Mapa de daños en Quesada del terremoto (elaboración propia) |
El
día 1 noviembre de 1755, hacía las diez de la mañana, un fortísimo temblor de
tierra fue sentido en toda la Península, Norte de África y buena parte de
Europa. En Quesada la parroquia estaba repleta, porque a esa hora se iniciaba
la misa mayor y la festividad de Todos los Santos. Clérigos y fieles salieron
despavoridos de la iglesia a la plaza de la Lonja. Se trataba del conocido terremoto
de Lisboa, así llamado porque la ciudad quedó completamente devastada. Su
epicentro en realidad se localizó en el Atlántico, frente al cabo de San
Vicente y a unos 634 km de Quesada según cálculo del Instituto Geográfico
Nacional. Como en toda la Península, las iglesias de Lisboa estaban llenas para
tan importante festividad religiosa. La capital portuguesa sufrió duramente el
temblor, los techos de las iglesias cayeron sobre los fieles y se derrumbaron
numerosos edificios. Un rato después un tremendo tsunami duplicó los daños,
pero lo peor fue el pavoroso incendio que sobrevino al desastre. Prácticamente
toda la ciudad, excepto los barrios altos, quedó destruida. La reconstrucción
emprendida por el marqués de Pombal sigue marcando hoy su fisonomía urbana.
El
desastrosos efectos del seísmo se extendieron por Marruecos y toda la
Península, especialmente el maremoto, que arrasó la costa, causando miles de
víctimas. El litoral estaba por entonces mucho menos habitado, al contrario que
hoy. Asusta pensar en lo que hubiera sido de producirse hoy día. En España
provocó numerosos daños en edificios civiles y religiosos y se calcula que más
de 60 muertos, pero el maremoto añadió otras dos mil víctimas en las costas de
Huelva y Cádiz. La crisis económica y política que provocó en Portugal supuso
el principio del fin del hasta ese momento potentísimo imperio colonial
portugués. La repercusión que las noticias del desastre tuvieron en toda Europa
fue enorme y originó grandes debates científicos, filosóficos e incluso
religiosos. Desde el primer momento el terremoto y sus efectos se analizaron e
investigaron con método científico y se considera que su estudio supuso el
nacimiento de la Sismología moderna. La magnitud del terremoto (según cálculos
del IGN) estuvo en torno a 8,5 y una intensidad máxima, en Portugal, de X, algo
inaudito. En Quesada fue sentido con intensidad VI, similar al de Lorca de 2011,
el último con víctimas mortales en la Península.
El
rey Fernando VI estaba en el Escorial, donde se sintió con fuerza el temblor.
Regresó inmediatamente a Madrid y dio orden al Consejo de Castilla de que se
hiciese una consulta a todas las ciudades y villas del reino a fin de conocer
los daños que había provocado. Al efecto se preparó un cuestionario de ocho
preguntas referidas a la hora, duración, movimientos observados y daños
producidos. Las respuestas, procedentes de toda España, se conservan en el
Archivo Histórico Nacional.[1] De
ellas se desprende que el temblor se produjo poco antes de las diez de la
mañana y que duró entre ocho y diez minutos. Se sintió en tres ondas o fases
separadas por dos momentos de aparente calma, la segunda fue la más intensa.
Esta larguísima duración sin duda aumentó los daños, pero seguramente también
permitió la evacuación de los edificios (iglesias), pues la primera embestida
asustó al público pero no provocó grandes daños. Para cuando empezaron a caer
cascotes de los techos la mayoría de la gente estaba ya en la calle.
Entre
las respuestas al cuestionario que se conservan en el Archivo Histórico
Nacional están los informes remitidos por los ayuntamientos de Quesada, Hinojares,
Pozo Alcón y La Iruela. El de Cazorla no se conserva, pero se conoce de forma
esquemática por los resúmenes que posteriormente hizo la Real Academia de la
Historia. No hay tampoco informe de Huesa ni de Peal, pues por entonces no tenían
ayuntamiento propio y estaban incluidas en los términos de Quesada y Cazorla
respectivamente. Ni en Quesada ni en el resto de la comarca hubo víctimas, pero
sí importantes daños materiales, especialmente en este pueblo. En todas las
respuestas se transmite el miedo y el tremendo susto que produjo el temblor.
Quesada
Hay
dos informes de daños correspondientes a Quesada. Uno el dirigido al obispo de
Cartagena, en aquel momento presidente del Consejo de Castilla y quien
centralizaba la información. El otro remitido al corregidor de Baeza y Úbeda, don
Joseph Delgado y Frías, autoridad inmediata de quien se había recibido la
consulta. Son prácticamente iguales y están fechados el día 24 de noviembre,
señal de que se hicieron a la vez. El dirigido al obispo de Cartagena no está
firmado, el del corregidor lo suscriben Higinio Jiménez Serrano y Salvador
Cano, regidores del Ayuntamiento.
