lunes, 31 de julio de 2023

Los CONVENTOS de QUESADA y el callejón que los separaba

 

                Los conventos de Quesada en 1736
                            1 Claustro
                            2 Torre del Reloj
                            3 Campanario
                            4 Iglesia de San Juan Evangelista
                            5 Refectorio, cocina, sacristía
                            6 Callejón que dividía los conventos
                            7 Convento de monjas de Nª Sª de los Remedios
                            8 Iglesia de Santa Catalina


Hubo en Quesada dos conventos, uno de frailes y otro de monjas, ambos de la Orden de Predicadores, es decir, dominicos. Del convento de frailes, titulado de San Juan Evangelista, ha quedado memoria incluso fotográfica, pues no fue derribado hasta finales de los años cuarenta del pasado siglo. Del convento de dominicas de Nuestra Señora de los Remedios, desaparecido mucho antes, apenas queda más recuerdo que la calle conocida como Callejón de las Monjas. Como ocurre en otros casos del patrimonio urbano perdido, solo es posible reconstruir su ubicación y estructura partiendo de los datos aportados por los documentos que se refieren a ellos para después, en una especie de arqueología de callejero, situarlos en el actual plano del pueblo.

1.- Los dos conventos de Quesada

El convento de San Juan se fundó, según Nicolás Navidad que ha estudiado el tema, por el capitán Juan Negrillo en 1542. El capitán Negrillo participó activamente en las campañas militares del norte de África tras la conquista de Granada, destacando en la campaña de Bugía y en el Peñón de Argel.[1] Según el mismo autor es probable que el convento de las monjas también fuera fundado por el mismo capitán en torno a esos años. Los dos conventos se instalaron extramuros, en la entonces zona de expansión que creció tras el final de la guerra de Granada y el cese de los peligros militares. La ubicación del de los frailes se correspondía con la actual plaza de la Coronación, y en la manzana entre esta y el Callejón de las Monjas el de las dominicas. La presencia de los dominicos tuvo sin duda un impacto grande en el pueblo y su prior gran relieve en la vida política local. Ya a los pocos años de su fundación, durante la sublevación morisca de 1568-1571, fray Luis de Prados, superior del convento, fue comisionado ante las autoridades políticas y militares para defender distintas peticiones del Ayuntamiento relacionadas con aquella guerra.[2]

En 1752 el convento estaba compuesto, según su prior fray Miguel de Atencia, por ocho frailes sacerdotes y cuatro legos. A su servicio tenían dos fámulos, un mozo para el campo y un pastor. Se mantenía el convento del fruto de sus tierras, en su mayoría arrendadas y repartidas por casi todo el término. Las rentas anuales ascendían a algo más de 25.000 reales. En estas rentas estaban incluidos los réditos de censos a su favor (préstamos) y limosnas de memorias (cargas que los finados dejaban sobre alguna de sus propiedades para que los herederos destinasen una cantidad a misas y sufragios). Estos 25.000 reales permitían a los frailes una existencia acomodada, sobre todo porque estaban exentos de tributos y contribuciones. Pero tampoco era una cantidad exorbitante pues por ejemplo, el tendero y vendedor de aguardiente Francisco Candial, con establecimiento en la calle Nueva, conseguía anualmente 4.000 reales. Por su parte el vecino más rico del pueblo, don Atanasio de Alcalá, se embolsaba más de 50.000 rr.[3]

