 o 14 soldados.”[4]
Las partidas,
dentro del proceso de militarización de las guerrillas irregulares que poco a
poco se daba, se constituyeron en Batallón de Voluntarios de Jaén.[5] A finales de mes
consiguieron un importante éxito, expulsando a los franceses de Úbeda, donde se
mantuvieron toda la primavera resistiendo feroces contraataques de los
imperiales. El impacto de este triunfo fue grande. Tras más de un año
resistiendo en sus reductos serranos a los ataques franceses, las fuerzas guerrilleras
y militares de la resistencia entraban abiertamente en la campiña y se hacían
con la cabeza del partido. Durante varios
meses los pueblos quedaron separados de las autoridades josefinas de Jaén,
instaurándose una nueva administración dependiente de la Regencia de Cádiz. El
15 de mayo don Juan Modenés, nuevo intendente provincial en las zonas liberadas
de la provincia, hizo una visita de inspección a Quesada.[6] En Cazorla se sustituyó el
ayuntamiento afrancesado salido de la asamblea vecinal de enero por otro
adicto, en Jódar se celebró junta parroquial para elegir vocales que
participaran en la elección de diputados a las Cortes Constituyentes.[7] Con los primeros calores
los imperiales retomaron la iniciativa y el protagonismo pasó a la disputa por la
llamada Raya de Murcia, en la que Quesada jugó un importante papel. Pero antes
de entrar en estos episodios, los mejor documentados de la guerra para Quesada,
hay que referirse a la supuesta muerte del guerrillero local, don Jerónimo
Moreno. Moreno había alcanzado el grado de teniente de caballería, recomendado
por el brigadier Calvache que pidió su ascenso porque se había “distinguido y
batido con mucho valor repetidas veces con el enemigo (y) se hallan sin ninguna
recompensa militar.[8]
Como
ya se ha visto, la partida de Moreno, de la que formaban parte sus hermanos
Juan y Luis, actuaba en unión de la de Pedro Alcalde, quizás el guerrillero más
famoso de la provincia. La movilidad de estas dos partidas insurgentes fue
sorprendente y sus acciones tenían como
escenario casi toda la provincia y también las de Granada, Málaga y Córdoba. Si
el 30 de marzo estaban enfrentándose a los franceses en la comarca, en mayo se
movían a bastante distancia de ella. Según la Gaceta de la Regencia, el día 11 asaltaron un convoy en
Cuesta Blanca (pasado Loja, camino de Archidona). Capturaron 400 caballerías
cargadas de paja y grano, mataron a “cuatro o cinco dragones” e hicieron huir a
la infantería de la escolta, que abandonó armas y mochilas.[9] Estas noticias publicadas por
las gacetas hay que tomarlas con cautela, pues siempre barría cada una para su
lado. La prueba es que desde el otro bando, Gaceta de Madrid, se había
anunciado que a mediados de febrero se interceptó a la partida de Moreno en la
campiña de Córdoba y se les había cogido “seis malhechores, ocho caballos,
trece fusiles, dos pistolas, siete cartucheras y siete puñales”. El resultado,
según la gaceta madrileña, había sido “la disolución de la cuadrilla” y que el
propio Moreno se entregase “suplicando ser incorporado” a la partida de Ariza
(formada por españoles “juramentados” en el bando napoleónico).[10] Es evidente que no fue
así, que Moreno no se pasó de bando y que la noticia era exagerada, cuando no
totalmente inventada.
Siguieron
Moreno y Alcalde actuando por el sur de
Córdoba. La tarde del día 31 de mayo entraron en Baena, libertaron a los presos
de la cárcel y “mediante métodos no exentos de violencia” consiguieron un
importante botín “de caballerías, armas y demás”.[11] Estos importantes golpes
alarmaron a los franceses, que emprendieron su persecución y captura. Pocos
días después, la tarde del 2 de junio, las partidas guerrilleras fueron
sorprendidas por una columna francesa en los alrededores de Benamejí. La Gazeta
de Sevilla del 14 de junio reproduce el parte que el jefe del batallón,
Frederic Robin, remitió al gobernador militar de Córdoba y Jaén dando cuenta de
lo sucedido. El enfrentamiento duró varias horas y como resultado quedaron
ciento treinta guerrilleros muertos y números heridos. Entre los muertos, según
Robin, estaba Jerónimo Moreno. Dice Díaz Torrejón que la noticia hay que
tomarla por cierta, “pese a los recelos por razones propagandísticas”, pues desde
ese momento no hay referencias documentales a Moreno y su partida, por lo que
considera que, al quedar acéfalo, el grupo guerrillero se disolvió.[12]
Es
cierto que no hay más noticias de Moreno y su guerrilla, pero Jerónimo no murió
en Benamejí. Consiguió escapar, quizás herido, y regresó a Quesada, donde hay
numerosas referencias posteriores a él en las actas municipales. La primera es
de noviembre de 1813, cuando el Ayuntamiento le comunicó una orden de la
superioridad militar por ser el único oficial que hay en la villa. Las menciones
a Moreno y a su pasado guerrillero se repitieron en los libros capitulares hasta
1816, fecha a partir de la cual había muerto o estaba retirado de cualquier
actividad pública por su avanzada edad. Es muy posible que Moreno fuera herido
en Benamejí y que de resultas decidiera retirarse de la primeria línea de
combate volviendo a Quesada. Y tampoco murieron en ese combate sus hermanos
Juan y Luis, que le acompañaban en la partida, pues también hay noticias de
ellos, especialmente de Luis, que como ya se ha dicho protagonizaría una larga
y complicada trayectoria política posterior.
Sable de época napoleónica conservado en el ayuntamiento de Quesada |
2.- Quesada
en primera línea del frente.
Tras
la invasión de Andalucía en enero de 1810, los franceses habían quedado dueños
de toda la región, a excepción de las zonas de actuación de la guerrilla. Los
restos del Ejército del Centro español, derrotado en Ocaña y Despeñaperros, se
refugiaron en Murcia y Alicante, al abrigo de las sierras orientales de
Andalucía. Allí se reconstituyó como III Ejército, mandado por el general
Joaquín Blake, que fue sustituido durante los hechos que se van a relatar por
Manuel Freire. El mariscal Soult, duque de Dalmacia, al mando de las tropas
imperiales, intentó en varias ocasiones penetrar en Murcia, pero no lo
consiguió hasta el otoño de 1812, cuando ya estaba de retirada y abandonó
Andalucía. Durante este tiempo Baza se constituyó en punto estratégico
fundamental y en primer objetivo de los ataques y contraataques de ambos bandos.
La línea de frente que separaba ambos ejércitos iba más o menos desde las
sierras de Pozo Alcón hasta Gor y las estribaciones de la de Baza. Era lo que
se llamó Raya de Murcia, que tuvo muchas oscilaciones, adelante y atrás, según
la suerte de los combates.
En este
contexto, durante el verano de 1811 se dieron en Quesada las acciones militares
más importantes, o quizás mejor documentadas, de toda la guerra. Tenía Quesada
una posición privilegiada para defender las comunicaciones entre la provincia
de Jaén y las posiciones del III Ejército, al norte de Granada. Así lo dijo el
brigadier Ambrosio de la Cuadra en las instrucciones que transmitió al coronel
Peralta, jefe militar de Jaén. Tras instruirle de la necesidad de vivir en
completa vigilancia, le advierte de “lo importante que es el punto de Quesada
para nuestra línea”.[13] Es interesante destacar
que, un año y medio después de la invasión de Andalucía, el protagonismo en la
resistencia española había pasado, en esta parte, de las partidas irregulares
guerrilleras a las unidades militares. Siguió actuando la guerrilla,
especialmente en la Alpujarra y Málaga, pero por aquí el mayor esfuerzo fue asumido
por el III Ejército. 1810 fue el año de los guerrilleros, de Pedro Alcalde
(ejecutado por los franceses en Jaén en junio de 1811), Uribe o el quesadeño
Moreno. 1811 fue el año del III Ejército, de Freire y del brigadier De la
Cuadra, de las unidades militares a su mando, a las que dan órdenes y de las
que reciben partes con su cumplimiento con cierta disciplina militar.
Aquel verano de 1811 el Mariscal Soult se decidió a poner
fin al peligro que representaba la presencia del III Ejército español en la
Raya de Murcia.[14]
La gran ofensiva que planeó tuvo como paso previo la recuperación de Úbeda y
Baeza. La importancia de Úbeda para los franceses era grande, tanto desde el
punto de vista militar -había sido su cuartel general en
esta zona desde febrero de 1810- como político, al ser cabeza
de una de las subprefecturas de Jaén. Su pérdida en la primavera de 1811 supuso
un serio contratiempo y no ahorraron esfuerzos para recuperarla. A primeros de
junio la situación estaba todavía tranquila, como informaba el día 2 el jefe de
la tropa acantonada en Quesada, sargento mayor Antonio Delgado, a De la Cuadra,
que estaba en Úbeda: “En este punto (Quesada) y los dependientes a él no ocurre
novedad”. Pero sí que la había porque en el mismo informe Delgado le da cuenta
de una noticia curiosa, aunque poco relevante. Sus patrullas de caballería
habían interceptado en la Dehesa de Guadiana a un paisano que se dirigía a
Huelma portando unos pliegos de los franceses. Estos papeles no tenían mucha
relación con el momento militar que se vivía en la zona, pero sirven para
acreditar de nuevo que no todos los vecinos eran “patriotas” y que algunos trabajaban
para los franceses.[15]
La
tranquilidad no tardó en convertirse en preocupación. A mediados de julio De la
Cuadra comenzó a recibir informaciones de sus agentes tras las filas francesas sobre
importantes movimientos del enemigo, que parecía concentrarse en Mengíbar y
Linares. Coincidían más o menos todos los informantes (alcaldes de Torres y
Arquillos, paisanos, arrieros…) en que eran fuerzas numerosas y que contaban
con algunas piezas de artillería. Según se rumoreaba, el mariscal Soult había
entrado en Córdoba con varios miles de soldados y se dirigía a Andújar. Los propios
soldados franceses decían a estos espías que marchaban a La Mancha, pero todos sospechaban
que su objetivo real era Baeza y Úbeda. Así lo comunicó De la Cuadra a su jefe,
el general Freire.[16] Le dio cuenta también de
que en la madrugada del día 13 se había producido un movimiento premonitorio de
los imperiales que revelaba sus auténticas intenciones. La guarnición francesa
de Linares había hecho una descubierta cruzando el Guadalimar. Intentó
sorprender a la guardia que el escuadrón de
Madrid tenía en el camino de acceso a las dos ciudades, pero no lo consiguió y
se retiró.
