martes, 9 de julio de 2024

FIESTAS que hizo QUESADA por ISABEL II

 

Isabel II niña. Cruz y Ríos. Academia de San Fernando.



A las 4 de la tarde del día 24 de octubre de 1830 se reunieron en sesión extraordinaria los individuos del Ayuntamiento de Quesada. Habían sido convocados por el alcalde mayor, don José Alcalde Martínez, al objeto de dar lectura de una carta del Rey fechada en Palacio a 15 de octubre de 1830. En ella S.M. comunicaba con el protocolo habitual al “Concejo, Justicia, Regidores, Caballeros, Escuderos, Oficiales y hombres buenos de la villa de Quesada” que el día 10 la Reina había dado a luz a “una robusta infanta”. Decía el Rey que este nacimiento colmaba “los ardientes deseos de todos mis vasallos que suspiraban por la sucesión directa de la corona”. La ansiedad por la sucesión no parece que afectara mucho a los vecinos, siempre afanados en las cosas del comer, pero sí y mucho a la Corte. El Rey estaba ya al final de sus días, en su cuarto matrimonio, sin haber conseguido un heredero. El Ayuntamiento recibió la noticia con la mayor satisfacción y placer y ordenó que de inmediato hubiese repique general de campanas y que por la noche se encendieran luminarias.

          Que la infanta María Isabel Luisa fuera heredera y no heredero no debía suponer problema alguno, porque en la tradición castellana las mujeres podían ser reinas, como lo fue Isabel I la Católica. Pero los Borbón eran franceses y a su llegada habían impuesto en 1713 la Ley Sálica que regía allí y que impedía la sucesión femenina. Fernando VII derogó esta ley en 1830, tras el nacimiento de su hija, con la llamada Pragmática Sanción. No procede aquí extenderse mucho en las conspiraciones y enfrentamientos que originó la Pragmática. Baste con decir que el infante Carlos María Isidro, hermano de Fernando VII, nunca aceptó la sucesión de su sobrina Isabel. Los partidarios más extremos del Absolutismo apoyaron a Carlos y de ahí el nombre de carlistas con el que se les conoció en adelante. Los partidarios de Isabel, encabezados por su madre la reina consorte María Cristina, consiguieron que, con poco más de dos años, en junio de 1833 fuese jurada Princesa de Asturias.

          El por entonces alcalde mayor, don Francisco Tercero Luengo, y el Ayuntamiento, quisieron “solemnizar con públicas demostraciones el memorable acto de la Jura que la Nación ha prestado a la excelsa Princesa Doña Maña Isabel Luisa”. Al efecto abrieron “una suscripción voluntaria” para costear tres días de festejos, el 24, 25 y 26 de julio. Principiaron los actos con una iluminación general: luminarias en la Plaza y luces (velas, candiles, etc.) en fachadas y calles del pueblo. Destacó la fachada del ayuntamiento, adornada con “más de mil luces” —parece mucho—, aunque dice la crónica que todos los vecinos se esmeraron en las suyas. Esta crónica se publicó en el recién creado Boletín Oficial de la Provincia de Jaén del día 8 de agosto.Añade la noticia del Boletín que el día 24 hubo “una magnifica función de iglesia y Te Deum”, predicando el sermón, “un elocuente discurso análogo a las circunstancias”, el párroco don Cesáreo Aguilera. Terminado el acto religioso desfiló “una comparsa de romanos elegantemente vestida”, la cual “ejecutó difíciles y preciosas evoluciones militares” dirigidas por los oficiales retirados D. Domingo Díaz y D. Lorenzo Vela. Estos “romanos” llevaban sin duda los viejos cascos, alabardas y corazas del siglo XVI, restauradas en los últimos años por el Ayuntamiento, que usaron tradicionalmente los “romanos” en las procesiones de Semana Santa. Hubo aquella segunda noche fuegos artificiales y “un lucido convite”. Amenizaron todos los actos la orquesta del batallón de Voluntarios Realistas de Úbeda y la capilla de música de la iglesia parroquial. La crónica, que firman el alcalde mayor y el párroco, dice que acudieron muchos vecinos de los pueblos cercanos, atraídos por la noticia “de que esta Villa iba a hacer unos festejos superiores a sus facultades”. En todo momento reinó “el orden y unión más completa”.

Pero no podía quedar en esto la cosa. En el Boletín de 7 de septiembre se publicaron otros actos de los que “por premura” no se había informado antes. Como no podía ser menos en Quesada, el día 25 se dedicó a una procesión de la Virgen de Tíscar, “a cuya soberana Imagen acuden estos naturales en sus apuros y necesidades”. Se pidió a la Virgen que protegiera al Rey y a su descendencia y que hiciera “vanos los esfuerzos de los que con temeraria osadía intenten oponerse a sus justas y prudentes determinaciones”. Están evidentemente hablando de Carlos y de sus seguidores, que rechazaban a Isabel como heredera. Se había olvidado también mencionar que en los tres días hubo una “decente limosna” a 36 pobres para “aliviar su indigencia” y que les quedase grato recuerdo de la ocasión. Finalmente se tuvo la misma “beneficencia” con los “desgraciados” presos de la cárcel, a los que se sirvió una “espléndida comida” costeada por el alcalde mayor y el párroco.

Aquella política de hechos consumados, jurar con tanta premura a Isabel como Princesa de Asturias, no andaba descaminada, porque Fernando VII estaba en las últimas. Murió apenas dos meses después de esta celebración, el 29 de septiembre. En las actas municipales los nacimientos, bodas, defunciones y demás noticias de la Casa Real se recogían con expresiones solemnes, de alegría o tristeza, y grandes protestas de lealtad y sumisión al poder real. Por eso llama la atención que a la muerte de Fernando se le dediquen apenas cinco líneas, que ni siquiera encabezan el acta del día 10 de octubre, y que estén mezcladas con asuntos administrativos absolutamente rutinarios.Y es que aquella sucesión fue especial y no estaba claro si finalmente Isabel alcanzaba el Trono o si un golpe palaciego conseguía convertir en Rey al pretendiente, el infante Carlos.En la Corte había mucha prisa por resolver la sucesión, como se comprueba en la carta de la regente María Cristina, viuda de Fernando y madre de Isabel, que se leyó por el Ayuntamiento de Quesada, apenas un mes después, el día 31 de octubre. Mandaba la Reina Gobernadora que se proclamase a Isabel II “levantando pendones en su nombre”. Se debía de hacer “a la mayor brevedad, aunque no se hayan hecho las exequias de Don Fernando”. Es decir, sin respetar el luto oficial ya que no había tiempo que perder.

Alzar pendones al inicio de cada reinado era una ceremonia muy antigua, de origen medieval. No era exclusiva de la Corona de Castilla pues también se hacía en Granada, donde se levantaban en la puerta de Bibalbonud o de los Estandartes al inicio de cada reinado. Siendo una ceremonia tan antigua y tradicional, se regía por un protocolo en consonancia. En Quesada el encargado de levantar el pendón real era el alférez mayor de la villa. Era este un cargo hereditario que equivalía al de jefe militar del pueblo. En 1833 había perdido todo contenido, pero se mantenía a estos efectos protocolarios. Lo era en este tiempo don Hilario del Águila Cano. El Ayuntamiento le pasó recado, por ser a él  “a quien corresponde levantar el Real pendón”, para que contestase si aceptaba o rechazaba el encargo. La posibilidad de rechazar el honor venía de que quien levantaba el pendón debía costear todos los gastos aparejados a la celebración. Presentado D. Hilario, aceptó el honor y dijo que lo haría “a sus expensas y de sus propios bienes y caudales como lo han hecho sus antecesores”. Añadió que lo haría los regidores sabían por qué preguntaban— a pesar de tener su capital secuestrado (intervenido judicialmente) por las deudas que dejó su difunto padre y por el pleito sobre la herencia que había entablado su hermano D. Patricio. A causa de esta escasez de fondos se sujetaría a los gastos más esenciales y precisos a la solemnidad del acto. El Ayuntamiento inmediatamente acordó publicar la noticia y pasar aviso al “párroco y al prior del convento y a los sacristanes y personas a cargo de las demás iglesias y ermitas” para que hiciesen repique de campanas. La proclamación se haría el día 1 de diciembre, previniendo a los vecinos que las dos noches anteriores pusiesen luminarias y luces en sus casas. El pendón encabezaría una procesión cívica, estando obligados los vecinos de las calles por donde pasara a poner colgaduras desde por la mañana hasta la caída del sol, bajo multa en contrario de 220 reales.

El recorrido por el pueblo es interesante reproducirlo, porque coincide con el que hoy día siguen las procesiones religiosas —ya no las hay cívicas— mostrando que su antigüedad es varias veces centenaria:

…las calles por donde ha de pasar el real estandarte, que son toda la Plaza, calle Nueva hasta la parroquia, San Juan (lateral Coronación), Pedro Sánchez Guerrero (Dr. Muñoz), Rodrigo de Poyatos (Dr. Carriazo) y desde la salida de ésta la de Don Pedro de Gámez hasta dar la vuelta a la Plaza.

Isabel II fue proclamada reina, pero la negativa a reconocerla por su tío Carlos y sus partidarios ocasionó una terrible guerra civil conocida como Primera Guerra Carlista. En Quesada se vivieron años convulsos y violentos. En 1835 fue capturado y fusilado en la Plaza el carlista Luis Moreno (enlace). Poco después las partidas rebeldes de Morillas, Ruiz, Don Basilio el de Logroño y Tallada trajeron la guerra a la comarca (enlace). Puso fin al enfrentamiento un armisticio, conocido como Abrazo de Vergara, pactado entre los generales Espartero y Maroto en el verano de 1839. A pesar del fin de la guerra, el siglo XIX fue demasiado movido y entretenido como para que llegasen tiempos de calma. El general Baldomero Espartero alcanzó en 1840 la presidencia del Gobierno y obligó a que la reina María Cristina renunciase a la regencia. Espartero, que ostentaba los títulos de príncipe de Vergara y duque de la Victoria por sus éxitos en la guerra civil, fue nombrado por las Cortes Regente del Reino. Estuvo en el cargo poco tiempo, porque en 1843 unas revueltas, que se iniciaron con aires revolucionarios, acabaron dando el poder al partido Moderado que encabezaba el general Narváez, el Espadón de Loja. Espartero se exilió en Inglaterra. Le acompañó en su destierro inglés el quesadeño Francisco Serrano Bedoya, que por entonces era su ayudante de campo.

