QUESADA
EN EL AÑO 1800
Quesada
era en 1800 un pueblo perdido y bastante incomunicado. Pocos y malos eran los
caminos que llegaban al pueblo. El principal era el de Baeza y Úbeda, que subía
paralelo al río de la Vega hasta llegar al puente de Palo[1], donde tras cruzarlo
iniciaba la subida al pueblo. Era el único camino que permitía el tránsito de
pequeños carros y carretas, como el que conducía dos veces en semana la valija de la correspondencia. Al empezar a subir
las cuestas por debajo del actual Paseo de Santa María, al camino de Úbeda se
juntaba el que venía de Villacarrillo y cruzaba el río por el puente del
Vadillo, actualmente conocido como Pernías.[2] Este
camino, que era el que se utilizaba en las comunicaciones con Madrid, era poco
más que una vereda, solo apto para arrieros y peatones, como todos los demás
salvo el de Úbeda. Tras pasar por la casa de la Tercia[3] se entraba
en el pueblo por el principio de la calle Nueva, frente al arco o puerta de
Granada.
El pueblo tenía una apariencia muy distinta a la actual.
Las calles eran de tierra y solo las más principales estaban malamente
empedradas. Este piso hacía que en verano fuesen polvorientas y en invierno
auténticos barrizales. Estaban además cubiertas del estiércol de las
caballerías y otros ganados que la transitaban y de las inmundicias que
arrojaban los vecinos, todo ello mezclado con las aguas residuales, pues no
había ningún tipo de cloacas y desagües, apenas alguna atarjea para evitar encharcamientos
donde las aguas no podían correr libres.
La gente vivía hacinada en casas muy pequeñas y malas.[4] Eran por
lo común de dos alturas, bajo y alto, siendo pocas las que tenían una tercera
planta con cámaras debajo del tejado. De las declaraciones que hicieron los
vecinos para el catastro de 1752 se desprende que una casa normal tenía en la
planta baja una cuadra y a veces un portal o una bodega; en el piso alto
cocina, una o dos habitaciones y cámaras. En este espacio vivía y dormía la
familia, entendida esta en un sentido bastante amplio, pues era frecuente acoger
a sobrinos huérfanos, hijas viudas con sus críos pequeños, alnados o hijastros,
hermanas...
Además
de por el pequeño tamaño de las casas, el problema del hacinamiento aumentaba
porque era frecuente que se arrendasen dependencias sueltas, habitaciones,
donde tenían que apañarse los vecinos de menos recursos, entre los que
abundaban las viudas pobres. Este hacinamiento se mantuvo, incluso aumentó,
durante todo el siglo XIX y llegó hasta mediados del XX, lo que explica que la
población más que se triplicó en el mismo periodo, mientras que la superficie
del pueblo apenas se dobló.
Como
es imaginable las casas de los más pudientes eran mayores, mucho mayores. Se
concentraban en la Plaza y alrededores, pero la mayor de todas no estaba allí,
sino en la calle Alcaraz (de los Arcos), haciendo esquina con la Cuesta de San
Juan. Pertenecía al muy poderoso y acaudalado D. Atanasio de Alcalá y Gámez, que en 1752 tenía 17 años y
estaba casado con Dª Francisca de Lígar, de 15. No tenían todavía hijos, pero
vivían con diferentes mozos y mozas sirvientes, que se ocupaban de las faenas
domésticas, de las caballerías, etc. Era una casa muy distinta a las normales
del pueblo:
Por bajo pajar, dos tinados, corral,
caballeriza, bodeguilla, portal, zaguán, cuatro bodegas, cuatro
dormitorios, sala baja y segundo zaguán.
Por alto cocina, fregadero, dormitorio, sala, tres dormitorios corridos, una
sala, sala honda, seis cámaras y cuarto del reloj con dos campanas. Casa
accesoria unida a la anterior con portal, cocina, cuatro dormitorios, tres
salas, dos cámaras y palomar.
Que el reloj estuviera instalado en su
casa da una idea de la excepcionalidad del edificio. Los materiales usados en
la construcción de las casas eran por lo común tapial y adobe. Tenían pocas
ventanas, pequeñas; los balcones, de palo, solo se veían en casas de cierto
nivel. Apenas en algunos edificios se utilizaba la piedra, normalmente en los
más importantes y antiguos, o en los cercanos a la muralla de la que
reaprovecharon piedras y sillares. El aspecto de estas calles y casas puede
adivinarse en algunas fotografías bastante conocidas hechas a principios del
siglo XX, pues no cambiaron mucho desde
1800.[5]
Pero regresemos a la entrada del pueblo, a la altura del
actual semáforo. Lo primero que hay que decir es que la carretera no se había
construido y por lo tanto los muretes que hoy la separan del inicio del Paseo
de Santa María, del arranque de la calle del Ángel y el del principio de la
calle Nueva con la de los Arcos, no existían. Hay que imaginar una zona bastante
abierta y con desniveles, con pocas casas y de menor altura que las actuales.
La calle Alcaraz era la que actualmente se llama de los Arcos. El nombre,
procede seguramente de alguna congregación de aquel pueblo que tuviera allí
alguna propiedad.[6]
Esta calle corría por delante de la antigua muralla del arrabal medieval, por
lo que algunas veces se le llamaba la Cava, y era bastante principal. La
muralla, el lateral izquierdo según se baja, prácticamente había
desaparecido, pero sus piedras se habían
aprovechado en la construcción de casas, como se puede ver en la fotografía de
Cerdá y Rico de principios del siglo XX. De este lienzo de muralla solo
quedaban dos puertas: la de abajo, pequeña, que es el Arco de los Santos, y la
de arriba, frente a la calle Nueva, llamada puerta o arco de Granada. Poco hay
que añadir de la puerta de los Santos, que es de lo poco que no se ha derribado
en el pueblo y de la que se han publicado numerosas páginas.