No era un convento especialmente rico, en nada comparable a los grandes conventos de Úbeda o Baeza. Tanto es así que cuando en 1810 debieron ceder, como todos los vecinos, la mitad de los objetos de plata que poseían para financiar la guerra contra Napoleón, entregaron “un copón mediano y otro más chico, como una taza, dos cálices con sus patenas y cucharas y una lámpara con las cenas falsas”.[4] Aunque seguramente escondieron parte del inventario, como todos los vecinos, no parece gran cosa. Seguramente a causa de esa cierta precariedad, cuando en 1835 de decretó la supresión de los conventos que tuviesen menos doce frailes profesos, el de San Juan Bautista de Quesada fue uno de los afectados. Los frailes se trasladaron a otros conventos de la orden y sus propiedades pasaron a formar parte de los Bienes Nacionales para amortizar deuda pública. Quedó vacío y sin uso el gran caserón, aunque su iglesia continuó abierta pero dependiendo como ayuda de la parroquia.[5] Muy poco después, mientras las partidas carlistas de Don Basilio y Tallada acosaban el pueblo, en 1838, la Junta de enajenación de conventos cedió al Ayuntamiento el piso alto del claustro para la instalación de las escuelas públicas. En 1843 se autorizó a que en las partes bajas de dicho claustro se instalasen las paneras (silos de cereal) del Pósito.

En este conjunto de edificaciones que formaban el antiguo convento había dos elementos singulares: la torre de la esquina suroeste del claustro y un salón en la planta baja del claustro, dando a la Cuesta de San Juan, que tuvo diferentes usos. La torre, que hoy estaría casi sobre la carretera, frente a la Explanada, era conocida como Torre del Reloj pues en ella se instaló el reloj público hacia mediados de siglo. Este reloj era el único medio que tenía los vecinos que no poseyesen uno propio de saber la hora en la que vivían. En el extremo de la torre se hizo una pequeña terraza con un templete, en el que se puso una campana que marcara las horas. El reloj público estuvo en la torre hasta que fue demolida en 1949, trasladándose entonces a la fachada del Ayuntamiento.

El pequeño salón de la parte baja del claustro tuvo distintos usos. En un principio fue destinado a local municipal para reuniones. Allí se celebró la asamblea de vecinos convocada en 1869 para debatir y proponer alternativas al sistema tradicional de leva de soldados conocido como la "Contribución de Sangre".[6] Durante la I República se cedió al maestro don Antonio Redondo para que instalase en él un colegio de segunda enseñanza, proyecto fallido tras el cual el salón comenzó a usarse como teatro. En 1900 se arrendó a la Sociedad Lírico-dramática La Lira, de la que pocas noticias quedan, y en 1909 salió a subasta, quedando en manos de Manuel Marín, que lo usó como local de espectáculos. En él se proyectaron las primeras películas en Quesada. Mantuvo este uso hasta que a principios de los años 20 se inauguró el cine-teatro Chueca, en el actual número 12 de la Plaza. Tras perder esta utilidad, en 1922 fue cedido a la empresa de transporte que realizaba el servicio con la estación de Los Propios, de Manuel Marín, que lo utilizó como garaje. En 1928 el Ayuntamiento le exigió que desalojara el local, lo que no se llevó a cabo hasta 1931 por el primer ayuntamiento republicano. Se adecentó y fue usado desde entonces como lo que llamaríamos hoy local de usos múltiples, es decir, para cualquier necesidad municipal, incluida la de colegio electoral.


Fotografía de Juan de Mata Carriazo hacia 1929-1930
Fondo Carriazo. Universidad de Sevilla


Como antes se dijo, el primer uso del edificio tras la exclaustración de los frailes, fue el de escuelas. Se instalaron tres en las galerías de la primera planta del claustro. Siempre estuvieron en mal estado por estar en un caserón viejo,  bastante insalubre y de complicado y caro mantenimiento. Ya en 1890 el maestro (y pintor) Isidoro Bello denunció su mal estado, especialmente el de la escuela que pegaba a la torre del reloj. En 1894 se clausuraron temporalmente por el estado ruinoso de las escaleras. En varias ocasiones se volvieron a cerrar por constituir, especialmente los retretes, un foco infeccioso. En 1936 el inspector provincial de 1ª Enseñanza amenazó al Ayuntamiento con su cierre por el pésimo estado que presentaban. Estas escuelas estuvieron en uso al menos hasta 1945. Desde las ventanas de la escuela que daban al sur pintó Zabaleta algunas de sus vistas del Jardín. También, en 1928, desde estas ventanas hizo Juan de Mata Carriazo una preciosa foto del Jardín nevado que años después llevó al lienzo Zabaleta.

