viernes, 22 de diciembre de 2023

EFECTOS DEL TERREMOTO DE LISBOA EN QUESADA.

 

Mapa de daños en Quesada del terremoto (elaboración propia)


El día 1 noviembre de 1755, hacía las diez de la mañana, un fortísimo temblor de tierra fue sentido en toda la Península, Norte de África y buena parte de Europa. En Quesada la parroquia estaba repleta, porque a esa hora se iniciaba la misa mayor y la festividad de Todos los Santos. Clérigos y fieles salieron despavoridos de la iglesia a la plaza de la Lonja. Se trataba del conocido terremoto de Lisboa, así llamado porque la ciudad quedó completamente devastada. Su epicentro en realidad se localizó en el Atlántico, frente al cabo de San Vicente y a unos 634 km de Quesada según cálculo del Instituto Geográfico Nacional. Como en toda la Península, las iglesias de Lisboa estaban llenas para tan importante festividad religiosa. La capital portuguesa sufrió duramente el temblor, los techos de las iglesias cayeron sobre los fieles y se derrumbaron numerosos edificios. Un rato después un tremendo tsunami duplicó los daños, pero lo peor fue el pavoroso incendio que sobrevino al desastre. Prácticamente toda la ciudad, excepto los barrios altos, quedó destruida. La reconstrucción emprendida por el marqués de Pombal sigue marcando hoy su fisonomía urbana.

 

El desastrosos efectos del seísmo se extendieron por Marruecos y toda la Península, especialmente el maremoto, que arrasó la costa, causando miles de víctimas. El litoral estaba por entonces mucho menos habitado, al contrario que hoy. Asusta pensar en lo que hubiera sido de producirse hoy día. En España provocó numerosos daños en edificios civiles y religiosos y se calcula que más de 60 muertos, pero el maremoto añadió otras dos mil víctimas en las costas de Huelva y Cádiz. La crisis económica y política que provocó en Portugal supuso el principio del fin del hasta ese momento potentísimo imperio colonial portugués. La repercusión que las noticias del desastre tuvieron en toda Europa fue enorme y originó grandes debates científicos, filosóficos e incluso religiosos. Desde el primer momento el terremoto y sus efectos se analizaron e investigaron con método científico y se considera que su estudio supuso el nacimiento de la Sismología moderna. La magnitud del terremoto (según cálculos del IGN) estuvo en torno a 8,5 y una intensidad máxima, en Portugal, de X, algo inaudito. En Quesada fue sentido con intensidad VI, similar al de Lorca de 2011, el último con víctimas mortales en la Península.

 

Intensidad del terremoto


El rey Fernando VI estaba en el Escorial, donde se sintió con fuerza el temblor. Regresó inmediatamente a Madrid y dio orden al Consejo de Castilla de que se hiciese una consulta a todas las ciudades y villas del reino a fin de conocer los daños que había provocado. Al efecto se preparó un cuestionario de ocho preguntas referidas a la hora, duración, movimientos observados y daños producidos. Las respuestas, procedentes de toda España, se conservan en el Archivo Histórico Nacional.[1] De ellas se desprende que el temblor se produjo poco antes de las diez de la mañana y que duró entre ocho y diez minutos. Se sintió en tres ondas o fases separadas por dos momentos de aparente calma, la segunda fue la más intensa. Esta larguísima duración sin duda aumentó los daños, pero seguramente también permitió la evacuación de los edificios (iglesias), pues la primera embestida asustó al público pero no provocó grandes daños. Para cuando empezaron a caer cascotes de los techos la mayoría de la gente estaba ya en la calle.

 

Entre las respuestas al cuestionario que se conservan en el Archivo Histórico Nacional están los informes remitidos por los ayuntamientos de Quesada, Hinojares, Pozo Alcón y La Iruela. El de Cazorla no se conserva, pero se conoce de forma esquemática por los resúmenes que posteriormente hizo la Real Academia de la Historia. No hay tampoco informe de Huesa ni de Peal, pues por entonces no tenían ayuntamiento propio y estaban incluidas en los términos de Quesada y Cazorla respectivamente. Ni en Quesada ni en el resto de la comarca hubo víctimas, pero sí importantes daños materiales, especialmente en este pueblo. En todas las respuestas se transmite el miedo y el tremendo susto que produjo el temblor.

 

Quesada

 

Hay dos informes de daños correspondientes a Quesada. Uno el dirigido al obispo de Cartagena, en aquel momento presidente del Consejo de Castilla y quien centralizaba la información. El otro remitido al corregidor de Baeza y Úbeda, don Joseph Delgado y Frías, autoridad inmediata de quien se había recibido la consulta. Son prácticamente iguales y están fechados el día 24 de noviembre, señal de que se hicieron a la vez. El dirigido al obispo de Cartagena no está firmado, el del corregidor lo suscriben Higinio Jiménez Serrano y Salvador Cano, regidores del Ayuntamiento.

 

Dicen estos informes que sobre las diez de la mañana, “a corta diferencia”, se empezó a sentir el temblor de tierra, que “hasta que se sosegó duraría como ocho minutos”. Durante este tiempo “se advirtió que las iglesias, torres de ellas, y casas, se movían a un lado y a otro, como si fueran cañas”. Como ya se ha dicho, a las diez de la mañana comenzaba la misa mayor y los oficios de Todos los Santos. Estaba la parroquia llena de fieles, con los sacerdotes preparados para comenzar el acto. En estas ocasiones especiales solían participar todos los clérigos (cura-párroco asistido por diáconos, tenientes de cura, de beneficiado y demás presbíteros). A ellos se sumaban el sochantre, el coro, el organista, los clérigos de menores, el sacristán mayor y los sacristanes menores. Asistía en lugar preeminente el cabildo municipal en pleno y detrás el estado noble (hidalgos) y las personas principales. El resto de fieles abarrotaba las naves de la iglesia.

 

Iniciada con toda solemnidad la función religiosa se escuchó un gran estruendo. Inmediatamente sintieron que “la tierra toda” se movía, “trastornando” los pavimentos y haciendo crujir sus losetas. Todos los presentes en la iglesia  “juzgaron su total ruina”, por lo que salieron precipitadamente, “a pedir misericordia”, a las zonas descubiertas alrededor del templo, que eran la plaza Vieja (Lonja), donde estaba la puerta principal y la delantera de la actual fachada (entonces llamada puerta de San Ildefonso). En el precipitado desalojo no se registraron heridos ni contusionados, como ocurrió en otros lugares donde la estampida del público apelotonándose en las puertas sí ocasionó víctimas.

 

Una vez “sosegado el temblor”, tras ocho eternos minutos, se pudieron comprobar los daños. El terremoto había “causado quebranto” en la iglesia, afectando a la fábrica (estructura), “que es de arcos de piedra de sillería sobre gruesas columnas de lo mismo”. Se habían caído “parte de los embovedados de algunas capillas” y la torre se había visto afectada, “especialmente el tercio donde se hallan las campanas”. La parroquia no tenía el aspecto actual, las tres naves estaban separadas por arcos y pilares de piedra, como dice el informe, y la cubierta era una armadura de madera de par y nudillo. Esta cubierta se conserva hoy día, en razonable estado aunque oculta por la bóveda que actualmente cubre la nave principal. Los arcos y pilares de piedra también siguen existiendo, pero ocultos y recubiertos por los tabiques y yesos al gusto neoclásico que  hoy se pueden ver y que “forran” y tapan el antiguo interior de piedra.  Hace ya unos años se hizo una cata junto a la capilla que hay debajo de la torre, quedando al descubierto un capitel, policromado, de aquella primitiva estructura de piedra.

 

Los daños en la estructura fueron reparados, pero esta quedó resentida y años después, abril de 1800, su estado volvía a ser ruinoso. En aquel año el síndico personero del común pasó noticia al Ayuntamiento del mal estado del templo, que “por el desplome de paredes y sentimiento de sus arcos en partes esenciales está todo el edificio expuesto a ruina si con la mayor brevedad no se pone remedio”. Se temía especialmente que el edificio se derrumbase durante alguna celebración religiosa, estando las naves ocupadas por los fieles. El Ayuntamiento pasó aviso al vicario para que el arzobispado efectuara las reparaciones necesarias. Seguramente este fue el origen de la reforma que dio su actual aspecto a la iglesia parroquial.

 

No fueron estos de la parroquia los únicos daños producidos, se resintieron también las viejas murallas medievales, especialmente algunos torreones. Dicen las respuestas a la encuesta del Consejo de Castilla que “una torre muy grande y fuerte” del antiguo alcázar, “que sirve de uno de los graneros del Pósito” también se vio afectada. Este cubo de la muralla es sin duda el que existía entre la calle del Cinto y final de la calle Alcázar, del que hoy día apenas queda nada. El temblor produjo en el torreón una grieta “o abertura desde lo alto a lo hondo”. Su parte superior se hundió y causó destrozos en los tejados de las casas inmediatas. Otra torre de la muralla, la de la alcaidía, entonces cárcel, y en la que por entonces estaba el reloj público, también se hundió en parte. Esta torre estaba entre la calle Alcaidía y plaza de la Lonja (Existió hasta los años veinte del siglo pasado, apareciendo al fondo de la foto que hizo Carriazo del Arco de los Santos).


La vieja torre de la Alcaidía vista
desde el Arco de los Santos.


 El resto de edificios de la población quedaron “maltratados”, con grietas, caídas de techumbres y demás. Tres casas sufrieron ruina completa quedando inhabitables. No debieron sufrir muchos daños el resto de iglesias del pueblo y sus campanarios (conventos, hospital, parroquia de Santa María, Madre de Dios, etc.). Al menos no de una consideración que los informantes juzgaran necesario especificar en su respuesta. Lo mismo que las casas del pueblo habían sufrido los cortijos y casas de campo, muchas de las cuales eran lo que se llamaba casas “retamizas”, es decir, sin tejas, con tejados de formados con cañas ramas. La endeblez de su construcción seguramente facilitó los daños pero por la misma razón evitó, o minimizó los personales.

 

Esto por lo que se refiere a edificios, en el terreno de sierra y montes se advirtieron otros efectos. Los informes destacan lo sucedido en un sitio, “a distancia de un cuarto de legua de esta población (…) llamado el Nacimiento”. Allí, debajo del cerro Vítar, nacía el agua que una precaria tubería llevaba a la fuente pública de la Plaza y de ahí le venía el nombre al lugar, que sigue conociéndose así. Por ser un festivo tan principal no había aquella mañana mucha gente en el campo, pero los pocos que estaban presenciaron con espanto un fenómeno inaudito. Cuando empezó el temblor sintieron un gran ruido y vieron como se desgajaba parte de la ladera del cerro Vítar. El desprendimiento levantó una enorme polvareda, como si fuera humo “de una calera que se quemaba”. El enorme estrépito de las rocas despeñándose y la polvareda hizo creer a los aterrorizados testigos que “las piedras subían hacia arriba”. La espantosa visión concluyó cuando el “humo” fue tan denso que nubló la vista. Finalizado el terremoto se pudo comprobar que había mermado el caudal de agua que nacía, lo que provocó dificultades en el suministro de la población.

 

Cerca de allí, en el cerro de la Magdalena, en un sitio “que llaman los Calderones”, días después se advirtió como se había abierto una quebrada “de más de diez varas de profundidad y otras tantas de ancho”. De ella salía una grieta, “de treinta y dos pasos de largo”. En Tíscar parte de la muralla del castillo se desprendió, rodando las piedras ladera abajo. En aquel momento la gente subía a la misa en el santuario y las piedras pasaron entre ellos, aunque sin alcanzar a ninguno. Sin duda se produjeron desprendimientos en otras partes de la sierra, pero o no hubo testigos o a los redactores de la información no les pareció necesario reflejarlos.

 

Ni en Tíscar ni en el resto del término se registraron muertos ni heridos de consideración. En los días posteriores se sintieron réplicas, pero “de corta consideración, y sin ningún daño”. Que no hubiera víctimas se consideró un milagro de la Virgen, “Nuestra Señora de Tíscar, Patrona y singular Protectora de este pueblo”. Por ello el cabildo municipal acordó traerla en rogativa de forma extraordinaria desde su santuario, “y hacerle un novenario de fiestas, con nueve sermones, lo que se está ejecutando con singular devoción del pueblo”.

 

El terremoto en la Comarca

 

Tampoco hubo víctimas  en las otras villas de la comarca ni en sus términos, aunque la sorpresa, alarma y miedo fueron generalizados. Coinciden en todos los informes, poco más o menos, tanto la hora como la duración del terremoto. En Pozo Alcón se sintió con fuerza el temblor, pero, “mediante la Divina Providencia”, no se registraron daños de consideración. En Hinojares se sintió con “bastante rigor”, lo que “a todos nos causó mucho espanto y terror”, aunque hasta el día de emitir el informe no se habían notado daños “en edificios, ganado, ni en otra cosa”. No sabían si se habían producido desprendimientos en riscos y quebradas de la sierra “por haber muchas”. Tampoco se habían comprobado efectos en el caudal de las fuentes ni en la calidad de sus aguas. Da la impresión de que en esta parte de la comarca fue sentido con menor intensidad.