Iglesia y casa rectoral antes de las reformas del siglo XX. Se aprecian los restos de la cárcel o torre de la alcaidía, junto a la torre de la iglesia (inferior izquierda) |
Puerta de Granada, Adentro y Alcaraz
La puerta de Granada, que así se la conocía constantemente
en los documentos de época, ocupaba el lugar del actual arco de la Manquita de
Utrera. Era la entrada principal a la calle Adentro y el acceso casi único al
Alcázar y a la Parroquia, pues no existía todavía la calle de la Virgen. Era
una puerta medieval de carácter defensivo, acodada en forma de L para evitar
que se pudiera entrar por ella a la carrera.[7] Sin embargo, lo que en tiempos medievales
suponía una ventaja militar ahora resultaba un inconveniente. Porque por este
arco pasaban las procesiones, religiosas y cívicas, y su angostura y estrechez
provocaba situaciones incómodas. Por eso se decidió derribarla, ya cercano el
siglo XX, y sustituirla por un arco ancho y alto que solo tenía función
ornamental. Es desde entonces conocido como arco de la Manquita de Utrera, por
la imagen de la Virgen de la Consolación de Utrera que allí se puso.
Junto a la puerta de Granada había dos locales municipales.
El primero un horno de pan, cuyo arriendo se subastaba todos los años. El otro
era el mesón, una especie de alhóndiga en la que paraban los arrieros con sus
mercancías y cualquier transeúnte forastero que llegase al pueblo sin tener
alojamiento. Se componía (Ensenada) de “portal descargador, aposento, cocina,
tres cuadras y corral; por alto tres dormitorios, un corredor y dos cámaras”,
siendo la planta de unos 150 m². El mesón era el puerto de entrada de todo lo
que venía de fuera, mercaderías, pero también de epidemias por la afluencia de
forasteros. Por esta razón se vigilaba especialmente cuando se temía la llegada
de alguna enfermedad contagiosa. Como centro mercantil que era, se daban en él
abusos y especulaciones, pues a veces alguien se enteraba de la llegada de arrieros con un producto apetecible y,
anticipándose a los demás, compraba toda la mercancía para revenderla luego a
mayor precio. Por eso en 1734 se tuvo que mandar que los forasteros esperasen
24 horas en el mesón antes de pregonar y vender el género, para que se pudiesen
enterar todos los interesados. Por este mesón el arco de Granada era a veces
conocido como arco del Mesón.
La callejuela de Enmedio comunicaba el arco con la calle
Adentro. Era esta una calle principal en la que coexistían casas pequeñas con
otras bastante mayores pertenecientes a personas de elevada posición social.
Como ejemplo de unas y otras se pueden citar (Ensenada) la del jornalero
Gabriel Atencia, dando a Pozairón, que vivía con su mujer y sus dos hijos en
una casa con portal y aposento y por alto cocina y cámara. En el extremo
opuesto la de don Salvador de Zafra, labrador, que vivía con su mujer y dos hijos, ama, moza y un mozo en una
casa con portal, zaguán, patio, dos salas,
tres bodegas, jaraíz, pajar, cuadra y corral; por alto cocina, tres cuartos,
dos salas y cinco cámaras. Sin embargo la casa principal de la calle era la
conocida como casa de los corregidores, de propiedad municipal. Tenía portal, zaguán, cocina, oratorio, tres
bodegas, dos caballerizas y un patio; por alto tres salas, otras tres cocinas,
dos alcobas y seis cámaras. En esta casa, que todavía no he conseguido
identificar con precisión, se reunió el Ayuntamiento hasta finales del siglo
XVIII. Era también la vivienda de los corregidores y de ahí su nombre. Su
oratorio lo reformó y ornamentó hacia 1706 el corregidor don Tomás de Puga y
Rojas, y en el que se podían celebrar misas por autorización especial del
vicario visitador. La calle Adentro hay que entenderla como la actual y su
continuación llamada hoy Jiménez de Rada. Por sus estrecheces se accedía a la
parroquia y por allí pasaban de mala manera las procesiones religiosas, las de
la Inquisición en la publicación de los edictos de fe y las cívicas y
patrióticas con motivo de la proclamación de los reyes. Algunos puntos eran, y
son tan angostos que difícilmente pasan más de dos o tres personas a la vez.
Donde Adentro desemboca hoy en la de la Virgen se
ensanchaba el paso, pero poco más arriba, a la altura de la calle del Cinto,
volvía a estrecharse en la puerta de la muralla medieval que daba paso al
Alcázar, a la Lonja y a la parroquia mayor. No hay datos sobre su disposición,
pero seguramente era también acodada como la de Granada. Esta puerta sobrevivió
al menos hasta mediados del siglo XIX y cuando se derribó quedó el hueco en la
muralla, sin que se hiciese un arco decorativo como ocurrió con el de la
Manquita de Utrera. A un lado y otro de este arco discurría la calle del Cinto
pegada a la muralla. Era menos principal que Adentro y de casas más pequeñas.
Alcázar
El Alcázar fue en su momento el núcleo del pueblo, el
último y más fortificado reducto defensivo para los vecinos.[8] La
muralla que lo rodeaba, aunque caída en algunas partes, se mantenía bastante
entera, con sus cubos y torreones, de los que actualmente solo queda el
demasiado restaurado del Mirador y otro medio camuflado en la parte posterior
de la iglesia. En el Alcázar estaban edificios tan principales como la alcaidía
y la parroquia mayor, a un lado y otro de la plaza Vieja o de la Lonja. Esta
denominación de vieja, por oposición a la nueva, la actual Plaza, se utilizó
hasta bien entrado el siglo XIX. El sobrenombre de plaza de la Lonja, que
finalmente se impuso, nos indica que una de sus funciones principales fue la
comercial, la de mercado. Seguramente en algún momento tuvo algún tipo de
espacio cubierto o soportal, que daba refugio al mercadeo los días de lluvia o
de calor.[9]
Parroquia mayor de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo
El edificio más sobresaliente del Alcázar y de todo el pueblo era, como sigue
siendo hoy, la parroquia mayor de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo. En la
publicación de la estela discoidea de Quesada,[10]
Carriazo dice que “era una linda joya de estructura gótica y ornamentación
plateresca, relacionada con el foco artístico de Úbeda” y añade los restos que
subsistían que su tiempo, principios del siglo pasado: “De lo que era, podemos
juzgar por la maltratada capilla del Santo Sepulcro, bajo la torre, un escudo
del Emperador en la esquina de esta última, una puerta cegada, sobre la Lonja,
y los relieves que adornan la puerta de la casa rectoral”. La capilla de trazas
góticas bajo la torre sigue allí y la puerta cegada de la Lonja debe estar
debajo de la capa de yeso y cal, que sólo en parte se ha retirado. Los relieves
de la fachada de la casa rectoral, “entre ellos, un grupo de la Virgen poniendo
la casulla a San Ildefonso”, se retiraron cuando se hizo la nueva casa de la
parroquia, en los años sesenta del pasado siglo, e ignoro su paradero. Solo se
conserva un Dios Padre que actualmente está colocado en la torre. De estos
relieves y de la puerta dando a la Lonja hizo y publicó Carriazo unas
interesantísima fotografías.