El mercado de Quesada se montaba históricamente en la Plaza, por no remontarnos tiempos medievales en que se hacía en la Plaza Vieja o de la Lonja. Cuando en 1878 se construyó el jardín, que entonces llamaron paseo, nivelando el suelo y plantando árboles, se planteó el serio problema de que las mercancías se tenían que pregonar y vender por las calles, lo que originaba todo tipo de problemas y molestias. En 1883 se habló de instalar el mercado en la plaza que resultaría del derribo de la iglesia de Madre de Dios de la Soledad y su cementerio anejo (sin uso desde 1855).[7] La idea no cuajó y se puso la vista en el claustro del convento, donde estaban las paneras del Pósito, que ya tenían poco uso porque este hacía cada vez menos préstamos en grano y más operaciones en efectivo. Hubo un primer intento de usar el claustro como mercado en agosto de 1873, y fue a propuesta del concejal Manuel Antonio de Alcalá (hermano de Ángel Alcalá Menezo). Lo impidió la ambigüedad de su propiedad (del Estado o del Ayuntamiento), algo difícil de aclarar en tiempos tan tumultuosos. Pero finalmente fue en el claustro del convento donde se instaló la plaza de abastos y allí se mantuvo hasta los años cuarenta del siglo pasado. Situado en medio del pueblo, la plaza de abastos se constituyó rápidamente en uno de los centros de la vida local. En su recinto se dieron también grandes mítines políticos, como el organizado por la CNT el 11 de noviembre de 1932 y que protagonizó el famoso anarquista Mauro Bajatierra.[8]

Cuando se clausuró el convento la iglesia siguió abierta, usándose como ayuda de parroquia. Tenía una sola nave con pequeñas capillas en sus laterales y con el altar mayor situado aproximadamente sobre el que luego fue primitivo museo Zabaleta. En el pie de la nave, dando con el claustro, había un pequeño campanario. La entrada a la iglesia para los fieles estaba más o menos frente al actual bar Capri. Estuvo en uso hasta finales de los años veinte, cuando se abandonó por amenaza de inminente ruina. Hacia 1930 ya había perdido el techo y estaba reducida a cuatro paredes y al campanario. Se convirtió en una especie de escombrera, solo usada por los zagales para jugar al fútbol con pelotas de trapo. En varias ocasiones los vecinos se quejaron de su estado y exigieron al Ayuntamiento que la saneara.[9] La demolición completa de las ruinas no se produjo hasta 1946.

Sobre el antiguo museo había unas viejas casas muy deterioradas que habían pertenecido al convento y que ahora eran de propiedad municipal. Ya en 1878 se intentaron vender, lo que no se consiguió por la oposición del gobernador. Se instaló allí una de las escuelas de niñas, que se mantuvo hasta bien entrado el siglo XX. El solar de estas casas se intentó aprovechar varias veces para que el Estado construyese nuevas escuelas. Sobre este y sobre el solar de la iglesia se llegó a aprobar un proyecto de grupo escolar y viviendas de maestros, que no llegó a ejecutarse por el estallido de la guerra civil.[10]

En 1949 se derribaron el claustro, las escuelas y la plaza de abastos, con lo cual quedó completamente expedito el espacio en el que se construyó el jardinillo de la Plaza de la Coronación y más tarde el primitivo Museo Zabaleta.


Interior de la iglesia del convento de San Juan. 1925
La foto corresponde a la boda de Tomás Malo Marín y
Carmen Carriazo Arroquia. La hizo seguramente su hermano
Juan de Mata.