 

Por su parte en La Iruela el terremoto se produjo cuando se celebraba la misa mayor en la parroquia, como en la mayor parte de lugares. Su fuerza “alteró los ánimos de tal forma” que los clérigos y fieles abandonaron precipitadamente el templo “por recelar se arruinasen los edificios”. No se indican daños especiales, pero sí que durante al menos dos días las fuentes, “royos” y pozos vieron “sus aguas alteradas y revueltas”. Como antes se dijo el informe de Cazorla no se conserva en el Archivo Histórico Nacional. El resumen que de él hizo la Real Academia de la Historia es muy escueto. Dice que hubo algunos daños en edificios, “con especialidad los de más resistencia (los de piedra)”, que el agua de algunas fuentes se enturbió y que se habían “roto algunos peñascos de las cercanías, y aun desprendiéndose otros del lugar que ocupaban”. Seguramente los efectos fueron muy similares a los que con mucho mayor detalle describe el informe de Quesada.

 

Hay que recordar que el epicentro estuvo a más de seiscientos kilómetros, lo que da idea de la fuerza del seísmo que a tanta distancia tuvo las consecuencias que van referidas. Se comprende así mejor lo sucedido en zonas más cercanas y costeras como Lisboa, Ayamonte o Cádiz, donde además sufrieron el posterior y terrible tsunami. Respecto a las réplicas fueron muchas y algunas importantes, aunque el informe de Quesada les quite importancia. Según Joseph Delgado, el corregidor de Baeza, se habían repetidos los temblores, aunque con menor intensidad. Pero destaca la réplica sentida el día 27, cuya duración calcula en tres minutos, aunque tampoco causó daños. El caso es que según el corregidor , “con estas repeticiones nos hallamos todos llenos de temores y sin parar de hacer rogativas públicas. El Todopoderoso nos mire con ojos de misericordia”.

 

 



[1] La información sismológica procede de la publicación Los efectos en España del terremoto de Lisboa (1 de noviembre de 1755) de José Manuel Martínez Solares, Instituto Geográfico Nacional 2001. La transcripción de las respuestas al cuestionario del Consejo de Castilla corresponde a Fernando Rodríguez de la Torre. Documentos en el Archivo Histórico Nacional (Madrid) sobre el terremoto del 1 de noviembre de 1755. Ediciones Universidad de Salamanca 2005.


lunes, 27 de noviembre de 2023

LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA EN QUESADA. Iª parte (1808-1810)

 

Quesada a principios del siglo XIX. Plano de elaboración propia.


1.- Introducción. Quesada a principios del siglo XIX.

En abril de 1814 el Ejército aliado (españoles, ingleses y portugueses), comandado por el general Wellington, habían expulsado a las tropas imperiales más allá de los Pirineos llegando hasta Burdeos y Toulouse. Napoleón había abdicado y fue desterrado a la isla de Elba. En Quesada, de orden del jefe político de la provincia (gobernador), se celebró un tedeum, regocijos públicos y luminarias, celebrando que Fernando VII se dirigía a Perpiñán para cruzar la frontera. Había acabado la guerra, pero no había llegado la paz, había llegado o regresado Fernando VII, que no dio tregua y que años después recurrió a una nueva invasión francesa para mantener su poder absoluto (Los Cien Mil Hijos de San Luis). Con el país jubiloso celebrando la victoria y el regreso del Rey, Fernando VII publicó en Valencia el decreto de 4 de mayo que abolía la Constitución de Cádiz y restauraba el Absolutismo. En Quesada los realistas asaltaron el ayuntamiento, destrozaron la placa que conmemoraba la Constitución y rompieron los repartimientos de contribuciones y otros documentos del archivo municipal. En el papel timbrado que se usaba para las actas, y mientras se recibían nuevos impresos, se tachó de los sellos la mención a Rey Constitucional.

Todo había empezado seis años antes, con la revuelta popular del 2 de mayo en Madrid y su salvaje represión. Por aquellos días los dos reyes, el emérito y recién abdicado Carlos IV y su hijo Fernando VII, renunciaron a los derechos dinásticos y se los entregaron a Bonaparte. El emperador, en uso de ellos, proclamó rey a su hermano José I. No es lugar para extenderse contando el desarrollo de la Guerra de la Independencia. Por eso, y salvo alguna pincelada para entender el contexto general, me limitaré a lo sucedido en Quesada, en la comarca  y en las cercanas. Quesada estaba en guerra, algo que no había sucedido desde que se tomó Granada en 1942, con la corta excepción de la rebelión de los moriscos (1568-1571). Se vieron violencias que muchas generaciones de quesadeños no habían conocido desde aquellos remotos tiempos. La documentación y fuentes utilizadas para este artículo las he recogido en un anexo final al objeto de no cansar con largas consideraciones que puedan disuadir al lector. Que las lean los interesados.

A principios del siglo XIX, a las puertas de la invasión francesa, Quesada era una villa de unos 4.500 habitantes (1.127 vecinos) según  el padrón que se formó en enero de 1805. En el pueblo propiamente dicho vivían algo menos de 3.000 personas. El resto lo hacía en las aldeas, lugares y cortijos de la jurisdicción, que por entonces todavía incluía los actuales términos municipales de Huesa y Larva.  El casco urbano era bastante menor que la actual. Acababa en la calle Don Pedro por un lado y por otro en las tapias del cementerio de entonces, anejo a la  iglesia de la Madre de Dios de la Soledad (donde luego se hizo un grupo escolar). La calle del Bache estaba a medio edificar y la del Ángel solo existía en sus primeros metros. El pueblo, de calles de tierra o mal empedradas, estaba formado por casas bajas y sobre el caserío solo destacaban las iglesias (parroquia, convento, Hospital, Madre de Dios, Santa Catalina). La vida se centraba en la Plaza, donde se celebraban el mercado, los actos y funciones públicas y muchas de las religiosas.

Las comunicaciones resultaban muy deficientes. Solo un camino, el de Úbeda y Baeza, que salía del final de la calle Nueva frente a la Puerta de Granada (Manquita de Utrera), permitía el paso de pequeñas carretas. Los otros, como el de Poyatos por Puerto Ausín, Cazorla o el que desde el puente del Vadillo (Pernías) iba en dirección a Villacarrillo, solo eran aptos para arrieros con sus caballerías y caminantes. Tan malas comunicaciones ocasionaban que las noticias, incluso las oficiales, fueran escasas, lentas y a menudo tardías. Dos veces en semana el conductor de la correspondencia hacía el viaje a Úbeda para traer y llevar cartas. Tardaba en la ida un día o día y medio, otro tanto en la vuelta, y eso con buen tiempo, pues en las invernadas el barro y las crecidas de los ríos dificultaban mucho el camino.

El paisaje del pueblo y alrededores era bastante diferente al actual. Los árboles, entre los que todavía eran numerosas las moreras, solo se veían en las lindes de las huertas o en pequeñas parcelas donde se ponían sin orden, sin formar hileras. No existía para nada el actual mar de olivos, apenas algunos pequeños olivares sueltos. Las relativamente abundantes viñas estaban plantadas en las partes más altas y cercanas a la sierra, especialmente en la zona conocida como Puerto Rubio. El resto del campo, a excepción de los montes, era tierra calma dedicada a cereales y casi desprovista de árboles, con apenas alguno junto a los cortijos. La desnudez del paisaje tuvo importancia estratégica, pues facilitaba mucho la vigilancia. Desde las alturas, especialmente desde Puerto Ausín y Magdalena, se podían detectar a gran distancia los grupos de soldados en movimiento, a pie o a caballo.

La composición social de Quesada era la propia del Antiguo Régimen: una sociedad estamental encabezada por nobles (15 hidalgos había en 1805) y eclesiásticos (18 seculares y 7 regulares del convento de dominicos en la misma fecha). El resto, la inmensa mayoría de los vecinos, formaba el estado general, que se componía de pegujaleros (pequeños propietarios o arrendatarios, conocidos en Quesada como “peujareros”), jornaleros, artesanos y algunos profesionales (médicos, boticarios, procuradores). A los vecinos del estado general se les llamaba también pecheros, porque eran los únicos que se incluían en el repartimiento de contribuciones. Tanto nobles como clérigos estaban exentos de pagar, a pesar de que solían ser los más adinerados. Lógicamente quedaban al margen de cualquier pago los numerosos pobres de solemnidad, que bastante tenían con comer de cuando en cuando. Eran muy numerosas las viudas mayores, a menudo con hijas o con hijos menores, que quedaban a expensas de la caridad de los vecinos.

Políticamente el pueblo era un desastre. Lo había sido al menos desde que en 1564 se constituyera como villa independiente de Úbeda y lo seguía siendo ahora cuando se presentó el invasor. Desde aquella independencia o exención, dos facciones o partidos se enfrentaban y luchaban por el control del concejo con una saña y ferocidad extremas. Unos eran partidarios del gobierno por juez de letras, corregidores y alcaldes mayores, funcionarios reales nombrados por la Corte que ejercían durante un tiempo antes de ser relevados. Los otros preferían el gobierno por alcaldes ordinarios, que eran dos: uno por el estado noble y otro por el general. Eran vecinos del pueblo que cada año se elegían por sorteo utilizando un procedimiento llamado insaculación. Los partidarios del gobierno por corregidor o alcalde mayor defendían que, al ser funcionarios forasteros, no tenían particulares intereses en la vida del pueblo y podían ejercer con imparcialidad, mientras que los alcaldes ordinarios estaban apegados a la defensa de sus intereses de familia o grupo. Los partidarios de alcaldes ordinarios alegaban por su parte que el “autogobierno” era un privilegio inmemorial de la villa al que tenían derecho. Hay que evitar lecturas actuales, pues la elección de alcaldes no tenía nada de democrática. Podría decirse incluso que por lo general eran partidarios de estos alcaldes los nobles y los poderosos, que se sabían beneficiados por el sistema. Me estoy refiriendo al hablar de estas disputas a las familias y personas más principales, las más condecoradas y de representación que se decía entonces, que eran las únicas que tenían acceso a los cargos del Ayuntamiento.

El siglo XIX empezó con gobierno de alcaldes mayores, siéndolo don Armengol Dalmau (que desde Quesada pasó a Barcelona como alcalde mayor) y don Mariano Rufino González, personaje que se hizo célebre por ser luego el primer jefe de una policía política en España, en 1824. En abril 1807 se volvió a la insaculación de alcaldes ordinarios, al fallar el Consejo de Castilla a su favor en el largo pleito que sobre el asunto habían entablado los partidarios del sorteo de alcaldes. Cuando Napoleón desencadenó la guerra, nuestros paisanos gobernantes estaban en estas cuitas, conduciéndose con una ferocidad pocas veces conocida. Los primeros tiros que se escucharon en Quesada, en la Plaza, no fueron los del invasor, sino los del atentado que sufrió uno de los alcaldes ordinarios.

 

2.- 1808 y 1809. La guerra lejana.

Tras los sucesos de mayo de 1808 en Madrid, el general Dupont avanzó hacia el sur y entró en los reinos de Córdoba y Jaén. Los franceses llegaron a tomar esta última ciudad causando grandes estragos. Pero duró poco la primera incursión de los imperiales, porque en el mes de julio fueron derrotados en Bailén y se retiraron hasta la línea del río Ebro. En 1809 la guerra se limitó al norte del país, donde se afianzaba el gobierno de José I con la pasividad y complicidad de buena parte de las viejas clases dirigentes. Puede decirse que, quitando la corta incursión de Dupont hasta su derrota en Bailén, durante el primer año y medio de guerra Andalucía se mantuvo en la retaguardia, sin sufrir directamente desastres militares. Eso permitió que se instalara en Sevilla la Junta Central Suprema y Gubernativa del Reino, reunión de las múltiples juntas provinciales que se creó para oponerse a la ocupación.