Aparte de los comentarios que de la parroquia hizo
Carriazo, existen en las actas capitulares de distintos años referencias a la
iglesia, que permiten afirmar que a finales del siglo XVIII mantenía la
estructura gótica y la decoración plateresca. Seguramente había tenido reformas
y ampliaciones —el caso de la torre es claro, pues hoy en día se puede observar
cómo varía en altura su aparejo—, pero solo se podrán si existe expediente de
obras en el Archivo Diocesano de Toledo, archivo de difícil acceso, al menos
para mí. Una de estas reformas se hizo imprescindible a causa de los daños que
sufrió la estructura por el terremoto de Lisboa de 1 de noviembre de 1755.[11] Se
resintieron las arquerías interiores, se hundió la torre en su parte alta y los
techos de “algunas capillas”.
El aspecto exterior, y sobre todo interior, de la iglesia
era bastante diferente en 1800 al que hoy presenta. La entrada principal,
situada en el lado del Evangelio, daba a la plaza Vieja, la Lonja, y era esa
puerta cegada oculta bajo el yeso que fotografió Carriazo. Además de esta,
tenía la iglesia otra llamada de San Ildefonso, frente al altar y que hoy es la
entrada principal. El relieve del milagro de San Ildefonso que llegó a conocer
Carriazo debía estar en esta fachada. [12]
El interior de la parroquia mayor se componía de tres naves
que, según el informe de daños que se hizo cuando el terremoto de Lisboa,
estaban separadas por “arcos de piedra de sillería sobre gruesas columnas de lo
mismo”. Estos arcos y pilares de piedra siguen existiendo, al menos en parte,
dentro del recubrimiento de tabiques y yesos de gusto neoclásico que se pueden
ver hoy día. Hace ya años que se hizo una cata junto a la capilla de la torre y
quedó al descubierto un capitel policromado perteneciente a su primitiva
estructura. La cubierta de la nave principal era también distinta a la actual
bóveda de cañón fabricada en yeso. Estaba formada por una armadura de par y
nudillo de madera decorada, situada a mayor altura que la actual.
Sorprendentemente esta armadura sigue existiendo y está en bastante buen
estado. Se puede ver desde el interior de la torre.
Relieves de la antigua iglesia. Foto Carriazo de la casa rectoral, de los años veinte del pasado siglo |
. |
Antigua puerta de la iglesia en la Lonja. Foto Carriazo |
La parroquia era una institución fundamental en la vida del
pueblo y tenía un gran poder social. El número de clérigos rondaba la decena,
incluyendo al prior y cura propio, a los tenientes de cura y al teniente de
beneficiado, a los que había que sumar el personal laico: sacristán mayor,
sacristán menor, sochantre y fiscal de vara (alguacil eclesiástico). Su
capacidad económica era grande pues, además de los impuestos eclesiásticos
—diezmos, primicias, minucias—, solo en concepto de memorias[13]
ingresaba en 1752 la no pequeña cantidad de 11.321 reales. En la parroquia
mayor tenían sede varias cofradías principales, como la del Santísimo
Sacramento, que era la de más prestigio e importancia y la de las Ánimas.
También tenía sede temporal en ella la cofradía de la Virgen de Tíscar, menos
rica que las anteriores, pero de mucho relieve por ser la patrona y gozar de la
“protección” o patronato del Ayuntamiento.
La parroquia mayor de los Santos Apóstoles llegó al siglo
XIX en un estado preocupante. En el cabildo de 19 de julio del año 1800, don
Francisco Lucas Monedero, síndico personero del común,[14]
manifestó que corrían rumores por el pueblo de que la iglesia mayor parroquial amenazaba ruina y que así se lo habían
manifestado numerosas personas. Que para comprobar si eran ciertas las noticias
y “efectivo el peligro que iba infundiendo en los vecinos de esta villa”, se
había asesorado de peritos y personas inteligentes (conocedoras), los que
habían confirmado que “por el desplome de paredes y sentimiento de sus arcos en
partes esenciales está todo el edificio expuesto a ruina si con la mayor
brevedad no se ponía remedio”. Se pasaron “los oficios más políticos y atentos”
a la autoridad eclesiástica para que procediese a las obras necesarias, pero Toledo
no se tomó el asunto con prisa y la parroquia quedó inutilizada bastantes años.
Mientras tanto, las funciones de parroquia pasaron a la iglesia de Santa
Catalina, la del antiguo convento de las monjas dominicas.
Cárcel y alcaidía
El otro edificio importante del Alcázar era la Alcaidía.
Fue la torre principal y residencia del alcaide o jefe militar nombrado por la
ciudad de Úbeda. Tras la emancipación de 1564 se convirtió en sede del Concejo
y allí se celebraban los cabildos. Cuando el Concejo se mudó a la casa de los
corregidores la torre se convirtió en cárcel real, función que mantuvo durante
casi todo el siglo XIX. Aunque ruinosa, todavía seguía en pie en los años
veinte del siglo pasado, hasta que fue
demolida poco antes de 1930.[15] Estaba
situada frente a la puerta principal de la iglesia. Por la parte de atrás daba
a la actual calle Alcaidía, donde sigue siendo visible su cimentación. Tenía
dos calabozos no demasiado grandes y delante, ocupando parte de la actual
plaza, hubo hasta 1872 un edificio anejo que se llamaba sala de Audiencia, con
portal de entrada y sala propiamente dicha. En su origen fue utilizada la sala
para las reuniones de cabildo, pero desde que se convirtió en cárcel se usaba
como dependencia para interrogatorios (del tipo que fueran) y dependencia de
los carceleros y custodia de los libros de registro.
