viernes, 24 de febrero de 2023

VILLAVIEJA (III) El protagonista, don Ángel Alcalá Menezo.

 

Caricatura de Ángel Alcalá Menezo en la revista filipina Manililla.

     

    En los dos artículos anteriores se ha tratado del autor de Villavieja, de su relación con Quesada, del contexto histórico, de los personajes de la novela y de los paisajes que en ella se describen. Ya solo queda decir algo del protagonista, don Luis Obregón. Aunque quizás sería mejor hablar de un protagonista con dos nombres, uno el literario y novelesco y otro el real, el que nació y vivió en Quesada durante el siglo XIX. Porque aunque Ciges le llame don Luis, el auténtico protagonista de Villavieja es don Ángel Alcalá Menezo.

    Hoy día las pocas personas a las que les suena este nombre lo relacionan con la Novela de Tíscar, con las cosas antiguas de la Virgen y poco más. Seguramente casi nadie ha reparado en una lápida de mármol que se conserva en una esquina de Santa Catalina, en la que fue su casa, en la que aparece grabado Plaza de Ángel Alcalá. Enterrado hoy en el tradicional olvido quesadeño Alcalá Menezo fue periodista, novelista, poeta, político, pedagogo y gobernador en varias provincias de las Filipinas. Sin duda el personaje más relevante, singular y famoso del siglo XIX en Quesada, con permiso del general Serrano Bedoya. Pero a diferencia de este, que desarrolló su carrera militar y política fuera del pueblo, Alcalá Menezo nació, vivió y murió en Quesada, adonde volvía siempre tras sus aventuras en Jaén, Madrid o Filipinas.

    Que don Luis Obregón es en realidad Ángel Alcalá Menezo ya lo recoge Cecilio Alonso en su edición de 1986, llamando la atención de que es el propio Ciges quien varias veces se despista en el texto de Villavieja y escribe don Ángel en lugar de don Luis. Prácticamente todas las aventuras y hazañas que Ciges atribuye a don Luis tienen una base cierta en las de don Ángel. Podría decirse que Ciges hizo una auténtica biografía del quesadeño.

    Ocasiones para conocer las aventuras del héroe local no le faltaron a Ciges, amigo de su hermano Manuel Antonio y de su cuñado Manuel, tío de su pretendida Teresa… Pero además, el recuerdo del personaje estaba muy presente en el pueblo durante los veranos de Ciges; Ángel Alcalá Menezo había muerto hacía poco más de diez años y sus hazañas aparecían frecuentemente en las tertulias locales, como bien se refleja en Villavieja. Antes de recorrer la vida de Alcalá Menezo conviene referirse brevemente a la figura que Ciges dibuja para don Luis. Se podrá comprobar la casi perfecta correspondencia entre el personaje literario y el real.



    8.1.- Don Luis Obregón.

    El hermano mayor de los Obregón, don Luis, es el protagonista indiscutible de Villavieja. Hombre activo y vehemente, era a la vez, según criticaban sus paisanos, inconstante y caprichoso; se movía por impulsos y caía rápidamente en el aburrimiento y la desgana. Provenía de una rancia familia de abolengo, pero a pesar de su gran capital heredado siempre estaba falto de liquidez. Y no porque fuera uno más de los ociosos propietarios que en el Casino dilapidaban su fortuna con el juego. El problema de don Luis era su vida magnífica y aventurera, que le obligaba a grandes dispendios. Se casó con la hija de un "senador rural", lo que “le rellenó la bolsa”, pero al poco “la fortuna de su esposa se había ido por donde la suya”.

    La vida aventurera de don Luis era tan distinta a la habitual en el pueblo que despertaba curiosidad, simpatía y admiración entre los vecinos. Sus hazañas corrían de boca en boca y eran conocidas por todos, que las tenían por asombrosas. Es precisamente con esta fascinación por la insólita vida de don Luis con la que se inicia Villavieja:

    El ex sargento Peláez había comenzado a narrar en el Casino una aventura de don Luis Obregón:

—Cuando en Filipinas unció a los frailes...

    Pero no es solo simpatía y curiosidad la que despierta don Luis. Su personalidad destaca en la amodorrada vida local y eso le atrae envidias y rivalidades. Para colmo, su actividad política a lo largo de la novela le granjeará peligrosas enemistades de poderosos personajes.

    El tono que usa Ciges en la descripción del personaje va cambiado a medida que avanza la narración. Al principio don Luis es un señorito más de Villavieja, ocioso, excesivo y con un punto de colérica violencia que parece aproximarlo a los Uldecoa. Ciges pone en boca de Mosiú la opinión que le merecen estas aventuras y hazañas: barbaridades. El mejor ejemplo está ya en las primeras páginas, durante la excursión a las sierras que rodean Villavieja. Don Luis conduce temerariamente el carruaje por peñas y barrancos no deteniéndose hasta que revienta a las yeguas del tiro y destroza el carruaje .

    Poco a poco, como si Ciges fuera conociendo, descubriendo él mismo, a su personaje, este don Luis caprichoso y a veces brutal pierde el carácter que tanto desagradaba a Mosiú y surge un personaje lúcido, capaz de diagnosticar acertadamente los males que atenazan a Villavieja, pero haciéndolo con un punto de cínica sinceridad que provoca en el lector un sentimiento ambivalente:

—¿Y qué ha hecho usted para realizar esa obra que a todos obliga? —le preguntó Mosiú.

—Yo, nada; ya se lo he dicho. Como buen político de la hora actual, yo soy un intrigante y solo me ocupo de mí.

    Sin embargo, y conforme avanza la campaña electoral, se acelera la transformación de don Luis. En los últimos capítulos, tras la revuelta contra la Resinera, es un preso, una víctima del caciquismo, que defiende la causa perdida de los amotinados. Podría decirse que Ciges le va cogiendo cariño. Página a página va convirtiéndolo en una suerte de héroe que quiere cambiar el estado de cosas en el distrito y que por intentarlo es machacado por los poderosos. Seguramente hay también algo de identificación y empatía con su personaje, pues don Luis ve empeorada su situación carcelaria al escribir y conseguir publicar artículos de prensa sobre los malos tratos a los presos, lo que recuerda al propio Ciges cuando sufrió un penoso encarcelamiento en la Habana por escribir y firmar un artículo en el que denunciaba los excesos represivos de Weyler.

    Cuenta Ciges que, en su juventud, don Luis fue director de “un periódico provinciano, del que era propietario otro joven amigo suyo, hoy aspirante a ministro”. Pero que no tardó en crearse problemas al manifestar que había que dejar morir de hambre a los maestros actuales, para sustituirlos por “otros menos ignorantes”. El gremio reaccionó de forma imaginable y una comisión del mismo fue a exigirle rectificación. No solo no lo hizo, sino que la emprendió a bastonazos con los comisionados, descalabrando a varios. Por esta acción fue procesado.

    Acosado por los jueces, don Luis marchó a Madrid para “solicitar entre los políticos en auge defensa y amparo”. Allí se presentó en un mitin de la izquierda dinástica, acto que presidía Manuel Becerra y en el que participaban los diputados de esta facción liberal, exigiendo a voces desde el patio de butacas un turno de palabra que el presidente le negaba, porque solo estaba previsto que hablasen los diputados. Su respuesta fue sarcástica:

—¿Habéis oído, correligionarios? Han acordado que solo hablen los mudos, los que en el Parlamento han demostrado con su silencio que no sirven para hablar.

Las risas y los aplausos resonaron en el anchuroso ámbito como el oleaje en un acantilado. El concurso demandó unánime:

—¡Que hable, que hable!

    Becerra se vio obligado a concederle la palabra y don Luis pronunció un discurso que enardeció a todos los presentes. Recuperado de la sorpresa inicial, Manuel Becerra quedó cautivado por el atrevido y elocuente joven y al terminar el mitin

abrazó al nuevo y elocuente prosélito de la izquierda dinástica; le prometió que de su proceso ningún tribunal se acordaría, y dos semanas después le hizo proclamar secretario general del partido.

    Al poco llegaron al poder los liberales, pero Becerra le aconsejó que, dado el estado lamentable de su hacienda, no se quedase en Madrid para disfrutar las ventajas del triunfo sino que pasase antes una temporada en Filipinas para reponerla. Fue nombrado gobernador civil de una provincia cercana a Manila. Nada más llegar se ocupó de “renovar muebles, comprar argentería y decorar fastuosamente el blanco palacete”. Al poco recibió la visita de los frailes agustinos de un convento de su demarcación. Tras enterarse de que los frailes vivían aislados y sin carretera, mandó construir una en quince días. Los frailes se deshicieron en elogios al gobernador acompañándolos de menosprecios a los indígenas. Don Luis “sintió un punto de lástima por los súbditos que durante medio mes había martirizado” en las obras de la carretera y replicó a los agustinos:

Cierto; ya me han dicho que el indígena es perezoso, jugador y artero; pero también me han asegurado que ustedes, reverendos padres, abusan demasiado de él.

 El prior le replicó iracundo:

Puesto que usted nos ofende, pronto sabrá quiénes son en Filipinas los padres agustinos.

    Casi al mismo tiempo de este asunto llegó a Filipinas Valeriano Weyler como gobernador general. Siempre abierto a crearse nuevos enemigos, Alcalá Menezo decidió contraprogramar la recepción que en su palacio de Manila organizó el general y convocó un sarao paralelo. Y lo hizo por todo lo alto llegando a fletar un barco que transportase a los invitados desde la capital: “la noche de la fiesta el simple gobernador fue más honrado que el gobernador general”. Weyler reaccionó de la manera esperable:

conforme a sus atribuciones de nombrar gobernadores interinos mientras venían los oficiales de España, le destinó a otra provincia, y a otra más.

    Poco después llegó el cese oficial y don Luis regresó a la Península “bajo partida de registro, por considerársele peligroso a los intereses de la patria.” Según los agustinos, si hubiese permanecido más tiempo en Filipinas “el jefe de la insurrección no hubiese sido Aguinaldo”.[1]

    Don Luis volvió a Villavieja viudo y enfermo de disentería. Es pocos años después de su vuelta cuando se inicia la acción de la novela. Su tumultuosa y desbordada personalidad se va manifestando en cada capítulo de la novela. Paseando por el jardín tiene la idea de crear un colegio de segunda enseñanza. Decide instalarlo en una vieja en una vieja casa de la Lonja que había heredado de su abuelo. Durante las obras de acondicionamiento encuentra una cripta y en ella dos momias. El párroco se las reclama alegando su pertenencia a la Iglesia, pero él se las niega (capítulo X) en una tensa escena que recuerda al trato que dispensó a los frailes de Filipinas:

—¡Pocos gritos, señor cura, pocos gritos!