La importancia que le dio De la Cuadra al incidente,
destacándolo a su jefe, estaba justificada. Tres días después, la madrugada del
día 16 de julio, entraban los franceses en Baeza y al mediodía en Úbeda. De la
Cuadra, dada su inferioridad de medios, no opuso resistencia y se retiró hacia Pozo
Alcón. El día 17, desde Cabra de Santo Cristo, el “cadete Lanzas”, informante
habitual, comunicaba al brigadier que habían entrado en Úbeda unos mil hombres
y que contaban con dos cañones y un obús. En ambas ciudades habían exigido la
entrega, para antes de fin de mes, de un número inusitado de raciones, lo que
parecía apuntar a la llegada de un mayor número de soldados.[17]
Se habían detectado también intentos de los franceses de penetrar, desde
Guadahortuna, en la parte de Cabra y Dehesa de Guadiana.
Tras dejar Úbeda, De la Cuadra pasó por Quesada, donde dio
las oportunas órdenes al coronel Peralta, comandante militar del reino de Jaén.
Debía mantenerse en Quesada vigilante de los posibles movimientos del enemigo,
para en su caso cubrir los caminos hacia Pozo Alcón. Ya se presuponía que el
objetivo final de Soult era desalojar al III Ejército de la Raya de Murcia,
alejarlo de Andalucía y dejar expedito el camino a Murcia y Alicante. El día 18
De la Cuadra informó a Freire de que, tras la pérdida de Úbeda, no había
novedad en los puntos a su mando.[18]
En pocas horas todo cambió.
La
fuerza que había dispuesto De la Cuadra en Quesada estaba formada en su mayor
parte por hombres procedentes de las partidas guerrilleras, pero que ahora estaban
encuadrados en el batallón de Voluntarios de Jaén, mandado por oficiales del
Ejército. La militarización de la guerrilla se hizo no sin problemas y en estos
días de julio su organizador, el coronel Peralta, informaba al general Freire
de sus carencias: “faltan oficiales que perfeccionen la instrucción y
disciplina de los soldados y hay también falta de bagajes, especialmente
mochilas y capotes”. Oficiales y tropa no recibían una paga determinada, pues
la práctica era “sostenerse de las presas hechas al enemigo” y Peralta pide que
se les pague por la intendencia provincial.[19] El coronel Peralta era el
comandante militar de la provincia y en esta segunda mitad del mes de julio
estaba en Quesada al frente de la fuerza desplegada. Mandaba la infantería el
capitán Mariano Jiménez de Baguer, y la caballería Bernardo Márquez.
El
capitán Mariano Jiménez de Baguer era el mismo que ya hemos visto en Quesada en
el invierno anterior y que está citado en la carta del Ayuntamiento. Participó
en el segundo sitio de Zaragoza, donde fue capturado por los franceses. Consiguió
fugarse de Francia, donde fue conducido como prisionero, junto a Lorenzo
Cerezo, de quien fue segundo en el batallón de Voluntarios de Jaén. Según decía
Cerezo en un informe pidiendo que se le recompensara con un ascenso, “este
joven militar de buenos principios, conducta y valor muy acreditado, ha
trabajado incesantemente siendo el primero en buscar los peligros (…) su rectitud conocimientos y honor lo hacen
respetar y amar no sólo de los soldados, sino también de los habitantes de este
reino y de sus jefes”. No duda en afirmar Cerezo que seguramente es a él a
quien debe la organización y la propia existencia del batallón.[20]
Por su
parte Bernardo Márquez de la Vega, capitán de caballería, participó activamente
en la resistencia desde el desastre de Despeñaperros en enero de 1810. Su
actividad, al principio integrado en las guerrillas, fue continua y abarcó no
solo la provincia de Jaén, sino también la comarca de Baza. Participó en
numerosas acciones, como el intento de captura del general Sebastiani en la
primavera de 1811 o la liberación y definitiva expulsión de los franceses de
Jaén a mediados de 1812. Se hizo célebre en toda la provincia y tras la guerra
se retiró a Sevilla. Pero además de por su actuación militar en Quesada,
Márquez tuvo otro punto de contacto con el pueblo. Se trata de otro de esos
giros inesperados de la historia en el que merece la pena detenerse un momento para
su explicación.
Al
final de la Década Ominosa, primeros años treinta del siglo, Márquez vivía
retirado como coronel en Sevilla. Se veía cercana la muerte de Fernando VII y
proliferaban las intrigas de carlistas y liberales de cara a la sucesión.
Márquez, que era liberal, a finales de 1831 se vio implicado en una redada de
la policía, que le acusó de ser cabeza de una conspiración. Tras ser juzgado
fue condenado a muerte y ajusticiado el 9
de marzo de 1832 en la plaza de San Francisco de Sevilla.[21] Años después, en 1859, el
Ayuntamiento cedió un terreno del cementerio de San Fernando donde se construyó
una tumba y un monumento en el que se puso una lápida: “a la gloriosa memoria
del coronel D. Bernardo Márquez (…) para borrar la ignominia del patíbulo”.
Pocos meses antes, el 26 de mayo de 1831, había sufrido la misma suerte otra
víctima de los estertores represivos del rey felón, Mariana Pineda. Fueron
muertes parecidas y en cierto modo paralelas, pero el aura romántica que desde
el primer momento acompañó a la joven Mariana no cabía en un señor mayor,
militar retirado. Sin duda por eso la fama que acompañó a la granadina no lo
hizo con Márquez. Y ya se estará preguntando el lector qué tendrá que ver con
Quesada esta historia. Tiene que ver, y por la parte más triste, la de la
traición.
Márquez
fue acusado por otro liberal, conocido suyo desde los tiempos de Jaén. Se
llamaba Santiago Vicente García. Santiago no había nacido en Quesada, pero
vivió aquí la mayor parte de su vida y aquí murió y fue enterrado. Era hijo del
que fue alcalde mayor tras la segunda invasión francesa y la abolición de la
Constitución, Manuel Vicente Moreno. La familia se estableció en el pueblo y
aquí ejerció de abogado un hermano de Santiago, Manuel Vicente García, que años
más tarde asesoró a Peal y Huesa en los procesos de separación que siguieron de
Cazorla y Quesada respectivamente. Ignoro el motivo por el que Santiago vivía
en Sevilla por aquellos años, pero el caso es que denunció a Márquez, parece
que más por miedo y cobardía que por otra cosa. Tras la muerte de Fernando VII
y la instauración del régimen liberal, Santiago arrastró fama de traidor y su
posición en Sevilla debió resultar imposible. Por eso regresó a Quesada, donde mudó
ideológicamente convirtiéndose en un furibundo carlista. En otros artículos ya
he hablado de Santiago Vicente, de cómo en sus últimos años alcanzó notoriedad
como autor de libros de texto de gramática y escribió artículos periodísticos
sobre política internacional (Guerra de Crimea). Murió en Quesada el 18 de mayo
de 1856 a los 74 años. Tuvo calle a su nombre hasta que en 1931 se le mudó por
el de Juan de Mata Carriazo, Dr. Carriazo, de más nobles méritos.
Volviendo
a julio de 1811. De la Cuadra partió de Quesada hacia Pozo Alcón el día 17
dejando orden a Peralta de vigilar al enemigo, averiguar hacia dónde se dirigía
y cubrir en caso de retirada los pasos a Pozo Alcón. Peralta, sin embargo,
dispuso que las avanzadas que estaban sobre el Guadalquivir se aproximasen a
Quesada para evitar que se vieran cortadas por un ataque francés. Situó tres
guardias de caballería en los puntos donde se podía producir una entrada: la
mayor en Peal, de sesenta caballos, para vigilar la posible entrada desde
Úbeda. Otra en el “barco de Collejares”, compuesta de veinte, para vigilar ese
paso y el del Vado de la Adelfa (actual Venta del Barco, junto al puente de la
carretera que cruza el Guadiana en la Sierra de las Cabras), puntos ambos de
habitual entrada de los franceses desde Jódar o Guadahortuna. La tercera, diez
caballos, sobre el camino de Poyatos en Puerto Ausín. El resto de la
caballería, hasta un total de doscientos caballos al mando de Márquez, permanecería
en el pueblo, en la calle Don Pedro, ensillada por las noches y dispuesta para
cualquier salida.
La
infantería, capitán Jiménez, situó tres avanzadillas en las alturas que dominan
el camino de Peal (Llano de las Canteras, etc.). Otra inmediata al pueblo, en
el Puente de Palo, y dos más en los caminos de retaguardia (Cazorla y Tíscar).
Se empleaban en estos servicios unos doscientos hombres. El resto del batallón
de Voluntarios de Jaén, otros doscientos hombres o poco más, permanecería
acampado en la plaza. Allí se mantendrían alerta, pasando las noches (momento
de más peligro) con “las armas en pabellón”. Según explicó Peralta a Freire,
desde la plaza se podía acudir rápidamente a reforzar cualquier punto atacado,
“mediante a que la situación del pueblo
obliga a hacer su defensa a las eras de su ejido”, donde también había
guardias. Estas eras (Santa María,
Tercia, Ángel, Pozairón y Bache…) formaban un cinturón alrededor del pueblo y
eran puntos favorables para la defensa.[22]
Así
dispuestas las defensas por Peralta, la noche del 19 de julio de 1811 los
franceses cruzaron el río Guadiana Menor por el Vado de la Adelfa, junto al
cortijo de las Hermosillas, sorprendiendo a la guardia. Eran unos 500 hombres
de infantería y 200 de caballería. Los infantes avanzaron hasta Quesada por los
sembrados, al favor de la oscuridad y fuera de los caminos, por lo que no
fueron detectados por las guardias. Siendo aún noche cerrada llegaron por el
camino de Peal hasta el Puente de Palo, donde había destacada una pequeña
guardia del batallón de Voluntarios de Jaén. Al sospechar algún movimiento, el
centinela dio el “¿quién vive?”. No fue contestada la contraseña (era “Regimiento
de Almansa” aquella noche) y por eso “conoció ser los enemigos y les hizo
fuego”. Pero los franceses ya estaban encima y cayeron sobre la guardia,
degollando (para no causar más alboroto de tiros) al centinela y a otros dos
soldados.