En Quesada había tocado la suerte de alcaldes para 1808 a D. Cristóbal de Bustos, por el estado noble, y al escribano Juan de Jila Rivera, por el general. El primero era el cabeza de una familia que remanecía de Granada y que poseía grandes propiedades en Bruñel y en Collejares, donde además Bustos era dueño del barco (pequeña barca sujeta a un cable) con el que se cruzaba el torrencial Guadiana Menor. Fue un personaje muy peculiar que protagonizó las dos primeras décadas del siglo y cuya vida daría para un artículo aparte. Baste decir que, además de estar implicado en el robo de las tercias decimales y de ser moroso de toda clase de deudas, su mujer, María Serrano, lo denunció por malos tratos en la Chancillería de Granada. Padecía sífilis (en Quesada se llamaba aciconque), lo que al decir de la gente explicaba, en parte, su mala cabeza. Su compañero en la alcaldía, Juan de Jila, era otro importante personaje, escribano del número (notario) y secretario municipal. Como gran conocedor de la política municipal y de los procedimientos legales del momento, estuvo en medio de todas las conspiraciones e intrigas de su tiempo.

Bustos, partidario del sistema de alcaldes y Jila, más cercano al de juez de letras y alcaldes mayores, se profesaban una enemistad irreconciliable. La cosa llegó al extremo de que una noche del verano de 1808 Bustos, que iba acompañado por un alguacil, sufrió un atentado cuando terminaba la ronda de vigilancia que como alcalde le correspondía hacer. Al llegar a la Plaza, donde vivía, unos embozados le dispararon dos tiros. Fallaron los asaltantes por la oscuridad de la noche (no existía la iluminación pública), pero consiguieron herirle con una espada en la pierna. Era voz pública, y así se hizo constar en otro pleito posterior, que los atacantes se habían reunido en casa de Jila, al que se acusaba de ser inductor y alentador del atentado.[1]

Aunque no había franceses en Andalucía, se temía que no tardarían en llegar y las juntas provinciales, a las órdenes de la Junta Suprema, no cesaron de prevenir defensas. Se repararon las fortificaciones, como el castillo de Santa Catalina, se movilizaron soldados a razón de cuatro hombres por cada cien almas, se crearon en cada pueblo Milicias Honradas (voluntarios armados) y se organizaron los suministros al ejército que se estaba concentrando en La Carolina.[2] En Jaén se había constituido tempranamente, 30 de mayo, una Junta patriótica para poner a la provincia en estado de guerra. Una de sus primeras disposiciones fue mandar que en cada pueblo se creasen juntas locales que cumplieran las instrucciones llegadas desde la capital. En Cazorla se constituyó en el mes de junio,[3] pero en Quesada no hay constancia de si también se formó y cuándo, pues el libro de actas de 1808 está perdido. Por noticias indirectas parece que sí se hizo y que tomó iniciativas patrióticas que, por lo enrevesado de la política local, causaron más problemas y divisiones que ventajas.

En respuesta a los continuos apremios de la Junta provincial en solicitud de contribuciones al esfuerzo de guerra, se presentó en Jaén el síndico personero del común de la villa de Quesada, don Manuel Alcalá y Maldonado. Se podría decir que este cargo era una especie de defensor de los vecinos. El personero, “llevado de su celo y patriotismo”, dijo a la Junta que había en Quesada unos fondos producidos por el arrendamiento de pastos y otros aprovechamientos de la Dehesa de Guadiana y que se podían usar “en defensa de la Patria”. La información sobre esta historia está recogida en el largo expediente judicial que se originó, pues la cosa acabó en un serio conflicto local y en pleito de competencias entre la Junta de Jaén y la Chancillería de Granada.[4]

Manuel Alcalá Maldonado, seguramente el abuelo de don Ángel Alcalá y Menezo, autor de la novela de Tíscar y al que al que ya se ha dedicado un artículo en el blog (enlace), era un rico hidalgo de antigua familia. En el enfrentamiento entre los alcaldes ordinarios que acabamos de ver, estaba de parte de don Cristóbal de Bustos, seguramente por pertenecer ambos al estado noble y no ver con buenos ojos el ascenso social del escribano Jila.

No queda claro si el personero Alcalá hizo esta oferta en nombre propio, como defensor de los vecinos, en nombre del Ayuntamiento o en el de la Junta local de Quesada, si es que llegó a formarse. Lo que sí se sabe es que en paralelo a la del personero llegaron desde Quesada a la Junta de Jaén otras informaciones. Advertían de la dificultad de aprovechar y controlar los fondos de la Dehesa si estaban en manos del alcalde primero, don Cristóbal de Bustos, al que se acusaba de un largo historial de deudas, líos económicos y enredos. Estas informaciones negativas procedían al parecer del otro alcalde, Juan de Jila, apoyado por otros enemigos de Bustos como don Francisco Tribaldos, estanquero y depositario del Pósito. Así lo declaró el presbítero don Manuel de la Plaza, antiguo amigo y socio de Bustos en varios asuntos, cuando fue interrogado en los autos que se formaron en la Chancillería. Dijo el cura Plaza que Jila y sus partidarios fueron los que influyeron a la Junta sobre “el mal cumplimiento que corrían a su cuidado (de Bustos) los papeles y caudales de la Dehesa de Guadiana”. Con estas denuncias Jila consiguió que Bustos fuera llamado a Jaén para defenderse, y allí estuvo retenido hasta final de año, mientras él quedó como única autoridad en el pueblo.[5]

Pero la  Junta de Jaén, suponiendo “dificultades y embarazos” en la tarea, como le habían advertido, tomó una decisión que apuntaba de lleno al viejo debate que envenenaba la política quesadeña. Con fecha 23 de diciembre de 1808 decidió mandar a un comisionado, Manuel Martínez Pérez, para que pasase a Quesada a la averiguación y recaudación de los bienes de la Dehesa. Pero a la vez le confirió poder para asumir todas las jurisdicciones de la villa como juez único. Esto es, lo nombró alcalde mayor. Como consecuencia no se sortearon alcaldes ordinarios para 1809 y a primeros de enero se presentó en Quesada Martínez Pérez. El regidor perpetuo y alférez mayor de la villa, don Antonio Martínez del Águila, le entregó sin mayor obstáculo el mando, algo que le fue recriminado más tarde por la Chancillería. El viejo pleito de más de doscientos cincuenta años, con sus fieras luchas y divisiones, cayó de nuevo sobre el pueblo.

Martínez Pérez ejerció como alcalde mayor cometiendo “repetidos abusos de autoridad”, según el personero Alcalá. Los ánimos se fueron caldeando y hasta 28 vecinos firmaron un memorial de protesta a la Junta. Como no obtuvieron respuesta favorable de Jaén, decidieron recurrir en 20 octubre de 1809 a la Chancillería de Granada. La Real Chancillería de Granada era una importantísima institución del Antiguo Régimen, con poderes judiciales y ejecutivos sobre toda Andalucía y provincias limítrofes (sólo existía otra en Valladolid). Sus sentencias y dictámenes se tomaban como palabra del Rey absoluto, hasta tal punto que en los documentos que se le dirigían se le daba tratamiento de Su Majestad. Fue la Chancillería la que en 1807 ordenó el cese del alcalde mayor y la insaculación de alcaldes ordinarios. El nombramiento hecho por la Junta de Jaén contravenía sus disposiciones y fue visto por los oidores de Granada como una injerencia inadmisible y una atribución ilegítima de facultades. Por ello acordó nombrar un comisionado que pasase a Quesada, retirase la jurisdicción a Martínez Pérez y procediese al nombramiento de alcaldes ordinarios según la insaculación de 1807.

Pero además elevó una exposición y queja a la Junta Central y Gubernativa del Reino, máxima autoridad en aquel momento, establecida en Sevilla y que actuaba con poderes de regencia. Protestaba la Chancillería por “los repetidos choques que cada día experimentan en el tribunal con la Junta Superior de Jaén”. Según la Sala 4ª de Granada, la Junta se excedía en sus facultades, que se limitaban al armamento y defensa  de la provincia, y tomaba decisiones sobre el gobierno de los pueblos que solo competían a S.M. y a la propia Chancillería. El enfrentamiento entre Chancillería y Junta de Jaén era muestra de cómo en aquel momento, y con independencia de los franceses, un mundo viejo estaba desapareciendo y se alumbraba otro nuevo y moderno. La Chancillería representaba al Antiguo Régimen, la monarquía tradicional y absoluta. La Junta Superior de Jaén, nacida de “la gloriosa revolución del Reyno”, venía de los sectores que resistían a Napoleón y que acabaron refugiándose en Cádiz alumbrando la Constitución de 1812.

No está de más recordar que el país estaba en guerra mientras en Quesada andaban con estas preocupaciones. Napoleón en persona había ocupado Madrid, Palafox resistía en Zaragoza y un cuerpo expedicionario inglés internacionalizaba la guerra enfrentándose a los franceses en Galicia y Portugal. El 19 de noviembre de 1809 los franceses derrotaron a los ejércitos del Centro y La Mancha en Ocaña. El mariscal Soult tenía expedito el camino de Andalucía.

 

Carta de la Chancillería de Granada a la Junta Suprema en
Sevilla, remitiendo el pleito de Quesada.

3.- La invasión de Andalucía.

El 2 de enero de 1810 el Ayuntamiento, todavía presidido por D. Manuel Martínez Pérez en funciones de alcalde mayor, seguía en sus cosas administrativas rutinarias y procedió a los nombramientos de cargos y empleos municipales para aquel año. Se nombraron los pedáneos de Belerda y Don Pedro, Huesa, Ceal, Larva y Tarahal. También los veedores (peritos conocedores) del campo, alcaide de la cárcel, repartidores de contribuciones y examinadores de los distintos oficios. A pesar de que hacía año y medio que Napoleón había puesto en el trono a José I, se seguía usando en las actas el papel timbrado a nombre de Fernando VII. La villa vivía en la tranquilidad de la retaguardia, ajena a que el mundo tal como era se estaba viniendo abajo.

La tarde noche del día 10 de enero se presentó en Quesada el señor don Juan de la Torre, corregidor de la ciudad de Baeza y comisionado por la  Chancillería de Granada para reasumir la jurisdicción y cesar al alcalde mayor nombrado por la Junta de Jaén. Cumplida esta misión, al día siguiente presidió el pleno municipal, en el que se dio cuenta de importantes órdenes de la Junta Suprema Gubernativa del Reino. Una de ellas mandaba que todos los vecinos entregasen, en concepto de préstamo para el Ejército, la mitad de la plata que poseyesen, tanto monedas como objetos y alhajas. El Ayuntamiento acordó que se pregonase y que se pusieran edictos en los sitios de costumbre. Es de imaginar la reacción de los vecinos (de los que tuviesen plata). Sin duda sucesos como este y otros semejantes son en parte el origen de la obsesión que hubo, hasta no hace demasiado tiempo, por encontrar tesoros escondidos en las casas. También se dio lectura a un oficio de Jaén que daba cuenta de una importante novedad. A pesar de la transcendencia que tendría,  tras el susto de la plata pasó muy desapercibida: se informaba que el día 1 de enero la Junta Suprema Gubernativa había convocado Cortes Generales.

Cinco días después se celebró un nuevo cabildo en el que las órdenes superiores que se leyeron reflejaban que la guerra se aproximaba y estaba ya muy cerca. Una mandaba recoger los fusiles de cualquier clase o condición en manos de los vecinos, para que “no queden ocultas en poder de los paisanos las armas de que hay tanta falta”. Otra prohibía sacar “género ni efectos de ninguna clase, con inclusión del azúcar, cacao y quina”, con destino a pueblos ocupados por el enemigo. Al finalizar el cabildo don Juan de la Torre mandó que se sacasen del arca de tres llaves, donde se custodiaban, los sacos de la insaculación de 1807 para sortear las varas de alcaldes ordinarios como estaba mandado por la Chancillería. A continuación, y según estaba reglamentado, un niño de corta edad extrajo de cada uno de ellos una de las bolas de madera con un nombre dentro. Cupo la suerte de alcaldes ordinarios para 1810 (sería discutible definirla como buena o mala en un año como este) a don Domingo Lazcano por el estado noble y a don Ramón Lázaro Avellán por el general.

Era don Domingo miembro de una conocida familia de hidalgos repartida entre Cazorla y Quesada. De avanzada edad, murió en diciembre de 1814, no fue seguramente el hombre de acción que necesitaban los tiempos, pero sí tenía experiencia y prudencia para, al menos, salir él indemne de los acontecimientos. Por su parte, Ramón Lázaro Avellán era otro destacado personaje local. Su biografía política es demasiado apretada para ponerla aquí, pero fue de todo: alcalde, personero del común, regidor, diputado y, sobre todo, responsable de los muchos pleitos que el Concejo tenía en tribunales de Madrid y Granada. Se puede decir que participó en todas las intrigas políticas de su tiempo y que era de la cuerda de Juan de Jila.

