lunes, 19 de agosto de 2024

ANTIGUEDAD de la FERIA de QUESADA

La traca en el Jardín, el final de la feria (foto propia de 29 de agosto de 1987).


Este artículo se publicó inicialmente en la Revista de Ferias de 2020. Esta es una versión ampliada con la documentación encontrada desde entonces.

        La primera feria de Quesada se celebró los días 25, 26 y 27 de agosto del año 1847, de manera que este año cumple 177 años. Se ha celebrado sin interrupción durante este tiempo, salvo en las ocasiones en que alguna epidemia obligó a suspenderla, como en 1860 y 2020 o durante los años de la guerra civil. Se da la circunstancia, curiosa para coleccionistas de glorias locales, que es coetánea de la feria de Sevilla. Es incluso anterior, porque se autorizó su celebración dos meses antes, aunque luego la de Sevilla, por las fechas que se le habían concedido, se inauguró en abril y la de Quesada lo hizo en agosto. 

Aunque hoy una feria se asocia inmediatamente a fiestas, habitualmente patronales, su función original era comercial y fundamentalmente  ganadera. En un mundo rural muy poco comunicado, resultaba complicado comprar y vender animales, así como adquirir determinados  productos y herramientas. Las ferias se crearon para que en una fecha determinada acudieran a un lugar tratantes de ganado, artesanos ambulantes y vendedores de todo tipo de género. Acudían a su vez vecinos y comarcanos, deseosos de comprar o de vender. Era importante que cada feria tuviera una fecha fija y conocida para que pudieran acudir los forasteros. Además debía ser una fecha que no coincidiese con la de otro pueblo, para que tratantes y trajinantes pudieran asistir a todas. Por eso las ferias eran una concesión gubernamental, y era el Gobierno quien las autorizaba procurando que no se solaparan y estableciendo un calendario general. 

La primera noticia del interés de Quesada por conseguir una feria es de febrero de 1834. Aquel año el síndico procurador del común (una especie del defensor del pueblo local), propuso al Ayuntamiento “elevar a la Reina” una serie de reivindicaciones locales, entre ellas la concesión de “una feria para el día 15 de agosto en cada año”. Meses después, en octubre, el gobernador contestó diciendo que, para poder tramitar al Gobierno la solicitud, era preciso formar un expediente con los datos y argumentaciones pertinentes. El Ayuntamiento acordó proceder inmediatamente a su formación. Quedó en nada este primer intento, porque los años convulsos que se siguieron alteraron seriamente la vida del pueblo (fuga, persecución y muerte de Luis Moreno, incursiones de partidas carlistas que alteraron la vida de la comarca…), lo que cambió las prioridades de los vecinos. 

Tras el fin de la guerra civil, primera guerra carlista, la vida se fue normalizando y se volvió a pensar en el comercio, en la necesidad de contar con una feria. En 1844 el Ayuntamiento retomó la primitiva idea de solicitar una que se celebrase el 15 de agosto. La fecha era buena, porque para ese momento ya había concluido la recogida de cereales y las faenas del campo daban una pequeña tregua. Era además el día de la Asunción, de la Virgen. Sin embargo la fecha se descartó pronto, seguramente por coincidir con otras ferias ya existentes como la de Baeza. El 24 de octubre  de 1844 don Antolín Vela, alcalde presidente, se dirigió al pleno municipal recordando que varias veces los ayuntamientos anteriores habían buscado el medio de facilitar la venta de “los frutos y ganados que produce el país”, para remediar la “paralización y estancamiento (que) tienen a estos vecinos en estado casi general de pobreza”. Las corporaciones municipales que se había sucedido habían pensado que la solución estaba en solicitar la “real gracia para establecer una feria anual, en la cual se facilitarían las ventas de mucha parte de los productos de esta tierra y de los ganados que asimismo crían en ella”. Añadió el alcalde que de este modo los labradores y ganaderos no tendrían que salir del pueblo para vender sus animales y “que con una o dos crías de sus bueyes o burras vendidas en su tiempo” pagarían buena parte de sus necesidades. La feria aportaría otra ventaja importante para artesanos, agricultores y vecinos en general: 

(que) para proveerse de los útiles y efectos que le son necesarios según su estado y ejercicio, necesitan salir a otros pueblos, lo cual ocasiona gastos que pudieran evitarse si esos artículos pudieran comprarlos dentro del pueblo, aportados por los que se dedican a buscar su venta en los puntos concurridos. 

Con todo esto se promovería la industria y “la circulación del metálico sin la cual los pueblos más ricos perecerían en medio de la abundancia”. Recordó el alcalde que Quesada reunía las condiciones que para la concesión de una feria anual establecía la Real Orden de 17 de mayo de 1834: 

En cuanto al número de vecinos, siendo el de 1160 el que cuenta este término municipal, es suficiente a contribuir con un número bastante crecido a la concurrencia; y respecto de la situación topográfica no puede mejorarse por cuanto circundan la población espaciosos ejidos con abundancia de aguaderos en el río, y varias entradas que pueden señalarse si perjudicar las posesiones. 