El
capitán Mariano Jiménez, que tenía formada al resto de la infantería en la
plaza desde las tres de la madrugada, cuando tuvo aviso de los disparos dispuso
adelantar a la tropa hasta las eras que rodeaban el pueblo. No había amanecido
aún y no se pudo distinguir a los enemigos hasta que estuvieron “a tiro de
pistola”. Los franceses subían por una ladera “hacia la ermita” (la de Santiago,
en el cortijo de ese nombre). Desde las eras se les hizo un fuego vivo hasta
bien levantado el sol. La intención de los enemigos era rodear el pueblo e
impedir que Peralta pudiera evacuarlo hacia Tíscar o Huesa. Cubiertos por el
tiroteo y temerosos de ser atacados también desde Puerto Ausín, como
efectivamente ocurrió, la infantería salió del pueblo. Parte de ella se situó sobre
el camino de Tíscar, en la parte de la actual casilla de peones camineros.
Márquez por su parte, que tenía formada la caballería en la calle de Don Pedro,
“inmediatamente que se oyó el primer tiro” movilizó a la tropa “con los
oficiales a la cabeza de sus compañías”. Salieron también, situándose en Puerto
Ausín, por donde entraba la caballería francesa. Era esta la orden que tenía:
cubrir los caminos hacia Pozo Alcón. Sin embargo, el coronel Peralta, que
comandaba las fuerzas, se replegó con casi toda la infantería a la falda de
Cazorla, lo que estaba fuera de las órdenes que tenía. Apenas dejó “100
infantes sobre el puerto del camino de Poyatos (Ausín)” unidos a la caballería
de Márquez, que rodeó Quesada “con partidas de caballería que hacían fuego
sobre el pueblo”. Los franceses entraron y, según Peralta, no hicieron “los daños que acostumbran ni han
saqueado más que los comestibles y equipajes” que dejaron en las calles algunos
“precipitados, en particular los emigrados de Úbeda y Baeza”. A las seis de la
tarde, temerosos de ser atacados durante la noche, los franceses abandonaron el
pueblo con dirección a Peal y Torreperogil.[23]
Peralta se mantuvo en Cazorla con el grueso de la
infantería, decisión que le costaría algún disgusto, pues se apartaba de las
instrucciones recibidas y seguía una táctica puramente defensiva. Le ordenó a
Márquez que volviese a entrar en Quesada “con el objeto de conservar ese punto
de comunicación con el Pozo” y, sobre todo, para proteger su posición en
Cazorla e impedir que los rodeasen por la sierra desde la parte de Montesión.
Las pérdidas producidas en las tropas de Peralta durante esta acción, según le
participó a De la Cuadra, no las conocía “a ciencia cierta”, pero las
estimaba en seis muertos y tres
prisioneros, “según me han dicho”, además de otros tres soldados del regimiento
de Voluntarios de Madrid que se habían pasado al enemigo. No fue,
efectivamente, una resistencia feroz la que hizo Peralta.
Los vecinos habían asistido a estos episodios encerrados
en sus casas, pero no todos deseaban el triunfo español. Es algo que ya se ha
visto que ocurría en Cazorla y sobre todo en Úbeda, donde parte de ellos,
especialmente los pudientes, eran abiertamente afrancesados y partidarios de
las autoridades nombradas por José I. En Quesada igual. Según informó Peralta a
De la Cuadra, sospechaba que dos vecinos de Quesada actuaban como informantes
de los franceses. Añadió Peralta que eran sus espías “puntualísimos, pues hasta
una conversación que yo tuve a las nueve de la noche de la que nos atacaron,
sabían ya; por lo que haré mis averiguaciones”. Oír las conversaciones del
comandante militar no estaría normalmente al alcance de los vecinos comunes.
Con los soldados acampados en la plaza, Peralta tendría seguramente su puesto
de mando en el ayuntamiento. ¿Quiénes fueron estos espías? Seguramente alguno
de los alcaldes o regidores, alguno de los “individuos de ayuntamiento”, pero lamentablemente
no lo vamos a saber. El caso es que, bien fuera por las tendencias afrancesadas
de algunos o bien por los rumores de un ataque francés mucho más poderoso, el
resultado inmediato fue que en los siguientes días los pueblos dejaron de
facilitar raciones y suministros a las tropas. Se les había oficiado a los
ayuntamientos que las continuasen, pero se temía Peralta que “la división de
Cuadra” tuviera que sufrir retrasos en el suministro, “pues las gentes de los pueblos
inmediatos y sus caballerías están en las sierras sin querer bajar”.
Existía el temor de que, como finalmente ocurrió, el
ataque del día 19 a Quesada fuera solo prolegómeno de una más potente ofensiva
francesa. El día 21 De la Cuadra recibió un parte “del oficial de Madrid, que
está de observación en Poyatos”, en el que Peralta, que había recibido la orden
de regresar inmediatamente a Quesada, decía que los enemigos, en número de tres
a cuatro mil, habían llegado la tarde del día 20 cerca del Vado de la Adelfa. De
la Cuadra mandó partidas desde Hinojares y Ceal para que lo comprobasen. El
resultado fue negativo, pues “todos los cortijeros y los que vienen de la parte
de allá del río” aseguraron a las patrullas no haber visto nada. Es de imaginar
que las noticias de movimientos franceses, que se venían recibiendo desde
principios del verano y que se confirmaron con la recuperación de Baeza y
Úbeda, llegasen a los vecinos y que se transmitiesen entre ellos como rumores
alarmantes. Rumores que seguramente aumentaron ante la escasa resistencia que
opuso Peralta al ataque francés.
El general en jefe del III Ejército, Manuel Freire, no
quedó muy satisfecho del comportamiento de Peralta en Quesada. Dejó de
manifiesto su contrariedad anotando al margen de la carta en la que Peralta le
daba explicaciones:
Está bien todo esto, pero ¿cuál fue la causa de que la
tropa marchó a Cazorla y no siguió el camino que tenía señalado, dejando
descubierto el camino que había de cubrir?
El general Freire ordenó a Peralta regresar
inmediatamente a Quesada con la infantería, “si ya no lo estuviese”. Estimaba
Freire que Peralta había sido sorprendido por el enemigo y que al refugiarse en
Cazorla se había apartado de la misión encomendada, que no era otra que
defender y cubrir los caminos hacia Pozo Alcón. Por eso en su orden del día 21
le especificó cómo se debía disponer la fuerza y cómo debía actuar ante el
enemigo. El batallón de Voluntarios de Jaén debía permanecer todas las noches
fuera del pueblo, “en la altura que abraza los caminos del Pozo y Collejares
(Ausín)”. A la vez mantendría guardias en la ermita de Santiago, camino de
Collejares y camino de Peal. La caballería, la mitad en el pueblo, “con sillas
puestas y a las dos de la madrugada grupas”, y la otra mitad en patrullas “de a
cuatro y seis caballos con cabo y sargento”. Estas patrullas deberían rondar “a
un cuarto de legua o algo más en todas las avenidas y caminos, en disposición
que nadie pudiera introducirse en el pueblo sin ser visto”. Si fuese
descubierto el enemigo, debían hacer fuego “aunque sea al aire para alarmar
toda la tropa, de suerte que en ningún caso pueda ser sorprendida”. Al amanecer,
la caballería que hubiera estado en el pueblo saldría a reconocer todos los
vados del Guadalquivir y Guadiana, descansando en Quesada los que hubieran
rondado de noche. La infantería debía poner guardias en los caminos de acceso,
“como a mil o mil trescientos pasos” por delante de las que cubrían el pueblo.
Freire exigió de forma terminante que su orden se cumpliera: “hará (Peralta) que
el servicio se haga con exactitud”, sin los desvíos ocurridos el día 19.
Peralta
remitió un nuevo informe a Freire, a la
vista del “concepto que se ha formado V.S.”, en el que volvía a enumerar las
precauciones que había tomado, las guardias, patrullas, etc., y negaba que hubiese
sido sorprendido, “cosa no disculpable en un militar”. Para reforzar su
posición hizo acompañar su escrito de otros dos firmados por Márquez (que con
la caballería sí se había mantenido en las posiciones ordenadas) y Mariano
Jiménez (que había tenido que marchar a Cazorla siguiendo a Peralta). Freire no
quedó satisfecho y el 24 de julio respondió a Peralta:
Me han enterado del oficio de V.S. de 22 de este mes y
notas que han puesto a continuación los comandantes de los cuerpos que V.S.
tuvo a sus órdenes el 19 de este mes sobre Quesada, con lo que procura
persuadir que no fueron sorprendidos por los enemigos. Está
bien que se hallase la tropa en la disposición que se expresa, pero el
resultado fue cual he manifestado y si no ¿qué causa hubo para que la tropa
marchase a Cazorla y no siguiese el camino que tenía señalado, dejando
descubierto el camino que debía cubrir?
La preocupación de Freire venía de la existencia de suficientes
indicios para sospechar que la intención real del mariscal Soult era forzar la
Raya de Murcia y alejar al III Ejército de Andalucía. No todo lo que le llegaba
eran rumores infundados sobre tropas cruzando el Guadiana, como los que se han
visto inmediatamente antes. Existían noticias ciertas de que los franceses
estaban concentrando tropas en Jaén y Granada. Una de estas informaciones la
obtuvo en Pozo Alcón el comandante al mando de la posición. El 24 de julio dos
cuadrillas de segadores de Huércal Overa, que regresaban desde Écija a su
pueblo tras finalizar la campaña, hicieron noche en Jódar. Allí contaron los
importantes movimientos de tropas que había visto en el camino. La justicia de
Jódar (los alcaldes) les instaron a que al pasar por Pozo Alcón informasen al
jefe de las tropas españolas allí situadas. Así lo hicieron al día siguiente,
presentándose al comandante Pedro Portillo. Los segadores le dijeron que el
domingo 21 habían salido de Écija y que vieron una división francesa que
marchaba para Córdoba. Dieron cuenta del número de soldados (unos 2.000), del color
de los uniformes de las distintas unidades, los caballos y artillería que
llevaban. Los propios soldados franceses les habían dicho que iban a Córdoba y
que el 24 saldrían con dirección a Granada y Andújar. Eran tantos los detalles
facilitados que hacían verosímil la información: los franceses estaban moviendo
tropas hacia el este. En el parte que con estas noticias remitió Portillo a De la Cuadra, día 25 de
julio, se añade que en Quesada no había novedad ese día. Los últimos días de
julio y primeros de agosto fueron tranquilos.