(…)

Y cogiendo al sacerdote de la sotana le condujo a empujones hasta la puerta. Don Bonifacio se alejó gritando que iba a dar parte a las autoridades y al obispo de la diócesis.

    Más tarde y por motivos electorales, cura y candidato se avinieron. Y es que el núcleo del personaje es su candidatura a diputado del distrito en unas próximas elecciones. Don Luis seguía teniendo contactos e influencias en Madrid entre los políticos de la Izquierda Dinástica. Con su apoyo, primero se enfrenta a don Tomás, el de La Resinera, que quiere hacerse desde Madrid con el acta de diputado para mejor controlar el distrito donde tiene sus intereses. Es mucho más poderoso y plantea una campaña al modo tradicional, mediante redes clientelares y la fuerza que le dan sus millones. En el capítulo VIII se hace un resumen del punto de partida de cada uno de los candidatos:

    Don Luis Obregón aspiraba a la representación parlamentaria, y ante él se oponía nada menos que el presidente de la Sociedad Resinera. El primero contaba con no mezquinos valedores políticos, con la fecundidad de su ingenio y la calidez de su verbo. La propaganda de conferencias y mítines que pensaba organizar en toda la comarca al inaugurarse el activo período electoral, las denuncias que formularía contra los abusos y vejaciones de que el distrito era víctima y los remedios que propondría para atenuar el daño, le captarían muchos prosélitos. Además, su prestigio no era liviano entre la muchedumbre, porque las audacias de su primera juventud política en Madrid y sus proezas de Filipinas, habían pasado a la categoría de leyendas honrosas que la gente comentaba y repetía ufana a los forasteros, como si en aquella incierta gloria correspondiese alguna parcela al narrador en concepto de paisanaje con el héroe. El presidente de la Resinera disponía... de todo lo que puede disponer un millonario en relaciones con el Estado, y que subvenciona a jueces, alcaldes, Guardia Civil; que manda a legiones de empleados, es árbitro de muchos pueblos, y, como Júpiter entre ellos, puede distribuir el terror o la dádiva.

    Posteriormente el viejo cacique, humillado con la cencerrada que celebró su boda con la joven sirvienta, decide salir de su retiro político y mediante un acuerdo con don Tomás consigue que el candidato que se enfrente a don Luis sea su yerno Lorenzo Delmás. Don Luis inicia su campaña anunciando un gran proyecto que cambiaría para mejor la vida de toda la comarca, la canalización del Gualdavia, que pondría en riego grandes extensiones de terrenos baldíos. Con esta promesa inició una campaña electoral muy activa, “empezó a recorrer el distrito, hablando con todos, celebrando a las mujeres, festejando a los chiquillos, sembrando promesas a voleo”. En los pueblos del distrito cercanos al Gualdavia tuvo gran eco la propuesta de canalización y riego, pero el primer fruto de su campaña lo obtuvo en la aldea de Camposano, aldea sin municipio adscrita a Villavieja, donde sus doscientos votos eran tradicionalmente adictos a don Dámaso. Obregón los ganó prometiendo a la aldea ayuntamiento propio:

    Don Luis les habló adoptando la posición de ellos, como ellos mismos hablarían para defender su causa, si su verbo no fuese tan áspero y premioso, y al ofrecerles por justicia y no merced ayuntamiento y juzgado propios, los honrados labriegos le aclamaron, le abrazaron y le diputaron como a libertador.

    Otros proyectos se añadieron a su programa, como la construcción de una fábrica de papel y una central eléctrica por el millonario francés primo político de su hermano, que dispararon la popularidad del candidato. Obregón no olvidaba a nadie, tampoco a las mujeres que, aunque no votaban, influían en hijos y maridos: “Como Julio César, Obregón ponía gran celo en captarse la estima de las mujeres, que acabaron por ser sus defensoras más adictas”. Por supuesto tampoco escatimaba las críticas a La Resinera y al caciquismo cuando visitaba los pueblos más cercanos a la sierra. Todos los temas los iba tratando, sin olvidar la subasta de espartos de la Dehesa, fundamental para el presupuesto de Villavieja y asunto del que se decía estaba rodeado de corrupción; tampoco la explotación de minas de hierro en la Dehesa, donde se sospechaba que la tierra ocultaba importantes tesoros.

    El contraste de su campaña y la de su rival era grande, pues esta se basaba exclusivamente en la confianza del apoyo del cacique y de sus poderosos aliados de la Resinera (capítulo XV):

    (Lorenzo Delmás) Por cortesía pensaba hacer una visita a los pueblos que debían serle tributarios del voto; pero en la manera de anunciar su viaje había algo de insultante, porque no era el candidato que va a postular los sufragios populares, sino el amo que se digna hablar con sus esclavos. Al preguntarle por su programa respondió sorprendido:

—¿Mi programa?... ¡Ah, sí!... Es mucho lo que pudiera decir; pero no me gusta prometer antes de tiempo.

    Los éxitos de don Luis provocaron desasosiego y temor en sus poderosos enemigos, que pronto tuvieron la ocasión de acabar con él. El motín por la detención de los leñadores y los abusos de La Resinera cogió a don Luis celebrando un mitin en uno de los pueblos cercanos a la sierra. Con las primeras noticias acudió a Peñafuerte, de donde eran los labradores. Los ánimos estaban muy excitados con el rumor de que habían muerto en la cárcel a consecuencia de palizas y malos tratos:

    Las mujeres eran las más excitadas. Al presentarse Obregón, un grupo de ellas acudió corriendo a su encuentro. La que marchaba al frente le gritó llorando de rabia:

—Es preciso que usted nos defienda, señor don Luis. No tenemos otro amparo que el suyo.

El ex gobernador le preguntó qué ocurría, pero la mujer siguió voceando:

—¡Esta infamia ya no se puede resistir! ¡Estamos hartos de aguantar, y nos han de hacer justicia o nos la tomaremos con nuestras manos!

    La tensión fue en aumento y los amotinados atacaron el cuartel de la Guardia Civil. Don Luis intentó calmar los ánimos, pero de nada sirvieron sus esfuerzos (capítulo XIX). Aún calientes los rescoldos del levantamiento, la prensa madrileña inició una insidiosa campaña en la que se le acusaba de ser el incitador y cabeza de la revuelta. Estas acusaciones facilitaron su detención por el juez del distrito y Obregón fue encerrado en la cárcel de Argola. Detrás de la campaña de prensa y del encarcelamiento se veía la mano del cacique y su aliado de la Resinera. En la cárcel estaba don Luis el día de las elecciones. Se sucedieron toda clase de irregularidades, que las autoridades del distrito pasaron por alto. A pesar de su activa campaña, de sus propuestas y de su popularidad, don Luis Obregón resultó derrotado. No lo volverá a intentar.

    Los últimos párrafos de Villavieja trascurren en París años después. Mosiú, que había terminado sus trabajos en el pueblo y regresado a su tierra, se encuentra a don Luis. Triste y escarmentado, ahora es un héroe derrotado que nada quiere recordar de aquella etapa de su vida. Había perdido, y con él Villavieja, su desigual lucha contra el caciquismo y los poderosos.


Firma de Alcalá Menezo, 1874



    8.1.- Don Ángel Alcalá Menezo.

    Ángel Alcalá Menezo nació en Quesada el año de 1845, seguramente en el mes de marzo. Por aquellos días Larva se acababa de separar de Quesada, para integrarse en Cabra, y faltaba poco para que Huesa alcanzara su independencia y formara ayuntamiento propio. El quesadeño más ilustre, el general Serrano Bedoya, estaba a punto de regresar de su exilio londinense, en el que acompañaba a Espartero. En ese mismo año de 1945, el 7 de julio, nacía otro quesadeño al que Ciges convirtió en personaje de Villavieja: Laureano Delgado Alférez, es decir, don Dámaso Espino. Eran tiempos complicados, como casi siempre lo son, aquellos del final de la primera mitad de siglo. A lo de Huesa y Larva se juntaban las pertinaces sequías, los calores impropios de la época del año, que provocaban plagas de langosta que perjudicaban gravemente las siembras. Para combatirlas había que tomar enérgicas medidas, arar los eriales donde se criaban los canutos del insecto, que precisaban fuertes desembolsos. El reparto de los gastos ocasionó desagradables incidentes con los ayuntamientos de Cabra y Cazorla. Alcanzaron tal punto que el Jefe Político de la Provincia, gobernador civil, se vio obligado a exigir a las partes moderación en las formas para evitar que las cosas pasaran a mayores. Precisamente a las manos, incluso a las armas, habían llegado poco antes los guardas de Quesada y Cabra del Santo Cristo por la disputa sobre las contribuciones de Larva, a qué municipio correspondía pagarlas.

    Alcalá Menezo nació en una familia acomodada, a salvo de las complicaciones de clima y cosechas. Su padre fue Eduardo Alcalá Vela y su madre Teresa Menezo. Eduardo Alcalá era carlista y un ferviente católico que no dudó en enfrentarse a la revolución de 1868 y a su inmediata consecuencia, el reinado de Amadeo I. Candidato promovido por el general Prim, Amadeo era hijo de Víctor Manuel II, el rey que acababa de completar la unidad de Italia con el asalto y conquista de Roma acabando con los Estados Pontificios. Por eso en España cualquier tipo de apoyo al papa suponía indirectamente, y así era entendido, un rechazo a la dinastía Saboya y a los principios democráticos de la Revolución de 1869.

  En ese ambiente creció Alcalá Menezo, que siguió la estela carlista y conservadora de su padre. En 1870 se estableció en Quesada La Juventud Católica, organización integrista que defendía la “unidad católica” y el poder papal. Fue presidente de este grupo Ángel Alcalá Menezo y una de sus primeras acciones la de organizar un homenaje a Pio IX. El motivo de la celebración del 25 aniversario de su pontificado. Durante el acto se recitaron poesías, se leyeron composiciones y se envió a Roma una felicitación redactada en castellano y latín (La Esperanza, 26 de junio de 1871).

   Quedó bien señalado con estas acciones Alcalá Menezo, pues en Quesada mandaban los “serranistas”, los familiares y amigos de Serrano Bedoya, partidarios de la Gloriosa y del nuevo rey. Duró poco Amadeo y en febrero de 1873 se proclamó la República. Al contrario que su hermano Manuel Antonio, que fue concejal, el primero en proponer que el mercado se sacase de la plaza para instalarlo en el antiguo convento, Ángel fue discreto y no tuvo especial protagonismo. Apenas participó como vocal de la Junta Municipal en 1874, pero ya durante la dictadura republicana conservadora del general Serrano Domínguez. Cuando el golpe de estado de Martínez Campos y la vuelta de los Borbones, Alcalá Menezo rozaba los treinta años y sobre él pesaban sus antecedentes carlistas, de los que se tenía que librar si no quería verse postergado política y socialmente.

