sábado, 29 de enero de 2022

El s. XIX en Quesada. La enseñanza secundaria.

 

Ángel Alcalá Menezo, autor de "Pedro Hidalgo o el castillo de Tíscar" y principal
impulsor de la secundaria en Quesada durante el s. XIX.

En una entrada anterior de este blog se trató de la enseñanza en Quesada a propósito de los artículos del periodista Luis Bello en el diario El Sol. En el publicado el 21 de agosto de 1928 denunciaba el estado calamitoso de la enseñanza primaria en Quesada y en toda la comarca. Si poca atención prestaban los gobiernos a las escuelas hasta que la II República comenzó a revertir la situación, el escenario era especialmente malo en el mundo rural y, como consecuencia, el analfabetismo era un mal endémico. En Quesada rondó el 80% de la población hasta los años treinta del pasado siglo. (1928. Luis Bello y la instrucción pública en Quesada)

Durante el siglo XIX y primeras décadas del XX había pocas escuelas en Quesada, con poca capacidad y destinadas principalmente a los niños pertenecientes a las familias más acomodadas. Los escasos niños pobres escolarizados asistían apenas unos o dos años y con irregularidad, pues faltaban durante la aceituna y en cualquier momento que lo hicieran necesario las faenas del campo. Si esta era la pésima situación de la enseñanza primaria, la secundaria era simplemente inexistente. Los escasísimos niños que cursaban bachiller lo hacían por libre en el pueblo y alguno que otro, los más adinerados, fuera del pueblo, en internados o con su familia si esta se podía permitir residir fuera durante los estudios.

No obstante, existieron varios intentos de crear colegios privados de segunda enseñanza durante la segunda mitad del siglo XIX. Fueron todos intentos fallidos, duraron poco y tuvieron un carácter muy minoritario. Su repercusión en el nivel educativo fue anecdótica, de manera que interesan más por lo que dicen de algunos destacados personajes locales y del ambiente social del pueblo en aquellos años que por su importancia pedagógica.

Primer intento. 1869.

Corría el mes de abril de 1869 y en Quesada había tifus; los grandes temporales del invierno habían provocado una grave crisis de trabajo y, ante la falta de jornales, el Ayuntamiento se había visto obligado a repartir trigo entre los vecinos. Pocos meses antes la Revolución de 1868, la Gloriosa, en la que había tenido gran protagonismo el general Serrano Bedoya, había acabado con el reinado de Isabel II. Los familiares de Serrano y sus partidarios controlaban ahora el Ayuntamiento. En este contexto se produce la primera noticia conocida sobre el intento de crear un centro de segunda enseñanza en Quesada.

Según el libro de actas de plenos municipales, el día 30 de abril el alcalde, Hilario Serrano del Águila, propuso a los concejales la creación de un instituto de segunda enseñanza. Para financiar el proyecto se suprimiría la escuela de niños de Belerda, pues la aldea no llegaba a las 500 almas y "ningún resultado se obtiene"  de ella por la inasistencia generalizada de los niños a causa de “las dificultes de la topografía” y los “hábitos tradicionales e instinto de la población”. La escuela se refundiría  con la de niñas, creando una escuela mixta a cargo de la maestra. También se suprimiría la segunda escuela de niños de Quesada; quedarían todos a cargo del maestro de la primera. Según el alcalde, esto no afectaría al progreso de la instrucción primaria “porque ambas escuelas están en un mismo edificio y son contiguas y las puede llevar una sola persona” (se refiere a la primera planta del antiguo convento, donde estuvieron hasta los años cuarenta del siglo XX). Tampoco se perjudicaría con esta medida a nadie, porque de todas formas el puesto de maestro de la segunda escuela estaba vacante. Calculaba el alcalde un ahorro de 823,500 escudos, cantidad suficiente para dotar un catedrático de instituto.

El pleno municipal aprobó la propuesta y acordó enviar una solitud al Ministerio de Fomento, responsable entonces de la enseñanza, para proceder al cierre de las escuelas. Poco después, en septiembre, el gobernador civil comunicó que el Ministerio desautorizaba el cierre, pues Quesada ya estaba en el mínimo que la ley exigía para el número de habitantes (algo menos de 6.000). En nada acabó este primer intento, pero vale para mostrar el nulo interés por extender la enseñanza primaria y alfabetizar a la población, algo que pervivió casi hasta el final del reinado de Alfonso XIII. Se cambiaba enseñar a leer y escribir a muchos por facilitar el bachillerato a unos pocos. Aunque hijos de la revolución y de la constitución democrática de 1869, los “serranistas” no destacaban por su conciencia social; eran contrarios a los partidarios de los Borbones y poco más.