Puerto Ausín y Cerro de Vítar, defendido por la caballería de Márquez. |
3.- Ofensiva
francesa contra la Raya de Murcia.
Como
bien intuían Freire y de la Cuadra, el mariscal Soult, duque de Dalmacia, se
disponía a desbaratar las posiciones del III Ejército español en la Raya de
Murcia. Al efecto Soult dispuso el ataque simultáneo de dos grandes columnas.
Una al mando del general Godinot, gobernador militar de Córdoba y Jaén, que entraría
desde el reino de Jaén con dirección a Pozo Alcón, neutralizando a su paso las
posiciones de Cazorla y Quesada. La otra, aún más poderosa y al mando del
propio Soult, saliendo de Granada se dirigiría por Gor y Venta del Baúl hacia
Baza. No eran malas las noticias facilitadas por los segadores de Huércal
Overa. Lo que ocurrió, los partes de operaciones, fueron reproducidos
literalmente por la Gaceta de la Regencia
de España e Indias del martes 17
de septiembre de 1811 (N.º 120 pág. 962 y siguientes).
Los primeros avisos a De la Cuadra de los movimientos de
Godinot por Jaén son del día 6 de agosto. Ese día desde Jimena se pasó aviso al
brigadier de que los enemigos, “en número de 460 de caballería y 3000
infantes”, habían salido de aquel pueblo hacía las 6 de la mañana “para Jódar y
Quesada, según ellos mismos decían”. Añadían que mandaba la división el general
Godinot. El mismo día, ya desde Jódar, se informaba de que habían llegado allí
los franceses y que llevaban cuatro cañones, portando también las “competentes
municiones, ganados, pan, vino, etc.” A la vez casi que el de Jódar, De la
Cuadra recibió avisos en el mismo sentido desde Bedmar y Cabra del Santo
Cristo. No se detuvo Godinot en Jódar y al anochecer cruzó el Guadiana Menor
por el Vado de la Adelfa. Era una fuerza militar muy importante, entre tres y
cuatro mil soldados.
De la Cuadra transmitió inmediatamente al capitán Lorenzo
Cerezo, que estaba en Quesada al mando de Voluntarios de Jaén, la orden de que,
inmediatamente que los enemigos hiciesen algún movimiento, se retirase “con
toda la tropa de infantería por Tíscar” y la caballería por Poyatos, “cubriendo
uno y otro camino, y dando continuos avisos”. En la retirada se debían usar
todos los caballos disponibles con todos los efectos que hubiese en Quesada. Le
añade que, si hubiesen entrado los franceses en Cazorla, debían retirarse sin
demora y del mismo modo en dirección a Pozo Alcón. Y efectivamente en la mañana
del día 7 entraron los franceses en Cazorla, donde solo había una compañía de
Voluntarios de Jaén. Según Sanjuán, que comete algunas imprecisiones como decir
que Cerezo estaba en Segura, entraron en plan conciliador, intentando persuadir
a los vecinos de que por su notoria inferioridad de fuerzas debían someterse al
Emperador, pues en caso contrario “serían juzgados con todo el rigor de la ley
militar”. Conocedor de la entrada en Cazorla, Cerezo envió al capitán Mariano
Jiménez con tres compañías para que los atacase. Pero cuando estaban a mitad
descubrieron a los que venían de Jódar “en mucho número”. De acuerdo a las
instrucciones de Freire, Jiménez retrocedió “atravesando las huertas de
Quesada”, para retirarse junto al resto de la infantería hacia el puerto de
Tíscar. Para proteger la retirada, Cerezo dispuso partidas móviles que
tiroteasen e incomodasen a los enemigos.
Desde Cazorla salieron unos doscientos soldados y cien
caballos en persecución de Jiménez. Cuando llegaron a Quesada, el grueso de las
tropas de Godinot, 2.500 infantes y 500 caballos, ya se habían apoderado del
pueblo. Era una fuerza muy superior a la que mandaba Cerezo, a quien
persiguieron en su retirada por los campos de Fique, pero sin avanzar mucho
aquella tarde “por el vivo fuego” que le hicieron las patrullas de Cerezo. Las
bajas españolas fueron escasas, dos heridos de caballería y dos caballos muertos,
siendo las francesas mayores, según Cerezo, pues se había visto retirar heridos
tanto a los que venían de Jódar como a los de Cazorla.
La escasa caballería, unos cien, pasó la noche del 7 al 8
de agosto en Huesa y la infantería en el Puerto de Tíscar, donde Cerezo firmó el
parte que aquella noche envió a De la Cuadra.
Los oficiales y tropa de toda arma han llenado mis
deseos, cumpliendo con su deber y portándose con serenidad. Permanezco con la
tropa cubriendo este punto, en el que espero las órdenes V.S. y tengo una
compañía apostada en Tíscar, observando el camino de Belerda. Dios guarde a
V.S. muchos años. Puerto de Tíscar y agosto 7 de 1811. Lorenzo Cerezo.
En la madrugada del día 8 Godinot continuó su avance
hacia Pozo Alcón por Ceal e Hinojares. El escuadrón de Cazadores de Jaén se
retiraba en paralelo a las avanzadillas francesas, “descubriéndose mutuamente
cuando los nuestros atravesaban las cimas de las asperezas por donde
caminaban”. Según José Manuel Leal, que tiene publicado un buen relato de estos
sucesos,[24] “el
comandante francés Remond con una compañía de «voltigueurs» (una especie de
infantería ligera de montaña)” atacó a la vanguardia de Cerezo desde Tíscar, haciéndola retroceder hasta Pozo
Alcón. De la Cuadra no confiaba en la posibilidad de defensa que ofrecía Pozo
Alcón, situado en una llanura, pues “su terreno es muy a propósito para que
todas las armas jueguen”, y la combinación de infantería y caballería y la
diferencia de número, decidirían el resultado: “…no era posible de modo alguno
mantenerse en Pozo Alcón, ni por su situación ni por el número de tropas”.
Mientras avanzaba Godinot hacia Pozo Alcón, el general
José O´Donnell (tío del que luego sería famoso presidente del Gobierno,
Leopoldo O´Donnell) cubría el vado del Guadiana Menor en Valdemanzanos (cerca
de Cortijo Nuevo, en término de Huesa, entonces de Quesada). O´Donnell debía
reunirse con De la Cuadra en Pozo Alcón, pero al parecer no recibió la orden a
tiempo y emprendió una temeraria y desastrosa acción contra Godinot entre Zújar
y Cuevas del Campo. De la Cuadra desalojó Pozo Alcón cruzando el Guadalentín,
donde se atrincheró al abrigo de su barranco. Soult por su parte consiguió
llegar a Baza, pero no consiguió pasar mucho más allá. El desastre de O´Donnell
en Zújar y su poca coordinación con De la Cuadra dejó un regusto amargo en los
generales Freire y Blake. Pero la verdad es que la cosa no fue mal, pues hay
que considerar que el III Ejército se enfrentaba al ejército que en ese momento
era dueño de casi toda Europa, mandado por el mariscal Soult, duque de
Dalmacia, uno de los grandes militares de Napoleón. Les hicieron fracasar en su
objetivo, que no era otro que desbaratar la Raya de Murcia. El mariscal tuvo
que abandonar el escenario de los combates reclamado por la presión constante
que seguían ejerciendo las guerrillas, en el interior de Málaga y sur de
Córdoba especialmente, y por la amenazante cercanía del ejército aliado
(ingleses, portugueses y españoles) por la parte de Portugal y Extremadura.
4.-
Predominio francés.
Tras la entrada de los franceses en este mes de agosto,
Quesada y todos los pueblos de la comarca quedaron a su merced hasta bien
entrado 1812. En el otoño e invierno el invasor anduvo siempre cerca y a la vez
el III Ejército había quedado lejos, replegado en el norte de Granada y en la Sierra
de Segura. Fueron meses de calma (no hay noticia de acciones militares
destacables en la comarca), entendida esta como la resultante de la ocupación y
el dominio enemigo. Meses buenos en la vida pública y política local para los
afrancesados quesadeños. Los confidentes del invasor de los que hablaba Peralta
en julio, estarían ahora a sus anchas recibiendo el fruto de sus acciones. Esta
relativa calma no facilitó sin embargo la vida de los vecinos. La presión
fiscal del prefecto Echazarreta, las exigencias de continuos suministros para
las tropas imperiales y la inestabilidad originada por la situación bélica
provocaron carestía y escasez. En informes de principios de 1812 De la Cuadra
pintaba a Freire una dramática imagen del estado de los pueblos: hambre,
miseria, falta de cualquier recurso. José Manuel Leal escribe refiriéndose a
Pozo Alcón (que vale perfectamente de ejemplo) que “es mucho más pobre en 1812
que lo que era en 1810". En sólo dos años, tanto los enemigos franceses
como los propios “patriotas” españoles han contribuido a la destrucción y
pobreza generalizada: “la producción agrícola ha sido destrozada y la ganadera,
prácticamente consumida y agotada”.[25]
La inseguridad en los campos y en los pueblos no procedía
solo del enemigo francés. Ya se vio en el capítulo anterior la existencia de
bandas de malhechores, especialmente la de los hermanos Perea en la parte de
Cabra y la Dehesa, que añadían peligrosidad a la vida de los ganaderos y a los
habitantes de los cortijos apartados. En una carta que Lorenzo Cerezo, como
jefe militar interino de Jaén, dirigió en diciembre de 1811 al general Nicolás
Mahy, en Cartagena, le informaba de la situación general del reino, haciendo
hincapié en la delincuencia y bandolerismo que sufría. Decía Cerezo que estaba
el reino de Jaén infectado de cuadrillas de “desertores y bandidos”, y que
recibía continuamente quejas y “clamores” de “infelices pasajeros robados y
heridos”. Se lamentaba de que muchos delincuentes habían sido capturados “una y
dos veces”, pero se les había conducido como soldados forzosos al Ejército. Y esto
servía de poco, pues desertaban inmediatamente y volvían a las andadas.[26] Proponía
Cerezo para enmendar tantos desórdenes que se les juzgara “en este distrito” y
que en el mismo “sufrieren la pena a que sus crímenes los hagan acreedores”.