Del convento de las monjas dominicas de Nª Sª de los Remedios hay mucha menos información porque desapareció hace más de doscientos años. Como antes se dijo citando a Nicolás Navidad, probablemente se fundó por el capitán Negrillo a mediados del siglo XVI. En 1752 esta comunidad era más numerosa que la de los frailes y estaba compuesta por trece monjas de velo negro y otras siete de velo blanco (asistentes). Contaban con un criado para la cosa del campo y un pastor. Algunas de las monjas pertenecían a las familias de más abolengo del pueblo, como la propia priora sor Leonor Amador, su hermana Mauricia, Dª Isabel Marcela de Bedoya o Dª Ana Serrano. El convento disfrutaba de unas rentas anuales de unos 15.000 reales procedentes de sus tierras y de los intereses de censos a su favor. Pero además, las monjas mantenían capital propio procedente de la dote con la ingresaban. Había mucha diferencia entre unas y otras, pero algunas disfrutaban de un patrimonio bastante holgado, como la propia priora, que disfrutaba una renta de 3.000 reales anuales.[11]

El convento tenía aneja una pequeña iglesia o ermita dedicada a Santa Catalina, Santa Catalina de Siena, mística dominica con gran predicamento en la orden. Estaba situada en la esquina del convento que da a la plazuela que aún hoy lleva su nombre. Tenía esta iglesia una pequeña dotación de bienes para el mantenimiento de su fábrica. En 1752 estos bienes rentaban 450 reales anuales y los administraba D. Bernabé Morata, teniente de cura de la parroquia de Tíscar y su santuario (que no vivía en Tíscar, sino en esa plaza de Santa Catalina).

La situación del convento no debía ser muy boyante ya por estos años y además se habían producido algunos escándalos que obligaron a intervenir a la Inquisición de Córdoba. Entre ellos, la implicación de varias monjas en el proceso por solicitación (proposiciones carnales aprovechando la intimidad de la confesión) que sufrió fray Martín Troyano, confesor de las monjas, que mantuvo chanzas y conductas indecorosas con varias de ellas en el locutorio.[12] También tuvo que intervenir la Inquisición por la denuncia de prácticas supersticiosas y curanderismo de dos de ellas, sor Julia Serrano y sor Felipa de Lara.[13] Por todo esto la orden dominica renunció al convento, que en 1761 pasó a depender de la jurisdicción eclesiástica ordinaria, es decir, el Arzobispado de Toledo por vía del vicario de Cazorla. Poco aguantó el arzobispo a las hermanas y en 1786 consiguió licencia de Carlos III para su clausura definitiva.

Las monjas dominicas fueron trasladadas al convento de religiosas agustinas de Cazorla. Con ellas y para su manutención iban los bienes de la comunidad, tierras, casas y censos. Esto dio origen a un largo pleito sobre su propiedad entre el Ayuntamiento de Quesada y las agustinas de Cazorla, una vez que a principios del siglo XIX habían muerto todas las monjas procedentes del convento de dominicas. Fue un pleito largo y complicado, directamente afectado por las vicisitudes del momento: invasión francesa, Constitución de Cádiz, vuelta del absolutismo… Explicado aquí alargaría demasiado la narración y merece la pena dedicarle más tiempo en mejor ocasión.

2.- El expediente y pleito por el callejón de los conventos

Como ya se ha dicho, el convento de frailes ocupaba el espacio de la actual Plaza de la Coronación y museo viejo. Entre ambos había un pequeño callejón muy estrecho, de unos dos metros (poco más de dos varas), al que daban las tapias del convento de monjas y las ventanas de las dependencias de los frailes. Era un paso inmundo y solitario, apropiado para toda clase de excesos y torpezas, entre las que no eran menores las escatológicas que podemos imaginar. Esta situación originaba a los frailes grandes inconvenientes. No así a las monjas, pues su convento solo daba al callejón por tapias sin puertas ni ventanas. Las iniciativas que tomaron los dominicos dejaron un abundante testimonio escrito que sirve, además de para conocer su historia, para aclarar la disposición de los conventos sobre el espacio urbano. Este callejón del que hablamos se corresponde con el lateral izquierdo de la plaza de la Coronación.