Autógrafo de Alcalá Menezo


I República. 1873.

Unos años después, el 31 de agosto de 1873, durante la primera República, la creación de un colegio de segunda enseñanza volvió al pleno municipal. Ese día el alcalde en funciones, el ciudadano Federico Jila, comunicó a la corporación que “don Antonio Redondo, asociado de otros dos caballeros de esta localidad, había conseguido que el claustro del Instituto de segunda enseñanza de la ciudad de Baeza, de acuerdo con el de la Universidad de Granada, le concediese la gracia de poner en esta población un colegio dependiente” de dicho instituto. Solicitaba don Antonio al Ayuntamiento que proporcionara un local. El pleno acordó que, en cuanto la petición se formalizase mediante instancia, se proveyese lo necesario para instalar el citado colegio.

Una par de semanas después y tras recibir la petición formal, se acordó que se ubicara el “Instituto de 2ª Enseñanza concedido al Sr. Redondo” en el salón municipal existente en la planta baja del antiguo convento de dominicos. Se accedía a él por la puerta del convento situada al principio de la cuesta de San Juan. En este local se habían celebrado reuniones y asambleas de vecinos y más tarde teatro y cine; allí se vieron las primeras películas en Quesada. 

No hay noticias de lo que pasó con este proyecto, pero sin duda los frenéticos cambios políticos que siguieron y que culminaron con la restauración de la Monarquía trajeron otras preocupaciones más inmediatas a concejales y vecinos. Se podría pensar que la rapidez en la favorable respuesta del Ayuntamiento obedecía a una preocupación especial por la instrucción pública, que más tarde sí manifestaría la segunda República. Pero no fue el caso, porque la idea surgió, aunque fuera secundada por la corporación republicano-federal, de los sectores más conservadores de la sociedad quesadeña. Quizás porque de nuevo atendía, no a las necesidades de la masa popular, sino a las de una pequeña minoría privilegiada.

El primer firmante de la solicitud, Antonio Redondo Martínez, era un maestro que había llegado a Quesada en abril de 1869 como encargado interino de la segunda escuela de niños tras el fallecimiento de su titular, Ildefonso Malo. Duró poco en el puesto porque el 11 de julio del mismo año fue destituido al negarse a jurar, como era preceptivo para todos los empleados públicos, la constitución democrática promulgada tras la Gloriosa y la expulsión de los Borbones. Redondo pertenecía a la sección local de Juventud Católica, organización en la que participaban otros quesadeños de filiación conservadora y carlista. El rey llegado con la constitución de 1869, Amadeo I, era hijo de Víctor Manuel II de Italia, que poco antes había tomado Roma y acabado con los Estados Pontificios culminando la unidad italiana.El papa Pío IX no reconoció al nuevo gobierno italiano y recomendó a los católicos no participar en política ni colaborar con el nuevo régimen. Esta pugna se trasladó a España, de manera que un apoyo explícito al papa suponía implícitamente un rechazo al gobierno democrático de Amadeo I. 

La Juventud Católica se había constituido en Quesada muy poco después de su fundación y así lo recogía el 28 de enero de 1870 el periódico tradicionalista El Pensamiento español. Al año siguiente, el también carlista La Esperanza informaba el 28 de junio que esta asociación había remitido desde Quesada una felicitación, en latín y en castellano, a Su Santidad con motivo del XXV aniversario de su pontificado. Firmaban la carta, además de Antonio Redondo, otros miembros de la asociación como Ángel Alcalá Menezo, Toribio Bello, Agustín y Juan José Segura, todos ellos significados integristas. No fue solo esta asociación la que homenajeó al papa (y afeó al rey Amadeo), también el propio Ayuntamiento “serranista” organizó una “función religiosa que solemnizó este municipio en conmemoración del fausto suceso del 25 aniversario del pontificado de Pío IX en junio último” (Pleno 17-9-1871).