El 26 de diciembre dos compañías francesas, que habían
pasado por Quesada, entraron en Cazorla y ocuparon el castillo, aumentando así
el control sobre toda la comarca. Según Sanjuán, en esta ocasión su actitud fue
contemporizadora y amable, intentando borrar los excesos y crueldades
anteriormente cometidos como ejército de ocupación. Pero el daño ya estaba
hecho y no fue 1812 un año bueno para los invasores de Andalucía. Fue además el
invierno de la desastrosa campaña del emperador en Rusia, que le obligó a dejar
un poco de lado esta tierra y a retirar efectivos. A la derrota de Napoleón contribuyó
de forma importante no solo la Virgen de Tíscar, a quien como veremos se lo
agradecieron los quesadeños, sino también al zar Alejandro I y su gente.
A
principios de enero de 1812 se sortearon nuevos alcaldes ordinarios, los
últimos “encantarados” de la insaculación de 1807. Por el estado noble, don
Manuel de Bedoya, y por el general Blas Munuera. Ambos eran ya mayores (Bedoya
murió en abril de 1816); habían sido personajes destacados en los años
anteriores a la guerra y por eso fueron “encantarados” (seleccionados como
candidatos para los siguientes cinco años) en 1807. El sistema de insaculación
favorecía precisamente que personas entradas en años se hicieran cargo del
Ayuntamiento, para administrarlo de manera conservadora y mantener el orden del
Antiguo Régimen. Cinco años después las cosas habían cambiado radicalmente y
ahora Bedoya y Munuera se veían alcaldes en unos tiempos que requerían
determinación y carácter. Como el resto de las autoridades locales de esta
guerra se vieron seguramente sobrepasados. En el cabildo de 1 de enero los
nuevos alcaldes procedieron en la forma acostumbrada y rutinaria con la que los
ayuntamientos iniciaban el año, designando alcaldes pedáneos y demás empleos
concejiles. Se nombraron los de Huesa, Belerda, Royomolinos y Ceal, Larva y
Guadiana (Collejares).
En el
primer trimestre de 1812 se aprecian dos circunstancias que marcan la vida del
pueblo. Una es el dominio francés y el sometimiento del Ayuntamiento a las
autoridades intrusas, como luego se les llamaría. La otra es la penosa
situación de pobreza y miseria en la que estaban los vecinos a causa de la
guerra. Los franceses habían situado guarniciones y destacamentos, además de en
Cazorla, en Peal, Pozo Alcón, Collejares, para cubrir el paso del Guadiana
Menor y Ceal, “para la conducción de la madera” que se sacaba de la sierra. Por
esta parte casi habían desaparecido las guerrillas y el Ejército español, tras
las acciones del verano anterior, estaba replegado en el noreste de la
provincia, en Segura. El teniente coronel Novailles, “pacificador” de la
comarca, fue recompensado con la legión de honor y un ascenso, lo que celebró
con música y desfiles militares por Cazorla.[27]
Aunque
en Quesada no había guarnición francesa, el control de la comarca obligó al
Ayuntamiento a someterse a su autoridad. En los cabildos celebrados en este primer trimestre se dejó constancia
de las “superiores órdenes” recibidas del “ilustrísimo señor prefecto”
(Echazarreta) y del subprefecto de Úbeda, las únicas autoridades que se
mencionan. Se refieren las actas municipales a los asuntos ordinarios propios
de una administración rutinaria (reglas que se han de observar para la
subsistencia de la agricultura, otra sobre los arriendos de las tierras y
cortijos, otra sobre el modo de socorrer a los labradores con los fondos del Pósito, etc.). Los suministros a
las tropas francesas se negocian y discuten directamente con Novailles, a quien
incluso se recurre para que interceda ante el prefecto en algunas peticiones de
este que se consideran imposibles de atender. El 29 de febrero se comisionó al
médico y síndico procurador de la villa, D. Manuel María Gallego, para que
fuese a Cazorla a entrevistarse con Novailles y le expusiera la imposibilidad
de aumentar las aportaciones como exigía el prefecto, argumentando “los
infinitos suministros hechos por este pueblo a las tropas que han transitado
por él que no tan solo tiene cubierto lo que le debía ser de su cargo si no es
también que excede en muchos miles reales”.
No eran excusas de mal pagador. El estado del pueblo era
muy malo y los vecinos sufrían una gran escasez, agravada por la mala cosecha
que hubo el año anterior. Ante la exigencia de nuevos pagos el Ayuntamiento
repetía las mismas quejas, alegando que el “vecindario se halla en la más
lamentable situación de pobreza de resulta de los muchos y continuos
suministros que este vecindario ha hecho”. Las dificultades eran tantas que los
vecinos no tenían casi para el consumo de sus familias. El año había sido
calamitoso y faltaba incluso simiente para la siembra, pues lo poco que se
recogió el verano anterior se había gastado en los suministros a “las
diferentes guarniciones que hay en estas inmediaciones”. La escasez había hecho
que la hogaza de trigo subiera a más de 100 maravedíes (tres reales) y las de maíz y cebada a 64 maravedíes (casi
dos reales), precios disparatados y prohibitivos. Pero además de las malas
cosechas, la carestía tenía su origen en los continuos incidentes y problemas
causados por la inseguridad provocada por la guerra y el continuo paso de
tropas de unos y otros. Este tránsito era mayor en las partes cercanas al río
Guadiana Menor, eje de comunicación entre Jaén y norte de Granada, y los
inconvenientes resultaban mayores por ser lugares menos poblados y más
indefensos. Cuando había problemas y situaciones difíciles con la soldadesca, las
autoridades del lugar, los pedáneos, se veían entre la espada y la pared, pues
eran los que daban la cara ante el enemigo y a la vez los que debían responder
ante los vecinos. No fue una época fácil para estos cargos municipales y las
tensiones se reflejaron en las actas municipales.
El 5
de enero de 1812 el cabildo quesadeño recibió una carta de Blas de Arroyo y
Antonio Palacios, los alcaldes pedáneos de Huesa que habían sido nombrados unos
días antes. Solicitaban que se les liberara del cargo, alegando el primero que
ya lo había sido el año anterior y el segundo que lo fue en 1810. Arroyo decía
que era “un mero jornalero” y que debía
buscar “el necesario alimento” para su familia, lo que le dificultaba el cargo
de alcalde. Palacios se quejaba que el año de 1810 en que ya fue alcalde tuvo “innumerables
pérdidas y perjuicios”. Como si se hubieran puesto de acuerdo, el 14 de enero
se recibió otra carta firmada por
Rodrigo Aceituno, pedáneo de Collejares y Guadiana. Aceituno hacía presente que
había sido elegido para dicho empleo en los años anteriores y que no se le
debía repetir la carga. A su juicio se debería repartir por turnos a “otras
personas que hay en dicho sitio”. Por ello pedía que se le exonerara del cargo
y se nombrara a otro. Argumentaba además que su ocupación como barquero,
trabajo indispensable para “no causar perjuicio alguno al arriero que transita
como igualmente las tropas”, consumía todo su tiempo y le impedía asumir
el cargo de pedáneo.
El Ayuntamiento se hizo cargo y aceptó las tres
dimisiones, nombrando a otros vecinos en su lugar (Juan Romero y Antonio de
Bustos “para el sitio de Poyatos” y Silvestre Pérez para Collejares y Guadiana).
Este incidente es un indicio claro de los problemas del momento y
de la inseguridad en que se vivía. El empleo de alcalde pedáneo, aunque
conllevaba algunas molestias y trabajos como el de hacer los repartimientos de
contribuciones, le daba a su titular poder entre los habitantes del lugar. Ese
reparto de contribuciones, por ejemplo, consistía en fijar la cuota anual que
debía pagar cada vecino y le permitía al
pedáneo cargar más a unos y menos a otros. Creo que es la primera vez que he
encontrado unas dimisiones como estas; nadie lo hacía y lo normal era asumir el
empleo con gusto. Eso en tiempos normales, no en estos tan revueltos, cuando
los problemas de la situación bélica recaían de inmediato en el pedáneo.
Algo parecido ocurrió con el regidor Don Cristóbal de
Bustos, a quien ya conocimos en el primer artículo sobre esta guerra. Los mismos
problemas que padecían los pedáneos los sufrían en el pueblo los componentes
del Ayuntamiento. Don Cristóbal decidió quitarse de en medio, dejar Quesada y
pasar a vivir en su cortijo del sitio de Guadiana y Collejares. No era tampoco
una decisión corriente, no era frecuente entonces que los propietarios vivieran
en sus cortijos, a los que no iban más que por muy cortas temporadas, cuando
iban. Alegando su ausencia del pueblo y también su edad y “achaques
habituales”, pidió que se le relevase como clavero de la junta que administraba
los fondos de la Dehesa de Guadiana. Evidentemente lo que pretendía era
quitarse de en medio del Ayuntamiento y de los problemas de la guerra, lo que queda
acreditado con su vuelta al pueblo cuando marcharon los franceses. Entonces volvió
a participar en los asuntos de Concejo, como siempre lo había hecho, y parece
que su avanzada edad ya no era problema.