Los nuevos alcaldes se estrenaron el día 19 de enero con una orden del corregidor de Úbeda, cabeza del partido, que contenía las instrucciones para proceder a la elección de diputados a Cortes. Se debía citar a todos los vecinos para celebrar juntas parroquiales el día 21. En ellas elegirían a un vocal por cada parroquia que tendría que acudir a Úbeda el día 28 a Úbeda. Allí se elegirían a los dos electores que representarían al partido en la elección de diputados provinciales. El Ayuntamiento consideró que era imposible convocar las juntas parroquiales para el día 21, pues había aldeas de la jurisdicción a más de cinco leguas. En consecuencia, decidió convocarlas para el siguiente festivo, el 23 día de San Ildefonso. Eran tres las parroquias: Quesada, Tíscar y Huesa, donde había pila bautismal, que era condición necesaria para poder constituir circunscripción. No vuelven las actas municipales a referirse a este proceso electoral. Es lo probable que el día 23 se hicieran las juntas parroquiales, pero ya no pudo haber ninguna reunión el día 28 en Úbeda.

El día 20 de enero los franceses rompieron las defensas españolas de Sierra Morena y cruzaron con facilidad pasos que se creían inexpugnables, como el de Despeñaperros. En pocas semanas habían ocupado toda Andalucía, a excepción de Cádiz, donde se refugió la Regencia. El general Horace Sebastiani, al mando de una de las columnas invasoras, irrumpió por el flanco derecho de Despeñaperros y tomó Úbeda el día 22, el 23 Jaén, una semana más tarde Granada y la siguiente Málaga. Fue un paseo militar y las unidades españolas quedaron completamente desarticuladas; cientos de soldados y oficiales se dispersaron y emprendieron una caótica huida. Los fugitivos buscaron refugio en  el gran macizo montañoso que componen las sierras de Jaén, Granada y Albacete. La situación se volvió completamente caótica y desconcertante, los campos y las sierras se llenaron de soldados en fuga. Muchos oficiales, también soldados, se dirigieron a Murcia y Alicante, zona libre de franceses, para reincorporarse al Ejército del Centro que intentaba reorganizarse allí. Quesada quedaba en su camino.

Según el vecino de Cazorla José Sanjuán, contemporáneo de los hechos y que más tarde escribió sus recuerdos, el día 23 un destacamento francés cruzó el Guadalquivir camino de Cazorla, pero solo reconocieron el terreno y se dieron la vuelta rápidamente sin ocasionar daños. A Quesada las primeras noticias del desastre y de la irrupción francesa llegaron por la caótica marea de soldados a la fuga. Desde la ocupación de Jaén dejaron de existir las autoridades provinciales; no hubo por tanto instrucciones ni comunicación oficial alguna. El pueblo, como tantos otros, quedó solo y desconectado de todo gobierno, a su propia iniciativa, apañándoselas como podía en aquel tremendo desbarajuste.

El 26 de enero el Ayuntamiento de Quesada celebró un pleno en el que los nuevos alcaldes manifestaron inquietud. Dijeron que era preciso conocer y hacer inventario de los fondos disponibles por el Ayuntamiento para atender “los casos que puedan ocurrir en las actuales circunstancias”, que se presumían difíciles. La situación se había vuelto muy preocupante, pues gente desconocida y armada transitaba a diario por la villa y su término. El pueblo estaba indefenso porque la guarnición militar que hubo, la remonta del Regimiento de caballería ligera del Rey, con una dotación de 18 soldados al mando de un capitán, había abandonado el pueblo al principio de la guerra. No había más fuerza armada que las milicias honradas, compuesta por paisanos voluntarios. Las gentes de guerra que pasaban por el pueblo y su término pedían, exigían, socorros y suministros (pan, carne, cebada y pienso para las caballerías…) con los que poder continuar su huida.

El 27 de enero volvió a reunirse el Ayuntamiento, dando ya muestras claras de temor ante lo que pudiera ocurrir. Los alcaldes dijeron que era público cómo “con motivo del ataque que hubo con los franceses en los puntos de Sierra Morena se dispersó todo el Ejército que guarnecía estos y que su retirada la mayor parte de las tropas la tienen por esta villa para ir a buscar los puntos de reunión”. Hasta el momento se había conseguido atender sus exigencias, contando a veces con algunos particulares que habían querido contribuir “por evitar las contingencias a que estaba expuesta la población con las nominadas tropas de que cometan excesos de mayor graduación”. Se habían sacado 100 fanegas de trigo del Pósito para atender los suministros, pero la situación se estaba desbordando y ya no quedaban fondos con los que atender nuevas peticiones. Por eso se acordó convocar a las “personas más desempeñadas que hay en esta población” para que ofrecieran voluntariamente, en concepto de préstamo, “así maravedíes como granos, vino y aceite” para atender a las tropas transeúntes. Como vemos, a los que en aquel primer momento se temía no era a los franceses, que tardarían en presentarse, sino a los soldados españoles fugitivos, que no se comportaban siempre de la manera esperable. Con este temor a los soldados propios viene a la memoria aquella célebre frase que se le atribuye al ministro Pío Cabanillas: ¡Al suelo, que vienen los nuestros!

El 3 de febrero el general Desolle, gobernador general de los reinos de Córdoba y Jaén, publicó un edicto por el que ordenaba que todos los vecinos declarasen las armas que tenían y las entregasen. Este desarme no afectó a Quesada, pues todavía no estaba controlada por los franceses. Un mes después Desolle dictó otra orden aparentemente contradictoria: que se formasen en villas y ciudades por los “vecinos honrados y propietarios”, guardias cívicas capaces de “asustar a todos los que quisieren turbar el orden”. Como es normal en toda ocupación militar, los “facinerosos y malhechores” que amenazaban la paz pública eran los rebeldes que se oponían al invasor, la guerrilla.

No andaba descaminado Desolle en su preocupación por los rebeldes. Desde el primer momento parte de los soldados en fuga, junto a vecinos de los pueblos, fueron agrupándose y formando partidas sueltas que hostigaban a los franceses. El día 10 de febrero el general Joaquín Blake, del Ejército del Centro, encomendó al comandante Hermenegildo Bielsa que reuniera al mayor número de dispersos y que con ellos organizara guerrillas en el reino de Jaén.[6] Bielsa desplegó una intensa actividad moviéndose por las zonas libres del control francés, especialmente en las zonas de sierra. Recorría los pueblos reclutando fugitivos y pidiendo hombres, suministros y pertrechos. Las partidas guerrilleras empezaron a actuar rápidamente. Al principio con poco éxito, como cuando el 11 de marzo fueron dispersadas por los franceses cerca de Torreperogil.[7]

A estos primeros grupos se sumaron pronto paisanos especialmente decididos, algunos de los cuales formaron partida propia con la que acosar a los franceses. Entre ellos estaba Pedro Alcalde, natural de Los Villares y que ya se había distinguido en 1808 en Bailén. También Juan Uribe, de Villacarrillo y el quesadeño Jerónimo Moreno. Don Jerónimo Moreno era hijo de Don Juan Moreno, alguacil mayor del campo y sierra, y de Dª María Candeal, una familia notable relacionada con Baza y que vivían en la Plaza, actual número 21. En 1809 Moreno ya se había integrado como subteniente en la milicia honrada de Quesada. Aquella primavera levantó una partida que se hizo célebre. Combatió a los franceses, a menudo haciendo equipo con Alcalde, por toda la provincia y las próximas de Granada, Málaga y Córdoba.[8] Aunque no se conocen sus nombres, al menos parte de sus guerrilleros, que según Díaz Torrejón eran unos cien, debían ser quesadeños. Sí se sabe que sus dos hermanos varones le acompañaron en la aventura: Juan y Luis Moreno. Luis se hizo años después muy famoso por sus andanzas como realista en 1823. Más tarde, cuando los delirios paranoicos de Fernando VII le llevaron a perseguir incluso a los suyos, Luis Moreno acabó en la cárcel. En 1834 consiguió escapar y emprendió una fuga, ya como rebelde carlista, que fue sonada en toda la comarca. Capturado en febrero de 1835, fue fusilado por la espalda, como traidor, en la Plaza de Quesada. Pero esta es otra historia más que merece su propio artículo.

Ante la creciente actividad guerrillera, el general Desolle se vio obligado a crear el Regimiento de infantería Jaén Nº 8. Estaba formado por españoles, soldados dispersos derrotados en Sierra Morena y también voluntarios que querían sentar plaza. Lo mandaba el mayor Paul Marie Rapatel, que por su buen desempeño fue ascendido a coronel en 1811.[9] Veremos a este regimiento actuar en Quesada a finales de año. Sirve la noticia para comprobar cómo había españoles en ambos bandos, tanto en el español rebelde como en el francés o josefino.

En marzo, aunque los imperiales ya se habían instalado en Úbeda con una guarnición permanente, todavía no se había visto a ningún francés por Quesada.[10] El mayor problema que afrontaba el Ayuntamiento de Quesada seguía siendo el de los suministros que se le exigían y la forma de costear “tan crecidos gastos“. Decían los alcaldes, 4 de marzo, que “no cesan de subir y bajar distintas partidas de guerrilla con sus comandantes y demás jefes que traen, que todos piden socorros”. Para allegar fondos se tomaron medidas tan extremas como el momento que se vivía y que nunca se hubieran considerado en tiempos normales. Lo pudieron hacer aprovechando que habían quedado solos, sin autoridad superior que los pudiese reprender. Se movilizaron algunos “fondos muertos” eclesiásticos, como el del priorato vacante, “para hacer el uso que convenga en tan críticas y actuales circunstancias”. Pero lo que resultó de mayor consecuencia fue el secuestro (intervención) de los fondos pertenecientes al antiguo conventos de dominicas.

Cuando en 1786 se clausuró el convento de dominicas de N.ª S.ª de la Concepción, las monjas fueron trasladadas al convento de agustinas de Cazorla. Las agustinas interpretaron que en el paquete de las monjas se incluían los bienes de su convento y se apropiaron de ellos. El Ayuntamiento de Quesada no lo aceptó, alegando que estos bienes debían pasar a la villa cuando hubieran muerto todas las monjas quesadeñas. Se inició así un largo y complicado pleito sobre su propiedad ante el Consejo Supremo de Castilla. Al poco de comenzar la guerra, el 7 de julio de 1808, y a causa de las circunstancias y de su escasa voluntad de resistencia, el Consejo de Castilla dejó en suspenso diferentes recursos y pleitos, entre los que estaba este sobre los bienes de las dominicas, que quedó en una especie de limbo. La medida que ahora tomaba unilateralmente el Ayuntamiento tenía una evidente importancia económica y suponía añadir una fuente de ingresos muy necesaria en las circunstancias del momento. Los bienes en cuestión no eran despreciables. En 1752 se estimaba que la renta anual que producían era de unos 15.000 rr.[11] En el inventario se incluían 10 casas y “como unas veinte viviendas” en el solar  del convento (entre el actual Callejón de las Monjas y plaza de la Coronación). También cuarenta piezas de tierra repartidas por todas las zonas de riego del pueblo (Real, Llano, Pago, Vega, Bóveda…), a las que se añadían unas 120 fanegas de secano y una casa cortijo en Bruñel Bajo. A lo largo de todo el conflicto se pleiteó por estos bienes que, desentendido de ellos el Consejo, quedaron en manos de las decisiones de jueces menores y de las autoridades provinciales de uno y otro bando.

Antes se hizo referencia a la orden de que los vecinos aportasen para el esfuerzo de guerra la mitad de la plata que poseyeran. No hay noticia sobre la recogida entre particulares, pero sí la hay de lo que aportó el convento de dominicos de San Juan Evangelista. El 19 de marzo se presentó en Quesada don Joaquín Vilches, comandante de una de las partidas dependientes de Bielsa. El comandante Vilches firmó con los administradores del convento un recibo detallando las  alhajas de plata entregadas. No eran muchas por ser el convento “muy infeliz” (pobre) y se reducían a los siguientes objetos: “un copón mediano, otro más chico, como una taza, dos cálices con sus dos patenas y cucharas” y una lámpara cuyas cadenas eran falsas. La plata de los frailes fue remitida por Bielsa al general don Joaquín Blake, jefe del Ejército del Centro en Murcia.[12]

La primera entrada seria que hicieron los franceses en la comarca fue el 30 y 31 de marzo, en Cazorla. Según José Sanjuán, a su llegada las tropas imperiales exigieron el pago de una exorbitante multa de 200.000 reales. Era el castigo por haber acogido y ayudado a los soldados tras el desastre de Despeñaperros y por haber colaborado con el comandante Bielsa. Se consiguió pagar la cantidad recurriendo a las aportaciones de los “pudientes” del pueblo, temerosos de lo que pudiera ocurrir. Esta primera vez, a pesar de la muerte de un francés a manos de un lugareño, se marcharon sin causar estragos. El papel desempeñado por Cazorla en esta guerra fue primordial, especialmente en los primeros meses, cuando la resistencia estaba a cargo de la guerrilla, casi en exclusiva. En mi opinión, y sin querer jugar a estratega napoleónico, se explica su protagonismo, al menos en parte, por las circunstancias geográficas.