No estaban, como se ve, detrás de la propuesta personas adictas a la República. Y sin embargo, el Ayuntamiento de 1873, formado por republicanos federales, el ala izquierda del republicanismo, la acogió con entusiasmo y en un par de semanas facilitó el local que se le había pedido. Como tantas otras veces, esta aparente incongruencia sería explicable por las disputas, filias y fobias de la política local, que a menudo contradicen los esquemas  políticos generales. El caso es que a final de 1873 el golpe de estado del general Pavía acabó con las cortes republicanas y llevó a la presidencia de la República a Serrano Domínguez, que ejerció el poder durante un año de manera personalista y dictatorial. A finales de 1874 otro golpe militar, el del general Martínez Campos, restauró la monarquía Borbón. De Antonio Redondo y su colegio nada más se supo. Alguno de sus compañeros, como Ángel Alcalá y Menezo, se apresuraron a renegar del carlismo y jurar lealtad al nuevo rey Alfonso XII. (Boletín Oficial de la Provincia de Jaén de 24 de julio de 1875).


Página de "La Ilustración Española y Americana"
sobre la Exposición Provincial de 1877, donde hubo
una importante participación quesadeña.


1877-1880

Cuando en 1923 Juan de Mata Carriazo escribió el folleto del “Colegio Moderno” que entonces se pretendía fundar, dedicó un recuerdo a los antecedentes de la enseñanza secundaria en Quesada. No menciona Carriazo estos intentos de los que se ha hablado hasta ahora, sin duda ya olvidados, y se refiere solo a los dos posteriores que protagonizó Ángel Alcalá Menezo. Alcalá Menezo fue uno de los personajes más singulares del siglo XIX quesadeño. Nacido en una de las familias más pudientes del pueblo, se le recuerda como autor de la “novela de Tíscar”, Pedro Hidalgo o el castillo de Tíscar, pero además fue uno de los organizadores de la Exposición Provincial de Jaén en 1877 y gobernador civil de varias provincias de la entonces colonia española de Filipinas. Su biblioteca era amplia e incluía títulos en francés y alguno en inglés. Cuando murió en 1895 se registró como su profesión la de “literato”, lo que no deja de ser llamativo en la Quesada de entonces.

Manuel Ciges Aparicio se inspiró en Alcalá Menezo para componer la figura central de Villavieja, don Luis Obregón. Ciges debió conocer las historias y anécdotas que de don Ángel se contaran en el pueblo y lo presenta como un personaje algo excesivo en sus formas y carácter, imaginativo pero inconstante, propietario acomodado pero que se preocupa por cambiar la triste realidad social y económica que le rodea. Como Alcalá Menezo, también don Luis Obregón propone la creación de un colegio de secundaria, propuesta que es acogida con escepticismo y frialdad por la abúlica Villavieja. Seguramente lo mismo que le sucedió a don Ángel con sus proyectos.

El las elecciones de febrero de 1877 Alcalá Menezo fue elegido diputado provincial por el distrito de Quesada para el siguiente bienio. Ese año participó activamente en la organización de la Exposición Provincial, en la que Quesada se distinguió con 130 expositores, “crecida cantidad con relación a su importancia” (Gaceta Agrícola del Ministerio de Fomento, Tomo VIII pág. 498). Durante este tiempo fue director de la revista La Semana (En la Revista de Feriasde 1989, Alfonso Sancho Sáez hace una buena semblanza de don Ángel y de su participación en este evento). Seguramente por su papel e influencia en la Diputación, este organismo concedió el 2 de abril de 1878 un donativo de 300 ptas. al Ayuntamiento de Quesada “para adquisición de material científico para la escuela preparatoria”.

Y es que ya estaba funcionando en Quesada un colegio incorporado al Instituto provincial de Jaén, como se puede comprobar en el Boletín Oficial de la Provincia de Jaén de 14 de noviembre de 1878, pág. 3. Su director era don Ángel Alcalá Menezo, que se encargaba también de las asignaturas de Geografía, Historia Universal, Aritmética y Álgebra, Geometría y Trigonometría.


Profesorado del colegio de Quesada. Boletín Oficial de la provincia de
Jaén,  11 de noviembre de 1879. Composición con las páginas 3 y 4.