En el cabildo del día 5 de enero de 1736 se tuvo conocimiento de un memorial presentado por el prior del convento de San Juan al Ayuntamiento. Solicitaban los frailes que se les cediese “la calle sucia que media y divide el convento suplicante del de sus religiosas”. Alegaban en su favor que lo excusado y estrecho del callejón, donde no había vecindario, facilitaba la comisión de torpezas y era “fermento de algunos escándalos” que atentaban contra el Bien Cristiano.  Atentaba también contra el “bien político”, pues estando tan próximo a la Plaza se había convertido en un depósito de inmundicias. Las ventanas de la sacristía, refectorio y cocina daban a este callejón y cuando se abrían se introducía un “intolerable hedor”. Para solucionar el problema pidieron que se les cediese el callejón para poder tapiar sus extremos e impedir el acceso y paso por el mismo. Eran estos extremos por un lado la cuesta de San Juan y por el otro la esquina de la iglesia de las monjas, Santa Catalina. No se perjudicaría con ello el bien público, pues a causa de sus lamentables características no se utilizaba para el tránsito común. Añadían los frailes que, si se les concedía este cierre, les fuese permitido coger piedras de la muralla para construir las tapias.

El Ayuntamiento, presidido por el entonces corregidor don Miguel Jacinto de Rueda, acogió como ciertos los argumentos de los frailes, pues el callejón “no es de uso a la república por lo trasmano y excusado del comercio y antes sí solo sirve de perjuicio para la salud pública”. Se acordó ceder a perpetuidad su propiedad al convento de San Juan para que lo cerrase y tapiase. Se conseguiría además de esta suerte que “quede la calle y plazuela de Santa Catalina en perfección cuadrada para la hermosura y aseo de la república y que de esta suerte se eviten los inconvenientes que quedan expuestos de inmundicias en el centro de la república y ofensas de Dios”.[14] Respecto a las piedras de la muralla, se les dio permiso para usar “la piedra que se haya rodada de la muralla en las cuestas, sin que en ningún caso se use ni toque a la piedra sita en las murallas que se hallan en pie”.

Como antes se dijo, la orden dominica renunció al convento de las monjas, que quedó en manos del Arzobispado de Toledo. Para obtener alguna utilidad de él, pensando ya en derribarlo y construir casas para alquilar, el arzobispo ordenó al vicario, marzo de 1762, que procediese inmediatamente a la apertura del callejón. Los frailes comprendieron lo que se les venía encima. Un convento de pueblo poco podía hacer frente al inmenso poder de la Sede Primada. La solución estaba en involucrar al Ayuntamiento, que estaba sujeto a la jurisdicción real y no a la eclesiástica.

El 23 de enero de 1763 se presentó en el cabildo el muy reverendo padre fray Ángel de Lucena, prior del convento de San Juan Evangelista. Informó el prior de la intención del vicario del arzobispo de abrir el callejón. Dijo fray Ángel que esta decisión no correspondía a la jurisdicción eclesiástica sino a la Real Justicia, que administraba en nombre de S.M. el Ayuntamiento. Por eso y para evitar la intromisión del vicario del arzobispo propuso devolver al pueblo la propiedad del callejón que le había sido cedida en 1736. De esta manera volvería a ser una vía pública y su apertura o cierre de competencia exclusiva del Ayuntamiento. El cabildo aceptó sin reservas el ofrecimiento y así se aprobó. Pocos años después, en 1779, se reforzaron las tapias que cerraban el callejón por ambos extremos y se escribió en ellas la siguiente frase: “este callejón se ha tapado por providencia de buen gobierno año de 1779”.