A la vista de lo dicho don Antolín propuso, y por unanimidad aceptaron los regidores, dirigirse al jefe político de la provincia (gobernador) solicitando una feria de tres días, el 4, 5 y 6 de septiembre, fechas en las cuales no se celebraba feria alguna en la provincia “y en cuya época se ha concluido la recolección de cereales, y las huertas ofrecen frutos y forrajes para el consumo de personas y ganados”. Así se hizo, y poco después, 22 de noviembre, el gobernador contestó que para tramitar al Gobierno la solicitud debería formarse “una exposición” detallando los requisitos prevenidos por ley: número de vecinos, riqueza, localidad (lugar) para el alojamiento de forasteros y colocación de la feria, pastos y abrevaderos, etcétera.

Estas fechas de primeros de septiembre, a pocos días de la Fiesta de Tíscar el día 8, hubieran sido las de la feria de Quesada si no hubiera surgido un inconveniente, comunicado por el gobernador a los pocos meses. El Ayuntamiento Constitucional de la villa de Jódar había manifestado que los días solicitados por Quesada para su feria “causaría grave perjuicio a la que tiene lugar en dicha población los días 2, 3, 4 y 5”. A la vista del problema se acordó contestar “que se señalen los días 25, 26 y 27 de agosto en los cuales no se celebra ninguna feria en los pueblos de esta provincia”. Resuelto el inconveniente y tras andar el expediente los farragosos trámites burocráticos, el 4 de enero de 1847 el secretario del Ayuntamiento de Quesada, dio lectura en el pleno a un oficio del jefe superior político de la Provincia, que  decía así: 

Por el Excelentísimo Sr. Ministro de Marina, Comercio y Gobernación de Ultramar, con fecha 26 de diciembre, se me comunica la Real Orden siguiente: 

 «Conformándose S.M. la Reina (Q.D.G) con lo expuesto por V.S. con el informe de esa Diputación Provincial, se ha dignado conceder al Ayuntamiento Constitucional de la Villa de Quesada el permiso que ha pedido para celebrar una feria anual en los días veinte y cinco, veinte y seis y veinte y siete incluidos del mes de agosto.» 

Lo que traslado a V.S. para su conocimiento y efectos oportunos. 


El Jardín en la feria.
Concurso de pintura infantil J.L. Verdes. 1974

    La concesión de la feria se recibió en el pueblo con entusiasmo, era una buena noticia en unos meses en los que no abundaron las alegrías. 1846 fue un año malo, seco y con unos calores en invierno y primavera impropios para la época. Hubo que adelantar la Traída de la Virgen al 18 de abril para implorarle “el santo rocío”. A la falta de agua se sumó la langosta, plaga que se había visto favorecida por las malas condiciones meteorológicas y que provocó grandes daños en las cortas cosechas y también, ya durante el verano, en las huertas. El siguiente invierno, 1846 al 47, el tiempo siguió sin acompañar, pero por los motivos contrarios, pues se dieron temporales de hielo y nieve que hacía años que no se habían visto. El 11 de febrero el regidor síndico expuso al Ayuntamiento la difícil situación que atravesaban los vecinos más humildes: 

la gran necesidad que se encuentra la gente jornalera y proletaria de esta población con motivo del largo temporal de aguas y nieves que se experimentó, por lo cual no se ha dado un trabajo hace dos meses, a que se agrega la escasez de la cosecha del año anterior y la del aceite, lo que ha motivado hallarse pidiendo limosna los trabajadores y pegujaleros que nunca se han visto en tan extrema necesidad. 

El Ayuntamiento acordó formar una lista con los más necesitados y repartir entre ellos setenta fanegas de trigo del Pósito, a razón de tres celemines cada uno. Para paliar la escasez se prohibió vender trigo fuera del pueblo y se solicitó a la Hacienda provincial una moratoria en el pago de contribuciones, por la “pésima situación” del pueblo. Sin embargo las dificultades no debían afectar a todos por igual, porque se seguía jugando. En marzo se prohibieron los juegos de azar “cualquiera que sea su denominación”, bajo multa de 1 a 100 reales. Estos vicios con dinero se han dado en toda época, pero es de imaginar que en momentos tan difíciles fueran especialmente mal vistos. 

Además del tiempo y de las malas cosechas, otras noticias no buenas acosaban a la villa. Tras un largo proceso en febrero aprobó el Gobierno la segregación de Huesa, Ceal y Royomolinos, que constituyeron su primer Ayuntamiento el 1 de mayo. Belerda permaneció en la jurisdicción de Quesada, por expreso deseo de sus moradores, pero la pérdida fue sensible. El nuevo pueblo tenía 812 habitantes, lo que dejaba a Quesada con 3.895, de los que 482 pertenecían a Belerda y Don Pedro. Por lo que respecta al término, aproximadamente la mitad de la Dehesa de Guadiana, importante fuente de ingresos municipales, quedó en Huesa. Durante varios años se produjeron pleitos y desavenencias hasta que se consiguió la separación completa de fondos y contribuciones. Fue un proceso complicado y a menudo desagradable, como un divorcio sin acuerdo. 