El resto de profesores eran también personajes muy conocidos del pueblo. El notario José Montiel daba primer curso de latín y castellano. Juan José Segura Pérez, bachiller en Sagrada Teología, Retórica, Poética y Filosofía. El médico Juan de Mata Carriazo Gallego, abuelo del historiador Carriazo Arroquia, Fisiología. El farmacéutico Pedro Segura Mesa, que según Carriazo fue luego director del Instituto de Baeza, Historia Natural y Física y Química. Por último, Juan Álvarez del Peral, licenciado en Derecho y secretario del Ayuntamiento, impartía Historia de España.

Al año siguiente se renovó la licencia del colegio y hubo algunos cambios en el claustro. Además de los anteriores, como nuevos profesores aparecen José Ramón Vives Cotero, relojero, poeta y cronista local, que asume la Poética y la Geografía; el párroco Luis Vear Ortiz, la Filosofía; el médico Miguel Gámez Valero, Fisiología e Higiene; Hilario Baras Heredia, Historia Natural; y por último, el perito forestal Felipe Carrasco Carrasco, Aritmética y Álgebra.

La procedencia ideológica del profesorado era dispar y algo contradictoria, especialmente en 1879, el segundo año de funcionamiento del colegio. Al reconocido carlista Juan José Segura se unió el párroco, pero también Hilario Baras y José Ramón Vives, que luego en 1888 fueron firmantes del “Manifiesto Democrático-Progresista” promovido por el diario La Discusión. Y sobre todo Felipe Carrasco, que era Venerable Maestro y Guarda del Templo de la logia masónica quesadeña La Luz. Su pertenencia a la Masonería, usando el nombre de Padilla,  no la llevaba en secreto ni fue un arrebato pasajero; la mantuvo en el tiempo hasta finales del siglo. El párroco Vear sin duda no ignoraba que compartía claustro con un reconocido masón, lo que tampoco sorprende en la Quesada de aquel tiempo, pues años después Padilla denunció a la superioridad que había alguno que era a la vez hermano de La Luz y de la Cofradía de la Virgen de Tíscar.

Aunque los anuncios en el Boletín Oficial son de los años 1878 y 1879, el colegio había empezado a funcionar al menos desde el curso 1877-78. La noticia procede del propio Alcalá Menezo. Durante los meses anteriores a la Exposición Provincial, inaugurada en Jaén el 7 de agosto de 1878, don Ángel intercambio correspondencia con su principal impulsor, Joaquín Ruiz Jiménez. Estas cartas se conservan en el archivo de la Sociedad de Amigos del País de Jaén y han sido digitalizadas recientemente por la Diputación. En una de 10 de febrero de 1878, Alcalá Menezo dice:

Sr. D. Joaquín Ruiz Giménez: Querido amigo:

Mi cargo de Diputado de un Distrito desinquieto y revoltoso unido a que explico ¡asignaturas! en el Colegio de 2ª Enseñanza, me privan del placer de atender cual debía a tiempo a los amigos, y que amigos como Vd. a quien tanto quiero y aprecio.

Un par de meses después, el 25 de abril, le escribe, como disculpa por no dedicar el suficiente tiempo a la Exposición, el mucho que le ocupa la enseñanza: “tengo cuatro clases diarias en mi querido Colegio de 2ª Enseñanza”. Aunque no aparezca anuncio en el Boletín, el colegio ya estaba funcionando de forma oficial, en dependencia del Instituto Provincial de Jaén. Al finalizar el curso 1877-78, los alumnos fueron examinados por una comisión del Instituto que al efecto se desplazó desde Jaén. Lo cuenta Alcalá Menezo a Ruiz Jiménez en carta del 12 de junio: “pronto serán los exámenes, pues estoy aguardando la Comisión de ese Instituto”.

Se comprueba en esta correspondencia que don Ángel era, además de director, el alma del colegio. La finalización del curso le permitió dedicarse plenamente a la preparación de la Exposición Provincial, en la que consiguió que Quesada tuviera un importante protagonismo como se verá en un próximo artículo. En carta de 24 de junio le dice a Ruiz Jiménez: “Gracias al divino Apolo que he concluido (por este año) de estudiantes. Ya me sobra tiempo para todo. Estoy desde ayer exclusivamente dedicado al Certamen provincial”. Don Ángel había quedado muy satisfecho con los exámenes, tanto que le pedía a Ruiz Jiménez que insertara en el semanario La Semana una noticia con el “resultado de mi Colegio, que ha sido brillantísimo, honroso, sobresaliente, magnífico”.