    No era el único quesadeño en esta situación; le acompañaban su propio padre y un numeroso grupo de vecinos relevantes, todos ansiosos por seguir siendo alguien en la vida local. Para conseguirlo era necesario renunciar al carlismo y reconocer como rey a Alfonso XII. Lo hicieron de forma solemne en el despacho del gobernador civil, Gabriel de Burgos, el 21 de julio de 1875. En Jaén ocho destacados vecinos, que habían pertenecido al “disuelto Comité carlista de la misma población”, juraron ante el gobernador civil fidelidad y obediencia a “S.M. el Rey Don Alfonso XII, reconociéndole su legítimo derecho”. Formaban parte del grupo Eduardo Alcalá y su hijo Ángel.

    Ciges no alude en Villavieja a estos antecedentes carlistas de su protagonista, seguramente por desconocimiento, porque la familia de don Ángel no le contase nada de esta etapa. Y es que durante los veranos quesadeños de Ciges seguía siendo un asunto delicado. Apenas unos años antes, noviembre de 1900, se había producido la última intentona carlista. Fue además cerca, en la línea férrea Linares-Almería. Como consecuencia, dos funcionarios municipales de Quesada fueron cesados en sus empleos acusados de pertenecer al partido carlista, y hasta que abjuraron no fueron repuestos. No era por tanto un asunto del que presumir, más bien para olvidar, y seguramente eso hicieron los Alcalá Menezo y Segura Alcalá. Para ellos la vida pública de su famoso pariente empezó cuando salió del despacho del gobernador. Y es que, efectivamente, perdonados sus pecados tradicionalistas, Alcalá Menezo inició una rápida carrera política que Ciges trasladó puntualmente a Villavieja.

    Jaén, política, periodismo y Exposición Provincial.

   No habían pasado dos años desde estos episodios cuando Alcalá Menezo decidió meterse en política. En marzo de 1877 se presentó a las elecciones provinciales y resultó elegido diputado provincial por el distrito electoral de Quesada. No se conformó, como el resto de sus antiguos compañeros carlistas, con el partido Conservador. Puesto a cambiar, lo hizo del todo y desde este momento se movió en los sectores más avanzados del Liberal. El distrito de Quesada, que don Ángel representaba en la Diputación, incluía por entonces Peal, Huesa, Hinojares y Santo Tomé (Pozo Alcón y La Iruela pertenecían al de Cazorla). Era según el joven diputado “un distrito desinquieto y revoltoso”, “revoltoso y empalagoso a quien lo representa” (Cartas a Ruiz Giménez de 10 de febrero y 25 de abril de 1878). Pero siendo seguramente así sus representados, el diputado no era más templado. Al poco de ocupar el escaño se enfrascó en la denuncia que hizo de las elecciones en La Iruela (que no pertenecía a su distrito) ante la Comisión de Actas. Ya se ha citado este episodio anteriormente al hablar del caciquismo y el fraude electoral.

    Durante su mandato vivía en Quesada, pero sus viajes a Jaén para participar en los plenos de la Diputación eran frecuentes. En la capital conoció al joven abogado Joaquín Ruiz Giménez, que desarrolló posteriormente una larga carrera política y fue diputado, senador, alcalde de Madrid y ministro en un gobierno de Romanones. Cuando Alcalá Menezo lo conoció en 1877, Ruiz Giménez apenas tenía 25 años, pero ya se distinguía como principal impulsor de la idea de organizar una Exposición Provincial. Estaban por entonces de moda estas ferias, al rebufo de las grandes exposiciones universales, pero en Jaén, falto de industria y de otra actividad económica que no fuera el campo, la propuesta fue recibida con cierto escepticismo. Solo el empeño personal de Ruiz Giménez, con el apoyo de la Económica de Amigos del País, consiguió que el certamen saliera adelante en el verano de 1878.

    Desde el primer momento Alcalá Menezo se entusiasmó con la idea y se impuso el objetivo de que Quesada tuviese una importante participación y protagonismo en la Exposición. Gracias a su esfuerzo e implicación personal tuvo Quesada en el certamen un protagonismo sin duda muy superior a su importancia real. Fue él quien seleccionó los productos quesadeños que se expusieron y diseñó etiquetas identificativas, expositores, etc. Los muchos gastos ocasionados corrieron por su cuenta, pero también organizó bailes y funciones teatrales para recaudar fondos y creó comisiones locales para intentar que la buena sociedad lugareña se sumase al esfuerzo. En el archivo de la Sociedad Económica de Amigos del País de Jaén, digitalizado por la Diputación, se conservan las numerosas cartas que dirigió a Ruiz Giménez contándole sus preparativos y las numerosas incidencias que iba solventando. Al final lo consiguió: “que mi pueblo se presente (en la Exposición) como quien es, o mejor dicho, como yo quiero que sea”. Fue muy lucido el papel que hizo Quesada, y lo hizo gracias a él, que se tomó empeño como algo personal. En un anterior artículo (vortizg.com: 1878. QUESADA en la Exposición Provincial de Jaén. El jardín y Alcalá Menezo) me extendí sobre este curioso y desconocido episodio que además coincide en el tiempo con la creación del jardín, el paseo se decía entonces, en lo que había sido la plaza del mercado.

    Ruiz Giménez había fundado la revista La Semana como órgano oficial de la Exposición. Las suscripciones a esta revista servían además para financiar los trabajos preparatorios del certamen. Alcalá Menezo colaboró asiduamente en La Semana. En carta a Ruiz Giménez de 10 de febrero de 1878 le dice que le envía para su publicación un “par de artículos históricos y una composición en verso (narración histórica)”. El verso y la cosa histórica centraron, como se verá, sus aficiones literarias. Conforme se aproximaba la fecha de la inauguración aumentaban las ocupaciones de Ruiz Giménez que no daba abasto. Por eso decidió que alguien de su confianza lo sustituyera en la dirección de la revista y recurrió, agosto de 1878, a su amigo Ángel Alcalá. Como periodista y director de La Semana es citado nuestro personaje en las crónicas que sobre la Exposición, especialmente sobre su inauguración, se hicieron en la prensa de la época. A esta corta etapa como periodista es a la que alude Ciges al contar que fue director de “un periódico provinciano, del que era propietario otro joven amigo suyo, hoy aspirante a ministro”. Porque efectivamente el propietario, Ruiz Giménez, hizo carrera política y ocupaba el Ministerio de Instrucción Pública en 1913, precisamente cuando Ciges escribía Villavieja. De lo que no hay noticia es de que protagonizara en La Semana escándalo similar al de don Luis con los maestros, lo que tampoco excluye que sucediese algo similar.


Carta de Alcalá Menezo a Ruiz Giménez, 1878



    El colegio de enseñanza secundaria en Quesada

    A la vez que era diputado provincial y que organizaba la participación de Quesada en la Exposición estaba embarcado en otra de sus aventuras: la creación en el pueblo de un colegio de segunda enseñanza en el pueblo dependiente del instituto de Jaén. Fueron dos las ocasiones en las que lo intentó. Este primero entre 1877 y 1879 y otro posterior a finales de la década siguiente, en 1889, poco antes de su marcha a Filipinas. En otro artículo de mi blog de historia de Quesada (vortizg.com El s. XIX en Quesada. La enseñanza secundaria) he abordado esta faceta, también bastante desconocida, de su inquieta y apasionada personalidad. En junio de 1878 una comisión de catedráticos de Jaén se desplazó a Quesada para los exámenes. Quedó muy satisfecho, tanto que le pidió a Ruiz Giménez que insertara en La Semana una nota con el “resultado de mi Colegio, que ha sido brillantísimo, honroso, sobresaliente, magnífico” (carta de 24 de junio).

    El proyecto quedó abandonado porque don Ángel lo abandonó y se marchó a Madrid, a escribir y meterse a fondo en política, como más tarde abandonó el segundo intento para irse a Filipinas. Pero su colegio dejó huella en la memoria colectiva. Cuando casi treinta años después se intentó de nuevo por otras personas el llamado “Colegio Moderno”, Juan de Mata Carriazo, autor del folleto que lo anunciaba, no olvidó mencionar como precedente a don Ángel:

    No es la primera vez que se intenta en Quesada la creación de un Centro de esta índole. Ya en dos ocasiones, que sepamos, funcionó en nuestra ciudad un Colegio del que fueron organizadores, repetidamente, don Ángel Alcalá Menezo, el patricio novelador de las tradiciones de Tíscar, y don José Ramón Vives, el erudito cronista local de vena castiza, donosamente irónica.

    Cuando Ciges andaba por Quesada, el recuerdo era aún más reciente. El capítulo IX de Villavieja, cuando don Luis expone su proyecto de fundar un colegio, parece directamente inspirado en estos precedentes de Alcalá Menezo, que Ciges debió conocer bien pues le pudo informar de primera mano Manuel Segura, el padre de su pretendida Teresa, que fue profesor de Historia Universal y Filosofía durante el segundo intento de 1889.

    Literato.

    Cuando murió Alcalá Menezo, en el Registro Civil anotaron como profesión del difunto la de literato, cosa bastante notable en aquellos entonces como recalcó el imprescindible Carriazo en su prólogo a Pedro Hidalgo. La poesía y también la novela de gusto histórico fueron una ocupación mantenida a lo largo de toda su vida. En dos artículos publicados por el profesor de la Universidad de Jaén Alfredo Sancho Sáez en la Revista de Ferias de los años 1989 y 1998, este último junto a su hija M.ª Isabel Sancho, se trata su producción literaria y se reproducen tres poemas de su autoría. Califican su poesía como “de circunstancias en general, aunque alguna vez le tentó la vena satírico-costumbrista”. En el semanario filipino Manililla volvió a publicar poemas en 1890, alguno de los cuales, “La mujer y el espejo”, están reproducidos por el profesor Sancho en su artículo de 1999. Seguramente los envió al semanario como si fueran recién escritos, confiando en que nadie se daría cuenta de que eran usados, pues no estarían en Manila muy al tanto de la vida literaria de Jaén en los años anteriores.

    Además de versos, también publicó durante su etapa política madrileña algún que otro artículo que podríamos llamar “de opinión”. El 29 de julio de 1881 El Pabellón nacional publicó el titulado La mujer, que trata sobre su necesaria igualdad con el hombre. Diserta sobre su pasado y su histórica marginación (“ser el más mal tratado sobre la tierra. ¡Cuántas decepciones sufridas! ¡Cuántos malos tratamientos aguantados! ¡Cuántos insultos!”). Algunas de sus afirmaciones resultan sorprendentes teniendo en cuenta que se escribieron hace casi 150 años por un señor nacido y criado en la muy tradicional y cerrada sociedad quesadeña:

    La mujer, ¿es desigual al hombre? La mujer, ¿es inferior al hombre? Estos no son problemas; estas cosas ya no se discuten; estas cosas se aseguran diciendo rotundamente y con el valor que presta la convicción más severa, que la mujer es igual al hombre.