El acceso a Cazorla se hace por tierras de campiña más o menos llanas y no accidentadas en exceso. Sin embargo las espaldas del pueblo están perfectamente cubiertas por el paredón de la sierra, que se puede decir empieza en el mismo caserío. Esta posición era inmejorable para Bielsa y sus partidas, pues permitía salir al campo a combatir al enemigo, acosarlo cuando entraba en la población y al mismo tiempo escapar con gran rapidez a la sierra, terreno donde no entraban las fuerzas regulares. Se podría comparar con una calle en la que desde una acera se podía atacar y desde la otra escapar. La sierra les ofrecía además otra ventaja, la facilidad la comunicación con el III Ejército, refugiado en Murcia al abrigo de las montañas de esta zona de Jaén, Granada y Albacete. La ventajosa posición no se daba en ningún otro lugar de la comarca, tampoco en otras poblaciones importantes como Villacarrillo y Villanueva del Arzobispo, situadas en campo abierto y donde le era más difícil a la guerrilla establecerse. En el caso de Quesada su posición complicaba mucho que la guerrilla pudiera posicionarse en ella. Situada a unos tres kilómetros de la sierra, resultaba fácil rodearla como efectivamente ocurrió, pues una entrada por las huertas de la Torrecilla y el Llano, terreno accesible a la caballería, dejaba al pueblo separado del monte sin posibilidad de huida.

Lo que era una gran ventaja para la guerrilla resultaba ser una gran desgracia para los vecinos y sus familias, que solo con grandes privaciones y por poco tiempo podían escapar a la sierra. La presencia de Bielsa y sus guerrillas fue casi continua en Cazorla y como consecuencia a ella se dirigieron los ataques y castigos de los franceses. Esta circunstancia no pasaba desapercibida a los regidores de la entonces villa arzobispal. Sirve de ejemplo lo sucedido el 23 de agosto de 1810, cuando se supo de la proximidad de una columna francesa compuesta por 150 dragones y 400 infantes. Temeroso de las consecuencias, el  Ayuntamiento de Cazorla pidió a Bielsa “que se retirase con su tropa y no comprometiese más el pueblo.”[13]

Hay que imaginar la dificilísima posición de los habitantes de Cazorla, sabedores de que, retirados los franceses, Bielsa y “su tropa” volverían y su presencia los convertiría de nuevo en “héroes a la fuerza”. La alternancia de unos y otros se daba en toda esta parte de la provincia donde “el frente” era muy fluido y se alternaba la presencia de unos y otros. En el caso de Quesada se intuye esta circunstancia en las actas municipales, donde se procuró dejar poco  por escrito, sin proclamas patrióticas ni de especial sumisión a la administración de José I, con pura “asepsia administrativa”.

La caótica situación provocada por el desastre de Despeñaperros dejó, como ya se ha dicho, huérfanos a estos pueblos de autoridad española que les sirviera de referente. El hueco fue inmediatamente llenado por las guerrillas irregulares, más o menos dependientes del comandante Bielsa, y que a menudo actuaron de forma abusiva. Hay que considerar que no todos los soldados fugitivos de Sierra Morena se movieron por impulsos “patrióticos”. Ante la situación de río revuelto, muchos miraron por su propio interés y alternaron el ataque a los franceses con el abuso, cuando no expolio, de los paisanos. Especialmente en los primeros meses nunca se podía saber si la gente armada que transitaba eran rebeldes que combatían a los invasores o simplemente malhechores. Eso sin contar que, ante la falta de gobierno y control, cuadrillas de auténticos bandoleros se movían a sus anchas. En la comarca se hizo famosa la de los hermanos Cristóbal Perea, Cara vaca y Juan Perea, Navidad, que asolaron “los términos de Quesada, Cabra de Santo Cristo, Pozo Alcón y otros aledaños, donde perpetran asesinatos y robos con la mayor impunidad”. Dieron importantes golpes, como el conseguido con asalto al cortijo Cabeza Montosa, próximo a Cabra de Santo Cristo, donde se hicieron con 30.000 reales en trigo y alhajas. Actuaron durante toda la guerra y solo al final de ella fueron capturados y ejecutados a garrote vil en Granada, en el año 1817.[14]

La intromisión de Bielsa y sus partidas en la política y administración de los pueblos, actuando como autoridad legítima española, fue constante. En Quesada, por ejemplo, el 12 de abril se recibió un oficio de “don Hermenegildo Bielsa comandante de las partidas del Reino de Jaén en que se dice que las partidas deben sostenerse por los pudientes de los pueblos y no de los fondos públicos”. En vista de la "orden" se acordó cumplirla y repartir “lo necesario para la manutención de dichas partidas a las personas pudientes y que más pronto puedan ponerlos en efectivo”. Pero el propio Bielsa era consciente de que se estaban cometiendo abusos por sus hombres, lo que podían poner en peligro la colaboración de los pueblos.

En carta que dirigió al general Joaquín Blake en 7 de abril de 1810 le informaba de las preocupaciones y trabajos que le ocasionaban “varios comisionados de partidas”. La causa eran sus “desacertados manejos” con las justicias (ayuntamientos) y la “poca disciplina en la gente que mandan”. Actuaban por su cuenta “no cumpliendo con mis instrucciones y órdenes (…) practicando lo que les parece con despotismo y poca subordinación”. Por ello se había visto obligado a retirarles “los pasaportes” (la licencia que los identificaba como guerrilleros para recibir socorros de los pueblos) para “verme libre de enredos”. Le comunicaba también que, “conducido en clase de arrestado”, le mandaba a “don Joseph Álvarez, estudiante ordenado de Evangelio que se hallaba agregado a las partidas de mi mando”. Le acusaba de haber cometido “sofocos y vilipendios” con los vecinos y regidores de Cazorla.[15]

Aquella primavera de 1810 se fijó el escenario bélico que se mantuvo más o menos hasta la salida de las tropas francesas de Andalucía en 1812. A un lado Úbeda, casi permanentemente en poder de los franceses, y también Jódar, que el 6 de febrero había sido ocupada por un batallón de polacos.[16] Al otro lado del Guadiana Menor, Cazorla y Quesada, más arriba la Sierra de Segura, con Bielsa y la guerrilla. En medio Villacarrillo, Villanueva e Iznatoraf, que pasaban del control de uno al de otros con gran rapidez y fluidez. La situación no fue estática en absoluto. Los franceses cruzaban muy a menudo el Guadalquivir y el Guadiana atacando Cazorla o realizando desde la Villas algunas entradas a Beas y otros lugares de la sierra. A su vez la guerrilla pasaba los mismos ríos para atacar a los franceses en Jódar y en Úbeda, donde consiguieron algunos éxitos importantes.

Como ya se ha visto, la primera entrada de los franceses en Cazorla se produjo en los últimos días de marzo. La guerra se generalizó por toda esta parte de la provincia y el 25 de abril las partidas al mando de Bielsa atacaron a los franceses en Jódar.[17] El 7 de mayo una columna francesa procedente de esta villa cruzó el Guadiana Menor camino de Cazorla. Lo hizo por Collejares, donde una barca atada a una maroma facilitaba el paso.[18]El Guadiana fue durante toda la guerra un obstáculo importante porque en invierno se hacía difícil vadearlo. El 8 atacaron Cazorla, siendo rechazados por Bielsa, que los obligó a huir y volver a cruzar el Guadiana. El 27 de mayo regresaron los franceses a Cazorla, siendo también rechazados por Bielsa. Al día siguiente los imperiales fueron atacados “en las inmediaciones de Quesada”.[19] De esta acción no hay muchos datos, porque el parte de guerra  en el que se informa del mismo está incompleto y no incluye el detalle de la operación. Es lo más probable que en el enfrentamiento participasen las partidas guerrilleras habituales, especialmente la de Moreno. En este momento ya sería habitual la presencia en el pueblo de guerrilleros armados, entrando y saliendo con frecuencia, pues la movilidad era la mayor de sus ventajas. Por entonces las patrullas y columnas francesas,  en persecución de rebeldes guerrilleros, ya era una constante en toda la comarca y se  producían continuos incidentes.

El 4 de junio las tropas imperiales volvieron a Cazorla, esta vez con mucha mayor fuerza, 2.000 soldados de infantería y 300 de caballería según Sanjuán, cifras seguramente exageradas pero que en cualquier caso muestran que no fue una columna de las habituales. Los invasores se comportaron con la saña y el salvajismo propio de ocupantes: hubo numerosos muertos civiles entre los que no escaparon a la sierra, saqueo e incendio de casas, conventos e iglesias. La Iruela fue arrasada y el eco del desastre se extendió por toda la comarca, provocando pánico y a la vez indignación. José Sanjuán, que presenció los hechos, describe con detalle las crueldades y violencias extremas que se vivieron. La terrible acción fue la represalia por la continua presencia de las guerrillas, que por otra parte poco daño sufrieron por la ya aludida facilidad que les ofrecía Cazorla para protegerse en la sierra. Era también esta ferocidad un aviso a todos los pueblos cercanos para que, paralizados por el terror, se abstuvieran en lo sucesivo de oponerse a los invasores y colaborar con los rebeldes. Resulta un clásico de toda invasión y se ha visto numerosas veces en la historia. Pero también ha sido normal que el invasor consiga exactamente lo contrario y que gente tranquila, que hasta ese momento solo pensaba en lo suyo, comprendiera inmediatamente el lugar en el que debían estar y que el invasor no venía a quitar a Fernando VII, que venía a por ellos.

 

Edicto del general Desolle, gobernador de Córdoba y Jaén

4.- Los franceses en Quesada

El del 12 de abril se había celebrado en Quesada el último pleno municipal sin franceses. No hubo otro hasta dos meses después, el 12 de junio, a los pocos días de los sucesos de Cazorla y la Iruela. Lógicamente los atemorizados alcaldes y regidores no dejaron por escrito ningún rechazo o queja por el brutal asalto, ni siquiera se mencionan los hechos. Los regidores se refirieron nuevamente a los “crecidos gastos que se han presentado y presentan en los suministros de las tropas”, pero esta vez ya no se trata de las partidas guerrilleras. En esta ocasión las exigencias vienen del invasor, pues “se han presentado (tropas) francesas en esta villa”. Para atender sus exigencias de suministros había sido preciso recurrir a “vecinos particulares” que, “en calidad de reintegro” (préstamo), habían facilitado “carne, vino, pan y demás utensilios”.

Se hacía indispensable nuevamente conseguir fondos para cubrir tantos gastos, “todo con el objeto de que a este pobre vecindario no se le causen los perjuicios que de la falta de suministro puedan ocasionarse”. Ya no quedaba efectivo a disposición del Ayuntamiento y por eso se acordó movilizar 230 fanegas de trigo del Pósito, las últimas que quedaban en sus paneras. También se dio cuenta en este pleno de varias órdenes comunicadas por funcionarios “en el actual gobierno”. Hay que tener en cuenta que del trigo del Pósito se abastecían los panaderos que vendían el pan a precios fijados por el Ayuntamiento. La disminución de las existencias del Pósito, o su consumo total como en esta ocasión, ponía en peligro el abastecimiento público y presionaba al alza los precios. Estos problemas con el pan no se padecían por todos los vecinos por igual. Afectaban sobre todo a los que tenían que comprar el pan porque no tenían trigo propio. Los propietarios podían amasarlo con su propia harina y además beneficiarse de la subida del trigo vendiendo el propio.

Cinco días después, en el pleno del 17 de junio, hay un drástico cambio en las actas municipales. En ellas se mencionan por primera vez y se reconoce a las nuevas autoridades provinciales afrancesadas. El reconocimiento fue fruto de su capacidad de imponerse por la fuerza militar. Hasta que no habían aparecido soldados no se había reconocido a estas autoridades. Desde el momento en que las tropas francesas llegaron al pueblo desapareció de las actas cualquier signo de acatamiento a las autoridades españolas, aunque fuera simbólico, como el papel oficial sellado a nombre de “Fernando VII Rey de España y las Indias”. Y no hace falta añadir que desaparece toda mención a las partidas guerrilleras.