El curso 1879-80 fue el último del que hay noticia de este colegio. Seguramente dejó de funcionar cuando Alcalá Menezo, su principal impulsor, marchó a Madrid, donde desarrolló durante la primera mitad de la década una corta pero tumultuosa carrera política.

1889. El segundo intento de Alcalá Menezo.

En el pleno municipal de 1 de septiembre de 1889 se dio lectura a una exposición presentada por “los vecinos de esta villa el licenciado D. Leandro Giménez Pérez, párroco de la misma, D. Ángel Alcalá y D. Salvador Segura”. En ella manifestaban el deseo y la conveniencia de fundar “un instituto privado de segunda enseñanza y una preceptoría sucursal del Seminario de Toledo, donde se cursen con perfecta y legal validez académica todas las asignaturas de Humanidades y Filosofía”. Habían solicitado y obtenido la autorización del instituto provincial de Jaén y estaban a la espera de que el arzobispo de Toledo autorizase la preceptoría. Concluían su escrito solicitando 1.000 ptas. de subvención para la adecuación del local.  La Corporación valoró “la gran utilidad y conveniencia que la idea envuelve tanto para la juventud estudiosa de la población como para la de los pueblos limítrofes” y acordó conceder la cantidad solicitada con cargo al presupuesto del siguiente año, pero con la condición de que si “el referido colegio se clausurase por cualquier circunstancia” el Ayuntamiento tendría derecho a recuperar el dinero con la casa y la venta de “los efectos y mobiliario” del colegio.

En el Boletín Oficial de la Provincia de Jaén de 5 de noviembre se publicó la relación de “colegios privados de segunda enseñanza incorporados en el presente curso académico a este Instituto provincial”. Nuevamente, entre ellos figura el de Quesada. Como en la ocasión anterior su director era Ángel Alcalá Menezo, que seguramente retomó la idea una vez finalizada su etapa política en Madrid y tras haber publicado “Pedro de Hidalgo o el Castillo de Tíscar”, novela que le dio fama local.

El párroco Leandro Giménez había sustituido muy poco antes a Luis Vear. La placa con su nombre continúa en la plaza de la Lonja, pero no hay muchas noticias de él, fuera de que parece que era del pueblo y que al final de su estancia, hacia 1905-1907, tuvo embargos y líos económicos. Impartía primer curso de Latín y Castellano. El presbítero Toribio Bello —hermano del maestro y pintor Isidoro Bello López— se encargaba del segundo curso de ambas asignaturas. José Ramón Vives Cotero repite en Poética y Geografía. El médico Salvador Segura, que se había distinguido durante la epidemia de cólera de 1885 y que en 1900 fue uno de los fundadores de la sociedad lírico-dramática La Lira, Historia Natural. El también médico Ricardo Moreno Ortiz, entusiasta seguidor del ex presidente del la República, Emilio Castelar, Física y Química. El joven licenciado Francisco Malo García, Historia de España. Finalmente, el abogado y cuñado de Alcalá Menezo, Manuel Segura Fernández, que usaba como nombre masónico Arístides, pues también era miembro de la logia local La Luz explicaba Física y Química.


Placa todavía existente en La Lonja, dedicada al párroco Leandro Giménez


Aunque la citada petición al Ayuntamiento la encabezara el párroco, el protocolo de la época, es evidente que el alma del colegio volvía a ser Alcalá Menezo, su director, que asumía personalmente las asignaturas de Aritmética y Francés. No debió ser mucho el recorrido de este colegio porque, para cuando en noviembre se publicó en el Boletín Oficial su autorización, don Ángel ya había salido de Quesada. Partió en octubre,  cuando fue nombrado gobernador civil de Batangas, en Filipinas, donde pasó varios años. Al poco de regresar de su agitada y accidentada gobernación, al parecer con la salud quebrantada, murió de neumonía en mayo de 1895. Con la muerte de este gran animador de la vida local nadie volverá a intentar la creación de un colegio hasta 1923.