La regeneración de la mujer se acerca. Lo que la religión la concedió a medias, lo que la ha negado la filosofía y la moral, la política se lo va a conceder.

(La política) es la que hará de la mujer un ser igual al hombre, porque existe ya en los políticos la conciencia y la convicción de que la regeneración de la mujer es necesaria para que los hombres aprendan desde luego a ser buenos ciudadanos.

    No sé si este artículo fue conocido por Ciges, o si escuchó hablar de las opiniones “feministas” de Alcalá Menezo, pero lo cierto es que en el capítulo XVIII don Luis Obregón (o más bien Ciges) se extiende sobre la situación de la mujer, condenada a un papel secundario y marginal en los hogares. Era uno de los graves problemas pendientes de resolver: “Don Luis sabía que, entre los múltiples problemas que conturban a España, hay uno del que no se habla y es el tormento de los hogares”. De todas formas no hay que asustarse; Alcalá Menezo no se adelantó cien años a su tiempo, Ciges seguramente tampoco. Venían de un mundo que consideraba a la mujer poco menos que una propiedad semoviente con la exclusiva función reproductora y de servicio doméstico. Que don Ángel viera un poco más allá no le convierte en una personalidad contemporánea. De hecho el 31 de mayo de 1890 publicó una pequeña colección de sentencias, que tituló “Axiomas”, alguna de las cuales resulta hoy día chocante: “El alma de la mujer es proteccionista; su corazón librecambista y todo su cuerpo oportunista”. Pero las cosas en su contexto, la Constitución de Cádiz, leída como si estuviera escrita hoy, puede parecer muy conservadora, pero hubo tiempos en que su defensa podía costar la vida.

    Pero de toda su producción fue la novela histórica Pedro Hidalgo o el castillo de Tíscar la que dejó huella, al menos local. Se trata de la conocida popularmente como Novela de Tíscar, “tardía muestra de narración romántica”, de “fondo histórico a la manera de Walter Scott, aunque tal vez más cerca de Gil y Carrasco”, según los autores arriba citados. Como es sabido, trata de la Virgen de Tíscar, de su destrucción por el malvado “alcaide” de Tíscar Mohamed Andón, de Pedro Hidalgo y su asombrosa conquista de Peña Negra. Llena de hechos históricos (más o menos reales, más o menos legendarios), mantiene siempre un tono heroico y caballeresco, muy a menudo bastante almibarado, especialmente en cuanto a la devoción y culto a la Virgen, que don Ángel pretende, siguiendo a Román de la Higuera en sus conocidos Falsos Cronicones, mantenido ininterrumpidamente desde tiempos del legendario San Isicio. Pero esta novela es la epopeya local de Quesada, guardada por muchos como un tótem que simboliza y recuerda a los mayores ya muertos y a la patria local. Lo cual no significa que se haya leído, porque ciertamente su lectura es francamente pesada.

    Al igual que ocurrió con Villavieja en El Socialista, Pedro Hidalgo apareció primero como folletín por entregas en El Pabellón Nacional. El primer capítulo de publicó el 18 de abril de 1883, el último el 14 de noviembre del mismo año. El Pabellón Nacional, diario próximo a los liberales, anunciaba así su salida recalcando su corrección moral, lo contrario de lo que sucedía en otros periódicos tan aficionados a las novelas extranjeras:

    Desde mañana empezaremos a publicar en el folletín de nuestro periódico una interesante cuanto amena e instructiva novela, titulada: Pedro de Hidalgo o El Castillo de Tíscar. Aunque la amistad que nos liga con su autor, D. Ángel Alcalá Menezo, nos impida tributarle todos los elogios que en realidad merece (…) Pedro de Hidalgo es una de esas novelas que, como Fabiola, del obispo Wichsman, a pesar de estar basadas en hechos puramente religiosos y por lo milagrosos tal vez inverosímiles, no por eso dejan de cautivar al lector, subyugándolo hasta obligarle a proseguir la lectura con avidez y entusiasmo verdaderos.

    Por otra parte, las descripciones de El Castillo de Tíscar son tan bellísimas, tan curiosas y nuevas las noticias que da acerca de la dominación árabe en Andalucía, tan bien delineados y sostenidos los caracteres, y tan enérgica y conmovedora, en fin, la lucha de las pasiones, que no vacilamos en asegurar que los lectores de EL PABELLÓN NACIONAL habrán de estimarnos que en nuestro folletín nos salgamos de la costumbre admitida ya casi generalmente de insertar novelas extranjeras, inmorales y aún cínicas, que si halagan a cierta parte del público, a la inmensa mayoría causan, si no repugnancia, por lo menos antipatía.

    Mientras se publicaban las entregas, apareció también como libro impreso en dos tomos por la imprenta Montoya, de la madrileña calle Caños del Peral. Años después de fallecer el autor, su viuda Fernanda Teruel Godoy cedió los derechos de la obra a la Cofradía, que la reeditó en Sevilla en 1945, con prólogo de Juan de Mata Carriazo y portada de Rafael Zabaleta. Esta segunda edición es la que imprimió en edición facsímil la Cofradía en 1981 y que creo sigue a la venta. Además de su valor sentimental como objeto, como de medalla antigua de la Virgen, tiene otro valor que está pendiente de estudiar. Está escrita en la segunda mitad del siglo XIX y su autor, cuando describe paisajes y espacios urbanos, está hablando de los de su tiempo, no de cómo eran en el siglo XIV, cosa que desconocía. Así, cuando por ejemplo habla de la Lonja, describe como estaba el lugar en 1880, distinto a la plaza actual. Los datos que se podrían obtener de este análisis seguramente serían interesantes, pero hay que expurgarlos entre las páginas de aburridas aventuras tipo Capitán Trueno versión devota. Dejo la tarea para gente más joven y animosa.

    Alcalá Menezo fue un personaje bastante singular. No solamente escribía, algo nada raro en Quesada donde la afición al verso es grande, incluso en personas con la formación justa como se puede comprobar cada año en la Revista de Ferias. Don Ángel además leía y parece que bastante. Con motivo de ciertos problemas judiciales que pronto se abordarán, en 1888 el juez de instrucción le embargó su biblioteca para el pago de costas. En el Boletín Oficial de la Provincia de 20 de septiembre de ese año se anunció la subasta de bienes y se publicó la relación de los mismos junto a una breve descripción y su valor de tasación. Aunque hay algunos muebles (“un estante grande acintalado con fondo de seda, elegantemente construido, para más de 1.000 volúmenes en 250 pts.”, varios sofás, etc.), la mayoría de los bienes a subastar son libros. Abundan los clásicos (Por ejemplo Obras de Cayo Cornelio Tácito, en 19 pesetas. o Biografías de Homero, Hesíodo, Licerigo, Rómulo, Numa Pompilio, Solón… Edición rarísima de 1804, escrita por Blanchard, en 50 pesetas.), también los estudios históricos (Historia de la dominación de los árabes en España, escrita por los mismos árabes, edición rarísima en 60. o Inscripciones árabes de Sevilla, con magníficos grabados, por Amador de los Ríos, en 7 pts.) y los puramente literarios (Theatro universal de España, obra rarísima, de Garma, edición de 1737, en 15 pts. y las Obras completas de Espronceda, en 6 pesetas.).

    Para mayor sorpresa no hay solamente obras en castellano; muchas de ellas están escritas en francés (Sátires de Juvenal, traduites par Dusantix; edición rarísima de 1803, en 25 pesetas.), e incluso alguna en inglés, algo que seguramente superó al secretario judicial que tiró por el camino de en medio al incluirlas en la relación: “The poetical, or elegant, etc, en 30 pesetas”. Son en total 28 libros valorados en 538 ptas., una importantísima cantidad para la época. A estos hay que añadir “Ciento diez ejemplares de Pedro de Hidalgo, o el Castillo de Tíscar, en 660 pts.” a razón de 6 ptas. cada ejemplar de dos tomos. Más allá de la pequeña fortuna que representaban, los libros embargados muestran a un Alcalá Menezo con una inquietud cultural muy superior a la de sus (muy pocos) paisanos que podían comprar libros y leer, pero que solían dedicar sus ocios a jugarse la hacienda en el Casino. Seguramente fue un caso raro en el siglo XIX quesadeño, quizás con la excepción de don Santiago Vicente García, autor de libros de texto y de artículos sobre política internacional en la prensa madrileña al que dediqué una entrada en este blog (vortizg.com La Guerra de Crimea vista desde Quesada).

    También, y por último, llama la atención que casi cinco años después tuviera en su poder, es decir, sin vender, 110 ejemplares de Pedro Hidalgo. No sabemos cuál fue la tirada de la novela pero, teniendo en cuenta que se vendió también fuera del pueblo, en esta y en comarcas vecinas (la que poseo procede de Huéscar), parece que no fueron muchos los quesadeños que en aquel momento se interesaron por la novela. Por delante de la obra pusieron al autor, su vecino y conocido. Con el tiempo fue lo contrario, se olvidó al autor como personaje desconocido y se acogió la obra, el tótem. Cosas de este pueblo y quizás de todos los demás.


Explanada y convento en el
tránsito de los ss. XIX y XX



    Político

    Además de escritor y periodista, Ángel Alcalá Menezo fue político que alcanzó cierta notoriedad en distintos momentos de su vida. Ya se ha visto que, olvidadas sus juveniles simpatías carlistas, fue diputado provincial desde 1877. Poco después, en febrero de 1881, se produjo una de las habituales crisis de gobierno, tan frecuentes en la Restauración. Don Práxedes Mateo Sagasta fue encargado por Alfonso XII de formar gobierno. Como ya era tradición, disolvió inmediatamente las Cortes y convocó elecciones para hacerse con la correspondiente mayoría parlamentaria al efecto. Las elecciones se celebraron el 21 de agosto y las ganó, no hay que decirlo, el partido de don Práxedes, el Liberal-Fusionista, por más del 75% de los votos. En Quesada votaron 255 electores (tras el paréntesis democrático posterior a La Gloriosa se había vuelto al voto censitario o restringido) de los que 212 lo hicieron por el candidato gubernamental. Era este José Serrano Aiuzpurúa, hijo del general Serrano Bedoya, por entonces reintegrado como senador vitalicio a la nueva legalidad monárquica. El candidato conservador obtuvo solo 38 votos. A pesar del aplastante resultado, fue la campaña electoral de estas elecciones bastante movida en Quesada y tuvo como violento protagonista a Alcalá Menezo.