Tras la salida de Espartero, el reino se quedó sin regente. Narváez y los moderados decidieron tirar por el camino de en medio y las Cortes declararon la mayoría de edad de Isabel y acordaron que jurase la Constitución. La Reina Niña pasaba a ejercer el poder efectivo, todo el que podía ejercer con solo 13 años, con su madre en el exilio y la muy escasa formación que había recibido. Pero esa ya es otra historia y volvemos a Quesada. Isabel II juró la Constitución el 10 de noviembre y dos semanas después, 24 de noviembre, hacia las 9 de la mañana se reunió el Ayuntamiento en pleno para dar lectura a la Real Orden por la que la reina ordenaba que el día 1 de diciembre “en todos los pueblos de la monarquía se verifique según el uso y costumbre” el acto de proclamación “de Su Majestad como reina constitucional de España”. Inmediatamente el Ayuntamiento acordó tomar las disposiciones oportunas para que el acto tuviese todo “el lustre y brillantez con que sea susceptible este vecindario”, dejando constancia de su lealtad y amor a su “adorada Reina”.


Isabel II jurando la Constitución. Obra de José Castelaro
en Museo de Historia de Madrid


Seguía siendo alférez mayor don Hilario del Águila y a él le correspondía alzar el pendón. Este protocolo ya por entonces resultaba arcaico y obsoleto, ajeno completamente al constitucionalismo liberal del momento, pero se respetó y ejecutó por última vez en la forma tradicional. El problema inmediato que se planteó fue que don Hilario estaba ausente, convaleciendo de una enfermedad en un pueblo de “la Mancha de Toledo” y ya no había tiempo material para avisarle y que volviese a Quesada para el día 1.  Por eso se acordó citar a su hermano, don Patricio del Águila, y a don Manuel Velasco, administrador de los bienes de don Hilario. Don Patricio aceptó desempeñar personalmente la ceremonia en nombre de su hermano y Velasco a facilitar los fondos necesarios  —de don Hilario, claro— para la función. Tras nuevas protestas de lealtad y amor a Isabel II, “hija de Cien Reyes y dueña de los corazones de sus súbditos”, se formó una comisión de concejales para que organizasen el programa de actos. El contenido y desarrollo de estos actos se conoce bien porque el flamante secretario municipal, Aquilino Sánchez Molero, levantó acta detallada de su desarrollo y ejecución.

El día 30 de diciembre, como anuncio de la festividad, hubo repique general de campanas desde las 12 hasta las 2 de la tarde. A las 7 de la tarde, con el toque de ánimas, se inició la iluminación general del pueblo con luminarias y luces, “siendo admirable el gusto y simetría” con el que se esmeraron los vecinos, “aún en las casas más pobres”. Para comprender la importancia y novedad de esta iluminación  hay que considerar que no existía alumbrado de ningún tipo, que las noches se pasaban en completa oscuridad —si no había luna llena— y que los escasísimos transeúntes debían llevar su propio farol. En la fachada del edificio del ayuntamiento se había instalado un dosel con un retrato de S.M. cubierto por una gasa. Tras el encendido de las luces, don Manuel Antonio de Alcalá, el alcalde, lo descubrió dando vivas a la Reina y a la Constitución. La Milicia Nacional —fuerza paramilitar de voluntarios, que tenía las funciones que  muy poco después asumió la Guardia Civil—[1]disparó tres descargas de fusil. La música, que estaba en una de las ventanas, interpretó himnos patrióticos entre los vivas y aclamaciones del público. Pasó luego la música a un tablado dispuesto frente al ayuntamiento y allí estuvo tocando “himnos y tocatas muy agradables” hasta las 11, en que concluyeron los actos de ese día. La Milicia Nacional quedó toda la noche “sobre las armas guardando el retrato de Su Majestad”. Seguramente no nos podemos hacer cuenta cabal de la novedad que aquellas celebraciones suponían. Eran acontecimientos que para la mayoría de vecinos se vivían apenas una vez en sus tristes y pobres vidas. Las ocasiones de salir de la rutina eran mínimas. Por eso cuando ocho años antes fue fusilado en la Plaza don Luis Moreno acudieron a ver el espectáculo gentes de toda la comarca.

Amaneció el día de la proclamación, primero de diciembre. La Milicia Nacional hizo el toque de diana con tres descargas de fusilería. A las 9 de la mañana se ofreció en la sala capitular “un convite” a los concejales, vecinos más hacendados, oficiales del Ejército retirados y empleados del Ayuntamiento. El pendón real de Castilla se había colocado en el tablado frente a la casa consistorial, escoltado por la Milicia Nacional. Cuando llegó la hora de misa el alcalde entregó el pendón a don Patricio del Águila, “como representante de su hermano don Hilario, alférez mayor en esta villa”. Se formó una comitiva encabezada por un cabo y cuatro nacionales a caballo y los porteros del Ayuntamiento con “las dalmáticas de damasco encarnado y sus mazas doradas”. Luego el pendón y los invitados a la ceremonia; tras ellos, la música tocando himnos marciales y un piquete de infantería de la Milicia Nacional. Dice el acta que formó el secretario que “el pueblo asistía alborozado a la procesión patriótica”.

          Llegados a la parroquia, el pendón fue recibido por el clero, que lo asperjó e incensó. Bajo palio entró en la iglesia y fue colocado en un dosel instalado en el lado del Evangelio, a su lado derecho don Patricio y al izquierdo el alcalde. El presbítero don Francisco Montijano —que era el maestro de la escuela— fue el encargado de predicar el sermón. A pesar del poco tiempo que había tenido para prepararlo, resultó muy elocuente y se refirió a las circunstancias del momento,  “demostrando el título legítimo e incontestable que nuestra Reina tiene para ocupar como felizmente ocupa el trono de España”. Hay que recordar aquí que se había acabado la guerra civil, pero que los carlistas mantenían vivas las aspiraciones del infante Carlos a ocupar el Trono. Tras la misa se cantó un Te Deum y a su final salió el pendón, de nuevo bajo palio. En la Lonja se efectuó por primera vez la ceremonia de alzamiento y vítores que inmediatamente veremos. Regresó la comitiva a la Plaza y el pendón fue colocado en el tablado, dejándolo a la custodia de la Milicia Nacional mientras todos se iban a comer; cada uno a su casa y por su cuenta.

          A las tres de la tarde se reunieron el Ayuntamiento y los invitados principales en la sala capitular. Llegado el momento salieron a la Plaza, donde el alcalde y don Patricio subieron al tablado. El alcalde tomó el pendón y lo entregó a don Patricio, que se colocó en una de las esquinas de la plataforma, con el alcalde a un lado y el síndico procurador general al otro. Los maceros anunciaron la ceremonia a la multitud congregada gritando en altas voces:

¡Silencio!¡Silencio!¡Silencio!¡Oíd!¡Oíd!¡Oíd!

Don Patricio del Águila, levantando el pendón,  dijo con voz alta y clara:

—¡Castilla!¡Castilla!¡Castilla, ¡Por la Reina nuestra señora doña Isabel Segunda Constitucional!

Y el pueblo, “con la mayor alegría”, contestó:

—¡Que viva!¡Que viva!¡Que viva!

La ceremonia se repitió en las cuatro esquinas del tablado. A quien conozca el ceremonial con el que se celebra en Granada el día de la Toma, cuando se tremola el pendón real, inmediatamente le vendrá la comparación a la cabeza.[2] Y es que tienen muchas cosas en común, pues siguen la misma costumbre y tradición. Ceremonia ya por entonces antigua, y por eso la referencia a Castilla y no a España. El concepto de nación surge con el liberalismo constitucional durante estos años, pero la ceremonia viene de tiempos anteriores, tiempos de reinos y de ahí que se pregone a Castilla, como reino principal de los que formaban la Corona.

Concluido el rito se formó una comitiva que recorrió las principales calles del pueblo, repitiendo en distintos lugares la misma operación y ceremonia que se había efectuado en la Plaza. La encabezaban soldados de caballería de la Milicia Nacional y los dos maceros del Ayuntamiento. A continuación don Patricio del Águila, con su uniforme de caballero maestrante de la Real Maestranza de Ronda, montando un caballo blanco y portando el pendón real. Iba escoltado por el alcalde primero y el síndico, ambos vestidos de negro. Les seguían el Ayuntamiento, presidido por el alcalde segundo don Juan Alférez, y los vecinos principales. Luego la música, que tocaba himnos patrióticos y marchas militares, y la Milicia Nacional de infantería. Cerraba la procesión “una vistosa compañía de vecinos de este pueblo vestidos a lo musulmán, con caballos ricamente enjaezados”.