Este pleno del día 17 se inicia dando cuenta de una orden comunicada por “el ilustrísimo señor don Manuel de Echazarreta, su fecha en Jaén a 9 del corriente mes y año”. En ella se previene que por orden “del excelentísimo señor mariscal duque de Dalmacia (Soult)”, se proceda al adelanto del cobro de los arrendamientos de bienes municipales, entregando su importe en la tesorería de Jaén antes del día 30 de junio. Echazarreta era el prefecto del departamento Alto Guadalquivir, que coincidía más o menos con el reino de Jaén en la división territorial creada al modo francés por el gobierno de José I. El resto del pleno consistió en un aluvión de órdenes de carácter administrativo y fiscal remitidas por el “ilustrísimo señor prefecto de este departamento”. Se referían a la obligación de reanudar los pagos a la Tesorería Provincial de los tributos y contribuciones tradicionales a que estaban sujetos los pueblos. Especial repercusión en Quesada tuvo la orden dictada por el “excelentísimo señor mariscal duque de Dalmacia” y transmitida por Echazarreta de que los arrendatarios de “las fincas pertenecientes a el caudal de Propios de esta villa” (la Dehesa de Guadiana) adelantasen los pagos que tenían que hacer el día de San Miguel y que se pusiera inmediatamente en la tesorería la parte correspondiente a la Hacienda Real.

Las órdenes de Jaén eran entregadas en mano por las tropas, pues el servicio de correspondencia normal había dejado de funcionar. El conductor de la correspondencia desde Úbeda hubiera tenido que atravesar terreno inseguro, donde fácilmente la documentación podía ser interceptada por la guerrilla. El control francés en Quesada, como en el resto de pueblos de la comarca, nunca fue perfecto ni continuo. Las tropas iban y venían y cuando no estaban quedaba el campo libre para la guerrilla. Los componentes del Ayuntamiento y los vecinos estaban sometidos a una enorme tensión, se podría decir que entre dos fuegos. Los regidores eran personas de la antigua época, propietarios acomodados acostumbrados a una vida tranquila alterada solo por sus intrigas y conspiraciones políticas. Seguramente temiendo tiempos revueltos y difíciles, el escribano del Concejo Juan de Jila Rivera, el enemigo de Bustos, pidió que se le relevase del cargo. Justificaba la dimisión por su edad y los achaques de salud habituales. Alegaba también que llevaba 28 años en el cargo y que tenía otras ocupaciones que atender (era también notario). Prueba de que los achaques que alegaba eran excusa para librarse de los peligros del momento fue la activad política que desplegó con posterioridad, tras la marcha de los franceses. Los regidores se opusieron a que alguien se bajara del barco en aquel momento y no aceptaron la renuncia, por ser el “único en quien descansan las confianzas de este cuerpo”. La decisión se tomó “de un acuerdo”, es decir, por unanimidad. Bustos, que en otros tiempos se hubiera alegrado lo indecible de que su enemigo dejase el Ayuntamiento, esta vez votó por su continuidad, para que tuviese su ración alícuota de problemas y peligros. Como es lógico, los regidores no dejaron constancia por escrito de sus simpatías con patriotas o con imperiales. Seguramente y de forma análoga a lo narrado por Sanjuán para Cazorla, su actitud fue cambiante, nadando entre dos aguas para evitar complicaciones personales.

El 19 de julio, avanzada ya la cosecha de granos, el Ayuntamiento fijó los precios oficiales del trigo. Era costumbre hacerlo en esta época y servía para calcular pagos pendientes y, sobre todo, para determinar las cantidades que los labradores debían devolver al Pósito por el grano que habían retirado como préstamo en la sementera anterior. Este día fijaron unos precios todavía muy moderados y que veremos cómo más tarde se dispararon. El de la fanega de trigo quedó en 40 reales, el del pan de dos libras, que dependía del del trigo, en 7 cuartos, algo menos de un real. No eran niveles desconocidos pues en 1807, tras una sucesión de malas cosechas, la fanega de trigo osciló entre 40 y 50 reales y el pan entre 7,5 y 9,5 cuartos. Otra cosa es que a 40 reales se pudiera encontrar alguien dispuesto a vender trigo. Porque este era el precio oficial a efectos de contratos, no el real de mercado. La escasez provocada por la guerra hizo que al cabo de unos meses los precios se multiplicaran por tres.

No tenemos muchas noticias de la vida en el pueblo por aquellos días, pero sí las hay del guerrillero local, Jerónimo Moreno. La Gaceta de la Regencia de España e Indias, que se publicaba en Cádiz y era el órgano oficial de la resistencia a Napoleón, publicó un sonado golpe que protagonizó su partida, propio de una película de acción:

El día anterior (1 de julio) 10 hombres de la partida de Moreno que habían entrado disfrazados en Úbeda, se introdujeron en el cuartel francés de caballería, sorprendieron a los que cuidaban los caballos, pusieron a 10 de estos las sillas, tomaron 10 espadas, y montando sin detención, salieron a todo escape a presentarse a su comandante.[20]

En Úbeda tenían establecida su base los franceses. Les era una plaza muy favorable por el colaboracionismo de las autoridades, que a finales de mayo habían constituido una Junta de Seguridad y Quietud Públicas, de la que solo su nombre da idea de sus fines.[21]Penetrar en la principal localidad que controlaban los franceses en esta parte de la provincia tuvo una gran repercusión y por eso los ecos llegaron hasta Cádiz.

Pero no fue este el único hecho memorable que protagonizó el quesadeño Moreno en aquel verano. En la Gaceta de la Regencia se da cuenta de otra acción más importante y de mayor repercusión. En aquella guerra se utilizó la incipiente prensa para la propaganda, contando cada lado solo las cosas que le favorecían, y lógicamente magnificando los éxitos. Ahora lo vamos a ver en los papeles procedentes de Cádiz, en breve lo veremos en los publicados por la parte afrancesada. La acción sucedió a mediados de julio y comenzó en la otra parte de la provincia, en Martos.

Según la Gaceta, a mediados de julio se tuvo noticia de que los franceses tenían 60 potros en el término de Martos. Por indicación de Bielsa, Jerónimo Moreno y Pedro Alcalde, al mando de unos doscientos hombres, resolvieron capturarlos y conducirlos a la retaguardia guerrillera en Segura. Consiguieron realizar la empresa, “guardando las precauciones convenientes” y marcharon con ellos por el camino de Valdepeñas de Jaén. Hubo en el camino algún tiroteo sin mayor consecuencia, hasta que conocieron que el destacamento francés de Carchelejo les iba a salir al encuentro. Resolvieron Moreno y Alcalde que continuaran la marcha los potros escoltados por 50 hombres mientras ellos se apostaban en un cortijo cerca de Pegalajar. Allí esperaron a los franceses. Dice la Gaceta que la acción fue larga y sangrienta y que Moreno “mató por su mano” al comandante contrario y que se distinguió especialmente el soldado José Bello (¿el quesadeño José Bello del Ángel, abuelo del maestro y pintor Isidoro Bello?). Los franceses perdieron 68 hombres, “quedando en poder de los nuestros todas las armas, mochilas, equipajes de los oficiales y una caja de guerra; por nuestra parte tuvimos un muerto y 4 heridos” (a esto me refería con la exageración propagandística).

Perseguidos por refuerzos franceses, que desde Jaén salieron a su encuentro, el día 22 de julio llegaron a Quesada. Allí fueron alcanzados por sus perseguidores entablándose un feroz combate que duró seis horas “al cabo de las cuales el enemigo se retiró abandonando el campo, donde encontramos 5 cadáveres de los suyos (…) un muerto y un herido fueron nuestra pérdida”. El convoy de potros y la tropa salieron de Quesada alcanzando Segura de la Sierra sin novedad el día 25. Según La Gaceta se distinguieron en esta lucha en Quesada Luis Moreno, el sobrino de don Jerónimo, y el belerdeño Francisco Guerrero (a) Peseta.[22]

No se quedó quieto don Jerónimo. El 5 de agosto, junto a las partidas de Uribe y Alcalde, se enfrentó a los franceses en Villanueva del Arzobispo e Iznatoraf. Su partida estaba compuesta por 70 infantes y 40 caballos. Consiguieron rechazar a los franceses, noticia que Hermenegildo Bielsa comunicó al general Freire con gran entusiasmo. Además de destacar la “mucha bizarría” de Moreno, Bielsa se ufanaba del comportamiento de sus partidas, pues simples vecinos de aquellos pueblos, sin especial preparación militar, ponían en fuga a “los conquistadores del mundo”.[23] Y no era para menos, pues estos pueblerinos habían derrotado a las tropas del dueño de media Europa. Pero no ocurriría siempre, pues éxitos y fracasos se alternaron para las guerrillas. Y había además serios problemas de disciplina en las partidas, abandonos y deserciones.

El 28 de agosto, desde Segura de la Sierra, Bielsa le hizo un balance de situación a su general, el malagueño Joaquín Blake. Le informaba del saqueo de Beas de Segura por los franceses, que también habían atacado Villanueva, Villacarrillo, Iznatoraf y “cortijos y casas de campo los han saqueado como acostumbran, destruyendo lo que no pueden llevar y rompiendo ventanas, puertas y muebles”. Dijo que entre los imperiales que actuaban en la zona “hay bastantes juramentados, urbanos y ronda de Jaén” (españoles) y que su intento era perseguir a las guerrillas haciendo “marchas y contramarchas por todos los puntos que nosotros ocupamos”. No le ocultó Bielsa que había problemas en su gente, que se le habían dispersado más de 100 hombres y “toda la sierra está llena de desertores”.[24]Además se seguían produciendo incidentes en los pueblos a causa de la indisciplina de las partidas y el capricho de alguno de sus comandantes, que actuaban por libre. El 8 de agosto la partida del fraile Juan Rienda, Guardián de Baza, maltrató a los regidores y vecinos de Cazorla llevándose preso al alcalde segundo. Al día siguiente el Ayuntamiento cazorleño pidió al prefecto Echazarreta que impusiera su autoridad y los protegiese de las partidas.[25] Poco después, según Sanjuán, pidieron a Bielsa que se retirase y no comprometiera más a la población. Tras el desastre de Ocaña, que a su vez provocó el de Despeñaperros, quedó el Ejército regular muy maltrecho y la resistencia en manos de las partidas. En parte por estos incidentes que se sucedían, y desde luego por la tendencia natural y mentalidad de los generales, paulatinamente el ejército regular fue recomponiéndose, absorbiendo a las partidas irregulares, que fueron militarizadas. 1810 fue por estas tierras el año de las guerrillas, pero en 1811 el protagonismo pasará a las unidades militares regulares.[26]

En este contexto bélico, con el trasiego continuo de tropas, la inseguridad era muy grande, especialmente en el campo, lo que afectó grandemente a la ganadería. En la soledad del campo era fácil y no tenía mucho compromiso “requisar” el ganado de un pastor. En Quesada el peligro era mayor en la Dehesa de Guadiana, zona solitaria y alejada. Tomás Fernández Jaque era uno de los mayores ganaderos del pueblo. No era un pastor cualquiera. Venía de una familia de labradores que había llevado en arrendamiento cortijos importantes. Fue alcalde ordinario y sus descendientes tuvieron gran relevancia a lo largo del siglo XIX. Era uno de los rematantes de los pastos de la Dehesa de Guadiana, que el Ayuntamiento sacaba periódicamente a subasta. En 1813, día 17 de mayo, el Ayuntamiento le reclamó el pago de las cantidades que tenía pendientes por el arrendamiento de varios años. En su defensa alegó que, como era conocido, en el verano de 1810 “los enemigos” le quitaron 800 cabezas de ganado lanar, “y que para que no le llevasen el resto abandonó el cuarto de la Dehesa que ocupaba por estar en camino real, que transitaban de continuo los enemigos”. No había podido aprovechar los pastos arrendados a causa de la guerra y por ese motivo solicitaba que se le eximiese del pago de las cantidades pendientes.

El día 13 de agosto el Ayuntamiento de Quesada estaba reunido para celebrar cabildo. No había hecho más que empezar la reunión cuando se presentó Martín de la Torre, uno de los diputados de la Corporación, informando de algo. De inmediato se suspendió la reunión, anotándolo lacónicamente en el acta el escribano, que tachó lo poco que llevaba escrito. No es descabellado pensar que se habían presentado los franceses. Seguramente permanecieron unos días en el pueblo porque el 27 ordenaron al Ayuntamiento de Cazorla que entregase 3.000 raciones en Quesada.[27] Según informó Bielsa a Blake, el 2 de septiembre ya se habían retirado a Jaén los que había en Quesada.[28]

En septiembre de 1810 los franceses entraron varias veces en Cazorla provocando graves daños. Cuenta Sanjuán que el día 2 lo hicieron “dirigidos por un soldado desertor de las guerrillas, natural de Quesada, que se les había juramentado (cambiado de bando) y dado noticia” de dos compañeros suyos que se escondían en las casas de sus familias. El día 11 hubo incidentes, también en Cazorla, entre vecinos, guerrillas y soldados, formándose bandos que se enfrentaron entre sí en medio de un gran desorden. En Quesada el cabildo recibió un aluvión de órdenes de carácter fiscal en las que el prefecto apremiaba el ingreso en la tesorería de Jaén de contribuciones y demás impuestos. También se recibió un oficio del prefecto sobre “lo que ha pertenecido a esta villa de víveres para la subsistencia de las tropas imperiales en los cuatro reinos de Andalucía”, cupo que incluía trigo, legumbres, vino, vinagre, carne, cebada para los caballos, leña y sal. Para cubrir estos gastos se apartaron otras 200 fanegas de trigo del Pósito, procedente de las devoluciones de préstamos en especie que habían tomado los labradores para la sementera.