En 1786 se clausuró definitivamente el convento de Nª Sª de los Remedios y sus monjas fueron trasladadas al de las agustinas de Cazorla. De inmediato las agustinas por mano de Luis Rodríguez, su representante en Quesada, procedieron a la demolición del convento, construyendo en su lugar “casas proporcionadas y habitables” a fin de obtener una renta con su alquiler. Tres de las nuevas casas tenían sus puertas dando al callejón y mientras este no se abriese no se podrían habitar. Por eso, el 27 de junio de 1787, se presentó por el representante de las agustinas de Cazorla un escrito al Ayuntamiento solicitando la inmediata apertura del callejón. Nada más tener noticia, el convento de San Juan contestó con otro escrito firmado por el entonces prior, fray Pedro de Duero y dos frailes, fray Juan González y fray Francisco Montesinos. En este escrito recordaban las graves causas que originaron el cierre del callejón  y los perjuicios que se seguirían de su reapertura. La sacristía, refectorio cocina y despensa daban al callejón y eran de una sola planta, por lo que no se podían elevar sus ventanas.

Pocos días después, 30 de junio, se reunió el cabildo para tratar este expediente. El Ayuntamiento no podía oponerse a que las agustinas edificaran en suelo propio, pero por otra parte eran conscientes de los perjuicios de la completa apertura del callejón. Por ello adoptaron una solución que coincidía con la propuesta que habían hecho los frailes. De un lado concedió “libertad y permiso para que se haga la apertura del callejón que se expresa por la parte que tiene y da salida a la plazuela de Santa Catalina de esta población para que por el referido sitio tengan comercio los vecinos que hayan de transitar las casas nuevamente construidas”.  De otro acordó que desde la puerta de la tercera y última casa construida por las agustinas, el callejón siguiese cerrado hasta “el extremo que sale a la cuesta de San Juan”, quedando para uso y desahogo de los frailes. De esta manera las agustinas podrían alquilar las casas pero el callejón solo se utilizaría por sus vecinos y no volvería a ser lugar de paso, escándalo y desahogo de vientres y vejigas. Como inmediatamente veremos, esta disposición se mantuvo al menos hasta mediados del siglo XIX.


El callejón tras el acuerdo del Ayuntamiento de 1787


3.- Los conventos sobre el plano del pueblo

Como antes se dijo, en 1949 se derribó la torre del reloj y el claustro del convento, utilizado como plaza de abastos y escuelas. El aspecto de esta zona central del pueblo cambió para siempre siendo, con algunas reformas, el que hoy conocemos. Existen unas cuantas fotografías del edificio que permiten conocer su aspecto exterior. En el Fondo Carriazo de la Universidad de Sevilla se conserva una fotografía hecha desde la Explanada una mañana de ferias. Su fecha debe ser 1930 o algún año inmediato anterior (la bandera de los puestos tiene la banda central doble de ancha que las exteriores, es decir, no es la republicana). En el centro destaca la torre del reloj con una placa en la parte baja con el nombre de la plaza, entonces General Serrano Bedoya. A la izquierda de la fachada que daba a la Cuesta de San Juan se ve un portón por el que se accedía al local que fue teatro. A la derecha de la torre aparece el otro portón por el que se accedía a la plaza de abastos, y encima las ventanas de una de las escuelas. Un poco más a la derecha, el campanario de la iglesia y a continuación la iglesia, que ya está en ruinas. Solo permanece en pie el fondo de la nave, sobre el altar mayor. También se aprecia la puerta de entrada, que daba a la entonces llamada calle de San Juan.