Dice el acta que se recorrieron las calles “en medio de vivas y voces de regocijo”, alternando con descargas de la milicia y que así volvieron a la Plaza. Subieron al tablado don Patricio, el alcalde y el síndico, acompañados de don Manuel Velasco, el administrador de los bienes del alférez mayor don Hilario del Águila, que era quien corría con los gastos. Desde allí arrojaron a la muchedumbre congregada gran cantidad de monedas y de calderilla, “como en señal de los beneficios que sobre los españoles derramará la Reina”. Concluida esta parte pública de la proclamación, se dirigió la comitiva a la casa de don Patricio, donde fueron “obsequiados con un magnífico ambigú” en el que se ostentó el lujo, “así en la delicadeza de los dulces y bebidas, como en la abundancia”. Después de los brindis “más adecuados” se despidió el Ayuntamiento hasta la noche, en que “las señoras del pueblo” fueron convidadas a un baile “muy lucido”. Con el baile concluyeron los actos de proclamación de Isabel II. El pendón quedó en casa de don Patricio, por ser propiedad de su hermano y familia. El impacto que causó entre los vecinos ya se ha subrayado. Nos podemos imaginar que para el pueblo llano, para los que solo se ocupaban de comer, tanto daba la proclamación de Isabel como la de su tío Carlos. Pero para alguno de los protagonistas no, porque paradójicamente el señor don Patricio del Águila, que con tanta pompa levantó el pendón por la Reina Constitucional, era carlista y en la guerra había servido en las filas del Pretendiente.

Isabel II tuvo un largo, convulso, “castizo” y disparatado reinado. A su alrededor se formó la conocida como Corte de los Milagros, que tan ácidamente satirizó Valle Inclán en una novela del mismo nombre que integra la serie El ruedo ibérico. En 1868 la revolución conocida como La Gloriosa mandó a la soberana al exilio francés para nunca más volver. Entre los generales que encabezaron el movimiento estaba el quesadeño Francisco Serrano Bedoya. El reinado de Isabel II empezó su reinado con las fiestas anteriores. Lo finalizó de forma mucho más austera: el 1 de octubre de 1868 la junta municipal que “por aclamación popular”[3] fue elegida en sustitución del Ayuntamiento, destituido también “por la voz de la inmensa mayoría de la población”, inició la nueva etapa dando “vivas a la libertad y al programa” del “glorioso alzamiento nacional”. Nunca más volvió a levantarse el pendón real, porque la siguiente proclamación fue la de Alfonso XII, treinta años después. Habían pasado tantas cosas que ya no tenía sentido ninguno una ceremonia tan arcaica como esta.

 



[1] Esta Milicia Nacional tenía un carácter político liberal y constitucionalista, como anteriormente lo tuvieron, pero de signo contrario, los Voluntarios Realistas. La Guardia Civil se creó en 1844 por el gobierno moderado de Narváez como cuerpo profesional y “apolítico” en sustitución de la Milicia Nacional.

[2] En la fórmula vigente en la actualidad, el portador del pendón grita tres veces ¡Granada!, siendo respondido cada vez por el público con un ¿Qué? A esto sigue la proclama “Por los ínclitos Reyes Católicos, Don Fernando V el de Aragón y Doña Isabel I de Castilla” y los vítores correspondientes contestados por el público.

 [3] Todos parientes o personajes cercanos al triunfante Serrano Bedoya.


Alabarda, coraza y casco de los "romanos",
en el Ayto. de Quesada.

















domingo, 16 de junio de 2024

Persecución, captura y muerte de los MORENO de QUESADA

 

Antigua torre de la Alcaidía, usada como cárcel real y donde estuvo preso D. Luis Moreno. Foto desde el Arco de los Santos, posiblemente de J.M. Carriazo. 
     



    Esta villa (Cabra de Santo Cristo), mirada siempre con ojeriza por la de Quesada, patria de los memorables Morenos, partidarios constantes del absolutismo, ha sido en las épocas del entronizamiento de este perseguida en las personas de sus vecinos…


    Esta cita pertenece a una carta de agradecimiento al gobernador civil interino de la provincia por el ayuntamiento de Cabra y fue publicada en el BOLETÍN OFICIAL DE LA PROVINCIA del 8 de agosto de 1835. El gobernador, D. Ignacio de Rojas, había dictado una providencia favorable a Cabra en el larguísimo pleito que durante varios siglos enfrentó a Quesada y Cabra por la posesión de las tierras al otro lado del Guadiana Menor. Hacía pocos meses que D. Luis Moreno había sido fusilado en la plaza de Quesada y Cabra no perdió ocasión de contraponer su liberalismo —“el buen espíritu que siempre ha animado a este pueblo, y su decisión por el sostén del Trono de la 2ª ISABEL y de las libertades públicas”— al supuesto carácter absolutista de Quesada. Era esta distinción ardid de parte, porque las cosas no eran exactamente así y los Moreno tenían también partidarios en Cabra. Pero no es momento de entrar en aquel debate localista, ni mucho menos extenderse en el pleito por la Dehesa. Este artículo procurará responder a la evidente pregunta: ¿Quiénes fueron los “memorables” Moreno de Quesada?

    La falta de libros parroquiales, destruidos en 1936, dificulta establecer las líneas familiares, lo que obliga a rastrear por otros medios no siempre seguros. En el siglo XVIII, dejando aparte los muchos Moreno de Belerda, Don Pedro y Ceal, hay que fijarse en D. Francisco Simón Moreno, rico propietario y regidor perpetuo, que vivía a mediados de siglo en la Plaza, en el actual número 21. Este señor tenía título de alguacil mayor del campo y sierra y es fácil que fuera miembro de la familia, porque los títulos eran hereditarios y a finales de siglo lo tenía D. Luis Moreno, el mayor. En cualquier caso sí está documentado que este D. Luis fue el patriarca de los Moreno a que nos referimos. Estamos en los años de cambio de siglo, reinado de Carlos IV. D. Luis, aunque ya mayor, participaba activamente en la vida política local como alguacil mayor del campo, cargo que llevaba aparejado el de regidor.

    D. Luis estaba casado con Dª Juana Candeal, sobrina de un rico presbítero hacendado de Baza, con la que tuvo cinco hijos: Juan, Jerónimo, Luis, María Dolores y María Encarnación. Murió hacia 1813 y al parecer con problemas económicos, pues a su muerte había consumido la dote de su mujer “por los contratiempos y enfermedades que durante su matrimonio tuvieron”. Cuando los franceses entraron en Andalucía, enero de 1810, ya estaba viejo y achacoso. Fueron sus hijos los que tomaron parte activa en la resistencia al invasor.

    Al papel de los Moreno durante la Guerra de la Independencia ya me he referido en los artículos que a esta contienda dediqué en este blog (aquí). El segundo de los hijos, don Jerónimo, levantó en la primavera de 1810 una partida guerrillera en la que se integraron quesadeños, comarcanos y soldados dispersos del derrotado ejército de Despeñaperros. Junto al célebre guerrillero de los Villares, Pedro Alcalde, se hizo célebre participando en numerosas acciones, no solo en estas sierras y comarca, sino en toda la provincia y en las de Córdoba, Granada y Málaga. En la partida se integraron sus hermanos Juan y Luis, que acabaría siendo este último el más célebre de todos. Con la salida francesa de Andalucía en 1812 y el regreso de Fernando VII en 1814, los Moreno gozaron de unos años de tranquilidad: Jerónimo dedicado a sus tierras y ganados, Juan como alguacil mayor del campo y sierra, cargo heredado de su padre, y Luis, el menor, viviendo como segundón a la sombra de ambos.

    No eran los Moreno precisamente liberales, razón por la que no recibieron con agrado el pronunciamiento de Riego en 1820 y el restablecimiento de la Constitución de Cádiz. En ese mismo año, primero del Trienio Liberal, Luis Moreno arrendó varios cuartos (lotes de tierra) en la Dehesa de Guadiana, lo que le permitió ganarse la vida y al tiempo alejarse de la vida constitucional del pueblo, con la que tan poco simpatizaba. En aquellos lugares medio despoblados del otro lado del río Guadiana Menor, Luis se dedicó a conspirar en favor del restablecimiento del Absolutismo. Allí, en el cortijo de Ríos, en el del Collado y sobre todo en el de la Fuente de las Ollas en Larva —por entonces aldea dependiente de Quesada— mantenía reuniones secretas con personas de Quesada y de otros puntos de la provincia, contrarias al sistema constitucional. Por estos años, 1821-1822, entró en relación con Manuel Adame, alias el Locho, famoso conspirador realista de La Mancha.

    La conspiración contra el Gobierno Constitucional, inspirada por el propio Fernando VII, culminó en 1823 con la segunda invasión francesa, los Cien mil hijos de San Luis. Nuevamente los Moreno pasaron a la acción directa pero esta vez aliados con el invasor. Los franceses avanzaban de norte a sur, sin que las tropas constitucionales del general Ballesteros pudieran frenarlos, y volvieron a cruzar Despeñaperros. En este estado, cuando nuevamente la guerra se acercaba a Quesada, Luis Moreno se adelantó a sus hermanos y formó un grupo insurrecto que finalmente se constituyó en la partida llamada Defensores del Rey. Al principio la componían unos pocos individuos de Quesada, pero fue creciendo con la incorporación de comarcanos y de algunos soldados absolutistas de las guarniciones de Baeza y Úbeda, que se habían disuelto ante la cercanía de los franceses. Entre los miembros de la partida hay que mencionar a su hermano Juan Moreno y a don Juan Jiménez Serrano, que era alcalde primero constitucional de Quesada, cargo que abandonó para unirse a los rebeldes. Entre los forasteros destacaba el teniente don Manuel Arévalo, del regimiento Provincial de Jaén con cuartel en Úbeda, que se presentó en Quesada el 30 de mayo de 1823 para unirse a Moreno. No hay constancia de que participase el otro hermano Moreno, don Jerónimo, bien porque arrastrara secuelas físicas desde el desastre que en 1812 lo retiró en Iznájar de la actividad bélica, bien porque quien habiendo sido famoso guerrillero contra el francés viera con disgusto ser ahora aliado del invasor. Y finalmente hay que mencionar a su sobrino José Moreno Alférez, hijo de Juan, que será el personaje que culmine esta historia.