Dicen
estos informes que sobre las diez de la mañana, “a corta diferencia”, se empezó
a sentir el temblor de tierra, que “hasta que se sosegó duraría como ocho
minutos”. Durante este tiempo “se advirtió que las iglesias, torres de ellas, y
casas, se movían a un lado y a otro, como si fueran cañas”. Como ya se ha dicho,
a las diez de la mañana comenzaba la misa mayor y los oficios de Todos los
Santos. Estaba la parroquia llena de fieles, con los sacerdotes preparados para
comenzar el acto. En estas ocasiones especiales solían participar todos los
clérigos (cura-párroco asistido por diáconos, tenientes de cura, de beneficiado
y demás presbíteros). A ellos se sumaban el sochantre, el coro, el organista, los
clérigos de menores, el sacristán mayor y los sacristanes menores. Asistía en
lugar preeminente el cabildo municipal en pleno y detrás el estado noble
(hidalgos) y las personas principales. El resto de fieles abarrotaba las naves
de la iglesia.
Iniciada
con toda solemnidad la función religiosa se escuchó un gran estruendo.
Inmediatamente sintieron que “la tierra toda” se movía, “trastornando” los
pavimentos y haciendo crujir sus losetas. Todos los presentes en la iglesia “juzgaron su total ruina”, por lo que salieron
precipitadamente, “a pedir misericordia”, a las zonas descubiertas alrededor
del templo, que eran la plaza Vieja (Lonja), donde estaba la puerta principal y
la delantera de la actual fachada (entonces llamada puerta de San Ildefonso). En
el precipitado desalojo no se registraron heridos ni contusionados, como
ocurrió en otros lugares donde la estampida del público apelotonándose en las
puertas sí ocasionó víctimas.
Una
vez “sosegado el temblor”, tras ocho eternos minutos, se pudieron comprobar los
daños. El terremoto había “causado quebranto” en la iglesia, afectando a la
fábrica (estructura), “que es de arcos de piedra de sillería sobre gruesas
columnas de lo mismo”. Se habían caído “parte de los embovedados de algunas
capillas” y la torre se había visto afectada, “especialmente el tercio donde se
hallan las campanas”. La parroquia no tenía el aspecto actual, las tres naves
estaban separadas por arcos y pilares de piedra, como dice el informe, y la
cubierta era una armadura de madera de par y nudillo. Esta cubierta se conserva
hoy día, en razonable estado aunque oculta por la bóveda que actualmente cubre
la nave principal. Los arcos y pilares de piedra también siguen existiendo,
pero ocultos y recubiertos por los tabiques y yesos al gusto neoclásico que hoy se pueden ver y que “forran” y tapan el
antiguo interior de piedra. Hace ya unos
años se hizo una cata junto a la capilla que hay debajo de la torre, quedando
al descubierto un capitel, policromado, de aquella primitiva estructura de
piedra.
Los
daños en la estructura fueron reparados, pero esta quedó resentida y años
después, abril de 1800, su estado volvía a ser ruinoso. En aquel año el síndico
personero del común pasó noticia al Ayuntamiento del mal estado del templo, que
“por el desplome de paredes y sentimiento de sus arcos en partes esenciales
está todo el edificio expuesto a ruina si con la mayor brevedad no se pone
remedio”. Se temía especialmente que el edificio se derrumbase durante alguna
celebración religiosa, estando las naves ocupadas por los fieles. El
Ayuntamiento pasó aviso al vicario para que el arzobispado efectuara las reparaciones
necesarias. Seguramente este fue el origen de la reforma que dio su actual
aspecto a la iglesia parroquial.
No
fueron estos de la parroquia los únicos daños producidos, se resintieron
también las viejas murallas medievales, especialmente algunos torreones. Dicen
las respuestas a la encuesta del Consejo de Castilla que “una torre muy grande
y fuerte” del antiguo alcázar, “que sirve de uno de los graneros del Pósito”
también se vio afectada. Este cubo de la muralla es sin duda el que existía entre
la calle del Cinto y final de la calle Alcázar, del que hoy día apenas queda
nada. El temblor produjo en el torreón una grieta “o abertura desde lo alto a
lo hondo”. Su parte superior se hundió y causó destrozos en los tejados de las
casas inmediatas. Otra torre de la muralla, la de la alcaidía, entonces cárcel,
y en la que por entonces estaba el reloj público, también se hundió en parte. Esta
torre estaba entre la calle Alcaidía y plaza de la Lonja (Existió hasta los
años veinte del siglo pasado, apareciendo al fondo de la foto que hizo Carriazo
del Arco de los Santos).
La vieja torre de la Alcaidía vista desde el Arco de los Santos. |
Esto
por lo que se refiere a edificios, en el terreno de sierra y montes se
advirtieron otros efectos. Los informes destacan lo sucedido en un sitio, “a
distancia de un cuarto de legua de esta población (…) llamado el Nacimiento”.