Antes de terminar con estos meses de lo que podríamos
llamar “el gobierno francés”, hay que referirse al viejo pleito por los bienes
del antiguo convento de las dominicas de Quesada, del que ya se dio cuenta en
la primera parte. El administrador de las agustinas de Cazorla había recurrido
al “ilustrísimo señor prefecto de esta provincia don Manuel de Echazarreta”, sobre
el “despojo” que a su juicio había hecho el Ayuntamiento de Quesada en 1810 a
las monjas de Cazorla, apropiándose de la administración de los bienes que
fueron de las dominicas de Quesada. El Ayuntamiento acordó enviar al prefecto
un memorial en el que recordaba el pleito que de antiguo se seguía en el
Consejo de Castilla y Chancillería de Granada y “los justos y legítimos
derechos que distintas personas particulares de este pueblo tienen a los bienes
de dicho convento”. Argumentaba el concejo quesadeño que todas las monjas que
desde Quesada se habían trasladado a Cazorla, para cuyos alimentos las
agustinas recibieron los bienes, ya habían fallecido. Fue este un episodio más del
interminable pleito, pero por lo que aquí ahora importa hay que destacar que
tanto el administrador de las agustinas como el Ayuntamiento de Quesada
reconocían todavía (marzo de 1812) como autoridad superior al afrancesado
prefecto Echazarreta y a él remitían sus razones. En pocas semanas cambiaría la
situación y nadie se acordará del prefecto.
Mientras tanto la guerra continuaba. A finales de febrero
los franceses se retiraron de Cazorla, pero permanecieron en Úbeda, desde donde
seguían presionando y amenazando a los pueblos de la comarca. Por parte del
gobierno de Cádiz estaba ahora en calidad de gobernador del reino de Jaén el
brigadier Antonio Porta. El gobernador Porta, desde sus bases en la Sierra de
Segura, fue avanzando poco a poco y “liberando” los pueblos de las Villas, estableciendo
su puesto de mando en Villanueva del Arzobispo. Ya no hubo más contraataques
serios de los imperiales. Hay que recordar que en Cádiz, el 19 de marzo de
1812, las Cortes habían proclamado la Constitución.
5.-
Retirada francesa. La Constitución.
Los franceses seguían cerca, pero en el mes de abril ya hay
evidencias de que el gobernador Porta estaba asegurando y avanzando sus
posiciones. Los pueblos volvían a tener en cuenta a las autoridades españolas.
En este cambio de actitud influyó decisivamente la recuperación de Úbeda, la
cabeza del partido. Como muestra del renacido respeto y reconocimiento a la
administración dependiente de Cádiz se puede mencionar un asunto menor de
índole pedagógica pero relevante a este respecto. El 16 de abril el vecino de
Quesada Joseph Bello del Ángel envió un memorial al gobernador Porta,
establecido en Úbeda, pidiéndole que le diera licencia para ejercer
interinamente como maestro en Quesada. Según Bello, aunque el maestro titular,
Laureano de Ávila, tenía título y él no (por no poder acudir al correspondiente
tribunal a causa de la situación bélica), con Ávila los niños no avanzaban, de
manera que en los muchos años que llevaba en el pueblo no había sacado ni un solo
alumno de mérito. Porta remitió la solicitud a “la justicia de la villa” para
que informase y el Ayuntamiento le contestó que no había inconveniente por su
parte en que ejercieran los dos simultáneamente. Vemos con este asunto que
mientras en marzo la autoridad reconocida a la que todos se dirigen es el
prefecto Echazarreta, en abril ya es el gobernador Porta.
Porta estaba consolidando su posición y en mayo ya se
sentía tan fuerte como para tomar una medida de gran calado político: remover
el Ayuntamiento y nombrar nuevos alcaldes. Correspondía a S.M., a la
Chancillería y al Consejo de Castilla, decidir sobre el gobierno de villas y
ciudades, no teniendo las autoridades provinciales competencia al respecto. Pero
los tiempos eran extraordinarios y requerían soluciones de igual carácter. El
13 de mayo, en Villanueva del Arzobispo, “el señor don Antonio Porta, brigadier
de los reales ejércitos, comandante general militar y político de este reino de
Jaén”, firmó una orden por la que designaba alcaldes de Quesada a don Manuel de
Alcalá y Maldonado por el estado noble y a don Juan de Dios Bonavida por el
general. La decisión se había tomado a la vista del “expediente reservado” que
se había formado con “los oficios de pareceres remitidos por las personas de la
villa de Quesada”. En la misma orden se comisionaba al quesadeño don Francisco
Montilla, militar de las tropas de Porta, que antes de la guerra había sido
cabo de la partida de escopeteros de Quesada, para que el día 17 pasase al
pueblo y les diera posesión del cargo. Esta designación de alcaldes rompía con
el sistema tradicional y por eso el regidor decano don Antonio Martínez del
Águila dijo que acataba la decisión, “sin perjuicio de las regalías que este
ayuntamiento tiene de S.M. para hacer las elecciones de alcaldes y demás
oficiales de república por sí y ante sí”. Añadió que el señor Alcalá había sido
alcalde ordinario en 1811, por lo que no tenía hueco (tiempo de un año que
tenía que transcurrir para poder repetir en el cargo). El también veterano don
Pedro Vela igualmente aceptó el nombramiento con parecida salvedad. El otro regidor
perpetuo, don Cristóbal de Bustos, no asistió al pleno porque ya hemos visto
que estaba en su cortijo, apartado de los peligros que pudiera ocasionarle el
protagonismo político.
Es muy
interesante esta referencia a que Alcalá Maldonado fue alcalde en 1811. Aquel
año lo fue por el estado noble Simón Jiménez Serrano. Alcalá no estaba siquiera
“encantarado” (incluido) entre los elegibles. Significa esto que alguna
autoridad lo nombró, también al margen del procedimiento. Que el gobernador
Porta lo volviese a designar cuando estaba imponiéndose a los franceses permite
deducir que mantenía una actitud “patriótica” y antifrancesa. El “expediente
reservado” y los “pareceres remitidos” desde Quesada así debían acreditarlo. Hay
que pensar por tanto que en 1811 fue nombrado por el mismo motivo cuando en la
primavera y principios del verano Quesada estuvo controlada por las tropas
españolas. Manuel Alcalá Maldonado, además de opuesto al “gobierno intruso”,
debía tener simpatías por el gobierno de Cádiz, pues formó parte de los
ayuntamientos constitucionales de 1813 y 14. Tras el regreso del absolutismo
desapareció de la vida pública, seguramente por sus simpatías liberales. Bonavida,
el otro alcalde, que fue recaudador y mayordomo (administrador) de los bienes
de Propios (municipales), parece que fue persona menos comprometida y más acomodada
a quien mandase, por lo que sobrevivió a todos los cambios políticos.
En la
misma sesión en la que tomaron posesión los nuevos alcaldes la Villa acordó
que, “según costumbre”, se efectuara la “traslación” de “Nuestra “Señora de
Tíscar patrona de ella”, desde su santuario a la parroquia. Al efecto se pasó “recado
político” al cura párroco don Cristóbal García para acordar el día en que se
debía efectuar. Esta de mayo fue la primera “Traída” que hubo aquel año. Estuvo
la Virgen en el pueblo hasta el 28 de agosto, San Agustín, día en el que
tradicionalmente se devolvía al santuario. En el otoño regresó, como luego
veremos.
Por estos días los franceses habían abandonado la comarca
y estaban reducidos casi a la capital de la provincia y a la parte occidental
de ella. No significaba esto que no siguiera habiendo incidentes, pero ya no
volvieron nunca a ser el peligro que habían sido. Según Sanjuán, tropas
francesas procedentes de Baza pasaron por Cazorla (y es de imaginar que por
Quesada) a mediados de junio. Quedaban algunas partidas volantes de los
imperiales, pero no consiguieron romper el control español de esta parte de la
provincia, donde la autoridad del gobierno de Cádiz era ya indiscutible. Y el
gobierno español era ahora constitucional. El 22 de agosto de 1812 los alcaldes
dijeron que se había recibido de Cádiz “la Constitución de la monarquía
española” con la orden de la Regencia de que se proclamase y jurase. El solemne
acto tuvo lugar “en la iglesia que sirve de parroquia” dos días después, el 24
de agosto. El templo en cuestión no era la actual parroquia, que desde el año
1800 amenazaba ruina y que entre la guerra y la falta de interés del
arzobispado (los vecinos tuvieron que amenazar al vicario en 1819 con no pagar
los diezmos si no se tomaba en serio su reparación) permaneció muchos años
inutilizada. Seguramente esta iglesia “que sirve de parroquia” era la iglesia
de Santa Catalina del antiguo convento de monjas, de la que consta que a
principios de siglo funcionaba como “ayuda de parroquia”.
Aquella mañana se reunieron en la iglesia, la hora
habitual era la de las diez, el ayuntamiento en pleno, el cura ecónomo don
Lucas Martín del Águila (no se cita al prior García, seguramente poco liberal) y
demás individuos del “venerable clero”. Junto a las autoridades “muchas
personas del pueblo y el primer orden de ambos sexos (los más principales)”. Lo
hicieron al efecto de prestar juramento a la “Constitución Política de la
monarquía española, sancionada por las Cortes Generales y Extraordinarias de la
Nación”. Estando todos juntos “se principió la misa solemne con diácono y
subdiácono, con el acompañamiento de música (coro e instrumentos)”. Después del
ofertorio “se leyó a la letra la nominada Constitución (preámbulo y 384
artículos) y concluida que fue su lectura se prosiguió en dicha misa”. Terminado
el oficio, se puso una “decente mesa (…) con el libro de los Santos Evangelios
sobre ella”. Juraron la Constitución los miembros del Ayuntamiento, los
eclesiásticos “y en seguida lo hizo lo demás del pueblo concurrente”. Hubo
repique general de campanas y durante todo el acto se manifestó “un completo júbilo en todos los
naturales”. El testimonio de la proclamación y juramento de Quesada fue
remitido a Cádiz, donde se publicó en el DIARIO DE SESIONES de las CORTES
GENERALES y EXTRAORDINARIAS del 5 de octubre.
El simple hecho de que se celebrara tan solemne acto muestra
que en aquel mes de agosto ya no había mucha prevención con los franceses.
Napoleón había salido escaldado de Rusia y la guerra de España dejó de estar
entre sus prioridades. El mariscal Soult abandonó Andalucía con dirección a
Valencia. No fue incomodado en su retirada, de manera que ahora sí consiguió
pasar la Raya de Murcia que tanto se le había resistido. No está de más decir
que no se iba de vacío. El señor duque de Dalmacia fue un gran expoliador de
obras de arte durante se paso por Andalucía, un auténtico precursor de lo que
hicieron mucho después los nazis en los países ocupados. En el museo del Prado
se conserva un Inmaculada obra de Murillo que es conocida como “Inmaculada de
Soult” y que fue una de las muchas obras que el mariscal se llevó a Francia. No
se recuperó hasta 1941, cuando fue devuelta por el derrotado y colaboracionista
gobierno francés de Vichy.