    El 9 de junio de 1823, “como a las dos de la tarde, el enunciado Don Luis Moreno proclamó en la plaza de esta villa al Rey Absoluto y muerte de la Constitución”. Tras “liberar” Quesada se dirigió a Cazorla, donde derribó “el infame simulacro de la libertad constitucional”. Inmediatamente pasó a La Iruela y al resto de pueblos de la comarca. Según un informe del Ayuntamiento al capitán general de Granada en 1826, la partida llegó a tener “en su mejor tiempo” de 90 a 100 hombres a caballo. Moreno no se contentó con la comarca y se enfrentó varias veces fuera de ella “a las tropas de Ballesteros y otras constitucionales”, consiguiendo “por la fuerza de su valor gruesos botines así de armamentos como de otros efectos”. Entre el botín capturado cabe destacar, por su carácter simbólico la acción de Oria (Almería), en la cual capturó “una bandera de guerra” constitucional, que entregó “a la soberana y milagrosa Imagen de Nuestra Señora de Tíscar”. El dato se recoge en el memorial que Moreno presentó en octubre de 1823 al Ayuntamiento de Quesada, para que este avalase su comportamiento tenido “con el mayor honor y entusiasmo a favor de la Causa Común y de Nuestro Católico Monarca”.

    Concluida la guerra y tras el regreso de Fernando VII a Madrid, Luis Moreno acudió a la Corte, donde por mano del que había sido su mentor en el movimiento absolutista, Manuel Adame, consiguió graduaciones militares para él —teniente coronel— y algunos de sus hombres. Con sus bigotes —el uso de bigote era considerado insignia militar— regresó a Quesada. Allí se hizo cargo de la organización del batallón local de Voluntarios Realistas, un cuerpo paramilitar creado en todos los pueblos para la defensa del orden absolutista. Se financiaba con la contribución de dos reales mensuales que debían pagar todas las familias en las que al menos alguno de sus varones no se hubiera integrado en el cuerpo como voluntario. Era una considerable cantidad de dinero y al principio, cuando hubo que comprar armas y equipos, fue Luis Moreno el encargado administrador de los fondos. Entre 1824 y 1825 llegó a manejar unos 6.500 reales, que supuestamente invirtió en armamento y vestuario para los realistas. Aquí empezaron sus problemas.

    Sobre Luis Moreno, sobre los Moreno, había en el pueblo división de opiniones. Gozaban de prestigio y simpatía entre los sectores más partidarios del absolutismo y de Fernando VII, de los realistas. Se recordaba su decidida oposición a los franceses, especialmente don Jerónimo, durante la pasada guerra. Don Luis, durante sus años de poder y gloria, entre 1823 y 1825, protagonizó algunas acciones que resultaron muy populares. En el invierno de 1824 al 25, que fue muy difícil como resultados de varias pésimas cosechas, ayudó a numerosas familias “con sus granos y ganados”, aliviando “la necesidad en que se hallaban aquellos infelices por la miseria y escasez de aquel tiempo”. En septiembre de 1825, tras una larga sequía, se siguieron fuertes tormentas que provocaron catastróficas avenidas de los ríos y barrancos. Luis Moreno intervino activamente en el socorro de las víctimas, no dudando en arrojarse al agua para salvar a personas y ganados.

    Pero por otra parte los Moreno eran gentes, además de decididas, de carácter vivo y complicado. Sin ir más lejos, en agosto de 1826, José Moreno Alférez, sobrino de Luis, andaba fugado para evitar una condena de seis años que le impuso la Sala del Crimen de la Chancillería de Granada, “de resultas de una muerte violenta que causó a un forastero que transitaba por este pueblo por medio de un disgusto que tuvieron”. En la caótica primavera de 1823 Luis había sido comisionado por Manuel Adame para requisar armas, caballos e imponer multas a los vecinos para defensa de la causa. No debieron ser pocas las enemistades que se ganó, las que unidas a las que de antes arrastrara junto a su familia, le hicieron sufrir dos intentos de asesinato hacia 1825. En una ocasión, paseando por la sala de su casa, le dispararon dos tiros desde la calle cuando pasaba delante del balcón. Otra noche, al salir de la casa de su amigo D. Eulogio Valdés, propietario de El Salón, fue también tiroteado. La oscuridad de las noches de entonces —no existía el alumbrado público— dificultó la puntería de los agresores y no llegaron a acertarle.

    Luis Moreno dejó de ser comandante del batallón de Voluntarios Realistas de Quesada hacia fines de 1825, aunque continuó residiendo aquí como militar licenciado. Por estas fechas, desde la Capitanía General de Granada, se comenzó a exigir la rendición y aclaración de las cuentas de los Realistas. Las de la etapa de Moreno no aparecían, porque al parecer se las había entregado al conde de Calatrava, jefe del cuerpo en el partido de Úbeda, que no las encontraba entre sus papeles. Es bastante confuso todo lo ocurrido, porque las actas municipales son bastante parcas, pero el caso es que en septiembre de 1826 ya está ausente del pueblo y en paradero desconocido. Posiblemente en Granada o Madrid, recabando apoyos. No debió conseguirlos, porque a principios de 1827 fue reducido a paisano. Perdidos sus grados y fuero militar fue procesado y encarcelado.

    En el Archivo de la Real Chancillería de Granada hay un expediente de probanza, hecho en 1829, que sin aclararlo todo aporta información sobre lo sucedido.[i] Se desprende de este documento que Luis Moreno había sido acusado de un importante robo de cebada en el cortijo Segura, junto a Larva, durante la época del Trienio Liberal, cuando andaba por allí conspirando contra la Constitución. A instancias del intendente de Policía de Jaén fue encarcelado en la terrible cárcel de Quesada. Moreno acusó de ser inductor de su desgracia a D. José Alcalde Martínez, alcalde mayor de Quesada. No se me ocurrirá a mí pronunciar sentencia, pero sospecho que en este caso hubo un poco de todo, de irregularidades económicas, pero también de persecución a su persona. Don Luis no nadaba en la abundancia, de hecho en este proceso estaba exento de costas por haber conseguido la consideración de pobre. Pero también es cierto que se cometieron irregularidades y que, por ejemplo, se presionó a seis presos de Larva —encarcelados en Quesada por otros motivos— para que testificaran contra Moreno a cambio de suavizar su condena. Como no lo hicieron fueron llevados al presidio de Málaga, lamentándose por el camino de su suerte que achacaban a no haberse prestado a lo que les proponían. Luis Moreno siempre achacó su desgracia a los partidarios de la Constitución y enemigos del Fernando VII. Pero es raro que tuvieran tanto poder los supuestos “constitucionalistas” de Quesada como para encarcelar, en plena Década Ominosa, de poder absoluto, a un fiel realista.

    La cárcel de Quesada era terrible. Lo eran todas por entonces, pero la de Quesada incluso más a ojos de los contemporáneos. Estaba instalada en la antigua Alcaidía, la torre principal de las antiguas murallas, en la que se llamaba Plaza Vieja y hoy Lonja, frente a la actual puerta lateral de la parroquia. En 1827, mes de marzo, tenía más de treinta presos amontonados en dos calabozos y “como estos son tan reducidos tienen que hallarse los hombres unos casi sobre otros”. A esto hay que añadir que los allí reducidos estaban sujetos por hierros, grillos y prisiones. Ahí acabó Luis Moreno, entre facinerosos y sin ninguna consideración a su rango. Es más, el carcelero Manuel Robledillo —dependiente del alcalde mayor y actuando indudablemente con su conocimiento— lo maltrataba verbal y físicamente. En cierta ocasión un hijo de Moreno, que trató de acercarse a la ventana para hablar con su padre, fue golpeado con un hierro en la cabeza por Robledillo y la madre, que estaba junto a él, al intentar proteger a su hijo, resultó herida de tal manera que llegaron a darle la extremaunción.

    Don Luis Moreno, que al fin y al cabo era miembro de una reconocida familia realista, consiguió que la Chancillería enviara a Quesada a un receptor para que tomase declaración a los numerosos testigos que propuso Moreno. De resultas del proceso fue condenado a seis años, pero la Chancillería, en atención a sus servicios a la causa realista, le conmutó la pena por la cárcel que ya había sufrido y fue puesto en libertad. En agosto de 1832 está Moreno viviendo libre en Quesada, pero su carácter le impidió hacerlo discretamente. Andaba maniobrando con su antiguo jefe el conde de Calatrava pera recuperar sus grados militares y ser admitido de nuevo en los Voluntarios Realistas. El Ayuntamiento, que seguía presidido por su enemigo D. José Alcalde, se lo tomó muy a mal y pasó noticia, “por vía reservada”, al capitán general de Granada de sus intentos por eludir su expulsión del cuerpo de Realistas, como si no hubiera sido expulsado a raíz de su condena. El informe que hizo el Ayuntamiento fue demoledor. Le acusaba de seguir usando insignias militares —bigotes— y de comportarse como si no hubiera sido degradado y expulsado. También de haberse enriquecido —opulentado— en los años en que fue comandante de los realistas, aunque ahora, tras su proceso y condena, su vida había cambiado completamente:

    (Es) un vago sin oficio ni modo de vivir conocido, sin bienes porque los escasísimos que disfrutaba permanecen embargados y en administración por dicha causa, ocupándose alguna vez en la caza, lo que de ningún modo puede producirle para sostener su abundante familia, ignorándose las más veces los puntos a donde se dirige cuando falta de la villa tres, cuatro o más días, por ninguna sociedad que este hombre tiene en el pueblo, de cuyas ausencias generalmente se sospecha mal por su propensión bastante notoria a dañar y perjudicar.