Junto a la cárcel, donde actualmente están las escaleras de
bajada al salón parroquial, había otro arco llamado del Santo Rostro. Solo daba servicio a los pocos vecinos del
final de las calles del Cinto y Adentro y por eso era poco transitado. Su
escasa utilidad y el terrible hacinamiento de los presos, que podía ser origen
de enfermedades, hizo que se cegase para ampliar la cárcel con un tercer
calabozo.
La torre de la alcaidía, cárcel, vista desde el arco de los Santos. Foto Marín. |
Arco del Santo Rostro y parroquia de Santa María de Gracia
El resto de las casas del barrio se disponía en el entorno
de la actual calle Alcázar. Eran en su mayoría pequeñas y se entremezclaban con
solares, porque toda la parte norte, conocida como las Almenas, estaba bastante
deshabitada, con casas arruinadas y espacios vacíos. Sin embargo, por debajo de
la muralla en la parte del actual mirador, había un pequeño barrio con algunas
casas muy deterioradas. En él eran visibles los muros de la parroquia menor de
Santa María de Gracia. En 1932, según dice Carriazo en su artículo sobre la
estela discoidea, todavía eran visibles sus en forma de breves e informes
ruinas. La parroquia de menor de Santa María se mantenía en uso en 1752, pero
ya funcionaba solo como ayuda de parroquia y sin tener ningún clérigo asignado
en propiedad. Su decadencia era consecuencia de la del barrio que la rodeaba, cuyas
casas, como una propiedad de don Atanasio de Alcalá, lindaba solo con laderas y
solares. Se le calculaba un valor de arrendamiento de solo 33 reales al año,
“por estar casi toda bastante caída con los temporales, por no tener resguardo
ninguno y hallarse sola”. Algo parecido ocurría con otra propiedad de Fernando
Hernández, que lindaba por un lado “con la parroquia de Santa María y por el
otro con solares”.
A pesar de su deterioro, la parroquia menor seguía contando
en 1752 con cofradía propia del
Santísimo Sacramento. Según el manuscrito Memorias,
dejó de ser parroquia en 1763, año en el que San Sebastián, “que estaba allí”, volvió de regreso a su ermita.
Sea precisa esta fecha o solo aproximada, lo cierto es que, según el informe
que para el geógrafo Tomás López hizo el párroco en 1785,[16] ya
no existía Santa María como parroquia, pues solo cita, además de la iglesia
mayor, un anejo parroquial “situado en el convento de religiosas
dominicas con la advocación de Nuestra Señora de los Remedios”. De Santa María
de Gracia no ha quedado más rastro que su nombre en el paseo que se construyó
bien entrado el siglo XIX.[17]
La
expansión del casco urbano
Lo que
se ha visto hasta aquí es el pueblo medieval, una villa refugiada tras las
murallas, temerosa siempre del ataque
granadino. Desde el fin de la guerra de Granada, con la breve e inesperada
excepción de la rebelión morisca de 1568-1571, desapareció el peligro militar y
en consecuencia aumentó la población. El pueblo creció al otro lado del
barranquillo que, por la actual calle de los Arcos, corría paralelo a las
murallas. Lo hizo de forma planificada, con una gran plaza pública rectangular
rodeada arriba y abajo por manzanas de la misma forma. Para comunicar la parte
antigua y la moderna se trazó una calle más o menos recta y muy ancha para
entonces, que partía de la puerta de Granada y llegaba hasta una de las
esquinas de la plaza pública. Se le llamó calle Nueva. La creación de este
barrio extramuros, junto a la caída de población en el siglo XVII, produjo como
efecto el despoblamiento parcial del viejo pueblo. Para el año de 1.800 el
Alcázar, Cinto y Adentro estaban salpicados de casas arruinadas y solares
vacíos. Por eso, cuando la población
volvió a crecer en el siglo XIX, la zona de expansión fue, paradójicamente,
esta parte vieja, que se macizó construyendo todos los espacios vacíos que el
tiempo y la ruina habían dejado.
Que la calle Nueva uniera la
parte vieja y moderna del pueblo la hizo muy transitada. Como consecuencia,
desde un primer momento tuvo vocación comercial que se acentuaría en los siglos
XIX y XX hasta que el tráfico moderno la ha relegado a simple carretera de
paso. Ya en 1752 (Ensenada) los pocos comercios de la villa se concentraban en
ella. Allí estaba establecido Simón de la Barba, que tenía abierta sastrería y tienda de especiería y
quincalla. Al principio de la calle, junto a la puerta de Granada, tenía su
comercio Antonio de Padua, en el que despachaba aceite y jabón. Por último
Francisco Candeal vendía allí géneros de especiería y quincallería, además de
aguardiente, del que era abastecedor público. Las casas de la calle Nueva eran
en general mayores que las de la parte vieja. Entre sus edificios destacaba el
Hospital.
Hospital.
El Hospital de la Limpia y Pura
Concepción era una antigua fundación benéfica dedicada al socorro de enfermos
pobres y transeúntes. Se financiaba del producto de las tierras, huertas y
casas que había ido recibiendo a lo largo de los años por piadosas donaciones:
catorce casas, tierras de secano cerealero, huertas, viñas, moredales y
olivares. Suponía un caudal importante, al que en 1752 se le graduaba un
rendimiento anual de casi 8.000 reales. El Hospital estaba en la calle de su
nombre y tenía aneja una iglesia, “con su sacristía contigua del altar mayor”,
que daba a la calle Nueva. En el edificio no estaban solo las dependencias
benéficas, sino también la escuela de gramática y primeras letras y vivienda del
maestro. Se componía de un zaguán que daba a un patio “con seis columnas de
piedra”. En torno al patio estaba el “cuarto de la escuela” y una sala dividida
“en tres separaciones”. En dos de ellas había tres camas para curar a los
pobres enfermos y la tercera servía de oratorio para la Santa Escuela de Cristo
(cofradía)”. Había también una cocina para “pobres pasajeros” y un corral. Por
arriba dos corredores, una cocina, una sala y “dos alcobas dormitorios”. En ese
piso alto es donde vivía el maestro. Junto a esta casa principal había otra
mucho más pequeña cedida como vivienda a la hospitalera. Se le pagaban 100
reales anuales y era la única empleada a tiempo completo, pues los demás como
el médico (132 reales), el cirujano (55 reales) y el administrador (330 reales),
solo acudían cuando era necesario. La escuela y el maestro, aunque compartían
edificio con el Hospital, no se financiaban de él, pues tenían caudal propio.