El 25 de septiembre el general Joaquín Blake comunicó a Bielsa que tenía por conveniente que “por ahora” quedase separado del mando “de las partidas sueltas del Reino de Jaén” y que debía entregarlo al brigadier Antonio Osorio Calvache.[29] El cese se inscribe en la tensión entre partidas irregulares (de las que Bielsa era partidario) y unidades militares regulares, que defendía el mando.

 

Sable de época napoleónica encontrado en Quesada.
Ayuntamiento. Foto Nicolás navidad

5.- La guerra en las calles de Quesada.

El cese de Hermenegildo Bielsa representó el fin de una etapa en esta guerra. Seguirían actuando las guerrillas y con fuerza, pero poco a poco la guerra se fue profesionalizando. Cada vez más aparecerá el nombre de cuerpos de ejército, regimientos y batallones, más nombres de jefes y oficiales y menos de paisanos guerrilleros. Junto a su nombramiento, el brigadier Calvache recibió unas precisas instrucciones, la primera de las cuales es terminante:

El mando del brigadier Calvache se ceñirá puramente a lo militar, esto es, el orden y disciplina de las partidas y a dirigir sus operaciones continuamente contra los enemigos, sin mezclarse por pretexto alguno en los negocios políticos o civiles de los pueblos, ni en la administración de las rentas o fondos públicos.

A esta primera instrucción se le añaden otras sobre la forma concreta en que deben actuar las partidas: estar continuamente en movimiento para que no puedan los enemigos dirigirse a atacarlas en un punto determinado, evitar cualquier acción no ventajosa y actuar con secreto y rapidez, con superioridad de número para obligar a los enemigos a mantenerse reunidos. Deberán componerse las partidas de paisanos y no de soldados dispersos de unidades del Ejército, que deben incorporarse a estas. Por último se le hace responsable de que las guerrillas observen siempre el orden y disciplina que impida los excesos.[30]

El pleno de 26 de septiembre solo lo firmó el regidor Manuel Bedoya, ni siquiera lo hizo el secretario Jila. Esta falta de firmas es algo extraño que rara vez he visto en las actas de cualquier año. Se habló en él de los suministros a “las tropas imperiales” y se acordó cumplir numerosas órdenes recibidas por el prefecto Echazarreta. Quién sabe si evitaron poner su nombre en un documento que los pudiese comprometer en el futuro. El caso es que seis días después volvieron a reunirse y, como sucedió en agosto, el pleno quedó inconcluso. Tras el encabezamiento habitual  y el formulismo correspondiente: “se trató y acordó lo siguiente”, con distinta tinta, pues seguramente se hizo posteriormente, el escribano anotó: “Se suspendió este acuerdo”. Por aquellos días la presencia de tropas francesas era constante; posiblemente esto sucedió el día 3, y los regidores se vieron obligados a levantar la reunión para atender sin demora los requerimientos del invasor.

El día 14 de octubre el brigadier Calvache se apostó en las inmediaciones de Úbeda. Al amanecer entró por sorpresa en la población, cuyas calles estaban desiertas, y atacó a los soldados enemigos en sus cuarteles. Tras varias horas de intensos tiroteos decidió retirarse, “receloso tanto del pueblo que se halla enteramente afrancesado cuanto de los refuerzos que venían ya a los enemigos”. En el parte que transmitió al general Elío, Calvache le explica  a lo que se refería con eso de afrancesados: “Son dignos del mayor castigo los habitantes de Úbeda, es pueblo bastante adicto a los enemigos; las exclamaciones a Fernando (VII) solo se oían en los barrios bajos y gente pobre”. Según Calvache, no recibió ningún auxilio de las autoridades locales ni se le presentaron aunque lo requirió. A pesar del fracaso de la intentona, se obtuvo un importante botín. La tienda del comerciante Vidal, “de nación francesa”, fue saqueada. A la tropa se le repartieron “varias piezas de lienzo y prendas de uso” y lo de más valor como sedas, hilos y cintas, junto a enseres de plata de la casa del comerciante, se depositaron a Calvache para su entrega al general Elío. Además se hicieron con 30.000 reales de la administración de rentas del partido y cuatro caballos, dos yeguas y una mula de la milicia cívica (voluntarios afrancesados).[31]

Es interesante este relato porque muestra las diferentes actitudes de la población ante los invasores. Las personas acomodadas, las autoridades tradicionales, tuvieron una tendencia ambigua cuando no de abierta simpatía hacia los imperiales. En esta actitud seguramente influía el temor al carácter popular de la resistencia, que a veces parecía traer ecos de la reciente Revolución Francesa.[32]Sea esto dicho con todas las cautelas, pues las excepciones en todos los sentidos fueron numerosas. En cualquier caso los ubetenses no eran distintos ni de calidad diferente a los vecinos de los otros pueblos. Hay que suponer que cosas muy parecidas sucedían en todos ellos. En Quesada tuvo que ocurrir algo parecido.

El día 19 de octubre una columna de tropas francesas, que había atacado Cazorla, pernoctó en Peal. Estaba compuesta por 300 infantes y 100 caballos. De madrugada avanzaron hacia Quesada, donde les salió al paso Calvache. Iniciado el combate, los franceses recibieron el auxilio de otra columna procedente de Jódar y otra que desde Pozo Alcón irrumpió “por la derecha de Quesada”. Trataron de “envolvernos y flanquearnos por todas partes, hasta por lo más escabroso y eminente de las sierras, lo que no pudieron lograr manteniéndoles un terrible fuego por todos los puntos, desde las 11 del día hasta anochecido”. Calvache tuvo finalmente que retirarse a la sierra por su clara inferioridad y los pueblos quedaron en manos francesas, hasta que se retiraron al día siguiente después de descansar y sin “romper una sola puerta, ni hacer daño alguno”.[33]

Las acciones, golpes y contragolpes que se están mencionando son solo aquellos de las que he encontrado referencia documental, pero durante estos meses debieron ser algo cotidiano. Seguramente irán saliendo poco a poco noticias entres los miles de partes, informes y cartas que sobre los acontecimientos ocurridos en esta tierra se custodian en el Archivo Histórico Nacional. No son fáciles de localizar, pero se irán encontrando con el tiempo y la información disponible aumentará.

En Quesada y su término, durante  estos meses, la presencia de franceses estuvo muy relacionada con su carácter de lugar de paso en el tránsito de los enemigos desde Baza y Pozo Alcón hacia Cazorla y las Villas y viceversa. Según Sanjuán, el 30 de octubre entraron en Cazorla 200 dragones franceses procedentes de Baza, que debieron pasar por Quesada o sus inmediaciones. El 9 de noviembre 2.000 soldados imperiales, que perseguían a las partidas, salieron de Villacarrillo con dirección a Pozo Alcón.[34] La posición estratégica de Quesada en la comunicación norte-sur del borde de la sierra, traerá al siguiente año, como se verá en la segunda parte de esta historia, importantes sucesos en el pueblo.

A mediados de noviembre se produjo un violento choque dentro de Quesada protagonizado por las partidas de Jerónimo Moreno y la de Pedro Alcalde de un lado y el regimiento Jaén 8 por parte francesa. Como ya se vio antes, este regimiento de infantería de línea se había formado en Jaén por el gobernador militar francés Desolle y tenía como misión la persecución de las partillas guerrilleras. Estaba formado por voluntarios españoles, aunque lo mandaba el oficial francés Paul Marie Rapatel.

La noticia de lo sucedido la dio La Gaceta de Granada con información procedente del gobierno militar de Córdoba y Jaén. Es información de parte y por tanto exagerada a efectos propagandísticos, especialmente en cuanto a las bajas de una y otra parte. A las partidas guerrilleras se refiere como “los bandidos” o “los insurgentes”, el lenguaje habitual de los ocupantes en toda invasión y ocupación militar. Según el periódico granadino, el 17 de octubre Rapatel sorprendió a la gente de Alcalde cerca de Quesada. Los acometió causándoles 20 muertos y muchos heridos. Los guerrilleros huyeron en desorden, abandonando en el camino “fusiles, sables y pistolas, muchos caballos, mulas, borricos, provisiones de harina y cartuchos”.

Alcalde y su gente se refugiaron en Quesada, donde estaba la partida de Jerónimo Moreno. Rapatel los persiguió hasta dentro del pueblo entre un fortísimo tiroteo. Sigue diciendo la noticia que Alcalde y Moreno consiguieron escapar pero dejándose “cinco o seis muertos” en las calles. Al día siguiente Rapatel dejó Quesada con dirección a Jódar, pero en el camino tuvo noticia de que, tras su salida, los guerrilleros, “excesivamente fatigados”, habían vuelto al pueblo. Volvió para expulsarlos pero, al tiempo que los acometía, dispuso que parte de su fuerza rodeara por Santa Cruz y Rotalaya para cortarles la retirada a la sierra. Al sentirse de nuevo atacados, Moreno y Alcalde emprendieron la huida por el camino de Cazorla y cayeron en la emboscada. Tuvieron más de 40 muertos y perdieron gran cantidad de armas y caballos. Alcalde y Moreno lograron escapar, pero en Quesada fue capturado “el que hacía de teniente de la partida de Pedro Alcalde”. Muchos dispersos de ambas partidas se presentaron a Rapatel “entregado sus armas voluntariamente”. Concluye La Gaceta de Granada afirmando: Estas ventajas no nos han costado ni un solo hombre.[35]

La noticia está evidentemente exagerada; si fueran verdad todos los muertos que dice, añadiendo los que se les rindieron y entregaron, hubiera supuesto la práctica desaparición de ambas partidas, lo que por su fama  hubiera tenido mucha más repercusión. Es obligación de la propaganda de guerra exagerar e incluso mentir. En el artículo sobre la segunda parte de esta guerra veremos que la prensa afrancesada llegó a anunciar la muerte de Moreno, algo completamente falso porque un par de años después estaba en Quesada, vivo y participando gustosamente en las tradicionales querellas políticas locales.

De estos sucesos se hizo también eco la prensa de Cádiz, Gaceta de la Regencia, pero de forma escueta y sin referirse al resultado, relacionando solo los lugares donde habían actuado las guerrillas para acreditar su gran actividad:

Las gacetas de Córdoba del mes de noviembre dan noticias de las partidas de Pedro Alcalde, Jerónimo Moreno y Mateo Gómez, y de los reencuentros entre ellas y los franceses junto a Quesada, Jódar, Posadilla (Córdoba) y Alamillo (Ciudad Real).[36]

En cualquier caso hay que recordar que estos enfrentamientos se dieron entre españoles y que solo el mayor Rapatel era francés. Fue una constante durante toda la guerra, que tuvo también rasgos de guerra civil. Es corriente asociar a los afrancesados con gente de mentalidad liberal, y es verdad que hubo muchos “afrancesados ideológicos”, pero no todos lo eran y muchos colaboraron con los invasores por puro interés personal o por razones ideológicas contrarias: miedo a que la revuelta popular degenerara en algún tipo de revolución. La mayoría de los liberales estaban en Cádiz y allí alumbraron la Constitución. Hubo también realistas ultraconservadores en los dos bandos. Estos sucesos del 17 y 18 de noviembre en Quesada son también una buena ilustración de cómo tras la marcha de los franceses la guerrilla ocupaba el hueco que dejaban. La inestabilidad era total y los vecinos ya sabían que tras la marcha de unos llegarían los otros y que los primeros volverían para expulsarlos. Unos días había franceses y otros guerrilleros.

Antes se hizo referencia al asunto de los fondos de la Dehesa de Guadiana, el nombramiento de alcalde mayor por la Junta de Jaén y el enfrentamiento de esta con la Chancillería de Granada. A finales de 1909 La Chancillería había enviado una consulta-queja a la Junta Suprema Gubernativa, por entonces en Sevilla. Ahora, fines de 1810, las instituciones que dirigían la lucha contra los invasores estaban refugiadas en Cádiz. La Regencia había pasado el expediente quesadeño planteado por la Chancillería al Consejo Supremo. En aquella ciudad, sometida al cerco y cañoneo de los franceses, el 14 de diciembre decidió el Consejo no considerar ni pronunciarse sobre el asunto y devolverlo “por ser procedente de país ocupado por el enemigo”.