    El Ayuntamiento consiguió su objetivo y Moreno nunca volvió a ser admitido en el cuerpo realista. Y no solo eso, entre ese verano de 1831 y el año 1834 fue preso de nuevo y encarcelado, esta vez en la cárcel de la Real Chancillería de Granada. A pesar de todo lo expuesto, creo que falta información que explique cómo pudo acabar de esta manera un realista entusiasta que había tenido tan destacado protagonismo en el fin del periodo constitucional y vuelta al Absolutismo. No puede ser, como él denunciaba, fruto solo de la persecución a que le sometían los liberales, que no estaban para perseguir a nadie siendo ellos como eran los perseguidos, porque estamos en plena Década Ominosa, etapa ferozmente represiva, en la que se creó por primera vez en este país una policía política. 1831 fue el año en el que se ejecutó a famosos liberales, como Mariana Pineda y el coronel Márquez (relacionado con Quesada como se puede ver en otro artículo de este blog). Quizás sí cometió demasiados abusos económicos, pero como antes decía no me corresponde a mí la sentencia.

    En septiembre de 1833 murió Fernando VII sucediéndole su hija, Isabel II, de apenas tres años. Asumió la regencia como Reina Gobernadora su viuda, la tremenda María Cristina de Borbón-Dos Sicilias. El infante Carlos, hermano de Fernando, no aceptó esta sucesión y se embarcó, apoyado por los sectores más reaccionarios del absolutismo, en una rebeldía que provocó la terrible guerra civil conocida como Primera Guerra Carlista. Luis Moreno estaba en estos tiempos encarcelado en Granada, quizás por negarse de forma vehemente y excesiva, como era su carácter, a reconocer a la reina niña. La historia de los Moreno acelera aquí su terrible final.

Isabel II niña. Retrato de Luis Cruz Ríos.
Bellas Artes de San Fernando.



    Fuga de Luis Moreno.

    El año 1834 acababa sus días con aires de guerra civil, especialmente en las provincias del norte, donde el carlista Zumalacárregui hostigaba con éxito a las tropas del Gobierno. En abril la Reina Gobernadora, como regente, había otorgado el Estatuto Real que, sin llegar a ser una constitución liberal, se alejaba del Absolutismo. Fue año de una importante epidemia de cólera, especialmente intensa en Quesada durante el verano. Aunque la revuelta carlista se centraba en el norte, por aquí abajo se temía que se formara alguna facción rebelde y cundía la intranquilidad. Hubo rumores en noviembre, luego desmentidos, de conspiraciones carlistas en Úbeda y en Quesada. En prevención de lo que pudiera pasar se desplegaron tropas por la zona, cuyo comportamiento no fue siempre el deseable. A fines de diciembre el teniente coronel Gregorio Vera, al frente de 180 hombres del regimiento provincial de Soria, se condujo de manera abusiva en Huesa, lo que motivó quejas del pedáneo y del Ayuntamiento al comandante provincial. La Milicia Urbana, cuerpo paramilitar con el que se sustituyó a los Voluntarios Realistas, todavía no estaba plenamente operativa en Quesada.[ii] Luis Moreno, preso en la cárcel de Granada, se fugó de ella a mediados de enero de 1835.

    El escapar de Granada, Moreno se dirigió inmediatamente a estas sierras y comarca, donde contaba con partidarios, varios de los cuales se le unieron de inmediato. Entre ellos su sobrino José Moreno Alférez, hijo de su hermano Juan y que más tarde sería conocido por el apodo de el Fraile. La noticia de la fuga y proximidad de Luis Moreno causó alarma en estas tierras y en toda la provincia. El gobernador civil hizo una proclama dando noticia de que “el bandido Luis Moreno, bien conocido en esta Provincia por sus atrocidades”, se había fugado y acompañado de otros pretendía extender la intranquilidad por la zona. Cabra del Santo Cristo, Quesada, Cazorla, Úbeda y Baeza habían pasado aviso al gobernador y, según este, se habían puesto sobre las armas para conseguir su “exterminio”.[iii]

    La primera noticia aparecida en prensa fue un despacho publicado en el periódico El Mensajero de las Cortes por su corresponsal, anónimo, de Cazorla:

    Moreno el de Quesada, uno de los partidarios del absolutismo que mandó una partida el año 23, se ha fugado de Granada, donde estaba preso, y dicen que con diez más proclama a Carlos 5º en estas sierras. [iv]

    Este anónimo “periodista” cazorleño no se limitó a comunicar la llegada de Moreno, sino que añadió unos comentarios sobre el trasfondo político del asunto, sobre el miedo a que se extendiese la rebelión carlista en la provincia. Confiaba en que sería pronto capturado, pero avisaba de que no había que confiarse, porque “como los pueblos no han conocido aun los beneficios del nuevo régimen, como hay miseria e instigadores, podría engrosarse esta pequeña facción”. Era una crítica abierta al Gobierno por su inacción, que no hacía “nada de lo que convendría para que se conociesen las mejoras del nuevo sistema”. Terminaba diciendo irónicamente que si la censura no dejaba decir verdades, “callemos todos y venga cuando quiera Zumalacárregui”.

    Luis Moreno no era un faccioso cualquiera, arrastraba la fama de sus acciones armadas de 1823. Se temía que, aunque la suya era “una pequeña facción, contando con los desafectos al gobierno maternal de nuestra adorada Reina, podía, si se la despreciaba, ocasionar graves males a la provincia y repetirse en ella las escenas de horror que se han visto por desgracia en otros puntos”.[v] El primer aviso de que Moreno había entrado en la provincia se tuvo el jueves 29 de enero, cuando unos vecinos de Cabra del Santo Cristo lo vieron en el término de aquel pueblo. En su tiempo de conspirador realista había actuado por aquella parte y debía ser personaje conocido. Ante la gravedad de la situación, el capitán general de Granada destacó en Quesada una columna móvil de Escopeteros de Andalucía, migueletes, al mando del teniente coronel D. Nicolás Molinero.

    En Quesada la fuga Moreno causó especial inquietud. El 3 de febrero se reunió el Ayuntamiento, acompañado del cura párroco y del comandante de armas y de la Milicia Urbana local, acordando constituirse en sesión permanente para no retrasar cualquier medida necesaria para la “destrucción” de la facción. Se acordó también citar a “paisanos honrados” para que, junto a los regidores y urbanos, rondasen todas las noches el pueblo “con toda la vigilancia”. Quesada era la patria de Moreno, “persona por nuestra desgracia ligada con vínculos de sangre con muchos familiares y relacionada con otras por amistad” y era de temer “que se combinasen para lograr sus siniestras intenciones”. El miedo a estas complicidades levantó sospechas sobre el distribuidor de la correspondencia, que hacía días que abría la valija encerrándose en su casa, lo que no era costumbre. Se le ordenó que, “mientras dure el apuro en que nos hayamos”, la valija se abriese y custodiase en el Ayuntamiento, donde estaría vigilada por la comisión permanente. Era la correspondencia un elemento vital en estos momentos para el Ayuntamiento, e imprescindible para que el jefe de la tropa recibiese instrucciones y remitiese los correspondientes partes militares.

    Por estos días se produjo un importante robo en la parroquia de Cabra. Desparecieron los objetos de plata que allí había, sabiéndose al poco que el autor fue el sacristán, con el objeto de poner el valioso botín a disposición de Moreno. En persecución del fugado se movilizaron las milicias urbanas de todos los pueblos de la zona y también las limítrofes de Baza y Cúllar, en previsión de que se aproximase por allí. Se incorporó también a la persecución una compañía de granaderos del regimiento provincial de Murcia. Sintiéndose acosado, Moreno se internó en las espesuras de la sierra. Su grupo fue visto por los urbanos de Quesada, que dispararon sobre él. Según noticia difundida por el gobernador civil, “solo debió su vida y poderse salvar de la persecución que sufría en todas direcciones a haberse precipitado en la maleza de los bosques que solo pueden penetrar las fieras, abandonando hasta el sombrero y la capa”. En este episodio fue capturado un sobrino de Moreno. No se dice quién fuera este sobrino, si José hijo de su hermano Juan, que le había acompañado en sus andanzas de 1823, o algún otro.

    Moreno y los suyos siguieron internándose en la sierra, hacia Pozo Alcón y Castril. De este último pueblo procede la siguiente noticia, publicada en El Eco del Comercio de 27 de febrero de 1835. Según el periódico, el día 13 de febrero un cortijero de Castril fue a la sierra para ver sus vacas. De repente se encontró “con Moreno y sus secuaces”. Le exigieron que entregase la escopeta que llevaba, “pero este opuso grandes resistencias”. Ante su negativa, Moreno disparó sobre el cortijero sin acertarle, contestando este con otro tiro que consiguió herir al cabecilla. Además de disparar sobre Moreno, prorrumpió en grandes voces pidiendo socorro, de manera que los “malhechores”, sabiendo que la sierra estaba llena de militares y urbanos que los perseguían, emprendieron la huida dejando un “rastro de la sangre que derramaba Moreno”. El cortijero de Castril encontró después dos caballos, y al poco “se presentó uno de los compañeros del rebelde guiado por un muchacho”. En aquel momento aparecieron los urbanos de Pozo Alcón, que prendieron al rebelde. Siendo próxima la noche, todos, incluido el alcalde de Pozo Alcón que mandaba a sus urbanos, pernoctaron allí. La mañana del 14 salieron muy temprano “a perseguir al perverso”.


Fusilamiento por la espalda



    Fusilamiento de Luis Moreno.

    No duró mucho más fuga del malherido Moreno. El alcalde y los urbanos de Pozo Alcón batieron la zona hasta conseguir prenderlo el día 16, conduciéndolo a Quesada. La mañana del 17 el alcalde mayor de Quesada, don Francisco Tercero Luengo, escribía al gobernador dando parte de la captura de Moreno. La noticia procedía del “señor alcalde primero de la villa de Pozo Alcón”, que se había presentado en Quesada a primera hora acompañado del secretario de su Ayuntamiento. Con ellos iba Juan de Dios Martínez, que era el que apresó a Moreno. Se habían adelantado para anticipar la inmediata llegada a Quesada de Moreno, conducido por urbanos y paisanos de Pozo Alcón.