No hay ningún plano del edificio donde aparezca su distribución interior, que hay que deducir de las fotografías, de las cortas alusiones en los documentos y de las pocas noticias transmitidas por las personas que lo conocieron. Sin embargo, y muy curiosamente, sí hay una fotografía aérea. Pertenece a la serie A del llamado Vuelo Americano. A finales de la Segunda Guerra Mundial Estados Unidos, exultante vencedor, se dedicó a cartografiar y fotografiar casi toda Europa, evidentemente con fines de control militar. La fotografía de Quesada es de mediados de 1946, cuando todavía no se había derribado el claustro. La fotografía es analógica y de escasa resolución, pero sirve para ver lo que quedaba del edificio. Se observa con toda claridad el claustro, y se distinguen (mal) la dos torres, la del reloj y la del campanario. Alineado con el lateral derecho de Coronación, el solar de la iglesia en el que aún se distingue el paredón, todavía en pie, que separaba la nave de la iglesia de las dependencias que daban al famoso callejón (sacristía, refectorio cocina), de las que parece no quedar nada, apenas el solar. En el extremo que más tarde ocupó el museo hay otro solar que en su día se correspondería con otras dependencias del convento (corrales, cuadras…). En este solar es donde se construyó una casa que servía de escuela de niñas.


"Vuelo Americano" de 1946 en el que se aprecia el claustro
y los restos de la iglesia del convento


El plano más antiguo de Quesada del que hay conocimiento es el levantado por Coello a mediados del siglo XIX para el apéndice cartográfico del Diccionario Geográfico y Estadístico de Madoz. Su fecha, que no consta en él, es de 1850 aproximadamente. A pesar de lo avanzado que fue Coello para su época, el plano no guarda una fidelidad estricta a las proporciones y dimensiones, aunque resulta bastante aproximado. Sirve desde luego para comprobar la posición de los distintos elementos urbanos. En el plano está dibujada la iglesia del convento y marcada la manzana con el número 2 de las entradas explicativas. Dice literalmente esta: “exconvento de dominicos de San Juan Evangelista, ayuda de parroquia, teatro y escuela pública de niños”. Todavía no hay referencia al mercado que, como se ha visto, se instaló allí en las últimas décadas del siglo.

Si se observa detalladamente el plano, se ve cómo el callejón a que nos venimos refiriendo está cerrado en su extremo de la Cuesta de San Juan. Sin embargo, por la parte de Santa Catalina existe una calle sin salida de escaso recorrido. Se corresponde esta disposición con el acuerdo salomónico que tomó el Ayuntamiento en 1787: abrir una parte del callejón para permitir la entrada a las casas construidas por las agustinas y dejar cerrado el resto para beneficio del convento de dominicos. Esta situación se mantuvo, a juzgar por este plano, al menos hasta mediados del siglo XIX.


Detalle del plano de Coello, hacia 1850.


El siguiente plano conocido de Quesada es el levantado por el Instituto Geográfico y Estadístico en 1896. En él aparece el callejón completamente abierto, con el nombre de Calle de las Escuelas, pues el acceso a estas estaba, desde que se instaló en el claustro la plaza de abastos, en una puerta lateral que daba a esa calle. Ni en este ni en el anterior hay rastro alguno del convento de las monjas, pues ya se ha visto que hace más de doscientos años que se derribó y transformó en viviendas. En un primer momento se edificaron tres casas en el callejón y seguramente también otras más que daban a las calles que rodean la manzana y que en el expediente del pleito no se citan por no estar afectado su acceso por el cierre del callejón. Cuando en 1813 el administrador de Bienes Nacionales hizo inventario de los procedentes de las dominicas relaciona “como unas 20 viviendas en el convento”.


Detalle del plano del Instituto Geográgico, 1896.


El convento de las dominicas ya era cosa antigua y casi olvidada para los quesadeños del siglo XIX. Apenas quedaba el nombre de la plaza de Santa Catalina, que aún permanece. El de los frailes permaneció en pie hasta hace no demasiadas décadas. Su estampa, la de la torre del reloj dominando el espacio de la Plaza, forma parte de los recuerdos de los vecinos y vecinas de más edad. Uno de ellos era mi padre, a quien hace tiempo convencí para que escribiera sus recuerdos a modo de “gimnasia mental”. Se crió en una casa de la entonces calle del Convento o de San Juan y en su infancia jugó entre las ruinas del antiguo convento.