Actualmente
solo se conserva la iglesia, a la que en fecha posterior se le añadió una
pequeña nave lateral, seguramente aprovechando el salón de la escuela. El resto
del edificio fue demolido —antigua tradición quesadeña— hace no muchos años.
Ignoro que se hizo de las columnas, basas, capiteles y zapatas de madera, que
seguían en su sitio cuando la demolición, aunque la casa ya estaba en ruinas.
Como recuerdo del patrimonio perdido nos queda la conocida fotografía que hizo
Carriazo en los años veinte del pasado siglo.
Patio del Hospital. Foto Carriazo. |
Madre
de Dios y cementerio
Por
encima de la calle Nueva destacaba la iglesia de Madre de Dios de la Soledad,
que tenía anejo el cementerio. Estaba en la calle que ha conservado su nombre,
en el espacio donde a mediados del siglo XX se construyó un grupo escolar.
Aunque no tenía pila bautismal no era una iglesia menor, por ser la del
cementerio y porque allí tenía sede la cofradía de la Soledad. Veremos su
decadencia a lo largo del siglo XIX y cómo fue demolida dando lugar a un solar
que se terminó dedicando a plaza de toros. Respecto al cementerio, estuvo en
uso hasta que en 1855 se construyó el nuevo en la parte del Humilladero, actual
colegio Virgen de Tíscar. Contra lo que nos pueda parecer no estaba en medio
del pueblo, pues entonces el Ángel no era calle y Monte acababa poco más arriba
de Madre de Dios. Al principio del Ángel, visto desde la carretera de hoy,
estaba el corral o toril del concejo, de uso municipal para albergar al
“caballo padre”, a los toros sementales y demás necesidades ganaderas. La calle
que desde este corral iba hasta Monte y Patona se llamaba Corral del Concejo,
más tarde solamente Concejo —por quitar lo de
corral— y finalmente Correo.
Convento
de monjas dominicas
Por
debajo del Hospital salía la calle de las Monjas, así conocida porque rodeaba
el convento de monjas hasta la plazuela de Santa Catalina. Del origen del
convento de monjas de N.ª S.ª de los Remedios, orden dominica, hay poca
noticia. Según Nicolás Navidad es probable que se fundara por el capitán
Negrillo a mediados del siglo XVI.[18] En el año 1752 tenía
trece monjas de velo negro y otras siete de velo blanco. Contaba con un criado
para el campo y un pastor. Disfrutaba rentas anuales por unos 15.000 reales. Tenía
aneja la iglesia de Santa Catalina de Siena, mística con gran predicamento en
la orden dominica. No se conserva ningún resto del convento ni de la iglesia y
solo ha dejado recuerdo en el nombre del Callejón de las Monjas. En la iglesia
de Santa Catalina tenía sede la cofradía del Señor de la Columna. El convento
fue decayendo en el siglo XVIII, y se dieron algunos escándalos de solicitación
y prácticas supersticiosas que obligaron a intervenir a la Inquisición de
Córdoba. La orden dominica lo renunció
en 1761 y pasó a depender de la jurisdicción eclesiástica ordinaria, es
decir, el Arzobispado de Toledo. Poco aguantó el arzobispo a las hermanas y en
1786 consiguió licencia de Carlos III para su clausura definitiva.[19] Las monjas fueron
trasladadas al convento de agustinas de Cazorla y con ellas marcharon los
bienes, tierras, casas y censos. Este traspaso originó un larguísimo pleito
entre las agustinas y el Ayuntamiento de Quesada, que defendía que el caudal de
las dominicas debía pasar al común de los vecinos.
La
Plaza
La
calle Nueva desembocaba en la Plaza, plaza Pública, de la Villa o del Mercado,
que por todos estos nombres se la conocía. Sus funciones eran similares a las
de las tradicionales plazas mayores castellanas y también lo era su forma,
grande y rectangular, diáfana, sin árboles ni cosa parecida que obstaculizara
su carácter de lugar público por excelencia. A la Plaza se desplazó el antiguo
mercado de la Lonja y en ella se celebraban los actos y fiestas religiosas,
civiles y militares, como reseñas y alardes. El Ayuntamiento tardó bastante en
instalarse en la Plaza, pues hasta la segunda mitad del siglo XVIII se siguió
utilizando la llamada casa de los corregidores, en la calle Adentro.
La
falta de un edificio en la Plaza para el Ayuntamiento suponía un problema, pues
la Villa —corregidor, regidores, diputados,
síndicos— debía presidir las funciones públicas y hacerlo no en el suelo, sino
asomados a un balcón. Por eso en septiembre de 1732 se compró una casa a don
Tomás Fernández Enríquez para instalar allí las casas capitulares. Sin embargo,
“y no habiendo tenido medios para llevar adelante este ánimo”, se limitaron a
poner “un balcón de madera torneada con su puerta ventana”, para que desde él
la Villa pudiese presidir las funciones públicas. En 1743 la ruina del balcón y
fachada del edificio obligó a una importante reforma.[20] Solo se usaba con fines
protocolarios, asomarse al balcón, hasta que en algún momento indeterminado de
finales del XVIII se pasaron a él las funciones municipales desde la casa de
los corregidores. Fue entonces cuando se le sometió a nueva reforma y se le
añadieron las molduras y decoraciones de gusto barroco que se puede ver en las
fotografías antiguas.