    Don Francisco Tercero, el último alcalde mayor “juez de letras” que hubo en Quesada, le dijo al gobernador que D. Nicolás Molinero, comandante de los Escopeteros, le quería abrir “una breve sumaria” (juicio), para no retrasar el “tan merecido castigo”. Pero además resulta que el captor de Moreno, el tal Juan de Dios, era un prófugo que se había fugado de presidio. Por eso don Francisco, en nombre del alcalde del Pozo, le pide al gobernador que “el interesantísimo servicio de que acaba de hacer” le haga “acreedor a la gracia del indulto”.[vi]

    Todo fue muy rápido, según el parte que el teniente coronel D. Nicolás Molinero envió al comandante general de la provincia con fecha del día 18:

    Excmo. Sr.: A las cinco de la tarde de este día ha sido fusilado por la espalda el cabecilla Luis Moreno, después de haberle administrado el pasto espiritual, e instruido el sumario de la identidad de su persona y por si declaraba algunos cómplices. [vii]

    El fusilamiento por la espalda era el trato correspondiente a su condición de traidor. No se dice el lugar exacto donde se fusiló a Moreno; tuvo que ser en la plaza, que era el lugar público más amplio de Quesada, y que se quiso dar a su muerte un carácter ejemplarizante. Según Molinero, un “inmenso gentío” había acudido “de los pueblos inmediatos a presenciar la justicia”, lo que, afirma, “deja conocer que aquel cabecilla fue más criminal de lo que parece”. Dijo también Molinero al gobernador que parecía increíble el “encono” de “todos los entusiasmados habitantes de la Sierra de Cazorla”, que la habían monteado toda ella “disputándose la gloria de ser los primeros a emplear sus armas”. Junto a Moreno se capturó a veinticinco cómplices y sospechosos, alguno de los cuales se hacía pasar por teniente. Quizás fuese su sobrino José, que así se titulaba por su participación en 1823 en la caballería de los Defensores del Rey.[viii] Según el gobernador, los urbanos de Cazorla había capturado a otro faccioso, un tal “don Antonio Morales, bien conocido en esta capital por sus opiniones” y que junto a otros compañeros había salido de Jaén para unirse a Moreno.[ix]

    La muerte de Moreno impactó en Quesada. Muestra de ello es el manuscrito inédito MEMORIAS DEL SIGLO XVIII AL PRESENTE. Escrito por varias manos que se fueron sucediendo, todas más bien carlistas, es una recopilación de sucesos ocurridos en Quesada, en su gran mayoría de carácter social: nacimientos, bodas, defunciones. En pocas ocasiones se hace referencia a los acontecimientos de índole más o menos política. Una de esas pocas es la muerte de Moreno, que se anota así en el capítulo de 1835:

    En 18 de febrero fusilaron a Don Luis Moreno por disposición de Don Nicolás Molinero teniente coronel de migueletes.

    Muerto Moreno, el pueblo volvió a su rutina habitual. Se levantaron las prevenciones con la correspondencia y se reanudaron los cobros de contribuciones, que se habían paralizado en el ínterin. Se abrió una nueva posada, que tenía más tiro entre los arrieros que el mesón del Ayuntamiento, junto al Arco de Granada —actual Manquita de Utrera—, por lo que se quejaba el que lo tenía arrendado. El 19 de abril fue la Traída de la Virgen y semanas después cesó Don Francisco Tercero Luengo como alcalde mayor. En el verano se clausuró el convento de Santo Domingo por tener menos de doce frailes. Por supuesto, continuaron los pleitos con Cabra por la Dehesa. El tal Juan de Dios Martínez, el captor de Moreno, fue indultado. Parecía que había vuelto la paz y la tranquilidad.



    José Moreno Alférez (a) el Fraile

    El resto de 1835 fue tranquilo en Quesada. Tranquilo por lo que toca a las facciones carlistas, porque aquel verano cundió la fiebre constitucionalista y en todas las provincias andaluzas se formaron juntas revolucionarias que constituyeron en Andújar la Junta Central de Andalucía. En ese fervor político, una muchedumbre de vecinos de Quesada se congregó el 4 de septiembre frente a la casa del regidor decano —ya no había alcalde mayor y los ordinarios no se eligieron hasta un mes después— exigiendo la proclamación de la Constitución de 1812. El regidor, Don Martín de la Torre, no quiso ni comprometerse ni ponerse en contra de la multitud. Contestó que ni aceptaba ni se oponía. Sin embargo, el pleno del Ayuntamiento, para evitar desórdenes, se avino al deseo de los vecinos. Esa tarde se colocó en la fachada de la casa consistorial una placa que decía: "Isabel II Constitucional". Hubo repique de campanas y se encendieron luminarias aquella noche en señal de júbilo.

    Pocos meses después, marzo de 1836, una Real Orden separaba Larva de la jurisdicción de Quesada y la agregaba a Cabra. Los tradicionales incidentes entre uno y otro pueblo se agravaron llegándose prácticamente a las manos. A finales de año, las partidas de Chinchilla y de Isidro Ruiz (a) el Monjero, se acercaron a la comarca. En Quesada se creó el 2 de diciembre una Junta de Protección y Seguridad ciudadana ante la cercanía de los carlistas, que, efectivamente, el día 14 intentaron invadir el pueblo. Poco antes, en septiembre, el general carlista Miguel Gómez había entrado por Alcaraz y pasado por Villacarrillo, Úbeda y Baeza con dirección Córdoba. Causó estragos, pero no se acercó a Quesada. Se vivía en continuo peligro y en permanente inseguridad. Resumiendo mucho, el 14 de julio de 1837, cinco días después de que se proclamase en Quesada la nueva Constitución, el capitán general de Granada declaró el estado de sitio en todos los pueblos de las sierras de Segura y Cazorla, lo que impedía, entre otras cosas, que los ganaderos permaneciesen con sus ganados en la sierra. Nos alargaríamos mucho entrando en los detalles de esta guerra, que ya está contada en parte en otro artículo de este blog (aquí).

    No hay noticia de algún Moreno en este tiempo, de manera que avanzamos con rapidez. El 13 de diciembre de 1837 la partida de Manuel Morillas entró en Quesada. No causó especiales daños, pero si exigió importantes cantidades de suministros. Con el cambio de año, enero de 1838, tomaron el relevo dos partidas bastante más serias, la de D. Basilio García (a) el de Logroño y la de Antonio Tallada Romeu. Provocaron un auténtico caos bélico en esta parte de la provincia. En Quesada, y siguiendo un protocolo ordenado por las autoridades, el Ayuntamiento abandonó el pueblo, llevando consigo los caudales que había en el arca municipal de tres llaves para evitar que cayeran en manos de los rebeldes. En su lugar quedó una junta interina encabezada por el párroco y de la que formaban parte algunos vecinos, como Santiago Vicente García, que por su cercanía al carlismo corrían menos peligro. El 6 de febrero, procedente de Cazorla, entró D. Basilio en Quesada. Inmediatamente y en su persecución, lo hicieron las tropas del general Laureano Sanz.

    Con la facción de Tallada venía un oficial carlista, “(auto) titulado coronel”, llamado Ramón Rodríguez Cano (a) la Diosa. Hacia el 28 de febrero se supo que la Diosa andaba por la parte de Béjar con unos 200 hombres (serían algunos menos). Inmediatamente fue acosado por los urbanos de Cazorla y Quesada al mando de don Ambrosio Navarro. El jefe carlista fue moviéndose por la sierra hasta llegar a Majuela. Allí sorprendió al regidor de Quesada don Ramón Bayona, en su cortijo, donde estuvo punto de ser fusilado junto a tres paisanos de Quesada y tres urbanos de Cazorla. El día era de abundante temporal y nieves, que hicieron que unos y otros se dispersaran en pequeños grupos. En un momento dado don Ramón y los otros seis sorprendieron a la Diosa acompañado de algunos facciosos y le obligaron a rendirse, tomándolo preso.[x] La noticia fue anunciada por el gobernador con entusiasmo en el Boletín Oficial y ampliamente reproducida por la prensa de Madrid.

    Recordemos que Luis Moreno tenía un sobrino, José Moreno Alférez (a) el Monje, que lo había acompañado en sus aventuras del año 23 y también durante la persecución de Luis en febrero de 1835. Entonces fue capturado un sobrino que, como va dicho antes, no se puede asegurar si fue José u otro. El caso es que, si fue José, consiguió la libertad —o se fugó como antes había hecho su tío— y andaba en 1838 por estas sierras. Junto a Don Basilio y Tallada actuaba en estos meses una partida menor, en número que no en ferocidad, mandada por el manchego Juan Vicente Rujero (a) Palillos. A esta facción pertenecía José Moreno. Cuadraba a su carácter unirse al terrible Palillos, porque ya se vio como en 1826 —época sin guerra— andaba fugado para evitar la cárcel, a la que había sido condenado por matar a un forastero en Quesada.

    ¿Acompañaba José Moreno a la Diosa como conocedor del terreno inmediato a su pueblo? Es posible, pero no aparece su nombre, aunque es fijo no fue capturado. El general Sanz consiguió expulsar de la provincia a don Basilio y Tallada, pero por aquí permaneció Manuel Morillas, al que se unió José Moreno, que no siguió a Palillos en la retirada. Durante el otoño alteraron la tranquilidad de las comarcas serranas y volvió a declararse el estado de sitio. La fama de José Moreno, la de su familia, le precedía y el nuevo comandante militar de Jaén, Carlos González Llanos, decidió desalojarlo de las inmediaciones de Quesada, donde centraba su actuación seguramente por conocer bien el terreno y contar con el apoyo de familiares y amigos en la zona.

    En el mes de octubre, siguiendo las instrucciones de González Llanos, tropas del regimiento provincial de Jerez, estacionadas en Quesada, lo atacaron y acosaron obligándolo a introducirse en la espesura de la sierra. Junto a un compañero llamado Vicente Sanz, que procedía de la famosa facción de Antonio García de la Parra (a) Orejita, se dirigieron Guadalquivir arriba hasta la parte de Bujaraiza. Parte de sus compañeros, comandados por un tal Peñilla, natural de Cazorla, intentaron escapar hacia Sierra Morena buscando la Mancha, donde campeaban otras partidas, y fueron alcanzados en Montizón.