Allí, debajo del cerro Vítar, nacía el agua que una precaria tubería llevaba a
la fuente pública de la Plaza y de ahí le venía el nombre al lugar, que sigue
conociéndose así. Por ser un festivo tan principal no había aquella mañana mucha
gente en el campo, pero los pocos que estaban presenciaron con espanto un
fenómeno inaudito. Cuando empezó el temblor sintieron un gran ruido y vieron
como se desgajaba parte de la ladera del cerro Vítar. El desprendimiento
levantó una enorme polvareda, como si fuera humo “de una calera que se
quemaba”. El enorme estrépito de las rocas despeñándose y la polvareda hizo creer
a los aterrorizados testigos que “las piedras subían hacia arriba”. La
espantosa visión concluyó cuando el “humo” fue tan denso que nubló la vista. Finalizado
el terremoto se pudo comprobar que había mermado el caudal de agua que nacía, lo
que provocó dificultades en el suministro de la población.
Cerca
de allí, en el cerro de la Magdalena, en un sitio “que llaman los Calderones”, días
después se advirtió como se había abierto una quebrada “de más de diez varas de
profundidad y otras tantas de ancho”. De ella salía una grieta, “de treinta y
dos pasos de largo”. En Tíscar parte de la muralla del castillo se desprendió,
rodando las piedras ladera abajo. En aquel momento la gente subía a la misa en
el santuario y las piedras pasaron entre ellos, aunque sin alcanzar a ninguno.
Sin duda se produjeron desprendimientos en otras partes de la sierra, pero o no
hubo testigos o a los redactores de la información no les pareció necesario
reflejarlos.
Ni
en Tíscar ni en el resto del término se registraron muertos ni heridos de
consideración. En los días posteriores se sintieron réplicas, pero “de corta
consideración, y sin ningún daño”. Que no hubiera víctimas se consideró un
milagro de la Virgen, “Nuestra Señora de Tíscar, Patrona y singular Protectora
de este pueblo”. Por ello el cabildo municipal acordó traerla en rogativa de
forma extraordinaria desde su santuario, “y hacerle un novenario de fiestas,
con nueve sermones, lo que se está ejecutando con singular devoción del pueblo”.
El
terremoto en la Comarca
Tampoco
hubo víctimas en las otras villas de la
comarca ni en sus términos, aunque la sorpresa, alarma y miedo fueron
generalizados. Coinciden en todos los informes, poco más o menos, tanto la hora
como la duración del terremoto. En Pozo Alcón se sintió con fuerza el temblor,
pero, “mediante la Divina Providencia”, no se registraron daños de
consideración. En Hinojares se sintió con “bastante rigor”, lo que “a todos nos
causó mucho espanto y terror”, aunque hasta el día de emitir el informe no se
habían notado daños “en edificios, ganado, ni en otra cosa”. No sabían si se
habían producido desprendimientos en riscos y quebradas de la sierra “por haber
muchas”. Tampoco se habían comprobado efectos en el caudal de las fuentes ni en
la calidad de sus aguas. Da la impresión de que en esta parte de la comarca fue
sentido con menor intensidad.
Por
su parte en La Iruela el terremoto se produjo cuando se celebraba la misa mayor
en la parroquia, como en la mayor parte de lugares. Su fuerza “alteró los
ánimos de tal forma” que los clérigos y fieles abandonaron precipitadamente el
templo “por recelar se arruinasen los edificios”. No se indican daños
especiales, pero sí que durante al menos dos días las fuentes, “royos” y pozos vieron
“sus aguas alteradas y revueltas”. Como antes se dijo el informe de Cazorla no
se conserva en el Archivo Histórico Nacional. El resumen que de él hizo la Real
Academia de la Historia es muy escueto. Dice que hubo algunos daños en
edificios, “con especialidad los de más resistencia (los de piedra)”, que el
agua de algunas fuentes se enturbió y que se habían “roto algunos peñascos de
las cercanías, y aun desprendiéndose otros del lugar que ocupaban”. Seguramente
los efectos fueron muy similares a los que con mucho mayor detalle describe el
informe de Quesada.
Hay
que recordar que el epicentro estuvo a más de seiscientos kilómetros, lo que da
idea de la fuerza del seísmo que a tanta distancia tuvo las consecuencias que
van referidas. Se comprende así mejor lo sucedido en zonas más cercanas y
costeras como Lisboa, Ayamonte o Cádiz, donde además sufrieron el posterior y
terrible tsunami. Respecto a las réplicas fueron muchas y algunas importantes,
aunque el informe de Quesada les quite importancia. Según Joseph Delgado, el
corregidor de Baeza, se habían repetidos los temblores, aunque con menor
intensidad. Pero destaca la réplica sentida el día 27, cuya duración calcula en
tres minutos, aunque tampoco causó daños. El caso es que según el corregidor ,
“con estas repeticiones nos hallamos todos llenos de temores y sin parar de
hacer rogativas públicas. El Todopoderoso nos mire con ojos de misericordia”.
[1] La información
sismológica procede de la publicación Los
efectos en España del terremoto de Lisboa (1 de noviembre de 1755) de José Manuel Martínez Solares, Instituto Geográfico
Nacional 2001. La transcripción de las respuestas al cuestionario del Consejo
de Castilla corresponde a Fernando Rodríguez de la Torre. Documentos en el
Archivo Histórico Nacional (Madrid) sobre el terremoto del 1 de noviembre de
1755. Ediciones Universidad de Salamanca 2005.