Como antes dije, Manuel Ciges Aparicio habla en su novela Villavieja de estos intentos de creación de un colegio de secundaria y se inspira en Alcalá Menezo para componer a su personaje don Luis Obregón. Como se sabe, Villavieja es Quesada en un momento indeterminado de finales del s. XIX y primeros años del XX. Publicada en 1914, tuvo una escasa y accidentada distribución. El “descanso eterno” que le dieron a Ciges en agosto de 1936, fusilado por los rebeldes cuando era gobernador civil de Ávila, contribuyó al olvido del autor y de su obra. En Quesada fue mas criticada que leída. No sentó bien a la buena sociedad quesadeña ni Villavieja ni mucho menos La Romería. Por desgracia la novela sigue siendo ampliamente desconocida en Quesada y no sería muy numerosa la reunión que se podría formar con sus lectores.  Sigue siendo muy complicado hacerse con ella, algo que no se solucionará hasta que se haga una nueva edición —tarea en la que algunos andamos empeñados—. Por eso creo que conviene reproducir aquí la escena, incluida en el capítulo IX, en la que se habla de estos intentos de creación de un colegio de secundaria en Quesada. Y lo hace el propio Alcalá Menezo, es decir, don Luis Obregón.

La escena se desarrolla en el jardín de Quesada una mañana de invierno. Don Federico, el maestro, y monsieur Lairet, Mosiú, ingeniero suizo que trabaja en las obras de la carretera de la estación —representa en realidad al propio autor, también forastero— pasean y hablan del pueblo. Lamentan sus problemas y el escaso interés existente por la cultura y la educación. El maestro le explica a Mosiú sus dificultades para conseguir que la familia de un muchacho con buenas aptitudes le permita seguir con sus estudios. En esto les alcanza don Luis Obregón, que se une a la conversación:

 

Colocándose entre ambos amigos, les invitó a proseguir el paseo. Bastaba mirarle para comprender que el antiguo gobernador estaba preocupado. El profesor y Mosiú esperaron a que hablase; pero aún pasaron algunos minutos en silencio.

Al fin, dijo muy despacioso:

—Venía detrás de ustedes, y he oído sus últimas palabras, don Federico.

Y después de una pausa, añadió:

—Hace usted muy bien ayudando a ese pobre muchacho. Aquí moriría de aburrimiento y hambre, y nunca dejaría de ser un parásito más. Lo que usted desea hacer con Julio tendría que imitarse con otros muchos. En eso pensaba desde que le oí hablar a monsieur Lairet, y ya creo haber encontrado el medio.

El maestro y Mosiú le miraron esperando la continuación.

—No es el recurso mejor —prosiguió don Luis—; pero es todo lo que podemos intentar en Villavieja. Es necesario que empecemos a fomentar la cultura. ¿No les parece a ustedes? Vamos, pues, a fundar un colegio de segunda enseñanza.

Los dos compañeros no pudieron ocultar un gesto de sorpresa y desencanto. Obregón lo notó y dijo:

—Esperaba ese movimiento de contrariedad, porque a mí tampoco me satisface. Sería más eficaz perfeccionar a los muchachos en un buen oficio, o prepararlos para otras labores útiles; pero nos faltan los instrumentos y también nosotros carecemos de preparación. Además, tendríamos que luchar desesperadamente contra la resistencia de los padres. Hacer de sus hijos un sobrestante de Obras públicas, un agrimensor o un capataz de minas, les parecería depresivo. En cambio, todos desearían verlos convertidos en abogados, médicos o militares. Y en Villavieja solo hay materia para eso. Claro es que, de veinte que empiecen, apenas terminarán cuatro; pero eso iremos ganando, y aun a los otros se les sustraerá algunos años a la holganza, y tal vez las nociones que adquieran no serán perdidas.

Mosiú se conformó fácilmente; pero el maestro fue más escéptico.

—Se cansarán pronto —observó—, y aun dudo de que no se cansen antes de empezar el curso. En Villavieja no hay ambiente cultural, y hasta sospecho que la cultura todavía no constituye una necesidad. Vean ustedes lo que me ocurre a mí. Estamos a diez y ocho de diciembre y hace quince días que declaré a la fuerza las vacaciones de Navidad por falta de alumnos. Los pobres retiraron a sus hijos hace un mes, cuando empezó la recogida de la aceituna, y al ver las clases desiertas, los otros fueron dejando de asistir. Entre nosotros todo son pretextos para no acudir a la escuela. ¿Y aún dicen de la enseñanza obligatoria? Sí, cuando el Estado disminuya los tributos que el pueblo ha de pagar con su dinero, cuando fomente la riqueza pública y cuando los Municipios den de comer a los niños menesterosos.Mientras los padres necesiten de ellos para ganar algunas monedas más, los hijos faltarán a la escuela.