La
Plaza tuvo desde época temprana vocación de espacio noble, destinado a que las
familias importantes del pueblo construyeran sus casas, mucho más espaciosas de
lo habitual. En 1752 (Ensenada), aunque había algún que otro vecino humilde,
vivían allí importantes personajes, como Don Manuel Antonio de Herrera, regidor
perpetuo y primer voto del cabildo, en un enorme caserón esquina con la calle
del Agua y ocupaba los actuales números 15 y 16. En el edificio del actual bar
Marisol lo hacía el escribano Don Joseph Vela del Olmo, también regidor
perpetuo y segundo voto. Se puede citar a otros importantes propietarios como don Salvador Cano, actual número 4, o don Manuel de
Alcalá, número 11. En el número 13 vivía doña Rosa Román, que cuidaba de su
nieto, hijo de don Rodrigo de Urrutia, capitán de la Compañía de Guardiamarinas
de Cádiz, ciudad en la que acababa de fallecer.[21]
Entrando en la Plaza desde la calle Nueva, a la derecha,
había un portal de propiedad municipal. Se usaba como puesto público para la
venta de los productos que estaban en régimen de monopolio por el Ayuntamiento,
como el aceite, vinos, aguardientes y, en su tiempo, la nieve. En este local
estuvo allí la inspección de municipales y actualmente hay unos servicios
públicos. Enfrente, en la esquina de la Plaza con el lateral derecho de
Coronación, la fuente pública, única que había en el pueblo, con caños para que
los vecinos se surtieran de gua y pilar para el ganado. Se recompuso en 1698,
colocándose en ella una lápida conmemorativa que actualmente está en las
escaleras del ayuntamiento. El agua se traía del Chorradero mediante una
conducción que era en parte tubería de atanores de cerámica y en parte caz
descubierto. Era frecuente que quedara inutilizada por el barro que arrastraban
temporales y tormentas y que durante las sequías se secase. Cuando no manaba,
los vecinos debían surtirse en el caz de riego que rodeaba la parte baja del
pueblo. Como servía también de aguadero para el ganado, lo que obligaba a fijar
horarios —mañanas para los vecinos y tardes para el ganado— para evitar suciedad
y turbiedades.
Convento dominico de San Juan
Ha quedado para el final la descripción del edificio más
grande. Era el enorme, a escala local, caserón del convento de los frailes
dominicos del Señor San Juan. Se componía de torre, claustro, iglesia, cocina,
refectorio y otras Nunca tuvo huerto, a pesar de la “leyenda urbana” que dice
que lo fue en su origen la propia Plaza fue la huerta del convento, algo de lo
que no hay una sola mención en ningún tipo de documento de ningún tiempo. Fue fundado,
según Nicolás Navidad que ha estudiado el tema, por el capitán Juan Negrillo en
1542. Este capitán participó activamente en las campañas militares del norte de
África tras la conquista de Granada, destacando en la campaña de Bugía y en el
Peñón de Argel.[22]
El convento se construyó en la entonces zona de expansión crecida tras el cese
de los peligros militares. Su ubicación se correspondía con la actual plaza de
la Coronación. La presencia de los dominicos tuvo un impacto grande en el
pueblo siendo su prior figura de gran relieve en la vida política y social. En
1752 había ocho frailes sacerdotes y cuatro legos. A su servicio tenían dos
fámulos, un mozo para el campo y un pastor. Se mantenía el convento del fruto
de sus tierras repartidas por todo el término, en su mayoría arrendadas. Las
rentas anuales ascendían a algo más de 25.000 reales. Estos 25.000 reales
permitían a los frailes una existencia acomodada, pero no era un convento
especialmente rico y en nada se podía comparar a las grandes fundaciones de
Úbeda y Baeza.
El edificio principal del convento estaba delante de la
plaza de la Coronación y era de planta cuadrada. En su esquina suroeste, justo
encima de la actual carretera y paso de vehículos, se alzaba una torre que
dominaba la Plaza. En el lado sur estaba la fachada principal, con la puerta de
acceso pegada a la torre y decorada con un frontón triangular. Encima una
primera planta con ventanas y una segunda un corredor protegido por una arquería.[23] Desde la
puerta de entrada se accedía a un claustro con arcos y columnas de piedra. En
torno a él, en el primer piso, las celdas de los frailes. Por su lado este había
dos puertas, una que comunicaba con el refectorio y cocina y otra, pegada y
otra que lo hacía con la iglesia.[24]
La iglesia del convento tenía una sola nave, que en el
siglo XX estaba cubierta por una bóveda de cañón hecha de yesería, aunque es
muy posible que en tiempos estuviera cubierta, como la parroquia, por un
artesonado de madera. La iglesia se disponía hacia el este, estando su cabecera
a la altura del museo viejo. En esta cabecera estaba el altar mayor, con un
retablo barroco de madera, y cubierta, según Carriazo, por un alfarje de ocho
paños. Carriazo conoció la iglesia, todavía en uso, durante su juventud y fue él
quien hizo las únicas fotografías conocidas de su interior.[25] En el
subsuelo había enterramientos de personas principales debajo de lápidas de
piedra. En la iglesia del convento tenía su sede la cofradía del Rosario y la
para esta época extinta de San Jacinto. La puerta de la iglesia daba a la calle
de San Juan, también llamada del Convento, que es el actual lateral derecho de
Coronación.
Por el lado contrario, lateral izquierdo, el convento de
frailes estaba separado del de las monjas por un estrecho callejón. Era un lugar
apartado y poco transitado, muy usado para desahogarse en todos los sentidos. A
él daban las ventanas del refectorio y cocina de los frailes, que lo cerraron
por ambos extremos, con licencia al Ayuntamiento, para evitar las “torpezas”
que allí se cometían. Cuando las monjas fueron trasladadas a Cazorla, las
agustinas inmediatamente quisieron obtener beneficio inmobiliario del convento,
para lo que necesitaban abrir el callejón. Tuvieron sus discusiones y
enfrentamientos hasta que finalmente se llegó al acuerdo de un cierre
parcial. Hasta la segunda mitad del
siglo XIX no se abrió definitivamente, pero por su estrechez y poco tránsito
tardó en perder el sobrenombre escatológico por el que se le conocía.
Casa solariega de la calle Dr. Muñoz. Foto Carriazo
Alrededores de la Plaza
Cuando se hizo la Plaza en el siglo XVI se trazó a su
alrededor un ensanche de manzanas más o menos rectangulares que dejaban calles
que, en comparación con la parte vieja del pueblo, eran anchas y rectas. Por
debajo de la Plaza la primera era la conocida como Rodrigo de Poyatos, actual
Dr. Muñoz. Era calle de cierto relieve, con algunas buenas casas, a la que se
conocía también como calle Conde, denominación que sobrevivió hasta mediados
del siglo XX. La siguiente era la calle
Corralazo, nombre por el que se conocía no solo la actual Fernando III sino
toda la zona de su alrededor. Una y otra a la calle, entonces más bien
barranquillo, del Agua, por donde bajaban los sobrantes de la fuente pública y la
escorrentía de la Plaza en los días de lluvia.