    De lo que pasó da cuenta el periódico de Almería La Crónica Meridional de 13 de agosto de 1881:

    Un periódico de Úbeda habla de una colisión entre dos caballeros en el sitio más público de la inmediata población de Quesada, resultando herido de un balazo don Andrés Conde. A continuación da cuenta de la prisión del ex diputado provincial D. Ángel Alcalá.

    Al año siguiente el granadino La Tribuna del 19 de noviembre de 1882 (Biblioteca Virtual de Andalucía), ampliaba datos al informar sobre el recurso ante la Audiencia de Granada de la sentencia dictada por el juzgado de instrucción de Cazorla. Sucedieron los hechos un día de agosto, un par de semanas antes de las elecciones, en el Casino y en el jardín, el flamante paseo cuyos árboles estaban casi recién plantados. Según La Tribuna:

    El Sr. Alcalá Menezo, diputado provincial y jefe de uno de los partidos de aquel distrito, tuvo sobre cuestiones electorales un altercado en el Casino de Quesada (Jaén) con D. Andrés Conde del Águila, que acaudillaba a los contrarios de la candidatura que protegía el Sr. Alcalá, excediéndose hasta el punto de ofender a este de hecho, no llegando la cosa a mayores, por la mediación de amigos de una y otra parte.

Por la noche se encontraron los señores Alcalá y Conde del Águila en el paseo y se reprodujo el altercado, haciéndose disparos y resultando herido de uno de ellos el señor Conde.

    Andrés Conde resultó herido de cierta gravedad (no pudo votar en las elecciones del día 21) y el juzgado de instrucción abrió un proceso por el que Alcalá Menezo, “joven distinguido que ahora empieza su carrera política, y en la que seguramente ha de conseguir verdaderos adelantos”, resultó condenado a tres años de cárcel. Alcalá Menezo recurrió a la Audiencia de Granada, que en noviembre de 1882, “estimando las circunstancias atenuantes que han concurrido en el hecho”, anuló la sentencia y le impuso solo cuatro meses de arresto domiciliario. Los atenuantes no eran otros que la protección política recibida desde Madrid, adonde había marchado/escapado don Ángel poco después de sucedido el hecho.

    Cuando don Luis Obregón fue procesado por su ataque a la comisión de maestros se fue a Madrid en busca de apoyos políticos. Es lo mismo que hizo don Ángel y además ambos lo buscaron en el mismo sitio: Manuel Becerra y la Izquierda Dinástica. Evidentemente Ciges se ajustó a lo que escuchado en Quesada sobre el fogoso Alcalá. Es a las costas de este proceso a las que corresponde el embargo de su biblioteca mencionado anteriormente:

    para hacer efectivas las costas en que ha sido condenado D. Ángel Alcalá y Menezo, vecino de Quesada, en la causa que se le siguió sobre disparo de arma de fuego y lesiones, se sacan a pública subasta los bienes siguientes.

    Resuelto el problema judicial, se estableció en Madrid, y entre 1882 y 1884 desarrolló una intensa actividad política de la que frecuentemente cuenta la prensa de la Corte. Su juventud, desparpajo y osadía hicieron que muchos adivinaran en él un futuro prometedor en los ambientes políticos de la capital. El 1 de abril de 1882 insertaba El Pabellón nacional una curiosa noticia sobre D. Ángel que titulaba “Un dios más en la democracia-monárquica”. Según el diario, dos días antes había salido para Jaén “D. Ángel Alcalá y Menezo, con objeto de organizar el partido neo-monárquico en aquella provincia”. Pero de lo que auténticamente se maravillaba el periodista era de que la dirección del partido hubiese dado por bueno “el nombramiento de presidente honorario que en su favor han hecho los comités demócrata-monárquicos de la provincia de Jaén (…) Lo cual constituye para el Sr. Alcalá, un triunfo en toda la línea”. Y es que esas presidencias honorarias, según el periódico, estaban reservadas solo a “Moret, Beranger y Sardoal, como si dijéramos, los dioses mayores”, razón por la cual se felicitaba al protagonista:

    Saludamos, pues, al diputado provincial de Jaén como la cuarta potencia en su partido... por la antigüedad. Que por la calidad... Nos parece que desbancará a más de un jefe.

    El partido neo-monárquico al que se refiere el Pabellón nacional era el Partido Democrático Monárquico que acababa de fundar Segismundo Moret y que ese mismo año se fusionó con Izquierda Dinástica. En Izquierda Dinástica, fundado a la sombra del muy veterano general Serrano Domínguez, se integraron progresistas, demócratas e incluso antiguos republicanos que aceptaban la monarquía de Alfonso XII, pero que aspiraban a reformar la Constitución de 1876 para acercarla a la democrática de 1869. Uno de los dirigentes de Izquierda Dinástica fue Manuel Becerra, el protector de don Luis Obregón en Villavieja. Al igual que don Luis, don Ángel encandiló a Becerra con su osadía y su oratoria. Por otra noticia del mismo periódico, 21 de mayo, se deduce que Alcalá Menezo se estaba relacionando bien y era secretario de la junta del Casino demócrata-monárquico. Anunciaba El Pabellón que la conferencia de aquel día en el Conservatorio de Artes y Oficios estaría “a cargo del ilustrado literato y compañero nuestro en la prensa D. Ángel Alcalá y Menezo”. Versaría sobre el sistema métrico decimal, entonces novedoso, “y dada la competencia del señor Alcalá y su facilidad y corrección en expresarse, desde luego aseguramos que será una de las más brillantes del presente curso”.

    En la vida política madrileña, cosa de pocos y de sus periódicos, eran, y son, frecuentes las trifulcas y enfrentamientos que solo tenían sentido para los iniciados. En junio de 1882 el periódico republicano El Liberal había anunciado desde sus páginas la muerte del partido Democrático Monárquico. Otro periódico, el monárquico La Época, se hizo eco de que once afiliados demócratas se habían reunido para comer y contestar con sorna al republicano. Lo hicieron mediante un telegrama, dirigido a la redacción de El Liberal, mediante el que les informaban de que un grupo de afiliados se habían reunido en el restaurante Dos Cisnes para “celebrar el banquete de defunción” y que saludaban atentamente a los redactores “y aun les invitan” (La Época, 30 de junio de 1882). Uno de los sarcásticos comensales era don Ángel, que seguramente se movía a sus anchas en esos trances y peleas que no dejaban de ser los mismos del Casino de Quesada, pero en pueblo más grande y con reina.

    Una nueva noticia de finales de año vuelve a acreditar la integración de Alcalá Menezo en los ambientes capitalinos. Según La Correspondencia de España, 30 de diciembre de 1882, participó en un acto del partido formando parte de una comisión del “círculo Demócrata-monárquico” que depositó “una corona en la tumba del inolvidable general Prim”. El homenaje tenía gran significación política, pues el asesinado Prim era el referente de la monarquía democrática nacida de la Revolución de 1868 y confrontada con la restaurada de los Borbones. El día de Reyes de 1883 fue uno de los oradores en el teatro de la Bolsa en el acto de presentación de la Sociedad Gran Círculo Obrero: “Alcalá Menezo y algunos obreros pronunciaron sobrios y elocuentes discursos, explicando el objeto de la Sociedad” (Diario oficial de avisos de Madrid, 7 de enero de 1883). A pesar del nombre, este grupo no tenía relación con los nacientes movimientos anarquista y marxista (de hecho los gobiernos de Sagasta reprimieron con dureza a los internacionalistas), sino con su propio partido, que se movía en los límites del republicanismo y democratismo más extremo.

    1883 fue intenso para Alcalá Menezo: es el de la publicación de Pedro Hidalgo y el año en el que los suyos empiezan a tocar poder. Segismundo Moret, su jefe político, abandonó el inicial radicalismo y fue nombrado ministro de Gobernación por el nuevo presidente liberal, Posada Herrera. Como sucedía tras cada cambio gubernamental, se dispararon los rumores sobre nombramientos entre los partidarios del nuevo Gobierno. Y ahí estaba Alcalá Menezo. A los pocos días del cambio político, 18 de octubre, publicaba El Pabellón nacional un suelto dando cuenta de lo que se rumoreaba:

    Continúan haciéndose pronósticos acerca de la provisión de cargos de importancia. Anoche, en el círculo de la izquierda, oímos a varios socios indicar nombres y más nombres para ocupar un gran número de gobiernos de provincia que todavía no están vacantes.

    Entre estos figuraba, según decían, con probabilidades de éxito, el de D. Ángel Alcalá Menezo, para un Gobierno de primera clase, por ser uno de los pocos primitivos correligionarios del señor Moret, que reúnen las condiciones exigidas por la ley, aparte esto de las de ilustración o idoneidad que son necesarias.

    Esta vez no tuvo suerte don Ángel y el rumor quedó en nada. Pero no había que perder la esperanza, como decía el periódico en ese mismo suelto:

    El mejor modo de no recibir desengaños es el de no hacerse ilusiones, aunque aparezcan como muy fundadas. Y la mejor manera de ser complacidos es la de esperar con calma.

    Alcalá Menezo debió hacer caso al periodista y esperó con calma. Dentro del partido siguió apoyando a Moret y a los “venerables”. Los años pasaban y ya no era tan joven, ni podía ser un joven exaltado ni despreciar a sus compañeros veteranos cada vez más influyentes. El 7 de diciembre tuvo lugar una reunión del Círculo de la Izquierda (Izquierda Dinástica) para renovar la junta del partido. Resultó bastante tensa porque, frente al “elemento viejo” formado por “amigos de los señores Montero Ríos, Balaguer y Moret, muchos empleados en el ministerio de la Gobernación y hasta del Gobierno civil”, se presentó una candidatura alternativa, el “elemento joven”. Estos se oponían al viraje gubernamental que había supuesto el nombramiento de Moret en Gobernación. Según El Globo, “a pesar de los ardorosos jóvenes que lucharon con denuedo contra la candidatura de los venerables del partido”, ganó la candidatura de los viejos, en la que figuraba como vocal don Ángel. Así pues Alcalá Menezo inició 1884 formando parte de lo que hoy llamaríamos la ejecutiva del partido Izquierda Dinástica, presidida por Manuel Becerra (El Globo y El Imparcial, ambos de 8 de diciembre).