Dibujo de Zabaleta en la Revista de 1951

Por todo esto la noticia de la concesión de la feria fue recibida, como antes decía, con entusiasmo. Inmediatamente se acordó darle la mayor publicidad posible. Para lograrlo se imprimieron doscientos ejemplares de un edicto para remitirlo a todos los alcaldes de la provincia y a los particulares “que se crea oportuno”. Además unas semanas antes de celebrarse, el alcalde envió al gobernador uno de estos edictos pidiéndole su inserción en el Boletín Oficial de la Provincia. El 25, 26 y 27 de agosto de 1847 se celebró la primera feria de Quesada y al parecer con gran éxito. El lugar que se destinó para los tratos de ganado y resto de géneros mercadeables fue la Plaza, lugar público por excelencia que entonces estaba completamente diáfana, desprovista de árboles y cualquier otro estorbo. Desde aquel primer año de 1847 se ha venido celebrando en esas fechas, pero hay que hacer  referencia a los días 24 y 28. 

El día 24 no era feria, no se podía comerciar ganado hasta el amanecer del día 25. Con los años pasó a ser conocido como “víspera de feria”. Esta denominación se ha mantenido hasta hace poco. Seguramente las personas de mi edad en adelante escucharon a sus mayores llamarle así al día 24. El día 28 tampoco era feria, pues era el día de la Virgen de Tíscar. Mientras que la Traída no tenía fecha fija y se hacía entre abril y mayo en la fecha que fijaba el Ayuntamiento, por costumbre la Virgen volvía siempre a Tíscar el día de San Agustín, 28 de agosto. Seguramente cuando, para no coincidir con Jódar, se cambió la petición inicial de septiembre a la definitiva de agosto, se eligieron estos días por ser inmediatos a la Virgen, lo que favorecía sin duda la afluencia de gente. Con el tiempo, cuando fue tomando importancia la fiesta en menoscabo del trato de ganado, la Despedida se pasó a la madrugada del día 29 y el 28 se convirtió en un feriado más. 

A la feria anual acudía mucha gente, no solo trajinantes forasteros sino vecinos de los cortijos, aldeas y de otros lugares de la comarca. Se movía mucho dinero en los tratos. Es fácil imaginar como la feria  fue adquiriendo, alrededor del ganado y el mercadeo, aires de fiesta y se constituyeron en fechas excepcionales que una vez al año sacaba a la gente de la rutina y modorra rural. Es consustancial a estas aglomeraciones que atraigan a toda clase de personas, honradas o no, en busca del dinero ajeno. A Quesada también fueron llegando vendedores de aguardiente (cuando las ordenanzas lo permitieron), jugadores, embaucadores y vividores de todo tipo. También cómicos, como podemos comprobar en lo sucedido en 1860, a los pocos años de vida de la feria. 

A primeros de agosto se tuvo noticia de que la “enfermedad reinante” (el cólera morbo) que se había presentado en la provincias de Levante, había llegado a Hinojares y estaba causando estragos. El alcalde, Simón Bedoya, convocó inmediatamente a la corporación municipal para tomar medidas a fin de evitar el contagio. Los regidores tuvieron en cuenta “la proximidad de las funciones con que esta población acostumbra solemnizar el día de la Ascensión de Nuestra Señora, así como también las ferias que deben tener lugar en los días 25, 26 y 27” y consideraron “que la concurrencia de forasteros podría dar lugar a que se alterase la salud pública”. En consecuencia acordaron “suspender por ahora las referidas funciones (procesión del 15 de agosto y feria)” y comunicarlo a los pueblos inmediatos para que no acudiera la gente. Parecían medidas prudentes y sensatas pero tuvieron un efecto imprevisto. 

Para aprovechar las fiestas (ya eran fiestas) había llegado al pueblo la compañía cómica de Mario Mojica. Los cómicos presentaron un escrito al Ayuntamiento pidiendo que “no se impida la continuación de las representaciones teatrales", pues de lo contrario se verían en la necesidad de "implorar la caridad pública”. El Ayuntamiento contestó que la suspensión de los actos se había decidido para evitar grandes reuniones y consideraba que no era procedente suspender las funciones religiosas y comerciales y a la vez mantener abierto el teatro (por entonces instalado en un salón de antiguo convento dominico). La solución que se dio, “a fin de no causar perjuicios a los individuos de la compañía cómica”, fue abrir una suscripción para que con lo recaudado pudieran marcharse a otro punto donde pudieran trabajar. 

Las ferias se volvieron a suspender de nuevo en 1884, también por epidemia de cólera, y últimamente en el pasado 2020. Por motivos obvios tampoco se celebraron entre 1936 y 1939. Respecto al lugar de celebración, la feria de ganado se trasladó en 1873 a “la parte alta de la calle Don Pedro” (actual calle Teatro), porque ya se estaba pensando en hacer un paseo (jardín) en la Plaza, para darle un aire más moderno y elegante. En 1900 se trasladó al inicio del paseo de Santa María y la entonces nueva carretera de Peal. La fiesta, especialmente después de que se plantara el Jardín en 1877, siguió en la Plaza.