Frente a donde terminaba Rodrigo Poyatos empezaba Pedro
Sánchez Guerrero, actual Dr. Muñoz, nombre que procede de un importante
escribano del número (notario) del siglo XVII. Su casa más importante y
emblemática, que sobrevivió hasta no hace demasiados años, era la de los
escudos. En 1752 vivía en ella don D.
Luis de Lígar Bolbe, administrador de las rentas del tabaco. Se componía de dos
portales, corral, cuadra, pajar, dos bodegas, sala, tres alcobas y un jaraíz;
por alto dos cocinas, dos corredores, cuatro dormitorios, una sala, dos
graneros y cuatro cámaras. Al principio de la calle, dando a la actual del
Agua, estaba uno de los tres hornos de pan del caudal de Propios, conocido como
horno de la Plaza y en 1752 estaba arrendado en 1.300 reales anuales.
Por la parte de arriba de la Plaza, además de las ya
mencionadas Madre de Dios y Corral del Concejo, destacaba la calle Monte,
perpendicular a las dos anteriores y de la que partía el camino que se dirigía
a Jódar pasando por el Vado de la Adelfa. Casi a su principio, a mano izquierda,
salía la de la Patona. En su esquina una gran casa donde vivía la familia Cano
Padilla. Esta casa fue mucho más tarde y
en su fachada permanece un escudo que, según Carriazo, era propio de D.
Salvador Cano Tribaldos y Jorquera.[26] El
resto de la calle de la Patona era más humilde y terminaba en la confluencia
con Don Pedro, donde se iniciaba la bajada a Fuente Nueva y el camino de Tíscar
y Belerda.
Cerraba el pueblo por su lado sur la calle de Don Pedro de
Gámez, nombre muy antiguo que se remonta al siglo XVII. Al igual que en el caso
de Rodrigo de Poyatos, no he conseguido identificar al personaje que dio nombre
a esta calle. Es posible que D. Pedro fuese presbítero, escribano o algún otro
oficio importante. Creo que hay que relacionar el apellido con la parte de
Jódar, Bedmar y Albanchez. El único Gámez importante que tengo registrado fue
D. Cristóbal de Gámez Mesía, vecino de Albanchez, que en 1752 mantenía
importantes posesiones en Quesada.[27] El caso
es que para principios del siglo XIX casi se había olvidado el apellido Gámez y
la calle era conocida a secas como la de Don Pedro.[28] La
calle Don Pedro tenía forma de T y empezaba en la esquina de la Plaza, junto al
bar Marisol, para en las Cuatro Esquinas dividirse en dos tramos. El de abajo
se correspondía con la actual calle y llegaba hasta el principio de la Carrasca;
el de arriba, actual calle del Teatro, terminaba en la confluencia con Patona,
desde donde partía el camino que por Puerto Ausín llegaba a Poyatos (Huesa) y
que antiguamente se conocía como camino de Guadix o de Granada. No existía
entonces el concepto de calle como segmento lineal de una vía. Una calle era un
pequeño barrio que incluía las bocacalles e incluso las casas cercanas, aunque
no estuviesen alineadas. Don Pedro era calle importante, con algunas casas
grandes en las que vivían familias principales, intercaladas con otras menor
nivel. No existían las Cuatro Esquinas. En el espacio donde hoy está la curva
de inicio del Muro estaba entonces la carnicería de la villa con la sala de
matadero y un pequeño corral. Cuando, a finales del siglo XIX, se iniciaron las
obras de la carretera de Tíscar se derribó la carnicería y, para que la nueva
vía pudiera pasar entre el barranco y la trasera de las casas, se construyó el
Muro.
Por debajo de las calles descritas fueron apareciendo
barrios humildes de casas pequeñas y calles estrechas que se adaptaban en su
trazado a las fuertes pendientes. Eran las conocidas como Espinillos,
Terradillo, Cruz Colorá, Cruz Verde y Bache. Este último nombre nada tiene que
ver con lo que hoy nos sugiere de inmediato. Un bache es el “sitio donde se
encierra el ganado lanar para que sude, antes de esquilarlo”.[29] Las
casas se construían por los propios vecinos, que previamente solicitaban al
Ayuntamiento que les cediese el terreno. Y es que todos los alrededores del
pueblo, las partes no edificadas de lo que llevamos visto, componían el ruedo o
ejido del pueblo, tierras de realengo, no cultivadas y de propiedad municipal.
Eran zonas peladas de vegetación, porque al ser comunales servían para
expansión de los ganados del vecindario, que se comían todo lo que pudiera
crecer. Repartidas por el ejido, formando una especie de cinturón, estaban las
eras de “pan trillar”, que también pertenecían al común. En aquel momento las
costumbre marcaba que quien primero limpiara una era al principio del verano
tenía derecho a trillar su cosecha, cediendo el turno a otro vecino cuando
terminaba.
Aunque en 1800 apenas había empezado a desarrollarse, en
este ejido había una calle o zona de nombre peculiar. Por encima de la Patona,
en una parte donde el Ayuntamiento se preocupó de mantener cierto orden en las
alineaciones, estaban las casas de franco. El nombre hacía referencia a que era
lugar de construcción libre, franca, donde solo era preciso solicitar licencia
para hacerlo. Con el tiempo pasó a llamarse calle Franco, lo que dio pie a
alguna anécdota curiosa. En uno de los procesos militares en Jaén, tras la
guerra civil, el encartado quesadeño contestó al ser interrogado que vivía en
la calle Franco. A oírlo el escribiente, habitualmente un soldado, seguramente
se cuadró mentalmente y, para evitar
confianzas improcedentes, escribió que el declarante vivía en la calle del Generalísimo. Podemos
interpretar que esta coincidencia de calle y apellido fue la causante de que un
nombre tradicional y antiguo desapareciese del callejero.
La antigua cubierta de madera de la parroquia. Detalle de los restos de la decoración del artesonado de la parroquia.
[1] Este puente es el que
actualmente algunos conocen como “puente romano”, en la Vega, junto a la
depuradora de aguas.
[2] El nombre de Pernías
por el que hoy se le conoce procede de Pedro Pernías Amorós, que a finales del
siglo XIX era propietario de un molino aceitero y otro harinero en aquel lugar,
tradicionalmente conocido como el Vadillo.