    Pero con la reunión anterior no se calmaron las cosas en Izquierda Dinástica, que no dejaba de ser un grupúsculo madrileño que intentaba mantener el espíritu revolucionario de 1868 pero a la vez a la expectativa de gobierno y parlamento. Hasta su disolución en octubre de 1884, tras el acercamiento de Moret a Sagasta y al Partido Liberal Fusionista, las divisiones internas fueron constantes. El carácter vehemente e impulsivo de Alcalá Menezo, el mismo que manifiesta don Luis Obregón en Villavieja, le hizo pisar todos los charcos que se le pusieron delante. Un par de meses después de ser elegido se desmarcó de una propuesta de la ejecutiva modificando los estatutos: “Se puso a discusión una proposición firmada por la junta directiva, excepto los Sres. Sangrador y Alcalá Menezo, que sustentaban distinto criterio”. Aunque resultó aprobada la propuesta de la ejecutiva hubo una gran tensión, “mucho calor había en la sala de sesiones, pero era mayor el que había en los ánimos”, y muchos asistentes abandonaron la sala (La Discusión 2 de febrero de 1884).

    Aunque metido de lleno en la alocada actividad política de Izquierda Dinástica, Alcalá Menezo no olvidó la cosa cultural y social. El 13 de marzo resultó elegido vicepresidente de la mesa de discusión del Círculo Nacional de la Juventud, Sociedad científica y literaria (La Iberia 15 de marzo de 1884). Era una entidad fundada por socios del Ateneo para debatir temas científicos, literarios, artísticos y de ciencia moral y política. A pesar de nacer ajena a “exclusivismos de partido”, lo cierto es que la mayoría de sus 700 socios pertenecían a “Los partidos democráticos” y su primer conferenciante fue Manuel Becerra (La República, 19 de marzo de 1884).

    En la primavera de 1884 las tensiones internas dentro de Izquierda Dinástica estaban llegando al límite y ya se había puesto sobre la mesa la desaparición del partido mediante su integración en el Liberal Fusionista de Sagasta. Era la vieja discusión entre los venerables y los jóvenes, los que buscaban el acercamiento a los centros de poder y los que seguían en posturas democráticas maximalistas. El 7 de mayo de aquel año se celebró una junta general en la que este asunto acaparó el debate. Estuvo presidida por Becerra y estuvieron presentes todas las figuras del partido, como Canalejas y Moret. Por la trascendencia de lo tratado tuvo un importante seguimiento en la prensa de todas las tendencias.[2] También participó, como miembro de la junta directiva, Alcalá Menezo, que volvió a ser protagonista. En un ambiente de expectación y cierta tensión tres vocales de la ejecutiva, entre los que estaba Alcalá Menezo, presentaron una propuesta para que en pocos días se eligiese una nueva junta directiva que representase a todas las tendencias del partido, lo que a su juicio no se daba en aquel momento. Estaba la propuesta inspirada por Moret con la intención de facilitar un entendimiento con Sagasta.

    El debate fue largo e intenso. Manuel Becerra presionó para que la propuesta no fuera sometida a votación, de incierto resultado, lo que consiguió tras vencer la negativa inicial de Alcalá Menezo, que como firmante sostenía que su única intención era salvaguardar la unidad del partido. Vencidos los escrúpulos de don Ángel, se pasó a otras propuestas que tampoco llegaron a votarse para no oficializar la división interna. Poco antes de cerrar el acto Segismundo Moret, el protector de Alcalá Menezo, intervino para llamar la atención sobre la necesidad de unir fuerzas con los fusionistas pues “el partido republicano tiene un gran interés en hacer imposible la democracia con la monarquía” y él abandonaría la política si no se consigue “la perfecta hermandad de la democracia y la monarquía”. Izquierda Dinástica pasaba por graves dificultades que la prensa contraria no dejó de subrayar. El Correo militar tituló su crónica de aquel día: “LA IZQUIERDA. Continúa la descomposición”. No era en realidad descomposición sino la integración de sus cargos y cuadros en el partido de Sagasta, que como integrante del turno era algo mucho más rentable en términos de poder. Mientras se aceleraba la integración, se mantenía la retórica democrática y así en mayo hubo una reunión de jefes provinciales de Izquierda Dinástica que terminó con “vivas al duque de la Torre, a la libertad y a la democracia”. Alcalá Menezo intervino en ella como cabeza del partido en Jaén (El Pabellón nacional. 12 de mayo de 1884).

    Tras producirse la fusión, Alcalá Menezo, desconozco las razones, no buscó o no consiguió cargo alguno. Regresó a Quesada. Fueron unos años tranquilos y sin especial actividad, aunque seguía siendo miembro de la Sociedad Económica de Amigos del País de Jaén y manteniendo sus relaciones y contactos sociales, culturales y también políticos. La vida quesadeña, aburrida para alguien tan inquieto como él, le movió al final de la década a un nuevo intento de crear un colegio de segunda enseñanza. El colegio se quería complementar, por influjo del nuevo párroco, Leandro Giménez, de una preceptoría del Seminario de Toledo. Ya había conseguido la autorización del instituto provincial de Jaén y estaba a la espera de que el arzobispo de Toledo autorizase la preceptoría. Para adecuar el local solicitó al Ayuntamiento una subvención de 1.000 ptas., que se concedió con la condición de que si “el referido colegio se clausurase por cualquier circunstancia” el Ayuntamiento tendría derecho a recuperar el dinero con la casa y la venta de “los efectos y mobiliario” del colegio (Pleno municipal de 1 de septiembre de 1899). Pero el proyecto se abandonó casi sin haberse iniciado porque la vida de don Ángel dio un nuevo giro.

    Filipinas

   Unos meses antes de que Ángel Alcalá retomase el proyecto de colegio, el antiguo presidente de Izquierda Dinástica, Manuel Becerra, había sido nombrado ministro de Ultramar por Sagasta. Desde su vuelta de Madrid, Alcalá Menezo había hecho caso de lo que aconsejaba El Pabellón nacional cuando se rumoreó que le iban a dar un gobierno civil para el caso de que, como ocurrió, no lo consiguiera en aquel momento: “la mejor manera de ser complacidos es la esperar con calma”. Parece que lo hizo y, como anticipaba el periódico, Becerra finalmente recompensó a su antiguo partidario, que con tanta calma había esperado. En la Gaceta de Madrid de 20 de octubre de 1889 se publicó un real decreto por el que, a propuesta del ministro de Ultramar, la Reina Regente María Cristina nombraba “gobernador civil de la provincia de Batangas, en las Islas Filipinas, a D. Ángel Alcalá Menezo”. Estaba todavía preparando el viaje cuando le cambiaron la provincia por otra quizás mejor: Bataan. El decreto fue publicado en la Gaceta de Manila, el 30 de diciembre de 1889, por el gobernador general, Valeriano Weyler, en el boletín oficial de la colonia.

    No era malo el gobierno que le habían encomendado. Bataan estaba, y está, cerca de Manila, al otro lado de la bahía, lo que permitía una cómoda comunicación marítima. Su capital era y es Balanga. Según el Vademecum etnográfico de Filipinas (Revista de geografía comercial. Madrid octubre 1889), la población de la provincia era mayoritariamente tagala, “cristianos civilizados” según el Vademecum. Junto a ellos dos minorías: los pampangos, también civilizados, y los negritos, “infieles salvajes pero tímidos”. Era por tanto una provincia tranquila, alejada de las zonas donde el control colonial era precario y la seguridad incierta pues estaban habitadas, según el citado Vademecum, por “infieles salvajes” y “salvajes sanguinarios”. Tras su llegada, el flamante gobernador pronto se hizo notar en la vida social de la colonia. Allí los residentes procedentes de la metrópoli llevaban una vida monótona en la que cualquier novedad se convertía en acontecimiento. En febrero organizó don Ángel en Balanga, sede de su gobierno, una sonada fiesta con motivo de celebrar su santo o cumpleaños. De ella se hizo eco en Manila El Caneco, periódico ilustrado satírico-cómico-humorístico (1 de marzo de 1890. En Hemeroteca Digital. BNE). Le dedicó un dibujo en la portada y en las páginas interiores un suelto firmado por un tal Willians, que lo titula ¡Ande la juerga!, anunciando el festejo y el programa previsto por el anfitrión:

    Por la mañanita muy temprano, salida de los excursionistas de Manila, en un vaporcito fletado al efecto por el propio anfitrión. Llegada a Balanga. Parada y fonda. Es decir: una buena comida, para la que los apetitos estarán de «par en par», por efecto del viaje marítimo. Cálculo yo, que luego se dormirá la siesta. A las cuatro, una chispa después, la becerrada. Luego, fuegos artificiales. Después, la cena. Cuando se concluya de cenar, gran baile. (…) Vuelvo a calcular, que, después de todo esto, se podrá dormir un poquito, para volver descansados a Manila…

    La cosa tuvo que ser sonada no solo en Balanga, que no dejaba de ser un poblachón habitado por lugareños indígenas y unos cuantos curas y autoridades españolas, sino en la misma Manila. Allí los jóvenes, según El Caneco, andaban alborotados ante la festiva perspectiva:

    La becerrada que el galante Gobernador de Bataan ha organizado para que se celebre el día de su santo, trae de cabeza a muchos chicos, muy formales, que no piensan ya en otra cosa que en largas y en quiebros y en recortes, como si fueran cesantes en lucha eterna con Inglaterra entera.

    Como ya sabemos, al poco de llegar don Luis Obregón a su gobierno civil organizó una fiesta que coincidía con la recepción que a su vez había organizado el general Weyler en su presentación como gobernador general. Algunos detalles de los que se dan en Villavieja, como el traslado en barco de los invitados de la capital por ejemplo, coinciden con la fiesta de la que habla El Caneco. Sin embargo, la enemiga de Weyler hacia don Luis no pudo venir de la contraprogramación a su acto de recepción, pues cuando don Ángel llega a Bataan, Weyler llevaba ya más de un año en Filipinas. Como siempre, Ciges recoge detalles reales y los adapta a su narración, donde lo importante es resaltar el carácter provocador y fanfarrón de don Luis. Y por supuesto dejar mal a Weyler, con el que Ciges guardaba cuentas personales desde sus tiempos de Cuba.


La fiesta del gobernador en Balanga,
El Caneco



    Los meses que van desde su toma de posesión hasta el final del verano de 1890 son los de mayor presencia y relieve social de Alcalá Menezo. Lo podemos comprobar en Manililla. Periódico semanal ilustrado, cómico y humorístico (Biblioteca Virtual de Prensa Histórica. Ministerio de Cultura y Deporte). Este periódico de Manila solía publicar de cuando en cuando caricaturas de personajes relevantes de la vida local. La del 5 de mayo la dedicó a nuestro personaje: “Gobernadores. El de Bataan. D. Ángel Alcalá”. El dibujo lo representa elegantemente vestido, con chistera en una mano y bastón de mando en la otra. Debe ser la única caricatura de un quesadeño publicada en prensa al menos hasta tiempos recientes. En Quesada es desconocida. Ocupa una página completa y la acompaña el siguiente texto:

Es el señor Alcalá
de lo poco que yo vi:
un gobernante… ¡hasta allí!
un escritor… ¡hasta allá!