Mosiú opuso graves reparos a los conceptos del profesor, y discurrió largamente acerca de la enseñanza en Europa, y con singularidad, de la trascendental labor de la escuela, preparatoria del alma infantil y del porvenir nacional. Como don Federico conocía de sobra todos aquellos lugares comunes, se sometió pacientemente a escuchar una lectura más de tantos artículos periodísticos en que se repetían las mismas cosas.

(…)

Don Luis Obregón no oía a sus dos compañeros, ocupado en madurar el proyecto. También sospechaba él que su plan no prevalecería, o que su existencia sería efímera; pero conociendo la nerviosa impresionabilidad de los villavejenses, tampoco dudaba de su momentáneo éxito. Sus convecinos se entusiasmarían de pronto, y toda la clase media y superior, hasta sus propios adversarios, querrían enviar a sus hijos al colegio. El caso de su cuñado don Alberto, con tres gandules sin profesión ni oficio, era el de todos. Durante ese periodo de novedad y entusiasmo, él recibiría loores por su fecunda iniciativa, y como la crisis ministerial era inminente, no dejaría de ganar prosélitos. Cuando hubo meditado su plan, elevó la voz ordenando con resolución:

—Usted, don Federico, será profesor de latín, geografía y retórica. Nadie como Mosiú para enseñar el francés...

Monsieur Lairet le saltó al paso:

—Perdón; yo solo vengo algunos días a Villavieja, y en cuanto termine la carretera, regresaré a mi país.

Don Luis le replicó:

—No importa. Combinaremos las clases con los días en que usted venga. Después... ¿quién sabe?

—Eso, ¿quién sabe? —asoció el maestro, que no tomaba en serio aquel proyecto de Obregón.

El exgobernador pareció no oírle, Mosiú insistió:

—Pero las obras se terminarán muy pronto...

Don Luis no se arredró:

—Bueno; luego veremos quién le sustituye... Mi hermano estudió cuatro años de ingeniería, y es fuerte matemático. Para las otras ciencias nadie como el médico don Ambrosio...

El profesor le preguntó con bien disimulada ironía:

—¿Y usted?

—Como yo me doctoré en derecho, seré el director.

—¿Y qué explicará?

—Retórica, psicología... ¡lo que sea preciso! Lo que yo ignoro, lo adivino, y si es necesario estudiar, lo estudiaré... —dijo, y enmudeció algunos instantes para seguir elaborando su proyecto.

Fuera del maestro, ningún profesor cobraría. El derecho de inscripción en el colegio sería mínimo, para que todos los padres de familia lo encontrasen aceptable. Además, podrían acudir estudiantes de lejos, y don Federico se encargaría de organizar el internado conservando a los forasteros en su casa. Cuando don Luis Obregón expuso este final de su proyecto, dando grandes prisas para realizarlo, el profesor le dijo riendo:

—¿Pero vamos a empezar en seguida?

—¿Cómo no? Pasado Año Nuevo.

Don Federico siguió riendo.

—¿Ha olvidado usted que para empezar el curso es muy tarde, y que para ingresar en la segunda enseñanza hay que sufrir un examen previo?

El antiguo gobernador se golpeó la frente con la mano.

—¡Lo había olvidado! ¡Ni siquiera pensaba en eso! ¿Qué vamos a hacer?

—Dejarlo para más adelante —le repuso el maestro creyendo hacerle disuadir.

Pero eso es lo que no deseaba don Luis, y bien claro lo dio a entender.

—Dejarlo para después vale tanto como renunciar para siempre. Conozco a mis compatriotas.

—Y yo también —murmuró muy quedo el maestro.

La perplejidad del político duró muy poco.

—Bueno: aprovecharemos estos meses en preparar a los chiquillos para el examen de ingreso.

Siempre escéptico y con el deseo de oponer reparos, don Federico aún le preguntó:

—¿Y local para las clases?

El iniciador de la idea le repuso impaciente:

—Mañana lo verá.

 

Villavieja. Primera edición de 1914.



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