A primera hora de la mañana del día 31 de diciembre de 1810 se juntaron, en las casas consistoriales de la villa de Quesada, los señores que componían el Ayuntamiento al efecto de celebrar cabildo. Al concluir la reunión hicieron presente los señores alcaldes que en ese día se debía proceder al sorteo de nuevos alcaldes para el año siguiente de 1811. Era este un acto solemne que debía efectuarse de acuerdo a un protocolo legal muy estricto, que incluía el reconocimiento de las bolsas utilizadas en la insaculación de 1807, para comprobar que eran los originales y que contenían el número correcto de bolas de madera con los nombres correspondientes a sortear. Los sacos se custodiaban en el arca de tres llaves, cada una de las cuales estaba en poder de un clavero, que había en la habitación del archivo, cerrada a su vez con otras tres llaves. Dijeron los alcaldes salientes que, como era público y notorio, “las tropas” habían ocasionado importantes destrozos en la casa consistorial y en el archivo. El arca de tres llaves había desaparecido y con ella los sacos de la insaculación.

Era algo que no había ocurrido nunca, no existían precedentes; el país estaba en guerra y no había posibilidad de consultar a los tribunales superiores cómo se debía proceder. Por eso se vieron precisados a buscar una solución por su cuenta. Decidieron improvisar nuevos sacos y bolas de madera en las que se pusieron los nombres que debían de quedar de la insaculación de 1807 (dos por cada estado, pues los otros tres ya habían sido sorteados en años anteriores). Como era preceptivo, se pasó “recado político” (aviso) al cura párroco para que fuera testigo. Una vez personado don Cristóbal García, cura propio, en presencia de todos un niño de corta edad procedió a extraer una bola de cada saco. Correspondió la suerte de alcaldes a don Simón Jiménez Serrano, por el estado noble y a Tomás Fernández Jaque por el general.

El Ayuntamiento que resultó para 1811 estaba formado, como todos los de aquellos años, por gente mayor y conservadora, económicamente bastante acomodada y muy experimentados todos en las banderías y enfrentamientos locales. El alcalde primero, Simón Jiménez Serrano, hijo de don Higinio Serrano, era miembro de la familia más activa en las intrigas municipales durante el siglo XVIII. Don Simón tenía formación militar y había sido subteniente en el regimiento de Guadix. Debía ser persona de genio vivo, pues en 1776 acuchilló a un contrario durante el sorteo de alcaldes ordinarios de aquel año, lo que le costó prisión en Granada. Tomás Fernández Jaque, alcalde segundo, fue aquel importante ganadero al que los franceses incautaron 800 cabezas de ganado en la Dehesa. Los tres regidores, Antonio del Águila, Manuel Bedoya y Pedro Vela, eran también personas mayores, sin formación militar pero muy avezados en disputar y pelear en el Ayuntamiento. El personero del común (una especie de defensor del pueblo) era Luis Muñoz de Navarrete, realista como Moreno, pero persona de memoriales y expedientes.

Estos señores estuvieron al frente del pueblo en esta etapa, pero no sabemos mucho de su comportamiento, si se enfrentaron a los franceses o fueron sus partidarios, si apoyaron a Moreno o, lo más probable, se comportaron con neutralidad procurando salvar el tipo. Es imposible saberlo, salvo que aparezca nueva documentación. En el caso de Cazorla la narración de Sanjuán, testigo presencial de los sucesos, permite deducir que regidores y justicias no opinaban todos lo mismo y que actuaron en determinados momentos con bastante división. En Quesada algún militar dejó por escrito sus sospechas de que algunos vecinos actuaban como espías afrancesados, aunque no da los nombres. Lo que sí se puede suponer es que los regidores de Quesada no actuaron unidos, porque llevaban la discordia en la masa de la sangre.

Con la elección de alcaldes terminaba 1810 en Quesada, primer año de guerra en Andalucía. Ninguno de los bandos se había impuesto con claridad. Los franceses no consiguieron pacificar y someter estas tierras, ni las partidas habían conseguido expulsar a los imperiales de las ciudades y grandes pueblos. Bien vista, esta situación de tablas no dejaba de ser un fracaso para el ejército más poderoso de Europa. Los conquistadores del mundo, que les llamó Bielsa, se mostraban incapaces de imponerse a unas guerrillas formadas por paisanos, por cuatro descalzos bastante anárquicos y poco experimentados.

Continua (aquí)

 



ANEXO. Documentación y fuentes documentales.

La documentación y fuentes locales para el estudio de este periodo en lo que afecta a Quesada no son muchas. En el Archivo Municipal están los libros capitulares del Ayuntamiento, serie incompleta pues faltan los correspondientes a 1808, 1809 y 1811. El de 1810, que sí se conserva, es bastante irregular ya que no se celebraron demasiados plenos y en sus folios se puede entrever el desconcierto que produjo la llegada de los franceses y la presencia de la guerrilla. Más completos son los de 1812 a 1814, tiempo en el que Quesada volvió a ser retaguardia. También el de 1815, donde se pueden leer referencias a la prevención y miedo que ocasionó la vuelta de Napoleón desde su destierro en Elba y su derrota definitiva en Waterloo. La falta de los años referidos bien pudiera deberse a los destrozos de los franceses en el ayuntamiento y su archivo. Pero también pudiera ser que los regidores no quisieran dejar firmas comprometidas, especialmente desde que en 1812 se empezó a ver la derrota francesa como muy posible. Pero son meras suposiciones seguramente con poca base, porque la historia del archivo quesadeño es tan triste que no le han hecho nunca falta invasores extranjeros ni diferencias políticas locales para ser maltratado y sufrir de un casi permanente abandono.

En el Archivo Histórico Nacional  hay numerosa documentación de carácter militar sobre esta contienda. Se trata de los informes y partes que los oficiales al mando de unidades que estaban sobre el terreno dirigían a sus superiores, explicando las acciones realizadas y recibiendo órdenes. Están  producidos no solo por militares profesionales sino también por partidas irregulares, por sus jefes guerrilleros, que asumieron el protagonismo en los primeros momentos de la guerra. Destacan los informes de Hermenegildo Bielsa, primer comandante de las partidas del reino de Jaén. Como escritos dirigidos a sus superiores son a veces exagerados y casi siempre auto justificativos, pero suelen aportar bastantes detalles, incluso de las calles y lugares en que sucedían las acciones bélicas.

Siendo de alguna manera esta guerra el inicio del mundo moderno, no falta la propaganda, cosa absolutamente incipiente pero en la que se esforzaron ambos bandos. Se utilizaban al efecto los boletines oficiales y gacetas en las que cada parte contaba lo que le convenía y de la manera que le convenía.  Por parte española resistente está La Gaceta de la Regencia de España e Indias, publicada en Cádiz donde se había refugiado el Gobierno, la Regencia del Reino. Por el lado francés o josefino (de José I), los periódicos publicados en las ciudades ocupadas: Gazetas de Granada, Sevilla y Madrid.

Contemporáneos de los acontecimientos hay, de la provincia y comarca, algunos manifiestos y proclamas como el dirigido por la Junta de Gobierno del Reyno de Jaén a sus leales moradores.[37] Pero es el más digno de atención un opúsculo titulado Resumen Histórico de los acontecimientos ocurridos en Cazorla cuando la Guerra de la Independencia, de José Sanjuán. Este vecino de Cazorla publicó en 1846 sus recuerdos de lo que había vivido durante la guerra. No hay demasiadas referencias a Quesada, pero tiene el gran valor de poner contexto a lo sucedido en la comarca y de hacerlo en primera persona. Está publicado en edición facsímil por Juan Antonio Bueno Cuadros en su obra Cazorla: de villa a ciudad, publicado por el Ayuntamiento en 2012.

 

No son pocos los historiadores locales de esta parte de la provincia que han publicado sus investigaciones como, entre otros, el citado Bueno Cuadros, Ramón Rubiales, que es de Villacarrillo pero cuyos trabajos no se limitan a ese pueblo, Rufino Almansa, también de Cazorla, Ildefonso Alcalá, de Jódar, y mi buen amigo José Manuel Leal, de Pozo Alcón, localidad que tuvo gran protagonismo, especialmente en 1811. Por último se debe citar a Francisco Luis Díaz Torrejón y su obra Guerrilla, contraguerrilla y delincuencia en la Andalucía napoleónica (1810-1812), extensa y profunda investigación en la que da noticias del guerrillero local de Quesada: D. Jerónimo Moreno.

 

 

NOTAS



[1] ARCHGR_C10816_001.

[2] Manifiesto de la Junta de Jaén de 24 de diciembre de 1808.

[3]Bueno Cuadros. Cazorla de villa a ciudad. Ayuntamiento de Cazorla 2012. Pág. 61

[4]Consulta solicitada por la Junta Central al Consejo Supremo sobre el recurso elevado ante la Chancillería de Granada por el síndico personero de Quesada. AHN CONSEJOS,11992,Exp.5.

[5] ARCHGR_C10816_001

[6]Ramón Rubiales García del Valle. ACTUACIONES DE LA GUERRILLA Y EL EJÉRCITO EN LA COMARCA DE LAS VILLAS DURANTE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA (1810-1812). ARGENTARIA Revista Histórica, Cultural y Costrumbrista de las Cuatro Villas. 2013.

[7] Rubiales, op. cit.

[8] Díaz Torrejón. Pág. 110.

[9] Francisco Luis Díaz Torrejón. GUERRILLA, CONTRAGUERRILLA Y DELINCUENCIA EN LA ANDALUCÍA NAPOLEÓNICA (1810-1812) Tomo II. Fundación para el desarrollo de los pueblos de la Ruta del Tempranillo. Lucena 2005. Pág. 27.

[10] El día 10 hubo una revuelta “popular” contra los franceses y fueron las autoridades de la ciudad quienes contribuyeron a su sofoco. Manuel Muro. Úbeda en la Guerra de la Independencia. En la revista Don Lope de Sosa. Julio de 1917.

[11]AHP de Jaén. Catastro de Ensenada, Personal eclesiástico 7885.

[12] AHN DIVERSOS-COLECCIONES,111,N.27

[13] Carlos Sanjuán, pág. 15.

[14] Cristóbal Perea, alias Cara vaca, y Juan Perea, alias Navidad. Años después, en 1817, fueron ajusticiados mediante garrote vil en la cárcel de Granada. Francisco Luis Díaz Torrejón. GUERRILLA, CONTRAGUERRILLA Y DELINCUENCIA EN LA ANDALUCÍA NAPOLEÓNICA (1810-1812) Tomo II. Fundación para el desarrollo de los pueblos de la Ruta del Tempranillo. Lucena 2005. Pág. 165.

[15] ANH DIVERSOS-COLECCIONES,94,N.90

[16]Ildefonso Alcalá Moreno. La Guerra de la Independencia en Jódar. saudar.com

[17] AHN DIVERSOS-COLECCIONES,87,N.31

[18] Rubiales, op. cit.

[19] AHN DIVERSOS-COLECCIONES,108,N.30

[20]Gaceta de la Regencia de España e Indias. Viernes 24 de agosto de 1810 N.º 59 pág. 563

[21] Manuel Muro García. Úbeda en la Guerra de la Independencia. Notas diversas. En la revista Don Lope de Sosa, julio de 1917.

[22]Ibid.

[23] ANH DIVERSOS-COLECCIONES,137,N.10

[24] ANH DIVERSOS-COLECCIONES,94,N.140

[25] Bueno Cuadros. Cazorla de villa a ciudad. Ayuntamiento de Cazorla 2012.

[26]ANH DIVERSOS-COLECCIONES,94,N.90. La tensión entre milicias regulares y guerrilla queda de manifiesto en una carta de Bielsa a Blake del mes de agosto, en la que acusa recibo de la orden de reducir sus efectivos guerrilleros para que pasasen a los cuerpos regulares. Bielsa se resiste defendiendo las ventajas que ofrecían las partidas.

[27] Bueno Cuadros. Op. cit.

[28] ANH DIVERSOS-COLECCIONES,137,N.6

[29] ANH DIVERSOS-COLECCIONES,94,N.90

[30] Ibid.

[31] ANH DIVERSOS-COLECCIONES,137,N.5

[32] En esta digresión sigo a Josep Fontana, La crisis del Antiguo régimen 1808-1833. Ed. Crítica Barcelona 1979.

[33] ANH DIVERSOS-COLECCIONES,108,N.30

[34] ANH DIVERSOS-COLECCIONES,94,N.141

[35]Gaceta de Granada. Viernes 30 de noviembre de 1810. N.º 99 pág. 421 y siguiente.

[36]Gaceta de la Regencia de España e Indias. Jueves 3 de enero de 1811 N.º 2 pág. 10

[37]Manifiesto que de sus operaciones hace la superior Junta de Gobierno del reyno de Jaén a sus leales moradores. 24 de diciembre de 1808.