El 17 de septiembre el gobernador Porta entró en Jaén. El
20 de septiembre los franceses en retirada cruzaron Quesada sin causar daños.
Fue la última vez que se les vio por aquí. El mismo día que Porta entró en Jaén
el general Ballesteros, capitán general de los cuatro reinos de Andalucía, hizo
desde Nívar (inmediaciones de Granada) una proclama “a los habitantes de
Andalucía”. Anunciaba que el enemigo había abandonado todo el territorio a su
mando y apelaba al patriotismo de los andaluces para que se formasen juntas en
todos los pueblos que recogieran donativos voluntarios de los vecinos a fin de financiar
la guerra hasta la definitiva expulsión de los enemigos.
Con la proclama de Ballesteros se inició en Andalucía una
nueva y definitiva fase de la guerra. Ya no se volverá a ver franceses y todo
el territorio quedará en la retaguardia. La guerra seguirá presente, pero ya no
con hechos militares, sino con la continua exigencia de hombres para el
Ejército y la correspondiente aportación de fondos. En Quesada se recibió la
proclama de Ballesteros por mano de un comisionado militar destacado al partido
de Úbeda. En su consecuencia, el día 13 de octubre el Ayuntamiento acordó
formar una junta compuesta por los alcaldes, párroco y síndico ante la que
concurrirían los vecinos, recibiendo de cada uno la cantidad que “voluntariamente”
pudiesen entregar. Los donativos serían anotados en una lista y el dinero
recaudado entregado en Úbeda. En el mismo cabildo se recibió un oficio del
contador de Rentas Provinciales de Baeza mandando que no se interrumpiera la
reclamación y apremio de atrasos en las contribuciones atrasadas y corrientes,
“por más que declamen y resistan su satisfacción a pretexto de los muchos
suministros que se hubieran hecho a las tropas”.
Se
veía venir que el esfuerzo de guerra seguiría exigiendo grandes sacrificios a
los vecinos, pero ahora tocaba celebrar que los franceses se habían marchado.
En el mismo cabildo del día 13 se dio lectura a un memorial firmado por seis “devotos labradores y vecinos de esta villa” en el que
decían “que habiéndose dignado la divina providencia por intercesión de la
milagrosa imagen de nuestra señora de Tíscar, patrona de esta villa, librarnos
de las manos de los enemigos franceses y del yugo tan pesado con que hemos
estado oprimidos”, les parecía “muy del
caso” traer a la Virgen desde su santuario para hacerle uno o más novenarios.
Finalizaban los firmantes asegurando que todos los vecinos contribuirían a
tan importante diligencia, “siendo como ha sido nuestro amparo y protectora en
los casos que se nos han presentado de tan común enemigo”. El Ayuntamiento, “conociendo la justa solicitud que hace este
vecindario”, acordó que se trajera la Virgen el día 16 y que se
pasara aviso “al venerable clero para que por su parte contribuyan a este
piadoso objeto según costumbre”. Fue la segunda Traída de aquel año. Pocos días
después, el 26 de octubre, nacía en su casa de la plaza el general Francisco
Serrano Bedoya
Mariscal Soult, duque de Dalmacia |
6.- De
nuevo Quesada queda en la retaguardia. Final de esta guerra.
La
Constitución era una cosa que realmente los vecinos no sabían muy bien qué cosa
pudiera ser, más allá de ser vista como la “autoridad”, como el gobierno lejano,
como algo parecido a lo que siempre había sido S.M. Resulta a veces cómico ver
cómo desde ese momento todo se hacía o se justificaba por lo que mandaba la
“sabia Constitución”. Las cosas más peregrinas, cualquier solicitud al
ayuntamiento se justificaba por su mandato. Pero como “superior autoridad” de
ella sí dimanaron cambios reales que llegaron pronto y alteraron el panorama
político del pueblo. El 22 de octubre se recibió una comunicación de la
Regencia sobre la forma de elegir y nombrar los ayuntamientos. Incluían estas
nuevas normas la supresión del cargo de “regidor perpetuo”. De esta manera desaparecía
de improviso tan histórica institución, por la cual sus titulares eran
regidores (concejales) de forma vitalicia pudiendo comprar, vender y heredar el
oficio como cualquier otra propiedad. Desde ese momento todos los miembros de
los ayuntamientos serían elegidos y en Quesada lo fueron a finales de ese mes
de octubre.
El
nuevo Ayuntamiento Constitucional estaba formado por dos alcaldes ordinarios,
ocho regidores, síndico general y procurador del común. Eran más regidores que
los tradicionales, y también se vio alterada la extracción social de sus componentes.
En el nuevo ayuntamiento electo solo había tres nobles o hidalgos,
perteneciendo el resto a lo que antes se llamaba el estado general. El antiguo
estado noble quedaba sin privilegios, diluido entre labradores, ganaderos y
profesionales. No estaban en él los históricos Antonio del Águila, Pedro Vela o
Cristóbal de Bustos, hidalgos los tres. Entraban Eulogio Valdés, propietario de
El Salón, Francisco López Alférez, ganadero y propietario en Lacra, el
escribano Jila y el médico Manuel Gallego entre otros. A pesar de que la
Constitución se abolió en 1814, el cambio acabó siendo definitivo con algunos
vaivenes. Para cuando en la década de 1830 se estableció definitivamente el
sistema liberal, la única diferencia entre los vecinos estaba marcada por la
economía. El viejo estamento noble pasó a ser una cosa del pasado que no podía
hacer otra cosa que desaparecer.
No se
conserva el acta de elección de este Ayuntamiento, pero a principios de 1813 se
celebraron elecciones a Cortes de las que sí existe el acta y que sirve para
ver como eran entonces las elecciones. El sistema electoral empleado nos puede
parecer antiguo y complicado, pero lo cierto es que uno similar se sigue
utilizando actualmente, pues no es otro que el “caucus” utilizado en Estados
Unidos para las elecciones primarias en algunos estados. El 8 de enero de 1813
se dio cuenta en el pleno de una comunicación del gobernador de la provincia
conteniendo las instrucciones para la elección de diputados a cortes. Por ellas
el domingo 10 de enero se debía de convocar a los vecinos para elegir vocales
electores en representación de la villa. Estas asambleas de vecinos se
organizaban por parroquias, eligiendo cada una un vocal. En el caso de Quesada
eran cuatro: parroquia de Quesada, de Tíscar y Belerda, Poyatos-Huesa y Larva. En
las asambleas resultaron elegidos el médico Manuel María Gallego por la de
Quesada, por Huesa su párroco Pedro Antonio
de Pedraza, por Tíscar y Belerda Juan Guerrero, morador del sitio de
Royomolinos, y por Larva Matías Robledillo, labrador del lugar.
Una vez elegidos los vocales de las parroquias, todos los
del partido se reunieron el día 18 en Úbeda para elegir a los dos electores que
representarían al partido en la definitiva elección de diputados a celebrar en
Jaén. En la junta de Úbeda se planteó un incidente previo con la acreditación
del vocal de Larva, que estaba escrita en papel sin timbre y sin legalizar por
un escribano. La comisión de credenciales, de la que formaba parte el cura de
Huesa, acordó aceptarla considerando que ambos defectos procedían de ser una
cortijada donde no había papel sellado ni escribano. Este sistema electoral
indirecto se mantuvo, cuando hubo elecciones, durante bastante tiempo. Era en
realidad un sufragio masculino casi universal, porque en las asambleas
parroquiales podían votar todos los vecinos (cabezas de familia o de casa).
Cuando por el régimen liberal se sustituyó por la elección directa (el elector
votaba directamente al diputado del distrito) fue mucho más restringido, ya que
se pasó a un régimen censitario en el que solo podían votar las personas con un
nivel económico determinado.
Como antes decía, Quesada quedó en la retaguardia, pero
la situación no mejoró demasiado. Se dejaron de vivir combates y tiroteos, pero
en el campo seguía existiendo inseguridad y miedo a causa de las partidas de
bandoleros y de los muchos malhechores que campaban. Pero lo peor fueron los
importantes alistamientos de mozos para el Ejército (aunque desplazada hacia el
norte, la guerra continuaba) y la tremenda presión fiscal para financiar los
gastos militares. Recaían ambas cargas sobre un pueblo extenuado y empobrecido
por los años de guerra que arrastraba. Hasta el final de la guerra en 1814
(incluso después), fueron continuas las órdenes y mandatos de la Intendencia
provincial apremiando al pago de contribuciones ordinarias, extraordinarias y
de guerra. Y continuas fueron las quejas del Ayuntamiento protestando de la
imposibilidad en que estaban los vecinos de afrontar en plazo esos pagos.
Al pago de contribuciones había que sumar el suministro a
las tropas transeúntes o acantonadas en las cercanías. A menudo la exigencia de
estas aportaciones se hacía, para ejercer la máxima presión, directamente por
fuerzas militares que se personaban en el pueblo. En abril de 1813 se presentó
en Quesada un oficial al mando de 50 soldados de la brigada acantonada en
Sabiote para exigir 200 raciones diarias. En el pleno que debatió esta petición
estuvo presente el oficial para asegurarse de que el Ayuntamiento era diligente
buscando los fondos con los que pagar estas raciones. No solo se debía
suministrar a estas tropas, también al hospital militar de Baeza e incluso a
una partida de más de 80 hombres de paso por Quesada “para la persecución de
ladrones”. El 12 de mayo el Ayuntamiento se quejó al intendente provincial de
los “innumerables suministros que ha hecho este pueblo, por cuya causa se halla
en la mayor indigencia e imposibilidad de poder continuar con el cupo de
raciones y así se le ha hecho saber en repetidas ocasiones. Y no obstante se
repiten las peticiones de (las) tropas que pasan por este pueblo”. El Cabildo
estimaba que el total de suministros militares que había hecho la villa y sus
vecinos, desde el principio de la guerra, ascendía a la extraordinaria cantidad
de 2.000.000 de reales. Seguramente exageraban los regidores, pero en cualquier
caso era demasiado dinero para un pueblo como Quesada.