Fue en sus tiempos, periodista;
es decir, vivó luchando…
Y actualmente, está probando
ser notable novelista.

    Es curiosa esta última referencia. Había escrito Pedro Hidalgo o el Castillo de Tíscar años atrás, mientras se dedicaba a la política en Madrid. Aunque se hubiese llevado a Filipinas algún ejemplar, no parece muy probable que se estuviera dedicando a difundirla por allí. ¿Quiere decir Manililla que estaba escribiendo una nueva novela? Pudiera ser que sí, dado el carácter audaz del personaje. Pero puede ser también que el periódico satírico le estuviera llamando novelero y fantasioso, algo que seguramente era cierto.

   Manililla también publicaba artículos y poemas que le remitían sus colaboradores, tanto de la capital como de provincias. Entre mayo y agosto la firma de Alcalá Menezo aparece hasta cinco veces en sus páginas. Al menos dos de los poemas no eran nuevos, los había publicado ya en la Península y están recogidos por Isabel Sancho en su artículo de la Revista de Ferias de 1998. Su primera publicación en Manililla apareció el 31 de mayo, se titula Axiomas y está firmada en Balanga como Ángel Alcalá. Son 13 frases o sentencias de intención ingeniosa y humorística sobre los tópicos corrientes. Unas están dedicadas a la mujer reproduciendo los lugares comunes que entonces (a veces también hoy) se asignaban al sexo femenino:

El alma de la mujer es proteccionista; su corazón librecambista y todo su cuerpo oportunista.

    Otras tratan de los problemas económicos, de la falta de dinero y las deudas:

Cualquier modesta casa de préstamos, soluciona (aunque con vilipendio) más conflictos que toda la sabiduría del cuerpo diplomático europeo.

    Contando que pudiera ser también antiguo y reaprovechado, parece un simple entretenimiento con el que don Ángel quizás solo intentaba darse a conocer como autor ingenioso. El 14 de junio Manililla publicó un poema titulado Mis lágrimas y tu risa. Madrigal. Este sí es uno de los que ya había publicado anteriormente. La única novedad respecto al reproducido por I. Sancho es que lo dedica a Mercedes. En él se queja del apasionado amor del autor que no era correspondido por Mercedes según su primera estrofa:

¡Seco está tu corazón
al amor y al sentimiento!
¡Que tormento
causa en mí tu indiferencia
a la grata y pura esencia
de mi amor!

    Quién pudiera ser esta Mercedes no lo sabemos. Desde luego no era su mujer, que se llamaba Fernanda y a la que parece improbable que a esas alturas tuviera que requerir de amores (al menos en público). ¿Habla el autor de un enamoramiento, de una aventura amorosa real o se trata solo de un juego poético imaginario? Por si acaso, ya no volverá a firmar con su nombre, sino con las iniciales: “A.A.M. Balanga”. Un par de semanas después, el 21 de junio, parece repetir el tema en un nuevo poema, Problemas, aunque ya no está dedicado a Mercedes:

¿Vive acaso un cadáver? te pregunto
y me dices que no:
Si no vive un cadáver... ¿cómo entonces
vive mi corazón?

    Y nuevamente parece hablar de lo mismo en Justicia del cielo, de 5 de julio:

Pregunto desconsolado
a los que entienden de amor:
¿Qué castigo dan los hombres
á quien mata un corazón?

    Estos dos poemas no están reproducidos por Sancho. Ignoro si están escritos en Balanga o son también anteriores. A continuación pasa el autor un mes en silencio hasta que el 9 de agosto publica La mujer y el espejo. Este sí es antiguo y reproducido en las Ferias del 98. Aquí no habla de pasión amorosa desairada sino de la relación de “la mujer” con el espejo en el que se mira, solo con él se sincera, se confían. El amor ya no duele y es sustituido por la prevención hacia el oscuro y calculador carácter femenino:

Es el espejo su amigo,
confidente a quien aprecian,
y al que solo la verdad
algunas veces le cuentan,
(…)
Es el espejo el maestro
Donde a engañarnos se enseñan,
Y donde ven la sonrisa
Que después nos desespera…

    Suponiendo que Mercedes sea nombre real o supuesto de alguna residente en Filipinas, que no viniera ya incluido en el paquete de artículos antiguos que ahora vuelve a publicar, parece tratarse de alguna aventura amorosa. La secuencia de publicación es: amor apasionado no correspondido, queja por el daño sentimental y finalmente reproche y lamento por los engaños femeninos. Ciges, que con su personaje don Luis Obregón se comporta como un minucioso y fiel biógrafo de Alcalá Menezo, nada dice de una fracasada pasión. No sabemos quién era Mercedes, pero si realmente existió no se puede descartar, conociendo al personaje, que fuera alguien de la buena sociedad de Manila o incluso la mujer o la hija de algún militar de alta graduación o de algún funcionario principal de la administración colonial. Conjeturas. En Villavieja se explica el choque de Obregón y Weyler por el asunto del solapamiento de fiestas, pero ya se ha visto que Weyler llegó a Filipinas antes que Alcalá Menezo y que no le pudo pisar la fiesta de recepción. ¿Vendría el choque motivado por algo relacionado con Mercedes? Me temo que ya no lo sabremos nunca, y por eso podemos imaginar lo que queramos, pero cuando el río de Ciges suena con la música de una provocación de don Luis a Weyler, agua lleva.

    En ese mismo número en el que se publica La mujer y el espejo, en la sección “correspondencia particular”, donde se reproducen algunas frases de las cartas recibidas en la redacción de Manililla, están las últimas palabras suyas impresas en Filipinas:

A.A.M. Bataan. Un millón de gracias. Dirá V. que soy insaciable, pues siempre le pido más ¿por qué será?

    La respuesta de Manililla es lacónica e intrigante:

«Alpino». V. puede dar la explicación a lo anterior. No envíe nada porque es inútil.

    Seguramente en el Manililla ya tenían noticia, la capital de la colonia no dejaba de ser un pueblo grande, de que al día siguiente Weyler firmaría el cese de don Ángel como gobernador de Bataan y seguramente por eso parece advertirle que lo que mande lo pierde.

    Del paso de Alcalá Menezo por Bataan hay otra referencia escrita que no tiene mayor interés que el de su colorido exótico. En septiembre de 1890 la Sociedad Agrícola de Bataan aprobó su reglamente interno y lo publicó en un curioso documento bilingüe, castellano y tagalo (Biblioteca Digital Hispánica. BNE). En su artículo 17 está la mención a don Ángel:

… at casayaban nang loob na hirañigin Presidente honorario niya amg Excmo. Sr. D. Ángel Alcalá Menezo Gobernador Civil nitong provincia…

    Lo que recurriendo a la versión castellana viene a significar que la Sociedad Agrícola lo nombra presidente honorario, por “su incondicional apoyo a la formación de la Sociedad para el desarrollo moral y material de estos pueblos”.

    Esta pudo ser la última vez que Alcalá Menezo brilló en Bataan, porque aquel verano el conservador Cánovas del Castillo fue encargado de formar gobierno. Manuel Becerra, prescriptor y protector de don Ángel, fue sustituido en el ministerio de Ultramar. El nuevo ministro, el conservador Antonio María Fabié, firmó rápidamente el cese de Alcalá Menezo, el 11 de agosto, pero este tardó en materializarse. Tardó lo que, como dice Ciges en Villavieja, necesitó el vapor-correo Salvadora, tras lenta navegación, en llevar las reales órdenes a Manila. Se publicó en la Gaceta de Manila el 2 de octubre. El decreto de cese incluía un protocolario “habiendo quedado satisfecha (la Reina regente) del celo e inteligencia con que ha desempeñado dicho cargo”.

    Tras su salida de Bataan no regresó a la Península sino que, tras unos meses de inactividad, fue pasando como gobernador, con carácter interino, de una provincia a otra. Pero en cada cambio para peor, a una de menor categoría. El 13 de febrero de 1891 fue nombrado gobernador de la Isabela de Luzón, una provincia menor al norte de la isla. El 14 de julio pasó a la provincia de Albay, el 31 de octubre a la de Camarines Norte. Es este el baile de provincias al que Ciges se refiere atribuyéndolo a la enemistad de Weyler. Finalmente, el 16 de enero de 1892, el gobernador general que había sucedido a Weyler, Eulogio Despujol, firmó el decreto de cese definitivo:

    Por no convenir al servicio la continuación en el puesto de Gobernador Civil interino de la provincia de Camarines Norte de Don Ángel Alcalá Menezo; este Gobierno general en uso de las facultades que le corresponden viene a disponer que cese en el expresado cargo (Gaceta de Manila de 19 de enero de 1892).

    Ya no hay, como en su cese en Bataan, ninguna fórmula protocolaria de agradecimiento por los servicios prestados. Despujol no esperó el visto bueno de Madrid y procedió por su cuenta. Un mes después, el 19 de febrero, Gaceta de Manila del 22, el interventor general de Filipinas publicó la siguiente citación:

    Don Ángel Alcalá Menezo, Gobernador Civil, interino que fue de la provincia de Camarines Norte, se servirá presentar en esta Intervención general en horas hábiles de oficina para entregarle un pliego de reparo de la cuenta del Tesoro de aquella provincia.

    Se deduce de la citación que se le acusaba de irregularidades en la administración de la provincia. Al poco, y por orden del gobernador general, se nombró un instructor para el expediente que se había abierto (Gaceta de Madrid de 18 de agosto de 1892). No he encontrado otra referencia al expediente ni noticia sobre su resultado. Que hubiera metido la mano en el presupuesto no tendría nada de extraordinario y menos en una colonia. De hecho ya se ha visto como Becerra manda a don Luis Obregón a Filipinas precisamente para que reponga su hacienda. No hubiera sido nada sorprendente. Pero también hay que considerar que el uso de expedientes y acusaciones de este tipo fue cosa comúnmente utilizada durante la Restauración como instrumento para eliminar al contrario político. Sin tener que salir de Quesada se pueden encontrar ejemplos. Son muy numerosos los alcaldes y concejales cesados por el gobernador tras un cambio de gobierno, apoyándose en acusaciones de irregularidades que pasado el tiempo acababan en nada.


Cese de Alcalá Menezo como gobernador de
Camarines Altos



    Vuelta a Quesada y muerte

    Pero lo cierto es que, no sabemos si más rico o más pobre, Alcalá Menezo regresó a la Península con problemas de salud. Nunca volvió a ser el mismo. Falleció de neumonía el 10 de mayo de 1895 en su casa de Quesada, en Santa Catalina, plaza que posteriormente llevó su nombre durante un tiempo. Apenas tenía cincuenta años. La placa de mármol con su nombre todavía se conserva en la fachada de una de las casas, la que fue suya.