Según recordaba, en el patio porticado, el claustro, estaba la plaza de abastos como ya sabemos. Encima había tres escuelas. La que daba a la Explanada y carretera era la de D. Rafael Torres, en la que él aprendió a leer y escribir. La que daba a la calle de las Escuelas, de D. Hilario Montiel y la tercera, dando al jardín, la de D. Ángel Cobos. La otra galería servía de pasillo. A continuación estaba el campanario de la antigua iglesia, “que se conservaba bastante bien, solo faltaba la puerta de entrada; aunque parece que se tocaran las campanas desde abajo, por no existir ningún resto de escaleras y ser muy estrecha”. A continuación, frente al bar Capri, “la puerta de entrada en forma de arco y con tres escalinatas de piedra que sobresalían algo en la calle”. Esta pared a la calle de San Juan estaba en pie, pero el tejado estaba hundido, “hecho ripios y tierra  en el suelo”. La pared que separaba la iglesia de las dependencias de sacristía, refectorio y cocina (que él confunde con una segunda nave) también estaba en pie y tenía arcos y hornacinas. Entre este paredón y “el callejón de las mierdas” (sic.) quedaba solo un solar, pero recuerda que “había al principio una casa de una planta que la habitaba el Ollero, que hacía churros; supongo que sería, en tiempos, la casa del sacristán o algo así“. No era la casa del sacristán, sino como ya sabemos las dependencias citadas. También recordaba que el final de la nave de la iglesia, la que mira a la sierra, tenía en pie parte de la construcción y que a continuación estaba un solar vacío donde se amontonaban palos, que decían era para postes de la luz y del recién introducido teléfono. 

Añade finalmente una curiosidad deportiva: “Los partidos de fútbol entonces eran en las ruinas de la iglesia del convento, con pelota de trapo y cobro de la entrada a perra gorda; los equipos eran el Andaluz, que capitaneaba Felipe Carrasco, y el Invencible, que capitaneaba yo”. No me he resistido a reproducir el nombre corriente del callejón, de las mierdas, que por entonces se llamaba oficialmente de las Escuelas o calle Numancia. Muestra este nombre popular el auténtico problema que tenían los frailes con aquel espacio. Las torpezas, ofensas y escándalos a los que se referían los priores no debían ser de origen carnal (en el sentido sexual), cosa entonces improbable, sino más bien referentes a alguna pelea y sobre todo a las evacuaciones al amparo de la soledad y estrechez del lugar. De ahí el insoportable hedor cuando abrían las ventanas. Pero hubiera sido inapropiado que los reverendos padres llegaran a estos detalles escatológicos en sus escritos al Ilustre Ayuntamiento. Aunque todos sabían de lo que hablaban.



[1] Nicolás Navidad Jiménez. Juan Negrillo, un capitán quesadeño del siglo XVI. En Revista de Ferias 2022.

[2] Juan de Mata Carriazo Arroquia. La guerra de los moriscos vista desde una plaza fronteriza (Extractos de las actas capitulares de Quesada). En REVISTA DE ESTUDIOS DE LA VIDA LOCAL . AÑO VI mayo-junio. 1947. núm. 33.

[3] Catastro de Ensenada. Volumen 7886 - Memoriales de eclesiásticos. AHP Jaén.

 [4] AHN. DIVERSOS-COLECCIONES,111,N.27

 [5] Gaceta de 29 de abril de 1835

 [6] Pleno municipal de 18 de abril de 1869

 [7] Pleno municipal de 4 de noviembre de 1883

 [8] La Tierra 11 de noviembre de 1932

 [9] Pleno municipal de 20 de julio de 1935

[10] Gaceta de la República de 11 de julio de 1936

 [11] Ensenada, Óp. cit.

 [12] AHN.INQUISICIÓN,3723,Exp.24

[14] Hay que advertir aquí que el uso del término república, en su sentido etimológico de “cosa pública”, era bastante común y no tenía las connotaciones que más tarde le añadió la Revolución Francesa.