    Morillas fue capturado y muerto en Villacarrillo a finales de octubre de aquel año de 1838. José Moreno y los pocos que le acompañaban quedaron aislados en la sierra, en una situación bastante desesperada. La partida de Morillas se había disuelto. El 24 de octubre González Llanos tenía en Quesada cincuenta facciosos presos, entre los que habían sido aprehendidos y los entregados por su voluntad. Eso fue lo que hizo Sanz, el compañero de Moreno, que se presentó a los urbanos de Bujaraiza y fue entregado a la guarnición de Hornos. Mandaba esta tropa, Tercer Batallón Franco de Málaga, el capitán Valdivieso, el cual informó a González Llanos que dos confidentes le tenían prometido traerle muerto a Moreno. Así ocurrió, y el 26 de octubre se presentaron al capitán Valdivieso en Hornos tres paisanos de Bujaraiza que le habían dado muerte. Llevaban consigo, como prueba de su triunfo, las orejas que le habían cortado al cadáver. Fue el autor material de la muerte Matías Nieto (a) Abrigo.

    Para asegurarse que el muerto era realmente Moreno, el cadáver fue llevado a Hornos y expuesto en la plaza del pueblo. Desde allí el capitán Valdivieso dió parte a su jefe González Llanos diciendo que, tras las diligencias oportunas, se había identificado con seguridad a Moreno y que de “no haber estado corrompido su cráneo, como lo acredita el adjunto testimonio, lo hubiera remitido a esa para satisfacción de V.S. y la de los buenos españoles”. Y remata el capitán Valdivieso:

    si Morillas era monstruo de estos contornos, el Moreno era el terror de todos, en el poco tiempo que le ha acompañado (...) sin exageración puede decirse era el terror de los vándalos.

    La noticia de que José Moreno el Fraile, había sido desalojado de Quesada, “pueblo de su naturaleza”, muerto en Bujaraiza y expuesto su cadáver en Hornos, fue ampliamente recogida por la prensa.[xii] Tras el final de Morillas, Moreno y sus secuaces, la provincia quedó en calma. Pocos meses después, el llamado Abrazo de Vergara puso fin a la guerra civil. La familia Moreno dejó de existir en Quesada, al menos dejó de estar entre las familias principales. Con un apellido tan común y no habiendo posibilidad de recurrir a los libros parroquiales para fijar lazos familiares, es complicado rastrear a sus descendientes. En cualquier caso no volvieron a tener notoriedad pública. Por último y, aunque no tenga que ver con los Moreno, don Francisco Serrano Bedoya hizo carrera durante esta guerra, llegando a ser ayudante de campo del general y regente don Baldomero Espartero. En este año de 1938, mientras luchaba contra los carlistas en Cataluña, fue herido de cierta gravedad por una bala de cañón en Sant Quirze de Besora, cerca de Osona. Los posteriores levantamientos carlistas —2ª y 3ª guerras— no afectaron a Quesada. Los Moreno desaparecieron de la memoria colectiva.



Carlos González Llanos.
Comandante militar de Jaén.



[i] ARCHGR_C10532_009. INFORMACION SUMARIA. EL FISCAL CONTRA LUIS MORENO, VECINO DE QUESADA, SOBRE ROBOS. 1829.

[ii] El capitán general ofreció para los urbanos 80 fusiles, que al poco quedaron en 40 para ser finalmente 15. El Ayuntamiento dijo a capitanía que eran muchos los gastos de ir a Granada a recogerlos para traer tan pocos, que cuando estuvieran disponibles todos ya se mandaría a por ellos. Los urbanos de Quesada tenían solo las armas que se le habían recogido poco antes a los realistas.

[iii] Boletín Oficial de la Provincia de Jaén de 14 de febrero de 1835.

[iv] Mensajero de las Cortes. 13 de febrero de 1835.

[v] BOP de Jaén de 21 de febrero de 1835.

[vi] El Eco del Comercio. 24 de febrero de 1835.

[vii] BOP de Jaén de 21 de febrero de 1835.

[viii] El Compilador (Madrid). 23/2/1835.

[ix] El Eco del Comercio. 24 de febrero de 1835.

[x] BOP de Jaén de 21 de febrero de 1835. Los tres paisanos de Quesada que participaron en la captura junto al regidor fueron: Ramón Pinos, Antonio Martínez Baltasar y Juan Ortiz.

[xi] BOP Jaén. 3 de Noviembre de 1838.

[xii] Por ejemplo, El Correo Nacional de 8 de noviembre de 1838.




lunes, 13 de mayo de 2024

CENTENARIO DE LAS EXCAVACIONES DE BRUÑEL


Cuaderno de notas de J.M. Carriazo. Fondo Carriazo-Universidad de Sevilla




    La mañana del 11 de agosto de 1924 la tierra de Bruñel, que solo había sido removida por el arado en los últimos mil quinientos años, se abrió por primera vez con fines arqueológicos. Su autor, no podía ser de otra manera, Don Juan de Mata Carriazo. Él mismo lo explica así en su cuaderno de notas bajo el título “BRUÑEL Diario (1924)”:

    11 de agosto. Empiezan los trabajos con dos peones. La mañana se emplea en explorar la supuesta torre del S-O de la zona en que afloran restos. Bien pronto se comprueba que sus fuertes muros, de un metro de espesor (sin el revestimiento de sillería que llevó probablemente) se ofrecen revestidos interiormente de una mezcla fuerte.

    La historia oficial, la historia publicada, del yacimiento empieza bastantes años después, en 1965, con ocho campañas de excavaciones que se extendieron hasta 1971. El profesor Manuel Sotomayor, en las Jornadas Históricas del Alto Guadalquivir. QUESADA (1992-1995)[1], expuso un completo resumen sobre estas excavaciones, que inició en ese año 65 Rafael del Nido y en las que participaron en los siguientes años importantes arqueólogos, como el propio Sotomayor, Palol o Riu. Sotomayor explica así el origen de las excavaciones:

    El descubrimiento casual que dio origen a las excavaciones lo describe así D. Rafael del Nido en su primer borrador, inédito, sobre laprimera campaña: “aunque siempre han aflorado restos de construcciones y fragmentos de cerámica en esta zona, ha sido al abrir hoyos para plantar olivos cuando empezó a encontrarse los primeros fragmentos de mosaicos”.

    En enero de 1965, llegada la noticia a Rafael del Nido, inició este unas prospecciones que le llevaron al descubrimiento parcial de los mosaicos. Lo curioso es que Carriazo los había descubierto cuarenta años antes. No tiene nada de particular esta anticipación, porque casi en cualquier cosa que se toque de historia o arqueología quesadeña, de un modo u otro, Carriazo ya estuvo antes.

    La explicación de que esta intervención pionera de Carriazo en Bruñel sea casi desconocida es sencilla: no publicó nada sobre su trabajo, apenas alguna escueta referencia en alguno de sus artículos de aquellos años, como el de Don Lope de Sosa (septiembre de 1925) sobre cerámica romana en El Allozar o, pocos años después, en el que dio a conocer la estela discoidea descubierta en el Paseo de Santa María durante el invierno 1931-32.

    El propio Carriazo se refiere a su intervención en Bruñel en una curiosa “entrevista” que le hizo Lorenzo Polaino en 1972, con motivo del homenaje tributado por la Universidad de Sevilla en su jubilación:

    Mi primera excavación personal quedó inédita. Fue apenas el descubrimiento y una exploración preliminar en las ruinas romanas de Bruñel, en el centro del triángulo Quesada-Cazorla-Peal de Becerro, realizada en agosto de 1924; y en ella puse al descubierto algunas partes de lo que parecía una suntuosa villa, con mosaicos. Siempre he querido volver a este tajo detenidamente, y nunca tuve otra ocasión de hacerlo. (…) Luego, en estos años pasados, otros compañeros han realizado allí trabajos y descubrimientos importantes, que me llenan de satisfacción y me quitan un cargo de conciencia.[2]

    En 1924 el Dr. Carriazo —que sigue teniendo a su nombre la calle que en 1931 le dedicó el ayuntamiento, la única de las nombradas por ayuntamientos republicanos que sobrevive— era un joven de apenas 25 años que se había doctorado con sobresaliente un par de años antes. Por entonces iniciaba su andadura pedagógica e investigadora en el Instituto Escuela y en el Centro de Estudios Históricos. En 1927, con apenas 28 años, ganó la cátedra de Prehistoria e Historia de España Antigua y Medieval de la Universidad de Sevilla.

    Aunque durante los años veinte solo pasaba en Quesada las vacaciones, aprovechó bien aquellas estancias y son de esa época sus muchas fotografías del pueblo y de Tíscar. Además aprovechaba esos días para explorar rincones del pueblo con interés arqueológico. Para los vecinos debía ser una estampa habitual verlo recorrer los pechos de Santa María y otros lugares “mirando el suelo”. En diciembre de 1924, tras recibir aviso por sus descubridores, excavó el yacimiento argárico del cerro de la Magdalena, que en este caso sí fue publicado[3]. Durante estos años veinte publicó asiduamente sobre temas quesadeños en Don Lope de Sosa, revista que dirigía en Jaén Alfredo Cazabán.

    Aunque no han faltado homenajes y reconocimiento, la deuda de Quesada y su historia con Carriazo es impagable, aunque más no fuera que por la monumental Colección Diplomática de Quesada de 1975. Tiempo habrá el año próximo, que se cumplen 125 años de su nacimiento, para extenderse sobre su figura, la más importante en mi opinión, junto a Zabaleta, del siglo XX quesadeño.