    Pero dos años antes de morir, quizás como despidiéndose, volvió a protagonizar un asunto bastante oscuro y extraño que no obstante acredita que quizás había llegado a ser profeta en su pueblo. A principios de 1893 Sagasta fue nuevamente encargado de formar gobierno y convocó las oportunas elecciones para conseguir su mayoría parlamentaria. Fueron las primeras desde el final de la I República por sufragio universal (masculino) y se celebraron el 5 de marzo. No hay que aclarar que las ganó el partido del gobierno por abrumadora mayoría. Pero el caso es que los días anteriores La Correspondencia de España publicó las listas de candidatos por cada distrito. En el distrito de Cazorla figuraban dos, Gómez Sigura y Alcalá Menezo, ambos “adictos” al Gobierno, es decir se presentaban por el Partido Liberal Fusionista. Sin embargo, según el escrutinio oficial publicado en el Boletín Oficial de la Provincia de 11 de marzo, solo obtuvo votos Miguel Manuel Gómez Sigura. El tiempo no había pasado en balde y don Ángel ya no tenía valedores en Madrid, Izquierda Dinástica estaba ya olvidada y Gómez Sigura era el cacique liberal del distrito, con fuertes relaciones en Madrid. Nada tendría de raro que presionaran a Alcalá Menezo de tal manera que se viera obligado a retirar su candidatura. O que directamente esta fuera anulada por el aparato electoral, en manos del Gobierno y de su partido y por tanto controlado  por Gómez Sigura.

    Fuese la que fuese la razón de la eliminación de su candidatura, no fue bien recibida en Quesada, donde los electores manifestaron claramente su descontento. Es lo que se desprende del análisis del escrutinio oficial en cada pueblo de la comarca. En el Boletín Oficial de la Provincia sólo se publican los votos emitidos, pero no el número de electores incluidos en el censo. No hay porcentaje de participación. Pero como en estas elecciones se utilizó el sufragio universal y las circunstancias sociales y demográficas eran similares en todos los pueblos, el censo electoral se puede proporcionar al censo de población, que sí se conoce.[3] Relacionando votos y habitantes resulta que en Cazorla hubo 1.880 votos, un 30,33% de sus 6.197 habitantes; en Huesa 457 votos, 24,11%; en Peal 732 votos, 27,66%; en La Iruela 1.078 votos, 23,28%. En Quesada las cosas fueron diferentes. Se computaron 481 votos que solo representaban el 6,84% de la población. Mientras en todos los pueblos de la comarca la participación fue similar, en Quesada resultó anormalmente baja. Si se hubiera dado una participación acorde con la comarca se hubieran contado más de 1.500 votos. Esto significa que al menos 1.000 quesadeños no fueron a votar. ¿Eran votantes de Alcalá Menezo que se abstuvieron al no poder votar a su candidato? Parece bastante verosímil, pues no hay noticia de cualquier otro factor que hubiera podido ocasionar la diferencia de participación con los pueblos vecinos. Si estos 1.000 votos solo en Quesada eran suyos, ¿tuvo posibilidad cierta Alcalá Menezo de ganar el acta de diputado? ¿Fue el temor del aparato oficial Liberal Fusionista a una derrota lo que originó la retirada o la anulación de la candidatura de don Ángel? Y si esto fuera así, ¿pudieron ser estas las elecciones de Villavieja en las que don Dámaso aliado con el poder político, electoral, judicial… humilló a don Luis Obregón acabando con su carrera política? Me temo que las respuestas tendrán que buscarse en Villavieja y no en la historia documentada.

    Lo que creo que sí queda de sobra acreditado es que Obregón es Alcalá Menezo. Había muerto casi quince años antes del verano de 1909, cuando la última y más larga estancia de Ciges en Quesada. Pero el recuerdo de sus hazañas, la simpatía hacia un paisano tan ilustre y fuera de la norma local, estaban presentes y Ciges lo refleja. Más presente aún estaría don Ángel en la memoria de su hermano Manuel Antonio, amigo de Ciges, y en la familia Segura Alcalá, la de Teresa Segura, con la que Ciges quiso sentar cabeza.

    Otros quesadeños en el Pacífico.

    Antes de concluir conviene mencionar una circunstancia sorprendente y desconocida. En aquellos años de 1889 y 1890 Alcalá Menezo no fue el único quesadeño que ocupó un gobierno civil en Filipinas. Hubo otro que, aunque interino, lo llegó a ser, y nada menos que de la provincia de Manila. Se trata del entonces coronel Manuel Serrano Ruiz. Había nacido en Quesada el 10 de abril de 1844 y en ella vivió hasta que en septiembre de 1865 se incorporó al Ejército. En estos veinte años tuvo necesariamente que tener trato, incluso mantener amistad, con Ángel Alcalá, pues pertenecían a la misma clase social y eran casi de la misma edad.[4]

    Manuel Serrano era hijo de José Serrano Bedoya, hermano del general. Combatió en Cuba durante la primera guerra de independencia junto a Valeriano Weyler, con el que desde entonces mantuvo estrecha amistad. A finales de 1872 volvió a Quesada, donde su familia estaba en su apogeo político, para convalecer del paludismo contraído en la isla. En abril de 1873, durante la I República, regresó a Cuba. Posteriormente tuvo diversos destinos en la Península, luchando contra los carlistas en la tercera guerra civil. Tras el nombramiento de Weyler como gobernador general de Filipinas, marzo de 1888, este reclamó la presencia de su antiguo amigo y compañero. En marzo de 1889, tras la muerte del gobernador civil de Manila, Weyler lo nombró con carácter interino para este cargo, que llevaba aparejado el de corregidor del ayuntamiento de la capital (Gaceta de Manila de 26 de marzo de 1889). Lo volvió a ser en 1890, casi coincidiendo con el cese de Alcalá Menezo como gobernador de Bataan.

    Aparte de ser gobernador y desempeñar otros cargos como el de intendente visitador de los presidios de Filipinas, la acción más notable que protagonizó fue entre noviembre de 1890 y enero de 1891, en las islas Carolinas. En el contexto de las fricciones con el Imperio Alemán por estas islas, a mediados de 1890 se produjo una insurrección indígena en la mayor de ellas, Ponapé (actual Ponhpei, sede del gobierno de los Estados Federados de Micronesia). Una primera expedición enviada desde Manila para reprimir la revuelta acabó en fracaso. En noviembre Weyler encomendó la misión al quesadeño, que desembarcó en la isla el día 15. Tras dos meses de duros combates consiguió "pacificar" el lugar. A su regreso a la Península fue recompensado con el ascenso a general de brigada. Tras diversos destinos y el ascenso a general de división, en 1904 fue nombrado comandante militar de Melilla, ciudad donde murió repentinamente a fines del mismo año. La última ocasión, documentada, en que visitó su pueblo natal fue en septiembre de 1893, cuando tras la muerte de su tío Ramón Serrano Bedoya, siendo gobernador militar de Menorca se le concedió licencia para viajar a Quesada para visitar a su familia.

    Cuando Alcalá Menezo llegó a Filipinas, su amigo Manuel era una persona importante y de la confianza del gobernador general. Desconocemos completamente si además del paisanaje existía entre ellos simpatía o antipatía. Si fuera lo segundo es posible que fuera esta la causa, o que la favoreciese, de la enemistad de Weyler con Alcalá Menezo. Pero también pudiera ser una amistad real y en este caso quizás se debiera a sus buenos oficios ante Weyler que tras su cese en Bataan y varios meses como cesante, muy poco antes del regreso de Serrano a la Península, Weyler concediese a Alcalá Menezo la gobernación interina de Isabela de Luzón. Cuando ya no tenía porqué y el partido de don Ángel había perdido el gobierno. Otra incógnita más que solo los protagonistas, o sus contemporáneos, nos hubieran podido aclarar. Como en tantas ocasiones ya es tarde.



    9.- Conclusión. El deseo de una (improbable) recuperación y lectura de la novela.

    La feliz coincidencia de un joven concejal de izquierdas y un viejo poeta de origen franquista permitió que desde el verano de 1983 Manuel Ciges Aparicio tenga calle en Quesada, tres años antes de que la Generalitat Valenciana recuperara su memoria con la edición de sus novelas a cargo de Cecilio Alonso. En los años siguientes, como ya se ha visto, Ciges estuvo presente en varios artículos de la Revista de Ferias impulsados por Manuel Vallejo, a quien se debe también la publicación en la misma de tres de los cinco artículos quesadeños de Ciges. Cuando en 1898 Enguera le dedicó un gran homenaje, Quesada estuvo representada por el teniente de alcalde y el responsable de la Casa de la Cultura. Muchos son los quesadeños que conocen su nombre y seguramente bastantes los que saben además que fue escritor y que escribió algo sobre Quesada. El recuerdo de Ciges se ha recuperado. Pero me temo que solo ha sido el recuerdo del nombre, convertido en un personaje más del pasado de los que suelen citarse cuando se lee algo de historia de Quesada. Es decir, algo parecido a Pedro Hidalgo, el infante don Enrique o Mohamed Andón, que se les saca a relucir cuando hay que presumir de pueblo. Porque lo que es leerlo creo que se ha hecho entre muy poco y nada.

    Villavieja es difícil de encontrar ya desde su primera edición de 1914. La edición de Cecilio Alonso solo se puede conseguir, con suerte, en librerías de viejo. Hoy solo se puede encontrar con cierta facilidad en copias facsímiles de la primera edición (ya está libre de derechos de autor) impresas en la India y que se pueden conseguir, por ejemplo, en iberlibro.com. También circulan algunas fotocopias más o menos manoseadas. A los amantes de los asuntos quesadeños, al pueblo de Quesada, le corresponde decidir si le trae cuenta recuperar Villavieja y leerlo. Cada uno se interesa por lo que le parece oportuno. Al fin y al cabo ningún otro pueblo del entorno, y más allá, tiene escritor del 98 que le haya dedicado alguna de sus novelas. Y no les pasa nada, siguen funcionando.


[1] Emilio Aguinaldo, héroe de la independencia de Filipinas, que se produciría poco después, en 1898.
[2] Aquí se sigue lo publicado en El Liberal, El Día y El Correo militar, todos de 8 de mayo de 1884.
[3] El censo de población vigente era el de 1887.
[4] Una biografía de este personaje se puede encontrar en el capítulo 2º de la obra Del Llano Amarillo a Puigcerda, de Luis Serrano Valls, Madrid 1913.

Mapa de 1890 que incluye las posesiones de Ultramar