[3] Edificio donde se
entregaban y almacenaban los diezmos. El nombre de Tercia se terminó aplicando
a toda aquella zona y sigue usándose hoy día.
[4] En la documentación del catastro de Ensenada del
Archivo Provincial hay dos tomos que contienen las declaraciones individuales
de los vecinos. Cada uno declara su ocupación, las personas con las que convive
y sus propiedades, tanto tierras como asas, que se describen pieza por pieza. Son
casi 1.000 folios de información exhaustiva que permite formarse una
idea de cómo se vivía en el siglo XVIII.
[5] Una de ellas es de
Cerdá Rico, en la calle Alcaraz, hoy de los Arcos. La otra que puede servir al
efecto es la vista general desde carretera a la altura de lo que fue el Puente
Segundo, de la que ignoro su autoría, que se publicó en la Enciclopedia Espasa.
[6] En 1752 las dominicas de Alcaraz eran propietarias
de una casa. Es posible que el convento de Alcaraz fuera la matriz del convento
de dominicas de Quesada.
[7] Nicolás Navidad, que llegó a ver sus restos dentro
de una casa de su lateral, confirma esta disposición. Ignoro si esos restos se
siguen conservando. Sería interesante averiguarlo y, en su caso, protegerlos.
[8] En el ataque de 1406 los granadinos consiguieron
asaltar y quemar el arrabal —calle Adentro y alrededores—, pero no pudieron
forzar el Alcázar.
[9] Según la RAE, lonja es
sinónimo de mercado, edificio público donde se reunían comerciantes.
[10] JM Carriazo. Estela discoidea de
Quesada. Archivo español de Arte y Arqueología. Tomo VIII 1932. Centro de
Estudios Históricos. Madrid.
[11] Fernando Rodríguez de
la Torre. Documentos en el Archivo Histórico Nacional (Madrid) sobre el
terremoto del 1 de noviembre de 1755. Ediciones Universidad de Salamanca
2005.
[12] La Virgen se apareció rodeada de ángeles en la
iglesia mayor de Toledo, imponiéndole una casulla al santo, arzobispo y actual
patrón de la ciudad.
[13] Cantidades para pago
de misas que un propietario imponía a todos o partes de sus bienes. Los
herederos o los compradores debían mantener esta carga.
[14] Este cargo, de
elección anual por los vecinos y que tenía voz y voto en los plenos
municipales, era, simplificando mucho, algo parecido a los actuales defensores
del pueblo.
[15] En la famosa
fotografía del arco de los Santos varias veces usada por Carriazo (atribuida a
Marín por la revista Don Lope de Sosa), es visible esta torre a través
del arco. En otra foto, esta de Carriazo, hecha hacia 1930 desde más o menos la
Era Empedrá, ya está derruida la torre, pero se aprecia perfectamente su base
de piedra.
[16] También conocido como Descripciones de Lorenzana, por el entonces
cardenal de Toledo.
[17] En una de las jardineras de la Plaza
está “dejado” el pequeño fragmento de un Cristo de piedra que aparenta ser la
piedra clave de un arco. Ignoro cómo llegó allí y de donde procedía, aunque
bien pudiera ser de Santa María, porque su aspecto es antiguo y la piedra es
material caro, lo que en principio descarta a las otras iglesias del pueblo,
pero me temo que nunca lo sabremos.
[18] Nicolás Navidad Jiménez. Juan Negrillo, un capitán quesadeño del siglo XVI. En Revista de Ferias 2022.
[19] Vicente
Ortiz García. Los CONVENTOS de QUESADA y el callejón que los separaba. HISTORIA
DE QUESADA. vortizg.com.
[20] Vicente Ortiz García. El
AYUNTAMIENTO VIEJO DE Quesada. 1743. HISTORIA DE QUESADA. vortizg.com.
[21] Este don Rodrigo participó en la batalla de Cabo Sicié, donde al mando del mercante artillado Poder hizo frente a tres navíos de guerra ingleses, siendo por sus méritos ascendido de capitán de fragata a capitán de navío.
[22] N. Navidad. Óp. cit.
[23] En las fotografías del
siglo XX que se conservan se comprueba que la fachada fue reformada en la
segunda mitad del siglo XIX, cuando ya no era convento y se utilizaba como
plaza abastos y escuelas. Además del reloj que, con su campana, se instaló en
la torre, se cerró la puerta de entrada y abrió otra más grande y más centrada
en la fachada. El frontón de la puerta antigua, pegado a la torre, se conservó
y se distingue bien en estas fotografías.
[24] Esta puerta se cegó a
mediados del siglo XIX, cuando el edificio ya no era convento, para
independizar el claustro, que el Ayuntamiento dedicaba a diferentes usos y la
iglesia, que siguió siendo usándose como templo y ayuda de parroquia.
[25] Una de las
fotografías, año de 1925, está tomada desde el coro con motivo de la boda de su
hermana Carmen con Tomás Malo. La otra es de la cabecera y altar mayor de la
iglesia, con un retablo barroco e imágenes de escuela granadina.
[26] En el cuaderno de
notas de Juan de Mata Carriazo. Fondo Carriazo. Universidad de Sevilla. Según
Carriazo don Salvador era hijo de don Juan Cano Padilla. Añade que los Cano,
procedentes de Mondoñedo, participaron en la conquista de Quesada de 1231 y en
la fundación de la cofradía para hidalgos del Santísimo Sacramento en 1233.
[27] Aunque no vivía en
Quesada, la relación de D. Cristóbal con el pueblo, con la “buena sociedad
quesadeña”, es evidente. Su hija Dª Teresa de Gámez Carmona se casó con don
Juan de Villaseca, regidor perpetuo e importante personaje de la villa en la
segunda mitad del siglo XVIII.
[28] A principios del siglo
XX se le dio el nombre de Laureano Delgado. Tras la guerra civil se le impuso
el del sanguinario general Queipo de Llano. Tras recuperar el nombre original,
hace no muchos años se le cambió por Pedro Villar (yerno de Laureano Delgado),
con el que se mantiene hoy. No obstante
siempre se la ha conocido, y seguramente así seguirá, como calle Don Pedro.
[29] Segunda acepción en el
diccionario de la RAE.