Además
de los suministros para las tropas de paso, los pueblos debían hacerse cargo
del mantenimiento de las unidades militares que, procedentes de estas tierras,
se habían ido desplazando hacia el norte siguiendo la acción bélica. Así, en
enero de 1814 el intendente provincial comunicó al Ayuntamiento que había
correspondido a Quesada suministrar ocho acémilas para el III Ejército que
ahora estaba en Tudela. En su vista se acordó “reconocer a todas las
caballerías mulares que hay en la jurisdicción” para proceder a seleccionarlas
(no necesariamente para escoger a las mejores). No era la primera vez que se
recibía una petición de caballos, yeguas y sobre todo mulos. La aportación de
estos animales, que eran la “maquinaria agrícola” del momento, fue otro
problema añadido a la producción agrícola, de la que en última instancia salía
todo el esfuerzo de guerra, impuestos y suministros.
Por suerte aquel invierno fue lluvioso y se esperaba una
buena cosecha de cereal. Fue también muy lluvioso el siguiente invierno, tanto
que el Guadiana Menor venía tan crecido que solo se podía vadear con bueyes.
Además del agua para el campo, hubo alguna otra buena noticia económica, como
la reactivación del comercio. El 9 de julio de 1813 se recibió un oficio del
jefe político provincial (lo que luego sería gobernador civil) comunicando que
“las primeras ventas y ulteriores de los frutos de la tierra, ganados y demás”
se pudieran vender libremente “al precio que más acomode a sus dueños”. Era una
medida liberalizadora acorde con el nuevo régimen constitucional. Hasta ese
momento el comercio estaba sometido a limitaciones, de manera que el
Ayuntamiento sacaba a subasta la venta de determinados productos (para
garantizar el suministro y garantizar el cobro de derechos) y otorgaba al
rematante el monopolio de su comercio a un precio determinado. No duró mucho la
medida, pues el mercado volvió a las restricciones anteriores con la abolición
de la Constitución, pero en aquel momento fue un alivio y una disposición bien
recibida. El síndico procurador, que lo era el boticario Tomás González, hizo
que constara en acta su satisfacción en nombre del común (los vecinos),
advirtiendo de su “protesta” (recurso) a cualquier acuerdo que se opusiera a
esta libertad de comercio.
Fue por el contrario económicamente muy perjudicial la
movilización de mozos para el Ejército. Suponía la salida del pueblo de un
número importante de jóvenes en el máximo de su capacidad laboral, lo que
dificultaba el trabajo en el campo. Las movilizaciones provocaron una gran
resistencia en la población y los mozos y sus familias hicieron lo posible para
no incorporarse alegando toda clase de reclamaciones. Incluso, una vez
incorporados, no era infrecuente que abandonasen las unidades militares en las
que estaban. Eran estos los que se conocían como “dispersos”. El problema no
era pequeño y por eso, a instancias del mando militar de la provincia, se
publicó un bando para que el día 7 de octubre se presentasen en el ayuntamiento
“todos los militares de cualquier clase y graduación para que acrediten por qué
causa están en la villa y su motivo y derecho”. Un mes después, 8 de noviembre,
se repitió la orden, destinada específicamente a los oficiales, con el mandato
de que los que estuviesen en los pueblos sin licencia “regresen cuanto antes a
sus cuerpos y ejércitos”. El Ayuntamiento acordó comunicarlo a “don Jerónimo
Moreno único oficial que existe en esta villa”. Esta referencia al que fue
famoso guerrillero quesadeño acredita nuevamente que Moreno no había muerto en
Iznájar, como en su momento anunciaron las gacetas afrancesadas.
Otro
asunto que ocupó al Ayuntamiento en estos tiempos finales de la guerra fue el
pleito por los bienes del antiguo convento de dominicas de Quesada, disputados
con el convento de agustinas de Cazorla. Era un expediente económicamente
importante, especialmente en momentos de extrema necesidad de ingresos para el
Ayuntamiento. Según el inventario que se hizo en julio de 1813, el caudal se
componía de 22 huertas, 16 quiñones, bancos y pedazos de tierra, un cortijo en
Bruñel Bajo, 10 casas en el pueblo y “como unas 20 viviendas en el convento”.
Estas últimas no eran propiamente casas, sino una especie de pisos o grupos de
habitaciones habilitados para su arrendamiento en las casas que se construyeron
en el solar del antiguo edificio. A finales de 1812, una vez recuperada cierta
normalidad, el administrador de las agustinas de Cazorla reclamó la posesión de
los bienes al juez del partido, entonces en Úbeda. El juez dio la razón a las
agustinas y ordenó la entrega de los bienes. En el Ayuntamiento de Quesada se desató
una agria discusión entre los partidarios de recurrir la decisión judicial y
los de aceptarla. De todas formas daba un poco igual este debate, porque las
autoridades provinciales incluyeron aquel verano a los de las dominicas entre
los Bienes Nacionales, es decir, del Estado. Hubieran acabado vendiéndose si Fernando
VII no hubiera derogado la Constitución ordenando que todo volviese al ser y
estado anterior a la misma, lo que devolvió el pleito al punto de partida.
La guerra
se había desplazado hacia el norte, pero no había concluido y ahora la estaba
perdiendo Napoleón. Fue una auténtica guerra europea, una especie de precedente
de las guerras mundiales. Eso lo sabían incluso en un pueblo aislado y remoto
como Quesada, donde se vivían como propias las victorias de los enemigos de
Bonaparte, por lejanas que fuesen. El 28 de marzo se celebró un tedeum,
presidido por alcaldes y regidores, con repique de campanas y luminarias por la
noche para celebrar “los triunfos del emperador de la Rusia”. Semejantes
celebraciones se repitieron con las “acciones gloriosas de Ejército aliado”
(ingleses, españoles y portugueses), que en 1814 llegaron a invadir el sur de
Francia y ocupar Burdeos.
Entre
estrecheces y agobios económicos, alguna epidemia de cólera como la que se
inició en Gibraltar y para cuya prevención se formó en Quesada una Junta de
Sanidad en octubre de 1813, acabó victoriosamente la guerra. Napoleón abdicó y
fue recluido en la isla de Elba. El regreso de Fernando VII, “Por la Gracia de
Dios y la Constitución Monarca del Reino de España”, según rezaban los timbres
del papel sellado, fue triunfal. No se dirigió directamente a Madrid como
quería el Gobierno; se entretuvo en un largo itinerario que lo llevó a Valencia
a primeros de mayo. Estaba preparando el golpe de estado desencadenado por su
decreto de 4 mayo, que derogaba la Constitución y mandaba que las cosas
volvieran a su ser anterior. Ministros, diputados y adictos al régimen
constitucional en general, fueron perseguidos, encarcelados o huyeron al exilio.
En Quesada se destrozó la placa que había en el Ayuntamiento conmemorando la
Constitución y se asaltó el edificio, destruyendo en el archivo los papeles de
la contribución directa (igual para todos, nobles, clérigos y pueblo llano). Tal
y como se mandaba por Fernando, las cosas volvieron al triste estado de 1808.
Memorial de labradores y vecinos pidiendo la traída de la Virgen para celebrar la salida de los franceses. |
[1]José
Sanjuán Resumen histórico de los acontecimientos ocurridos en Cazorla cuando
la Guerra de la Independencia, que recoge y publica Bueno Cuadros en Cazorla,
de villa a ciudad. Op. cit primera parte.
[2] Rufino Almansa
Tallante. Cazorla y La Iruela en la Guerra de la independencia. BIEG n.º 156
1995.
[3]Ramón Rubiales García del Valle. ACTUACIONES DE LA GUERRILLA
Y EL EJÉRCITO EN LA COMARCA DE LAS VILLAS DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA
(1810-1812). ARGENTARIA Revista Histórica, Cultural y Costumbrista de las
Cuatro Villas. 2013.
[4]Gaceta de la Regencia
de España e Indias.
18 de mayo de 1811.
[5] Rubiales. Óp. cit.
[6] Bueno Cuadros. Óp.cit.
[7] Ildefonso Alcalá
Moreno. La Guerra de la Independencia en Jódar. Asociación cultural Saudar.
[8]DIVERSOS-COLECCIONES,111,N.31
[9]1811-05-18 Gazeta de la
Regencia de España e Indias - Número 65
[10]Gaceta de Madrid. 2 de marzo de 1811.
[11]Díaz
Torrejón GUERRILLA, CONTRAGUERRILLA Y DELINCUENCIA EN LA ANDALUCÍA
NAPOLEÓNICA (1810-1812) Tomo II. Fundación para el desarrollo de los
pueblos de la Ruta del Tempranillo. Lucena 2005.pág. 116.
[12] Díaz Torrejón op.cit. Pág.
112 y 113
[13]DIVERSOS-COLECCIONES,152,N.34
[14]José Manuel RODRÍGUEZ DOMINGO. ACCIÓN Y DEFENSA EN LA
RAYA DE MURCIA DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA (1810-1812).Boletín
Centro de Estudios Pedro Suárez, 23, 2010, 59-166
[15]
DIVERSOS-COLLECCIONES,98,N.17
[16]DIVERSOS-COLECCIONES,152,N.34
[17] Ibid.
[18] Ibid.
[19]DIVERSOS-COLECCIONES,124,N.10
[20]DIVERSOS-COLECCIONES,202,N.38
[21]Boletín de
jurisprudencia y legislación. Tomo I, Madrid 1836. BDH.
[22]DIVERSOS-COLECCIONES,152,N.2
[23] La información sobre
estas acciones está los partes y cartas de DIVERSOS-COLECCIONES,152,N.2
y N.34
[24]José Manuel Leal. LA
GUERRA DE LA INDEPENDENCIA (II). EL COMBATE DE POZO ALCÓN. En Lo Que
Pasa en Pozo Alcón. Blog independiente de noticias. 14 de febrero de 2021.
[25] José Manuel Leal. Op.
cit.
[26]DIVERSOS-COLECCIONES,202,N.38
[27] Sanjuán dice de
Novailles que era “hombre sabio, político y de experiencia”.