    Volviendo a Bruñel, hace referencia Carriazo a estos primeros trabajos tanto en los artículos ya citados de aquellos años como en el Estudio Preliminar de su Colección Diplomática, donde se refiere a ellos como “pequeño reconocimiento que descubrió las ruinas de una lujosa villa, con diversas habitaciones que tuvieron pavimentos de mosaico y paredes estucadas”. Pero aparte de estas cortas menciones Carriazo dejó otras huellas de su paso por el yacimiento arqueológico. Me refiero a sus papeles personales, guardados en el Fondo Carriazo, que custodia la Universidad de Sevilla por donación de la familia.

Fragmento del Cuaderno de notas de J.M. Carriazo.
Fondo Carriazo-Universidad de Sevilla


    Entre estos papeles hay una pequeña libreta, del tamaño de una agenda de bolsillo, en la que Carriazo tomaba, sin mucho orden, apuntes y notas sobre distintos asuntos que en aquel momento despertaban su interés o en los que se estuviera ocupando. Aquel verano de 1924 sus miras estaban puestas en Bruñel y sin duda por eso anota en una página un par de artículos del reglamento de excavaciones vigente en aquel momento; en otra, la bibliografía disponible entonces sobre mosaicos romanos y en una tercera, bajo el epígrafe “Para las excavaciones”, una relación de nombres y el importe en pesetas que cada uno de ellos había aportado para costear el pago de jornales de su excavación.

    Es en este cuaderno donde Carriazo apuntó los párrafos del diario de excavaciones con cuya cita se inicia este artículo. Es un documento de un encanto especial, diría incluso que emocionante, porque es un cuaderno de campo de uso personal, notas para su memoria. No solo están relacionadas con Bruñel —o con Lacra, como veremos— sino que también recoge, por ejemplo, una relación de anillos antiguos encontrados en Tíscar, Bruñel, Toya o Belerda, con su correspondiente dibujo y nombre de la persona que en aquel momento lo poseía, la colección de monedas (romanas y de los siglos XIV al XVIII) que poseía Nicolás Carrasco o la moneda romana de oro que tenía el padre de Zabaleta, con su huella estampada en el papel con sombra de lápiz. Por muchos conceptos tanto este cuaderno como el resto del Fondo Carriazo es una auténtica joya para la historia y arqueología de este pueblo.

    La excavación de Bruñel, o mejor la prospección o exploración, duró unos pocos días. Carriazo anotó en su cuaderno, con gran detalle y profusión de medidas, lo que se iba encontrando conforme avanzaban los trabajos. La mañana del día 11 descubrieron unas escaleras o repisas que daban a una pieza cuyos muros estaban recubiertos “de un cemento blanco, fuerte y bastante bien conservado” y en cuyo fondo se apreciaba “una capa de 10 cm., con apariencia de ceniza, que resulta ser trigo quemado o ennegrecido por la humedad”.

    La tarde del mismo día se dedicó a los restos de mosaico que se observaban a simple vista. Limpiando la tierra que los cubría, comprobó que eran en realidad dos mosaicos correspondientes a diferentes estancias, aunque había desaparecido el muro que las separaba. Interpreta esta falta de muro por la reutilización del material —“sillarejos bien labrados, codiciables por su fácil transporte”— en la construcción de los cortijos inmediatos. De la tierra removida salieron abundantes “trozos de cascote o yesones cubiertos de pintura”, entre los que le llamó la atención uno de color azul intenso.

Plano de Bruñel 1924
Fondo Carriazo-Universidad de Sevilla


    Carriazo acompañó sus anotaciones de pequeños dibujos explicativos que intercalaba en el texto manuscrito. Además, levantó un croquis, a escala 1:10, de los muros que eran visibles. No está este dibujo en el cuaderno, por cuestión de espacio, y seguramente es de fecha posterior y quizás de otra mano —salvo que además fuera un buen dibujante— aunque los datos proceden de aquellos días. En el Fondo Carriazo hay dos versiones del mismo. Una de ellas con la leyenda Apunte de plano de la “Villa” romana de Bruñel. Agosto de 1924.

    Aquella primitiva exploración de Bruñel tuvo su anécdota chusca que Carriazo cuenta en la citada entrevista de Lorenzo Polaino. Según don Juan de Mata uno de aquellos días se descubrió una pieza cuyo suelo sonaba a hueco si se pisaba fuerte: “sorprendí miradas de complicidad entre mis cavadores que me alarmaron mucho”. Al volver al pueblo comunicó sus temores a “cierta autoridad para que dispusiera que aquella noche el lugar fuera vigilado especialmente”. Lo autoridad se lo tomó tan en serio que prometió acudir él mismo a la vigilancia y custodia. Cuando al día siguiente volvió Carriazo al yacimiento encontró “que la autoridad se había pasado toda la noche rompiendo el piso y abriendo una enorme fosa, «pues para qué iba él a dejar a otros la oportunidad de descubrir un tesoro»”.

    Ya con posterioridad, en 1934, pudo registrar el hallazgo en Bruñel de “una tumba infantil, con un sarcófago de plomo y una lápida cintrada, en la que apenas se leía D. M. S. BRAC...”[4]. En el Fondo Carriazo se conservan fotografías de este hallazgo y además un dibujo de su mano en el citado cuaderno de notas, justo antes del inicio del “Diario de Excavaciones”.[5]

Sarcófago de plomo y epígrafe de Bruñel -1934.
Fondo Carriazo-Universidad de Sevilla


    Antes de terminar no me resisto a mencionar otro episodio arqueológico de Carriazo en Quesada que ha quedado también inédito. Me refiero a los hallazgos de época romana en Lacra, que él identifica con el topónimo “Laccuris”[6]. Ya en 1925 dio cuenta en un pequeño trabajo, publicado en Don Lope de Sosa, que en Lacra se habían encontrado “vidrios, grandes ánforas, armas y joyas, parte de una necrópolis y repetidos indicios de un suntuoso establecimiento termal, en las inmediaciones de una salina”. En el Estudio Preliminar añade que “allí en Lacra, en las inmediaciones de una hermosa fuente, han estado siempre bien a la vista unos molinos romanos del tipo cónico, que las gentes del país llamaban las mazorcas”. Pero el hallazgo más importante en aquel lugar fue el de un edificio o monumento de época romana de buen porte:

    Durante nuestra guerra civil se descubrieron y se destruyeron, del modo que muestran las fotos adjuntas, los restos de un edificio romano de hermoso aparejo, tal vez un sepulcro del tipo de torre que no llegué a tiempo de salvar.

    Dice “las fotos adjuntas”, pero estas no están entre las ilustraciones de la Colección diplomática de Quesada; fue sin duda un lapsus. Pero sí están en Fondo Carriazo, junto a las del sepulcro e inscripción epigráfica de Bruñel. Hay además entre sus papeles uno donde están anotadas las dimensiones del hallazgo y el lugar: “Haza del Cañuelo, Lacra”. Arriba anotada una fecha, “enero de 1934” y “desc. Gregorio Caballero López”. La Colección diplomática de Quesada se publicó en 1975, muchos años después del hallazgo y es fácil que fecharlo en los años de guerra fuera otro lapsus y que la fecha buena sea la de 1934. Además Gregorio Caballero era un labrador de Los Rosales que tuvo un tiempo arrendadas tierras en Piedrabuena (posiblemente las propias de Carriazo, propietario allí) y que seguramente en 1934 era arrendatario en Lacra. No era en cualquier caso un jornalero y no creo que estuviera al frente de tierras durante los años tumultuosos de la guerra civil.


Edificio romano hallado en Lacra
Fondo Carriazo-Universidad de Sevilla


    Fuera el hallazgo de uno u otro año, el edificio era de buen porte, con grandes sillares bien labrados, como se puede apreciar en la foto, aunque no sea de buena calidad. No pudo impedir Carriazo la destrucción del edificio pero, como él mismo cuenta, sí pudo recuperar, “trabajosamente”, “una bella cabeza de carnero, en ágata, posible adorno de un mueble suntuoso y obra probablemente alejandrina y del siglo I, con la que jugaban unos niños creyéndola el puño de un paraguas”. Esta cabeza forma parte en la actualidad de la colección del Museo Arqueológico Nacional, por donación de Juan de Mata Carriazo en 1959.

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[1]Manuel Sotomayor Muro. Sobre la villa romana de Bruñel. De las sociedades agrícolas a la Hispania Romana. Jornadas Históricas del Alto Guadalquivir. Quesada (1992-1995). Universidad de Jaén 1999.

[2] Lorenzo Polaino Ortega. Don Juan de Mata, examinado. Está recogido en Juan de Mata Carriazo y Arroquia. Perfiles de un centenario (1899-1999). Juan Luis Carriazo Rubio (ed.). Universidad de Sevilla, 2001.

[3]La cultura de El Argar en el Alto Guadalquivir. Estación de Quesada. En Actas y Memorias de la Sociedad Española de Antropología, Etnografía y Prehistoria. Año 4º Tomo IV, 1925.

[4]Estudio Preliminar pág. XXVI

[5] Justo debajo de este dibujo, y como otra muestra más del uso para anotaciones sueltas de uso personal que dio al cuaderno, anotó algo que no tenía nada que ver, pero imprescindible en otros trabajos de épocas más cercanas: la equivalencia entre ducado, real y maravedí. Es algo que yo también necesité en su momento, pero que con los medios que contamos hoy no me fue preciso apuntarlo en cualquier sitio y lo hice en una hoja Excel que me permite cálculos inmediatos. Compartir esta necesidad con D. Juan de Mata es una de las razones por las que digo que acceder a “sus papeles” me ha resultado emocionante.

[6] Esta identificación salpica sus páginas, tanto de este cuaderno de notas como de otros trabajos, y especialmente en Estela discoidea de Quesada. Archivo español de Arte y Arqueología. Tomo VIII 1932. Centro de Estudios Históricos. Madrid.



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